Capitulo De :"los Anestesiados"

  • April 2020
  • PDF

This document was uploaded by user and they confirmed that they have the permission to share it. If you are author or own the copyright of this book, please report to us by using this DMCA report form. Report DMCA


Overview

Download & View Capitulo De :"los Anestesiados" as PDF for free.

More details

  • Words: 7,771
  • Pages: 31
QUINTA PARTE

“Estoy mortalmente aburrida. Ornella enclaustrada en su propia trampa. Diáfana. Urgente. Siempre buscando. La señorita “Miss infinito” de las desilusiones. La emperatriz de las equivocaciones. Equivocarse no está nada mal, a esta edad donde la constancia hace equilibrio sobre la cuerda fláccida del sendero. ¿Hacia dónde? Nadie lo sabe. Nadie. El amor no perdona. El amor es letal. El amor es violencia. El amor es sangre, sudor y lágrimas… El amor es tremendo y devastador. ¿Pena u olvido? El amor podría durar únicamente siete minutos. Te habías metido dentro de mi instinto… te habías empotrado en el interior de mis venas. ¿Been insane? El sudor compartido que derramé sobre tus brazos… que me detuvieron. Sobre tus hombros que me detuvieron lloré una siesta, un mediodía, una noche. El amor jamás termina. Quería darte cada uno de mis segundos.” ¿En qué estaba pensando? Las palabras me aturden, me revelan, me dan asco. Sí vos X, y todo lo que continuó después de X, ahora me da náuseas. Tanta impunidad, tanta violencia, tanta vulnerabilidad rota. Tanto corazón en llamas, tanto buscar en cualquier parte. No valió la pena… Ya estoy de regreso. Bajamos a la realidad. Cuando volvimos a Bariloche, precisamente a la curva del trébol, el fantasma del desamparo se desvaneció. Fue una linda temporada en el nirvana, que nosotros, Gonzalo y yo, nos construimos. Ahora vamos a vivir juntos, confrontando cada segundo con nuestro pasado. El pasado se convierte en una especie de perversa satisfacción. El pasado. Llenos de pasados. De nuestros acompañantes, nos despedimos cordialmente. Toda esa laguna mental sirvió para que M. Inés y yo, comprobásemos qué grandes

amigas éramos, qué notables que habíamos logrado ser compartiendo soledades, bajo tantas noches. Bajo tantos sudores infecundos. Si el cielo sigue así, yo podría quedarme a vivir siempre por acá. Quedarme para siempre. Aunque “siempre” es una palabra que termina. Y termina mal. Desde luego, la incertidumbre sigue jugando su más atrayente rol. El papel más fundamental entre todos. Ante mis ojos, siempre se presenta así; como si nada. A ella no le importa nada. No le importa englobar el maldito absoluto y siempre mantenerme bajo su destello. La endemoniada incertidumbre que me acompaña. Seas nuevamente bienvenida. Todo este tiempo se detuvo para nosotros, especialmente para nosotros dos. Exactamente para Gonzalo y yo. Está bueno quedarse detenido en el tiempo, sobre todo cuando tenés mucho de qué lamentarte. Aunque sean inaceptables caprichos. Nuestro nuevo capricho ahora es intentar existir bajo la misma cabaña. La cara de Gonzalo; sospechosamente hermosa y rutilante como pocas, me detenía. Llegaba a convencerme fácilmente con su inexorable brillo. Ese brillo que fascina hasta a la azarosa muerte. <<Justine tiene miedo. Corre una atlética carrera desesperada hacia la nada. Huye con potencia hacia la ausencia. Corre rápido y no llega a ningún lado. No tiene y tampoco encuentra, la forma para escaparse de ella. Justine perdió peso. No tiene ganas de nada. Hasta masticar le cuesta. La vida la enfrenta día a día. Justine siente miedo. Está sola. Tiene muchos amigos, pero está sola. Sola entre compañías. Le tiembla el cuerpo. Se acuesta y su íntegro cuerpo tiembla. El corazón se le acelera. Más miedo. Justine anhela

abrazos rodeándole el cuerpo. Brazos. Manos. Piernas sobre su cuerpo. La gravedad corpórea de otro cuerpo la sosiega. Un simple abrazo. Abrazos múltiples. Justine se encierra en el cuarto amortiguado. Mira la vida solamente por la claraboya. A su vida, la ve pasar por la ventana como un destello. Se encuentra triste. Fea, apenada y vieja. Extraña ser la falta. Dentro de ella existe un universo de vitalidad mal encausado. Justine tiene intenciones. Hermosos planes. Mientras tanto; la vida la acobarda. No se anima a hacerle frente al miedo. No comunica lo que vive. Disimula cosas. Es cruel. Demasiado cruel con ella misma. Se impone sus propias reglas. Se inventa fronteras. Su misma pasión la limita. Pide límites a gritos. Se crea tantos límites que se termina limitando todo. Le cuesta caminar a solas por la calle. Sola. Sola se traiciona a sí misma infatigablemente. Tiene constancia para traicionarse. Para eso sí, no falla nunca. En eso es una verdadera experta. Sabe muy bien, bien adentro, que la reunión con ella misma se va a producir. Todavía no sabe cuándo. En algún momento se va a poner de acuerdo. Todavía no puede. Está terriblemente enojada con ella. Se quiere parcamente. Poco. Casi nada. >> La noche que Gonzalo me fascinó, como a la mismísima muerte, era una de esas noches en la que su compañía me resultaba algo perpetuo. Haberme cruzado con él, tal vez había sido mi mejor huida. De todas maneras, uno no pude estar huyendo todo el tiempo. Mi pregunta constante era si realmente estaba ahí por él o por el mismísimo miedo de volver a encontrarme con mis sensaciones anteriores o con el sentimiento de nunca acabar que me había obsequiado X. ¡Qué gran montón de fantasmas! Igual yo permanecía unificada a Gonzalo. En principio, la cabaña que alquilamos, la habíamos llenado de memorables recuerdos de nuestra

estadía en los lagos. Los recuerdos nos arrebataban, nos asfixiaban y quemaban todo el tiempo. El nuevo día parecía ser perfecto. La impresión de saturado desamparo y asco vicioso que habitaban añejamente en mí, fueron desapareciendo gradualmente. Nosotros habíamos pasado todo el invierno entre sedimentos de caminos y cabañas nevadas. La nieve como único telón. El gran cuadro pintoresco blanco de la nieve que congela los lagos y también nuestras almas. Una especie de renuncia al mundo externo de mi parte, al que había dejado tiempo atrás. ¿Pero estaba enterrado por completo? Nuestros cuerpos sangrantes de deseo; decían que sí, mientras que nuestras mentes ambiciosas y apuradas, no contestaban. Un encantador y refinado desequilibrio. De todas formas, nuestras mañanas prosiguieron existiendo juntas. Nuestra marcha estaba ya instalada en la absoluta confianza de nosotros mismos. Aunque… nuestras heridas continuaban ahí. Siempre ahí. Recordándonos. Abiertas y fervientes. Nosotros. Una perfecta parodia de nosotros mismos. De todas maneras, reales hasta el hartazgo. Al poco tiempo de habernos instalado, de haber cargado con nuestras realidades, comenzamos a frecuentar algunas zonas medio densas. Cada uno de nosotros tenía una especie de locura. La de Gonzalo era suficientemente perturbadora. Los gritos que musitaba mientras dormía, me producían cierto temor profundo. Sentía como que en sueños, él quería estar en otra parte. No sé si en algún otro lugar del mundo. Tal vez en algún lugar dentro de él. Toda esta porción resultó un enigma. Desaliñados y llenos de inviernos calientes, una tarde terminamos en una especie de subsuelo encantado que adorábamos y frecuentábamos consecutivamente. Ese día, ambos estábamos hechizados de nosotros y

preferimos asesinar al día, embriagándonos con botellas colmadas de alcohol de numerosos colores. Comenzamos brindando con una botella de Johnny Walker Red Level; estábamos dispuestos a dejar de ser nosotros por un muy buen rato. Continuamos con determinados licores; más vodka, más ginebra, más blody Mary… y más todo lo que nos podía hacer desaparecer. Nuestros sorbos no contaban con ninguna clase de prudencia. Mi garganta ardía en llamas vivas. El dragón de la llama con fuego se me escapaba por los poros. Amaba a Gonzalo; mis ojos vidriosos, llorosos, borracha entre la nieve ya de colores. Nunca detesté el alcohol. “There´s nothing like Jack Daniel ´s.” Ser una borracha entre la nieve. No está nada mal. Un momento instigador. Nuestra forma de mirarnos a los ojos ya dejaba de ser igual. En primer lugar: la sonrisa de nuestras bocas radiantes como el sol que derrite el mismísimo mundo. Los besos de licor de chocolate de Gonzalo, los pequeños detalles convertidos en grandes, los grandes detalles descubiertos sin perder la forma. La nueva sensación de libertad, no era más que otro pedazo de sueño que nos suministraba el alcohol. Desde ese lugar, el mundo entero se veía magnífico. Hasta los colores eran distintos. La gente caminando, el cielo más cerca, en fin, un no fin de fachadas irreales donde no quería despertarme nunca. Cada brindis compartido, por la ruta madre, por la nieve, por el amor que mata y es intrépido, nos llevó a terminar revolcados de risa y a colgarnos de nuestros correspondientes cuerpos. Emborracharse merece ser vivido. En un momento, clavé detenidamente mi vista en el esplendoroso espacio y en el medio del gran sentimiento

bienvenido, me irrumpió un confuso deseo. Un leve deseo de volver. Sí, pero esta vez, de volver a mi casa. Y sola. No estaba del todo segura de si era por la efervescencia que poseía mi cabeza o porque realmente sentía que ya era tiempo. A toda velocidad, nuestros brindis incluyeron lágrimas, carcajadas y todas nuestras emociones yuxtapuestas. ¿Volver? ¿Adónde? ¿A mí? Podía abandonar a Gonzalo. Podía dejarlo todo ahí mismo, en ese beatífico momento. Intenté olvidarme del asunto y así en el estado sofocador en el que estábamos, comenzamos a bordear el Nahuel, el más pintoresco lago Nahuel Huapi. Kilómetros y kilómetros caminados, encerrados en nuestra propia embriaguez y divirtiéndonos mucho. Caminábamos perdidos hacia la nada y una de las tantas curvas existentes nos llevó a aparecer mágicamente en la parte de atrás del casino. No era precisamente la gran entrada cardinal, sino la salida. Le hicimos caso a la tentación y entramos a juzgar a nuestra suerte, mediante pagos. ¡Ruletas!, ¡Craps!, ¡Black Jack! ¡Punto y banca! ¡Qué tentación! Al subir mareados las escaleras, desembocamos en ese juego de azar en el que se lanza una bolita sobre una rueda giratoria, dividida en treinta y siete casillas numeradas del cero al treinta y seis. La mismísima homicida ruleta. Y en ese juego de azar exquisitamente incitante, que me jugó la vida, frente a mí, del otro lado de la mesa de juego, a unos pocos metros de distancia de nosotros, se encontraba apostando, ¡cómo podía estar sucediendo eso!, el pavoroso X. ¡Sí, el gran X de antes! Parado frente a mí. Una sensación de desmayo eminente se apoderó mefistofélicamente de mí.

X me observó indiscreto. Cuando me reconoció, su mirada se incendió de inmediato. En un primer instante yo no pude más que apretarle la mano a Gonzalo con la fuerza de un remolcador. Continuamente mi cuerpo íntegro se puso a temblar. ¡Qué desconcierto! ¡Qué casualidad! Enseguida me vino a la cabeza una frase que había leído en la adolescencia de E. Sabato: “No hay casualidades, sino destinos.” ¡Qué inmundo destino! Yo lo reconocí a X de inmediato, por supuesto que por su repulsiva manera de moverse y de desplazarse de un número a otro. Parecía como que estaba examinando la mesa de las apuestas con demasiada religiosidad, de bruja manera, impactado por el juego, como si el juego mismo le disparase una indivisa idea fija, con una pasión incontrolable. Sus manos estaban recubiertas de fichas, que arrojaba al paño bruscamente. Sus ojos abotonados a los míos, congelándolos. Todo, decididamente todo lo que flotaba en ese lugar, contaba con un grandilocuente significado. Cada número de la ruleta correspondía a cada una de mis treinta y siete variadas sensaciones. ¡Cuántos años volátiles como el humo del ambiente se detuvieron en el aire! ¿De dónde venía yo? ¿Cómo había ido a parar justamente a ese sorpresivo lugar? Lo que recuerdo, es que Gonzalo y yo nos habíamos dejado estar perdidos en el medio de la nada, indecisos respecto a todo. Subíamos y bajábamos por los kilómetros, solamente queriendo lograr alcanzar a las curvas…

¡Qué fatalidad fue para mí!. ¿Qué podía pensar? Solamente en el destino. De alguna manera el destino me llamó. El destino, nuestra causa. No entraba en mi cabeza de ninguna forma, cómo era que estaba X en la Patagonia. ¡A tantos kilómetros de distancia! ¡Entrar al casino sólo para qué mis ojos lo vean! ¿Qué es esto? ¿Qué significa literalmente la palabra destino? Lo primero que se me ocurrió era que existía algo entre nosotros, no podía ser de otra manera. Tenía que haber alguna causa. Había pasado tanto, pero tanto tiempo desde aquella terminante desilusión. La situación fue emotiva para ambos. ¡Tanto desconcierto! Pero yo no estaba sola. No solo que no estaba sola, sino que a los diez minutos del considerable asombro, comencé a sentir una especie de sensación placentera. Una clase de alivio, de relajación. Mi cuerpo, mi propio cuerpo era el que empezaba a comprobar que X ya no era el “Gran X” de entonces. ¿Dónde había quedado todo mi amor por él? X se abalanzó a saludarme con su donairosa postura soberbia, mientras que espera de mí lo de siempre. Espera que explote en lágrimas y me muera ahí mismo por él. Por supuesto, eso no sucede. - ¡No lo puedo de verdad creer! ¿Qué haces divina acá? ¿No me estarás siguiendo todavía? –me dijo riéndose. - Sí. Sí. ¿Cómo adivinaste? Es mi mayor hábito desde que llegué a Bariloche –le contesté irónicamente. - ¡Qué regalo del destino Ornella! - ¡Qué fatal destino X! - ¿Qué haces acá? ¿De dónde saliste? ¿Qué haces acá?

- No sé… la verdad es que no tengo la menor idea que hago en el casino. Me gusta jugar… sí, soy una viciosa del juego –le dije riéndome cada vez más. - ¿Te gusta la ruleta? No te creas que es tan difícil dar con un pleno. A mí me vuelve paranoico el juego. - Ahora que lo pienso bien… vos fuiste como una ruleta en mi vida. Para mí nunca fue fácil dar con un pleno. La bola gira, gira y gira y no siempre tira dónde uno apuesta… yo había puesto todos mis sueños en el mismo número. Vos. ¡Que principiante! ¿No?… Menos mal que llegó un día en el que me di cuenta y levanté todas las fichas del número. Después de eso… pasó mucho tiempo para que volviese a jugar otra vez. - ¡Te veo radiante! ¿Sabes qué te extrañé? Ya se que no me vas a creer,…pero me quedé pensando en lo que había sido de vos. - ¿Viste que algunas cosas llegan tarde? - Todavía estamos a tiempo –me contestó X mirándome abrigadamente a los ojos. - No. Ahora yo no necesito a otra cosa más que a mis ojos. - ¡Están radiantes! –me dijo acercándose. Gonzalo había quedado en el otro extremo de la mesa de juego. Comencé a hacerle señas para que me esperara, para que no se impaciente. Supongo que para entretenerse un poco, comenzó a hacerle preguntas sin sentido a un croupier que estaba ahí. En nuestra mesa había solamente seis personas jugando. Yo sentía que estaba en el contexto más equivocado del planeta para un encuentro de tal magnitud… - No te acerques tanto X. No estoy sola. Aparte ya no me gusta. - Pero, …¿Cómo?… ¿No querías sentirme cerca? - Si, quería. Ya no. Ahora tengo a alguien muy importante para tenerlo cerca y de los labios. Para tenerlo de la mano…

- No te creo. - ¡Qué mierda me importa! Yo me abrí una nueva ventana, …pero a vos ya no puedo verte desde ningún lado. - ¿Qué? ¿Me vas a decir que no queres volver a rozar el sol conmigo? - No. Definitivamente no. Me quemó mucho la última vez. Ahora yo puedo dormir con sueño y vivir con vida. Estoy impregnada en otro aire. Me costó mucho… noches enteras de no saber nada. ¿No te acordás de tu sádica indiferencia? Bueno, de todas maneras, ya no me perfora. Ahora yo me perforo en otros besos. De verdad, no soy la misma. Viví muchas cosas nuevas. No continúo alienada en un único sueño. - ¿Qué? ¿No me queres más? ¿No queres la boda secreta? - No. - En ese momento… yo tenía que viajar mucho. Ahora ya no. - No me hagas decirte que seguís diciendo boludeces. Yo no viajo. Yo permanezco dentro mío. - Dame un beso. Me muero por besarte. - Ni chiflada. Tu hiriente sabia ya no me desborda. ¡Me transforma! Ya estoy curada de tus desencantos. Ahora me encanto con tenerme. - ¡Qué día raro! Recién acabo de llegar a Bariloche, a la mañana. Me compré un terreno en un kilómetro alejado, cerca del diez abajo. ¿Queres venir a conocerlo? ¿A tomar algo? - No. Gracias, estoy demasiado acompañada. La pasé espantoso cuando quise amarte… con el tiempo, con mucho tiempo, me di cuenta que yo sólo estaba enamorada de mi amor. Del amor que quería dar. De mi sueño. Vos me lo descuartizaste todo. Fuiste el primer hombre que me descompuso… en realidad no fuiste vos… fue mi ingenuidad. - Nunca supe que fue para tanto.

- Si… lo sabías. Y te cagaste de risa mal… nunca te importó nada. Nunca te importó otra cosa que vos mismo. Me ilusionaste descaradamente… ya no me interesa. Hace rato que no busco tu boca en otras bocas. Ya no sos el regalo más preciado ¿Quién te pensas que sos?, Me costó mucho, pero me salvó el crepúsculo. - Elegí un número Ornella, dale, elegí. Déjame hacer todas mis apuestas en ese número, si no sale es por qué estás mintiendo… - ¡Qué idiota! Seguís siendo el mismo idiota de siempre. Lo único que te interesa es ganarme en este momento. ¿No ves que inventas una carrera contra vos mismo constantemente? - ¿Qué haces acá Ornella? ¿Estás de vacaciones de invierno? ¿Estás viviendo acá? Yo me compré un terreno… ah… ya te lo dije. Me voy a mudar cerca del lago. Se acabó la ciudad… - Yo vivo rodeada de caminos que me llevan al lago. Rodeada de montañas y de nieve. Está buenísimo… - ¿No queres venir a mi casa? Te podes quedar un tiempo, si queres te podes quedar a vivir conmigo… - ¿Qué decís? ¿Tan solo estás? Yo quiero ser solamente yo. No quiero nada más. “Just wanna be a woman”, como el tema qué escuchamos aquella noche de Portishead. ¿Te acordás? - ¿Qué te pasó? ¿No era que me esperabas y buscabas tanto? - Sí, más que a nadie en toda mi vida. Sí, te amé y martiricé más que a nadie. Tal vez sin saber tampoco quién eras. Por suerte descubrí con el tiempo, que yo, sólo yo, puedo ser la luz que quiero ser, el mundo que imagino, el amor de mi vida, los caminos por vivir, el alma de las cosas y el centro de mis sueños. Ya no deposito mis sueños en nadie, más que en mí. Sólo yo voy a ser la mujer que quiero ser. El centro de mi universo… ya no quiero llegar al tuyo. Estaba obsesionada mal. Mal

obsesionada con vos. Ahora quiero quedarme en el mío. En el cuerpo de Gonzalo, al menos, no se refleja el tuyo. Gonzalo es esa hermosura que nos está mirando consideradamente… - Entonces… ¿Se rompió el sueño? - Sí, estamos en el casino de las ruletas rotas… ¡ja!… ¡Ja!… - ¿Sabes? Ahora podría jugarme todo este invierno para que te metas dentro de mi alma… - ¡Mentira! ¡Mentira! ¡Perderías todo!, vos no sos ese tipo de personas que se juegan. Sos un simulador. Jugás con todo… jugás con el amor… seguramente nunca amaste a nadie… tenés una dificultad grande para amar, …pero de igual manera… ¡A mí qué me importa! Seguí haciendo mierda a otras… ¡A mí qué me importa! Tu búsqueda aguada me encerró, me paralizó de manera horrorosa. Me dejó al costado, al borde de todo. La incertidumbre y la inestabilidad de todo tipo, habitaban en mí como reinas. Me repetían. Dejé mi vida a un costado por vos. ¡Yo qué sabía! ¡Por tu amor ausente! Mientras que afuera todo siguió girando. ¡Me volví loca buscándote! Después de vos no sabía qué hacía ni adónde iba, ni cómo me llamaba, …pero ya me inventé de nuevo. Junté cada una de mis miles de partículas rotas y acá estoy. - Me lo perdí todo… mira Ornella, si te sirve de algo, te pido perdón por no haberte ni siquiera escuchado nunca. No sé que decirte… discúlpame… necesito un whisky… ¿Querés? - No. Gracias, ya tomé demasiado. - No fue todo mentira Ornella. - Todo fue mentira X. - ¿Cuántos años tenes mi amor? - Veinticinco, dolorosos veinticinco. - Puedo cuidarte mucho…

- ¿Qué hacés acá? ¿No tenés nada que hacer? ¿Tus mujeres? ¿Dónde las dejaste? - ¡Que sé yo!… ¿Tanto me quisiste? - ¿Tanto? Iba vestida con tu cuerpo, con tu reflejo, con la sombra de tu reflejo. Iba libre, …pero sin respiro. - Todo fue un malentendido… - Al menos ahora, yo tengo la certeza de que algo de todo esto va a quedar dentro tuyo, siempre. Por si no nos volvemos a ver… sé qué te dejé algo. Para mí tampoco nunca jamás habrá otro X. Nunca. Te amé demasiado y me partiste en millones de pedazos… te burlaste de mi amor… bueno, …pero ya no. - Mira afuera, ya debe ser de noche. Una noche gris seguramente… ¿Vamos a cambiarla? ¿A borrar las penas? - No. Este fue el lugar exacto para qué se crucen nuestros caminos. Ya no existe otro. Ya tengo el mío. Bueno… te dejo. No puedo seguir hablando… hay alguien que quiero mucho que me está esperando. - Espera… Ornella, no te vayas… - Chau X… gracias por todo. Desde la punta de la mesa de juego alguien grita un gélido: “No va más”. De manera que las fichas ya deben estar todas arrojadas sobre el paño. Ya no hay más tiempo para seguir apostando. Yo me limito a correr hacia los brazos de Gonzalo a abrazarlo fuerte. - ¿Quién era Ornella? - Nadie. No era nadie. La indiferencia actúa su mejor actuación, eso sí, en un muy buen primerísimo primer plano, siguiendo el travelling y con mucha, pero mucha luz. Fue la última y más prolongada toma para X. “Señores: hagan juego.”

¿Todo se rige en este extraño mundo por el principio de causa y efecto? ¿El verdadera accionar de las personas es una larga sucesión encadenada de causas y efectos? No lo sé, no lo sé… o tal vez sea una simple y agobiante coincidencia. Tardía coincidencia. La vida a destiempo. Más allá de qué este hecho no modificó mi camino de ninguna manera, me dejó hechizada para todo el resto de mi vida. No creo que X me haya amado nunca. Fui yo la que amó demasiado. - Mejor nos vamos Gonzalo. Volvamos a casa, por hoy ya hicimos demasiadas apuestas. Gonzalo que no me suelta nunca, me aparta de la resplandeciente mesa de juego hacia la salida. La salida a mí se me convierte en una autovía interrumpida que se diluye en las futuras travesías de la gran nada. ¡Pero es la única salida! Mientras me dirijo hacia ella, giro mi cabeza lentamente hacia atrás, hacia dónde quedó parado X. Siento y veo los ojos de X, empotrados en mí, en todo mi ser. Cada paso milimétricamente caminado, me reafirma que ya no existe retorno posible alguno. Que la única salida es la mía. Que el sueño postergado por fin se apagó. Por primera vez, después de tanto devenir, había aceptado verdaderamente el final. - Te quiero –me repitió Gonzalo– acariciándome el pelo. Sus manos sobre mi cabeza, me sacuden del insondable aletargamiento que me dejo X. No puedo quedar de otra manera que agudamente conmovida. Conmigo. Pudiera ser que la salida no significaba la salida literalmente, sinó la primera embocadura al mundo real. A otro completamente nuevo. A un

verdadero mundo lleno de promesas de primaveras recientes, como las que Gonzalo y yo nos habíamos inventado tan esmeradamente. Antes de este decisivo advenimiento, yo había estado pensando en volver. Ahora conozco un poco más de qué se trata. Cuento con mi propia educación sentimental privada. El mundo X, no existió más. Por fin me cansé de buscar argumentos, inventar situaciones dónde mis fantasías sin las suyas, eran posibles. El boomerang parece que cayó demasiado cerca, pero llegó impávidamente tarde. Se ve que el pobre estuvo enganchado por un largo tiempo, en las ramas de algún fuerte nogal. La ruleta termina siendo el mejor juego que me vomitó la vida y me la devolvió en una sobrenatural jugada. Toda esta anarquía emocional fue necesaria para poder ingresar desgraciadamente al mundo real. Ya no más consuelos infructuosos podrán sostener la ilusión fabricada sobre los bordes de los exactos ángulos de la nada. Fui víctima y victimario a la vez. La mejor interprete de mi propia tragedia. Ojalá algún día llegue a ser como la superficie, …no, mentira, lo digo en un momento de pura racionalidad, sé qué volveré a sentir hasta caer en los abismos más insondables. La vida duele, no es ninguna innovación. Cierro los ojos e ilustro en el aire la efigie de Gonzalo, la primera vez en la ruta, la noche que nos conocimos. Ahora compruebo que su aire irresistiblemente porteño me conmovió definitivamente. También siento que fue una gran vía de escape y yo quiero dejar de escaparme de todo, de cualquier cosa, por minúscula que sea. Quiero estar ahí. Hacerle frente, poner la cara, el cuerpo, los dedos, las rodillas… yo entera.

De todas maneras, no puedo quedar más que en pausa, una pausa diáfana y esbelta, después del accidental… ¿Previsto?… encuentro. Un poco torpe, abstraída, en un cristal de aire encantado, pero rajado. Rajado al fin. Mi vida recién comienza. Una vida nueva. Ya me morí mil veces y se como puedo sobrevivir a los instantes imposibles. Instantes que con el tiempo se diluyen con el brillo intermitente de mi luz. <<El odio mudo, azabache, se le compenetró a Justine intrínsecamente en el reflejo, le está lánguidamente desmenuzando las venas hendidas. El darse cuenta. El mirar de cerca a la impudicia con la que amalgamó sus verdaderos sentimientos. ¡Si la vieras! ¡Si tuvieses la sagacidad de meterte por un segundo dentro de ella!, no, imposible, vos no comprendes, sos cobarde y los cobardes del amor son repugnantes, en el monstruoso sentido del léxico. Horribles. La liviandad la asusta. La asustó siempre, no es ninguna novedad. La tuya le da envidia y un monumental vómito. Por supuesto; para los cobardes: la vida leve. El amor genuino es plenamente incoherente, extravagante, virginal irracionalidad. De otra forma, Justine no lo concede. No lo conoce. El poderío de su mente cargada es infinito. Un fuliginoso máuser en brasas a punto de ser bombardeado, escupido, hacia la encarnizada insensibilidad humana. Después de todo, existe más vida en la jungla que en el pavimento. Pero, si a vos te gusta el pavimento. ¡Cómo pude olvidarme de eso! ¡Pobre liviano!

No es que ella esté formada de un desfiladero de lágrimas, es demencialmente ultra delicada, atómicamente impresionable. Bien podría llamarse:“La granada atómica de las emociones.” La granada corpuscular todavía no grita, ni detona. No se atreve a tanto. Le falta un poco de tiempo e historia. ¡Cómo va a atreverse! Aún es solo un arma cargada. Justine, a pesar de estar igual, siente el más terminante sentimiento atropellado, lleno de repugnancia tétrica hacia los anestesiados. El corazón de Justine no entiende de nada. El muy pálido es así. De ningún raciocinio, ni requisito. No repara en consecuencias, es envidiablemente autárquico. Jamás aprendió a amar de otra manera. Depurada emoción. Aunque también aprendió que la emoción pura, no sirve para nada. La realidad es la exclusiva propietaria cruel que se atreve a pegarle millares de latigazos por segundo. El amor es violencia y punto. Sino, no es. Justine no se cansa nuca de repetirlo. Lo lleva escrito en el cuerpo hace años. Sobre el frágil cuello de Justine se esconde la verdad. Una de las remotas verdades es que el odio es la otra vertiente del amor. ¡Si la vieras entonces!>> <<En vez de contemplarla con amargura, podrías decir algo... no se... vos que siempre fuiste tan ocurrente... ¿Cómo es posible que a vos no se te ocurra nada? Qué sé yo... algo. ¡Rugir! ¡Gritar! ¡Alguna reacción por dios! Sos como un carruaje cero kilómetro llanamente fundido. Naturalmente me obsesiona tu neutralidad finada. ¿Me habrá querido en algún momento? ¿Me querrá siempre? No respiro. ¿Cómo se las ingenia uno para volver a organizarse cuando la salida parece quedar tan lejos? Digo, tan lejos... la ilusión a veces se hospeda en

algunos lugares obscenamente remotos. De todas maneras... ¿Cómo es qué se llega? Justine fue la mujer más piel que hayas conocido, la más azucarada e intempestiva piel, que te hayas atravesado en la vida... de verdad, no exagero... tendrías que verla ahora con tus propios ojos. ¿Ya te lo dije no? Ahora está lejos, quedó más lejos todavía... cómo aquella ilusión, ... pero con qué facilidad caminaba demacradamente por los bordes de cualquier cuerpo... ¿Recordas cómo se apoderó de tu cuerpo? Ya no. El organismo le pesa por el odio. No hace falta ni imaginárselo. Demasiado peso, mientras que todo lo que parece girar afuera es desgraciadamente cero provocador de ilusiones. Curiosea el cielo y una dantesca tonada grisácea rellenada con verde musgo se apodera de cada flaco átomo de su cuerpo. Una porquería de fachada, bañada por las luces más grises que pueden existir, caen rotundamente en forma brutal sobre sus hermosos hombros. Sobre cada centímetro de sus maduros poros. Y sí... un jueves por la noche la vida la asusta, no puede ser de ninguna otra manera. ¡Hay qué matar a los gritos!: Ahogarlos. ¡Hay qué asesinar a la indiferencia!: Desmigajarla Y a los insensatos concisamente... ¡Carbonizarlos! Sentir la efusión real, la verdadera pasión; desinhibida como la de una tormenta tempestuosa. ¿Cómo la de Juana de Arco? ¿Acaso no estamos todavía en el año mil cuatrocientos?

No, no... se terminaría incendiando ella misma. Pasó tantos años suspendidos, salvajes y sin anestesia. Pero Justine... deja de asombrarte si estás en la dorada flor de la edad, la edad justa para que todo te aniquile. ¡Tenés qué cuidarte! ¡Tenés qué hacerle frente! Dejar de evadirte. ¿En qué estabas pensando? Te conozco, lo reconozco en tus rutilantes ojos... ah... si, déjame adivinar... en cómo te abandonó Federico. Sí, en un sutil instante. ¿Pero no estaba todo liquidado desde el primer encuentro? ¿No era un tiempo suplente ese? La vida está almendrada de instantes y Retiro te quedaba un tanto lejos. Otra vez, dejaste que el corazón te quedara regando sangre. El gandul ardor del tiempo que se te repite inquebrantablemente desde atiborrados tiempos arcaicos. No te agites más. Respira hondo. Vaporiza al mundo. Deja de sentir a los escalofríos encumbrarse por tu piel. ¿Cuánta fascinación por el abandono te clavaste linda? ¿No escuchaste ya demasiados zumbidos dentro de tu estómago? ¿Cuánto asco saturado más? Por favor... Basta, llegó la hora de gritar. Grita. ¡Por favor, grita fuerte! Grita. Abrí la boca de una vez por todas. ¡Mátalos a todos! ¡Mañana es mejor! Regálate las horas de tu vida a vos. Solo a vos Justine. Los hombres leves asustan. Federico con su talante de victoria destrozada, te detuvo igual. ¿Te acordás de aquella cándida mañana en Libertad y Corrientes?... tan solo poniendo sus manos sobre tus hombros... Pérfidamente, juntos florecieron... pero se olvidaron de los frutos. Ahora querida Justine... no te queda mucho tiempo. Andá a sorber... sí, a

beberte la otra vida. La que siempre te perteneció y te espera. La que espera de vos, el mayor de los encuentros. >> Si de encuentros se trataba, yo acababa de tener uno. En definitiva, el más apropiado y desfachatado encuentro. Recibo correspondencia desde Buenos Aires. ¡Mi madre! preocupada por mí, ruega que la este pasando dichosamente. ¡Sí me vieras mamá! ¡Sí lo vieras a Gonzalo también!, te sorprenderías demasiado. Tendrías que verlo… enserio. Es una excelsa combinación de rey – esclavo, de príncipe – necesitado, tan mío y tan de nadie a la vez. Tiene el porte y la crudeza de Sean Pean, la suavidad vivamente irreprochable de River Phoenix y la irresistibilidad de Gary Oldman, bueno… un Marlon Brando cualquiera. ¿Te lo podés imaginar no? No, enserio, es todo un caudal de frescura. Justo lo que necesitaba. Pero… todavía no sé si voy a volver a Buenos Aires o me voy a quedar acá con él,…no sé… tal vez vuelva. ¿Pero… vos mamá, abandonarías a un actorazo como éste? Es que ya tengo un poco de ganas de urbanidad, de la mía. De moverme como un auténtico pez en el agua. Como una nereida, mejor dicho. También tengo ganas de volver a ir a bailar, sí, aunque parezca liviano. De ir a bailar y sacudirme como una loca y acostarme a las diez de la mañana, quizá borracha de contenta. De vestirme para la ocasión, de conocer a otro tipo de gente, de juntarme con amigas a conversar de todo y de ¡Hombres! Con los mínimos detalles incluidos. De armar todo ese gran ritual, habitual entre mujeres antes de salir a la noche.

¡De escuchar a Joaquín Sabina! Alguna noche que no duela y cantar bien fuerte. ¡Cómo es debido, coño! De no volver jamás a sentir celos. Vos tenías razón mamá… tenías razón de que yo era una mocosa muy celosa y posesiva. ¿Te acordás de los bocinazos que te pegaban los autos cuando me venías a buscar a la escuela Antonio Devoto? ¿Te acordás caminando por la plaza de Los Arenales? ¡qué vergüenza que me daba! Te apretujaba la mano bien, pero bien fuerte, para que hagas algo respecto a las bocinas… y vos, qué podías hacer más que seguir siendo radiante. Madre: Si hay algo que voy a comenzar a reproducir de vos, es esa fuerza vital que demuele cualquier muralla. Ojala pudiese contagiármela rápido. De tacos altos, también tengo ganas, de revolcarme de alegría en una mullida alfombra carmesí de algún piso lejano y alto. De vivir, suena absurdo, porque de hecho lo estoy haciendo, pero me sale que tengo ganas de vivir. De volver a sentirme libre. De moverme en otra dirección. La verdadera dirección. Digo esto de vivir, de volver a vivir sin traicionarme, por qué de eso te estaba hablando. Cuándo digo qué tengo ganas de volver a vivir. Creo que a la traición la conozco magníficamente bien, de frente, de costado, por todos sus orificios, si a la que me hice yo. Andaba con la piel a flor de deseo, tenía sueños en colores y terminé abortando todo. Me traicioné a mí misma. De todas formas, ya quiero dejar de hacerlo mamá, quiero seguir solamente mis pulsos y volver a recomenzar, entonces te repito que llevo unas ganas ardientes de vivir, pero esta vez, sin cargar con esa palabra tan horrible, como es: Traición. Vivir a secas, aireadamente. De no inventarme nada más. Se acabaron las películas hace rato. ¡Viste que ya ni quedan cines continuados! Como

dijeron en el mayo del sesenta y ocho francés: “El arte ha muerto. Godard no podrá hacer nada por él.” Se terminaron las gigantes fantasías que me armaba, las terribles y dolorosas idealizaciones. No voy a contarte que no es desalentador caer en la tierra, te estaría mintiendo, …pero no existe otra que la tierra. Sí, la otra podría ser inventarse un mundo inexistente y habitarlo. Intentar vivir ahí. Inventarse una vida, manufacturarse amigos a medida, como hacen los cobardes y yo quiero dejar de serlo. No voy a decirte que no me llevó tiempo tampoco, sí, me llevó demasiado tiempo entenderlo. Me llevó lágrimas en kilos, infinitas lágrimas que planté por acá cerquita, las ahogué en algún maravilloso lago por dónde estuve, y hablando de lagos, no sabes lo helados que son, vos que le tenés tanto terror al agua y… sí,… te entiendo, no es para menos. Haber estado tantos meses herméticamente encerrada en el claustro materno, de mi nona querida, tanto movimiento, tanta marea alta, arriba del barco que te alejaba de tu tierra natal, claro… no es para menos que le tengas terror al agua, queriendo salir, mamando la angustia del traslado, del cambio de continente. ¿Cuántos días me habías dicho? Cincuenta días… y después una vez en tierra te decidiste por fin a nacer. Vos también en esta tierra argentina… ¡Podrías haber intuido otro escenario! ¿No? No, mentira. Mentira italianita de mi alma. Bueno, entonces te decía que el lago era más que helado. Pero yo fui feliz igual, por su simpleza y grandeza. Como vos. Puedo también decirte que la naturaleza me enseñó un poco. Sí, me enseñó a conformarme con las cosas simples y amarlas así, como realmente son, sin aderezos. Igualmente también sabes que las ciudades me gustan mucho… por lo tanto, cuando menos te lo

esperes, me tenés de visita nuevamente, quebrándote de abrazos y rompiéndote los ovarios como siempre. Te adoro. Mientras, seguía aturdida y con la duda latente persiguiéndome como un latido. Sí, la duda de abandonar a Gonzalo. Lo amaba, así como era, pero sentía que ya no lo necesitaba, que juntos habíamos pasado momentos de mucho aislamiento y también tremendos, formidables momentos. Tal vez nos habíamos conocido en un momento a contramano de nuestras vidas. Las montañas nevadas que me rodeaban eran él limite correcto. Delimitaban para mí, el confín de dos mundos desiguales. Solamente tenía que atreverme a atravesarlas y cruzar para el otro lado. Del lado que yo estaba viviendo, el refugio, y del otro, el mundo. Así de simple. Dejo un espacio abierto… Le acaricio la cabeza a Gonzalo, casi como a un cachorro, como a un animalito ávido de caricias. Gonzalo no es así, ni nunca lo será, pero yo siento que se convirtió en una especie de perro, que espera en todo momento ser acariciado… pero estoy diciendo unas boludeces infernales. Gonzalo no es, ni jamás será ningún perro chupamedias. ¡Siente! ¿Acaso somos nosotros los únicos responsables de tanto desamor, de tanta libertad acorralada y de tanto tiempo perdido? ¿Y si me vuelvo ya? ¿Y si mejor lo convenzo para que vaya a llevarle imperiosamente los chocolates del existente sur argentino, a la fulana de Montmartre? Justificándose que los de la Patagonia son los mejores del cosmos, que son imponderables y que viajó sólo para que ella se diese el gusto de probarlos. Más boludeces.

Tengo que decidir bien, no puedo hacerme la idiota más tiempo. De verdad, estoy acompañada por un tesorito y los jóvenes de hoy en día son huérfanos de ayer, son patéticos. Bueno… sigo con mis boludeces, pero ahora es peor, son boludeces generalizadas. En un punto es verdad. Pocos saben realmente adónde van. Últimamente todo gira en torno a la imagen de la ropa diseñada, de las zapatillas garantizadas y de contar con los anteojos último modelo Lenny Kravitz. Después de haber estado tanto tiempo sumergida en esta exaltación, no sé cómo me las voy a arreglar. No sé cómo voy a hacer para atravesar la superficialidad que se me aproxima en el mundo que quiero vivir. Me da miedo. ¡Qué insoportable contradictoria me vuelvo! Bueno, … pero por suerte, sino qué sería de mí. Nada más que un devoto reflejo de la palabra. ¡Qué aburrimiento! Ahora sonrío, me río mucho, estoy muy contenta. En esta época quiero ver a mis amigos. A mis amigos de antes. Sobre todo a una. A una gran amiga. ¿Abandonar a Gonzalo? ¿Estaría otra vez, trastornadamente ebria? Todo lo que siguió después fue una efectiva vacilación cotidiana qué se apoderó de nosotros. Desde aquella vuelta del casino, los hechos dejaron de ser como antes. No tenía nada que ver con X, ni con Gonzalo, sino conmigo. Cada vez que recuerdo la desesperación que llevaba en mí la noche que conocí a Gonzalo haciendo dedo en la ruta, cada vez que recuerdo que estaba cedidamente perdida y enamorada de un ideal, me vienen unas ganas eufóricas de volverme. Es una eufórica tristeza la que tengo. Tampoco tiene que ver con él, por supuesto que no mi ángel, no sos vos; soy yo. Solo yo la que quiere irse.

Gonzalo me brinda gran parte de las cosas que necesito, pero yo no quiero encontrar el sentido de mi vida en otra persona, en nadie. Lo quiero encontrar en la mía. Dentro mío. La verdad es que ya no tengo ganas de convertirme en esa actriz que soñé alguna vez. Ya no quiero jugar más a ser como… Ya no quiero ser la protagonista de la vida de nadie. Quiero serlo exclusivamente de la mía. Actuar es genial, pero descubrí que también hay otras muchas cosas. Me harté de mirar la vida a través de un solo agujero. ¡Existe vida más allá del séptimo arte! ¿Será tan difícil sostenerse sola? Digo, sin estar debajo de la mirada de nadie, bajo la aprobación de nadie, que con lo único que cuentes sea con vos mismo y sea más que suficiente. ¡Todo un nuevo trabajo! Los pilares no son los otros. Pasé gran parte de mi vida poniendo todo en el afuera. En el otro. Ahora acá estoy, existo por mi solita… y es tan reconfortante saberlo. Basta. Me voy a la mierda… no a la mierda no, pero a rehacer mi vida de otra manera. A reencontrarme con algunas personas. Voy a ver cómo dejé todo por allá antes de venir de viaje. Me cuesta un poco recordar. Ni quiero. Ya pasó bastante. Al tiempo que seguimos durmiendo juntos a la noche, yo no puedo dejar de pensar en todo esto, mientras que vos me seguís contagiando todo ese caudal de dulzura yo intento hacerle frente a mis pensamientos y encontrar la manera menos hiriente de abandonarte. No soy como los demás, tal vez alguna vez herí íntimamente a alguien, pero ya no. En definitiva Gonzalo, vos también te escapaste de tu pasado y te las arreglaste conmigo.

La verdad es que nos las arreglamos lucidamente bien. Fue un verdadero intercambio de soledades. No hago otra cosa que pensar, si pudiera instantáneamente dejar de hacerlo… si pudiera al menos elegir uno, solo uno, de los tantos pensamientos que me visten las ideas. Desterrar la sarta de consideraciones inactivas y convertirlas en hechos verdaderamente concretos. Quizá, no dejan de ser espantadizas evasivas que me acobardan y no me dejan tomar una decisión, de igual forma no puedo, no puedo dejar de considerar todo lo vivido. Me di cuenta que el vacío del presente me llena de desaliento. Le tengo temor al presente, pero esta vez, voy a tomar al titánico toro del tiempo por las severas astas. Me asalta un horror profundo de arrepentirme, …pero ya me estoy adelantando al mañana, que sé yo lo que puede pasarnos. Y si es así… ya voy a tener mucho tiempo para arrepentirme. La seguridad no es más que un sentimiento fabricado en una dimensión exacta. ¿Quién puede saber exactamente lo que va a ser de cada uno de nosotros al día siguiente? El único instante es este, ahora mi desconcertado presente. La noche que por fin me había decidido a afrontarlo todo, el instinto de Gonzalo, me ganó de mano. - Ya sé qué vas a irte –me dijo, lágrimas mediante. Mientras que en esa perdurabilidad de segundo, no pude hacer otra cosa que atropellar su cuerpo y fundirnos en un solo y enternecedor abrazo. Permanecimos así, apretujados, enroscados y con el aire minúsculo para respirar.

Mi mente trataba de perseguir el juego de palabras menos hirientes, no podía atreverme a un acartonado: <Sí, me voy a ir>. No contesté, me quedé callada mientras que mi instinto buscó su boca desesperada. Comenzamos a besarnos rendidamente, los dos muertos de una pasión violenta y penosa que estaba a punto de explotar y más tarde finalizar. Me mordió los labios con famélico deseo, me friccionó los senos, esperándolo todo, mientras me miraba cuidadosamente con ojos resplandecientes y desahuciados a la vez, susurró, esta vez, casi sin resuello a mi pelo ya empapado: “Nosotros nos vamos a encontrar siempre, cualquier hora, cualquier noche, dónde sea que estés, mi querida” y rápidamente sin prestarle demasiada atención a las palabras, nos consumimos en un mero beso que nos vistió todo el cuerpo. Seguidamente, …los gritos. “Nos vamos a encontrar siempre” Me quedó resonando en la cabeza como una lluvia colérica que cae sobre un endeble techo de vidrio translúcido. Yo permanecía afónica y hubiese preferido no pasar por ese momento ni una sola vez, …pero tenía que hacerlo. Tenía otra vez, que permitir el desenlace y continuar con mi vida. - Esta fue nuestra última madrugada Gonzalo, digo, al menos por ahora acá en la Patagonia. Cae de maduro que nos vamos a volver a encontrar cuanto antes… no sé cuándo ni dónde, tampoco interesa. Ya existe una desconcertante historia que nos aguarda en alguna parte. Sé que vamos a coincidir los dos, porque también existe algo tuyo que va a quedar dentro mío siempre e instintivamente te va a estar buscando, sea por dónde sea que te encuentres arrastrando esos ojazos. ¡Sí, te lo tenía que decir! ¡No se puede rondar por el mundo cargando esos tremendos ojos verdes! - Siempre voy a estar esperándote, con ansias, por supuesto…

- A vos también te deben estar esperando… ¿Los chocolates no se te habrán derretido? - No me acuerdo… es posible… quizá ya me los comí hace rato. - Sos lo más enigmático que conocí en mi vida Gonzalo. - Y vos… lo más legítimo que conocí en la mía. La madrugada, que no murió nunca, me quedó atravesada inmortalmente. Luego hicimos de las siguientes horas una eternidad encantadora, recordando cada segundo nuestro peregrino encuentro, riéndonos como dementes, extasiados de habernos conocidos, destrozando la cabaña y dejándola toda hecha una ruina. Celebrando con cuanta bebida quedaba en ella, celebrando por cada instante de nuestra permanencia en la comarca andina. Después de la celebración, no podían faltar los llantos, no podían faltar los lagos de lágrimas, los juramentos futuros, y menos el contrapeso de nuestros cuerpos persistentes de deseo, no podía faltar nunca el amor, en este caso, incontables veces hasta romper el día con la brisa de las despedidas qué jamás me gustaron, y sin embargo esta era una despedida llena de encuentro, era la mejor partida de mi vida. Con dolor, por supuesto, pero un dolor que desaparecía recíprocamente cuando inmediatamente recordábamos lo grandes que habíamos sido los dos, para sobrevivir a cada momento de estremecimiento, de abandono, de mentira, de ilusiones, de vida misma. Si en definitiva éramos unos mocosos, tan chiquitos aún, desesperados por vivir, por aprender a vivir. ¡Y nos faltaba tanto! El más hermoso del mundo de Gonzalo, se iba a quedar un tiempo más en el sur de la Argentina y después… ¿Quién sabe?

La alborada me apura y yo no quiero ni entreabrir los ojos, ...pero el micro se me va, y ahora no nos queda otra que decirnos: adiós, hasta siempre… Un adiós fervoroso e impreciso con inconmensurables lágrimas.

Related Documents