Los días de verano… el ayer… no vuelve. Mientras camino en éste lugar solitario, puedo predecir el futuro y decir que no encuentro felicidad para mi. El viento es gentil y la tarde muy serena. El sol se mete en el horizonte y un tinte dorado y rojo lo pinta todo a mi alrededor. Incluso el agua a mis pies resulta cálida. Pero mientras el viento juega con mi cabello y el agua con mis pies, sé con seguridad que estoy sola. Que no hay un camino para mi. En ésta soledad… me ahogo. Te extraño. Extraño a la antigua yo, a la ingenua niña que creía que los sueños se hacían realidad y que la fantasía lo era todo en ésta vida. Pero casi ni me acuerdo de esa niña. Sé que no recuerdo cómo pensaba o qué sentía. Tal vez tú te acuerdes de ella y sea por eso que no puedes seguir conmigo. Porque soy diferente. Ya no creo ciegamente en los sueños, y la fantasía solo vive ahora en mi mente y en mi corazón. No hablo más de ella. ¿Por eso te fuiste? ¿Por eso me dejaste? ¿Encontraste en otros brazos el amor que no te daba? ¿Te acarician otras manos que pueden rezar y creer? ¿Besas unos labios que te dicen que la felicidad existe y que es real? No lo sé. Pero sé que esa no puedo ser yo. Ya no creo en eso. Creo en que algún día te olvidaré y el último dolor de mi vida desaparecerá con tus recuerdos. Cuando ya no pueda decir tu nombre, seguiré. Estaré viva, y seguiré. Porque no puedo hacer nada más. Uno tiene que caminar hacia delante, sin importar qué tan reventado esté, ¿no? Eso quisiste enseñarme y siempre te falló la lección. Lo irónico de la vida, es que lo que no aprendes cuando estás tranquilo y feliz, lo entiendes cuando sufres, temes o estás a punto de morir. Y yo ya aprendí. Aprendí a ser como tú. Y un día, no muy lejano, aprenderé que me dejaste. Que al final no fui suficiente para ti. Entonces podré odiarte. Cuando te odie, podré olvidarte. Y te dejaré ir. Hoy, en ésta playa, sé que pienso en ti, pero que estoy sola. Mañana, espero, no sabré que algún día estuve aquí para ti.