Chejov, Anton - Pequeneces

  • October 2019
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  • Words: 1,832
  • Pages: 5
PEQUEÑECES ANTON CHEJOV

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PEQUEÑECES

ANTON CHEJOV

2

Nicolás Ilich Beliaev, propietario de casas en Petersburgo y asiduo concurrente a las carreras, hombre joven, de unos treinta y dos años, bien alimentado y de sonrosadas mejillas, entró al anochecer en casa de la señora Olga Ivanovna Irnina, con la cual tenía relaciones o, según su expresión, arrastraba una larga y aburrida novela. En efecto, las primeras páginas de esta novela, interesantes e inspiradas, hacía tiempo ya que habían sido leídas; las que ahora se sucedían no ofrecían nada nuevo ni interesante. Al no encontrar a Olga Ivanovna en casa, nuestro héroe pasó a la sala, se tumbó en un canapé y se puso a esperarla. -¡Buenas noches, Nicolás Illich! -oyóse una voz infantil-. Mamá vuelve enseguida. Ella y Sonia fueron a casa de la modista. En la misma sala se hallaba recostado en un diván el hijo de Olga Ivanovna, Aliosha, chicuelo de unos ocho años, esbelto, bien cuidado y vestido con una elegante chaqueta de terciopelo y largas medias negras. Tirado sobre un almohadón de raso y, por lo visto, imitando a un acróbata, a quien había observado en el circo, levantaba ya una pierna, ya otra. Cuando sus elegantes piernas se fatigaban, hacía trabajar las manos o bien se levantaba de un salto, se ponía en cuatro patas y trataba de levantar los pies. Todo lo cual realizaba con el rostro muy serio, jadeando trabajosamente, como si él mismo lamentara que Dios le diera un cuerpo tan inquieto. -¡Ah, buenas noches, mi amigo! -dijo Beliaev-. ¿Eres tú? No me di cuenta. ¿Tu mamá está bien? Aliosha, que había asido con su mano derecha la punta de su pie izquierdo y adoptado así una pose de lo más extraña, dio una vuelta, se levantó de un salto y miró a Beliaev, escondiéndose detrás de una gran pantalla afelpada. -¡Qué quiere que le diga! -dijo encogiéndose de hombros. Es una mujer y a las mujeres, Nicolás Ilich, siempre les duele algo. Al no tener nada que hacer Beliaev se puso a examinar el rostro de Aliosha. Desde el comienzo de sus relaciones con Olga Ivanovna, ni una sola vez había prestado atención al chico ni se daba cuenta de su existencia: estaba a la vista, sí, un chicuelo, pero para qué y qué papel desempeñaba, en eso Beliaev no tenía ganas de pensar. En las sombras crepusculares el rostro de Aliosha, con su frente pálida y negros ojos inmóviles, hizo recordar a Beliaev, inesperadamente, a Olga Ivanovna tal como era en las primeras páginas de la novela. Sintió deseos de acariciar al chico. -¡Ven acá, gorrión! -le dijo-. Deja que te mire un poco de cerca. El muchachito saltó desde el diván y corrió hacia Beliaev. -Y bien -comenzó diciendo Nicolás Ilich, poniendo la mano sobre el delgado hombro del chiquillo-. ¿Qué tal? ¿Cómo va esta vida? -Vea... Antes vivíamos mucho mejor. -¿Por qué? -¡Muy sencillo! Antes Sonia y yo nos dedicábamos a la música y la lectura solamente, mientras que ahora tenemos que estudiar también los versos en francés. Usted ha ido a la peluquería hace poco. -Es cierto. -Sí, porque noto que su barbita está más corta. Permítame que se la toque. ¿No le duele? -No, no me duele.

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-¿Por qué será que al tirar de un pelito solo a uno le duele, pero tirando de muchos pelos juntos no duele ni un poquitito? ¡ja, ja! Sabe, es una lástima que no lleve patillas. Aquí habría que afeitar y aquí, por los costados, dejar crecer los pelos... Se arrimó a Beliaev y se puso a jugar con su cadenita. -Cuando ingrese en el colegio -decía- mamá me comprará un reloj. Le pediré que me compre una cadenita igual que ésta... ¡Oh, qué medallón! Papá tiene uno igual, pero en lugar de estas rayitas hay letras...Y en el medio está el retrato de mamá. Papá tiene ahora otra cadenita, sin eslabones; es corno una cinta... -¿Cómo lo sabes? ¿Lo ves a tu papá? -¿Yo? Mm... no. Yo... Aliosha enrojeció y, presa de una fuerte confusión por haber sido sorprendido en la mentira, se puso a rasgar con la uña el medallón. Beliaev lo miró fijamente en la cara y preguntó: -¿Visitas a tu papá? -¡N... no! -Háblame con franqueza, honestamente... Veo por tu cara que no dices la verdad. Puesto que se te escapó la lengua, ya no tienes por qué andar con rodeos. Dime, ¿vas a la casa de él? ¡Háblame como a un amigo! Aliosha pensó un rato. -¿No se lo dirá a mamá? -¡Qué va! -¿Palabra de honor? -Palabra de honor. -¡Jure por Dios! -¡Pero qué chico!... ¿Por quién me tomas? Aliosha miró en su derredor, abrió mucho los ojos y comenzó a susurrar: -Por amor de Dios, no se lo diga a mamá... En general, no se lo diga a nadie, porque es un secreto. Si mamá llega a saberlo, estamos listos todos: Sonia, Pelagia y yo... Bueno, escuche. Sonia y yo vamos a ver a papá todos los martes y viernes. Cuando Pelagia nos lleva de paseo, antes de comer, entramos en la confitería de Apfel, donde nos espera papá... Siempre está en un reservado, donde hay una mesa de mármol y un cenicero en forma de ganso... -¿Y qué hacéis allí? -Nada. Al principio, nos saludamos; luego nos sentamos todos a la mesa y papá nos convida a café y pastelillos. Sonia los prefiere de carne ¿sabe?, pero yo no los paso. Me gustan con repollo y huevos. Comemos tanto que después, durante el almuerzo, tratamos de comer más aun para que mamá no se dé cuenta. -¿Y de qué hablan allí? -¿Con papá? De todo. Nos besa, nos acaricia y nos cuenta toda clase de historias graciosas. Usted sabe, nos dice también que cuando seamos más mayores iremos a vivir con él. Sonia no quiere, pero yo estoy de acuerdo. Cierto que sin mamá va a ser algo aburrido, pero le voy a escribir cartas. Además, podremos visitarla en los días de fiesta ¿no es cierto? Papá dice también que me va a comprar un caballo. ¡Es un hombre muy bueno! No sé por qué mamá no quiere que viva con nosotros y no nos deja ir a verlo. ¡Si él la quiere tanto! Siempre pregunta por su salud y sus ocupaciones. Cuando ella estaba enferma, él se tomó la cabeza entre las manos... así, mire... y se puso a correr por la habitación. Y nos pidió que la obedeciéramos y respetáramos. Escuche, ¿es verdad que somos desdichados? Mm... ¿Por qué?

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-Así lo dice papá. Sois, dice, muy desdichados, niños. Hasta resulta extraño escucharlo. Vosotros, dice, sois desdichados, mamá es desdichada y yo soy desdichado. Rezad, dice, a Dios por vosotros y por ella. Aliosha detuvo su mirada en un pájaro disecado y quedó pensativo. -Sí-i... -masculló Beliaev-. Conque esas tenemos. Realizan reuniones en confiterías. ¿De modo que tu mamá no lo sabe? -No-o... ¡Cómo va a saberlo! Pelagia no se lo dirá por nada. Anteayer papá nos convidó con peras. Eran dulces como la miel. Me comí dos. -Ejem... Escúchame... esto... ¿Tu papá no dice nada de mí? -¿De usted? Mire, en realidad... Aliosha examinó atentamente la cara de Beliaev y se encogió de hombros. -No dice nada especial. -Más o menos ¿qué dice? -¿No se va a ofender? -¡Qué va! ¿Acaso me reta? -No lo reta, pero, sabe... Está enojado con usted. Dice que por su culpa mamá es desgraciada y que usted... la ha perdido. Es algo raro: yo le explico que usted es buena persona, que nunca le grita a mamá, pero él no hace más que menear la cabeza. -¿Así que dice que yo la he perdido? -Sí. ¡No se ofenda usted, Nicolás Ilich! Beliaev se levantó, durante un rato quedóse de pie y luego comenzó a caminar por la sala. -Es extraño y... ridículo -barbotó, encogiéndose de hombros y sonriendo con ironía-. Él mismo es culpable por los cuatro costados y ahora resulta que soy yo quien la ha perdido, ¿qué le parece? Mire qué corderito inocente. ¿Así que te dijo sin más que yo había perdido a tu madre? -Sí, pero... usted me ha dicho que no se iba a ofender. -No me ofendo... y además ¿qué te importa? Qué cosa más ridícula: caí atrapado en una jaula y todavía resulta que soy culpable. Se oyó un timbre. El chico dio un salto y desapareció de la sala. Un minuto después entró una dama, acompañada de una niña. Era Olga Ivanovna, madre de Aliosha. Éste seguía detrás de ella, bailoteando, canturreando y agitando los brazos. Beliaev saludó con la cabeza sin dejar de caminar. -Claro, ¿a quién culpar ahora sino a mí? -barbotó, dejando oír una risita irónica-. ¡Tiene razón! ¡Es el marido ofendido! -¿De qué estás hablando? -preguntó Olga Ivanovna. -¿De qué? Escucha un poco las cosas que predica tu fidelísimo. Resulta que yo soy un canalla y un malhechor; que te perdí a ti y a los chicos. Todos vosotros sois desdichados y sólo yo soy feliz. ¡Terriblemente feliz! -¡No te comprendo, Nicolás! ¿De qué se trata? -Pues, escucha un poco a este joven caballero -dijo Beliaev, señalando a Aliosha. Aliosha se ruborizó, luego de golpe se tornó pálido y todo su rostro se contrajo por el miedo. -¡Nicolás Ilich! -murmuró-. ¡Tsss! Olga Ivanovna miró con sorpresa a Aliosha, a Beliaev y luego otra vez a Aliosha. -¡Anda! ¡Pregúntale! -continuó Beliaev-.Tu Pelagia, esa cabeza de chorlito, los lleva a las confiterías y les arregla entrevistas con el papaíto. Pero eso es lo de menos; el asunto está en que el papaíto es un mártir, mientras que yo soy un malhechor, un canalla que ha arruinado la vida de los dos...

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-¡Nicolás Ilich! -gimió Aliosha-. ¡Usted me ha dado su palabra de honor! -¡Déjame en paz! -Beliaev hizo un ademán de fastidio-. Estoy hablando de cosas más importantes que las palabras de honor. ¡Lo que me indigna es la hipocresía, la mentira! -¡No comprendo! -murmuró Olga Ivanovna y en sus ojos brillaron las lágrimas-. Oye, Aliosha -dirigióse a su hijo-: ¿Ves a tu padre? Sin oírla, Aliosha miraba espantado a Beliaev. -¡No, no puede ser! -dijo la madre-.Voy a preguntar a Pelagia. Olga Ivanovna salió. -¡Escuche, usted me ha dado su palabra de honor! -exclamó Aliosha, temblando con todo el cuerpo. Beliaev hizo un ademán distraído y siguió caminando. Estaba pensando en la ofensa y, como antes, no se daba cuenta de la presencia del chico. Él, persona mayor y seria, no estaba para niñerías. Mientras tanto Aliosha, sentado en un rincón, relataba atormentado a Sonia cómo había sido engañado. Lo hacía temblando, tartamudeando, llorando; por primera vez en su vida tropezaba tan brutalmente, cara a cara, con la mentira; no sabía antes que, aparte de las peras dulces, pastelillos y relojes caros, existen en el mundo muchas otras cosas que no tienen nombre en el lenguaje infantil.

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