Ciencias Ocultas Emilio del Barco Agüimes Quien ignora, teme y obedece. La mejor forma de mantener a un pueblo sumiso, es preservar su ignorancia. Saber es el primer paso hacia el sentimiento de libertad espiritual. La tendencia natural de los sistemas de creencias dogmáticas es apoyar gobiernos absolutistas. Aún cuando no coincidan en el credo, apoyan el método. Un ejemplo claro lo vemos en el apoyo de los obispos cristianos norteamericanos en las campañas presidenciales. Apoyan al que se muestre más devoto. Sin importar demasiado que la confesión del candidato coincida con la suya. La primera condición es ser devoto. Estar dispuesto a aceptar la autoridad religiosa. Así funcionó en la última campaña. Incluso los obispos católicos norteamericanos hicieron campaña por el presidente Bush. Sin esa valiosa colaboración, no hubiese éste obtenido el voto mayoritario de millones de latinos e hispanos. Con el mismo criterio, apoyaron, anteriormente, a los generales Pinochet en Chile y Videla en Argentina. La ciencia religiosa, sencillamente, no existe. La religión, cualquiera que sea, es incompatible con el razonamiento científico. Al menos, con el razonamiento libre, sin trabas. Una persona religiosa siempre tiene fronteras, las que le marque su religión. Distintas en cada creencia. La ciencia pura no puede estar regida por creencias. De hecho, el mayor freno para los avances en ciencias de la salud, especialmente, han sido, siempre, los condicionamientos impuestos por diferentes grupos dogmáticos. Éstos no admiten que la ciencia pueda estar en desacuerdo, o, incluso, en contradicción con las afirmaciones fantasiosas, exhibidas por algunos grupos de creencias, que consideran básica la preservación de sus afirmaciones. Los principales argumentos utilizados, suelen girar alrededor del aval que les otorga la vetustez de sus afirmaciones y la supuesta procedencia divina de sus revelaciones. Olvidan mencionar que una verdad, o una mentira, no se avalan por su antigüedad. Una afirmación, sin pruebas de autenticidad, no cambia su esencia porque sea cotidiana. La ciencia presupone libertad para llegar a la verdadera raíz de las cosas. Los dogmas, en cambio, son la aceptación indiscutida de cuanto se nos presente como verdades divinas. Sin derecho ni opción de dilucidar cuáles son reales y cuáles pueden ser simples fantasías voluntaristas. Las mayores mentiras pueden urdirse entretejiendo hechos demostradamente históricos, con interpretaciones sesgadas de los mismos. En el viejo Egipto, el aprendizaje y enseñanza de la escritura jeroglífica estaban reservados a los sacerdotes. Siendo el privilegio de su conocimiento uno de los secretos mejor guardados. Enseñarlo a alguien que no fuera de su clase, estaba castigado con la muerte. Sin embargo, Moisés tenía conocimiento de los misterios de la escritura jeroglífica y las ciencias ocultas. Hay que tener en cuenta que , en Egipto, hubo dinastías semitas y que él se crió entre el personal del palacio de los faraones. Probablemente entre sacerdotes, muy cerca del poder. Eso explica sus conocimientos sobre el calendario egipcio, más cercano al gregoriano actual que el lunar, usado por los demás pueblos contemporáneos, y por otros muchos hasta nuestros días. El comienzo del año religioso que fijaba los cultos en Egipto, lo reglaban los sacerdotes de Horus, expertos astrónomos y astrólogos, conocedores de la extrema regularidad de las inundaciones del Nilo. De una a otra, siempre transcurrían 365 días. Este descubrimiento, era mantenido secreto entre la clase sacerdotal egipcia. Se explica que Moisés supiera, exactamente, en qué fecha había de iniciar el Éxodo, por su entorno vital. Antes de salir, pidió tres días de ventaja al faraón. Los que necesitaba para quedar a salvo de las tropas perseguidoras. Cuando llegaron al vado prefijado, los soldados encontraron ya la gran crecida. Los conocimientos sacerdotales no habían sido revelados ni a los soldados, ni al faraón que los envió. No
hubo tsunami en el Mar Rojo, sino la inundación anual prevista en el río Nilo, sólo conocida por los sacerdotes. No hay misterios, sino ignorancia. Emilio del Barco,,
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