Introducción Fernand Braudel, eminente historiador de la escuela francesa de Annales, escribió un libro basado en conferencias expuestas por el mismo, llamado “La Historia y Las Ciencias Sociales”, donde trata a lo largo de seis capítulos los métodos, las ideas y el conocimiento de la historia de la época, incluyendo hipótesis propias en pro de un mejor y mas amplio conocimiento de la historia y en la historia. Edward Carr, historiador de la tradición inglesa, escribió también un libro titulado “¿Qué es la historia?”, con la firme intención de profundizar el análisis de la relación entre el historiador y su tema, y sentar las bases para una historia y un historiador completos, en todo el sentido de la palabra. Mi propósito en este ensayo es establecer convergencias y divergencias entre las ideas expuestas sobre teorías de la historia por los dos autores en sus obras ya mencionadas. Sin embargo, si analizamos los dos textos encontramos que cada autor, a su manera intenta exponer sus puntos de vista muy similarmente, creando así una reciprocidad mutua, que intentare exponer en este ensayo. Las ideas planteadas en los textos se complementan en algunas ocasiones, y las diferencias son muy leves, por lo que considero, que mas que difícil, sería un despropósito tratar los dos autores independientemente; por esta razón, dividiré este ensayo según ciertos aspectos que considero claves, tratados en los textos, no directamente como lo expondré, pero sí implícitamente, en todos sus capítulos: 1- el tiempo en la historia, 2-los métodos en la historia y 3-el historiador y su oficio El tiempo en la historia Para referirse al tiempo, los dos autores parten de una base filosófica común: el tiempo es una creación del hombre, subjetiva y en constante dinámica como él mismo. Braudel divide el tiempo en tres categorías: tiempo de corta duración, tiempo de media duración y tiempo de larga duración. El tiempo de corta duración o episódico, es en esencia el tiempo periodístico, fugaz y repentino, es el tiempo del acontecimiento, tan efímero que casi no deja huella. Si intentamos traducirlo en un esquema arbitrario, pero ilustrativo, en la cronología cosmológica utilizada en nuestros calendarios, puede constar desde una semana hasta un año. El tiempo corto es como el eslabón de una cadena, le da cohesión, pero es simplemente una parte minúscula. La historiografía tradicional se ha nutrido de esta categoría, explicando la historia pobremente en las biografías y los “grandes acontecimientos”, actitud que limita el rango de lo social en un campo excesivamente reducido. El tiempo coyuntural, o de duración media, abarca abstracciones temporales de mayor duración, aproximadamente desde cinco años hasta medio siglo; este tiempo es utilizado mayoritariamente por los economistas, pues la actividad financiera se desenvuelve en periodos de ritmo mas lento. En un ejemplo, podría recurrir a la dictadura política de un absolutista, no de una semana ni un año. Sin embargo, la historia coyuntural no puede explicarse en si misma, necesita recurrir al tiempo de larga duración para comprender su dialéctica, al igual que la historia episódica. El tiempo de larga duración o estructural, encierra y explica los acontecimientos y las coyunturas; puede constar de varios siglos, o inclusive milenios. Es una estructura temporal difícil de desgastar, de carácter permanente y duradero. El éxito de la periodización histórica marxista, consiste en su comprensión y su apelación al tiempo de larga duración, creando así estructuras amplias donde se explican todos los fenómenos de lo social, dentro de ellas ocurrido. Braudel entiende estas duraciones de tiempo como
abstracciones de límite móvil, articulado en la selección y la jerarquización temporal del historiador. Carr no hace una diferenciación de la duración en la historia, pero sin embargo, recomienda al historiador para la mejor comprensión de lo estudiado, enfocarlo desde perspectivas temporales amplias que incluyan las relaciones temporales mas cortas y su acoplamiento mutuo. Carr, al igual que Braudel, sabe que el presente se esclarece a través del pasado, saben que el pasado no es un pasado muerto e inexistente, que el pasado esta siempre vivo, ya sea en la imaginación del hombre, en el mundo físico o en la escritura, pero aumenta la premisa: el pasado también se esclarece a través de presente; la ubicación histórica del sujeto que interpreta, define en cierta medida lo que se entiende por pasado. En palabras de Braudel: “no solo el hombre hace la historia, la historia también hace al hombre”. Nuestros dos autores, afirman paralelamente que la realidad social, tiene explicación fuera y dentro de su tiempo; para Carr, el presente es una línea divisoria invisible entre pasado y futuro, el verdadero sentido de la historia esta en la relación coherente entre lo sucedido y lo que esta por suceder. Esto no significa que el historiador pueda establecer leyes inamovibles que hagan predicciones exactas de lo que va a suceder, en relación con el estudio de lo sucedido. El historiador, situado en una estructura temporal de amplia perspectiva, puede darle una orientación a la acción ulterior en base a la generalización de los factores que confluyen hacia algún lugar; este “algún lugar” sospechado por el historiador, conforma una suerte de “pronóstico”. Sin embargo esta orientación general esta articulada, así como en estos factores convergentes, también en el azar, ya que todas las acciones humanas son tanto libres como determinadas y la realidad social carece de un “destino”, es libre y no predeterminada. Por esta razón el “pronostico” del historiador además de ser general, también es relativo. Fuera del pronóstico, el pensamiento mismo de la historia esboza dos imaginarios: el pasado y el futuro. El presente es el instrumento para señalar lo que simplemente no es futuro ni pasado lejanos, una herramienta ambivalente. Para Carr, “la convicción de que provenimos de alguna parte esta estrechamente vinculada a la creencia que vamos a algún lado”, y en palabras de Braudel, “el tiempo de hoy (por lo tanto, el de ayer) solo es comprensible vinculado al tiempo de mañana”. Toda sociedad que piense en su pasado, esta también pensando en su futuro y viceversa. Así las cosas, nos damos cuenta que los dos autores exponen sus teorías en bases de pensamiento cohabitadas mutuamente, como la multiplicidad del tiempo y su dialéctica en la sociedad, y a su manera, llegan a conclusiones similares. Los métodos de la historia En su concepción de la historia y sus métodos, los dos autores parten como ya lo había mencionado, desde bases comunes: la historia y las sociedades que la crean están en constante movimiento, por lo tanto, todo método para la historia actualmente valido, en el futuro parecerá obsoleto. La validez de cualquier método es definida por la utilidad de éste, en relación con el objetivo propuesto por el historiador con su tema. La historia tiene extrañas fronteras, y estas son cubiertas en la subjetividad de cada historiador y en su método utilizado. Pero mas allá del método esta el porque del método, opinión que comparten ambos historiadores: el objetivo final del historiador es comprender y expresar a cabalidad el fenómeno de lo social, si no en su totalidad (tarea de carácter irrealizable), incluyendo la mayor cantidad posible de expresiones humanas; el método utilizado por el historiador siempre buscara este objetivo.
Para esto, dice Braudel, se vuelve imprescindible la complementación mutua de todas las ciencias del hombre: economía, sociología, antropología, filosofía, historia, inclusive, la geografía. Para lograrlo, es necesario que cada campo defina sus limites de influencia, sus eficiencias e ineficiencias ya que las ciencias sociales, en términos de Braudel, son “imperialistas”: pretenden explicar la totalidad social desde su campo, de un solo golpe. La supuesta dicotomía o diferencia entre las ciencias sociales, debe ser replanteada; cohabitamos el mismo objetivo, utilizamos métodos similares, inclusive, hablamos la misma jerga, el mismo idioma. La convergencia de las ciencias sociales, mas que una posibilidad se ha convertido en una necesidad, en pro de la optimización investigativa. Grosso modo, esta fue la intención principal de la escuela francesa de Annales a cargo de Lucien Febvre y Marc Bloch en 1929, de la cual es fruto Fernand Braudel. La relación entre las matemáticas sociales y la historia es algo mas complicada: el historiador debe escoger una unidad restringida de información lo suficientemente clara, establecer todas las relaciones posibles para concluir en un modelo matemático que las resuma y las incluya todas. Este sistema necesita una comprensión profunda del tema analizado por parte del historiador, y corre el peligro de intentar reducir lo social a los números, y para Braudel, ya no sería historia. La relación entre sociología e historia para Carr y para Braudel es similar: es necesaria una complementación mutua, como lo dice Annales. La diferencia entre estos dos campos es que la historia estudia el pasado y la sociología el presente, dicotomía inexistente, pues el sociólogo siempre se ve obligado a mirar hacia el pasado, y como diría Croce, “historia, ciencia del pasado, ciencia del presente”; lo inédito no es en realidad inédito, esta articulado en la regularidad, por esto los dos campos son sumamente flexibles, sin embargo para su convergencia, los historiadores deben aceptar que estudian mejor el pasado y los sociólogos deben, a su vez aceptar que estudian mejor el “presente”. La historiografía tradicional, dice Braudel, a apelado al tiempo corto, al acontecimiento, al individuo, al héroe, reduciendo así la historia a un rango muy corto; el historiador debe atentar al tiempo estructural para explicar en una consecuencia lógica los acontecimientos y las coyunturas, debe abrirse a una perspectiva que le permita entender el desenvolvimiento de la historia cabalmente. El historiador también debe manejar muy bien la relación dialéctica entre tiempo y espacio, ser muy escrupuloso y exacto en su trabajo; esto mas que una cualidad, es una obligación del historiador. Para Braudel, no existe una historia, existen varias, en relación con la libre interpretación que le da cada individuo, cada sociedad, cada cultura o cada escuela. El único error radicaría en escoger una de estas historias como valida a expensas de las demás; excluir una concepción como invalida estaría en contra del mismo propósito de la historia. Las diferencias en la historia, como diría Braudel, “es cuestión de temperamento”. Carr por su parte hace una recopilación de los métodos utilizados por la historiografía tradicional, los critica, los anula o los complementa siempre desde una perspectiva filosófica del equilibrio y la equiparación entre los antagonismos. La relación entre el historiador, los hechos y la interpretación, tiene que ser una relación de la complementación; ni el fetichismo decimonónico de los datos y los hechos, ni la historia como simple invención de la subjetividad del historiador, pueden construir una historia completa. Si bien el historiador como sujeto social, no puede evitar revelar su perspectiva crítica influenciada por su propia posición en la historia sobre el tema que estudia, lo que escribe no es simple expresión de su mente, se basa también en datos y hechos históricos que no pueden ser suprimidos, pero que tampoco son el eje de construcción histórica, como lo planteo la corriente positivista de la historia, equiparando el fenómeno social al fenómeno natural, mostrando al hombre y su comportamiento como un
mecanismo más, y como tal calculable en relación con una recopilación inmensa de datos y hechos. Si se establece un equilibrio armónico entre la interpretación y los hechos, la historia que se escriba va a ser como su método, prudente. La relación entre juicio fáctico y juicio valorativo no es dicotómica, todo lo contrario, es de reciprocidad. Carr critica también la apelación de la historiografía tradicional hacia el individuo alejado de la sociedad, con comportamiento e ideas y espontáneas y originales, como por ejemplo los imaginarios que se han construido de Napoleón o Hitler como hombres fuera de cualquier categoría. El historiador no puede restringirse a escribir una historia del individuo independiente de la sociedad o viceversa, tiene que manejar una relación dialéctica entre ambos. Carr, en su obra, intenta mostrar como los métodos científicos son en algunos aspectos equiparables a los métodos utilizados por los historiadores: la ciencia y la historia se nutren de generalizaciones, y en ambas, el proceso de observación afecta lo observado. La ciencia decimonónica que establecía leyes absolutas sobre el objeto observado, sufrió una revolución que equiparo los métodos; ahora la ciencia establecía hipótesis modificables y el estudio hacia las modificaciones estaba sujeto a la revisión dentro de este conjunto de saberes preexistentes, dentro de estas mismas hipótesis. Así las cosas, la diferencia abisal entre ciencia e historia, radica en que la ciencia establece un corte tajante entre sujeto que observa y objeto observado, en la historia, sujeto y objeto pertenecen a la misma categoría, es el hombre observándose a sí mismo. Carr afirma que la historia es un estudio de causas; la investigación histórica reúne una gran cantidad de causas de algún hecho, el historiador las selecciona y las jerarquiza según su objetivo. Sin embargo el historiador no puede darle a toda su investigación un carácter determinista pues eliminaría el factor accidental, y tampoco puede caer en el otro extremo atribuyéndole a los hechos una existencia accidental o de coincidencia fortuita. Cuando esquematizamos las explicaciones como racionales o como irracionales, estamos categorizando desde una perspectiva de utilitarismo; la explicación que es funcional para cumplir un objetivo predeterminado, es la explicación racional. La principal característica de la causa accidental es que carece de generalización por su exclusividad, a diferencia de la causa “objetiva”, que es recurrente y generalizable. El historiador y su oficio En la unidad anterior analizamos las ideas expuestas por Carr y por Braudel en lo referente al método utilizado por el historiador para el estudio de su campo. Esta unidad esta destinada a profundizar en el papel jugado por el historiador en relación con su oficio. En este aspecto, ambos autores parten como ya lo había mencionado, de puntos de vista similares. El historiador es un demiurgo, en base a su conocimiento “revive” el pasado en el texto y lo muestra a la sociedad. Pero entonces, ¿cuáles son los limites de semejante responsabilidad?. Para responder esta pregunta es necesario señalar algunos aspectos particulares en que se desenvuelve el historiador. Carr nos recuerda que el historiador, antes de historiador, es un ser humano y por lo tanto es expresión de esa realidad que estudia. Todos los juicios, ya sean fácticos o valorativos emitidos por el historiador se ven articulados por su posición como ser social, inmiscuido en una cultura con todas sus particularidades. Por esto, la respuesta a ¿qué es la historia? revela la posición en un determinado tiempo-espacio de quien la responde. La concepción de historia que tiene cada individuo es dada en su relación cultural con el otro, ambos pertenecientes a una sociedad determinada. Por esta razón no existe una historia objetiva ni un hecho objetivo. La historia no puede ser objetiva pues compromete la perspectiva social del historiador que no es un esquema estático,
esta dotada de una dinámica interna que cambia constantemente, y el hecho es únicamente objetivo en la medida que el historiador lo considera así; se ve siempre articulado por la interpretación del sujeto que lo estudia. Ya que la historia está en constante movimiento, la idea que tiene la sociedad que la crea acerca de ella, también lo está; la relación del historiador con su tema es equiparable a la relación del hombre con el mundo circundante. Tenemos que considerar que los hombres, ensimismados en su habitual discurrir en el mundo, son inconscientes de su papel jugado en la historia; este papel es atribuido por el historiador, y por esta razón, tiene que entrar en contacto con la mente de quien estudia y así comprender a cabalidad su ideología, su concepción de mundo, su cosmogonía. La historicidad del hombre es dotada por el hombre mismo: el historiador. Al historiador reflexionar sobre la naturaleza del hombre, se encuentra con una pregunta, ¿existe un verdadero progreso en la historia?. La concepción progresista de la historia se abre paso en Gran Bretaña, en el siglo XlX, con pensadores como Bury o Acton, que aseguraban el progreso en la sociedad y la historia como ciencia que estudiaba este progreso y ella misma progresista. La idea creció con la equiparación de las ciencias naturales y las ciencias del hombre en la revolución evolucionista de Darwin. En esta visión tan esperanzadora de la historia nos encontramos con un obstáculo: si en realidad existe un progreso en la historia, este no podría ser universal, pues, lo que para una sociedad es signo de progreso, para otra puede ser signo de catástrofe. El imaginario de progreso también es dado por las particularidades de cada sociedad y solamente puede ser captado en la medida que nos desenvolvemos en la realidad social que nos pertenece. Sin embargo, Carr no refuta la idea de progreso, pues para el, el progreso es el desarrollo consecuente de las potencialidades humanas en base a una transmisión de técnicas y saberes de una generación a la otra. Para Carr, el historiador efectivo es quien penetra lo suficientemente profundo y claro en el pasado que puede proyectarlo hacia el futuro. Braudel comparte con Carr la idea del criterio del historiador, como un criterio móvil en su relación con la historia, también móvil; sin embargo, el historiador tiene el privilegio de discernir entre los acontecimientos “importantes”, los que tendrán consecuencias. Braudel, recomienda al historiador no solo estudiar la corriente vencedora, también es constructivo estudiar su opuesto. Braudel al igual que Carr, utiliza una herramienta tan difícil como ilustrativa: la analogía. Una que considero prudente destacar aquí es que la historia es como la vida, siempre en movimiento, mostrando diversos aspectos. En la explicación de lo social, el historiador se afronta con un termino ambiguo y complejo: civilización. Cada historiador ha atribuido el significado que mejor le place a este termino, y Braudel no es la excepción; para Braudel, civilización es una palabra que goza de ambigüedad y ambivalencia, pero que grosso modo puede hacer referencia a una sociedad que ha ampliado tanto sus limites de influencia en el tiempo y el espacio, que es una estructura difícil de desgastar y solo comprensible desde una perspectiva de tiempo de larga duración. Para Braudel, el historiador debe afrontar una nueva concepción de lo social, siempre en busca de cumplir a cabalidad su objetivo; el historiador no puede adherirse inertemente a una filosofía de la historia sin su debida reflexión. Para concluir, quiero citar una metáfora escrita por Engels, bastante conmovedora: “la historia es acaso la mas cruel de todas las diosas y conduce su carro triunfante por sobre montones de cadáveres, no solo durante la guerra, sino también en tiempos de desarrollo económico pacifico”
ENSAYO “LA HISTORIA EN BRAUDEL Y EN CARR”
TEORÍAS DE LA HISTORIA PROFESOR GUIDO BARONA BECERRA
ALEJANDRO CASTILLO ROZO HISTORIA, II SEMESTRE
UNIVERSIDAD DEL CAUCA FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES POPAYÁN, 28 DE NOVIEMBRE DEL 2003