CARTA A MORELLI
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CAMILO VALLEJO GIRALDO
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Bogotá D.C., 30 de abril de 2009
Basta ya de ayer dale rienda al hoy, cancha libre al corazón. Dale, despertá de esta oscuridad, en tus manos está el sol (Fragmento del tango “Madianoche, Aquí”, compuesta por Julio Cortázar)
Bogotá D.C., 30 de abril de 2009
Señor Morelli Durante días he venido reteniendo mi intención de ofrecerle un saludo, además de una breve exposición de algunas disertaciones que han surgido a raíz de algunos apuntes, que según las discusiones que he seguido, sobretodo entre Horacio Oliveira y el chino Wong, parecen ser de su autoría. No obstante, he creído que es momento de brindarle estas palabras que a lo mejor usted jamás leerá pero que estoy seguro quedarán en la historia tal y como se gravan palabras sobre el agua del mar.
Es ese universo, ese suyo, del Club de la Serpiente, un universo de paréntesis, de imágenes descentradas que develan el puente entre el lector y lo fantástico; es ese falso universo donde se camufla la excepción que lo denuncia, esa narración que se contradice si se lee tal y como un lector pasivo sonríe y llora con su novela televisiva, ese juego del idioma que no perfora sino que descubre los orificios que llenan de colores alternos una realidad dicromática. Es Rayuela una oportunidad, una opción a partir de la cual pueden leerse de manera fugaz, pero profunda, síntomas disímiles pero conexos, además de propios del devenir de la Gran Costumbre. De éstos, a continuación
destacaré tres, bajo la pretensión de analizarlos a la luz de su contingencia
circunstancial, es decir, como componentes integrantes de un mundo que los excede, el mundo de
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Este escrito fue presentado como trabajo parcial en la Cátedra Cortázar, ofrecida por el departamento de literatura de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá D.C. Su título original fue “Bogotá D.C., 30 de abril de 2009”. 2 Estudiante de derecho de la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá D.C.
París, de ese que es París y Buenos Aires al tiempo, ese que es jazz y tango, ese que es narración y destiempo.
PERSONAJES TRAS BAMBALINAS Leyendo un pasaje suyo, traído en evidencia por Wong, que señala textualmente que La novela que nos interesa no es la que va colocando los personajes en la situación, sino la que instala la situación en los personajes.
recordé un autor que no sé si sea de su conocimiento, un microsociólogo canadiense que llamaron Erving Goffman, quien, utilizando una metáfora teatral, consideró las personas como actores, definiendo sus actuaciones, en sus interacciones, como si de una obra de teatro se tratase. De este modo para él fue inevitable crear una distinción básica en la interacción de los individuos, entre el escenario y el "backstage", atendiendo a que en aquél parecieran existir todas las interacciones que la gente hace delante de los demás, mientras que en la parte trasera, tras 3
bambalinas, se efectúan todas las que se mantienen ocultas o se guardan .
Desconozco la razón por la que dicho autor arribó a mi mente una vez leídas sus líneas, pero he querido creer que no es más que mi ánimo de traspasar, quizás de manera atrevida, lo que para mí es la fina frontera entre la sociología y la literatura; no es más que el interés de poner sobre la dinámica narrativa, esta visión teatral de la vida en general. ¿Acaso no es esa narración que tanto parece incomodarnos, la que es desarrollada por nadie más que otro personaje que se para en el escenario, frente al público, a describir lo que sucede allí sólo a partir de la existencia y vivencia de los demás personajes?
Es cierto mi vilipendiado escritor, la narrativa contemporánea no es más que una “mal llamada abstracción”, una en la que un enmascarado habla de otros enmascarados, una en la que los personajes son los minuciosamente dispuestos en la situación, algo que no es pasaje y que sólo se reduce a ficción y sufrimiento/diversión; palabras dispuestas que no parecen ser otra cosa que vulgar biografía, una que, además de su incapacidad para apropiarse de los personajes que debe representar, de su vulnerabilidad frente a la amenaza de un vestuario de una talla menor, de una peluca puesta a oscuras o de un maquillaje de recién levantada, también sucumbe al típico aroma meloso que, con tono épico, no muestra nada más que personajes que viven la situación 3
Ver en: GOFFMAN, Erving. “La presentación de la persona en la vida cotidiana”.
(recorriendo circunstancias mientras disfrutan logros y dificultades), para después pasar a explicar el mundo sólo a partir de las condiciones que aquéllos ostentan y de las explicaciones que ellos mismos ofrecen.
Hablo de una literatura que se limita en la biografía porque se narra un personaje antes que una situación, porque se reduce, si mucho, a la sentimentalidad de la etopeya antes que acudir a la indagación humana del mundo, para nada más que terminar explicando, siempre que pueda nombrarse, el aura y la imagen de un individuo, haciéndolo pasar por la descripción misma de la situación.
Qué pensaría si le dijera que algunas veces sueño con un narrador que escribe desde el “backstage”, y que otras, que me gustan más, sueño con un narrador que espera a que los personajes caminen hacia atrás del telón, para allí, sin vestuario, peluca o maquillaje, instalarlos en la situación que calca su pluma. Creo que es ahí donde se hace posible la narración que a usted interesa, esa en que los personajes “dejan de ser personajes para volverse personas”, porque sólo en ese lugar la exaltación arbitrariamente desmedida de los sujetos deja de encandilar la realidad misma en la que se encuentran inmersos, permitiendo que de una vez por todas ésta encuentre su descripción lejos de los adornos lingüísticos y los significantes idiomáticos que visten con alas y aureolas, o con tridentes y cuernos escarlatas, a los individuos que por virtud de ello pierden su propia esencia, la evidente, la humana. Es allí, según creo yo, donde lo que usted entiende por situación deja de tomarse como imperativo categórico, como un universal completo donde los sujetos se ponen o se quitan, como adornando la puerta de una nevera con imanes, o como una línea determinada o determinable donde quebrar un florero siempre llevará a una guerra revolucionaria. Cuando el narrador describe habiendo esperado a que los personajes suspendan su obra, o en el peor de los casos, describe desde atrás lo que ve en el escenario, la situación desciende sobre los sujetos como una figura muchas veces concreta, pero que habrá de soportar su mutación, y hasta su destrucción, en virtud de la indescifrable humanidad, y sobretodo individuación, de los personajes que, percibiéndose ya como personas, podrán dejar de nombrar de la misma forma como alguna vez nombraron.
No sé Morelli si alguna vez usted conoció aquella foto que llevaba Wong consigo, esa, la de la tortura en Pekín, aquella que el chino mostró a Oliveira la vez que éste le preguntó sobre si era cierto o no que preparaba un libro acerca de la tortura. No sé si usted supo, pero inmediatamente después de que el mismo texto me obsequió su cita, la que atrás acabo de señalar, leí cómo especialmente Horacio se adentró en una contemplación algo quisquillosa, una
vez tuvo en sus manos el papel donde reposaba la imagen fotográfica. Si pudiera usted leer, vería cómo el narrador hace de la foto una novela de esas que tanto nos interesan: una donde apenas se descubre la situación a partir de las imágenes de las personas, sin exaltación alguna ni barroco posible, ésta se instala sobre ellos delicadamente para al final llevar no sólo a la percepción y raciocinio de la foto, sino también a la descripción del narrador que nosotros tanto codiciamos; una más allá (o más acá) de la posible martirización de un hombre, y hasta de la dable felonía de un régimen. Es esta la posibilidad de que la situación se extienda en la narración de la forma como vi que más adelante usted lo señala: como un modo posible de realidad, algo que en primera instancia parece “el absurdo más desaforado”, pero que llega a valer y a articularse con otras 4
formas quizás también absurdas, permitiendo el paso de la imagen divergente a la coherente .
Para terminar con este tema, y dar paso al siguiente, quiero desearle los mayores éxitos en ese proyecto que por algunos rumores he conocido. Sepa usted que si se hace realidad ese episodio que usted pretende, donde los nombres vacíos de los personajes serán llenados con atribuciones hipotéticas, podrá al menos descubrirse la grieta que habrá de conducirnos a la novela que nos interesa, la verdadera narración, esa que, como usted lo dice, no busque psicologías que hacen carecer al lector de todo puente o ligazón intermedia, sino una en la que el verdadero personaje que interese sea el lector, para así, lo que se escriba, pueda al fin “contribuir a mutarlo, a 5
desplazarlo, a extrañarlo, a enajenarlo” . Buena mar en su tarea mi estimado escritor, seguro allí encontrará la manera para que los personajes por fin salten hacia nosotros y nosotros hacia ellos, la manera para hacer algo que los personajes jamás podrán lograr, algo que sólo las personas consiguen: confundirse entre la multitud.
LA MUERTE DE LA ENUNCIACIÓN Seguro usted, mal disfrazado escritor, no está al tanto de la conversación que sostuvo el Club de la Serpiente algún día de todos estos que pasan. Seguro andaba usted extraviado recorriendo sus disertaciones mientras comentaban, entre el aroma del vodka, sus certeras apreciaciones frente al lenguaje y la misión del escritor. Por mi parte debo confesarle que yo, desde ese rinconcito que lo ubica a uno de manera perpendicular a la hoja del libro, conservando siempre una leve inclinación hacia la ranura que forma la particular unión de los papeles impresos, seguí paso a paso dicho diálogo con la actitud propia de quien se siente un elegido. Este privilegio, aunado a que hoy cuento con la posibilidad de comunicarle las impresiones que suscitaron en mí, 4 5
Ver capítulo 97 de “Rayuela”. Ibidem.
tanto sus ideas referenciadas como las diversas interpretaciones surgidas de la boca de, al parecer, sus juiciosos lectores, llena hoy de dicha mi corazón.
Aunque por las pericias del lenguaje quizás falte mucho para que usted conozca mi rostro al menos como yo he vislumbrado el suyo, quiero decirle que me opongo a una de las interpretaciones que han hecho de sus ideas, esa que erige como pretensión suya una visión que yo atrevidamente considero errada, pero que bien otros han sabido contradecir, esa que asevera que el lenguaje debe ser objeto de reanimación.
Sí, así es, ese tipo que llaman Ronald aseguró que usted lo que quería era devolverle al lenguaje sus derechos. Dicha afirmación lo que generó en mí no fue más que un profundo rechazo, pero justo cuando buscaba la forma de meterme en la conversación de manera disimulada, Horacio en algún punto supo leer en sus palabras que “si seguimos utilizando el lenguaje en su clave corriente, con sus finalidades corrientes, nos moriremos sin haber sabido el verdadero nombre del día”. Mi querido Morelli, aunque no he leído de usted fragmentos distintos a los referenciados por esta gente, creo que goza usted de una infinita claridad frente a la vida.
Creo que es obvio que el lenguaje pueda ser sujeto de reanimación, que recuperar sobre la marcha los derechos que tan a la ligera mencionó Ronald es una tarea que puede acometerse. Quizás alguien que escribe pueda emprender una reivindicación del lenguaje, reacomodarse dentro de las formas actuales para después desde allí atacar en persecución de una revolución que se encuentra más allá de las formas, como lo puso de presente Perico en algún momento, Ninguna revolución de verdad se hace contra las formas, lo que importa es el fondo.
No obstante tiene usted razón al poner sobre la mesa la cuestión acerca de la tarea sincera del escritor, como en contraposición también lo señaló Horacio, ¿Para qué sirve un escritor si no para destruir el lenguaje? ¿Para qué sirve el lector activo si no para ayudar en lo posible a esa destrucción?
Al darle la razón, me refiero a que veo en esa acción reanimadora del lenguaje, más una actitud rebelde e histérica que un acto revolucionario, más una opción por la comodidad que por la muerte. Me suena como a un Alain Badiou dispuesto a releer la democracia liberal con el fin de encontrar en ella misma el detonador de su implosión, me suena esa reconocida socialdemocracia, que debe ser sabrosa si se acompaña con leche deslactosada. Veo pues en esa
acción, una decisión algo ingenua. Ya Etienne denunció como los surrealistas se hicieron a las palabras que sabían ajenas, se aprovecharon de los significantes poseídos por la razón y el capital, pero al parecer no hicieron más que corroborar los componentes tan difundidos por la hegemonía contra la que creían luchar; se acomodaron dentro de ella seguro para reanimarla, pero sólo conservaron el estado de cosas al ayudar a justificar las tan pregonadas “tolerancia y pluralidad”, la tan difundida e inasible libertad, junto a su hijo: el libre desarrollo de la personalidad. ¿Acaso no vieron que esas son precisamente puertas cerradas que se aseguran para que no se pueda pasar más allá, para que no se pueda descubrir el verdadero rostro de la hegemonía? ¿No vieron que estas palabras nos hacen creer que podemos utilizarlas contra su fuente, pero nada más que engañarnos y no dejarnos ver que existen otros puentes?
Qué bien me pareció que estuvo Horacio Oliveira al esclarecernos sus ideas mi estimado escritor. Aseguró que usted condena el lenguaje porque no es más que el reflejo de una óptica falsa en incompleta, algo que enmascara la humanidad y la realidad; adujo que la realidad que se escoge siempre es incompleta, convencional y parcelada. Por su parte Etienne no se quedó atrás y no nos dejó más opción que la muerte. Les recordó a todos que usted creía que no se podía denunciar dentro de lo denunciado, que el escritor que insiste en permanecer en el lenguaje hegemónico, así como los surrealistas, está condenado a que su accionar no sea más que valores estéticos, pero sobretodo nos increpó aduciendo, como usted, que al lenguaje “no basta con querer liberarlo de tabúes, hay que re-vivirlo no re-animarlo”. Para ello propuso que El escritor tiene que incendiar el lenguaje (…), poner en duda la posibilidad de que este lenguaje esté todavía en contacto con lo que pretende mentar. No ya las palabras en sí, porque eso importa menos, sino la estructura total de una lengua, de un discurso.
Después de todo esto cómo no quedar convencido de la opción por re-vivir el lenguaje, cómo no soportar la idea de Ronald de que para salvar eso que está muriendo hay que terminar de matarlo para que vuelva surgir, para que reviva. Lacan está de acuerdo con usted en que esto que creemos real no es más que significantes llenados arbitrariamente y en que aquella realidad lejana, esa que sentimos allá en algún fondo, es casi de imposible acceso cuando los significantes, es decir las palabras y el lenguaje, son incapaces de nombrarlo todo, cuando esos puentes que vienen de los significados hacia éstos no son tan claros, cuando son precisamente los síntomas palabras que no puede mentarse y que quedan atrapadas en el cuerpo para poder ser. Bien dijo Etienne que la distinción dicotómica hoy ya no es entre la forma y el contenido sino entre el elemento expresivo y la cosa expresada; por eso es que esta realidad no es más que una
imaginación determinada por alguien, donde la literatura sólo puede nombrar una parcela de la cosmología, precisamente aquella sobre la que está permitido escribir.
Es cierto entonces que el escritor debe hacerle la guerra a la literatura, como diría Horacio, denunciar ese lenguaje al servicio de esa hegemonía que hoy consideramos realidad, para en últimas terminar en un doloroso “lingüicidio”, bien sea bajo la pincelada deconstructiva de Derrida o bajo el ritmo destotalizador de Deleuze, pero en este acto violento de destrucción no puede usted dar por descontado dos cosas: Primero, no puede en todo este proceso ver el lenguaje con mirada kantiana, donde los objetos, entendiéndose finitos y completos, no esperan nada más que ser estudiados por el entendimiento humano hasta donde ellos mismos se lo permitan; tiene usted que comprender que los objetos, en especial éste, el lenguaje, al igual que la realidad tampoco es acabado y firme, y por el contrario está ampliamente determinado por el sujeto a partir de la transferencia que hace con éste, es decir, a partir de la significación que construye en el objeto mismo; es aquí donde insiste que la muerte del lenguaje no es cualquier muerte, es una de las más dolorosas, puesto que con él también muere parte del sujeto mismo. Segundo, debe usted apreciar que esta muerte del lenguaje, debe ser lo que el mismo Lacan ha denominado como “segunda muerte”, no el desplazamiento metonímico de un objeto por otro, sino el cambio de objeto en sí mismo, el verdadero revivir.
Pero qué difícil es emprender esta guerra sin garantías de lo que vendrá, sin tener conocimiento alguno de lo que renacerá, teniendo la leve sospecha de que a la verdadera historia, a la verdadera realidad, es imposible acceder. En este punto me adhiero a Oliveira, pues es una lucha que debe partir del sentimiento, una en la que sin tener certidumbres, se actúa como si hubiera algo más allá; pero quiero adherir algo, el principal temor que me ronda el alma cuando desempolvo la camisa roja: después de todo, al revivir el lenguaje, parece inevitable volver a enunciar (convertir el ser en verbo como dijo Gregorovius), y eso me sabe a que detrás de nosotros vendrá alguien a recordarnos esta carta, porque seguramente no habremos hecho nada distinto que llenar los significantes como quisimos, construir una nueva realidad imaginaria, otro espejismo sólo que distinto, el nuestro. Pero igual no importa, propongo que empecemos por morir.
CAUSALIDAD FANTÁSTICA Como supongo que ya está aburrido de la redundancia de las letras excesivas, quiero terminar esta carta con una referencia muy breve a una anécdota propia de ese mundo tan suyo. Sepa usted que mientras caminaba entre su universo, entre esas palabras suyas que alcanzan a escribirse en él, me topé con la historia del juicio donde el abogado Clarence Darrow defendía a los menores Nathan Leopold y Richard Loeb, por haber asesinado en 1924 al joven Bobby Franks. El renombrado “trial of the century”.
Además de ser una sorpresa el que se me haya atravesado esta historia en mi camino, ésta capturó mi pensamiento, más que por ser estudiante de derecho, por desconocer la razón por la que se encontraba allí. Leí las palabras transcritas del abogado Darrow, y apenas efectué una somera consulta de la historia, mi mente llena de artículos y leyes se abrió hacia lo innombrable, el ser humano. Recuerdo que en algún punto de la conversación que sostuvo el Club de la Serpiente sobre usted, esa misma que atrás traté, Etienne mencionó que lo que usted buscaba era una interacción menos mecánica, menos causal, por eso creo que el tiro al aire que a continuación voy a exponer de forma muy corta, no va a retumbar en oídos sordos.
Ese cuadro conformado por Richard Loeb, por Nathan Leopold, por Clarence Darrow, su defensor, por el juez John R. Caverly y por el fiscal Robert Crowe, no es más que la excepción sintomática no sólo del derecho moderno, sino de esa realidad racional y mecanicista que lo sostiene. Este mundo del causa-efecto pretende encuadrar a como dé lugar el comportamiento del sujeto dentro teoremas e imperativos categóricos con los que se pueda analizar desde la razón, resistiendo siempre a la idea de que gran parte del componente real, y sobretodo humano, es inasible por la razón. Es esta la tarea que ha recaído en gran medida sobre el derecho, ese moderno y racional, el cual, en nuestra historia, se encarna en el fiscal Crowe. Muestra de ese servicio que presta dicho fiscal a la causa jurídica moderna, al mundo de la gran costumbre de Cortázar, es la teoría del caso que presenta ante el juez: un cúmulo de hipótesis que terminaban en una mezcla casi de sexo, drogas y rock’n’roll, a partir de la cual se encontraba por supuesto una respuesta “obvia” a lo sucedido: los asesinos actuaron con el fin de conseguir dinero para pagar
deudas de juego y para satisfacer deseos sexuales, y pare de contar; cien por ciento claridad, es algo como que si al oxígeno se le adhiere hidrógeno siempre dará como resultado agua, o como que si uno corre ciento veinte minutos a siete kilómetros por hora, se habrá desplazado catorce kilómetros.
Pero en este punto es cuando hace la aparición ese cuadro de lo fantástico, esa magia que se cuela entre la realidad y que la razón jamás logra enmarcar en sus geométricas formas: los motivos que movieron a Leopold y a Loeb a cometer el crimen. Por más teorías que nos ofreció el fiscal, por más herramientas que nos brindó la criminología para la investigación, los jóvenes con precisión serena aseguraron que era solo un juego cuyo objetivo era elaborar el crimen perfecto, además de ser una oportunidad para profundizar su relación. ¿Cómo el derecho podría aceptar que no había intenciones distintas a esta? Hasta se dice que Bobby Franks tan sólo estuvo en el lugar y en el tiempo equivocado. Es como leer a Lacan mientras narra cómo los perros de Pavlov no siempre irán a su amo al sonar la campana: siempre hay un espacio por donde surge lo impensable, lo imprevisible, lo que solemos llamar azar, donde acaecida la causa siempre está presente la amenaza de que no vendrá el efecto esperado.
En el discurso de la defensa, del Clarence Darrow se puede ver: Nature is strong and she is pitiless. She works in mysterious ways, and we are her victims. We have not much to do with it ourselves. Nature takes this job in hand, and we only play our parts. In the words of old Omar Khayyam, we are only Impotent pieces in the game. He plays upon this checkerboard of nights and days, hither and thither moves, and checks, and slays, and one by one back in the closet lays. What had this boy had to do with it? He was not his own father; he was not his own mother (…) All of this was handed to him. He did not surround himself with governesses and wealth. He did not make himself. And yet he is to be compelled 6
to pay.
Sin duda el juez Caverly no tenía cómo aproximarse a este caso, mucho menos a este argumento. ¿Cómo podría hacerlo? Este derecho es una estructura barragana que por más que pretenda, y diga, alejarse del causa-efecto siempre será una creatura de la gran costumbre, del mundo moderno, racional y liberal. ¿No ve usted alguna coincidencia con sus consideraciones acerca de la literatura y lenguaje? A lo mejor si decidiéramos
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http://www.law.umkc.edu/faculty/projects/ftrials/leoploeb/Accountoftrial.html
también matar el derecho para revivirlo, conoceríamos, de frente y sin máscaras, las caras de la verdad y la justicia. A Caverly sólo le resto aseverar en su sentencia que (…) judgment cannot be affected by the causes of crime and that it was beyond the province of this court to 7
predicate ultimate responsibility for human acts.
Él supo que había algo más allá, algo que escapó a la norma, a la estructura vasalla, al lenguaje y al derecho. La realidad que se quedó derramada por fuera. Una mosca que continúa revoloteando por fuera del vaso.
Mi querido escritor ¿No ve usted que los abogados también en el fondo, muy en el fondo algunos, terminamos dándole la razón sobre sus apreciaciones del lenguaje? Quizás es esta la razón por la que me encontré esta historia en ese preciso lugar; para ver como la gran costumbre cierra las puertas que debería cruzar el ser humano en toda en cada una de sus dimensiones.
CONCLUSIÓN Así pues estimado Morelli, puede ver usted que he llegado al final de todo esto, un recorrido donde se escribe detrás del telón para escribir sobre personas y no sobre personajes, donde se debe morir y revivir para abrir las puertas hacia lo real, y donde se reconoce que la fantasía siempre estará allí para recordarnos que algo está por fuera de la razón. Es este el momento donde se deben sacar las conclusiones, como bien dice este subtítulo, pero en reivindicación de lo que he dicho no quiero concluir nada. Sería como dejar supuesto que todos mis argumentos conducen necesariamente a una y sólo una conclusión, y a lo mejor se dirigen en muchas direcciones, muchas que incluso desconozco, o quizás no llevan a ningún lado. Esa tonta idea de que todo va o se dirige.
Entonces Morelli, sólo es una carta, un saludo que antecede palabras. Es sólo un recorrido, un camino que invita. Es escribir desde las bambalinas, es morir para revivir, es aceptar que algo se nos quedó por fuera. Es esta carta. Si todavía quiere conclusiones, sólo es que la vuelva a leer.
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Ibidem
Espero que la vida lo llene de satisfacciones. De manera muy cordial,
CAMILO VALLEJO GIRALDO Basta ya de ayer dale rienda al hoy, cancha libre al corazón. Dale, despertá de esta oscuridad, en tus manos está el sol
Bogotá D.C. Abril de 2009