Agradecimientos

  • December 2019
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  • Words: 2,152
  • Pages: 3
Je me souviens… Me acuerdo del día en que cambié Madrid por Albacete, cuando temblaba ante el vértigo de lo nuevo y mis ojos se abrumaban frente a la estación de Atocha. Me acuerdo de que aún no leía a Robert Walser, cuyos Microgramas invitan a escribir con letra pequeña y frágil, buscando la desaparición. Me acuerdo de haber dejado allí a mis padres y a mi hermana, con la imprecisa sensación de no saber si aquello sería un cambio definitivo. Me acuerdo de que, al terminar el curso, todo se tambaleó. Me acuerdo de la duda, la inseguridad, y de que, cuando la única certeza era que me iba a quedar solo, me encontré con un apoyo absolutamente ciego. Me acuerdo entonces de descubrir que lo menos importante de mis padres era el sustento material, el esfuerzo de mantenerme fuera de casa y comunicarnos cada día a través de ondas electromagnéticas. Me acuerdo de que lo importante es lo invisible, las esquinas del aire convertidas en intersticios de navegación, fundamentales para proseguir el camino, porque, como decía Woody Allen en Manhattan, nada que valga la pena puede ser entendido por la mente. Me acuerdo de las ideas que he aprendido de ellos, pero también de las que he rechazado, tan importantes como las primeras porque son las que al final definen una individualidad y determinan la justicia de una educación. Me acuerdo también, cada vez que recorro bibliotecas, de que inundaban la casa de libros sin decirme que leyera, y de que ponían películas de Hitchcock sin decirme que las viera. Me acuerdo de muchas cosas. Me acuerdo de mucha gente. Me acuerdo de que ayer pensé que sería imposible meter aquí el uno por ciento de mis recuerdos, teniendo en cuenta que los recuerdos que no sean inventados nunca podrán ser recuerdos. Me acuerdo de mis abuelos José y María, de mi tía Agus, de mi abuela Consuelo. Pero me acuerdo sobre todo de mi abuelo Evaristo, aunque ya no pueda leer estas líneas. Me acuerdo de la pila que no me dio tiempo a comprarle, del último partido del Barça, la próxima película de Scorsese. Me acuerdo de la pasión, de la fuerza que desprendía en cada movimiento. Me acuerdo de lo mucho que le gustaba viajar y lo poco que pudo hacerlo. Me acuerdo de pensar que le gustaría haberme visto terminar la carrera. Me acuerdo de mi compañero de instituto en mis cuatro últimos años en Albacete, de mi compañero de Colegio Mayor durante los dos años siguientes, de mi compañero de piso durante más de cuatro años… Me acuerdo de Jordi, porque no sólo hemos recorrido todos estos años juntos, sino que hemos descubierto el auténtico show de Truman, al tiempo que crecíamos y veíamos desfilar a unas y otras personas por nuestras vidas, nos veíamos evolucionar y con eso avanzábamos, como un especular juego de realimentación. Me acuerdo de Jordi y me acuerdo de Andrea, el mejor regalo que pudo tener, que insufló al piso un nuevo aire, un efervescente y necesario dinamismo. Me acuerdo de los dos años tan especiales que pasé en el Isabel, mi Colegio Mayor. Me acuerdo de las cosas que me gustaban y de las que no me gustaban porque, al fin y al cabo, resultó siendo importante. Me acuerdo de los ciclos de cine. Me acuerdo de la gente que me descubrió emociones que nunca hubiera imaginado, algunos de los cuales desaparecieron de mi vida, y otros con los que el contacto se mantiene con más o menos irregularidad: y pienso, entre otros pero especialmente, en Fer, Bea, Patricia, Gea (a quien tanto he admirado y cuyo apoyo siempre he sentido, aun en las épocas de menos contacto), Zahira, Elena, Alba, Carmen y Mateo, a quien fui descubriendo desde que, De repente, el último verano, el programa de Garci nos señaló como víctimas de nuestros desvaríos cinéfilos, abriéndose poco a poco la dimensión personal que va más allá de la pantalla. Me acuerdo también de los que vimos nuestras vidas unidas en el Isabel, pero que la Escuela se encargó de que siguiéramos en contacto, telecos como Adrián y Jorge, con los que compartí horas de estudio y extrañas y divertidas salidas, o como Clarita, mi “mentorizada” favorita.

Me acuerdo de la Escuela, ese lugar en que he pasado tantas horas, tantos días y tantas noches desde aquella primera vez en que entré en clase y me senté junto a una carpeta y unos apuntes sin dueño. Me acuerdo de que la dueña se llamaba Raquel y de que teleco, el primer año, fue ella. Me acuerdo de que siempre pensé que sin su apoyo quizás no hubiera podido aguantar durante esos primeros meses. Me acuerdo de cómo su alegría hace percibir el mundo de otra forma y de cómo las máscaras suelen ocultar las facetas más valiosas y profundas. Me acuerdo de ella porque siempre es el refugio de las noches en que se desea huir y de los viajes zigzagueantes. Me acuerdo de FMT1 y los exámenes compartidos. Me acuerdo de cómo Raquel fue abriendo puertas y creando un mundo en el que poco a poco me iría asentando, metiéndome en ese heterogéneo grupo que se convertiría en la piedra angular del Delta durante unos años. Me acuerdo de ser siempre consciente de que ella era la culpable de todo, de que se lo debo todo. Me acuerdo, claro, me acuerdo del Delta, de tanta gente que fue pasando por ahí, sin importarles que unos cuantos fuéramos infiltrados sin idea alguna de música. Me acuerdo de Ces, el mejor (aunque callado) seguidor de mis incursiones literarias y blogueras, mientras deseo que crezcan los maratones de cine compartidos. Me acuerdo de Diego, el mayor apoyo que tuve en quinto, cuando el Erasmus devoró al resto de la gente y compartíamos todas las horas y clases del día. Me acuerdo, además de los maratones, de las incursiones en la Filmoteca, de cómo aguanta mis sesiones godardianas y de cómo me enseña que una ideología puede tener los pies en el suelo sin perder de vista a los demás. Me acuerdo de lo bien que me hace sentir que se considere uno más en casa, y me acuerdo de Laia y de cómo una convivencia puede ser muy sencilla. Me acuerdo de Charly, desde que nos conociéramos de verdad en aquel viaje a Praga, de Tapia “Ming Liang”, con quien tantas comidas he compartido deseando que no llegara la mudanza a San Fernando, y Lourdes “Weerasethakul”, siempre tan dulce en sus irrebatibles palabras. Me acuerdo de Luis, Nacho, Jesús, Vicky, Paco… Me acuerdo de Arancha, de nuestros interminables trabajos con Diego y Ces, de los gozosos paseos de vuelta de la Escuela, de su hermetismo sereno, comprensivo y humano, que poco a poco se abrió acercando el rostro amable que nos acompañaba cada día. Me acuerdo de otros muchos telecos, conocidos de diferente manera, porque tantos años en un sitio acaban dando para mucho. Me acuerdo, entonces, de Aida, de Carlos y Javi (y sus precisas recomendaciones docentes), de Teresita (y esas interminables conversaciones siempre enriquecedoras), de Álvaro, de Mabel, de Cristina, Carlos, Loles… Me acuerdo del último examen de la carrera, de ese Radar que Marta y Elena hicieron mágico, y de Jorge, mi compañero de aventuras. Me acuerdo, por supuesto, de alguien a quien ya no puedo clasificar en ningún grupo, porque hace mucho tiempo que ser mi amiga de la Escuela se convirtió en lo de menos. Me acuerdo de Silvia sin necesitar razón alguna, me acuerdo de ella porque me abruman los motivos. Me acuerdo de los laboratorios desde aquella placa de LCEL que nos unió, de los exámenes compartidos, de las noches contrarreloj; pero también me acuerdo de los crepúsculos sobre el horizonte y de los tranquilos paseos por el Madrid que nos gusta o por los muelles del Sena. Me acuerdo de su expresión cuando le digo que me voy a casa, de sus ganas por enseñarme su mundo y querer descubrir el mío. Me acuerdo de su compromiso, su visceralidad política, y me admira que en su firmeza se replantee las cosas y pueda cambiar de opinión, evitando los dogmatismos que ahorra el saber escuchar. Me acuerdo de la sonrisa que me hace sentir tan bien. Me acuerdo de la espontaneidad de sus suspiros, la sinceridad del gesto, sus zapatitos de Hermes. Me acuerdo de que siempre puedo recurrir a ella, esté aquí o allí, y de que sus palabras de ánimo valen mucho más que cualquier otra recompensa. Me acuerdo del G@TV, donde el proyecto nació, creció, murió y resucitó. Me acuerdo de Fede, mi tutor, de Martín, Carlos Alberto, David y Ricardo, siempre dispuesto a exterminar tempestades. Me acuerdo de Marcus y Albert Cañigueral por hacerme salir del

atasco sin llegar nunca a conocerlos, y no me acuerdo de los que no llegaron a responder los mails suplicando una pequeña ayuda. Me acuerdo de los que no están pero empezaron el trabajo. Me acuerdo de Aida. Me acuerdo de los que siguen y han convertido un lugar de tránsito en un proyecto de futuro. Me acuerdo de Juan Antonio y sus salidas geniales, de Rubén, siempre dispuesto para todo, de Silvia y nuestro Strong, de Juanpe y aquellas pilas de LSED que quizás fueron una señal. Me acuerdo de José María, de nuestros encuentros con Proust y Faulkner, de nuestros desencuentros sobre chinos y Dostoievsky. Me acuerdo de Ángel, por fin alguien con quien compartir pasiones lyncheanas y del que aprender la discografía de Sonic Youth. Me acuerdo de Laura, mi nueva compañera de mesa, porque admiro su discreción, la serenidad con que asume un contratiempo, la manera de razonar en mitad de la tormenta y de asumir un último giro; porque me encanta lo bien que nos compenetramos aunque nuestras aficiones sean tan distintas. Me acuerdo de Ana, de quien he recibido toda la ayuda que he querido en la última fase del proyecto y que, además de soportar con firmeza mis recomendaciones literarias, me ha ahorrado más de una caminata con su coche de chica. Me acuerdo de Óscar, a quien he descubierto cinco años después de mirarnos desde lejos en aquel grupo 14. Me acuerdo de sus visitas, de la compañía que no necesita palabras, de su cercanía constante, de los silencios elocuentes, y no olvido que el iLab no habría sido posible sin él. Me acuerdo de Ana, por ser tan importante para mí y para mucha más gente. Me acuerdo de un trece de febrero, de la mudez convertida en locuacidad, de las ganas de alcanzar el último rincón del alma. Me acuerdo de que admiro la fortaleza de la que nunca alardea, la ilusión por avanzar, las ganas de salir adelante y la sinceridad que siempre pone sobre la mesa. Me acuerdo de las conversaciones infinitas y de la comprensión mutua. Me acuerdo del dado mágico que, sobre mi mesa, hizo todo funcionar. Me acuerdo de Lara. Me acuerdo de todo lo que he podido aprender de ella en estos meses. Me acuerdo de que me devolvió la esperanza, rescatándome en cualquier momento sin preocuparse de su tiempo o sus asuntos. Me acuerdo de las miradas con que nos decíamos todo, de la espontaneidad de sus suspiros, la sinceridad del gesto. Me acuerdo de la profundidad de unos pensamientos que parecen ser sencillos, ligeros, volviéndose así fundamentales. Me acuerdo de que me enseñó cómo una impecable lógica puede ir siempre al servicio de una emoción, hacer de contrapunto inefable a una insondable humanidad. Me acuerdo de la febril intensidad de su sonrisa, y de cómo se puede trascender la simpatía de una imagen con total naturalidad. Me acuerdo de que con ella siempre me siento seguro, siempre puedo buscar abrigo, siempre puedo respirar. Me acuerdo de las películas que han transformado mi vida. Me acuerdo de Bergman, Ozu, Rohmer, Wilder, Hitchcock, Godard, Bresson, Dreyer, Rivette, Allen, Truffaut, Ford, Lang, Tarkovsky, Eustache, Mizoguchi, Lynch, Lean, Keaton, Murnau, Rossellini, Capra, Mankiewicz, Hawks, Ophüls, Kurosawa, Buñuel, Fellini, S.Ray, Welles, Becker, Antonioni, Akerman, Scorsese, Kiarostami, Kieslowski, Erice, Oliveira, Kubrick, Angelopoulos, P.T.Anderson, Eastwood, Malick, E.Yang, H.Sang Soo, T.Ming Liang, H.Hsiao Hsien, N.Suwa, Garrel, Jia Zhang Ke, los Coppola, Kawase, Jarmusch, Hartley, Marker, P.Sturges, Vigo, Renoir, Denis, Cronenberg, Haneke, Polanski, Von Trier, Monteiro, P.Costa, Preminger, Chabrol, Wenders... Me acuerdo de los libros que han transformado mi vida. Me acuerdo de Perec, Dostoievski, Sábato, Auster, Stendhal, Carver, Bolaño, G.Márquez, Vila-Matas, P.Roth, Proust, Murakami, Kundera, Coetzee, Bulgakov, Woolf, Calvino, Camus, Tolstoi, Marai, Salinger, Kafka, Hesse, Vonnegut, Huxley, Musil, Flaubert, Wolfe, Cortázar, Borges, J.Roth, Moravia, Shakespeare, J.Marías, Bellow, Balzac, Hammet, Chandler, J.M.Cain, Poe, Gogol, Salinas, Tabucchi, Machado, Hemingway, Sontag, Ford, Ellroy, Wilde, Baroja, Chejov, Pessoa, Zweig, Nabokov, McCullers, Laforet, L.Antunes, Maupassant, Neruda, Rulfo, Conrad, Bradbury, Dickens, Faulkner, Pynchon, DeLillo, Sterne, Sebald, Jaeggy... Me acuerdo de haber pensado que este capítulo iba a quedar corto.

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