Barranquilla

  • Uploaded by: Ramiro Henriquez
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Barranquilla, Julio 30, 2006 No existe en el mundo un cielo más hermoso que el que te pertenece a ti, mi vieja Barranquilla. Al igual que no existen tampoco un par de ojos como los de él. Esos ojos que se llenan de una felicidad tan extrema que se tienen que cerrar para poder tolerar tanta dicha. Como se cierran también tus calles adornadas de mar y brisa para celebrar tu folclor en cuatro días de tradición y alegría. Esos ojos de miradas discordantes que en el mismo gesto dibujan una clara línea entre las contradicciones que ilustra la luz de las mismas pupilas. Tan marcadas y definidas como la ranura que se delinea en Bocas de Ceniza, donde el mar caribe, con su pared de azul mas claro detiene el paso del Magdalena y sus aguas marrones infestadas de sudor y barro. Todo aquello que él esconde tras sus ojos bosqueja el perfil de su carácter. Su mirada triste y remota, como el naranja que despide el calor del día. Serena y profunda como es profundo el plateado del Mar Caribe. El ímpetu de su carisma arrollador, como las aguas de tormenta que inundan las calles antes de desembocar en el Magdalena. Su manera seria y sobria. Brusca e intimidante. Desconfiada y observadora. Pero también alegre. Tierna. Leal. Sumisa. Lo hacen a él una contradicción tan grande como en su presencia lo es ella. Que siendo de mar no tiene orilla. Que siendo de lluvias es de piel reseca. Que siendo de arena y concreto, su suelo da vida a las palmeras con las que, en carnavales, baila la brisa. Guarda él, en sus ojos, el misterio de un alma vieja. Perdida y atrapada en un tiempo lejano a su vivir, al igual que la ciudad a la que él pertenece que, a pesar de ser de río y mar, no encuentra en sus infinitas aguas, la salida de la jungla de arena que no la deja progresar. Es la nostalgia de su vejez inocente. El carisma de tus noches de brisa. La alegría contagiante de su risa. El encanto escondido entre tus aguas. El embrujo y la esencia de tu Atlántico nato, con su sonido a tambor y cumbia en el “golpeao” de su hablado que con un “mi vida” y un “mi amor” trastornan los sentidos capitalinos que sucumben ante el hechizo de tu folclor. Es el sonido caribe de su voz que embriaga y desarma a los sentidos (dejándolos) sin razón. Que seduce con el canto encantado de sus palabras. Con la confianza imprudente de su habla. Así es él. Así es ella, y son ellos, almas gemelas. Amantes del mismo cielo. Dueños del mismo suelo. Tienen ambos una belleza autóctona y específica a su tierra. Una perfección hechizante y bruja oculta tras su tosca composición física. Remota para aquellos incapaces de ver mas allá de la superficie marchita por el sol o la falta de simetría y armonía en su estructura. Invisible ante la arrogancia de los que se creen del mundo conocedores o de la belleza clásica y obvia, fanáticos aduladores. Pues nada de ella es clásico. Nada en él es obvio. Todo es inventado y nuevo. Encantador e incomparable. Porque en ninguna otra parte el atardecer es igual. Y bajo ninguna otra piel existe un corazón de tal densidad. Solo aquí el Dios del cielo inventa tonos de naranjas, fucsias y rosados para despedir el día, seduciendo con sus matices al sol, rey celoso de un firmamento

eterno que tiñe de rojos con su rabia al verse obligado a abandonar su mando. Gobernante infame que prolonga las horas de su bochornoso reino evitando el ocaso que lo destrona y le impide disfrutar la magia encantadora que trae el alivio del viento en las noches de pecado y alegría. Ciudad hermosa. Estar en tu suelo es sentarse a esperar que el viento traiga consigo el verso distante de un acordeón vagante que me enamora susurrándome al oído coplas de un amor perdido que solo bajo esta luna se torna de imaginado a realizado. Hombre delirado. Desperdiciarse en el café pagano de sus ojos es presenciar el ímpetu de su convicción; la belleza casta de su corazón. Como el horizonte que se divisa desde lo alto de Salgar donde no existe la calma del mar, sino la impaciencia de las olas que se persiguen unas a otras reventando en la orilla con la furia del océano que entra inclemente como queriendo derribar la ciudad. Y el olor de sus pieles… de sus suelos es de costa y mar, de agua, de brisa… de sal. Esa fragancia que penetra, se adhiere a la piel y se incorpora a nuestro humor volviendo innegable nuestro legado Atlántico. Ese perfume intoxicante que se desprende y se siente en la soledad del ocaso cuando ellos ya no están. Cuando me dejan en mi cuarto a oscuras con su aroma entre mis sabanas y el recuerdo tormentoso de lo que se siente dormir entre sus brazos y despertar bajo el manto de su cielo. Una vez pronunciado el embrujo, ya no hay remedio. Una vez se cede ante el encanto, ya no hay vuelta atrás. No existe cura ni solución, solo la resignación sumisa a los gustos. Y con un solo beso, en una noche sin fin, iluminada por todos los luceros y todas las estrellas que presencian en ella su máxima euforia, sellé las puertas de mi corazón por siempre. Lo entregue entero y sin duda esperando nada a cambio más que lo mismo de él también. Barranquilla, hermosa mía, di a mi vida inicio en tu suelo, y bajo la luz de tu cielo estrené y entregue mi corazón. Lo enterré a la orilla de tu mar bruñido, regalándoselo a tu paraíso de costa, por tu hijo extrañado, para que tu bendición caribe lo consagre y lo guarde junto a su Diosa tropical. Aquí deje mi vida para retomarla cuando quieras tú. Cuando vuelva él a ti y a mí. A tus noches y a mis besos. Seré reina de tus calles y de tus cumbias. Y por siempre, portadora soberana de tu legado. Quiero morir abrazada por tu brisa mientras mece mi hamaca que guinda de tu cielo. Y elevarme del suelo perdiéndome por siempre en la inmensidad de tu mar. Barranquilla, mía. Barranquillero de mi vida. Están hechos de alegría, embrujo y armonía. Ambos son y me han dado amor. Ambos son y me han dado vida. Y por ambos yo me declaro, hoy y siempre… de Barranquilla y de su corazón.

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