Antonio Amaya

MAS ALLA DE LA COPLA Por JOSEP SANDOVAL ( Publicado en el periódico “La Vanguardia”, 8 de Febrero 2009 )

El showman Pierrot escribe su historia, reivindicativa de un tiempo donde el espectáculo era vida.

La posguerra incitaba a la rebeldía. Y la gente la manifestaba cantando, reivindicando, insinuando, haciendo de la imaginación un juguete multiusos que igual distraía el hambre que descubría identidades. Antonio Amaya fue uno de los reyes de ese tiempo frívolo que ocultaba historias de hambruna,infelicidad, desengaño y desespero. El desencanto se rompía trinos, y los Doce cascabeles de Amaya fueron un himno a la alegría que aún hoy se canturrea por alguna parte. Amaya, granadino bautizado en Jaén como Antonio Peláez fue uno de los trece hermanos que colaboraron a que su hogar tirase para adelante. Fue quien más participó de esa economía doméstica, pues Amaya fue siempre excesivo en todo, incluso en generosidad. Alcanzó la gloria y el poder que da el dinero, y tuvo amores con hombres y mujeres, ( incluso fue padre en México ), almacenó tantos abrigos de piel como amantes, se cubrió de joyas e hizo del oro su metal preciado, que lo preciosos era su arte, aunque su nombre artístico fuera Gitanillo de Bronce. Amaya decoraba su identidad sexual con descaros, sombra de ojos, carmín e improperios, y se blanqueaba los dientes con laca de uñas. ÉL fue siempre, consentido y disfrutado exceso, aunque hoy viva en una austera residencia en Sitges, localidad escogida “por cosmopolita” donde un buen día reunió en un bar, el Chez Antonio. Negocio y hogar. Un bazar donde hubiera sido feliz cualquier folklórica compañera de su época dorada, cuando Barcelona era una ciudad de luz y vida, de estraperlo y amantes con collares de perlas en el Liceu. Un momento lúcido en que Amaya invertía su dinero en inmuebles y joyas. Ahora, su vida es distinta. No hay biografía de este hombre peculiar, que posó desnudo a los 52 años en Party y Papillon, cuando los aires de libertad se centraron en tan interesantes conceptos. Por eso la historia que nos trae Pierrot – otro showman de ese tiempo feliz -, Antonio Amaya, Memorias del Espectáculo, reúne datos alrededor de su

figura. Y lo hace a partir de una visita que le hizo a la residencia de Sitges acompañado de Christine y la Pasti, también compañeras de viaje. Pierrot es directo, que no cruel, realista en cualquier caso. Y describe la alcoba. “Es la 606, el capicúa del diablo. Tiene el tamaño de un panteón. Al frente una ventana… hay una cama de una plaza, un televisor a la altura del techo, un armario y media estantería que guarda una foto de su hermana artista, Lourdes Roquiel. Seis metros cuadrados blancos, limpísimos, impolutos.” La charla es amena, aunque hoy no ha podido venir Carmen de Mairena, “Miguel de “ en otros tiempos y una de las voces autorizadas a quien es Pierrot convenció para hilvanar la historia. Con Mairena cuentan sus paisajes Paco Alonso, Carmen de Lirio, Mel Castán. Personajes que le conocen bien, que han vivido sus historias en paralelo. Pierrot construye un friso de historia donde los recuerdos con Bella Dorita, Cassen, Raquel Meller se mezclan con los suyos. El resultado abre el apetito para degustar más historias, ahora lecturas interrumpidas, anécdotas sin terminar. Como esa aventura empresarial de Dalí en el teatro Victoria, o todo lo referente a Alfredo Alaria. En fin, la vida de una ciudad que fue feliz aunque no lo supieran.

PIERROT HOMENAJEA A ANTONIO AMAYA Por: Dalmases ( Periodista. Centro Internacional de Prensa) Publicado en la revista “Marítimas” ( 21/1/09) …… La fama es un pájaro volandero y fugaz y no es por tanto extraño que la memoria colectiva olvide con facilidad a personajes que permanecieron algún tiempo en el pináculo de la popularidad pero que han dejado de ser sujetos de la actualidad informativa. Este hecho se da de forma muy acusada en el mundo del espectáculo, de tal modo que es muy posible que a la mayoría de nuestro coetáneos no les diga nada el nombre de Antonio Amaya. Pues bien, se trata de uno de los grandes intérpretes de la canción española durante la segunda mitad del siglo XX, que interpretó con donosura pasodobles airosos tales como < Doce cascabeles >, < Yo soy España > o < Me gusta mi novia >. El granadino – que no jienense como se ha dicho reiterada y erróneamente – Amaya fue, además un personaje que supo aderezar sus excelentes condiciones artísticas con una aureola legendaria hecha de amoríos, desplantes, rasgos de generosidad – cuando no de prodigalidad – y escándalos, que en su tiempo parecieron mayúsculos y hoy serían irrelevantes. Antonio Amaya vive a sus ochentaymuchos años felizmente retirado en Sitges, que es el lugar propicio para el descanso después de una vida tan asendereada como la suya y allí fue a encontrarlo Antoni Gracia, más conocido como Pierrot, para recoger su testimonio, hurgar en viejos recortes de prensa y programas de teatro y music hall con el fin de pergeñar una semblanza no estrictamente académica, pero si muy humana. El libro de homenaje a Antonio Amaya que ha escrito Pierrot fue presentado en Ámbito Cultural de Portal de l´Ángel ante un publico que sí sabía quien era este personaje y en el que no faltaron algunos de aquellos artistas que hicieron felices desde las pistas y pasarelas del Paral.lel, como Lita Claver < La Maña >, Eva Sorel, Christine, Ventura Oller u Rafael García. El acto constituyó, por supuesto, un homenaje al gran artista que ha sido Antonio Amaya, un reconocimiento al trabajo de divulgación publicista que realiza Pierrot, un hombre polifacético que es artista de teatro y cabaré, pero a la vez dibujante, autor de libros y experto en cine fantástico y, en fin, una evocación de todos aquellos géneros que entretuvieron los ocios de varias generaciones y que siguen teniendo plena vigencia.