Como Sacar Provecho A La Lectura

  • November 2019
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CÓMO SACAR MAYOR PROVECHO DE LA LECTURA Por Eliseo Vila, Presidente de CLIE Introducción. I. LA LECTURA OCASIONAL COMO DISTRACCIÓN Y PLACER. 1. Ambientarse psicológicamente en el tema del libro. 2. Evitar caer en el cansancio o en el aburrimiento. 3. Sacar el mayor provecho intelectual. II. LA LECTURA DEVOCIONAL Y EL ESTUDIO BÍBLICO. III. LA LECTURA TÉCNICA O PROFESIONAL. 1. Los que leen para enseñar. 2. Los que leen para aprender. 3. Los que leen para perfeccionar y aumentar conocimientos. Conclusión.

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A las puertas del tercer milenio, en unos momentos en los que la alta tecnología está a punto de dar otro paso gigantesco: la sustitución de los conductores tradicionales por la fibra óptica, de los electrones por los fotones -porque los electrones no son ya lo suficientemente rápidos y veloces para circular a gusto del hombre moderno por las autopistas de información-; en un mundo de computadoras, de telecomunicaciones vía satélite y de imágenes digitalizadas, no podemos por menos que preguntarnos sobre el futuro de la página impresa: ¿Qué lugar van a ocupar los libros en la sociedad del año 2000? ¿Cuáles son las esperanzas del viejo invento de Gutenberg en un mundo dominado por la transmisión digital y el proceso electrónico de imágenes y datos? Primero fueron los discos, luego el cine, posteriormente los cassettes, después la televisión; les siguieron los vídeos. Finalmente, hay quien dice que van a ser la Internet y los CD Multimedia el postrer enemigo de la página impresa, destinado a enterrar para siempre en los estantes de museos y bibliotecas, como algo arcaico y fuera de lugar, aquellos viejos y pesados volúmenes que hasta ahora, y durante siglos, han sido los elementos transmisores de la cultura y del pensamiento. Si en un insignificante y manejable CD, que ocupa el diez por ciento del espacio de un libro, que puede transportarse cómodamente en el bolsillo y cuyo coste es similar o no muy superior al de un libro, podemos comprimir los 30 gruesos volúmenes de toda una Enciclopedia, combinando el texto con el color, narrativa a viva voz, imágenes en movimiento, y además podemos añadirle posibilidades de búsqueda instantánea: ¿qué futuro tienen las ediciones pesadas y voluminosas impresas sobre papel? El libro está acabado; es un producto del pasado que terminará por desaparecer. ¿Será realmente así? Prestigiosas universidades han lanzado ya la voz de alarma sobre los inconvenientes y peligros de sustituir la lectura y el uso tradicional de libros por la televisión, los vídeos, las computadoras u otros sistemas Multimedia. Según los estudios realizados, ni el cine ni la televisión ni los vídeos contienen el ingrediente indispensable y fundamental para el fomento y cultivo de la inteligencia de las futuras generaciones: el desarrollo de la imaginación y la creatividad. Así, en unos experimentos llevados a cabo, se entregó a tres grupos distintos de estudiantes del mismo grado la misma novela en tres formas distintas: en un libro convencional, en un vídeo y en un CD Multimedia para computadora. El resultado fue que los jóvenes a quienes se entregó la novela en forma de libro tradicional para su lectura recordaban casi un 60 % de la misma más que los del otro grupo, que habían contemplado el argumento escenificado a través de un vídeo; pese a que en la narrativa del vídeo se había utilizado íntegro, completo y sin abreviar el mismo texto literario que en el libro. También pudo comprobarse que la adquisición 2

de vocabulario, el aprender nuevas palabras, había sido por parte de los «lectores» extremadamente superior al de los «espectadores», a quienes la asimilación de nuevos vocablos les fue prácticamente nula. En el tercer grupo, los del CD Multimedia los resultados fueron aún peores: se pasaron el tiempo jugando de un lado a otro con los juegos interactivos incluidos en el texto, y del argumento global de la novela no recordaban prácticamente nada. La explicación a este fenómeno está en el mayor desarrollo de la imaginación y la creatividad que la lectura exige, muy por encima de otros sistemas audiovisuales. Cuando leemos, nuestro cerebro se ve obligado a trabajar constantemente creando imágenes internas relacionadas con la lectura; visualizando a través de nuestra creatividad personal los escenarios y los detalles que describen las páginas del libro. Si a una clase de veinte niños les damos a leer uno de los famosos cuentos de Grimm sobre una princesa y un dragón y les pedimos de inmediato que nos expliquen, o aún mejor, que dibujen lo que han leído, podremos comprobar que estamos ante veinte concepciones distintas de la misma escena. Para unos, la princesa será rubia, para otros morena; unos la pintaran con un vestido azul, otros rojo, otros verde. Para unos, el dragón lanzará fuego, para otros tendrá unas garras enormes... Y así hasta los más mínimos detalles. Su imaginación y, en consecuencia, su creatividad habrán trabajado al máximo. Por el contrario, si estos mismos niños contemplan como espectadores la misma escena en un vídeo, su cerebro no genera imágenes internas; todo lo contrario, recibe unas imágenes externas «prefabricadas». Y lo que es peor, las recibe a una velocidad no determinada por él (como sucede al leer) y, por tanto, no ajustada a su capacidad personal de asimilación. En consecuencia, estas imágenes -según el lenguaje de los técnicos- «resbalan» por el cerebro sin dejar huella, salvo una idea muy general y algunos pequeños detalles que más les hayan llamado la atención. Sobre este tema, el estudio sociológico más serio y documentado es el libro del profesor Héctor Detrés, titulado Los efectos de la TV en los niños y adolescentes, publicado por CLIE. La sustitución de la lectura tradicional de libros por la proyección y manipulación electrónica de imágenes podría acabar creando una generación de autómatas, carentes de imaginación propia y sin ninguna capacidad creativa; controlada y dirigida por una élite de magos de la informática, capaces de manipular a su antojo a una masa alienada, incapaz de generar y expresar conceptos e ideas propias. Puede que éste sea el sueño de algún político que de esta manera pretenda controlar la humanidad; pero sería un futuro muy triste. Los libros electrónicos y la Internet tienen y tendrán un lugar en el desarrollo de la cultura, como lo tuvieron en su momento el cine, los discos, los cassettes y los vídeos. Pero de ahí a suponer que pueden llegar a sustituir totalmente la página 3

impresa es ir demasiado lejos. Y si esto llegara a suceder, sería una catástrofe sociológica; no tan sólo a nivel cultural, sino incluso a nivel de salud pública. La prestigiosa revista Newsweek publicaba un interesante artículo titulado Demasiados datos, donde alertaba sobre los graves peligros de desequilibrios y alteraciones psicofísicas que los artilugios electrónicos pueden y están generando ahora en la personalidad y en la salud de sus usuarios. Ya se han dado casos de niños con trastornos psíquicos producidos por los juegos interactivos y los cómics o cartoons o dibujos animados. En las librerías comienzan a hacer su aparición multitud de libros sobre el tema, con títulos tan claros y directos como Slowing Down the Speed of Life (Disminuyendo el ritmo de nuestra vida). En sus páginas, se invita a los hombres y mujeres del siglo XXI a reducir y limitar en su vida el «bombardeo» de la información electrónica, deshacerse de algunos artilugios y dedicarse a la lectura: «Ahora que disponemos del privilegio de las máquinas -dice un prestigioso médico-, quizás sea el momento oportuno de dar un próximo paso: dominarlas, evitar que se enseñoreen de nosotros. Hacer que sean ellas las que se ajusten a nuestro ritmo, en lugar de dejarnos arrastrar nosotros por el suyo. Y para ello, hemos de empezar por apagar la televisión, desconectar el teléfono, desenchufar la computadora... y tomarnos el tiempo para leer un libro». Y al decir esto, no quiero presentarme -ni a mí mismo, ni a la Editorial CLIE- como enemigo del progreso y de las nuevas tecnologías. Prueba de ello es que CLIE estuvo entre las primeras editoriales evangélicas que colocaron su página en Internet. Y recientemente presentamos una versión del Nuevo Diccionario Bíblico Ilustrado en CD Multimedia interactivo. Pero sigo convencido de que la lectura tradicional de libros no va a ser sustituida por las computadoras. Quizás sea por ello que el Massachusetts Institute of Technology (el «Olimpo» de la alta tecnología, de donde se forjan los más grandes inventos) esté desarrollando ya un sistema mixto, que fusiona la electrónica con la página impresa. Algo que, si algún día se consigue comercializar a un precio asequible al público, sí que puede llegar a revolucionar verdaderamente el mundo del libro: el libro electrónico, pero con páginas de papel. Se trata de un libro tradicional, en tapa dura, pero confeccionado con un papel especial que lleva incorporados en su fibra unos filamentos y terminales microscópicos. Encartado en la tapa de cartón, lleva un chip y un pequeño teclado alfanumérico. El lector escribe en el teclado el nombre del libro que desea leer, y automáticamente, mediante los filamentos, terminales y un tóner interno, sale impreso el texto deseado en las páginas de papel del libro. Cada chip puede contener cientos, hasta miles de libros. Y siempre cabe la posibilidad de cambiar el chip. De momento, 4

todavía se trata de algo experimental, circunscrito al laboratorio. Pero estoy seguro de que algún día, no muy lejano, lo veremos en las librerías. La lectura de libros ha jugado, a través de la historia, un papel importantísimo en la forja de personalidades y en la formación del carácter de los grandes hombres. Y seguirá haciéndolo en el futuro. Prévost, el gran literato francés, dijo en una de sus obras que un hallazgo casual de un buen libro y su lectura pueden cambiar el destino. Gordon Sabine, profesor de Ciencias de la Comunicación del Instituto Politécnico de Virginia, estuvo viajando junto a su esposa Patricia (también profesora de la citada universidad) durante un año entero, ciudad por ciudad de Estados Unidos, entrevistando a 1. 400 personas de todos los estratos sociales y preguntándoles: «¿Qué libro de los que ha leído usted es el que ha causado mayor impacto en su vida?». El resultado de esta encuesta -financiada por la Biblioteca del Congreso- se publicó en un libro titulado Books That Made the Difference (Libros que marcaron una diferencia). En él, tras la transcripción de alrededor de unas 200 de las mejores entrevistas, se demuestra que la página impresa, lejos de haber quedado obsoleta, tiende a ocupar un lugar cada vez más preponderante en nuestra sociedad. La lectura de un libro puede alentar carreras profesionales, cambiar sistemas y formas de vida, ayudar a vencer obstáculos, aceptar tragedias y, sobre todo, contribuir a entendernos mucho mejor a nosotros mismos. En casi todos los entrevistados siempre hubo de por medio un libro que, en una situación determinada, cambió el rumbo de su vida. Pero además de los 165 libros que se mencionan en el estudio, la Biblia es el que consiguió mayor numero de votos, muy distanciado de sus inmediatos seguidores. Un dato que los autores mencionan como curioso y digno de ser tenido en cuenta es que ninguno de los entrevistados mencionó -como libro de mayor impacto en su vidaalguno de los best-sellers de moda en el mercado; sino que todos los libros que transformaron vidas parecen proceder del pasado y haber causado ya su impacto en generaciones anteriores. La gran diversidad de opiniones y pareceres entre los entrevistados, con respecto al libro que más impactó en su vida, les llevó a concluir que no existe fórmula posible de predecir qué libros van a impactar, a quién, a qué edad, o en qué situación determinada. «La experiencia de la lectura -dicen- es algo tan personal que roza los límites de lo más íntimo. El impacto que un libro determinado puede causar a una persona en una situación determinada es algo tan personal que se hace imposible de predecir. El mismo libro leído por dos personas en iguales circunstancias puede generar reacciones totalmente opuestas. En un mundo en el que cada vez más sufrimos de 5

pérdida de identidad, la lectura de libros es una de las pocas actividades no reguladas, dentro de nuestras acciones personales de libre albedrío, en que podamos ejercitar libremente nuestra imaginación y creatividad particular». La lectura tiene distintas motivaciones. Puede hacerse por placer o por necesidad. Para algunos -los lectores de novelas y relatos-, es un escape al mundo de la fantasía, un viaje imaginario hacia horizontes que no tiene al alcance de la mano, pero que a través de un libro se le hacen tan vivos y reales como si estuviera en medio de ellos. Para otros especialmente aquellos que tienen que realizar un trabajo intelectual, la lectura es algo vital e indispensable, el oxígeno y las vitaminas de la mente, que le permite ampliar y mantener actualizados sus conocimientos. En la antigüedad, los libros eran un tesoro muy escaso. Y gran parte de la educación solía hacerse por transmisión oral. Los llamados sabios eran una élite de hombres que -podría decirse- poseían algunos de los pocos libros disponibles en su época; los estudiaban y transmitían, sacaban sobre ellos sus conclusiones y transmitían sus conocimientos a un grupo reducido de alumnos, que se criaban a sus pies y que estaban destinados a formar la élite de la generación siguiente. Los pocos libros disponibles eran considerados como la más preciada herencia y pasaban de mano en mano, de generación en generación, como un talismán. Hoy en día, sucede todo lo contrario: los conocimientos se divulgan de la forma más amplia a través de los medios de comunicación; los libros están al alcance de todo el mundo y su abundancia es tal que, en muchos casos, hace que sean incluso menospreciados. Pero el resultado final, no ha cambiado. El verdadero sabio sigue siendo aquel que, habiendo hallado en los libros la fuente de sus conocimientos, los utiliza constantemente, los investiga, los analiza, los experimenta, los enriquece y transmite lo que ha descubierto en ellos para instrucción de los demás. Es por ello que la lectura y manejo de los libros a través de bibliotecas se considera de vital importancia para la sociedad, la base de toda cultura. En todos los países civilizados, lo primero que se enseña a los niños es a leer, pues sociológicamente el índice de analfabetismo en un país va íntimamente ligado a la pobreza, la miseria y la superstición. Si queremos progresar en la vida, adquirir nuevos y valiosos conocimientos, poder hablar con propiedad de las cosas, saber lo que se dice sobre un tema, hacerlo nuestro y poderlo utilizar en su momento, hemos de aprender a utilizar libros. Lamentablemente, en el mundo, aparte de los analfabetos forzosos -los que no han tenido la suerte de que alguien les enseñara a leer y que por desgracia, todavía son millones-, existen otros tantos millones que yo identifico como «analfabetos prácticos». Es decir, personas que sí que han aprendido a leer, pero que no leen; y que se quedan anclados en sus conocimientos iniciales, sin ningún progreso intelectual. Personas que en algunos casos incluso compran libros, poseen en su casa 6

un número considerable de volúmenes, pero que ignoran cómo utilizarlos y sacar provecho de ellos. Los compran «a metros», según el tamaño y el color de la encuadernación, para que hagan juego con el color de la estantería. A éstos es necesario reeducarlos; no en la técnica de leer, pero sí en el arte de la lectura; no en el significado de las palabras, pero sí en el tratamiento de las ideas. Aunque, como hemos dicho, existen diversas motivaciones para la lectura y toda lectura es fuente de conocimientos, las razones que nos llevan a leer un libro son diferentes según la intención y objetivos del lector. En consecuencia, el tipo de libros y el manejo de los mismos es distinto para cada caso. Cabe decir, no obstante, que en todo proceso de lectura, sea cual sea el tipo de libro, las llamadas obras de referencia y consulta son indispensables y juegan un papel importantísimo. Más adelante veremos por qué... De momento, analicemos las tres motivaciones básicas o formas de lectura que podemos diferenciar como principales... Para cada una de ellas, el tipo de libro y la manera de sacar de el mayor provecho es diferente y exige técnicas distintas. Vale la pena, pues, analizarlas brevemente. I. LA LECTURA OCASIONAL COMO DISTRACCIÓN Y PLACER. Leer cualquier cosa y en cualquier circunstancia es siempre una fuente de conocimientos, aunque sea el periódico de la mañana o un simple anuncio. El que lee, aprende (para bien o para mal, esto dependerá de las lecturas que haya seleccionado, pero de lo que no hay duda es de que el que lee, aprende). Y la lectura ocasional por placer o distracción no es una excepción a esta regla. Las ideas y conceptos que introduzcamos en nuestra mente a través de la lectura podrán ser mejores o peores, buenos o malos, útiles o inútiles, beneficiosos o dañinos, edificantes o destructivos; esto dependerá de la clase de libro, revista u otra lectura que hayamos elegido. Pero de lo que no cabe duda es de que la simple acción de leer, aunque sea con el propósito lúdico de divertirnos y distraernos, introduce ideas y conceptos en la mente y, por tanto, conocimientos. ¡El que lee, aprende! Sí, para bien o para mal, pero aprende... La lectura de una novela no se limita a introducir al lector dentro de una simple trama ficticia, romántica o de acción. Normalmente, esta trama se sitúa en un lugar determinado, en una época concreta y dentro de un ambiente definido, que el autor describe con toda riqueza de detalles. Y estos detalles, para el lector, son una fuente valiosísima de conocimientos. En otros casos, la narrativa no hace sino reflejar, de forma más o menos enmascarada, hechos de la vida real, a menudo, la propias experiencias del autor; exponiendo toda una problemática de psicología humana y las consiguientes reflexiones del autor sobre la misma. Para el lector que tenga la suficiente capacidad y 7

habilidad de asimilar esta experiencia, la novela se transforma en un caudal de erudicción. Cualquiera que se haya leído las obras de Jack O’Brian, sobre las aventuras de sus personajes ficticios en la Armada Inglesa del Siglo XVIII, adquirirá unos conocimientos de historia asombrosos y acabará conociendo el argot, las costumbres y las artes de la navegación, tan bien como cualquier experto marino, aunque viva tierra adentro y no haya visto nunca el mar. ¿Quién puede negar que los viajes ficticios de Julio Verne son, para cualquier lector, una impresionante lección de geografía? ¿Y quién cuestiona que la descripción más fiel y detallista de la la situación heroica que atravesaron los protestantes en España durante la época histórica de la tristemente famosa Inquisición no es la novela de Débora Alcock, Los hermanos españoles? La lectura ocasional por placer y distracción puede incluir muchos tipos de libro. Pero se centra, mayormente, en la literatura, la ficción, la narrativa histórica, las biografías y los poemas. La lectura de este tipo de libros, como la de todo libro, requiere su técnica. Y en ella, las obras de referencia y consulta juegan un papel importante. Veamos cómo y por qué, mediante tres consejos que, sin duda, nos ayudarán a sacar el mayor provecho de este tipo de lectura. 1. Ambientarse psicológicamente en el tema del libro. Hay que dejar vía libre a la imaginación. Leer una novela o una biografía con un espíritu crítico-científico -excepto en aquellos casos en que esto se hace imprescindible y necesario por razones técnicas de profesión o estudio- es una mala forma de leer. La lectura ocasional por placer debe ser precisamente eso: un placer. Y para que sea así, el lector debe introducirse, es decir, «sumergirse» literalmente en la trama del libro, haciéndose parte del mismo, como si fuera uno más de sus personajes. Debe ser capaz de escuchar «literalmente» el silbar del viento, el chasquido de la lluvia al caer sobre los charcos y el seco retumbar de esos pasos siniestros que se acercan en la oscuridad... El autor trata de describir la escena con el mayor realismo posible y el lector se ha de esforzar en vivirla. Cuando leemos un relato, nuestra concentración ha de llegar al punto de perder el contacto con el mundo real, ignorar por completo aquello que nos rodea y entrar de lleno en la escena del libro, hasta el punto que, cuando cerremos la tapa, nos hemos de sentir como si despertáramos de un sueño. No se trata de «devorar» páginas y páginas con rapidez, para acabar pronto. Se trata de vivir la trama y el ambiente del libro, reparando en todos los detalles y haciéndolos nuestros. Y pare ello, en muchas ocasiones es necesario detener la lectura, retroceder unas páginas y leernos de nuevo un pasaje anterior, a fin de conectarlo con el que estamos leyendo; reflexionar sobre los razonamientos que el autor expone por boca de sus personajes y, especialmente, consultar en las obras de referencia -diccionarios, 8

atlas, libros de geografía e historia- cualquier detalle o palabra que al leer no entendamos o no nos quede lo suficientemente clara a través de la propia narrativa. 2. Evitar caer en el cansancio o en el aburrimiento. Muchos lectores jamás llegan a terminar un libro. Y algunos ni siquiera pasan de la mitad. Si se aburren, se cansan y abandonan su lectura, aunque esto les produzca un cierto remordimiento. La causa de este problema está en que utilizan una técnica incorrecta en la lectura. A saber, empiezan el libro por la primera página y, como las termitas, van devorando sistemáticamente todo lo que encuentran a su paso, sin detenerse por nada, tanto si lo entienden como si no. Sucede, entonces, que la lectura se les «indigesta». Como sea que su cerebro no capta ni asimila adecuadamente la totalidad de lo que están leyendo, no consiguen introducirse en la trama hasta formar parte de la misma y, en consecuencia, su mente se desconcentra y vuela hacia otros asuntos y otros lugares. Entonces, se aburren; los ojos se les cansan y abandonan la lectura. Y es que leer no ha de ser como el devorar de las termitas, sino como el libar de las abejas. Es decir, si en la lectura de un relato, encontramos alguna parte que se nos hace aburrida o incomprensible, quizás llena de datos históricos o técnicos aparentemente irrelevantes, debemos detenernos; leer de nuevo todo el pasaje, párrafo a párrafo, y echar mano de las obras de referencia y consulta, a fin de buscar todo aquello que no entendemos. Buscar en un buen diccionario el significado de todas las palabras que nos resulten desconocidas; en un buen libro de historia, los hechos y las gestas de los personajes históricos que el autor cite, o en un libro de geografía, la situación en el mapa y las costumbres del lugar y de la época donde el autor sitúa la acción. Esto nos ayudará a entender mucho mejor el pasaje en cuestión y, a la vez, nos refrescará la mente, evitando el hastío. Si a pesar de ello, seguimos sin entender el pasaje en cuestión, lo que haremos es pasarlo por alto, ¡de momento! Y seguir adelante en la lectura, a otro capítulo o pasaje que nos llame más la atención, que contenga más acción. Y al hacerlo, con toda probabilidad, descubriremos que el propio autor explica, unas páginas más adelante, aquello que no entendíamos en las páginas precedentes y cuya lectura abandonamos. Veremos también que aquello que no comprendíamos guarda una conexión directa con otros sucesos que se narran en otra parte del libro y, eventualmente, tendremos que regresar hacia atrás, y leer de nuevo el pasaje cuya lectura abandonamos, en busca de los datos necesarios para entender mejor la trama de lo que ahora estamos leyendo. Pero, de momento, saltándonos temporalmente la lectura del fragmento o capítulo que nos parece aburrido e incomprensible, habremos evitado el cansancio y el abandono del libro. 3. Sacar el mayor provecho intelectual. 9

Hay que intentar siempre, por todos los medios, sacar de todo tipo de lectura, aunque ésta sea ocasional y por placer, el mayor fruto intelectual posible. Y el mejor medio para conseguirlo es complementarla siempre con el uso de las obras de referencia y consulta, que nos aportan los datos adicionales y necesarios para que la lectura de cualquier libro se convierta en algo verdaderamente provechoso desde un punto de vista intelectual. Como apuntábamos anteriormente, con frecuencia muchos lectores se aburren y abandonan la lectura de un libro por dos razones: a) Por falta de conocimientos y datos sobre el tema o escenario en el que el autor sitúa la acción; lo que dificulta sensiblemente la comprensión de la trama. b) Porque su vocabulario es escaso y no entienden muchas de las palabras o expresiones utilizadas por el autor. No siempre resulta posible al autor de un relato aportar en el mismo todos los datos científicos, históricos, geográficos, étnicos y sociales necesarios para informar al lector con respecto a la época o el entorno en que sitúa la acción, ni tampoco la biografía de los personajes históricos que cita en la trama. Hacerlo aumentaría desproporcionadamente el número de páginas del libro, excediendo en mucho las normas y requisitos del editor en cuanto a tamaño y precio. Por regla general, el autor ha de confiar en los conocimientos previos que el lector ya posee sobre el tema. Pero cuando se da la circunstancia -muy frecuente- de que el lector no tiene tales conocimientos, la lectura se hace difícil o incluso incomprensible, el lector pierde la trama, se confunde, se frustra y abandona el libro. Otras veces, la naturaleza de los personajes o la materia tratada obliga al autor a utilizar vocablos y expresiones que no son de uso común y cuyo significado exacto ignoramos. En otras ocasiones, el problema está en la época en la que el libro fue escrito; los idiomas son algo vivo y las expresiones de uso común evolucionan con el tiempo. ¿Quién es capaz, por ejemplo, de leer las aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha sin disponer a su lado de un buen diccionario para consultar docenas de términos utilizados por Miguel de Cervantes y que hoy en día no usamos ni entendemos? Con ello, no tan sólo conseguiremos la necesaria y correcta comprensión de lo que estamos leyendo, sino que alcanzaremos también a enriquecer sensiblemente nuestro vocabulario. Pasar por alto las palabras que no entendemos nos puede llevar a perder el sentido de la lectura y ser motivo también de aburrimiento, y de abandono del libro. Para evitar que esto suceda, es necesario tener siempre a mano un buen surtido de obras de referencia, donde poder consultar y obtener la información adicional necesaria para comprender el texto que estamos leyendo. 10

Desgraciadamente, la vida moderna y el progreso de la tecnología no han contribuido en nada al desarrollo y al enriquecimiento de nuestro idioma, extremadamente rico en vocablos, sinónimos y antónimos que, empleados correctamente, permiten expresar mejor y con mayor exactitud las ideas. Todo lo contrario: el vocabulario en su uso común y corriente en la calle, en una persona de cultura media, va deteriorándose y empequeñeciéndose cada día más. Si a esto añadimos la problemática de las diferencias fonológicas y léxicas entre el español castellano y el español meridional o hispanoamericano, los barbarismos y extranjerismos incorporados recientemente en nuestro idioma (especialmente del inglés) y los solecismos y neologismos, tan de moda entre los jóvenes, el panorama para el futuro de la lengua y para los escritores no es muy esperanzador. El nivel de comprensión es cada vez mas bajo... Es triste ver cómo aquellos grandes himnos clásicos de nuestro himnario, poemas verdaderamente magistrales, en los que cada palabra era un mundo de significado teológico, caen en el olvido y en la mayoría de iglesias han dejado ya de cantarse, sustituidos por otras composiciones contemporáneas de pluma muy ligera y en las que la estructura poética y calidad literaria brillan por su ausencia. Podrá alegarse que el problema está en los estilos de la música, en los ritmos y en la necesidad de ir a melodías más actuales, más modernas. Pero el ritmo de la melodía no es incompatible con el contenido literario o teológico de la letra. Y cuando analizamos el fondo de la cuestión, descubrimos que la triste realidad es otra. Muchos de nuestros himnos clásicos se tildan de anticuados y caen en desuso, porque quienes los cantan, en especial los jóvenes, desconocen y, por tanto, no entienden más del cincuenta por ciento de los vocablos y figuras del lenguaje, que sus autores, a finales del siglo pasado, utilizaron al escribirlos o traducirlos. Este problema se evitaría -y el vocabulario español de los miembros de nuestras iglesias se enriquecería extraordinariamente- si el director de música o el pastor se preocupara en explicar, antes de cantarlos, el significado de las palabras. Lo mismo está sucediendo con algunas versiones de la Biblia. ¿Cuál es la alternativa correcta? ¿Rebajar a un primer grado la calidad literaria de nuestros escritos o esforzarnos en tratar de elevar el nivel cultural de nuestro pueblo evangélico? El ajetreo y las presiones de la vida moderna nos obligan a aprovechar, para la lectura, los momentos y lugares más insólitos. El tren, el autobús, el avión, el tiempo libre en el trabajo... Lugares en los que no disponemos de libros de consulta. En tal caso -si el libro es nuestro-, es conveniente marcar el pasaje o palabra que no hemos entendido para una posterior consulta; o bien -si el libro es prestado-, anotar en un papel o cuaderno de notas la palabra (o duda) y la página correspondiente, aprovechando la primera ocasión que tengamos para buscarla en el diccionario y ampliar la información, volviendo a leer, después, el pasaje, a la luz de las explicaciones obtenidas. Anotar y consultar las palabras que desconocemos y los pasajes y conceptos que no entendemos es el mejor procedimiento para convertir la lectura en 11

un medio de enriquecer y aumentar nuestros conocimientos. Cualquier libro o lectura ocasional, incluso la de un cómic o la de un anuncio, a la que se aplique este método, no tan sólo hará las delicias del lector, sino que se transformará, para él, en un manantial de sabiduría. II. LA LECTURA DEVOCIONAL Y EL ESTUDIO BÍBLICO. Es éste un hábito personal que todo cristiano debe cultivar a diario. La vida espiritual es como un árbol: no puede permanecer estancada; o crece o muere. Junto con la lectura de la Biblia, el creyente debe sumar la de otros libros que le ayuden en su comunión con Dios y en su crecimiento espiritual. La lectura devocional debe ir acompañada y ligada al estudio bíblico; pues la combinación de ambas cosas es muy provechosa. Algunos libros devocionales suelen ser muy profundos y hace falta completar su lectura con el estudio bíblico y la ayuda de obras de referencia y consulta, si queremos, verdaderamente, obtener de ellos todo el fruto posible. La lectura de la Biblia y la lectura devocional es conveniente realizarlas en la hora quieta, a solas, unidas a la oración. A la lectura de la Biblia hemos de sumar la de otros libros que nos inspiren, que nos ayuden a crecer en la vida cristiana, que nos consuelen en los momentos difíciles, que nos den aliento para seguir en la lucha y nos enseñen el camino en nuestro peregrinaje hacia el hogar celestial. Afortunadamente, hay abundancia de ellos en las librerías; y, aunque algunos dejan bastante que desear, otros son excelentes y valen por su contenido diez veces lo que cuestan. A la lectura devocional, se aplican los mismos consejos que hemos dado para la lectura ocasional de relatos, en cuanto a comprensión y consulta de las palabras que no entendemos. A ellos podemos añadir la conveniencia de anotar en un cuaderno o diario todas las ideas y pensamientos que vengan a nuestra mente sobre el pasaje. Aquello que más nos haya inspirado y mayor bien nos haya hecho, las respuestas a la oración y otros comentarios personales. Esto es especialmente útil para los pastores y predicadores, pues constituye una fuente de ideas para futuros mensajes. Los libros devocionales, en especial los de meditaciones diarias, siempre toman como base un texto o un pasaje de la Biblia. Pero a veces resulta difícil entender el texto comentado sin leer el contexto y profundizar más él. Y aquí es donde entra en juego el estudio bíblico; es conveniente consultar el texto o pasaje en el que el autor basa su meditación en uno, o mejor aún -si es posible-, varios comentarios bíblicos. El uso del Diccionario Bíblico es indispensable a la hora de consultar y entender el significado de todos los términos bíblicos y teológicos que de entrada no entendemos.

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Aunque es recomendable que la lectura devocional se haga en una hora quieta, con tranquilidad y con la posibilidad de disponer fácilmente de otros libros donde consultar aquello que no entendemos, la realidad práctica es que -como decíamos en el caso anterior- el ajetreo de la vida moderna nos roba el tiempo disponible: hay que aprovechar los segundos y, a veces, el lugar y la hora no facilita la posibilidad de consultar otros libros para profundizar en el estudio. Por ello, se hace necesario también recurrir a las anotaciones. A quien tenga la costumbre de leer la Biblia en la cama, le será incomodo y engorroso consultar diccionarios y comentarios bíblicos, y a quien lo haga en el autobús, le será imposible. Pero un lápiz y un papel son fáciles de usar y de tener a mano; una simple anotación en el margen del libro es suficiente para acordarse de la idea y profundizar en ella posteriormente, con calma, con ayuda de las obras de referencia y consulta, cuando dispongamos del momento oportuno y del tiempo necesario para hacerlo. La Biblia es la Palabra Inspirada de Dios, nuestra fuente de Revelación. Por consiguiente, la lectura de cualquier pasaje de la misma bajo la guía del Espíritu Santo, aunque sea al azar y no siga un esquema metodológico, siempre es enriquecedora y reconfortante. Siempre tiene un mensaje que comunicarnos, algo que decirnos o que enseñarnos. Con todo, si queremos verdaderamente profundizar en la riqueza de sus enseñanzas y sacar de ella el máximo provecho personal, extrayendo los tesoros espirituales que esconde en sus entrañas, hemos de recurrir al estudio bíblico sistemático. Y esto requiere un plan de estudios y la ayuda auxiliar de obras de referencia y consulta. El primer requisito para iniciarnos en el estudio bíblico es adquirir y leer un libro que nos explique cómo estudiar la Biblia, que nos enseñe a trazar el plan de estudios y nos muestre los métodos y técnicas a seguir en el mismo. En las librerías cristianas hay abundancia de libros que cubren dicha necesidad. El más completo, práctico y eficaz, entre todos los que hemos examinado, y que por tanto recomendamos de manera muy especial, es la obra del conocido autor Josh McDowell titulada Guía para entender la Biblia (CLIE 223450). ¡Un libro excelente! ¡No tiene desperdicio! Contiene tablas de guía para el estudio, ejemplos prácticos, normas de interpretación, bibliografía de obras de consulta recomendadas. Como segundo paso, para aquellos que deseen profundizar algo más en los métodos de estudio bíblico, está la obra de Merill C. Tenney, Gálatas, la carta de la libertad cristiana (CLIE 220423). Aunque aparentemente, por el título, puede parecer un simple comentario de la Epístola a los Gálatas, en realidad es uno de los mejores libros de hermenéutica práctica donde aprender las normas de interpretación y los métodos de estudio bíblico. Así, sobre el ejemplo práctico de la carta a los gálatas, ejemplifica los distintos métodos de estudio aplicables a todos los libros de la Biblia. ¡Otro libro verdaderamente extraordinario! 13

Los que quieran seguir adelante pueden leerse con detenimiento el capítulo que más adelante dedicamos a las obras de referencia y consulta de hermenéutica. Basta, por ahora, con decir que la lectura devocional y el estudio bíblico personal son indispensables para todo creyente, la mejor receta para una vida cristiana saludable y libre de zozobras. III. LA LECTURA TÉCNICA O PROFESIONAL. A pesar de la mucha satisfacción que proporciona la lectura de un buen libro como forma de distracción y de la importancia que tiene para el cristiano la lectura devocional y de estudio bíblico, lo cierto es que la mayor parte de los que compran y leen libros cristianos no lo hacen por distracción -y lamentablemente, ni tan siquiera por devoción-, sino más bien porque el estudio de la Biblia es parte integrante de su ministerio y, en consecuencia, de su vida: los pastores, predicadores, evangelistas, profesores de escuelas, institutos y seminarios, estudiantes, maestros de Escuela Dominical... Entre los que leen por motivos digamos «profesionales», o por razón y como parte de su ministerio, hay que distinguir tres grupos básicos de lectores; con tres propósitos distintos, aunque conexos entre sí... 1. Los que leen para enseñar. Básicamente, profesores y maestros de seminarios e institutos; pero incluye también a los pastores, líderes y maestros de Escuela Dominical, dirigentes de grupos de estudio y todos aquellos que de una forma u otra se ocupan en la Iglesia de una labor docente. Su relación con los libros tiene dos vertientes: la lectura personal encaminada a un constante reciclaje necesario para mejorar y perfeccionar sus conocimientos y, a su vez, la preparación de un programa de estudios, que incluye la selección de los libros adecuados como texto de sus asignaturas y recomendables a sus alumnos. Para que un libro sea útil en la enseñanza, es necesario que el profesor o maestro siga algunas normas básicas, que cabe resumir en las siguientes: a) Informarse tanto como sea posible para conocer la oferta de libros disponibles sobre la materia que tiene que enseñar. Visitar periódicamente las librerías cristianas y examinar tanto los títulos publicados como las novedades de reciente aparición, a fin de hacerse una idea de su contenido y de la utilidad que pueden tener en su labor. Pedir catálogos y leer todo tipo de revistas y material informativo que faciliten las editoriales.

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b) Escoger entre todos los libros disponibles aquel que, en su criterio, considere mas adecuado, más acorde a sus puntos de vista y que mejor se ajuste al nivel de sus alumnos como texto base para la asignatura o tema que proyecta enseñar. c) Leer y estudiar a fondo el libro seleccionado, analizando todos los conceptos y asegurándose de que lo entiende todo a la perfección. Hay profesores que entregan a sus alumnos como texto base un libro que ellos mismos no entienden y, a veces, que ni tan siquiera han leído. d) Ampliar la información que ofrece el libro seleccionado mediante la lectura de otros libros sobre el mismo tema, que presenten puntos de vista distintos u opuestos. e) Preparar sus propias notas y conclusiones sobre lo que dice el texto del libro seleccionado, mediante el uso de obras de referencia y consulta. Redactar cuestionarios de preguntas, si el libro no los tiene, etc. Asegurarse de que está en condiciones de contestar sobre la materia cualquier pregunta que pueda suscitarse en clase. f) Asignar a los alumnos lecturas parciales del libro y debatirlas luego en clase, enfatizando los puntos importantes, aportando su propia información, aclarando palabras y expresiones difíciles y asegurándose, mediante preguntas, de que los alumnos han entendido todo lo que el autor del libro trata de comunicar. g) Facilitar a sus alumnos una bibliografía sobre la materia en base a la oferta disponible en las librerías, que él debe conocer y haber examinado previamente, y recomendarles la lectura de otros libros complementarios. No es el objetivo de este libro entrar en un análisis de las distintas formas y técnicas de enseñanza ni explicar métodos pedagógicos; tan solo remarcar la importancia de los libros en el proceso. La comunicación del pensamiento utilizando la lectura como auxiliar pedagógico es uno de los mayores privilegios de que goza el ser humano. Hemos de saber valorarlo y utilizarlo como es debido. Todo lo que deseamos saber y transmitir a los demás ha sido ya escrito y, por medio de la lectura y de la página impresa, podemos hacerlo nuestro y a la vez hacerlo extensivo a otros. Por ello, la lectura se considera una de las actividades más importantes del hombre civilizado. Ningún ser humano es capaz de almacenar en su mente todos los datos necesarios para analizar a fondo y conocer en profundidad una materia. Ningún profesor puede llegar a transmitir a sus alumnos, verbalmente, a través de sus clases, la totalidad de conocimientos acerca de un tema. Es necesario recurrir a los libros, a las bibliotecas y a la investigación a través de la lectura. 2. Los que leen para aprender. 15

Entre aquellos que leen para aprender y capacitarse para ejercer algún ministerio cristiano, debemos distinguir dos grupos: un primer grupo de los propiamente alumnos, esto es, que asisten a una institución teológica y estudian bajo la tutela de un profesor (cuyas lecturas, por tanto, están fijadas, seleccionadas por un programa de estudios y guiadas por un profesor) y un segundo grupo de los llamados autodidactas, aquellos que no tienen el privilegio o la oportunidad de asistir a un instituto o seminario, pero que tratan de formarse a sí mismos y de aprender a través de la lectura. Los que estudian bajo la tutela de un profesor (y en este grupo debemos incluir, además de aquellos que estudian en institutos y seminarios, a los que asisten a Escuelas Dominicales y Grupos de estudio bíblico en las iglesias) tienen la oportunidad de poder consultar al profesor todos aquellos puntos difíciles que no entienden o que les parecen controversiales. Existe la ventaja de que el profesor, además de aclararles las dudas dentro de sus posibilidades, puede recomendarles la lectura de otros libros sobre la materia, que puedan servirles para ampliar conocimientos y proporcionarles más luz. La senda del estudio se hace así mucho más fácil de seguir. Pero, desgraciadamente, no todos han tenido o tienen este privilegio. No tanto quizás en lo que se refiere a la formación básica para la vida cristiana las Escuelas Dominicales y los grupos de estudio bíblico son accesibles a todos a través de las iglesias), sino más bien en lo relativo a la preparación teológica más profunda, encaminada a capacitarles para el ejercicio del ministerio. La mies es mucha y los obreros pocos; y esto hace que muchos hombres y mujeres, deseosos de servir al Señor, se lancen al ministerio y al pastorado en «caída libre»; bajo la guía del Espíritu Santo, pero sin los conocimientos necesarios y precisos para que el Espíritu encuentre en ellos un terreno abonado, que le haga posible potenciar su ministerio y hacerlo cada vez más enriquecedor para aquellos a quienes ministran. A éstos admiramos y, por ello, queremos tratar de ayudarles en todo lo posible. Muchos son los que, a pesar de no haber tenido la oportunidad o la posibilidad de acceder a estudios superiores, no se conforman a su suerte, y luchan contra viento y marea, contra el cansancio, contra el sueño y el aburrimiento, sacrificando diversiones y tiempo libre, para conseguir -de adultos-, a través de la lectura, aquellos conocimientos teológicos que -de jóvenes-, por las circunstancias que fueran, no estuvieron a su alcance en un seminario, instituto, colegio o universidad. A todos ellos queremos hacer llegar, a través de las páginas de este libro, nuestra admiración y nuestro mensaje de aliento. ¡No se desanimen! Con la ayuda de Dios no hay imposibles. Para conseguir una buena preparación, a cualquier edad, tan sólo se requiere esfuerzo y voluntad. Nunca deberíamos olvidar que algunos de los más grandes hombres de Dios, a lo largo de la historia, jamás pisaron un Seminario. 16

Fueron autodidactas y se formaron a sí mismos a través de las bibliotecas y de la lectura. Nuestra primera recomendación es que, siempre que sea posible, entren en contacto con alguna institución teológica cristiana. Esto les facilitará mucho las cosas. Actualmente, hay muchas Escuelas Bíblicas e Institutos que ofrecen clases en horas nocturnas o en fines de semana. Si debido a su situación geográfica u horarios de trabajo, esto no les resulta posible, pueden buscar de ponerse en contacto con alguna de las instituciones que ofrecen cursos por correspondencia, a través de vídeos o de cassettes. Ello les proporcionará la ventaja de un programa sistemático de estudios y el contacto con un profesor, que corrija y evalúe sus ejercicios y exámenes. Pero si no consiguen ni esto, ¡tampoco se desanimen!. Siempre queda el recurso de crear uno mismo su propio programa de estudios, adquiriendo algún curso completo de teología, como el Curso de Formación Teológica Evangélica, de Francisco Lacueva, editado por CLIE. La mayor parte de libros de estudio y obras de referencia incluyen cuestionarios útiles encaminados a tal fin. Adquirir un libro de Teología Bíblica o Sistemática, como el Manual de Teología Bíblica de Stanton W. Richardson, y seguir el programa trazado en el índice puede ser también un buen comienzo. Lo importante es no leer libros al azar, sino proveerse más bien de un programa sistemático y gradual de estudio, dejándose guiar por él. La lectura indiscriminada de todo aquello que nos apetezca, no hay duda, nos proporcionará algunos conocimientos (el que lee, aprende); pero si estos conocimientos adquiridos al azar no van coordinados a través un programa de estudio gradual y escalonado, es probable que no seamos capaces de coordinarlos y enlazarlos unos con otros entre sí; que no consigamos digerir buena parte de lo que leemos y que desaprovechemos la mayor parte del esfuerzo y empeño que pongamos en ello. Un buen programa sistemático de estudio a través de la lectura, apoyado y complementado por una biblioteca bien organizada en la que haya una buena provisión de obras de referencia y consulta, puede llegar a transformar a un hombre sin limitaciones y capacitarle intelectualmente para llegar hasta donde él mismo se proponga. Ciertamente, todo hay que decirlo, el embotamiento intelectual debido a la falta de preparación en su juventud le hará las cosas más difíciles, le obligará a poner de su parte mucho más esfuerzo (Ec. 19:10); pero es un esfuerzo que merece la pena. La utilización que el estudiante -pertenezca a uno u otro grupo, bien sea alumno o autodidacta-, debe hacer de los libros es prácticamente idéntica a la que debe hacer todo pastor y todo aquel que, de alguna manera, se encuentre ejerciendo algún ministerio. Por tanto, nos referiremos a ella a continuación, al hablar de los que leen para reciclarse, para perfeccionar y aumentar sus conocimientos... 17

3. Los que leen para perfeccionar y aumentar conocimientos. Pastores, predicadores, evangelistas, líderes, consejeros cristianos... Todos ellos acuden a una librería cristiana en busca de un libro determinado, impulsados mayormente por la necesidad de ampliar su información sobre una materia o tema en concreto: una conferencia que han de dar, un sermón que tienen en la mente predicar, un problema de teología pastoral, una fiesta que organizar en la iglesia... El espectro de necesidades del ministro cristiano es tan amplio que no tiene límites. Desde los típicos temas de sexo, noviazgo y matrimonio para instruir a las parejas que van a casarse, hasta el libro adecuado que sirva de consuelo a un enfermo terminal o a alguien que ha perdido a un ser querido. Desde la educación de los hijos y los conflictos matrimoniales, hasta la controversia con los grupos sectarios. En España decimos que un pastor ha de saber de todo: «desde freír una corbata hasta planchar un huevo». La lectura del pastor, o del que ya está ejerciendo un ministerio, debe ser muy cuidadosa y selectiva. En la mayoría de los casos, no se trata de leerse los libros de «tapa a tapa», de un tirón, como se lee una novela, sino más bien de profundizar en el análisis de aquellos pasajes que contienen información específica sobre la materia que le interesa. El pastor no tiene por qué haberse leído de «tapa a tapa» todos los libros que tiene en su biblioteca; pero sí debe saber de qué tratan y cómo y cuándo pueden serle útiles. Ni tan siquiera tiene por qué leerse enteros todos los libros que compra; pero sí que debe saber la razón, el propósito por qué los compró. Cuando un pastor compra un libro, debe iniciar la lectura por la contratapa del libro para conocer el resumen editorial y el currículum del autor. Y esto se supone que debe hacerlo en la librería, antes de comprarlo. A continuación, procederá a un examen del índice para conocer la estructura general de la obra, y a leerse por encima los prólogos y prefacios, a fin de hacerse una idea general del tratamiento que el autor da al tema. El pastor tiene el derecho de examinar el libro en la librería antes de comprarlo. Si el libro está envuelto en plástico, pida al librero que rompa el plástico y le permita examinarlo con detalle. Un pastor no puede comprar un libro como si fuera un melón o una sandía, simplemente tocando la «cáscara». ¡Tiene derecho a examinar el interior! Y los libreros deberían saber esto. Aunque es bueno que los libros para la venta estén envueltos y sellados en plástico para protegerlos del polvo, la humedad y el manoseo, deben tener un ejemplar de demostración, como hacen las casas de venta de automóviles, para que el cliente pueda examinarlo y probarlo antes de decidirse a comprarlo.

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Una vez adquirido el libro, ya en su casa, procederá a leer las introducciones para cerciorarse de si el autor incluye en ellas recomendaciones referentes a la mejor forma de utilizar y sacar provecho del libro en cuestión. Hecho esto, procederá a una lectura general selectiva del texto, mediante uno de los distintos métodos de lectura rápida, que le proporcione una idea general del contenido y le permita señalar con un marcador aquellos pasajes que le interesan de manera especial y que considera útiles para el futuro. Y aquí entran en juego los métodos de lectura rápida. No todos leemos igual. En estudios realizados con distintos grupos de lectores respecto a su habilidad para leer, escogiendo para la prueba un texto de dificultad normal y conjugando la velocidad de lectura con un nivel alto de comprensión, los resultados obtenidos se han agrupado en cuatro categorías: Lectores lentos: de 100 a 150 palabras por minuto. Lectores normales con práctica: de 200 a 300 palabras por minuto. Lectores buenos: 500 palabras por minuto. Lectores muy buenos o excepcionales: 1000 palabras por minuto. Por tanto, la velocidad de un lector normal, con algo de práctica, podemos situarla sobre las 250 ppm. Pero, con un poco de adiestramiento, cualquier lector puede duplicar su rendimiento alcanzando fácilmente las 500 ppm. Ya con un entrenamiento más largo, los resultados pueden ser espectaculares. Sobre el tema de los métodos de lectura rápida, recomiendo el libro del profesor David Solá, publicado por CLIE, El Cristiano y la mente. En el capítulo 6 de este libro, titulado Una nueva forma de leer, al autor desarrolla ampliamente este tema de la lectura rápida, y propone un método completo de lectura rápida aplicado a la Biblia y a los libros cristianos. Incluye ejercicios prácticos, que en poco tiempo consiguen mejorar sensiblemente la capacidad de cualquier lector. Explica todas las técnicas de lectura selectiva: en vertical, por bloques horizontales y en zigzag. Es uno de los libros mas útiles y provechosos que un pastor o estudiante puede adquirir. Como hemos dicho, esta primera lectura selectiva, la aprovecharemos, básicamente, para señalar con un marcador todos aquellos pasajes y párrafos del libro que nos han llamado la atención y cuyo contenido consideramos puede sernos útil y de interés en un futuro. Una vez finalizada la lectura, abriremos de nuevo el libro y, empezando desde el primer capítulo hasta el final, procederemos a redactar una ficha bibliográfica temática, para cada uno de los temas que hemos descubierto que se tratan a lo largo del libro y que hemos señalado con el marcador porque consideramos que, en un futuro, pueden sernos de utilidad. Esto es lo mas importante y lo que hará que este libro llegue a sernos verdaderamente útil en el futuro. Hoy en día no es adecuado hablar de fichas manuales, pues casi todo el mundo tiene computadora. Por tanto, digamos que en la computadora abriremos una entrada, o 19

ficha para cada tema que hemos marcado en el libro como de interés. En un campo que nos permita una futura búsqueda y orden alfabético, situaremos el nombre del tema en cuestión: Bautismo, Predestinación, Anticristo... Una ficha para cada tema. En los otros campos de la ficha (dependiendo del programa), introduciremos los datos correspondientes a: título del libro, autor, editorial y, ¡muy importante!, clave para localizarlo en la biblioteca. Una biblioteca desorganizada, que no facilite y permita encontrar un libro que necesitamos en el momento en el que lo necesitamos, puede ser muy decorativa en el despacho pastoral, pero no es de ninguna utilidad (sobre la organizac ión de las bibliotecas, recomiendo la lectura de mi anterior libro La Biblioteca Pastoral: consejos prácticos para su formación, ampliación y organización). En la ficha incluiremos un breve resumen de lo que el libro dice sobre el tema y el número de la página del libro donde encontrar esa información. El acceso a esta ficha es lo que nos permitirá en el futuro, en el momento preciso en que nos haga falta, partiendo de un tema determinado, acceder fácilmente a todos los datos y conocimientos que sobre este tema tenemos disponibles en nuestra propia biblioteca. Y este procedimiento se aplica no solamente a los libros, sino a los artículos interesantes que leemos en revistas y periódicos y que podemos guardar en carpetas. Sucede, muchas veces, que tenemos que hablar sobre un tema y no sabemos dónde encontrar material referente al mismo. Y, sin embargo, se da la paradoja de que, con toda probabilidad, en nuestra propia biblioteca disponemos de material más que abundante; de varios libros que, en alguna parte, en alguna página, tratan sobre ese tema y contienen información que nos sería valiosísima para nuestro propósito. Pero a través del título es imposible detectarlo o descubrirlo; y aunque hayamos leído previamente el libro, es muy improbable que recordemos que el libro trata acerca de ese tema, porque nadie es capaz de retener en la memoria todos los libros que ha leído. Y los libros se convierten en instrumentos inútiles si no sirven para proporcionarnos la información que necesitamos, en el momento preciso que lo necesitamos. Pero la redacción y el mantenimiento de tales fichas temáticas, al leerlas por primera vez, en una biblioteca bien organizada, se convierte en una fuente de recursos casi ilimitada. Un recurso adicional para los que no tienen la posibilidad o el tiempo de organizar su biblioteca por un sistema temático, son los Índices Temáticos o Analíticos incluidos en los mismos libros. La mayor parte de libros de cierta calidad incluyen al final del libro un índice alfabético de las palabras y conceptos que se tratan o discuten en el mismo. Junto a cada palabra, se indica la página del libro donde se encuentra o se discute el tema al que esta palabra hace referencia. Algunos libros llevan un Índice Onomástico (del griego ónoma, que significa nombre), con los nombres de todos los personajes mencionados en el mismo. Un lector avispado, que sepa manejar con 20

habilidad estos índices, puede sacar cantidad de información. Basta consultar en los Índices Temáticos de algunos libros las palabras y conceptos relacionados con el tema que nos interesa. Lógicamente, habremos de escoger libros más o menos relacionados con el tema en cuestión; sería absurdo, por ejemplo, buscar información sobre conceptos de mecánica en un libro de jardinería. ¿Lo sería? ¡No deberíamos decirlo tan pronto! Pues incluso en un caso como éste, que mencionamos como extremo, podríamos llevarnos una sorpresa... En un buen libro de jardinería es posible encontrar, con bastante probabilidad, información mecánica sobre qué son, cómo funcionan y cómo se reparan las bombas hidráulicas y otros artefactos. Así, los Índices Temáticos y Analíticos son una fuente ilimitada de información si sabemos como manejarlos y sacar partido de ellos. Otra extraordinaria fuente de información, a la que lamentablemente no siempre damos la importancia y aprecio que merece, y que con frecuencia la desperdiciamos, ignorándola y pasándola por alto, son las bibliografías. Casi todos los autores, antes de escribir sobre un tema, recopilan, examinan y leen una enorme cantidad de libros relacionados con la cuestión sobre la que tiene intención de escribir. Su objetivo, al hacerlo, es doble: informarse acerca de lo que otros autores han dicho antes que él sobre ese tema y, con frecuencia, citarlos a lo largo de su propia obra en apoyo de sus propias ideas, conceptos y afirmaciones. Las citas a otros autores se destacan normalmente del texto mediante «comillas», y al final de la cita se coloca, como hacemos, ahora un numerito o indicador de nota marginal, que suele situarse al pie de la misma página, al final del capítulo o al final del libro, -según el gusto del autor y la conveniencia del editor. En estas notas marginales se facilita la información correspondiente a la cita: nombre del autor citado, título de la obra y editorial que la ha publicado. Muchos autores utilizan también las notas marginales para incluir información adicional u otros comentarios relacionados directa o indirectamente con la idea que acaban de exponer, pero que consideran mejor no incorporar en el texto principal, a fin de no interrumpir la fluidez de su lectura. Esas citas son, de por sí, una buena fuente donde encontrar información respecto a otros libros relacionados con el tema. Pero, lo normal suele ser que, además de las citas, el autor incluya al final de la obra una bibliografía, esto es, una relación o lista completa de todos los libros consultados o relacionados con el tema y que recomienda como fuentes de información adicional. Las bibliografías son muy útiles cuando se quiere profundizar y ampliar conocimientos sobre una materia. Muchas veces, consultando una bibliografía, descubrimos la existencia de libros que jamás hubiéramos imaginado que existieran o que se hubieran traducido de un idioma a otro. El que lee para perfeccionar y aumentar sus conocimientos ha de ser muy abierto en sus lecturas y aplicar al pie de la letra la recomendación del apóstol Pablo de «examinadlo todo, y retened lo bueno...» (1 Ts. 5:21). Se supone que no es un 21

neófito o un niño en la fe. Es una persona formada, madura, segura en sus propias creencias y que, por tanto, no ha de tener reparo en conocer y examinar criterios teológicos y puntos de vista distintos a los suyos propios o a los de su propia denominación. Antes, cuando una persona afirmaba algo y quería enfatizar la infalibilidad indiscutible de su afirmación, solía decir categóricamente: «Es así, con toda seguridad, porque lo he leído en un libro». En nuestros días, desgraciadamente, ya no se dice «lo he leído en un libro», sino más bien «lo escuc hé en la televisión». Lo cierto es que ni la televisión es infalible -y muy lejos esta de serlo -, ni los libros tampoco. El único libro que hay infalible es la Biblia, la Palabra de Dios. Los demás libros no hacen más que transmitir el pensamiento de su autor, que en ocasiones puede no ser el mejor o el más acertado. Pero no por ello deja de ser importante y extremadamente necesario conocerlo. De lo contrario, se encontrará en cualquier momento con que un miembro de su iglesia, que haya entrado en contacto con otros creyentes (o sectas) que propugnan otro punto de vista, le hará preguntas y le planteará problemas que no sabrá cómo contestar, porque ignora sus planteamientos. El que lee y utiliza la biblioteca para consultar y ampliar sus conocimientos sobre un tema -como es el caso del pastor- no puede limitarse a leer y poseer un solo libro sobre ese tema. Tiene que leer varios, contrastando las opiniones y puntos de vista de unos autores con otros, y sacar sobre ello sus conclusiones y opiniones propias y personales. Aquel que ha hecho del ministerio cristiano su vocación, su vida, y ejerce la responsabilidad de enseñar y exhortar a otros, tiene la necesidad y la obligación de prepararse a fondo. Y la base para esta preparación son los libros, las bibliotecas y la lectura. El pastor debe nutrirse en el pensamiento escrito de aquellos hombres que Dios ha escogido e inspirado antes que él, como escritores y expositores de su Palabra. Ha de interesarse en conocer a fondo la historia de la Iglesia, así como las distintas posturas y puntos de vista doctrinales que en su seno se han desarrollado a lo largo de los siglos. Necesita profundizar en el estudio de la Palabra, recurriendo a las lenguas originales en que fue escrita. Y para ello, es imprescindible que tenga a su disposición, como principal auxiliar en su ministerio, una buena biblioteca. Y esta biblioteca debe incluir la mejor selección posible de obras de referencia y consulta, que son para el pastor sus «instrumentos de navegación». Ha de conocerlas a fondo, saber la utilidad de cada una de ellas, manejarlas con habilidad y sacarles el mayor provecho posible. A ello dedicaremos futuros talleres...

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