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LOS AMADOS MUERTOS H. P. LOVECRAFT & C. M. EDDY -------------------------------------------------------------------------Es media noche. Antes del alba dar�n conmigo y me encerrar�n en una celda negra, donde languidecer� interminablemente, mientras insaciables deseos roen mis entra�as y consumen mi coraz�n, hasta ser al fin uno con los muertos que amo. Mi asiento es la f�tida fosa de una vetusta tumba; mi pupitre, el env�s de una l�pida ca�da y desgastada por los siglos implacables; mi �nica luz es la de las estrellas y la de una angosta media luna, aunque puedo ver tan claramente como si fuera mediod�a. A mi alrededor, como sepulcrales centinelas guardando descuidadas tumbas, las inclinadas y decr�pitas l�pidas yacen medio ocultas por masas de nauseabunda maleza en descomposici�n. Y sobre todo, perfil�ndose contra el enfurecido cielo, un solemne monumento alza su austero chapitel ahusado, semejando el espectral caudillo de una horda fantasmal. El aire est� enrarecido por el nocivo olor de los hongos y el hedor de la h�meda tierra mohosa, pero para m� es el aroma del El�seo. Todo es quietud - terror�fica quietud -, con un silencio cuya intensidad promete lo solemne y lo espantoso. De haber podido elegir mi morada, lo hubiera hecho en alguna ciudad de carne en descomposici�n y huesos que se deshacen, pues su proximidad brinda a mi alma escalofr�os de �xtasis, acelerando la estancada sangre en mis venas y forzando a latir mi l�nguido coraz�n con j�bilo delirante... �Porque la presencia de la muerte es vida para m� ! Mi temprana infancia fue de una larga, prosaica y mon�tona apat�a. Sumamente asc�tico, descolorido, p�lido, enclenque y sujeto a prolongados raptos de m�rbido ensimismamiento, fui relegado por los muchachos saludables y normales de mi propia edad. Me tildaban de aguafiestas y "vieja" porque no me interesaban los rudos juegos infantiles que ellos practicaban, o porque no pose�a el suficiente vigor para participar en ellos, de haberlo deseado. Como todas las poblaciones rurales, Fenham ten�a su cupo de chismosos de lengua venenosa. Sus imaginaciones maledicentes achacaban mi temperamento let�rgico a alguna anormalidad aborrecible; me comparaban con mis padres agitando la cabeza con ominosa duda en vista de la gran diferencia. Algunos de los m�s supersticiosos me se�alaban abiertamente como un ni�o cambiado por otro, mientras que otros, que sab�an algo sobre mis antepasados, llamaban la atenci�n sobre rumores difusos y misteriosos acerca de un tatarat�o que hab�a sido quemado en la hoguera por nigromante. De haber vivido en una ciudad m�s grande, con mayores oportunidades para encontrar amistades, quiz�s hubiera superado esta temprana tendencia al aislamiento. Cuando llegu� a la adolescencia, me torn� a�n m�s sombr�o, morboso y ap�tico. Mi vida carec�a de alicientes. Me parec�a ser preso de algo que ofuscaba mis sentidos, trababa mi desarrollo, entorpec�a mis actividades y me sum�a en una inexplicable insatisfacci�n. Ten�a diecis�is a�os cuando acud� a mi primer funeral. Un sepelio en Fenham era un suceso de primer orden social, ya que nuestra ciudad era se�alada por la longevidad de sus habitantes. Cuando, adem�s, el funeral era el de un personaje tan conocido como el de mi abuelo, pod�a asegurarse que el pueblo entero acudir�a en masa para rendir el debido homenaje a su memoria. Pero yo no contemplaba la pr�xima ceremonia con inter�s ni siquiera latente. Cualquier asunto que tendiera a arrancarme de mi inercia habitual s�lo representaba para m� una promesa de inquietudes f�sicas y mentales. Cediendo ante las presiones de mis padres, y tratando de hurtarme a sus c�usticas condenas sobre mi actitud poco filial, convine en acompa�arles. No hubo nada fuera de lo normal en el funeral de mi abuelo salvo la voluminosa colecci�n de ofrendas florales; pero esto, recuerdo, fue mi iniciaci�n en los solemnes ritos de tales ocasiones. Algo en la estancia
oscurecida, el ovalado ata�d con sus sombr�as colgaduras, los api�ados montones de fragantes ramilletes, las demostraciones de dolor por parte de los ciudadanos congregados, me arranc� de mi normal apat�a captando mi atenci�n. Saliendo de mi moment�neo ensue�o merced a un codazo de mi madre, la segu� por la estancia hasta el f�retro donde yac�a el cuerpo de mi abuelo. Por primera vez, estaba cara a cara con la Muerte. Observ� el rostro sosegado y surcado por infinidad de arrugas, y no vi nada que causara demasiado pesar. Al contrario, me pareci� que el abuelo estaba inmensamente contento, pl�cidamente satisfecho. Me sent� sacudido por alg�n extra�o y discordante sentido de regocijo. Tan suave, tan furtivamente me envolvi� que apenas puedo determinar su llegada. Mientras rememoro lentamente ese instante portentoso, me parece que debe haberse originado con mi primer vistazo a la escena del funeral, estrechando silenciosamente su cerco con sutil insidia. Una funesta y maligna influencia que parec�a provenir del cad�ver mismo me aferraba con magn�tica fascinaci�n. Mi mismo ser parec�a cargado de electricidad est�tica y sent� mi cuerpo tensarse involuntariamente. Mis ojos intentaban traspasar los p�rpados cerrados del difunto y leer el secreto mensaje que ocultaban. Mi coraz�n dio un repentino salto de j�bilo imp�o batiendo contra mis costillas con fuerza demon�aca, como tratando de librarse de las acotadas paredes de mi caja tor�cica. Una salvaje y desenfrenada sensualidad complaciente me envolvi�. Una vez m�s, el vigoroso codazo maternal me devolvi� a la actividad. Hab�a llegado con pies de plomo hasta el ata�d tapizado de negro, me alej� de �l con vitalidad reci�n descubierta. Acompa�� al cortejo hasta el cementerio con mi ser f�sico inundado de m�sticas influencias vivificantes. Era como si hubiera bebido grandes sorbos de alg�n ex�tico elixir... alguna abominable poci�n preparada con las blasfemas f�rmulas de los archivos de Belial. La poblaci�n estaba tan volcada en la ceremonia que el radical cambio de mi conducta pas� desapercibido para todos, excepto para mi padre y mi madre; pero en la quincena siguiente, los chismosos locales encontraron nuevo material para sus corrosivas lenguas en mi alterado comportamiento. Al final de la quincena, no obstante, la potencia del est�mulo comenz� a perder efectividad. En uno o dos d�as hab�a vuelto por completo a mi languidez anterior, aunque no era total y devoradora insipidez del pasado. Antes, hab�a una total ausencia del deseo de superar la inactividad; ahora, vagos e indefinidos desasosiegos me turbaban. De puertas afuera, hab�a vuelto a ser el de siempre, y los maledicentes buscaron alg�n otro sujeto m�s propicio. Ellos, de haber siquiera so�ado la verdadera causa de mi reanimaci�n, me hubieran rehuido como a un ser leproso y obsceno. Yo, de haber adivinado el execrable poder oculto tras mi corto periodo de alegr�a, me habr�a aislado para siempre del resto del mundo, pasando mis restantes a�os en penitente soledad. Las tragedias vienen a menudo de tres en tres, de ah� que, a pesar de la proverbial longevidad de mis conciudadanos, los siguientes cinco a�os me trajeron la muerte de mis padres. Mi madre fue la primera, en un accidente de la naturaleza mas inesperada, y tan genuino fue mi pesar que me sent� sinceramente sorprendido de verlo burlado y contrarrestado por ese casi perdido sentimiento de supremo y diab�lico �xtasis. De nuevo mi coraz�n brinc� salvajemente, otra vez lati� con velocidad galopante enviando la sangre caliente a recorrer mis venas con mete�rico fervor. Sacud� de mis hombros el fatigoso manto de inacci�n, s�lo para reemplazarlo por la carga, infinitamente m�s horrible, del deseo repugnante y profano. Busqu� la c�mara mortuoria donde yac�a el cuerpo de mi madre, con el alma sedienta de ese diab�lico n�ctar que parec�a saturar el aire de la estancia oscurecida. Cada inspiraci�n me vivificaba, lanz�ndome a incre�bles cotas de ser�fica satisfacci�n. Ahora sab�a que era como el delirio provocado por las drogas y que pronto pasar�a, dej�ndome igualmente �vido de su poder maligno; pero no pod�a controlar mis anhelos m�s de lo que pod�a deshacer los nudos gordianos que ya enmara�aban la madeja de mi destino. Demasiado bien sab�a que, a trav�s de alguna extra�a maldici�n sat�nica, la muerte era la fuerza motora de mi vida, que hab�a una singularidad en mi constituci�n que s�lo respond�a a la espantosa presencia de alg�n cuerpo sin vida. Pocos d�as m�s tarde, fren�tico por la bestial intoxicaci�n de la que la totalidad de mi existencia depend�a, me entrevist� con el �nico enterrador de Fenham y le
ped� que me admitiera como aprendiz. El golpe causado por la muerte de mi madre hab�a afectado visiblemente a mi padre. Creo que de haber sacado a relucir una idea tan trasnochada como la de mi empleo en otra ocasi�n, la hubiera rechazado en�rgicamente. En cambio, agit� la cabeza aprobadoramente, tras un momento de sobria reflexi�n. � Qu� lejos estaba de imaginar que ser�a el objeto de mi primera lecci�n pr�ctica!. Tambi�n el muri� bruscamente, por culpa de alguna afecci�n cardiaca insospechada hasta el momento. Mi octogenario patr�n trat� por todos los medios de disuadirme de realizar la inconcebible tarea de embalsamar su cuerpo, sin detectar el fulgor entusiasta de mis ojos cuando finalmente logr� que aceptara mi condenable punto de vista. No creo ser capaz de expresar los reprensibles, los desquiciados pensamientos que barrieron en tumultuosas olas de pasi�n mi desbocado coraz�n mientras trabajaba sobre aquel cuerpo sin vida. Amor sin par era la nota clave de esos conceptos, un amor m�s grande - con mucho que el que m�s hubiera sentido hacia �l cuando estaba vivo. Mi padre no era un hombre rico, pero hab�a pose�do bastantes bienes mundanos como para ser lo suficientemente independiente. Como su �nico heredero, me encontr� en una especie de parad�jica situaci�n. Mi temprana juventud hab�a sido un fracaso total en cuento a prepararme para el contacto con el mundo moderno; pero la sencilla vida de Fenham, con su c�modo aislamiento, hab�a perdido sabor para m�. Por otra parte, la longevidad de sus habitantes anulaba el �nico motivo que me hab�a hecho buscar empleo. La venta de los bienes me provey� de un medio f�cil de asegurarme la salida y me traslad� a Bayboro, una ciudad a unos 50 kil�metros. Aqu�, mi a�o de aprendizaje me result� sumamente �til. No tuve problemas para lograr una buena colocaci�n como asistente de la Gresham Corporation, una empresa que manten�a las mayores pompas f�nebres de la ciudad. Incluso logr� que me permitieran dormir en los establecimientos... porque ya la proximidad de la muerte estaba convirti�ndose en una obsesi�n. Me aplique a mi tarea con celo inusitado. Nada era demasiado horripilante para mi imp�a sensibilidad, y pronto me convert� en un maestro en mi oficio electo. Cada cad�ver nuevo tra�do al establecimiento significaba una promesa cumplida de imp�o regocijo, de irreverentes gratificaciones, una vuelta al arrebatador tumulto de las arterias que transformaba mi hosco trabajo en devota dedicaci�n... aunque cada satisfacci�n carnal tiene su precio. Llegu� a odiar los d�as que no tra�an muertos en los que refocilarme, y rogaba a todos los dioses obscenos de los abismos inferiores para que dieran r�pida y segura muerte a los residentes de la ciudad. Llegaron entonces las noches en que una sigilosa figura se deslizaba subrepticiamente por las tenebrosas calles de los suburbios; noches negras como boca de lobo, cuando la luna de la medianoche se oculta tras pesadas nubes bajas. Era una furtiva figura que se camuflaba con los �rboles y lanzaba esquivas miradas sobre su espalda; una silueta empe�ada en alguna misi�n maligna. Tras una de esas noches de merodeo, los peri�dicos matutinos pudieron vocear a su clientela �vida de sensaci�n los detalles de un crimen de pesadilla; columna tras columna de ansioso morbo sobre abominables atrocidades; p�rrafo tras p�rrafo de soluciones imposibles, y sospechas contrapuestas y extravagantes. Con todo, yo sent�a una suprema sensaci�n de seguridad, pues �qui�n, por un momento, recelar�a que un empleado de pompas f�nebres - donde la Muerte presumiblemente ocupa los asuntos cotidianos - abandonar�a sus indescriptibles deberes para arrancar a sangre fr�a la vida de sus semejantes? Planeaba cada crimen con astucia demon�aca, variando el m�todo de mis asesinatos para que nadie los supusiera obra de un solo par de manos ensangrentadas. El resultado de cada incursi�n nocturna era una ext�tica hora de placer, pura y perniciosa; un placer siempre aumentado por la posibilidad de que su deliciosa fuente fuera m�s tarde asignada a mis deleitados cuidados en el curso de mi actividad habitual. De cuando en cuando, ese doble t postrer placer ten�a lugar...�Oh, recuerdo escaso y delicioso! Durante las largas noches en que buscaba el refugio de mi santuario, era incitado por aquel silencio de mausoleo a idear nuevas e indecibles formas de prodigar mis afectos a los muertos que amaba...�los muertos que me daban vida! Una ma�ana, Mr. Gresham acudi� mucho m�s temprano de lo habitual... lleg� para encontrarme tendido sobre una fr�a
losa, hundido en un sue�o monstruoso, �con los brazos alrededor del cuerpo r�gido, tieso y desnudo de un f�tido cad�ver! Con los ojos llenos de entremezcla de repugnancia y compasi�n, me arranc� de mis salaces sue�os. Educada pero firmemente, me indic� que deb�a irme, que mis nervios estaban alterados, que necesitaba un largo descanso de las repelentes tareas que mi oficio exige, que mi impresionable juventud estaba demasiado profundamente afectada por la funesta atm�sfera del lugar. �Cu�n poco sab�a de los demon�acos deseos que espoleaban mi detestable anormalidad! Fui suficientemente juicioso como para ver que el responder s�lo le reafirmar�a en su creencia de mi potencial locura...resultaba mucho mejor marcharse que invitarle a descubrir los motivos ocultos tras mis actos. Tras eso, no me atrev� a permanecer mucho tiempo en un lugar por miedo a que alg�n acto abierto descubriera mi secreto a un mundo hostil. Vagu� de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo. Trabaj� en dep�sitos de cad�veres, rond� cementerios, hasta un crematorio... cualquier sitio que me brindara la oportunidad de estar cerca de la muerte que tanto anhelaba. Entonces lleg� la Guerra Mundial. Fui uno de los primeros en alistarme y uno de los �ltimos en volver, cuatro a�os de infernal osario ensangrentado... nauseabundo l�gamo de trincheras anegadas de lluvia...mortales explosiones de hist�ricas granadas...el mon�tono silbido de balas sard�nicas...humeantes frenes�es de las fuentes del Flegeton (1)... letales humaredas de gases venenosos... grotescos restos de cuerpos aplastados y destrozados... cuatro a�os de trascendente satisfacci�n. � (1)un r�o de fuego, uno de los cinco que existen en el Hades � � En cada vagabundo hay una latente necesidad de volver a los lugares de su infancia. Unos pocos meses m�s tarde, me encontr� recorriendo los familiares y apartados caminos de Fenhman. Deshabitadas y ruinosas granjas se alineaban junto a las cunetas, mientras que los a�os hab�an deparado un retroceso igual en la propia ciudad. Apenas hab�a un pu�ado de casas ocupadas, aunque entre ellas estaba la que una vez yo considerara mi hogar. El sendero descuidado e invadido por malas hierbas, las persianas rotas, los incultos terrenos de detr�s, todo era una muda confirmaci�n de las historias que hab�a obtenido con ciertas indagaciones: que ahora cobijaba a un borracho disoluto que arrastraba una m�sera existencia con las faenas que le encomendaban algunos vecinos, por simpat�a hacia la maltratada esposa y el mal nutrido hijo que compart�an su suerte. Con todo esto, el encanto que envolv�a los ambientes de mi juventud hab�a desaparecido totalmente; as�, acuciado por alg�n temerario impulso errante, volv� mis pasos a Bayboro. Aqu�, tambi�n los a�os hab�an tra�do cambios, aunque en sentido inverso. La peque�a ciudad de mis recuerdos casi hab�a duplicado su tama�o a pesar de su despoblamiento en tiempo de guerra. Instintivamente busqu� mi primitivo lugar de trabajo, descubriendo que a�n exist�a, pero con nombre desconocido y un "Sucesor de" sobre la puerta, puesto que la epidemia de gripe hab�a hecho presa de Mr. Gresham, mientras que los muchachos estaban en ultramar. Alguna fat�dica disposici�n me hizo pedir trabajo. Coment� mi aprendizaje bajo Mr. Gresham con cierto recelo, pero se hab�a llevado a al tumba el secreto de mi poco �tica conducta. Una oportuna vacante me asegur� la inmediata recolocaci�n. Entonces volvieron err�ticos recuerdos sobre noches escarlatas de imp�os peregrinajes y un incontrolable deseo de reanudar aquellos il�citos placeres. Hice a un lado la precauci�n, lanz�ndome a otra serie de condenables desmanes. Una vez m�s, la prensa amarilla dio la bienvenida a los diab�licos detalles de mis cr�menes, compar�ndolos con las rojas semanas de horror que hab�an pasmado ala ciudad a�os atr�s. Una vez m�s la polic�a lanz� sus redes, sacando entre sus enmara�ados pliegues...�nada! Mi sed del nocivo n�ctar de la muerte creci� hasta ser un fuego devastador, y comenc� a acortar los per�odos entre mis odiosas explosiones. Comprend� que pisaba suelo resbaladizo, pero el demon�aco deseo me aferraba con torturantes tent�culos y me obligaba a proseguir. Durante todo este tiempo, mi mente estaba volvi�ndose progresivamente insensible a cualquier otra influencia que no fuera la satisfacci�n de mis enloquecidos anhelos. Dej� deslizar, en alguna de esas mal�ficas escapadas, peque�os detalles de vital importancia para
identificarme. De cierta forma, en alg�n lugar, dej� una peque�a pista, un rastro fugitivo, detr�s... no lo bastante como para ordenar mi arresto, pero s� lo suficiente como para volver la marea de sospechas en mi direcci�n. Sent�a el espionaje, pero aun as� era incapaz de contener la imperiosa demanda de m�s muerte para acelerar mi enervado esp�ritu. Enseguida lleg� la noche en que el estridente silbato de la polic�a me arranc� de mi demon�aco solaz sobre el cuerpo de mi postrer v�ctima, con una ensangrentada navaja todav�a firmemente asida. Con un �gil movimiento, cerr� la hoja y la guard� en el bolsillo de mi chaqueta. Las porras de la polic�a abrieron grandes brechas en la puerta. Romp� la ventana con una silla, agradeciendo al destino haber elegido uno de los distritos m�s pobres como morada. Me descolgu� hasta un callej�n mientras las figuras vestidas de azul irrump�an por la destrozada puerta. Hu� saltando inseguras vallas, a trav�s de mugrientos patios traseros, cruzando m�seras casas destartaladas, por estrechas calles mal iluminadas. Inmediatamente, pens� en los boscosos pantanos que se alzaban m�s all� de la ciudad, extendi�ndose unos 60 kil�metros hasta alcanzar loa arrabales de Fenham. Si pudiera llegar a esta meta, estar�a temporalmente a salvo. Antes del alba me hab�a lanzado de cabeza por el ansiado despoblado, tropezando con los podridos troncos de �rboles moribundos cuyas ramas desnudas se extend�an como brazos grotescos tratando de estorbarme con su burl�n abrazo. Los diablos de las funestas deidades a quienes hab�a ofrecido mis id�latras plegarias deb�an haber guiado mis pasos hacia aquella amenazadora ci�naga. Una semana m�s tarde, macilento, empapado y demacrado, rondaba por los bosques a kil�metro y medio de Fenham. Hab�a eludido por fin a mis perseguidores, pero no osaba mostrarme, a sabiendas de que la alarma deb�a haber sido radiada. Ten�a remota la esperanza de haberlos hecho perder el rastro. Tras la primera y fren�tica noche, no hab�a o�do sonido de voces extra�as ni los crujidos de pesados cuerpos entre la maleza. Quiz�s hab�an decidido que mi cuerpo yac�a oculto en alguna charca o se hab�a desvanecido para siempre entre los tenaces cenagales. El hambre r�a mis tripas con agudas punzadas, y la sed hab�a dejado mi garganta agotada y reseca. Pero, con mucho, lo peor era el insoportable hambre de mi fam�lico esp�ritu, hambre del est�mulo que s�lo encontraba en la proximidad de los muertos. Las ventanas de mi nariz temblaban con dulces recuerdos. No pod�a enga�arme demasiado con el pensamiento de que tal deseo era un simple capricho de la imaginaci�n. Sab�a que era parte integral de la vida misma, que sin ella me apagar�a como una l�mpara vac�a. Reun� todas mis restantes energ�as para aplicarme en la tarea de satisfacer mi inicuo apetito. A pesar del peligro que implicaban mis movimientos, me adelant� a explorar contorneando las protectoras sombras como un fantasma obsceno. Una vez m�s sent� la extra�a sensaci�n de ser guiado por alg�n invisible ac�lito de Satan�s. Y aun mi alma endurecida por el pecado se agit� durante un instante al encontrarme ante mi domicilio natal, el lugar de mi retiro de juventud. Luego, esos inquietantes recuerdos pasaron. En su lugar lleg� el �vido y abrumador deseo. Tras las podridas cercas de esa vieja casa aguardaba mi presa. Un momento m�s tarde hab�a alzado una de las destrozadas ventanas y me hab�a deslizado por el alf�izar. Escuch� durante un instante, con los sentidos alerta y los m�sculos listos para la acci�n. El silencio me recibi�. Con pasos felinos recorr� las familiares estancias, hasta que unos ronquidos estent�reos indicaron el lugar donde encontrar�a remedio a mis sufrimientos. Me permit� un vistazo de �xtasis anticipado mientras franqueaba la puerta de la alcoba. Como una pantera, me acerqu� a la tendida forma sumida en el estupor de la embriaguez. La mujer y el ni�o - �d�nde estar�an? -, bueno, pod�an esperar. Mis engarfiados dedos se deslizaron hacia su garganta... Horas m�s tarde volv�a a ser el fugitivo, pero una renovada fortaleza robada era m�a. Tres silenciosos cuerpos dorm�an para no despertar. No fue hasta que la brillante luz del d�a invadi� mi escondrijo que visualic� las inevitables consecuencias de la temeraria obtenci�n alivio. En ese tiempo los cuerpos deb�an haber sido descubiertos. Aun el m�s obtuso de los polic�as rurales seguramente relacionar�a la tragedia con mi huida de la ciudad vecina. Adem�s, por primera vez hab�a sido lo bastante descuidado como para dejar alguna prueba tangible de identidad... Las huellas dactilares en las gargantas de
mis recientes v�ctimas. Durante todo el d�a tembl� preso de aprensi�n nerviosa. El simple chasquido de una ramita seca bajo mis pies conjuraba inquietantes im�genes mentales. Esa noche, al amparo de la oscuridad protectora, borde� Fenham y me intern� en los bosques de m�s all�. Antes del alba tuve el primer indicio definido de la renovada persecuci�n... el distante ladrido de los sabuesos. Me apresur� a trav�s de la larga noche, pero durante la ma�ana pude sentir c�mo mi artificial fortaleza menguaba. El mediod�a trajo, una vez m�s, la persistente llamada de la perturbadora maldici�n y supe que me derrumbar�a de no volver a experimentar la ex�tica intoxicaci�n que s�lo llegaba en la proximidad de mis adorados muertos. Hab�a viajado en un amplio semic�rculo. Si me esforzaba en l�nea recta, la medianoche me encontrar�a en el cementerio donde hab�a enterrado a mis padres a�os atr�s. Mi �nica esperanza, lo sab�a, resid�a en alcanzar esta meta antes de ser capturado. Con un silencioso ruego a los demonios que dominaban mi destino, me volv� encaminando mis pasos en la direcci�n de mi �ltimo baluarte. �Dios! �Pueden haber pasado escasas doce horas desde que part� hacia mi espectral santuario? He vivido una eternidad en cada pesada hora. Pero he alcanzado una espl�ndida recompensa �El nocivo aroma de este descuidado paraje es como incienso para mi doliente alma! Los primeros reflejos del alba clarean en el horizonte. �Vienen! �Mis agudos o�dos captan el todav�a lejano aullido de los perros! Es cuesti�n de minutos que me encuentren y me aparten para siempre del resto del mundo, �para perder mis d�as en anhelos desesperados, hasta que al final sea uno con los muertos que amo! �No me coger�n! �Hay una puerta de escape abierta! Una elecci�n de cobarde, quiz�s, pero mejor - mucho mejor - que los interminables meses de indescriptible miseria. Dejar� esta relaci�n tras de m� para que alg�n alma pueda quiz�s entender por qu� hice lo que hice. �La navaja de afeitar! Aguardaba olvidada en mi bolsillo desde mi huida de Bayboro. Su hoja ensangrentada reluce extra�amente en la menguante luz de la angosta luna. Un r�pido tajo en mi mu�eca izquierda y la liberaci�n est� asegurada... c�lida, la sangre fresca traza grotescos dibujos sobre las carcomidas y decr�pitas l�pidas... hordas fantasmales se api�an sobre las tumbas en descomposici�n... dedos espectrales me llaman por se�as... et�reos fragmentos de melod�as no escritas en celestial crescendo... distantes estrellas danzan embriagadoramente en demon�aco acompa�amiento... un millar de diminutos martillos baten espantosas disonancias sobre yunques en el interior de mi ca�tico cerebro... fantasmas grises de asesinados esp�ritus desfilan ante m� en silenciosa burla... abrasadoras lenguas de invisible llama estampan la marca del Infierno en mi alma enferma... no puedo... escribir... m�s... � � � � Para hacerme llegar tus comentarios, sugerencias o si deseas colaborar con Liter@net por favor, env�a un E-mail � web hosting • domain names • web design online games • digital cameras advertising online • calling cards