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Historia y escritura Michel de Certeau (1925-1986) Nacido en Saboya, llevó a cabo su formación religiosa en el seminario de Lyon. En 1950 entró a la Compañía de Jesús y obtuvo su diploma de altos estudios de Doctor en Ciencias Religiosas en La Sorbona. En 1968 se hizo famoso a partir de un artículo donde sostenía que así como en 1789 se había producido la toma de la Bastilla, en l968 se llevó a cabo la toma de la palabra. Fue profesor del Instituto Católico de París, y de la Universidad de Paris-VII y de la Universidad de California en San Diego, también fue director de estudios en La Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. En 1964, fue uno de los fundadores, junto con Lacan, de la escuela freudiana de Paris. Además de especialista en historia mística fue historiador, antropólogo, psicoanalista y lingüista. Obra: La posesión de Ludun 1970 La toma de la palabra y otros escritos políticos 1974 La cultura en plural 1975 La invención de lo cotidiano 1980 La fábula mística 1982 Historia y psicoanálisis, entre la ciencia y la ficción 1987
La escritura de la historia, Paris, Gallimard, 1978.
(en español: México, Univesidad Iberoamericana, segunda edición, 1993.)
En el prólogo de este escrito, Michel de Certeau va a relacionar la labor historiográfica, es decir la escritura de la historia, con el tema del poder y la representación del otro. En este sentido se podría decir que aquí aparece de modo claro el tema central de toda su labor como pensador: la figura del otro (la posesión, la experiencia mística, la cultura popular, el pasado, etc) y la relación de esta problemática con el modo en que Occidente dominador construye su lugar con la exclusión de ese otro.
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En este texto inicial, va a partir del análisis de una alegoría dibujada por Jan Van der Straet en 1619 donde se representa el encuentro entre el explorador Américo Vespucio y una india llamada América. Lee allí la presencia de Occidente como dispositivo de poder dominador y dador de sentido, frente al cuerpo innominado de una mujer acostada y desnuda, que es el símbolo de lo exótico y lo diferente para aquél que va a dotarla de un nombre. De Certeau relaciona así la escritura de la historia con un gesto de dominio ya que la ve como un texto que se escribe sobre el cuerpo del otro (lo diferente, lo exótico, el pasado) y allí traza su propio relato. En este sentido la historiografía sería la colonización del cuerpo por el discurso del poder. De este modo contruye una constelación donde la práctica de la escritura histórica es leída como ejercicio de violencia, como proyección de la historia del dominador en el cuerpo del otro. El otro es la página en blanco donde se escribe el deseo y la voluntad de poder occidental; un campo de expansión para un sistema de producción En la historiografía occidental ve, entonces, una operación de ruptura que separa al sujeto de la enunciación (deseo de escritura) y al objeto del enunciado (cuerpo escrito). De este modo el objeto se vuelve una invención del sujeto donde este inscribe su deseo, su voluntad y sus fantasmas. Señala de Certeau que toda empresa científica produce artefactos lingüísticos autónomos, es decir, lenguas y discursos propios que transforman las cosas y los cuerpos de los que ya se separaron, reforman o revolucionan según la ley del texto el mundo que los rodea. Por eso se propone hacer visible el lugar presente del que toma su forma la reconstrucción histórica cronológica y su ficción lineal del tiempo. Su discurso, fuertemente postestructuralista, evita la totalidad del sistema (siempre se ha ubicado en una antidisciplina) y por ello trabaja con
la fragmentación de
investigaciones tácticas que obedecen a reglas propias y a diversos enfoques (socioepistemológico, histórico, semiótico, psicoanalítico).
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Su objetivo es evitar la ficción de un metalenguaje que unifique el todo para que se haga evidente el carácter limitado de los procedimientos científicos y lo que les falta de lo real. Evita así la ilusión dogmática de un discurso que pretenda hacer creer que es adecuado a lo real (ilusión filosófica) de un relato que quiera hacer la ley en nombre de lo real. Ve, así, en la historiografía un oximoron por la relación que implica entre dos términos antinómicos lo real y el discurso. Diferencia en este sentido la concepción de la escritura judeocristiana, que era lectura e interpretación, de la occidental que es fabricación. Esto trae aparejado dos problemas: 1. un problema político, los procedimientos propios de hacer historia remiten a hacer La historia. 2. el opacamiento de la cuestión del sujeto (cuerpo y palabra enunciadora) por la pretensión de establecer una ley de la escritura científic
En el tramo de su texto denominado “Escrituras e historias”, De Certeau toma como referente a Michelet y el modelo historiográfico que él representa le permite decir que la escritura hace entrar a los muertos en el discurso porque:
no pueden dañarnos
son el vacío lo diferente de nuestro mundo
el pueblo aparece como lo separado, la voz silenciosa que no habla
“ El otro es el fantasma de la historiografía, el objeto que se busca se honra y se entierra” (D C:16) La búsqueda histórica del sentido no es sino la búsqueda del otro. Pero, paradójicamente esta búsqueda se hace ocultando el sentido, la alteridad de ese extraño: se calma a los muertos con tumbas escriturísticas. La escritura es el discurso de la separación porque divide presente/pasado; historia moderna/tradición; discurso/cuerpo social; trabajo/natualeza. La historia hace hablar al cuerpo que calla con lo cual produce un desfasaje entre la opacidad silenciosa de la realidad, y el lugar desde donde se produce su discurso. Los
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documentos marcan la ausencia de quien los dejó allí, son un murmullo venido desde lo lejos, el sonido de la inmensidad desconocida que seduce y amenaza al saber. La historiografía moderna es, por tanto, una inteligibilidad que se establece en relación al otro, se desplaza al modificar lo que constituye su otro: el salvaje, el pasado, el pueblo, el loco, el niño, el tercer mundo. Sus variantes son la etnología, la psiquiatría, la pedagogía, etc. que se ocupan de saber decir lo que el otro calla, este es el trabajo interpretativo de la ciencia. El modelo que funciona en este sentido, es el de la medicina, el cuerpo se transforma en un cuerpo legible, traducible a escritura: lo que se ve y lo que se sabe pueden traducirse. El cuerpo es una clave para ser descrifrada, cuerpo visto es igual a cuerpo sabido. El cuerpo es visto como interioridad abierta y como cadáver mudo ofrecido a la mirada. Se establece una diferencia radical entre el sujeto que lee y el objeto escrito en una lengua desconocida que debe ser descifrada. Estgas ciencias, por ello, son heterologías, discursos sobre el otro que se basan en el gesto de dividir. El intérprete hace un corte. A partir de un lugar presente selecciona lo que debe ser comprendido y lo que debe ser olvidado (el resto). Pero este resto se insinúa en las fallas del discurso como lapsus (se resiste). A diferencia de otras culturas, Occidente, obsesionado por la muerte, comprende el pasado imponiéndole la muerte. Niega la pérdida por medio de la conversión de ese pasado en saber. Trabajo de la muerte contra la muerte. De Certeau define la historiaografía como una disciplina que desde hace cuatro siglos es una escritura y una práctica que simboliza a una sociedad capaz de controlar el espacio que ella se ha dado. Reemplaza el cuerpo vivido con el enunciado de un querer saber o un querer dominar el cuerpo. Transforma la tradición recibida en texto producido. Lo dado es lo construido en el presente., la tradición deviene en pasado, que se excluye, se explota por métodos nuevos para no perder nada de ella
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En “Historia y política: un lugar”, sostiene que el hacer historia se apoya en un poder político que crea un lugar propio (ciudad, nación) donde un querer puede y debe escribir (construir) un sistema para que una una razón organice prácticas. Por esto La historiografía tiene dos tareas:
legitimar el poder
manipular lo complejo en función de objetivos (deseo del príncipe/ organizar un cuadro de datos).
El historiador no es sujeto de la historia, es un técnico que establece estrategias al servicio del príncipe, legitimándolo. Hace una historia, está del lado del poder del cual recibe directivas, y al mismo teimpo educa, moviliza. Piensa en un poder que no tiene. Juega al príncipe, analiza lo que debería hacer el príncipe. Esta es la ficción, el como sí, donde se organiza un espacio desde el cual se escribe un discurso. El pasado se vuelve una ficción del presente. La escritura establece una distancia entre el aparato explicativo (presente/reducción científica/metaforización narrativa de las estrategias del poder) y el material explicado (documentos con curiosidades de los muertos). Lo real que se inscribe en el discurso historiográfico proviene de las determinacines del lugar y ese lugar de escritura muestra
dependencia de un poder
dominio de las técnicas referidas a estrategias sociales
juego con lo simbólico y el referente que tiene el autor frente al público
De este modo: la verdad no es lo que se manifiesta es lo que se produce por medio de la escritura. Esto presenta dos problemas: 1. remisión del hecho a lo que lo ha hecho posible (génesis) 2. coherencia entre fenómenos, encadenamiento, series con llenado de lagunas, estructura El orden cronológico establece un comienzo y permite a través de la temporalidad representar en un texto lo que está antes y poner los hechos en las lagunas. Se establece una trama entre la temporalidad y la estructura con lo cual el historiador sustituye el conocimiento del tiempo por lo que está en el tiempo.
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En la historia concebida no como cronología sino como arqueología, el texto marca una carencia, obliga siempre a escribir más. La laguna es una marca del lugar en el texto y el cuestionamiento del lugar por el texto. La relación entre logos y arche (principio, comienzo que es su otro). La historiografía se apoyua en ese otro (arché) que la vuelve posible y puede colocarlo antes o designarlo como lo que autoriza la representación de lo real sin serle jamás idéntico. Arché: no se puede decir solo se insinúa el el texto por el trabajo de dividir o con la evocación de la muerte. Capítulo 1 (publicado en 1970) Usa la historia religiosa para ver de qué manera se dio la confrontación entre la historiografía y la arqueología a la que ha reemplazado y permite analizar la relación entre historia e ideología. En él, De Certeau ve la historia como práctica y como discurso. En este sentido se ubica en una práctica desde la cual puede dar testimonio por las condiciones de sus trabajo;
en un período (historia moderna)
y en un lugar
(situación francesa)/ Subraya: 1. la singularidad de cada análisis para poner en tela de juicio la posibilidad de sistematización totalizante 2. el carácter histórico de los discursos por lo que no se pueden comprender en tanto a contenido sin tener en cuenta las prácticas de dónde proceden (articulación contenido y operación). Pone el acento en la expresión hacer historia y focaliza más el hacer que el objeto del hacer. 3. Define historia como una práctica (una disciplina), su resultado (el discurso) y su relación bajo la forma de una producción. Le interesan las relaciones que el discuso mantiene con su otro : lo real. Por ello subraya que la lectura del pasado, por más controlada que esté por el análisis de documentos, siempre está guiada por una lectura del presente. Se organizan en función de problemáticas impuestas por la situación. Relaciona esto con el tema del intelectual orgánico (Gramsci) ya que se analiza la posición social que ocupan y los discursos con los cuales la manifiestan
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El hecho histórico aparece como el resultado de una práxis, de procedimientos En el discurso histórico, lo real se reintroduce como reliquia en el interior de un texto cerrado, que ha desterrado a la realidad del lenguaje. Por lo tanto el signo de la historia no es tanto lo real sino lo inteligible. Si el relato de lo que pasó desaparece en la historia científica y se extiende más a la historia vulgarizada. La referencia a lo real de los relatos se ha desplazado, ya no aparece inmediatamente con los objetos narrados o reconstituidos. Está implicada en la creación de modelos destinados a volver pensables los objetos. Esos modelos son la base de las prácticas. La realidad se resiste a esos modelos y los limita. El límite de la ciencia histórica es el otro de la razón o de lo posible. La historia está entre la leyenda y la criteriología que hace de ella el único análisis crítico de sus procedimientos. La práctica del historiador es la suya y la del otro (la época o sociedad que hoy lo determina). La historia es el relato de esta relación de exclusión y fascinación, de dominación o de comunicación con el otro (lo cercano, lo futuro). De este modo nuestra sociedad se narra a sí misma gracias a la historia. Es nuestro mito. En la historia una sociedad dice Yo no soy aquella (el pasado) y también soy algo distinto de lo que quiero ser y estoy determinada por lo que niego.. Es parte de los mitos por los cuales una sociedad representa sus relaciones ambiguas con sus orígenes, y sus relaciones con ella misma. Esta comunicación de una sociedad consigo misma se opera por la remisión a un tercero que es su objeto. Pero el objeto que circula es el ausente. Mientras que su sentido opera la relación o es un lenguaje entre el narrador y sus lectores, es decir entre presentes. La cosa comunicada es un ausente, su pasado, un muerto. En este sentido la historia es el mito del lenguaje, manifiesta la condición del discurso: una muerte. El discurso es un decir que se apoya sobre lo que ya pasó, hay un comienzo
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que presupone un objeto perdido, es la representación de una escena primitiva borrosa pero todavía capaz de organizar (lacan: el edipo como origen del lenguaje) El discurso se apoya en una muerte (ausencia) pero para contradecirla, hablar de los muertos en contradecir la muerte, negar la muerte, desafiarla. Es resucitar. Literalmente esta palabra es un engaño, la historia no resucita a nadie pero evoca la función de una disciplina que trata a la
muerte como objeto de saber y al obrar así da lugar a
intercambios entre vivos.
Capítulo II, punto 3 De Certeau ve en el discurso sobre lo dado una práctica (de investigación y análisis) que tiene su lugar en el presente con un lugar social y un aparato institucional que está al servicio de una producción, la escritura, que genera una distorsión ya que su ley es contraria a las reglas de la práctica desde el momento en que establece un orden cronológico donde se pretende como comienzo lo que es un punto de llegada o fuga en la investigación (que se hace en el presente). En la práctica de la investigación de Certeau ve una táctica de desviación con respecto al modelo, es interminable, mientras que el discurso establece una conclusión (el libro, el artículo). El texto tiene un fin y el deber de acabar, organiza la introducción. El discurso establece un sistema y una coherencia designada por la unidad y por el nombre propio del autor. El discurso tapa lagunas mientras que la investigación está aguijoneada por los agujeros. Está servidumbre de la investigación con respecto al discurso se mide por:
inversión del orden
limitación del texto
sustitución de una presencia del sentido al trabajo de las lagunas
La escritura es entonces una ficción fabricadora de engaños y secretos, produce algo secreto en el lenguaje pero no es lo que pone en el lenguaje sino lo que quita, es igual a
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un cementerio, confiesa la presencia de la muerte, la pone aparte. Es un espejo ambivalente: al hacer historia impone las coacciones del poder pero cuenta historia y en ese sentido proporciona escapatorias (ver tema del relato en la invención de lo cotidiano). El discurso se separa de la práctica (de lo cotidiano) y proporciona modelos en el cuadro ficticio del tiempo pasado. Sustituye el trabajo de la investigación por la autoridad de un saber. De este modo, la práctica se vuelve crónica y la crónica didáctica por una distorsión donde una práctica social y simbólica sustituye la investigación por el saber Qué fabrica el historiador cuando deviene escritor? La temporalización hace posible un orden coherente donde hay diferencias y lagunas. La narrativización (ficcionalización) que crea distintos espacios diferentes al espacio plano des sistema crea un espesor que permite colocar junto al sistema su contrario o resto.
Capítulo 8 Lo que Freud hace con la historia. A propósito de “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII” Historia, en su acepción espontánea, es un relato. La presentación de una leyenda que dispone, a modo de colección, objetos curiosos en el orden en que es preciso leerlos. Eso es lo imaginario que necesitamos para que en otra parte se repita siempre aquí. Cuando recibimos el texto ya se llevó a cabo una operación que eliminó la alteridad y su peligro. Se guardan del pasado fragmentos empotrados en el rompecabezas del presente. Estos signos acomodados en forma de leyenda pueden ser leídos de otra manera, comienza así otra historia donde puede leerse la heteronomía “esto pasó” dentro la homogeneidad del lenguaje: “esto se dice”, “esto se lee”.
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La palabra historia oscila entre dos polos : la historia que se cuenta , histoire, y la que ocurre geschichte. El historiador parte siempre del primer sentido para tender hacia el segundo, para descubrir con el texto propio de su cultura, la realidad de que algo pasó en otra parte y de otro modo, de este modo produce la historia. Con los trozos que le organizó de antemano la imaginación de la sociedad, realiza desplazamientos, añade otras piezas, establece diferencias y comparaciones, descubre con estos indicios las huellas de otras cosas que remiten a un construcción ya desaparecida. Crea ausencias. Con los documentos produce un pasado que es tomado pero no absorbido por su nuevo discurso. Su trabajo es un acontecimiento, no repite, por eso transforma a la historialeyenda en historia- trabajo. De Certeau se pregunta a qué responden y adónde nos llevan las incursiones de Freud en la región “histórica” de su cultura. Como analista, qué hace con la historia. Este trabajo es también un nuevo modo de usar el psicoanálisis, porque el recurso a la muerte del padre, el Edipo, o la transferencia ha sido usado para todo por el historiador. Sobre todo para cubrir lo que no entiende. Circunscriben lo inexplicado pero no lo explican, dan testimonio de una ignorancia. Se les encuentra donde una explicación económica o sociológica deja un hueco. Literatura de elipsis, arte de presentar los residuos, sensación de un problema pero no análisis freudiano. En este artículo De Certeau ve lo histórico como producción de la aufklärung freudiana. En la lectura que hace de lo que Freud lee en la historia del pintor bávaro Cristoph Haitzman, ve la diferencia que separa el acto de la ley, es decir, la obligación de hacer la historia del privilegio de ser hijos. La historia que Freud retoma en “Una neurosis demoníaca en el siglo XVII”, consta en una carta de presentación escrita por el cura Leopoldo Braun para el abad del monsterio de Mariazell y fue copiada en el Trophaeum. Esta era una carta de presentación que contaba que unos años antes el pintor enseguida de llegar a la iglesia de Pottenbrum había sido atacado por terribles convulsiones. Ante estos síntomas el cura del lugar lo interrogó y el pintor le confesó haber hecho un pacto
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con el diablo en el que se comprometía a pertenecerle en cuerpo y alma al cabo de nueve años. Otros textos informan que su melancolía estaba relacionada con la muerte de su padre ocurrida unos años atrás. Como el pacto vencía en Septiembre de 1677, el desventurado hombre se presenta en el monasterio de Mariazell con la esperanza de ser salvado de cumplirlo. Según otro relato que consta también en el Trophaeum, en el monasterio fue exorcizado y tuvo una visión del diablo como un dragón alado a partir de la cual pudo cancelar el pacto. Después de unos días, liberado, se dirigió a la casa de su hermana en Viena. Un año después volvió a tener convulsiones y parálisis en una pierna y copió estos estados en un diario. que ilustró él mismo con sus visiones (1678). Luego, retornó al monasterio y se quejó de esto que atribuía a un segundo pacto con el diablo hecho con tinta. Se repitieron los exorcismos y de nuevo se anuló el pacto. Poco después tomó los hábitos con los Hermanos de la misericordia y tomó el nombre de Crisóstomo. Murió en 1700 allí. El hermano provincial que relata su vida se volvió más tranquila aunque cuando tomaba algo de vino le venía la tentación maligna. En el manuscrito está cuidadosamente copiados los dos pactos hechos por el pintor donde se comprometía a ser hijo de Satanás. El campo de estudio que elige Freud es el de la posesión, un campo que de Certeau califica como un campo oscuro que detiene y fascina al historiador ya que el murmullo de esta experiencia marginal no entra en su discurso. Freud descubre en esta historia un espacio para la clarificación de su método. Escribe para el que cree en el psicoanálisis y lo hace en nombre de una ciencia a la cual su éxito le concede el derecho de extender sus investigaciones hacia nuevas regiones. Está seguro de que este tema solo se aclarará con las armas que ella le proporciona. Para Freud estos manuscritos del siglo XVII forman parte de su presente pero de un presente no analizado. Estos textos forman parte del conjunto de las lecturas, los intereses y el mundo de Freud. Allí se da un lugar al documento antes de que le mismo Freud se autorice. El analista ya está dentro del lenguaje (el de sus clientes, amigos, lecturas) antes de actuar como sabio. Desde este punto de vista el manuscrito no le
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plantea ningún problema diferente al de cualquier otro fragmento de lenguaje. Pero va a convertirlo en un documento histórico de una manera muy propia y por medio de una operación científica que se extiende a este elemento de su cultura. Al igual que en su terapeútica, Freud descubre en las palabras una organización que revela un origen. Estas palabras son remitidas al acontecimiento que están ocultando y que se convierte, a la vez ausente y presente, en un pasado. La historia aparece aquí como el producto de un acto científico que proviene del psicoanálisis. Tomando el caso del pintor, Freud convierte las relaciones entre palabras en huellas de relaciones entre tiempos. En la superficie del texto se ensamblan las palabras en función de cosas borradas o perdidas, que convierten a éste en el signo engañoso de acontecimientos pasados. El caso del pintor parece ser por si mismo histórico porque pertenece al siglo XVII, lo cual nos permite clasificarlo dentro de los casilleros cronológicos del presente, en realidad se convierte en histórico en el momento en que se inscribe dentro de una problemática de la historia, problemática que Freud no puede dejar de manifestar con su trabajo interpretativo. El sentido de un elemento solo es accesible a través del análisis de sus funcionamientos dentro de las relaciones históricas internas de una sociedad, es decir en la medida que este elemento se torna un término inscripto en el sistema de un lenguaje. Las línea de trabajo de Freud descubren en el pasado legible el presente oculto. Dirá que lo más antiguo es lo más claro. Por eso reconoce bajo otras palabras, las del siglo XVII, la misma estructura neurótica del presente. Freud toma como realidad histórica lo que en realidad es coherencia de su discurso historiográfico, y como un orden en la sucesión de los hechos, lo que es orden postulado e impuesto por su pensamiento. Freud habla de permanencia de la cosa bajo diferentes vestiduras, para él la misma ambivalencia diablo/dios puede repetirse y volverse a encontrar. Lo que era la máscara diabólica en el siglo XVII se encuentra en las enfermedades orgánicas del siglo XX.
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En el pasado el engaño con el que se presenta y oculta el conflicto es más claro. La huella de la desaparción del padre era más clara ayer que hoy (Freud ve en las figuras del diablo y de dios la ambivalencia de la figura del padre, y esto mismo en otras instituciones como la iglesia). Freud evoca un más acá del siglo XVII, hacia arriba un principio: un tiempo primitivo en el que la dualidad del padre, proyección de la relación ambivalente con el padre, se presentaba en una personalidad única a la vez Diablo y Dios. Al principio reinan lo uno y lo simple. Este prototipo primitivo se desgarró y fragmentó en la primera imagen infantil :
sumisión tierna/desafío hostil y se explicitó en dos personajes opuestos
Diablo/Dios. El progreso fragmenta al aclarar. Si el pasado es más legible que el presente es por esta ley descubierta por Freud que da a toda explicación como límite original y como
primera evidencia la simple
representación de una ambigüedad insuperable. Este material es el producto de las investigaciones sobre las cuales se va apoyando el psicoanálisis, no son hechos sino fabricaciones, son todavía hechos pero hechos históricos es decir, resultado y signo de las ciencias afines de principios del siglo XX. Estos materiales se encuentran en la misma posición de los hechos del los que hablan a Freud sus clientes. Palabras y hechos que son elaborados. El analista capta el material del lenguaje como un producto (del trabajo inconciente) . El problema es cómo trata Freud estos materiales del siglo XVII ¿como significante o como realidad? Freud trata al lenguaje de algo simple (único) que ya no está ahí y solo queda convertido en múltiple, cada vez más oculto por la fragmentación elucidadora. El trabajo de la historia (geschitchte) no cesa de ocultar lo que era legible, debido al gesto que multiplica lo simple para descubrirlo. Las explicaciones efectúan un despliegue de contrarios y por esto multiplican las representaciones, rompen lo uno en mil facetas cuando lo repiten en un leguaje analítico. Ocultan y disfrazan un conflicto que era muy claro. Es un movimiento de análisis y desaparición.
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Al descubrir ese trabajo explicativo Freud encuentra de nuevo el conflicto pero ya no como imagen sino como la ley (científicamente verificada) que organiza
a cada
lenguaje nuevo: al del enfermo, al de la sociedad, etc. Le da a la ciencia otro contenido, el significado (el contenido) que se pierde al analizarlo, el objeto que siempre se pierde al ser analizado, y la relación entre esta pérdida y sus explicaciones. Esta ciencia establece como ley del lenguaje y como su propia ley, una diferencia de tiempos y un trabajo del tiempo. Si bien en relación con la concepción de la historiografía cientificista del hegelianismo, es decir la visión en término de progreso, de una visión totalizadora de la historia,. Freud le cambia el sentido a los elementos que encuentra fabricados por la etnología y la historia de su época. Los organiza en base a otro tipo de unidad o de objeto científico; relativiza y aún invierte esta idea de progreso. Plantea otro problema. La huella del Urbilld muy clara en el siglo XVII se va o ucultando en la sucesión de explicaciones. . La historia aparece así como un iniciación progresiva a estas estructuras de compartimentos, cada discurso social borra los síntomas que le han permitido nacer. La cultura intervendría al desplazar las representaciones (los ejemplos: ya no se cree en el diablo). Pero al borrar algo imaginario, connvertido en arcaico gracias a los desplazamientos, la cultura cree que solo se dedica a cuidar o a suprimir cuando lo que hace es ocultar de otro modo mejor. Las diferentes “terapias”son diferentes maneras de ocultar. En este sentido, vemos el lugar que Freud se da a sí mismo, el psicoanálisis no es un nuevo escalón en este juego de engaños. Establece un corte espistemológico en ese proceso indefinido, sería el modo de pensar de un modo diferente. que tiene la finalidad de dar cuenta de una nueva relación estructural doble que:
excluye la posibilidad de una conclusión definitiva en cada analítica (que fragmenta la representación al sumergir lo representado) con lo que tiene que mostrar y lo que tiene que desplazar;
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en relación en cada nueva elucidación con las anteriores y las vecinas, en la medida en que ver mejor lo que está representado es a la vez una necesidad científica y una nueva manera de ser engañado sin que uno lo sepa.
Así como el pintor va sustituyendo los padres, el pacto puede extenderse como sospecha a todas las formas actuales del saber o del comercio. Los sutitutos del padre se inisnúan en la amplitud de las estructuras sociales o ideológicas. Estos ersatz ya no tienen la apariencia del diablo imaginario sino que se presentan con los colores del día, de lo normal, del saber. El hecho de que el pintor se vaya con el diablo después de haber perdido al padre, y con los Hermanos después de haber expulsado al diablo, es fácil de explicar, pero las mil formas actuales con las que las instituciones hagan del anormal una máscara de la norma oculta es lo menos visible y lo más difícil de descubrir. Así como la historia puede considerarse una sucesión de terapéuticas, también el culto a la ciencia, la liturgia comercial y las prácticas analíticas lo son. El padre nunca muere. Su muerte no es sino una leyenda más y
un signo de
permanencia de su ley. Todo pasa como si jamás pudieramos matar a ese muerto, como si el creer que ya nos dimos cuenta del hecho, que ya lo exorcisamos con otro poder o que ya lo convertimos en un objeto de conocimiento (un cadáver) significara solamente que lo hemos desplazado una vez más, y estamos allí donde no creíamos estar, en el mismo saber y gozando de su protección segura. Pero en Freud se produce un diferencia, según de Certeau, entre esa ley que se repite y de la cual su elucidación podría ser una repetición más y el acto, la praxis. El análisis de la historia del pintor es al mismo tiempo la aplicación de la ley y el acto de Freud. Frued descubre una lógica, un orden en la cadena de palabras. Las palabras y las acciones dispersas de Haitzmann, el pintor, son la huella de esa ley oculta. El análisis sigue la historia, sus huellas para encontrar la relación. Hay un movimiento circular entre la praxis de la investigación y la teoría de su objeto. Pero de esto se distingue el acto freudiano, sin él la ciencia sería el equivalente del diablo o de la congregación, Entre la racionalidad de la que da testimonio el análisis y
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la ley que repite la historia, hay un salto infinitesimal pero fundamental. El procedimiento científico no depende únicamente de la ley que exhuma y manifesta. Existe una diferencia (differance) que por definición no se puede localizar , que separa el discurso establecido por un acto del sabio, de la ley que une a la ciencia con las formas sucesivas de una necesidad de protección. El trabajo por el cual el sujeto se autoriza para existir es diferente del trabajo que el sujeto recibe el permiso para existir. La historia puede ser la indicación de un nuevo comienzo y no solamente el efecto de un desplazamiento. Por lo menos eso es lo que nos presenta esta forma de historia que es la praxis freudiana. Repite y señala que nada objetivo garantiza la diferencia. Estas dos figuras la de la historia y la de la praxis nos remiten a la ambigüedad de la palabra historia, palabra inestable que se juega entre la leyenda (texto recibido, ley que es preciso leer, provecho de una sociedad) y el convertirse en otro (riesgo de asegurarse a sí mismo la existencia) Freud traza una línea divisoria entre estas dos vertientes de la práctica psicoanalítica, va a enunciar el criterio que lo liberará de recibir a su propia ciencia como una “ley nutricia”. Como autor se autoriza al arriesgarse, su acto se refiere a cierto olfato que no puede definirse bien porque es suyo. Para él la praxis es siempre un acto arriesgado que nunca elimina la sorpresa. No se puede indentificar con la ejecución de una norma. Quizás la locura del pintor radicara en la libertad que se tomaba de hacerle mueca a los ángeles del santuario cuando tomaba vino y de ir al santuario para hacerle muecas al diablo. Quiere decir Freud que todo sabio se burla de su propia ciencia, existiría una embriaguez de tacto, una locura de acto? El sabio que se permite se combina con la ciencia que permite. Hay pues entre el acto psi. y la ciencia psi una articulación posible, pero nadie nos asegura ese acto. El tema está entre lo obligación de hacer la historia o la aceptación del privilegio se ser hijos. Informe de Alicia Montes