Cine Mudo Beatriz Guido
La familia vivía en el ala izquierda de la casa. Las ventanas de la habitación de la niña se enfrentaban a la de sus padres. A altas horas de la noche, las ventanas de enfrente, la de los padres, se convertían para la niña, en un escenario iluminado. En
el
verano
perdían
su
importancia.
Las
ventanas
permanecían abiertas y la habitación a oscuras. Sólo sus voces y algunas palabras francés –para que la pequeña no entendiera- le hacía darse cuenta de la presencia de sus padres. Entre las ventanas de la niña y el escenario había un patio estrecho con una escalinata que descendía hasta el jardín. En las noches de invierno la pequeña se deslizaba de la cama y, arrastrando una manta de lana para cubrirse las piernas, acomodaba un banco para sentarse, después seguía atentamente todo lo que sucedía en la ventana de enfrente. Olvidaba que los actores eran sus padres: una leve cortina de tul daba al conjunto una realidad mágica. Le parecían personajes de fotografías de la “Petite Illustration”. Su madre destrenzaba su cabello ante el espejo y su bata ligera volaba por el aire cuando recorría la habitación. Su padre la seguía gesticulando mientras se quitaba el jersey. Ella le alcanzaba entonces una copa alta con un líquido rosado. Su madre parecía feliz, cantando y riendo al lado de su padre. A veces, arrojaba el peine y escondía su cabeza entre las manos. Ella se acercaba entonces y lo arrastraba fuera de la escena. Después se apagaba la luz.
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Una tarde la llevaron al cine. De pronto, inconscientemente, al ver en la pantalla a un hombre de enormes bigotes correr detrás de una mujer en camisa, dijo: —La habitación de ellos… No sabe si la oyeron. Al llegar el verano dejaron de actuar los personajes detrás de los cristales. Las sombras le devolvían solamente sus voces. Pero ella esperaba tranquila las escenas mudas del invierno. —Los niños no deben escuchar lo que hablan los mayores… Y le contaban esa historia del niño que, por espiar a sus padres, cayó en un pozo donde había una cueva de ratones monstruosos. La niña pensaba que no había ningún pozo debajo de su ventana y se sentía segura. Después del verano volvió a fascinarle lo que sucedía en la habitación de sus padres. Dormía sobresaltada, temiendo no despertar a tiempo cuando ellos aparecieran, temiendo perder parte de la obra; su primer acto, quizá. A veces esperaba largas horas detrás de los cristales, mientras todo permanecía en la sombra y, como en el cine, llevaba a su improvisada platea maíz tostado, cacahuates calientes o un largo bastón de caramelo. Una noche esperó más de lo habitual. Tenía mucho frío y el sueño era más fuerte que la esperanza de cualquier espectáculo. De pronto se encendieron todas las luces de la habitación de enfrente y apareció su madre en escena. Esa noche regresaban del teatro. Comenzó a quitarse las alhajas ante el espejo. Su padre apareció después gesticulando con su
bastón y tratando de
amenazar su madre. Ella reía todo el tiempo, entrando y saliendo de la escena. Cuando regresó con esa bata que le prestaba dos alas, él la tomó en sus brazos y la arrojó violentamente fuera del 2
escenario. Todo estaba silencioso, mudo, sólo veía la cabeza de su madre y los brazos que rodeaban el cuerpo de su padre. Desprendiéndose de ella, su padre salió de escena y regresó con un revólver en la mano. La niña se subió al banco y desesperada, como si pudieran escucharla, gritó: —No, no, a mi madre no… Él volvió su rostro hacia la niña, levantó el revólver hasta su sien izquierda y después de un sonido lejano, sordo, seco, cayó sobre la alfombra. Su madre desapareció con él. Se desmayó. Cuando abrió los ojos había transcurrido mucho tiempo. Nunca preguntó por su padre. La vistieron de lila, y un día su madre se creyó obligada a decirle: —Tu padre no volverá por algún tiempo… quizá… Indalecio Funes le regaló un medallón para guardar su fotografía. No sabe si lo ocurrido lo vio en la pantalla del cine “Empire”, con Lilian Gish y Robert Harrow. O en el teatro, cuando la llevaron a ver a María Melato. O si se trataba simplemente de fotografías de la “Petite Illustration”. Sin embargo, desde entonces no ha vuelto a mirar una habitación iluminada a través de una ventana.
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