1 EL CASTILLO DE NUESTROS SUEÑOS Óscar Arias Sánchez Presidente de la República Recibimiento de la Antorcha Cartago 14 de septiembre de 2009 Amigas y amigos: Ésta es una más entre las innumerables noches en que los miembros de un equipo de Gobierno se han reunido en la ciudad de Cartago, a conmemorar el surgimiento de nuestra nación, el inicio de la vida independiente de un pueblo singular sobre la Tierra. Uno piensa en aquellas celebraciones y se imagina los polvorosos caminos de un Cartago centenario, apisonados por los pies descalzos de apenas unos miles de habitantes. Se imagina la camisa almidonada de los cartagineses orgullosos, y un sombrero raído pero limpio entre las manos. Y se imagina, sobre todo, un sueño en gestación, la idea incipiente de un país que quiere gobernarse a sí mismo, y que quiere hacer cierta la promesa central de una república: la posibilidad de ser gobernados por la leyes y no por los seres humanos. Hoy venimos aquí a recibir la Antorcha de la Independencia, símbolo secular de nuestra institucionalidad democrática. Este evento debe impulsarnos a la reflexión. Debe impulsarnos a evaluar cuánto hemos avanzado en el perfeccionamiento de nuestras leyes y en la configuración de nuestro Estado; cuánto hemos progresado en el diseño de un sistema que les permita a todos la oportunidad de mejorar en libertad. Esta noche debemos preguntarnos qué tan lejos estamos de aquellos cartagineses decimonónicos, cuánto camino ha recorrido en este tiempo nuestra democracia. No cualquier pueblo puede realizar este ejercicio. Hay en el mundo naciones que han cambiado muy poco durante los últimos siglos, naciones que continúan siendo gobernadas con sistemas de opresión y de exclusión social. Y hay también en el mundo naciones que han retrocedido en su progreso, que habiendo conquistado algunos de los más nobles ideales del ser humano, han terminado por ahogarlos en la pira de la violencia, el odio y el pensamiento radical. Nosotros podemos decir que, aún con todos sus problemas, Costa Rica continúa perfeccionando su democracia, continúa fortaleciendo las instituciones que hacen posible la realización, en la práctica, de los valores que nuestro ordenamiento pregona en el papel. Es claro que éste es un proceso inconcluso. No bastaría una noche para enumerar los desafíos que aún tiene pendiente nuestro sistema político. Pero éste es el último 14 de septiembre en que le hablo al pueblo de Costa Rica en calidad de Presidente, y quisiera advertir cuando menos sobre uno de esos desafíos: la amenaza que significa para nuestra democracia, y para nuestra paz, la debilidad institucional de la región latinoamericana. Personificando a nuestros países, podríamos decir que muchas naciones latinoamericanas tenemos más o menos la misma edad. Pero la madurez que hemos alcanzado en estos años es distinta. El desarrollo que hemos permitido es desigual. Esto se debe a muchísimas razones, pero sin duda se debe en parte a la tentación autoritaria que como ave agorera ha sobrevolado la región durante casi doscientos años. En muchos aspectos, seguimos siendo un continente en donde la fuerza tiene más poder que la razón, en donde las armas deciden sobre cuestiones que podrían decidir los hombres y las mujeres. Seguimos siendo un
2 continente en donde el hambre de muchos perpetúa el poder de unos pocos y en donde ningún logro parece ser definitivo. A veces somos como un grupo de niños haciendo castillos de arena al borde del mar. Construimos maravillas mientras la marea está baja, y con orgullo infantil admiramos la obra realizada. Y al venir la pleamar vemos desaparecer lo que construimos y lloramos una vez más la pérdida de nuestra libertad, de nuestra legalidad o de nuestra paz. Los recientes hechos ocurridos en la República de Honduras, junto con las noticias de la carrera armamentista que resucitan el fantasma de la guerra en la región, nos hacen sentir que viene ya la ola a destruir de nuevo el castillo de la democracia latinoamericana. Una vez más oímos discursos de enemigos y no de hermanos. Una vez más oímos el llamado al odio y no a la reconciliación. Una vez más vemos al mundo dividirse en bloques y usar a nuestra región como muestrario de poderío internacional. Estas condiciones nos afectan, por muy fuerte que sea nuestra democracia. Nos afectan en primera instancia, porque nos impiden forjar verdaderas alianzas en beneficio del desarrollo de nuestros pueblos. En lugar de discutir sobre mecanismos de cooperación entre nuestras naciones, nos desgastamos discutiendo una y otra vez sobre la adhesión a ideologías superadas hace tiempo. Un continente que necesita hacer coincidir a sus maestros, sus doctores y sus ingenieros, acaba por hacer competir a sus caudillos y a sus soldados. Y en la estridencia de ciertos líderes, y el radicalismo de otros, se nos van infinitas oportunidades de progreso conjunto. He dicho en otras ocasiones que creo que, desafortunadamente, éste será el siglo de los asiáticos y no de los latinoamericanos. Porque si seguimos como estamos, en cien años estaremos todavía discutiendo sobre quién es el verdadero representante de tal ideología, de tal tendencia, de tal forma de pensamiento. Estaremos todavía discutiendo sobre quién es comunista, quién es socialista, quién es liberal, quién es neoliberal, quién es socialdemócrata, quién es socialcristiano; en lugar de discutir sobre los latinoamericanos que necesitan obras concretas. Lo más alarmante del caso, es que a lo interno de nuestro propio país hay personas tentadas por el discurso radical que recrudece en la región. Hay en Costa Rica quienes creen que en efecto es tiempo de la confrontación social y de la lucha vengativa entre las clases. Hay quienes creen que en efecto llegó la hora de que los pueblos se deshagan de sus gobiernos y de sus instituciones, persiguiendo el espejismo de una sociedad nueva. Tengamos mucho cuidado. Nos ha costado casi doscientos años construir este castillo a una distancia prudencial de la línea más alta de la marea. Nos ha costado casi doscientos años configurar esta realidad que no es perfecta, pero que ciertamente es mejor que lo que tienen otras naciones latinoamericanas. Es por eso que esta noche hemos firmado el proyecto de Ley para la creación del Ministerio de Justicia y Paz, una iniciativa dirigida al fortalecimiento de una cartera encargada, en buena medida, de supervisar, fortalecer y mejorar nuestra institucionalidad democrática. Con este proyecto pretendemos darle al Ministerio de Justicia la preeminencia que debe tener en la lucha por una sociedad pacífica, en la construcción de un estado de paz que sólo puede venir desde un Estado de Derecho. Amigas y amigos: Esta noche quiero pedirles que no renunciemos a la herencia centenaria que esta antorcha representa. No renunciemos al proceso institucional que durante tantos años nos ha permitido gozar de una estabilidad y una paz excepcional en nuestra región. No permitamos nunca que el discurso ideológico ponga trabas al progreso de nuestro pueblo, y en cambio
3 demostremos que con la razón y con la voluntad, se pueden construir mejores sociedades que con la fuerza y la imposición. En nombre de aquellos cartagineses descalzos, con sus camisas almidonadas y su sombrero entre las manos, hoy les pido que no renunciemos a la práctica democrática, que es una práctica de transformación gradual, en paz y en libertad. No renunciemos al desafío de perfeccionar nuestro sistema desde nuestro sistema mismo. Sigamos construyendo el castillo de nuestros sueños lejos del odio y de la violencia, lejos del irrespeto y del fanatismo. Y cuando vengamos aquí, 188 años después de este día, podremos admirar el camino recorrido, y ver que hemos cambiado, que hemos avanzado, y que hemos construido una sociedad mejor que la que tuvimos. Muchas gracias.