AUTOCONTROL Cuenta la historia que un papá, cansado de soportar las constantes rabietas y los agravios de su hijo adolescente, decidió darle una lección inolvidable y le dijo: "Mira, hijo, vamos a hacer un trato; de hoy en adelante prométeme que introducirás un clavo en la cerca de la casa cada vez que te dejes dominar por la ira y ofendas a los demás; cuando aprendas a controlarte sacas uno". Al muchacho le pareció interesante la propuesta y aceptó. En los primeros días fueron muchos más los clavos que clavó que aquellos que sacó. Pero poco a poco, con paciencia y dedicación, dejó de meter clavos, hasta que un día el joven le dijo al papá: "Mira, padre, ya no meto más clavos y saqué todos los que había puesto". El papá le dio un abrazo, felicitó a su hijo y le dijo: "Muy bien, muchacho; sin embargo, te engañas al pensar que todo está arreglado. Ven conmigo porque te quiero mostrar algo. Lo llevó enfrente de la cerca y le dijo: "Fíjate en los agujeros que quedaron; ya nunca más será igual. Recuerda siempre que eres dueño de tu silencio y esclavo de tus palabras, y que poderoso no es quien domina a los otros sino quien se controla a sí mismo. Por eso piensa antes de actuar, ya que las heridas que hacemos a los demás sólo cicatrizan con mucho cuidado". Así el papá le dio a su hijo una valiosa lección de algo que para los filósofos estoicos era una clave de la sabiduría y que en su lenguaje griego llamaban sophrosyne, es decir, autodominio o control de sí mismo. La vida es una concesionaria de autos y el arte de vivir es el arte de no actuar con autocompasión ni con autosuficiencia sino con autoestima. Es el arte de una buena autoimagen, del autocontrol y de la automotivación. Sabio es quien maneja sus emociones, aunque sea un analfabeto, no quien acumula datos y diplomas mientras su vida es un caos. Con un buen autocontrol convivimos en armonía, superamos los conflictos normales y no nos hacemos daño ni lastimamos a los otros con iras violentas, odios, traiciones, maltratos y peligrosas acciones. Por eso, es dentro de nosotros donde hay que trabajar más y eso explica lo que cuentan del escultor Rodin: se quedaba a veces absorto en su estudio parisino y después de contemplar sus obras solía decir: "¡Cuánto mármol me queda por sacar de mi propia estatua!". Así es: cuando no nos pulimos, la vida misma lo hace por las buenas o por las malas, nos enseña a no dejar agujeros en los corazones de los demás y nos mide con la misma medida con la que medimos a los otros.
Extractado del diario El Tiempo, columna de Gonzalo Gallo G.