Ave de Nada
Autor: Carlos Bau
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Personajes
Pepe Pancho Luís Paco Hoho Mujarami Hombre Desconocido Mutier
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Una cama en el centro del escenario. Después de unos segundos entra Pepe.
Pepe: (Cansado) Estoy harto. Y apenas comienza… Otra vez. Me podría volver loco. ¿Parece que volverse loco es lo único? Sería bueno, necesario, me llenaría de risa, verdadera risa desde los ojos. Me empacharía de luna. (Breve silencio) Pero todavía las manecillas filosas del reloj no terminan de rebanarme el cuello. Aunque de verdad, convertirse en un loco de tiempo completo sería bueno. No sé ni siquiera que hago o donde estoy. No estoy ni aquí, ni ahí. Seguramente ni en mí, ni en los demás, no están en mí, no los siento, no siento nada… No es tan malo estar siempre sedado. Intoxicado de luna. Sería encantador, no me movería para nada y las enfermeras me cambiarían los pañales o la sonda. Debería hacer un hoyo grande, echarme tierra y quedarme así, no más, plantado, una semilla vacía, esperma pegajosa en la sábana, un árbol invisible, sin sombra, hijo del desierto, espinoso para que nadie me toque. Como todo. Aunque lo demás es... Nada más lo que es. Y está afuera. (Se acuesta en la cama) Esta es la nave blanda, la tierra negra, el horno que me da forma todas las noches y no llega a nada. Soy un muñeco, un muñeco de barro sin cocer, sin soplo en el rostro, al que nada más le escupen... Un muñeco muy bien hecho por cierto. (Enciende un cigarro y fuma.) Pero que tiene que regresar a la tierra para no desmoronarse por el aire de afuera. De verdad si no cuando las palabras: oiga como está. Una mirada que nada más roza y las manos extendidas de arena, todas de arena, porque yo igual me hundo y cómo hastía, se mete por la ropa y el polvo anida en las ingles de donde nacen larvas esponjosas que te abrasan. (Silencio) ¿Puedo pensar lo que quiera y decir lo que quiera? ¿Puedo irme ahora y dejar este lugar solo? Despertaría en la calle con pérdida de memoria y el cuerpo a medio
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deshacerse. (Silencio) Y la luz, no debería haber luz en el norte, porque como cala, desierto de luz, serpiente de luz, tierra, carreteras evaporándose, hace que todo cale y muerda. (Leve pausa) Y sin darte cuenta allí están: los ojos rojos y desinflados y el charco de sangre y sal escurriéndote por la frente y me hundo, me disuelvo. (Silencio) Muchas veces me sorprendo contando sin saber por qué. No es al ritmo del segundero, no cuento a las personas, o los postes, o las manchas. Cuento nada. (Silencio) ¿Y cómo está? Que suba par’arriba, baje par’abajo, conviértase en un rompecabezas de mil piezas, aquí mismo se la partimos y guarde cada una d’ellas en su cajón. Y no hay remedio y lo que me queda es regresar. Y volver, volver, volver, a mi lado otra vez. (Silencio) ¿Pero cual? Disculpen de verdad... Es una pena, pero sea como sea creo no tener la culpa. Y pues... Si alguien llega a tener la idea de que va a encontrar algo aquí, algo, lo que sea, no sé, supongo que saldrá decepcionado porque nada le daremos.
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Pancho toca la puerta, entra sin recibir respuesta.
Pepe: (Tono tedioso) Ah, eres tú.
Pancho: No... ¿Qué haces?
Pepe: Nada... Dormía hasta que tocaste y entraste sin que te dejara. ¿Y tú?
Pancho: Nada
Pepe: ¿Cómo que nada?
Pancho: Sí, aquí nomás.
Pepe: ¿Sí? Que productivo.
Pancho: Es más que nada divertido, la inanición, tú sabes.
Pepe: No.
Pancho: Que aburrido.
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Pepe: Cada quien se divierte como quiere. Además tengo mucho sueño. ¿Te podrías ir?
Pancho: ¿Y soñabas?
Pepe: ¿Qué? No. Sí, que contaba: uno, dos, tres, otra vez tres. Así que no importa no hacía nada.
Pancho: Bueno, es lo que haces siempre... Todos. Incluso trabajas: lo más cansado de hacer nada. Terrible, atroz.
Pepe: Hago lo que todos. Atroz es una palabra que suena a pedazos.
Pancho: Todos hacemos siempre como si nada.
Pepe: ¿Cómo que nada?
Pancho: Bueno, no sé.
Pepe: Pues no sabes nada.
Pancho: Pues es lo mismo que decir que nadie sabe nada. No te creas, yo nada más digo que la mayoría de las cosas se hacen nada más porque sí.
Pepe: Todo se hace pedazos, todo es atroz. No importa, es nada más algo que haces. Yo... Tú sabes. Aquello es como una torre de Babel: laberinto y circo. Yo nada más veo que en la base de datos todo esté correcto, lleno campos y campos y campos... (Reflexionando) Es una
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extraña agricultura. Un descanso es dejar que las moscas de los libros se metan por los ojos y me zumben en el cerebro, pero, pues es igual.
Pancho: Si, yo creo que todo eso es igual y nada es lo único que se debería hacer. Ni siquiera deberías de leer. A mí todos los libros me parecen iguales, como si todos a fin de cuentas dijeran lo mismo, nada más se van acumulando uno sobre otro haciendo bultos.
Pepe: ¿Tú crees?
Pancho: Claro, una vida donde no se haga nada, con actividades que únicamente nos sirvan para sobrevivir, ya lo demás se debería componer de sedantes y sondas.
Pepe: Hablas como si te le hubieras caído al doctor de cabeza cuando naciste.
Pancho: ¿Hay alcohol debajo de la cama?
Pepe: ¿Te vas a quedar mucho?
Pancho: Sí, nada más quiero alcohol y cigarros. Pero nada más es algo que haces, tú entiendes. Es que me soltó para ver si volaba pero me estrellé porque las alas se quedaron atoradas en el útero.
Toman y fuman. La diversidad de bebidas alcohólicas consumidas a lo largo de la obra no afectará físicamente a los personajes.
Pepe: ¿Qué? ¿Quién?
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Pancho: El doctor que me soltó.
Pepe: Ah, claro. Pero resultaste gusano. Naciste atroz.
Pancho: ¿Cómo supiste?
Pepe: Como todos, como todos. Y no necesito ver más, no sé si los gusanos tenemos ojos, pero siempre seremos de la tierra, los hoyos, el útero, la cama. Además solamente trabajo por el lujo proporcionado: confort y mujeres… enervantes, felicidad barata y música fácil. (Silencio) ¿Bueno qué?
Pancho: Nada, estaba conteniendo la risa.
Pepe: ¿Qué? ¿Quién? ¿Te ríes de mí?
Pancho: Del doctor que me soltó. Y las moscas. Gusano con moscas, podrido, reptando en su propia suciedad, entre insectos y sanguijuelas. Agua estancada y pestilente. Gracias a él los niños tienen sarna y amibas en la panza, de él nacen el cólera y la peste.
Pepe: ¿Estas insultando al doctor que te soltó?
Pancho: No, no. Nada más que me hubiera hecho un favor y en lugar de estrellarme en el suelo hubiese hecho lo necesario para convertirme en un vegetal. Extirpar una cosita de aquí, otra cosita de allá, los ojos también. Vivan los vegetales.
Pepe: No te apures, para mi eres un vegetal. Siempre lo has sido.
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Pancho: Gracias. Nada más eso, lo que te decía. Porque todo sirve para nada, imagínate que un insecto de cama se te fuera hasta el cerebro y te desconecte todas las neuronas adecuadas. No recordar nada de lo que has hecho o leído, no querer nada ni esperar nada. Mejor todavía, extraeremos la conciencia de tu cerebro, debe ser un pedazo microscópico, para que te sientas feliz el resto de la vida. Pronto esta práctica se ofrecerá de manera gratuita en el seguro social.
Pepe: Creo que ya están haciendo eso. Pero no me apuntes en la lista de espera por favor. Me da igual dormir con las chinches y encontrarme en la cama convertido en una. ¿Qué se te ofrecía?
Pancho: ¿Qué?
Pepe: ¿Tienes ácaros en la cabeza? ¿Qué es lo que quieres?
Pancho: ¿Debo querer algo?
Pepe: (Dudando) No. Pero no estoy para aguantar depresiones postpubertas.
Pancho: ¿Entonces?
Pepe: Tú tocaste.
Pancho: ¿Y?
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Pepe: (Mostrando un poco de confusión) Pues no sé, nada. Voy a dormirme. (Se acuesta en la cama.)
Pancho: (Como esperando el adormecimiento de Pepe para molestarlo.) Entonces. (Alzando la voz) ¿Dejarías lo que haces? Al fin de cuentas no es nada, si lo piensas bien. Además, sueñas que cuentas pero no cuentas para nadie ni nadie para ti.
Pepe: (Levantándose gradualmente) No... No es tan molesto, además no importa. Hay ocasiones en las que me desentiendo de todo y siento que me convierto en un fantasma que opera sin saber nada. Una especie de huida, un transe provocado por el sometimiento a las actividades repetitivas y sedantes, un zombi, una vaca, un borrego, sonambulita y cyborg. Me desempeño como un autómata a través de prótesis electrónicas y soy alterado químicamente para rendir al máximo y superar continuamente los más altos estándares de calidad, eficiencia y producción. Y no sé ni lo que hago, soy como un close up de película porno mientras los genitales hacen lo suyo con un rostro general, entregados al éxtasis saturado de su actividad, siempre obsceno y atrayente, el abismo abierto que siempre te llama, con el vértigo que implica. Soy como una palabra que repites tanto, tanto, hasta perder su significado: Pepe, Pepe, pepe, pepepepepepe.
Pancho: (Interrumpiéndolo y divertido) Mantram, mandala, padre nuestro, atroz. Muñeco budú parido en el tic-tac, tic-tac, taca-taca. Está en todas partes, repetición y número a fin de cuentas llevan a la forma acabada, tú sabes, el perfecto borracho solamente llega a serlo gracias a su inamovible constancia. (Lo mira fijamente.) La vieja supersticiosa de la casa. Veo algo, tienes un semblante verde, también eres un vegetal. No se puede negar: actividad repetitiva y sedante. El secreto de todas las religiones, de todos los gobiernos, de todos los amores, todas las lujurias y fornicaciones mete-saca, etc., etc. Todo está hecho de lo mismo.
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Pepe: ¿Para qué tanto alboroto entonces? Todos somos vegetales. Que vivan los vegetales.
Pancho: Aún así no te comprendo. Imagino que eres como un huevo vacío, si te quiebras no habrá nada dentro, de ti nada nacerá, nada se perderá. ¿Verdad? Para ti no hay nada más. (Silencio)
Pepe: ¿Entonces?
Pancho: Pero mira. Hay cosas como los pájaros que sin ninguna preocupación tienen todo lo que necesitan para vivir. (Hace una pausa para beber y fumar.) ¿De qué nos preocupamos nosotros? Somos más bellos, podemos hacer lo que queramos.
Pepe: Las caricaturas y los videojuegos te han hecho daño.
Pancho: Espérate, espérate, no estamos buscando culpables.
Pepe: Yo podría ser una clase de insecto y salir por un ojo buscando la luz. Un gusano.
Pancho: Tienes razón, mejor duérmete.
Pepe: (Bostezando) Parece que en lugar de las palmaditas en el trasero los doctores nos dejan caer al suelo para despertarnos.
Pancho: Sí, a todos. Pues ahí está. Todo es cuestión de alas.
Pepe: ¿Qué?
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Pancho: En los árboles también hay gusanos.
Pepe: ¿No tienes nada que hacer?
Pancho: Y colgados. Depende de gustos: hojas o huesos.
Pepe: Nadie tiene lo que quiere.
Pancho: Hasta que lo ve roído. (Silencio)
Pepe: ¿Qué tienes?
Pancho: Y uno sin pensar, ni comer, ni coger. La pobreza total.
Pepe: Sin dormir. Me da la impresión de que esta conversación no es muy distinta al sonido que hacen las ratas mientras están comiendo.
Pancho: Si pudiéramos escuchar a los gusanos sería idéntica. (Silencio, beben y fuman.)
Pepe: ¿Y?
Pancho: ¿Y qué?
Pepe: ¿Entonces?
Pancho: ¿Entonces qué?
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Pepe: (Alzándose de hombros) No sé.
Pancho: (Imitándolo) Pues ya somos dos.
Pepe: Tienes la panza llena de verduras descompuestas y los gusanos se te están subiendo a la cabeza. Y tú tocaste, pero yo ya me voy a dormir. (Antes da un último trago.)
Pancho: Luis y Paco van a venir.
Pepe: Que no me despierten los vegetales. (Silencio.)
Pancho: Pancho ríe desganado. Otra vez tres. (Saca una baraja debajo de la cama. Continúa fumando y bebiendo. Sentado en el suelo comienza a jugar solitario.) No queda más que jugar solo, creo que falta una carta. Beber y fumar. Que está pasando aquí cuando yo... ¿Digo yo? Me he quedado solo y no importa la manera de jugar. Me haré perder. Si entraran otros jugar sería... No, que todos jueguen su juego. ¿Dónde habré dejado la botella para platicar con ella? No es la única que queda para un confortable diálogo. (Toma la botella y bebe.) Mientras éste duerme yo velo. Nada, mírolo. Cinco rojo, as negro, más negro. Por la reina negra, desnuda, ocho negro, subterráneo. ¿Por qué no tenemos naipes pornográficos? Dos, muy bien dos, y ahora tres. Juego de cabeza como si fuera un espejo, el hombre colgado. Rojo, negro, rojo, negro. Rey. Nada, nada falta, nada más una carta. ¿Dónde está? Debajo de la cama haciéndose morada, verdosa, foco de infección de todas las enfermedades venéreas, noche sicalíptica de venus anadiomena. (Mete la mano debajo de la cama y saca una carta que mira absorto mientras habla.) A veces pienso que un millón de moscas necrófagas devoran mi cerebro debido a esa larva que inhalé de alguna mierda. Y
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soy igual, sus agujas se clavan en mis pulmones, albergo un millón de helmintos. Soy devorado... Yo también soy un insecto de cuernos danzantes, putrefacto, ponzoñoso, que se traga su propia pus. Soy el rey de los gusanos, el soberano de los parásitos, día a día ruño mis vísceras palpitantes, entre más me pudro más me devoro, soy la rapiña y la carroña en uno solo. Comeré mis miembros gangrenados y los pasaré con sangre envenenada. Desapareceré poco a poco en el ácido de mi saliva. (Ríe) Todos somos iguales. (Silencio) No, me transformaré en vómito, en secreciones asquerosas, hasta que el suelo me asimile y crezca la hierba mala de afuera. (Silencio) No es verdad. ¿De mí que podría crecer? También caí, ahora el tiempo erosiona mi pellejo. Parece que todos necesitamos una transfusión de cielo. ¿No, mí querida reina roja? ¿Descender? Muéstrame una fotografía de arriba y veremos si es como abajo. De cualquier forma no sé como. Necesitaré acaso otros ojos.
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Entra Hoho a escena. Llega envuelto en vendas color rojo y blanco, parece una momia pesada y sangrante o un moribundo con problemas de cicatrización. Mejor dicho, un hombre recién torturado, cada centímetro cuadrado de su piel fue sometido al beso profundo de la navaja y el roce de la tela le recuerda el color de las lágrimas del tacto. Lo único descubierto es su rostro, pálido, a punto de fantasma. Refleja una angustia terrible, es un niño perdido, desconsolado, su expresión se detiene en la distorsión de facciones antes del chillido. Resulta ser el monstruo cumbre de la pesadilla justo antes de terminar el sueño para verse uno ahogado en la cama, enterrado vivo. Su estómago está abultado, siete u ocho meses de embarazo, con ambas manos se sostiene el vientre, que le pesa con la fuerza de un astro desesperado por estrellarse con la tierra. Se acerca a Pancho con paso lento y dificultoso pues sus piernas luchan con temblores para un descanso de triple invalidez. Frente a Pancho las energías han llegado a su límite, los brazos ceden y dejan caer una paloma blanca y muerta. Ahora las vendas están flojas pero el temblor no cesa, incluso se balancea en nuevos mareos hasta inclinarse y casi caer. Las piernas reclaman a Hoho para el piso así que se desploma definitivamente y comienza con un lamentable desplazamiento a nado terrestre para salir de donde vino, lo cual no llegará a concluirse. Pancho mira la paloma, repetidamente la toca con el dedo verificando su inmovilidad.
Pancho: (Se estremece) Siete rojo, seis negro, rojo, negro. Ya no juego, creo que me hago trampa. Soy un idiota. Tengo frío y me doy risa. (Bebe, fuma. Continúa tocando intermitentemente a la paloma.)
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Luís y Paco, tocan la puerta y entran sin esperar respuesta. La paloma blanca y muerta ya no está.
Pancho: Ah, son ustedes.
Paco: No.
Luis: ¿Qué?
Pancho: ¿Qué hacen?
Luis: Ya ves, lo mismo.
Paco: Sí. No hay nada que hacer. (Da algunas vueltas, vacila.) Vine a despedirme. (Silencio)
Luis: ¿Tiene mucho durmiendo?
Pepe: Uno, dos, tres.
Pancho: Sí. Aunque creí que ya me había despertado.
Luis: Digo él.
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Pepe: Cuatro, cinco, seis, siete.
Pancho: Sí, dijo que cuando llegaran lo despertáramos.
Paco: ¿Qué hacían?
Pepe: Ocho, nueve.
Pancho: Jugamos a las cartas mientras platicamos de la existencia de esqueletos como seres esclavizados, condenados, cansados de cargar con nuestra carne verdosa y morada. En cualquier caso su impotencia y paciencia actuales se verán recompensadas, después de este estado larvario seguirá el de la tierra. (Paco toma una carta y hace cosquillas a Pepe en la nariz hasta despertarlo.) Y el día en que los muertos se levanten de sus tumbas, obviamente no se reconocerán ni amigos ni familiares; renacerán los esqueletos como bellas y descoloridas mariposas panteoneras. Se levantarán por las cosquillas de los gusanos y treparán a los árboles para matar a todos los pájaros.
Luís: Como zombis ¿Podemos jugar a las cartas nada más?
Pancho: No. (Recoge las cartas, las revuelve, las esparce por el suelo desordenadamente.)
Paco: Hace poco me hicieron sentir verdaderamente como un animal.
Pepe: (Bostezando) No es tan fácil descansar. Ustedes que...
Luis: Nada.
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Pepe: ¿Qué quieren?
Paco: ¿Debemos querer algo?
Pepe: (Alzándose de hombros.) Ya no preguntaré. (Silencio) ¿Por qué me despertaron?
Paco: Te veías tan quieto y tranquilo que nos extrañó. Por lo menos yo sí creí que no estabas respirando.
Luís. Te querían enterrar. Un experimento larvatorio. (Silencio) ¿Soñabas?
Pancho: Puro producto del ocio, soñaba que contaba.
Pepe: ¿Del óseo?
Paco: ¿Cuentas cuando, cuando sueñas?
Pepe: No sé, a lo mejor. ¿Pero que contaría?
Pancho: Es un sueño recurrente, recurrente, recurrente, recurrencia incontinente. (Todos comienzan a fumar y beber. Hoho se retuerce de escalofríos.)
Pepe: Si sueño mientras cuento es sin querer, sin darme cuenta pues no recuerdo casi nunca mis sueños. (Comienza a escucharse un tic-tac.)
Luís: Será que antes de dormir cuentas para dormir.
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Pancho: Pero ahora cuenta que se sueña contando.
Pepe: Creo que si sueño que cuento es porque me dormí contando. Pero no lo recuerdo.
Luis: Pero los números siempre se escapan del sueño.
Paco: Y cuando te despiertas contando, ¿mientras caminas cuentas?
Pepe: Será. Soñar y despertar no importa tanto mientras cuentes algo.
Pancho: ¿Algo? Pero si sigues contando es porque sigues soñando. Se duerme a todas horas.
Pepe: Soñar y despertar es ya estar contando, aunque no tengas memoria.
Luís: No, naturalmente contar no es un sueño.
Paco: Entonces dormir y contar ya no es soñar.
Pepe: Naturalmente yo no sé.
Pancho: Naturalmente esto es un sueño.
Luís: Estás contando o soñando.
Pancho: Entonces quien está soñando... (Camina meditabundo. Hoho se levanta en un escalofrío e imita torpemente todos los movimientos de Pancho.)
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Paco: ¿Qué estamos, estamos diciendo? (Pancho y Hoho caminan lento, gradualmente más torpes, en cámara lenta.)
Luís: ¿Por qué no estamos contando? (Pancho y Hoho caminan por el escenario y el movimiento poco a poco va regresando a la normalidad.)
Pepe: Ahora no sé de lo necesario para contar. (Sin embargo, durante este regreso, el pie de Pancho se suspende en el aire durante un momento frente al público para bruscamente darse media vuelta.)
Luís: ¿Cantidad? (Pancho se tapa los oídos con los puños en el último tic-tac.)
Paco: ¿Qué? (Pancho da un ligero salto. Ya con sus movimientos plenamente restituidos sigue caminando y saltando. Pasos y brincos. Hoho se ha cansado y vuelve a caer.)
Pepe: Uno, dos, tres.
Pancho sube a la cama y salta al piso. Sube a la cama y salta en la cama y salta al piso donde se queda quieto mirando a Hoho. Hoho intenta levantarse para imitarlo, alza brazos y piernas trémulos, con trabajo consigue ponerse de pie pero se tambalea hasta caer fuera del escenario produciendo un sonido estruendoso. Pancho grita asustado.
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Silencio. Hoho ha desaparecido. Todos inmóviles comienzan a contar. Hay una atmósfera densa. Los personajes adquieren expresiones robóticas.
Todos: Uno, dos, tres.
Pepe: Cuatro
Paco: Cinco
Luís: Seis
Pancho: Siete
Luís: Ocho
Paco: Nueve
Pepe: Diez
Pancho: Once
Paco: Doce
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Luís: Trece
Ya comienzan a mover los cuerpos como en un silencio apático del cual no tienen nada que pensar, por eso cuentan. Cruzan los brazos y se quedan inmóviles.
Todos: Trece
Una esfera, pequeña y blanca, cruza el escenario de lado a lado, rebotando lentamente. Los personajes simplemente la observan embelesados.
Todos: Doce (Se sientan.)
Todos: Once
Todas las esferas que van a entrar botan en una especie de pared invisible que les impide salir por cualquier lado del escenario. Tres esferas entran rebotando; pero obedeciendo la una a la otra: cuando la primera toca el suelo la anterior comienza a levantarse y la primera no continúa hasta que la segunda llega al piso y así sucesivamente.
Todos: Diez (Cruzan las piernas. Tres esferas pasan rebotando lentamente de manera desordenada.)
Todos: Nueve (Ponen las manos en la barbilla.)
Todos: Ocho (Una nueva esfera se aventura por el escenario; sin embargo, ésta se arrastra en lugar de rodar o rebotar.)
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Todos: Siete (Pepe pone el pie a la esfera que se arrastra: ésta, sin detenerse, lo derriba. Pepe deja de contar.)
Los restantes: Seis (Estiran los brazos.)
Los restantes: Cinco (Cruzan la otra pierna. Paco se interpone ante una esfera que lo golpea en la ingle. Paco deja de contar.)
Los restantes: Cuatro
Los restantes: Tres (Cruzan los brazos.)
Los restantes: Dos (Luis se inclina para ver de cerca una de las esferas, ésta lo golpea en la cabeza haciéndolo caer. Luis deja de contar.)
Pancho: Un elefante se balanceaba. (Pone su mano delante de una esfera y lo derriba.)
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Como si nada hubiese pasado
Pepe: Bajo la tela de un araña.
Pancho: ¿Qué?
Pepe: Nada
Luís: (Bostezando) Fueron a llamar a… a… a… ¿No han soñado otra cosa? (Cada uno se apodera de su botella, sacan un cigarro y lo encienden. Fuman, beben. Después de un breve silencio bostezan.)
Pepe: Leí que si te das cuenta que sueñas y saltas puedes volar.
Pancho: ¿Dices que te vas?
Luis: ¿Qué? Si... No.
Paco: ¿Yo? No. Que me siento como… Sí.
Pancho: ¿Pero vienes a despedirte?
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Pepe: ¿Ya nunca volverás?
Paco: Supongo.
Pancho: Despedirse con esa intención es como anunciar la propia desaparición.
Paco: Para los, los demás.
Luís: Pariente del anuncio de la propia muerte.
Pancho: No es tanto así. Desaparecer es el trabajo del escapista. Colapsar en el ocio.
Pepe: Y no como pudrirse sin conciencia.
Luís: ¿Y si saltamos?
Pepe: No. (Silencio)
Paco: Yo soy el que parte y no se queja… Vivir en el Caribe, platicar con los peces, ya no son posibilidades como antes. De alguna forma es como dijeron, seré quien está cuando, cuando… (Duda, bebe.)
Pancho: Claro y no donde.
Luís: Siempre había un donde y cuando.
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Paco: Ya no. (Un poco más seguro) Seré una conciencia flotante.
Pepe: Aunque siempre es lo que más me ha gustado, aquí y ahora. Por lo menos saberse de la tierra... De algo. Y luego el placer de sentir que se disuelven, se crean y se destruyen y se recrean.
Luis: ¿Quiénes?
Paco: Porque nosotros nacimos sin alas. Ahora les digo que mañana…
Pancho: Es lo que yo he dicho siempre. El deseo de bajar a todos los pájaros del cielo, de robar sus plumas. Será mañana, mañana, mañana. (Silencio.) ¿Y cuándo dices que te vas?
Luis: ¿Quién?
Pepe: Mientras más pasen los días de tu invisibilidad más creeré en la facultad sarcófaga de la tierra. Aunque no vayas con ella, con tu ausencia me daré cuenta que allí terminarás.
Luis: ¿Quién? ¿En el Caribe?
Paco: Este… sí. Sí. No me voy muy lejos, supongo; pero ya no podré venir con ustedes.
Luis: En tus palabras te presiento, ya con un poco de amargura, el estar convencido de no regresar. Todos queremos y sigas tu camino con bien. Y no vayas a volver la mirada, no queremos que te conviertas en sal. (Silencio)
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Pancho: Sinceramente nadie va a extrañarte demasiado.
Paco: (Bebiendo) Nunca, nunca se debe extrañar demasiado. Si volteo la mirada nadie se desvanecerá. Todo está demás, yo nada más aviso. Yo sé muy bien que nadie para nadie es verdaderamente importante, a menos de que sea uno mismo. Así es como debe ser, a menos de que se propongan ser inmateriales. ¿Y si cuando voltee la mirada ustedes siguen ahí?
Pancho: (Sonriendo) Nuestras alas se quedaron atoradas en el útero. (Silencio)
Luis: ¿A quién no le daría miedo encontrarse así?
Paco: ¿En dónde?
Luis: Así, nada más, lo que decían: uno reflejado en el otro pero sin encontrarse nunca uno mismo; una consciencia flotante demasiado material. Sentirse un animal. No sé.
Pancho: ¿Cómo?
Paco: ¿Si?
Pepe: Por supuesto, siempre es así. Ya no nos encontramos siquiera en las palabras, siempre nos quedamos lejos.
Luis: No lo entiendo, ni lo comprendo. Pienso en las palabras de lejos como en las formas que se esconden, somos el ruido que no se ve en el fondo del retrato de un campo de batalla… ¿Ven lo que digo?
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Pancho: No, no lo vemos. ¿Cómo vamos a ver la forma del ruido? No podemos.
Luis: No, eso no. Digo que no nos podemos entender, cada quien dice sus cosas. Nuestros egos no caben aquí, por eso no nos comprendemos.
Pepe: ¿Aquí?
Pancho: ¿Entonces te retiras a la casa de la risa?
Luis: ¿Qué?
Paco: No, claro que no, me refiero a otra parte, heredé una casa de plástico. No me ocurre nada, solamente tengo que ocuparla.
Pepe: Las obligaciones son para volverse loco.
Pancho: ¿Pero es de plástico?
Pepe: ¿Ese es el cuadro de un mal sueño?
Luis: No sé en realidad que tan malo sea.
Paco: No. Pero sí es para no salir. Me enterraré allí. Me rodeará un ambiente profiláctico, de asepsia total. Viviré mucho más que el promedio. Sondas me ayudarán a satisfacer las necesidades fisiológicas, naturalmente las sexuales también.
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Pepe: Parece horrible, nada más parece. ¿Qué vas hacer con tanto tiempo libre? Nada, nada más dormir.
Paco. Tampoco. Veré el mundo y el espacio a través de pantallas gigantes. Si me canso, al oprimir un botón, el oxígeno se combinará con gases reanimadores, nunca dormiré. Seré una isla rodeada de monitores; del objeto más lejano recibirán un reflejo satelital, programas separarán imágenes de todas las atmósferas, no solamente registrarán todos los movimientos a distancia, también capturarán las sensaciones y todo lo que se desprende de los cuerpos, a donde van y en que se convierten.
Luis: Igual también suena aburrida la omnipresencia.
Pancho: Es un buen plan, te deshaces de tu cuerpo para tener uno mejor.
Pepe: Ya no vas a ser tú.
Luis: ¿Cuál?
Pancho: Lo que decías.
Pepe: Sí. Tú, tú, el que está aquí. Que parece estar aquí hablando, viéndonos, bebiendo, fumando, hablando sin decir nada. (Pasa enfrente de Paco y lo toca con el dedo índice en la frente.) Sí, el que está aquí. ¿Lo ven? Tú el que eres o parece que eres. ¿Lo ven?
Pancho: (Riendo) No, yo no veo nada.
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Luis: ¿A sí, cómo?
Pepe: No sé. (Silencio)
Paco: Antes de venir, mi familia: mis hijas, mis hijos, mis esposas, mis esposos, mis padres y mis madres me decían: sin los demás no podrás hacer gran cosa. Me hicieron sentir como un animal. Y es verdad, en realidad no se puede ser otra cosa. La manada y todo lo demás. Pero mis abuelos me dejaron una burbuja de plástico.
Pancho: No lo creo. Uno puede hacer lo que quiera, incluso nada.
Pepe: ¿Tus esposos?
Luis: ¿Tú crees? Pero aquí estamos los cuatro…
Pancho: ¿Y para qué?
Pepe: Parece que gradualmente, de una u otra forma, se llegará a ninguna parte.
Pancho: Vamos.
Paco: Mis esposos y mis esposas. Digo, las cosas con las que sin darme cuenta me casé.
Luis: ¿A dónde?
Pancho: Sí, por supuesto, más claro no se podría. (Silencio)
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Luis: Si nadie es indispensable para nadie y siempre nos encontramos con los demás, piensen en la fosa común. No nada más los pájaros vuelan y uno dice yo soy yo y luego contestas ya olvidé. De las diferencias entre los pájaros, los simios y los gusanos prefiero callar. ¿Cuándo no somos nosotros?
Pancho: ¿El arte de la prótesis? Volar sin alas, modificar nuestro estado de ánimo químicamente, manipular los sucesos aparentemente intrascendentes, por ejemplo: hacer que un determinado número de niños, elegidos matemáticamente o al azar, en realidad no importa mucho. Entonces hacer que éstos se piquen los ojos con alfileres para propiciar el ataque terrorista a una capital extranjera.
Pepe: Eso es perturbador y enfermo.
Luis: ¿Qué?
Pepe: Esas supercherías.
Paco: Exageras, así hemos hecho siempre, siempre.
Luis: Probablemente uno nada más se engaña, es…
Pepe: Se trata solamente de salir a flote, de alguna u otra forma siempre nos las arreglamos para eso, uno siempre quiere sobrevivir, física y psicológica...
Paco: Mente. De forma natural o artificial. En cualquier caso los sucesos del período de una vida promedio siempre me han parecido tristes y sucios.
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Pepe: No digo que no ¿Pero y quien no lo es?
Pancho: La mayor parte de la ficción nos ha enseñado que todo es limpio y brillante. Los cuerpos rasurados fornicando en y con todo lo perfecto. Un deslumbrante cadáver. Problemas de personalidad. Un homicida elegante, genial o deliberadamente asqueroso, descomponiendo todo lo que nosotros quisiéramos descomponer.
Pepe: Eso es una porquería.
Paco: Bastante necesaria, todo es limpio. ¿Qué haremos si mañana se acabaran, acabaran todos los espectáculos, las evasiones?
Luis: Qué aburrido.
Pepe: Volveríamos a ganar la facultar de escoger lo esencial. Es decir, nos enfrentaríamos a nosotros. No sé.
Paco: ¿Cómo? Eso es algo ridículo. ¿No crees? (Silencio, beben y fuman.)
Luis: Miren, voy a contar algo.
Pepe: Como quieras.
Paco: No, que no cuente nada.
Luis: Esto es verídico. Un tipo llega a un bar.
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Pepe: ¿Es un chiste?
Luis: Algo así. El tipo llega al bar de siempre. Ve a la misma gente: los mismos borrachos anclados a las sillas pegajosas, la misma convención de putillas medio ocultas en el humo de tabaco; todos como moscas absorbiendo azúcar envenenada. No por esto el tipo era diferente, solamente estaba cansado de su vida tediosa y repetitiva; esta es una condición común en estos antros de muerte envejecida. Digo muerte envejecida porque dicen que la muerte siempre está en estos lugares pero no se lleva nunca a nadie: primero se toma unas copas, juega cubilete y se hace vieja antes de encontrar algo que parezca vivo. El caso es que el tipo se acerca a la barra con movimientos automáticos que no se atreve a contradecir. “Le sirvo lo de siempre,” le dice el cantinero de todos los días, preparándose para servir lo acostumbrado antes de recibir una respuesta. El tipo, harto, verdaderamente asqueado, le dice: “no, hoy quiero algo diferente”. El cantinero, lleno ya de experiencia en estos casos y para pasar un buen rato, le sirve el trago de siempre en un vaso distinto. El tipo, demasiado concentrado en su terrible aburrimiento, sin darse cuenta hasta que lo prueba como por vez tercera, lo termina perfectamente sin reclamar al cantinero; entonces, sonriendo, sale del bar, y por el camino de todos los días, se dirige a su misma casa cuando ya anochecía. Así lo encontramos, ensimismado en sus reflexiones, cuando, desde la oscuridad del hogar, escucha la voz de su mujer, la de siempre, que en un ataque doméstico de furor hormonal le reprocha: “ya no llamo tu atención, ya no me quieres, te he visto salir y entrar durante meses de un hotel asqueroso, acompañado de mujeres fáciles y seguramente baratas.” Y el tipo, al prender la luz, alcanza a ver a su mujer pistola en mano pero no a huir, y con el vientre ensangrentado, haciendo patente su experiencia, le contesta antes del último disparo: “mi vida, todo depende del vaso que te contiene.” (Silencio)
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Pancho: (Respirando profundamente) Ustedes provocan terribles sensaciones soporíficas. Se puede llegar a un estado hipnótico de involución si uno sigue sus palabras.
Pepe: Tengo ganas de irme.
Luis: ¿A dónde?
Pepe: No sé.
Luis: Aburrido.
Paco: Comienza apestar.
Pancho: Me duele el estómago.
Paco: Yo siento retortijones en el cerebro.
Luis: Somos terriblemente pesados.
Pancho: Apestados. Podríamos hacer cualquier cosa, por eso no hacemos nada. Atroz.
Paco: ¿Vámonos?
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Luis: Siempre hacemos algo pero no nos damos cuenta. (Recoge las cartas del suelo, las mezcla y comienza a repartirlas para el juego.) Para que el juego no canse tiene que haber más de uno.
Pancho: ¿Adónde?
Paco: Claro que no. Ya no. (Deja sus cartas en el suelo.) Y es porque los demás siempre provocaron molestias metafísicas y viscerales. Como la incomodidad de un gas pestilente el cual no sale por completo.
Pancho: ¿Angustia escatológica?
Paco: Ansia.
Pancho: ¿De irse?
Luis: ¿Entonces tú no juegas?
Pancho: Nadie quiere. (Deja caer sus cartas en el suelo. Pepe hace lo mismo y Luis con tristeza los imita.)
Luis: Nunca me ha importado jugar o no. Solamente siento la necesidad de hacer algo... Es igual.
Paco: ¿Cómo un animal?
Luis: Cuando me doy cuenta parece que todo debe ser así. Creo que faltaba una carta.
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Pepe: ¿Cómo?
Luis: No sé. Una reina.
Pancho: Siempre falta esa.
Paco: (Riendo) Nosotros nunca sabemos algo.
Luis: Todos somos insostenibles. ¿Verdad? Inconsistentes.
Pancho: ¿Cómo de plastilina?
Luis: Sí, de plastilina.
Pepe: Pero uno de estos días...
Pancho: ¿Tú crees, monito de plastilina?
Pepe: No. Cuando me canse de este calor voy hacer un agujero grande en la tierra.
Luis: ¿Eso qué?
Paco: Yo dejaré de dormir, tal vez ésta sea la última vez.
Luis: ¿Dejar de dormir para no hacer nada?
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Paco: Es igual. Sería lo mismo siempre estar dormido.
Pepe: Pero vas a estar despierto rodeado de imágenes hasta la muerte.
Luis: ¿Eso qué? Aburrido, nada más.
Pancho: ¿Ustedes creen, monitos de plastilina?
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Paco solo en el escenario sentado en el centro de la cama.
Paco: Aunque claro, siempre existe la posibilidad de tener larvas en la entrepierna… Natural o artificialmente. Él la esperó bastante, yo, en realidad demasiado, la verdad artificialmente. Sin saber por qué; pero al entrar al cuarto de hotel tuve la sensación de que iba a encontrar un insecto monstruoso. La espera se convertía en un jardín ciclópeo. Fue menos de dos segundos y lo conocí todo, de todo siempre tengo nada que decir. Era un plástico sin olor, sin humedad ni alergias, brillante. Aquí vivía la giganta de piel amarilla. Todo en ella se maximizaba como no ocurre siempre, a menos de que uses las sustancias adecuadas. Y no había secretos, podías descansar a la sombra del detalle de cada una de sus partes.
Entran las sombras mudas de Pancho, Luis y Pepe. Se mueven de un lado a otro en una comunicación corporal elocuente en movimientos violentos, ignoran lo que ocurre. Paco se encuentra en el centro del escenario, ahora es un insecto de cuatro brazos. En los superiores lleva una botella y un cigarro que alternativamente ocupan su boca. Uno de los inferiores tiene el control remoto, con el cual dirige los movimientos de un ojo proyectado a sus espaldas. El otro inferior se ocupa de acariciar su entrepierna. Después de varios movimientos oculares, en un espasmo, Mujarami se desprende de él. El ojo se detiene, Paco, turbado más de lo habitual, se mira triste. Ella es amarilla y brillante; su piel, ojos, cabello. Va desnuda y el cuerpo es hermoso, según tendencias de época y región. Sin embargo es como una superficie lisa y artificial, carece de accidentes, es un desierto pero visto detrás de la ventana, no puedes hundir tus dedos en la arena, tampoco hay oasis o
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tormenta… Es un simulacro. No hay matiz pero si la sensación de un tiempo deslizándose por sus formas que no toca ni marchita. Y baila, siempre graciosa, abriendo los brazos y dando vueltas como un equilibrista perfecto en una cuerda sinuosa. Mujarami lleva una carta en la boca. Paco la mira, se acerca a ella y la acaricia.
Paco: Se deslizó entre las sábanas... La hormiga para picarme la punta de la lengua cuando se me vino. ¿Si después de morir yo fuera ella... y grandes ojos cafés, cabello largo castaño, un caminar de mantis? Entonces me despreciaría desde el principio a este triste ejemplar de ser humano, que no se reconoce en el espejo y me ha provocado indigestión en la cabeza.
Mujarami se pega mimosa a Paco para decirle algo en el oído. Lo hace insistentemente hasta que se aleja danzando y en el último paso transformarse en una gata de grupa pendulante.
Paco: La hormiga me esta transformando en onanista profesional. (Se aleja violentamente de ella al extremo contrario.) Yo... Cuando entré en la pantalla pagué por ver y ocupé un lugar con sombra. Distraídamente volteo, miro, fijo intermitentemente la línea voluptuosa, mínima, que despega de entre las piernas de una mujer.
Cada uno en su extremo: Paco de rodillas, Mujarami una gata retorciéndose. Paco, víctima de un ataque espasmódico. Mujarami, altar de un insecto de dos brazos. Paco, altar de un fantasma lejano. Y desfallecimientos ondulantes, dolores de cabeza, luces brillan, parpadean. Todo un conjunto arrítmico de convulsiones, poseso fútil de una explosión glúcida interna. Paco ha caído, escuchamos que algo se rompe, sin embargo se levanta y lo vemos intacto.
Paco: Dejele la huella de infinitos y alegres gusanos que salen por mi ojo. Así lo hemos hecho todos, todos.
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Después de la anterior fornicación a distancia, Pancho, Pepe y Luis regresan a su estado normal. Mujarami ha dejado solo a Paco.
Luis: Pero es falsa.
Paco: Siento un poco de frío, estoy cansado.
Pepe: Debe ser horrible resistir el aire de afuera y el sol para terminar encontrándose así.
Paco: ¿Qué?
Pancho: Pero nada más es una sonda. Diseñada simplemente para propiciar la evacuación de líquidos acumulados, si no se desalojan podrían llegar al cerebro. (Sonriendo.) La iluminación por la línea más extrema.
Luis: Bueno, es terrible, pero se puede descansar bajo la sombra de sus formas, no es nada.
Paco: ¿Las formas de quién?
Luis: El placebo.
Pancho: Todo lo que da placer pero no tiene nada dentro. Una prótesis inútil. (Silencio)
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Pepe: Como si jugaras con tu reflejo: Narciso versus Narciso refugiado en el espejo. Es una sonda más. Pero nada es un refugio. Cuando te vas, estar solo no es un refugio. Cuando te vienes, estar con alguien más tampoco es un refugio. ¿Nadie se escapa de uno mismo?
Paco: ¿Cómo? Estoy cansando, quiero fumar.
Pancho: Nada. Cruz y ficción son lo mismo. Prende la televisión, conéctate y será lo mismo. Todas las ciudades del mundo alimentaron sus raíces con sangre en algún momento y parece mentira. Siempre ha sido así, tal vez no nos damos cuenta; probablemente la ciudad expulsa lo que no necesita... nosotros. De verdad ¿nada es un refugio? (Silencio) Deberíamos de ir.
Luis: ¿Qué? ¿Adónde?
Pepe: No se puede ir a ninguna parte. (Largo silencio.) A veces creo en no abandonarme pero estoy cansado y termino por quedarme quieto, aquí, en mi cama, es como un ataúd, una ventana para el descanso, nada más. Parece que no hay lugar a donde ir, la experiencia geográfica no te salva, es un placebo espacial. Aunque también llega la delicia de la blandura y la pereza del dormir, te sientes magnánimo hasta que sales y te dejan caer encima el peso de la atmósfera y la repetición, eres un muñeco descosido, pálido, crudo, sin piel. Y luego la mirada del sol es un veneno que empuja a buscar para vivir… Aquí estamos y nada daremos, haciendo laberintos de alucinaciones, formando juegos y haciendo magias de los números, embriagándonos de todo, porque todo en exceso nos hace tanto bien a la algarabía del cerebro, propicia la locura. Es tan buena y divertida como una enfermedad venérea mental: gonorrea de las ideas, gonococos en los libros, en el espectáculo: prostitutas sonrientes como luna. Me hace sentir feliz pensar que mis células mueren y se convierten en polvo, pertenezco a un simplísimo proceso de descomposición, a la caída,
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pero también a la rueda. Quisiera ser un árbol con los chakras abiertos bajo un cielo color IKB y luego un incendio forestal. (Silencio)
Pancho: Por eso digo: ¿Qué? ¿Adónde?
Luis: Inútil. La inutilidad es un deporte de larga tradición entre nosotros.
Pepe: ¿Se han fijado? Cuando cierras los ojos ya ves para dentro y es rojo, rojo de tanto sol, de un sol tan harto que se nos queda su luz en los párpados y en la noche no nos deja dormir de tanta víscera que vimos.
Paco: Qué risa. Durante mucho tiempo coleccioné objetos encontrados en el transporte público. Me voy. (Todos esperan la retirada de Paco; éste solamente se mueve lento, sin rumbo, sin sacudirse jamás el entumecimiento. Todos miran alrededor.)
Luis: ¿Cómo?
Pancho: Lo que deberían de hacer es quedarse dormidos ya.
Luis: Pero juguemos, sobre todo juguemos. (Saca un nuevo paquete de cartas debajo de la cama y reparte.)
Pancho: Puedo hacerme trampa y tomar algo para disfrutar del juego.
Luis: Careces de muchas capacidades.
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Paco: Si te cansas es más divertido hacerles trampa a los demás.
Pepe: Que cada quien juegue como quiera.
Luis: ¿Qué quieren?
Pancho: Nada
Paco: Nada
Pepe: Todas otra vez
Luis: Yo tomaré lo que me falta. ¿Qué tienen?
Paco: As, dos, tres, cuatro y cinco.
Pepe: Tengo lo mismo del principio.
Pancho: Nada. Lo primero que puedo hacer de verdad es dejarme perder, luego aprenderé hacer trampa.
Luis: Primero aprende a jugar. (Continúan con el juego. Luis camina intranquilo, preparándose para hablar, aún con las cartas en la mano.)
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El escenario solo. Entra Luis, despacio, con expresión de serenidad. Se detiene en una esquina. Un Hombre Desconocido entra por el otro lado del escenario, no se da cuenta de la presencia de Luis. Luis enciende un cigarro y fuma, mira a izquierda y derecha, mira el reloj, todo como si esperase algo. El Hombre Desconocido lo ve, éste siempre ha tenido movimientos nerviosos, al parecer también espera a alguien pero no posee la misma tranquilidad que Luis. Una vez que El Hombre Desconocido lo ve pareciera que se quiere acercar a él, sin embargo duda, se aproxima y le da la espalda. Así en repetidas ocasiones hasta encontrarse uno al lado del otro. Luis voltea a verlo y regresa a mirar su reloj.
Hombre Desconocido: Disculpe. ¿Me regalaría un cigarro?
Luis: Disculpe, se me terminaron. (Arroja su cigarro al suelo a medio terminar y lo pisa.)
Luis se aleja del Hombre Desconocido. Se va tranquilamente a otra esquina, continúa viendo el reloj. El Hombre Desconocido permanece en el mismo sitio cada vez más nervioso, mira a Luis, al cigarro del suelo. Se dirige rápidamente al sitio de Luis, se encuentran uno al lado del otro.
Hombre Desconocido: Disculpe. No le creo que no tenga cigarros, si fuera así no tiraría uno a medio terminar.
Luis: ¿Y qué? Si le digo que no tengo es porque no tengo.
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Luis se aleja de él a otro extremo del escenario. Le da la espalda, saca una cajetilla, toma un cigarro, voltea a ver al Hombre Desconocido y devuelve el cigarro. El Hombre Desconocido, progresivamente más nervioso, sigue a Luis. Se quedan en silencio. Luis mira el reloj, comienza a desesperarse, se talla los ojos con los dedos pulgar e índice. Se aleja del Hombre Desconocido, dándole la espalda intenta tomar un cigarro pero al voltear el otro ya está siguiéndolo.
Hombre Desconocido: Creo que quiere fumar pero no se atreve porque estoy aquí yo.
Luis: No
Hombre Desconocido: ¿Está nervioso?
Luis se aleja, pero el Hombre Desconocido va detrás de él. El nerviosismo en Luis ha ido progresando a tal grado que sus movimientos han dejado de ser firmes para llegar a ser temblorosos e inseguros, de la misma forma que los del Hombre Desconocido. Luis se aleja inmediatamente, al encontrarse uno al lado del otro, así un par de veces. Las voces de los personajes son trémulas, inseguras.
Hombre Desconocido: ¿Tiene miedo?
Luis: ¿A qué?
Hombre Desconocido: No sé. Parece que tiene miedo. ¿Tiene miedo?
Luis: ¿Cree que le tengo miedo a usted?
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Hombre Desconocido: No sé, por eso le pregunto.
Luis: Estoy esperando a alguien. (Se aleja de él, pero continúa siguiéndolo.) No me siga. (Se talla los ojos con los dedos pulgar e índice)
Hombre Desconocido: Si no me ha dado un cigarro por lo menos me gustaría saber si tiene miedo. (Su voz comienza a escucharse progresivamente más segura a diferencia de Luis.)
Luis: No tengo por qué contestarle, no le debo nada. (Se aleja rápidamente, el Hombre Desconocido lo sigue.)
Hombre Desconocido: Ya no le pido nada, simplemente le pregunto: ¿Tiene miedo?
Luis: ¿Miedo?
Hombre Desconocido: Sí hombre, miedo.
Luis: ¿A usted?
Hombre Desconocido: No, no precisamente a mi, solamente le pregunto si tiene miedo.
Luis: (Sin poder contenerse ya.) Mire… yo sé que usted quiere asustarme porque no fui amable. Pero mire… (Sacando la cajetilla de cigarros.) No me importa lo que haga usted, ya le dije como están las cosas, haga el favor de dejarme en paz.
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Hombre Desconocido: No es nada más eso. Yo ahora sólo quiero saber si tiene miedo, sé que parece raro preguntar algo así, nada más quiero saber.
Luis: ¿Por qué?
Hombre Desconocido: Es nada más una pregunta, estoy esperando a alguien y ya ha tardado demasiado. ¿Sabe? Lo he visto muy nervioso y nada más pensé que este tipo ha de tener miedo.
Luis: Yo también estoy esperando a alguien y también ha tardado demasiado.
Hombre Desconocido: (Repentinamente desesperado.) ¿Responderá mi pregunta?
Luis: ¿Qué?
Hombre Desconocido: ¿Tiene miedo?
Luis: Miedo.
Hombre Desconocido: Sí hombre. ¿Qué le cuesta responderme?
Luis: Miedo. No le entiendo a usted.
Hombre Desconocido: Es usted imposible, podría ser más amable y responderme nada más. Igual le pregunto simplemente para pasar el rato. ¿Intenta resistirse todo este tiempo? Además usted también espera.
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Luis: No sé. ¿Miedo? Mejor dígame a quien espera.
Hombre Desconocido: No tengo por qué responderle. ¿Verdad?
Luis: ¿Ve? Estamos igual.
Hombre Desconocido: No. Pero si usted me responde yo lo haré.
Luis: Miedo. ¿Tengo que decirle también a que?
Hombre Desconocido: Si no quiere no.
Luis: (Tallándose los ojos con los dedos pulgar e índice) Esta bien, sí, tengo miedo. Ahora responda usted.
Hombre Desconocido: Está bien. (Mira la hora) No lo sabía, supongo que lo espero a usted. (Apunta a Luis con el índice manteniendo el pulgar alzado y simula un disparo.)
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Pancho, Paco y Pepe no tienen rostro, sus facciones se han desvanecido, son únicamente sombras inquietas que transitan de un lado a otro con cartas en la mano que intercambian entre sí arbitrariamente, que fuman y beben. Las voces de estos personajes ni siquiera parecen salir de dichas sombras. Luis se encuentra igualmente intranquilo pero aislado en esta atmósfera de bullicio.
Luis: Mi negocio es... Ustedes saben. Vender situaciones. Nada, ustedes saben, accidentes esperados. El negocio de la violenta seguridad, le decimos. Alguien pide ser atropellado y se hace. Hay mucha gente cansada que viene a nosotros para romperle los huesos de una vez por todas. Mujeres que piden ser asaltadas; muchas regresan, se aseguran que en el contrato se especifique que el arma del agresor, ya sea blanca o de fuego, recorra el cuerpo. La mayoría de los casos prefiere un disparo certero a un órgano no vital. ¿Qué quieren?
Paco: Nada.
Pepe: Un juego nuevo.
Pancho: Estoy pensando… Es una profesión muy noble la tuya.
Luis: Siempre hemos vendido seguridad, no crean que fantasías. La seguridad de ser víctima, la tranquilidad que proporciona ser violentado en cualquier momento, a partir de cerrar el contrato, quita el miedo a salir de noche. Así ayudamos a la costumbre de la enfermedad.
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Digo, brindamos una violenta seguridad. Aceleramos lo irremediable, nada más porque siempre está el ansia de ello, por eso reproducimos el horror. No lo entiendo, pero ahí está.
Paco: Como un catalizador.
Pancho: Nada.
Luis: La cuestión es que nadie nos había pedido la muerte hasta que llegó un tipo pidiendo ser asesinado. Nos dijo que la forma no importaba, solamente quería sentir la muerte unos segundos y ya no despertar. Ser consciente de que le quedaba poco, no sé. El tipo tenía cara de ahorcado. ¿Qué tienen?
Paco: Parece que todo está mal.
Pepe: Cuatro iguales.
Pancho: Aquí todo es igual. Por lo menos tener una seguridad.
Luis: No le hicimos caso al tipo.
Paco: ¿No comenzó por acosarte, acosarte?
Luis: Muchos casos se han salido de control, hay ocasiones en las que encontramos que el cliente ya está herido y le disparamos para no tener problemas después, las consecuencias han sido malas y buenas. ¿Qué se les ofrece?
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Paco: ¿Concederás todos nuestros deseos?
Luis: Claro.
Pancho: Sólo un poco más de lo que tengo.
Pepe: Sirve lo que quiero.
Luis: Lo que ocurre es que yo estaba en el bar, el tipo se me acercó cuando ya traía una terrible borrachera en la cabeza. Siempre me pasa, de todas formas estoy bien. ¿Qué tienen?
Pancho: Una reina morada en vías de putrefacción.
Paco: ¿Por qué dijiste que tenía cara de ahorcado?
Luis: No sé. Nunca he visto a un hombre colgado de verdad, por extraño que parezca. Pero supuse que así se deben de ver.
Paco: Soy bueno porque siempre hago trampa.
Pepe: Pero mira, inocentemente he ganado.
Paco: A veces creo que ese es el secreto del juego.
Pancho: Si el tedio no nos hace malos por lo menos si nos hace idiotas.
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Luis: Sí... el tipo insistía en que lo debía matar. Que pagaría bien, que nada saldría mal.
Paco: Supongo que te siguió cuando, cuando saliste del bar.
Pancho: Lo cansó.
Pepe: Y lo siguió. Hasta ponerlo nervioso y desesperarlo. Al punto de exigirle que lo dejase en paz.
Paco: El no pudo hacerle nada.
Pancho: Aunque lo cansó. Tanto como para desear ser un asesino gratuito.
Luis: Vean bien sus cartas.
Paco: No siempre se tiene un buen juego.
Pepe: Me falta una, no importa, la saco de la cama.
Pancho: Ahora el azar me parece una reina burlona con las piernas abiertas delante de un ciego.
Paco: Pudo haber recibido la paga pero a él no le gusta la muerte, nada más repartir dolor.
Pepe: Nada más es un trabajo. Por eso le ofreció el paquete especial: la pérdida gradual de cada una de las partes del cuerpo.
Luis: Una cada día. Un dedo, una pierna, una oreja. Por lo general los ojos o el pene al final.
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Pancho: ¿Se cansó del vaso y lo iba a quebrar?
Paco: Y no conoce de las razones por las cuales se quiere la muerte. Nada más sentir dolor.
Pancho: Entonces el tipo se negó. Hubiéramos visto su cara cuando se lo propuso. El tipo no necesitaba de las delicias del dolor. Nada más sentir unos segundos la muerte.
Luis: Muchos no se cansan de jugar.
Paco: (Cubriéndose la nariz.) El olor aumenta, hay un tufo agrio en el ambiente, azufre.
Silencio. Pepe se recuesta un breve momento. Al levantarse nos parece un sonámbulo, sus movimientos son rígidos y su voz monótona.
Luis: ¿Qué tenemos?
Pepe: Uno, dos... Antes soñaba otras cosas, una mujer joven, una muchacha de cabello negro.
Paco: ¿Y cómo estaba?
Pepe: De pie, de vestido verde y cabello largo.
Paco: Digo ¿era húmedo?
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Pepe: Podría decirse... Hay más alcohol debajo de la cama y tabaco y barajas. (Todos fuman, toman, fuman, toman.) Sí... Porque la mujer aparecía regando una maceta. Se iba y yo me quedaba con la maceta de donde no crecía nada. Después la mujer regresaba y regaba y se volvía a ir. Me miraba apenas muy poco porque cuando llegaba sólo regaba y después me dejaba solo. En uno de esos sueños le pregunté cuando crecería, me dijo: ¿Cómo puede ser posible que preguntes cuando? ¿Querido, no te has dado cuenta que estás soñando? Comenzó a reírse y a gritarme: ¡Cuando, cuando! Metió la mano en la tierra y me dijo en voz baja: Querido esto es lo que te he sembrado... (Hace un círculo con su mano derecha, uniendo las puntas de los dedos pulgar e incide, mira a través.) Un huevo de nada, querido.
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Risas artificiales. Se encuentran maniquíes por Luis, Paco y Pancho; sin rasgos distintivos, desnudos y sin expresión. Pepe está sentado al borde de la cama con los ojos fijos en el público, tranquilo, como si nada estuviera ocurriendo, como si se encontrara solo y nada más estuviera sentado en la orilla de la cama sin hacer nada y viendo en la pared, probablemente tratando de darles forma humana a las manchas que casi siempre hay en una pared. Silencio y sonido de cascabel. Una mujer aparece en una de las esquinas del fondo, es Mutier, vestida de terciopelo verde oscuro con manchas en diferentes tonos. Su rostro café está poblado de venas saltadas, como raíces de árbol, con un color ligeramente verdoso. Su cabello negro bellamente enmarañado y adornado con ramas y espinas de maguey, alguna flor marchita. En la mano una regadera de jardín. Sonido de cascabel. Mutier está detrás de Pepe. Sonido de lluvia y de corazón latiendo. Ella lo riega y él se hunde lento, apaciblemente en la cama hasta la cabeza. Mutier hace un círculo con los dedos índice y pulgar, mira al público a través. Sonido de cascabel. Mutier se ha ido. Ahora la cabeza de Pepe también es de maniquí. Se escuchan las voces de Pancho y Pepe.
Voz de Pancho: Para ti es todo así. Me parece bueno y recuerdes que aquí el porvenir siempre ha sido pereza.
Voz de Pepe: Ya lo sé: Mi madre, como la tierra y la cama, son una tumba y siempre me llevarán en su seno. (La cabeza de maniquí se hunde.)
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Como si nada hubiese pasado.
Luis: Te quedaste dormido.
Pepe: No sé... Creo. Pero no he soñado nada. Bueno... Que contaba. (Silencio)
Pancho: Nunca vi la reina que esperaba. (Mirando debajo de la cama.) Tienes muy sucio.
Pepe: Pero se le insistió al tipo. ¿Verdad? Que tal si lo hacían dormir por un buen rato. Lo despertarían para preguntarle como sigue y después al sueño otra vez.
Luis: Esto le atrajo un poco.
Paco: ¿Hubo asentimiento de todo?
Pepe: ¿Pero cuáles fueron los motivos?
Paco: ¿Alguien que apreciaba al dolor más que a la muerte se dio cuenta, cuenta, de los motivos?
Pepe: Probablemente fue el ambiente.
Luis: Probablemente. En esta región es fácil ser voluble.
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Luis: ¿Algo que quieran?
Pepe: Un poco más de suerte y alcohol y dos cartas.
Paco: Yo estoy perfecto.
Pancho: No tiene caso pedir algo.
Pepe: Es definitivamente lo que haces. En realidad no importa.
Pancho: ¿Tú crees?
Pepe: Me gustaría irme.
Luis: Esperó tanto afuera del hotel que irse no hubiera sido amable para uno mismo.
Paco: No, claro que no.
Luis: El tipo escogió el paquete completo. Era demasiado tarde, estaba solo y recuerdo que me decía que en todas partes hay sangre como abono, no solamente en el desierto... Bueno, parece que cruz y ficción son lo mismo: la muchedumbre presintiendo la plaga; langostas, serpientes, batracios y peces voladores. Pandemia de actos de desaparición, maquillaje en las entrañas de los muertos. ¿Qué hay?
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Pancho: Enormes deseos de saber si todas las reinas que poseo están dispuestas a abrirse de piernas para este tipo con tierra en los ojos.
Paco: ¿Con este juego que más podrían hacer?
Luis: Miren ahora quien se ha encontrado con el juego más afortunado. Y que no había problema que podía matarlo como en un sueño. (Largo silencio.)
Paco: Yo le decía la araña.
Pancho: ¿A la reina? ¿Al juego?
Paco: Sí. Su seno era tan enorme que parecía otros dos brazos con la suficiente fuerza como para asfixiarte.
Luis: ¿Quién? No entiendo.
Paco: Yo no, no sé, así era.
Pancho: Puede ser, siempre existe la seguridad de llegar a tener parásitos en el estómago, gusanos, se suben al cerebro y desconectan neuronas.
Paco: No sé. A fin de cuentas sus brazos... Digo, su seno, ya no sé. Era falso. Era un jardín de plástico placentero y asfixiante. Perdí.
Pepe: ¿Se derretía con el sol?
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Luis: La llevaba por la sombra.
Pancho: Pero si se ablanda con el sol, la podías amoldar.
Luis: Claro, a cualquier forma que se antojara, cual arcilla bajo los dedos. Su cuerpo era un templo y se le derribaba y reconstruía en segundos para profanarlo una y otra vez. (Comienzan a olvidarse del juego.)
Paco: Sería terriblemente divertido. Cambiarías su cuerpo a capricho y no te cansarías. Ella aumentaría y disminuiría el tamaño de sus mamas a placer... al placer de los usuarios. (Mujarami entra graciosa y ligera hasta refugiarse a los pies de Paco.)
Luis: Antes de aburrirse cambiar todo: las piernas, las nalgas, los senos, sobre todo las líneas de las manos; en cada transformación una personalidad distinta. La conocerían de nuevo. Ensayarían hasta encontrar el cuerpo perfecto para llegar a la perfecta lujuria.
Pancho: El secreto de las metamorfosis de los dioses cayó a la tierra.
Pepe: Somos adictos al sex-appeal espectral.
Luis: Sí, todo se puede. Hasta desembocar en el lujo hermafrodita.
Paco: Pero nadie le quitaría lo delicioso a esa quimera. A través del lujo perfecto se llega a la perfecta lujuria.
Pancho: A los gusanos nunca deja de gustarles la carroña.
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Luis: ¿Y la sangre?
Paco: No hay (Aprieta una mama de Mujarami hasta que la hace explotar como globo. Ésta, ante la violencia recibida, decide salir inmediatamente del escenario.)
Pepe: (Triste) Huevo de nada.
Pancho: (Hace un círculo con sus dedos pulgar e índice y mira a Pepe.) Entonces eres un pájaro de nada.
Paco: (Mirando por donde salió Mujarami.) Cierto... Como la tierra, la ciudad. Un vacío. No sé. Siempre antes del sueño yo estoy detrás del corazón, grotescamente refugiándome. ¿Es el tedio verdad?
Luis: Todo parece siempre más oscuro... (Todos voltean a verlo esperando a que diga algo más pero quedan decepcionados y en silencio.)
Pepe: ¿Quién tiene la culpa?
Pancho: Cualquiera que en este momento esté pensando en el deber de pensar en algo… El tipo que llora de risa mientras trata de controlar el temblor de su estómago saturado de gases. El infante que hace y deshace telarañas perfectas de juegos de espejos: vagina, tumba, vagina, tumba. En cualquier caso, en realidad no hay culpa, en realidad no hay nada.
Luis: ¿Cómo?
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Pepe: Eso... ¿En realidad?
Pancho: No. No sé. (Silencio)
Luis: Lo olvidaba. Entró al cuarto de hotel y vio al tipo colgado de la regadera... bueno no, porque los pies le arrastraban. (Sonriendo) Así que aquel viejo tubo que hacer un gran esfuerzo para relajarse y ahorcarse sin estar realmente colgado.
Pepe: ¿Lo viste?
Pancho: Como ya lo sabemos. ¿Cuántas veces has contado esto?
Luis: Se le había convencido para dormir, luego despertar sin un dedo, una mano, un brazo. Sentirse desaparecer poco a poco. Pero nos engañó. Por las prisas lo tuve que hacer todo de una vez, había un contrato. ¿Entienden? Mientras le cortaba los dedos se estremeció. No podía hacer otra cosa si no partirle la cabeza y rebanarlo. No es tan raro llevar una bolsa con un cuerpo desarmado a las autoridades, teníamos un contrato, dije.
Pancho: Hay un atractivo enorme en este juego. ¿Pero y si no nos importa ganar o perder?
Luis: ¿Qué?
Paco: Debe ser atroz, monótono, parece que siempre cuentas lo mismo.
Pancho: Ya no sé. Caos es un huevo vacío. Seremos y fuimos… Todavía somos… Todo cada vez que respiramos. ¿Y? No recuerdo un momento distinto al nuestro. Nubes negras o Leteo. Ni
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siquiera cuando las cosas comenzaron a podrirse. Todo me resulta ya tan nauseabundo como atractivo. (Largo silencio.)
Luis: ¿Qué?
Pancho: Monitos de plastilina.
Luis: Bueno. Tiene pico pero no pica, tiene patas pero no camina, tiene ojos pero no ve, tiene alas pero no vuela. ¿Saben que es?
Pepe: Un pajarito muerto. .
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Luis y el Hombre Desconocido se encuentran frente a frente. El segundo apuntando a Luis con el dedo índice y el pulgar levantado, simulando un arma. Entran Pepe, Pancho y Paco. El Hombre Desconocido los ve y baja rápidamente el brazo.
Luis: (Alejándose del Hombre Desconocido.) ¿Qué están haciendo ustedes aquí?
Pepe: (Sonriendo) ¿Tendríamos que estar haciendo algo?
Luis: No, no es eso. Nada más preguntaba, no piensen que quiero ser inamable.
Paco: ¿Y tú que estás haciendo aquí?
Luis: Estoy esperando a alguien. ¿Ustedes también vienen a esperar a alguien?
Pancho: ¿A quien estás esperando?
Luis: ¿Qué?
Pancho: ¿A quien esperas?
Luis: ¿Yo?
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Pancho: Tanto medicamento te está descomponiendo la cabeza, te provoca lagunas mentales.
Luis: ¿Cuál medicamento?
Pancho: ¿Ves?
Luis: Que simpático eres. Miren, estoy esperando a alguien, no estoy de humor, ¿saben? Ya se ha tardado demasiado y eso me preocupa, además no puedo irme, tiene que llegar.
Paco: ¿Y a quien esperas?
Luis: ¿Cómo?
Pepe: Nada, nada. Ya no te preguntamos.
Pancho: ¿Quieres que te ayudemos a esperar?
Luis: Como quieran. Pero díganme: ¿Qué hacen aquí?
Paco: Nada, ya nos vamos.
Luis: Sí, ustedes no tienen por qué esperar.
Pancho: Entonces adiós.
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Luis: Antes de que se vayan. ¿Me harían un favor? Le podrían ofrecer un cigarro al tipo de allá. Me ha estado molestando y yo no me puedo ir y al parecer él tampoco. Parece que también está esperando. Todo sería un poco mejor si se queda tranquilo. Hace poco me acaba de amenazar y me estoy estresando.
Paco: ¿Y por qué no le diste un cigarro tú?
Luis: No fue por inamabilidad, lo que pasa es que no traigo.
Pancho: No te creo.
Pepe: Pero pues es igual. (Pepe se aproxima al Hombre Desconocido.)
Hombre Desconocido: ¿Qué quiere?
Pepe: ¿Quiere un cigarro?
Hombre Desconocido: ¿Tengo cara de ser una persona que quiere fumar?
Pepe: Sí, y yo dije: dale un cigarro, que un cigarro no se le niega a nadie, es como un vaso de agua en el desierto.
Hombre Desconocido: Raro. Si estuviera en el desierto yo no le daría a nadie mi vaso de agua.
Pepe: Sí… Bueno. ¿Lo quiere?
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Hombre Desconocido: Discúlpeme, pero se equivocó. Tengo asma. Además el cigarro da cáncer.
Pepe: Sí, cambia la voz, no hay sexo, la comida no sabe, perfora los pulmones, destruye los dientes, y nos quedamos tontos.
Hombre Desconocido: ¿Pretende hacer plática, o algo así?
Pepe: No. (Le da la espalda)
Hombre Desconocido: Oiga, disculpe, no quería ser grosero. Lo que pasa es que su amigo me ha irritado.
Pepe: Pero yo no tengo la culpa. ¿Qué hizo?
Hombre Desconocido: No, yo no digo que sea culpable de algo. No importa, ese tipo tiene un problema, tiene miedo. A mí no me interesa, nada más quería pasar el rato. Estoy esperando. ¿Sabe?
Pepe: ¿Miedo?
Hombre Desconocido: Sí, no sé a qué.
Pepe: Voy a preguntarle. (Los dos van)
Luis: ¿Qué pasa?
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Pepe: Dice que tienes miedo.
Pancho: ¿Miedo?
Luis: Pues sí, yo le dije que tenía miedo, pero porque me estaba molestando, insistía mucho.
Paco: Que enorme pérdida de tiempo. Mejor vámonos y que se arreglen solos. No entiendo por qué tienes miedo. ¿Le tienes miedo a quien estás esperando?
Luis: Se pueden ir cuando quieran. No me hacen un favor quedándose conmigo.
Pancho: ¿Entonces para que nos pides que le demos un cigarro al tipo este?
Luis: Nada más para que no me este molestando.
Paco: Ya me quiero ir.
Hombre Desconocido: ¿A dónde van? ¿Entonces ustedes no están esperando a nadie?
Pancho: No, nosotros ya nos vamos, nos encontramos a un amigo nada más. Pero antes sabe qué, no me queda claro lo del miedo.
Hombre Desconocido: A mi tampoco me quedó, sabe. Yo no quería molestarlo, pero como vi que estaba esperando, al menos eso parecía, y como yo también, pues decidí hablarle un rato. Después me pareció que en sus ojos había algo de miedo, no tardó mucho para confirmarme que sí lo tenía. No me quiso decir a qué, luego ustedes llegaron. ¿Ustedes saben?
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Paco: (A Luis) ¿Por qué miedo? ¿A quién estás esperando? (A los demás) Deberíamos de irnos si no nos va a decir nada. (Al Hombre Desconocido) ¿Usted a quien espera?
Hombre Desconocido: Tengo una cita de negociosos con un proveedor, nada más, nada del otro mundo. Sin embargo el amigo de ustedes siempre se ha negado a contestar a quien espera. No es que a uno le importe mucho, la verdad, puede hacer lo que se le venga en gana, simplemente es la curiosidad.
Luis: Así es, puedo hacer lo que se me de la gana.
Pepe: Cuanta seguridad. ¿Y si nos quedáramos aquí hasta que llegara a quien esperas?
Luis: Hagan lo que quieran no me importa.
Paco: ¿Entonces nos vamos a quedar? Pura pérdida de tiempo.
Pancho: Igual no vamos a hacer nada. (Silencio)
Luis: (Pensativo) ¿De verdad se van a quedar aquí hasta que termine de esperar?
Paco: Así es, quizás esto resulte más interesante que no hacer nada.
Hombre Desconocido: ¿Por qué no dice ya a quien espera? Así se quita ya de estas incomodidades.
Luis: Sí, pero esto no es algo que le interese a ninguno de ustedes. Yo también estoy esperando a alguien por negocios. Francamente preferiría que se fueran y no me molestasen.
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Paco: Sí, creo que mejor nos quedamos. ¿Verdad?
Pepe: Vamos a ver que pasa.
Pancho: Si no pasa nada, pues es igual.
Hombre Desconocido: Que extraño… ¿Para que negarse a decir de que se trata con tanta insistencia? No entiendo. Pero no se vaya a molestar, probablemente soy al que menos le interesa y con toda razón, y al que no le debería decir, no tiene por qué. ¿Pero y a sus amigos?
Luis: (Pensativo y nervioso.) Tiene usted razón, discúlpenme. ¿Podría alejarse?
El Hombre Desconocido se aleja del grupo. Se encuentra tranquilo. Les da la espalda. Los mira en repetidas ocasiones, saca un cigarro y comienza a fumar plácidamente, con una sonrisa. Luis voltea a verlo y se da cuenta que está fumando, cierra los puños en expresión de enojo. El Hombre Desconocido voltea a verlo y Luis rápidamente le da la espalda, evitándolo.
Luis: No es que tenga miedo, miedo en sí.
Pancho: ¿Tienes que dispararle a alguien?
Luis: Sí, pero me han despedido. Tengo la mala costumbre de dejarme ver antes de disparar. Yo no sé que tiene de malo.
Pepe: ¿Es él?
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Luis: Creo, no me conoce en persona, me contrató ayer, seguramente reconoció mi voz, ahora no sé como decirle que a mi es a quien tiene que pagar. Que no le de nada a la corporación. No me gusta hablar de esas cosas antes de hacerle daño a alguien, son necesarias lo sé. Pero me hacen sentir como puta. ¿Entienden?
Paco: Es comprensible, sí. ¿Cómo sabe el que tú eres? ¿Y si le dice uno de nosotros?
Luis: Me harían un gran favor. Pero aún así lo debo hacer yo: primero le voy a disparar y luego le digo.
Pancho: Así serías una buena puta.
Luis: Sabe porque yo he sido el único que ha estado aquí.
Paco: ¿Entonces nos vamos? Ya sabemos que va a pasar.
Pepe: Pues como quieran a mí no me importa.
Pancho: Adiós.
Luis Saca un cigarro y comienza a fumar, los demás los ven y salen con una sonrisa. El Hombre Desconocido lo ve y se acerca.
Hombre Desconocido: ¿Lo ve? Le dije que tenía cigarros. Entonces sí es usted.
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Luis: Sí. Le he mentido todo el tiempo. Aquí tiene. (Le da un cigarro. El hombre desconocido lo pone apagado en sus labios.)
Hombre Desconocido: Acabo de fumar.
Luis: No importa.
Hombre Desconocido: ¿Antes me podría decir a que le tenía miedo?
Luis: A quedarme sin trabajo. Pero creo que mi miedo también le ha hecho sentirse mucho mejor.
Hombre Desconocido: Francamente sí. (Pepe saca una pistola y apunta)
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Pepe, Pancho, Luis y Paco están dormidos en el suelo. Pepe se levanta repentinamente, camina de un lado a otro y sale con urgencia. Regresa de inmediato con expresión de cansancio, camina lento y los brazos le cuelgan pesadamente.
Pepe: afuera es un infierno. (Saca un teléfono debajo de la cama y marca. Los demás comienzan a despertar.) Sí. Soy el uno, cero, cuarenta y cinco, setenta y uno... No podré ir... Estoy enfermo. No... Del estómago. No, no podré ir en todo el día… SÍ, no me puedo despegar del baño. Comí ajenjo y bebí agua envenenada. (Silencio.) Sé lo que perderé, créame no está en mis manos. (Cuelga) Está en mi tercer ojo de mierda.
Pancho: ¿Ya no volverás?
Pepe: Hoy no... Pero lo pagaré.
Paco: Sólo si tu quieres.
Luis: Lo tiene que hacer en algún momento.
Pepe: Hoy no quiero saber nada, estoy harto, no quiero que salga nunca el sol, no quiero que empiece nunca el día. ¿Me podrías disparar?
Luis: Cuando quieras.
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Pepe saca el control remoto debajo de la cama, apunta hacia el público y apaga las luces. Para cuando encienden, los cuatro están en el suelo, en posición fetal, en el centro del escenario conectados a través de cables, de ombligo a espalda, en forma de círculo y envueltos en bolsas de plástico transparente. En el fondo se proyecta, a alta velocidad, una representación de la obra. La proyección se detiene en la misma imagen que se está representando. La imagen se disuelve y nos lleva a la proyección en vivo del público. Las luces de sala se encienden después de un momento no muy breve. El escenario queda en penumbra y los personajes inmóviles.
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Aparece el Hombre Desconocido, se mueve tranquilamente, se detiene en cada una de las esquinas de la cama, progresivamente se va dando cuenta de la presencia del público. Baja del escenario y se dirige a alguien al azar. En el transcurso de esta escena todos los personajes, a excepción de Luis, entrarán y saldrán, sin importar el orden, viendo las acciones del Hombre Desconocido pero sin intentar interrumpirlo.
Hombre Desconocido: Disculpe. ¿Me regalaría usted un cigarro?
Repite la pregunta varias veces a distintas personas del público. Si no tiene éxito se dirigirá a todos.
Hombre Desconocido: Por favor, discúlpenme todos. ¿Alguien me regalaría un cigarro?
Si a pesar de esto no tiene éxito bajará del escenario.
Hombre Desconocido: (Ya en el escenario mirando el reloj.) Es una lástima, esperaba a alguien, supongo que ya no llegará. (Sale del escenario)
Si por el contrario alguien llega a obsequiarle un cigarro, se dirigirá a esa persona.
Hombre Desconocido: Gracias, verdaderamente es usted muy amable. (Mirando su reloj.) Parece que ya es hora. ¿Sabe? Estoy esperando a alguien y supongo que es usted, aquí tiene. (Le entrega una esfera blanca que sacará de alguno de sus bolsillos.)
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El hombre desconocido sale. Al fondo continúa la proyección del público. Pancho, Pepe, Paco y Luis, permanecen en la misma posición de la escena anterior. Nada cambia. Si el público no se retira un anunciador debe exhortarlos a abandonar el teatro. Se debe evitar que cualquier despistado suba a escena. La proyección del público y la inmovilidad de los actores deberán interrumpirse solamente hasta que la sala esté vacía. El telón no debe caer.
Fin
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