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i ‘1 Es difícil sobresalir entre tantos y tantos poetas chilenos jóvenes. Al crítico le cuesta ver claro en la multitud, a veces pareja y sin mayor relieve, de quienes publican sus primeros versos. Cuando encuentra un poeta distinto y valioso, interesante ai menos, se alegra y desea compartir su hallazgo. Es lo que me sucedió con Jnsé; &“”I\ u “Boceto para una joven muerte” Santiago, 1986). El libro -breve, muy‘ bien presentado, aunque con una falla en la secuencia de poemas y títulos- contiene una Introducción y dos poemas, ‘‘La inundada” y el “Boceto”, que da su nombre al conjunto. Las palabras parecen haber sido escogidas con cuidado casi excesivo. Varias son creación del autor, especies de neologismos nada ingratos : sencillados, estatuados, circunspicencia, resurreccionario. Es un esfuerzo para llegar a la expresión directa y no repetida, superadora de muletillas y lugares comunes. También las imágenes sorprenden por la relación inesperada que a menudo encierran. “Me corroe un temblor de mandarinas verdes”, dice el autor en cierta oportunidad. Se está ante poemas de amor, si se quiere ante una poema de amor en dos partes. Sí, pero la amada es bien peculiar, se llama Chile, es nuestro país: a quién entregar mis caricias si amo tus senos desérticos tu cintura de valle central y tus largas piernas despedazadas or la soledad de los hielos Ea amada está herida de muerte, la han llenado de cruces, sus ríos son sangre, “las aventuras mueren y también la libertad”. El tono es de lamentación. Hay una suerte de elegía a la patria atormentada y amada. Sin retórica de sobra, José-Christian Páez muestra las llagas, se duele, interpela. A veces describe, a veces dialoga, a veces narra. Después de la muerte, la promesa. La juventud tiene la palabra. Es una palabra inesperadamente positiva, alegre: “Reiremos/ el viento nos vendrá a besar como siempre, te lo Drometo”. Y más todavía: “Venceremos/ El amor triúnfará”. Poemario distinto, terso, dolido pero no truculento, siempre con hondura. Un Boceto bien perfilado, de poesía cabal. José-Christian Páez es poeta de verdad.
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