17:50 | jueves, 19 de julio de 2007
No te vayas, campeón Podemos hablar de la temperatura, de la política y hasta del fútbol. Hasta podemos hablar del gol en contra de Ayala en la final de la Libertadores sin que se nos estruje el corazón, pero hablar del Negro Fontanarrosa cuando recién se nos ha ido es hoy algo muy difícil. Por eso no creo que de aquí salga "Nada del otro mundo", sino solamente algunas ideas sueltas Claudia Bonato Es sencillo conmover y hacer llorar a quienes habitan países plagados de conflictos y necesidades insatisfechas, por eso tiene mucho más valor la tarea de quien en contra de todos los pronósticos posibles, que auguran que las cosas pueden empeorar, arremete a contrapelo con el humor y es capaz de arrancarnos una sonrisa. Los diarios y las radios del mundo no dejan de llamarnos para pedir detalles y confirmaciones sobre su muerte, porque su trabajo trascendió los límites de la ciudad y del país. Rosarino y de Central (perdón, primos del parque), el Negro supo romper las barreras y desafiar en el Congreso de la lengua las arbitrariedades caprichosas del idioma. Como de La mesa de los galanes no ha sido el primero en irse, Cuando se lo cuente a los muchachos, tal vez nadie haga comentarios lacrimógenos, ni augure catástrofe alguna a causa de su muerte; lo más probable es que como hasta en el último día de su vida, se dediquen a hablar de fútbol y de mujeres ¿De qué otra cosa si no? Te digo más, aunque todos sabíamos que esto sucedería de un momento a otro, en la redacción de a ratos nos miramos deseando que haya sido Nada más que un sueño.
Cómo no amar a alguien que te hace tan feliz, cómo no querer, y extrañar de ahora en más, a quien nos ayudó a convencernos (aunque ya lo sabíamos) de que El mundo ha vivido equivocado y probablemente siga haciéndolo. Uno nunca sabe cuánto tardará en borrarse nuestro nombre de la mente de la gente cuando hayamos desaparecido, pero sí entiende que cuando un artista se muere, su imagen se esfuma y no alcanzan Los heraldos negros para expresarlo, ni sumergirnos en Bahía desesperación para hallar consuelo. Sólo nos queda la magia y la esperanza de que a lo mejor desde arriba el Negro pueda mover los hilos, y la próxima vez que Central juegue una copa (sí, sueño ¿y qué?) incline la cancha y goleemos al Cruz Azul, como no pudimos aquella noche del 2001, y pasemos a la final, y ganemos y demos la vuelta y seamos felices. Y entonces podrá cantar: "A mí no me interesa en que cancha jugues / local o visitante, yo te voy a ver / ni la muerte nos va a separar / desde el cielo te voy a alentar".
A los 62 años se fue Fontanarrosa, ídolo y emblema de los rosarinos La Casa Rosada decretó Día de Duelo de la Cultura Nacional. Lo llora todo el país Javier Felcaro / La Capital Roberto Fontanarrosa, uno de los artistas más destacados y queridos de la ciudad, murió ayer de un paro cardiorrespiratorio a los 62 años. Al Negro le ganó el partido una esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad contra la que luchaba desde 2003. Si bien el mal neurológico minó paulatinamente sus funciones motrices, el humorista gráfico y escritor conservó su particular
lucidez hasta último momento. Su muerte se produjo a las 15, en el Sanatorio Centro (Paraguay y San Luis), a donde había ingresado una hora antes. Un escueto comunicado firmado por el director médico, Carlos Mackey, expresó que llegó al sanatorio “con un cuadro de insuficiencia respiratoria severa y se le realizaron maniobras de soporte habituales”, pese a lo cual murió. El avance de la enfermedad lo obligó el año pasado a movilizarse en silla de ruedas. Y fue internado varias veces en estado crítico, llegando a necesitar asistencia respiratoria. En los últimos días había retornado a su hogar, donde el miércoles se reunió con integrantes de la mesa de los galanes.
Conmoción. Mientras toda la Argentina comenzaba a llorar su partida, el intendente Miguel Lifschitz (“su obra monumental se agigantará con el tiempo”, dijo) ofreció el Palacio de los Leones para el velatorio, pero la segunda esposa y el hijo de Fontanarrosa optaron por la cochería Bassi —Salta 3070— y el no envío de ofrendas florales a cambio de la donación de su valor a entidades benéficas. Los restos del dibujante serán inhumados hoy, a las 11, en el cementerio Parque de la Eternidad (Granadero Baigorria). La Casa Rosada declaró “día de duelo de la cultura nacional” y el gobierno santafesino adhirió por decreto a la manifestación de dolor y pesar. La Municipalidad dispuso mantener la jornada la bandera argentina a media asta en los edificios públicos y el mástil mayor del Monumento. Fontanarrosa nació en Rosario el 26 de noviembre de 1944 y, pese a que en la escuela no fue buen alumno y dejó los estudios tras repetir tercer año del secundario, su estilo irónico y telúrico lo consagró.
Comenzó trabajando en publicidad y luego se volcó al dibujo humorístico, emprendiendo una carrera ascendente y cosechando aplausos del público, colegas y críticos, incluso del resto del mundo. También mantuvo una fidelidad inquebrantable con Rosario, de la que nunca se alejó. Participó de distintos proyectos gráficos y culturales, como las revistas Risario, Boom y La Cebra a Lunares, pero su obra trascendió la ciudad: en el diario Clarín (y su semanario Viva) publicó durante años tiras humorísticas. Además, colaboró con los libretos del grupo Les Luthiers y sus relatos fueron llevados al teatro y la televisión. Sus personajes célebres fueron “Inodoro Pereyra, el Renegáu”, un gaucho con dudas profundamente existenciales, y “Boogie, el Aceitoso”, inspirado en “Harry el Sucio” de Clint Eastwood. Aunque también publicó libros de cuentos y novelas, entre ellos “Los trenes matan a los autos” y “El mundo ha vivido equivocado”. Al Negro lo caracterizó su fanatismo por la redonda y, fundamentalmente, Rosario Central. El cuento “19 de diciembre de 1971”, acerca de la histórica palomita de Aldo Poy a Newell´s, es un clásico de la literatura futbolística. En la actualidad, el equipo de Arroyito luce en su camiseta la mascota creada especialmente por Fontanarrosa: “El Canaya”. Entre las décadas del 70 y del 80, fue habitué del bar El Cairo (Santa Fe y Sarmiento), donde los miércoles compartió infinitas charlas con sus amigos de siempre. Ayer dejaron una mesa y una silla vacía en su honor. En noviembre de 2004 expuso en el III Congreso de la Lengua Española, realizado en Rosario, sorprendiendo a los académicos con su pedido de amnistía a las malas palabras. “No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza, que un pelotudo”, descerrajó.
El Senado de la Nación le entregó, el 26 de abril de 2006, la mención de honor Domingo Sarmiento por su vasta trayectoria y aportes culturales. Fue una de las tantas distinciones recibidas en los últimos meses. El 18 de enero pasado, Fontanarrosa anunció que dejaba de dibujar por la pérdida del completo control de su mano derecha. Sin embargo, siguió guionando sus personajes, heredados por Crist y Oscar Salas, colegas y amigos. Luego, el 12 de abril, unos 200 dibujantes de todo el mundo homenajearon en internet al Negro y a su pasión por el fútbol a través de un blog. Sábat, Nik, Sendra y Beas, entre otros, aportaron ilustraciones. Hasta en el lanzamiento de la candidatura presidencial de Cristina Fernández se pidió ayer un minuto de silencio en memoria de Fontanarrosa. Horas antes de morir, su editor, Daniel Divinsky, había intercambiado mails con el escritor sobre un libro de cuentos que quería publicar.
El mundo del fútbol también de luto No sólo el mundo del dibujo y las letras sufren la partida de Fontanarrosa. Es que, como fanático de Central y sobre todo como quien supo amalgamar literatura y fútbol con maestría, su muerte golpeó a los que compartieron charlas, partidos y amistades en el ámbito deportivo. “Nuestra amistad se forjó en las dos etapas que estuve en Central, pero con el tiempo se acentuó. Lo que me quedó marcado del Negro es que cuando volvía a Rosario, él siempre estaba en el mismo lugar. Era una persona que vivía y sufría por Central”, recordó el ex técnico canalla Miguel Angel Russo. Entre los recuerdos, están los cumpleaños. “El Negro tenía por costumbre regalarnos una caricatura de Inodoro Pereyra dibujada en una servilleta o en un pedazo de mantel. Esas son las cosas que me van a quedar para siempre”, recordó.
En su última visita a la ciudad, luego de ganar con Boca la Copa Libertadores, Russo compartió el último café con el Negro. “Hablamos de Boca y de Central”, contó el técnico, quien desde Arizona, Estados Unidos lo recordó ayer como “un tipo de los que no se olvidan nunca”. El periodista Juan José Panno compartió más de una vez esas charlas sobre fútbol y literatura donde, según decía el Negro, “se terminaba hablando sólo de fútbol”. “Su muerte es un dolor tremendo. Uno sabía que era una muerte anunciada, pero el impacto es tremendo”, confesó el periodista, que vio por última vez a Fontanarrosa en la Biblioteca Nacional. “Pese a las dificultades, arriba del escenario se transformaba y lograba una charla llena de gracia y profundidad”, contó. Su colega de Clarín Horacio Pagani destacó esa “modestia de los genios”. E insistió con que “siempre se empeñaba en demostrar que era un tipo común y corriente, pero nosotros sabíamos que era un talento”, insistió. En tanto, Héctor Cardozo, también rosarino y periodista deportivo, recordó que compartían “el gusto por el fútbol, algunas coberturas y las cuadras del barrio”. Compañeros por cuatro décadas, afirmó que “tenía el humor a flor de piel, de esos que hacen las intervenciones justas e ingeniosas”.
Un cuadro que se venía agravando No se fue gritando el gol de la victoria en un clásico, como en “19 de diciembre de 1971” —el mejor cuento de fútbol—, pero Roberto Fontanarrosa eligió morir como había vivido: reunido con sus amigos. Desde hace unos 40 días se había agravado su esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad neurológica degenerativa,
con un cuadro de insuficiencia respiratoria por el que estuvo internado en el Sanatorio Centro. Junto a su médico, Daniel Jairala, el Negro decidió vivir con una unidad de cuidados intensivos y de asistencia respiratoria en su casa y rodeado de sus afectos. Es decir: familia y amigos. El día anterior había cenado con sus más allegados (el Colorado Vázquez, el Pitufo Fernández y el Negro Centurión, entre otros) y ayer, a las 14, “sufrió un cuadro de insuficiencia respiratoria severa por el cual un equipo de urgencias lo trasladó al Sanatorio Centro, donde ingresó inconsciente y falleció a las 15, pese a ser sometido a las maniobras de soporte y de resucitación habituales”, resumió Carlos Mackey, director médico del centro asistencial. Cronología. Fontanarrosa sufría de una enfermedad degenerativa de los músculos desde el 2003, que había sobrellevado de la mejor manera en los primeros tiempos. Pero su cuadro se agravó en el último año por una parálisis segmentaria que le dificultaba la respiración. “Tenía una enfermedad crónica y es muy difícil determinar el momento en el que puede producirse este desenlace”, explicó Mackey. El Negro era en los últimos tiempos un paciente terminal, que eligió encarar la recta final con la mejor calidad de vida posible. “Fue a cumplir un trámite”, confió una fuente médica a LaCapital. Fontanarrosa nunca perdió el humor. Y, como supo afirmar, “el cariño de la gente” fue su mejor “terapia”.
El Cairo rindió un simbólico homenaje a su parroquiano más emblemático
Una mesa y una silla vacías, una taza de café y el retrato del Negro; el recuerdo del bar Claudio Gonález / La Capital El local estaba repleto. En el fondo y sobre una plataforma, en una mesa reposaba una taza de café, una silla vacía y un atril con un retrato del Negro Fontanarrosa. Así, el mítico bar El Cairo de Sarmiento y Santa Fe rindió homenaje ayer por la tarde a su más distinguido parroquiano, a las pocas horas de conocerse la triste noticia de su muerte. Chiquito Reyes estaba acodado en la barra, y Luis Scime (El Peruano) charlaba con Guillermo O´ Keeffe mientras esperaban la llegada de otros amigos del Negro y habituales compañeros de charlas en la mesa de los galanes. El plasma reflejaba la noticia con la imagen de Fontanarrosa y el personal atendía a los clientes con un crespón negro en el pecho. José Emilio Capaccio (Sandro), el canillita de la esquina, corría a buscar una foto que hizo ampliar de su amigo. “Es de hace 10 años”, reseñó el quiosquero. El autor de Boogie el Aceitoso aparece recostado sobre el poste de señalización de la calle y, de fondo, la antigua fachada de El Cairo. La idea era ponerla junto a la mesa vacía. El lugar fue invadido por un murmullo respetuoso, pero nadie pudo abstraerse de la tristeza por la pérdida de quien supo cultivar la amistad con profunda sencillez. Es que ese fue el tradicional reducto que durante treinta años albergó a las interminables charlas de amigos encabezados por el Negro. “Sabíamos que esto no tenía solución, pero siempre uno está a la expectativa de que surja algo nuevo. Tata Dios lo quiso así”, resumió Chiquito, quien prefirió recordarlo “sentado alrededor de una mesa y hablando macanas”. El Peruano y Reyes recordaron cuando cerró El Cairo antes de la reforma. “Hicimos una tourné (recorrida) por todos los
boliches de la zona para ver dónde recalar. ¡Fuimos a cada lugares!, hasta a La Bola de Nieve. En todos lados nos invitaban algo”, reseñaron con una sonrisa. Scime compartió la última mesa, el miércoles, en la casa del Negro. “Se ponía muy contento y se entusiasmaba con las charlas de siempre, fútbol, política... Si hasta hizo un comentario del jugador uruguayo que trajo Central para reforzar la delantera. «Tiene un metro noventa», lo elogió el Colorado Vázquez. Pero el Negro disparó: Bueno, en algo lo vamos a aprovechar, si no hace goles, lo ponemos en el equipo de básquet”. “Nunca vamos a saber si sufría. Nunca lo demostró; nos daba ánimo a todos para que no nos quebráramos. Fue muy duro, pero seguimos con la parodia de La Mesa. Se fue un amigo, pero su espíritu va a seguir presente. Un grande que amaba Rosario y nunca se quiso ir porque lo ataban El Cairo, Rosario Central y sus amigos de siempre”, resumió O´Keefe en el mítico bar.
La última mesa de los galanes Laura Vilche / La Capital La última mesa de los galanes fue el miércoles a la noche en la casa del Negro. Hasta allí se llegaron los de siempre: el Negro Centurión, el Pitufo Fernández, el Colorado Vázquez, Chiquito Martorell, el Turco Galli, Jorge Brisaboa, Belmondo y Luisito. Hacía tiempo que había dejado de ser en el bar El Cairo, el lugar donde se fundó. Hasta hace más de un mes la cita era en un bar cercano a su domicilio, pero cuando al Negro, y a pesar de su silla de ruedas, le comenzó a resultar imposible trasladarse, nadie dudó. Se prometieron instalarse en su casa, una vez por semana, miércoles o jueves, según el día que él estuviera mejor y para hablar lo de siempre: fútbol, mujeres, política.
“Anoche (por el miércoles) compramos unos sándwiches y tomamos algo. Hablar le costaba muchísimo, pero se sonreía de las pavadas que decíamos. Por supuesto hablamos de cómo perdimos la final de la Copa América con los brasileros”, comentó ayer consternado el Pitufo, quien regresó de Buenos Aires apenas se enteró de que su amigo había fallecido. El Negro Centurión llamó al encuentro como “un anticipo del Día del Amigo”. Y no se pudo explayar mucho más. Pidió disculpas: “Entendeme —dijo— se me murió un amigo”. Desde Retiro y desesperado por conseguir un pasaje para volverse “inmediatamente” en micro a Rosario, LaCapital también contactó ayer por la tarde al Chelo Molina, quien lamentó no haber podido asistir a la última mesa y dijo sentir en ese momento “un gran vacío”. “Mañana (por hoy) será el peor Día del Amigo que pueda vivir”, se lamentó Molina, quien conocía a Fontanarrosa desde hacía 30 años, los mismos que tenía la mesa nacida en Sarmiento y Córdoba. Era una cofradía masculina (por no decir machista) donde imperaban chistes, anécdotas y análisis de cómo arreglar el mundo. La conformaban también Postiglioni, Manuel Martínez, Gustavo Soboleosky, Oscar Bisso y Pochi Mir. Y se había hecho tan popular que hasta había dado pie a una obra de teatro dirigida por Atilio Veronelli.
El velatorio congregó a una mezcla milagrosa de futboleros y artistas Hinchas de Central y referentes de la ciudad se unieron para homenajearlo Miguel Pisano / La Capital El grupo de pibes entró despacito, como pidiendo permiso. Franqueó la guardia de amigos y familiares y llegó hasta la última sala donde cubrieron al Negro con una camiseta canalla
y un ramito de flores. Permanecieron un rato y se fueron como llegaron, pero sin la azul y amarilla. Fontanarrosa comenzó a ser velado a las 20 en una sala de Pichincha por sus familiares más cercanos, entre quienes se hallaban su mamá Rosita, su pareja Gabriela y su hijo Franco. En la puerta, un grupo de muchachos de la Peña Negro Fontanarrosa se destacaba por el colorido de sus buzos. “Justo estábamos formando la peña. Le mandamos un mail y nos autorizó, así que hicimos la bandera e íbamos a organizar una cena”, confiaron. “El Negro es todo, es Central, es el típico canalla. Tenía toda la mística y era un tipo muy querido que donde iba decía que era de Central. Era el único hincha canalla respetado y al que no insultaban”, opinaron Rodrigo, Emiliano, Marcos, Sergio, Victoria, el Pin y Guillermo, quienes desplegaron la gran bandera con la imagen del Negro. Coleccionista de amigos. La profesora Marina Naranjo fue una de las primeras en llegar y en ponerle palabras al dolor: “Ha sido un eximio hijo de la ciudad, un defensor a ultranza y apasionado de éste, su lugar en el mundo, un creador como pocos, con un sentido del humor, una inteligencia y una sensibilidad con los que coleccionó además amigos de todos los tiempos”. Si a los muertos se los alaba más por miedo que por costumbre, esta vez Naranjo sólo ofició de cronista: “Perdimos algo nuestro y nos vamos a sentir un poco solos. Los hombres además compartían con él esa pasión por el fútbol y la Mesa de los Galanes, donde nunca nos dejaron sentar. Con amigos ilustres como Serrat, pasó a ser un embajador de la ciudad. Y si Rosario es conocida en el mundo, fue en gran parte por él, sin que se lo haya propuesto. El pudo elegir quedarse y el mundo de la cultura se asombraba de su terquedad por defender su lugar”.
Enfundadas en buzos canallas y sentadas en una vidriera, las adolescentes Gabriela Guliagnelli y Florencia Rovolon también llegaron temprano “porque era un ídolo, una gran persona, un ser que transmitía paz y alegría. La idea es estar acá porque el Negro tenía un plus: era un orgullo, como rosarina y como canalla”. Muchachos, hombres y mujeres con buzos auriazules esperaban un rato en la vereda y al rato subían, como lo hicieron un padre con su pibe enfundado en un buzo de Central. El duelo se extendía también a muchos rosarinos que seguían trabajando, como Juan Carlos, un taxista de La Florida al que su mujer, Claudia, llamó llorando a las cinco de la tarde para avisarle. La gente de Central era moneda corriente, como el dibujante Javier Armentano y Mirta, de La Burbuja Canalla. En cambio, a excepción de Naranjo y de Jack Benoliel, el mundo de la cultura se tomaba su tiempo. En la madrugada esperaban el arribo de su editor, Daniel Divinski, del Negro Caloi y de sus compañeros y amigos Horacio Pagani y el Negro Cardozo, así como de la Mesa de los Galanes, como el Colorado Vázquez, el Pitufo Fernández y el Negro Centurión, entre otros como Ferrari del Sel. Y pasadas las 21 apareció el Kily González con un amigo. Entró derecho a verlo y estampó su más triste autógrafo en la última camiseta, que le dejaron los pibes de la filial Fontanarrosa.
Ielpi, Etcheverry, y los tiempos de Boom El escritor Rafael Ielpi y el periodista Luis Etcheverry conocían a Fontanarrosa desde finales de los años 60, cuando compartían el staff de la contestataria y alternativa revista Boom. En el caso de Ielpi, según recordó ayer cuando la noticia de la muerte del Negro lo encontró en su despacho del Centro Cultural Bernardino Rivadavia, no sólo los había unido “lo profesional, sino también una relación personal de
momentos entrañables. Eramos muy introvertidos los dos, de pocas palabras, pero cuando hacía falta nos llamábamos”, detalló. Al principio, Ielpi dijo no tener palabras, pero igual lo intentó. “Lo siento mucho, humanamente, porque fuimos y seguiremos siendo amigos. Me aparecen recuerdos de su casa en calle Corrientes, luego en Alberdi. Teníamos una relación humana particular. El tenía gran generosidad hacia mí y siempre decía que gracias a Juan Martini (escritor) y yo se había dedicado a la literatura. Me duele su pérdida por su talento casi revolucionario en el humor gráfico y por ser un ser humano entrañable”, indicó. A la hora de pensar en su larga enfermedad, no pudo evitar el enojo. “Quienes no vamos a la iglesia, decimos que es injusta la vida, porque tuvo una enfermedad cruel”, afirmó. Pero aseguró que “se lo recordará como el Negro, el que siempre se quedó acá”. Etcheverry, en tanto, pensó cuidadosamente cuáles serían sus palabras. “Rosario se ha vuelto más chica. Roberto era un artista enorme y un ser extraordinario, generoso en una dimensión difícil de encontrarle parangón. En los duros últimos años que le tocó vivir, nos dejó una inolvidable lección de enorme coraje. Se portó como uno de esos héroes de Hugo Prat (dibujante) que nos deslumbraban desde chicos”, dijo. La revista Boom nació durante la dictadura de Onganía y sobrevivió 22 números. La dirigió Ovidio Lagos Rueda y allí trabajaron junto a Fontanarrosa, además de Ielpi y Etcheverry, Juan Martini, Sven Segovia, Héctor Nicolás Zinny, Jorge Peteco Laborde, Gustavo Gorosito, Ricardo Falcón, Mario López Dabat, Raúl Bambi García, Carlos Saldi, José Ortuño y Raúl Hernán Sala. De luto.
La muerte de Fontanarrosa se recibió además con profundo dolor en la Secretaría de Cultura municipal, pero la pena estuvo teñida de ternura y de admiración. “La ciudad entera tiene que despedir al Negro de manera especial, porque es como despedirse de un espejo, del dibujo de uno mismo”, dijo minutos después de enterarse del fallecimiento la titular del área, Chiqui González. Su segundo, Juan José Giani, tampoco dudó. “Su muerte sume en el luto a la cultura argentina”, afirmó. La noticia provocó una inmediata reacción de tristeza en toda la ciudad, incluidos los ámbitos más directamente ligados con la cultura. “Fontanarrosa logró esa síntesis entre la excelencia y lo popular que no todas las expresiones del arte logran”, sostuvo Chiqui, convencida de que ese arraigo masivo de la obra y la personalidad del Negro llevaría a los rosarinos a despedirlo de una manera “especial”. “Se va con el dibujo de la ciudad que somos —dijo—, un dibujo suave, sensible, amistoso, sin la menor petulancia”, destacó. Giani, en tanto, coincidió al ponderar la inusual capacidad de Fontanarrosa para amalgamar excelencia y calidez.”.
“Se murió con el talento intacto” Salas, quien junto a Crist mantiene vivos sus personajes, no ocultó ayer su tristeza “La mano derecha claudicó. Ya no responde, como antaño, a lo que dicta la mente”. De esa manera, el Negro había anunciado en enero que su enfermedad le había ganado una nueva pulseada y que ya no podía seguir dibujando, al mismo tiempo que inmortalizaba el último personaje de su diestra, El Canaya. Sin embargo, desde ese momento y hasta ayer mismo, ni sus tiras ni sus chistes diarios desaparecieron, sino que quedaron en manos de quien el mismo Fontanarrosa
definió como “excelentes dibujantes” y también “amigos”. Son los cordobeses Oscar Salas, quien se encargó de seguir dándole vida a Inodoro Pereyra, y Cristóbal Reynoso —más conocido como Crist— quien le prestó la derecha para sostener los chistes que diariamente se publican en Clarín. “Se murió con el genio y el talento intacto”, dijo a LaCapital desde Córdoba Salas, recordando que sólo una semana atrás “mandó el último guión y era fantástico”. En tanto, Crist, que formaba parte de su círculo íntimo de amigos, se lamentó: “El decía que se conformaba con un empate, pero perdió la final”. En medio del dolor y a punto de viajar a Rosario para “despedirse”, Crist rememoró ese vínculo con el Negro que comenzó cuando la revista cordobesa Hortensia estaba por su número 17. “A él le gustaba la desfachatez de la revista y lo poco pretenciosa que era, porque él era igual. Y siempre me decía no seas pretencioso Crist”. Sin embargo, para su amigo fue “el tipo que jerarquizó a esta profesión”, y agregó: “La llevó a dimensiones que nunca habíamos imaginado. Si el Negro era como un cantante de rock, donde aparecía la gente lo aplaudía”. Un tipo previsor. El anuncio de que su cuerpo ya no respondía como él quería y que sus amigos deberían darle forma a las ideas de su mente siempre lúcida, no fue improvisado. “Me avisó un año antes, porque era un tipo muy previsor. Ya entonces me dijo que en algún momento le iba a tener que hacer los dibujos. Primero me tomó de sorpresa, pero así lo hicimos y no hacía falta explicar nada porque yo sabía lo que él quería”, relató Crist. El producto fue “un trabajo diferente”, pero aseguró que “su pedido tenía sentido: éramos amigos y él sabía cómo interpretaba yo sus trabajos”. Su último encuentro fue en abril, cuando se realizó la entrega de los Premios Piluso durante la Feria del Humor. “Con dificultades y todo, conmovió al público con su lucidez habitual”.
Y esa lucidez se mantuvo hasta el final, apuntó también Salas. “La semana pasada llegó el último guión y era fantástico. Murió con el genio y el talento intacto”, aseguró el dibujante. Pero ayer, junto al recuerdo de sus guiones y del trabajo compartido, primaba el dolor. “Se siente una tristeza enorme —dijo—, porque el Negro deja un hueco que nadie va a poder llenar”. Maestro. Los herederos de sus personajes y sus chistes no fueron los únicos conmovidos por su muerte. El humorista Fernando Sendra aseguró que el Negro “revolucionó el humor” y le dio “categoría de maestro”. “Era un tipo que revolucionó el humor, que más allá de su obra y todo, luchó estos años y no dejó de lado el humor, se apoyó en eso”, dijo el creador de “Yo, Matías”, y agregó: “No era un tipo al que miraba de igual a igual, era un dotado. No conozco nada suyo que haya estado mal”. Alfredo Sabat, por su parte, destacó la “inteligencia” de su humor, pero también la forma en que llevaba sus ideas a la historieta y a la literatura. “Me duele muchísimo. Crecí rodeado de todo ese grupo de dibujantes donde estaba mi padre Hermenegildo”, sostuvo, antes de agregar que el Negro es “una gloria que no se discute, más allá de su sentido del humor y de su dibujo. Lo que nos ha dado es un punto de vista inteligente, con una profundidad que además de cualquier etiqueta de lo que puede ser un humorista, no tiene que ver ni con la ironía ni con ninguna categoría”. El humorista Carlos Garaycochea, en tanto, destacó además la humildad y aseguró: “En Rosario va a ser un mito y se lo ha ganado”. Recordó que al Negro, quien había escrito el prólogo de su último libro, lo unía “una amistad”. Y si bien afirmó que este final “casi se lo estaba esperando porque era irreversible, hasta esperábamos un milagro”.
“Hoy no es un día feliz”, dijo la Negra Mercedes Sosa tampoco pudo ocultar el dolor que le produjo la muerte de Fontanarrosa. “Es tremendo saber que no lo tenemos más”, dijo apesadumbrada la cantante, quien agregó: “Hoy no es un día feliz. Quiero que sepa que estoy rogando que descanse en paz”. La Negra recordó a Inodoro pero a la ahora de elegir una de las creaciones del dibujante se quedó con Eulogia. Insistió en que “era extraordinario el artista que acaba de morir”, y agregó: “Se nos fue muy rápido. Es así, Dios nos da todo pero también nos lo quita”. Ciudad (De Rosario12) | Viernes, 20 de Julio de 2007
DESDE EL CAIRO
Por Roberto Fontanarrosa enviado especial * El revulsivo conflicto del Golfo Pérsico no podía dejar de tener su correlato en el estratégico enclave de El Cairo. El dramático proceso no sólo ha sido seguido paso a paso por nuestro referente en Ankara, Carlos Mehmet Galli desde su publicación El Vecino (El vecino Kuwaití, ahora) sino que la corriente de pensamiento originada en la "Mesa de los Galanes" ha propagado una teoría de solución que, no por simple, debe descartarse. La propuesta salió a la luz desde el mismo momento en que Saddam Hussein -según el reporte de un informante de la citada mesa- procuró convencer a Antonio "Nito" Vanrell de que abandone su oscuro ostracismo costarricense y asuma la vicegobernación de la flamante
provincia anexada por Hussein. Por medio de tan sencillo movimiento en el tablero político mundial, en breve lapso, el otrora riquísimo emirato de Kuwait vería desaparecer sus tesoros, configurando entonces una magra presa para el sangriento tirano de Bagdad, a quien no le quedaría otro recurso que ordenar el retorno de sus tropas de invasión. La misteriosa enfermedad que reducía, día a día, la ya de por si menoscabada figura de Simónn Bolivar, descripta descarnadamente por Gabriel García Márquez en El general en su laberinto parece haber atacado también al Pitufo Fernández Nardi, el zar de la noche rosarina. Aunque parezca mentira, su dimensión física disminuye en un centímetro cada dos semanas. Para mayor sorpresa, así también crece, inversamente, la atracción que ejerce sobre las mujeres. Días atrás, una de ellas, a los efectos de llamar su atención, le arrojó un pocillo de café abriéndole la ceja derecha. "Le apunté al pecho", se disculpó la insensata que había olvidado el problema que aqueja al titular del Barcelona. * Reproduccion de su primera colaboración para este diario. Publicada el viernes 28 de setiembre de 1990.
Era tan simple que nunca pasaba inadvertido Marcelo Castaños / La Capital “Estoy jugando con ocho, pero todos me bancan. El otro día hablé con Pedrito Marchetta, que también tuvo un problema de salud, y le dije: «Pedro, dos líneas de cuatro y a tirarla para arriba». Lo afirmó en enero, y lo repitió varias veces. El Negro se tomó hasta último momento con humor, y sobre todo con humor y matáforas futboleras, la vida y los problemas que lo iban alejando de la tinta y el papel, sus herramientas y sus armas. Ayer el referí dio el pitazo final y Roberto Fontanarrosa se fue con toda la gloria, el grito del Canaya, un “que lo parió” y una
lágrima de Eulogia. Todos lo estaban esperando, pero no por eso el asombro dejó de ser generalizado. Es que hasta ayer nomás todos seguían leyendo sus chistes, ya en los trazos de Oscar Salas y Crist. O leyendo sus libros. ¿Cómo que no está más? Fontanarrosa falleció ayer a las 15, una hora después de entrar a un sanatorio con una insuficiencia respiratoria severa. Pero la venía peleando desde hacía por lo menos cuatro años, perdiendo jugadores, reacomodándolos, cambiando de tácticas para seguir jugándola. Tenía 62 años. Fue un 26 de noviembre de 1944 cuando lo vio nacer Rosario, la misma que lo despide. En sus biografías siempre aparece como dato anecdótico la aparición, el mismo año, de la revista Rico Tipo. De pibe se interesó por las historietas, y después, de a poco, fue creando. Y pasaron los años. Una secundaria trunca, algunos intentos de tiras que conocerían el papel años más tarde, un trabajo de publicitario... La impronta de la ironía En mayo del 68, con Francia convulsionada, hizo un dibujo de un policía que blandía su garrote manchado de rojo. “No hay ninguna duda, eran comunistas”. Fue el primer chiste gráfico que se le conoció y marcaba ya todo un estilo de humor filoso, irónico, a veces feroz. Fue la época de la revista Boom, un hito en el periodismo rosarino que trascendió lejos las fronteras de la ciudad. El Negro fue contratado por Ovidio Lagos Rueda — director del medio y descendiente del fundador de La Capital— para ilustrar las tapas, y terminó a cargo de la página de humor. De aquella redacción se conoce una foto memorable, donde el Negro, muy joven, aparece junto a Luis Etcheverry, Sven Segovia, Rafael Ielpi, Carlos Saldi y Roberto Bevilacqua. El interés por la literatura ya se había despertado antes y sería seguramente la base de su producción posterior, también matizada e inspirada en otra de sus pasiones: el fútbol.
Canallón empedernido, miembro de la Organización Canalla Anti Leprosa (Ocal), vivió uno de los años más felices de su vida en 1971, cuando Central salió campeón y Aldo Pedro Poy hizo el célebre gol de palomita. El gusto por el fútbol siguió y se reflejó en sus tiras y en su literatura, como en el gran cuento “19 de noviembre de 1971”, fecha del gol histórico que la Ocal festeja todos los años. Consagración A partir de los 70 su producción fue en crecimiento y lo instaló entre los mejores humoristas contemporáneos. Para hablar de esa trayectoria basta recordar sus trabajos en Hortensia, la aparición y el éxito de Inodoro Pereyra el Renegáu (humor telúrico, como él lo definía), Boogie el Aceitoso, un matón sin códigos que les pegaba a los negros y a las mujeres, las publicaciones en Mengano, Siete Días, Satiricón, la rosarina La Cebra a Lunares, Humor Registrado, sus tomos humorísticos sobre fútbol, sexo y política, y sus tiras Semblanzas Deportivas y Sperman en la Fierro. Y después, lo que todos conocen y disfrutaron: sus trabajos en Clarín, donde comenzó a publicar a partir de 1973, sus libros (“Los trenes matan a los autos”, “El mundo ha vivido equivocado”, “No sé si he sido claro”, “Nada del otro mundo”, “Uno nunca sabe”, “El mayor de mis defectos”, “La mesa de los galanes”, “Best Seller”, “El área 18” y la lista sigue). También colaboró con el célebre grupo Les Luthiers. Tenía muchos amigos, y de fierro. Quizás él haya sido uno de los “atorrantes” que “se exhiben sin pudor, beben a morro, se pasan las consignas por el forro y se mofan de cuestiones importantes”, como escribió y cantó uno que lo venía a visitar cada vez que pasaba por Rosario: el catalán Joan Manuel Serrat. De sus encuentros con sus compadres quedó también el mito de la mesa de los galanes, una cita impostergable en El Cairo, cuando el bar de la esquina de Sarmiento y Santa Fe era
reducto de intelectuales, universitarios eternos y disconformes. Muchos de sus trabajos fueron llevados al teatro, la televisión y la animación. En 2003, como una puñalada trapera, apareció una extraña enfermedad. “El Negro anda mal, parece que es evolutiva” se decía por lo bajo. “¿Pero lo va a joder a la hora de dibujar?” era la pregunta. La triste respuesta vino con el tiempo. Los homenajes Y con el tiempo vinieron los reconocimientos. Uno detrás del otro. Ya había sido declarado ciudadano ilustre de Rosario y escritor distinguido de la provincia de Santa Fe. “Lo de ilustre no me lo creo. Me siento muy bien pagado por trabajar en lo que me gusta”, diría. En 2004 tuvo el premio Konex Diploma al Mérito, en el 2006 el reconocimiento del Congreso de la Nación, el premio a la trayectoria en Cartagena, Colombia, y este año una gran dedicatoria de más de 200 artistas de distintas partes del mundo, “Fontanarrosa con F, de fútbol”, que lo caricaturizaron y hasta lo dibujaron con la camiseta de Ñuls, aunque también dibujaron a Dios con la de Central. En el medio hubo homenajes de todo tipo, incluso una fiesta popular en la puerta de su casa organizada por la mesa de los galanes. Su participación en el III Congreso Internacional de la Lengua Española fue memorable, y recorrió el mundo. Primero habló de las malas palabras, se preguntó por qué eran malas (“¿les pegan a las otras palabras?”, se preguntó con ironía), y se refirió especialmente a los términos “pelotudo” y “mierda”, convencido de que en el último caso el secreto estaba en la fuerza de la “r”. Fue desopilante y les arrancó risas hasta a los solemnes miembros de la Real Academia.
La enfermedad avanzaba, y el Negro hablaba de ella. “A veces me pregunto qué me preocupaba antes”, dijo una vez, y pensó en voz alta: “¿Que perdiera Central?”. Probablemente. En febrero de este año presentó oficialmente el Canaya, un dibujo de un hincha del club de Arroyito con los rasgos de la pasión propios del fútbol y también de sus inconfundibles trazos. Era el último dibujo. Y que haya sido nada menos que el emblema de la camiseta de su club fue todo un broche, un símbolo, un manifiesto. Después, Oscar Salas y Crist siguieron haciendo sus dibujos, a los que daba vida “gracias a esto de la informática”, decía Fontanarrosa todavía con humor. Ya jugaba con varios menos, y el partido se hacía cuesta arriba. Ayer lo internaron a las 14, y a las 15 falleció. Deja su obra entrañable, su humor precursor que ahora seguramente muchos buscarán emular, las historias de sus libros, y sobre todo una personalidad que de simple nunca pasaba desapercibida. Un escritor cómico Decía que era aburrido, se asombraba de que quisieran entrevistarlo porque aseguraba que no tenía nada interesante para contar. Pero cuando se encendían los grabadores y las cámaras, tenía una energía que eclipsaba a todo el que lo rodeaba. Y además, tenía una virtud que conocen quienes estudiaron periodismo: siempre daba notas. Se las daba a los matutinos de circulación nacional y también a los pibes de las revistas alternativas que se publicaban en la dictadura. Y el trofeo era llevarse de aquella casa apacible de barrio Alberdi un dibujo de Inodoro saludando al “medio de comunicación” que lo entrevistaba. Y no se la creía. En serio que no se la creía. Un día dijo algo que podía resumir su forma de pensar, y que encabeza la biografía que presenta en la web: “De mí se dirá posiblemente
que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro”.
Bondad de las malas palabras No voy a lanzar ninguna teoría. Un congreso de la lengua es un ámbito apropiado para plantear preguntas y eso voy a hacer. La pregunta es por qué son malas las malas palabras. ¿Quién las define? ¿Son malas porque les pegan a las otras palabras? ¿Son de mala calidad porque se deterioran y se dejan de usar? Tienen actitudes reñidas con la moral, obviamente. No sé quién las define como malas palabras. Tal vez al marginarlas las hemos derivado en palabras malas, ¿no es cierto? Muchas de estas palabras tienen una intensidad, una fuerza, que difícilmente las haga intrascendentes. De todas maneras, algunas de las malas palabras —no es que haga una defensa quijotesca de las malas palabras—, me gustan, igual que las palabras de uso natural. Yo me acuerdo de que en mi casa mi vieja no decía muchas malas palabras, era correcta. Mi viejo era lo que se llama un mal hablado, que es una interesante definición. Como era un tipo que venía del deporte, entonces realmente se justificaba. También se lo llamaba bocasucia, una palabra un poco antigua pero que se puede seguir usando. Era otra época, indudablemente. Había unos primos míos que a veces iban a mi casa y me decían: “Vamos a jugar al tío Berto”. Entonces iban a una habitación y se encerraban a putear. Lo que era la falta de la televisión que había que caer en esos juegos ingenuos.
(...)Pienso que las malas palabras brindan otros matices. Yo soy fundamentalmente dibujante, manejo mal el color pero sé que cuantos más matices tenga, uno más se puede defender para expresar o transmitir algo. Hay palabras de las denominadas malas palabras, que son irreemplazables: por sonoridad, por fuerza y por contextura física. No es lo mismo decir que una persona es tonta, a decir que es un pelotudo. Tonto puede incluir un problema de disminución neurológica, realmente agresivo. El secreto de la palabra “pelotudo” –que no sé si está en el Diccionario de Dudas– está en la letra “t”. Analicémoslo. Anoten las maestras. Hay una palabra maravillosa, que en otros países está exenta de culpa, que es la palabra “carajo”. Tengo entendido que el carajo es el lugar donde se ponía el vigía en lo alto de los mástiles de los barcos. Mandar a una persona al carajo era estrictamente eso. Acá apareció como mala palabra. Al punto de que se ha llegado al eufemismo de decir “caracho”, que es de una debilidad y de una hipocresía... Cuando algún periódico dice “El senador Fulano de Tal envió a la m... a su par”, la triste función de esos puntos suspensivos merecería también una discusión en este congreso. Hay otra palabra que quiero apuntar, que es la palabra “mierda”, que también es irreemplazable, cuyo secreto está en la “r”, que los cubanos pronuncian mucho más débil, y en eso está el gran problema que ha tenido el pueblo cubano, en la falta de posibilidad expresiva. Lo que yo pido es que atendamos esta condición terapéutica de las malas palabras. Lo que pido es una amnistía para las malas palabras, vivamos una Navidad sin malas palabras e integrémoslas al lenguaje porque las vamos a necesitar.
Así pensaba Fontanarrosa
"Esta distinción viene a saldar una deuda que yo tenía con el gran educador sanjuanino, Sarmiento, porque fui un pionero de la deserción escolar. Es más, durante mucho tiempo estuve convencido de que ese gesto ceñudo, severo, de Sarmiento, era porque estaba enojado conmigo porque no terminé el secundario. No tengo la intención de trascender, no soy un pedagogo ni un esclarecido, lo único que quiero es hacer reír". (Homenaje en el Senado de la Nación, 27 de abril de 2006)
"El cine es como una mitología moderna, porque suceden charlas con amigos y se discuten, con fervor, personajes y situaciones, que si uno da un paso atrás, percibe que se habla todo el tiempo de algo irreal. Estamos discutiendo de cine". (Entrevista en Ñ, 20 de noviembre de 2004).
"Todas esas instituciones que son altamente pomposas —el Ejército, la Iglesia, los círculos intelectuales—, se prestan. Se prestan para cagarse de risa un rato. Realmente." (Entrevista en Ñ, 17 de diciembre de 2005).
"Yo no voy a ir a un programa de entretenimiento a comer una torta sin tocarla con la mano, esas boludeces. Iré adonde pueda hablar de lo mío. Eso me parece totalmente
válido. (Entrevista en Ñ, 17 de diciembre de 2005).
"Y sí... Ya no hay tanto tiempo para adelante. Y encima me cae esto. Pero nosotros no somos tenistas, que a los veinticuatro años ya no pueden jugar... El viejo (Alberto) Breccia dibujó hasta tres días antes de morirse. Yo he perdido fuerza del brazo derecho, entonces, ya te entran... Estoy tratando de poner la mejor buena voluntad y el mejor optimismo, y decirme que la vamos a pilotear. "Vamo'' arriba", como dicen los uruguayos. (Entrevista en Ñ, 17 de diciembre de 2005). Se murió otro capo. Acompañemos en la tristeza a la barra rosarina. Vaya en su homenaje este fragmento de uno de su cuento "Una Noche Inolvidable". En él, uno de los increíbles personajes de costumbre en sus ficciones, es nada menos que El Troesma. Sergio López
[email protected] .................................................................... Pero sin duda los detalles de esta anécdota memorable estaban destinados a no agotarse tan fácilmente. El año pasado, en ocasión de mi viaje a Estocolmo, con motivo de ir a retirar el premio Nobel con que me galardonaron, tuvo lugar una recepción de festejos en la Embajada Argentina.
No eran muchos los invitados, pero había un ambiente de jolgorio ante la distinción que se me había concedido, a mi juicio, inmerecidamente. De pronto se me acerca un hombre no muy alto, semicalvo, con barba entrecana. Usted no se acuerda de mí me dice. Para serle sincero. . . me disculpo. Yo soy Astor Piazzolla me dice. Es de imaginarse mi emoción ante la presencia de tamaña figura de nuestra música y su cordialidad en el saludo. Por supuesto que lo conozco recuerdo que le dije. Pero no creo que hayamos tenido oportunidad de vernos personalmente. Se equivoca me dijo el gran maestro, que se hallaba casualmente en la capital sueca brindando una serie de recitales. ¿Se acuerda de una noche en que usted y unos amigos llevaron un bandoneón a una gomería para emparcharlo? Mi asombro entonces no tuvo límites. Me quedé mirando a Astor con la boca abierta, sin atinar a soltar su diestra que aún estrechaba. Yo era el pibe de la gomería me dijo. ¡Después dicen que el destino no suele manifestarse en formas evidentes! Y le digo más me dice Piazzolla sin darme respiro. El viejo, el viejo a quien desperté para que les arreglara el bandoneón, don Hipólito, era ni más ni menos que don Hipólito Yrigoyen. El mismo que con el tiempo se convirtió en caudillo del movimiento radical. Aquello fue demasiado para mí. Estreché a Piazzolla en un abrazo y ambos lloramos como niños.
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Roberto Fontanarrosa - Biografía "De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro" Roberto Fontanarrosa
1944: Era domingo y el parto había sido normal, salvo por un detalle el bebé resultó negro y canalla. El 26 de noviembre nace en Rosario (Argentina) Roberto Fontanarrosa -El Negro- humorista gráfico, escritor e hincha de Rosario Central. Ese mismo mes aparece la revista "Rico Tipo", cuna de las osadas "Chicas de Divito" y exponente de una década en que la historieta y el humor gráfico argentino crecen y se consolidan. En mi niñez fue todo normal, todo común, sin catástrofe, sin privaciones terribles y sin acontecimientos sobresalientes. Mi niñez no da ciertamente para escribir una novela angustiante. Ni da tampoco para una historieta. 1954: El pequeño Fontanarrosa se encuentra con su verdadero amor: la pelota, Va a la cancha por primera vez a ver un partido entre Rosario Central y Tigre. Si hubiera que ponerle la música de fondo a mi vida, sería la transmisión de los partidos de fútbol. 1957:
Fin de la escuela primaria: "Andá al industrial porque en la industria está el futuro del país. Lo que se estudia ahí tiene una aplicación", le recomienda el padre. "Que haga lo que le guste, pero por si acaso que estudie inglés" , acota la madre al verlo copiar insistentemente los dibujos de "Rayo Rojo" , "Puño Fuerte", "El Tony" y "Misterix". Por esa época inicia el curso de los "12 Famosos Artistas" que la Escuela Panamericana de Arte dictaba por correspondencia. 1961: Negado para las matemáticas, la física y la quimíca, Fontanarrosa deja el secundario después de repetir tercer año. No siento ninguna frustración por haber abandonado: al fin de cuentas soy un precursor de la deserción escolar. De esos días, el único recuerdo agradable que se conserva es el de los días miércoles al mediodía que salía del colegio para comprar en el kiosco "Hora Cero". La revista, fundada por Héctor Germán Oesterheld, es considerada un hito de la historieta. 1962: Se viste- por primera vez- de traje para viajar a Buenos Aires, En busca de trabajo llega a editorial Columba, donde le prometen un guión, pero la propuesta nunca se concreta y Fontanarrosa se vuelve a Rosario. 1963: Empieza a trabajar en la agencia de publicidad de Roberto Reyna y le va bien , aún a su pesar. Trabajaba sin la menor convicción. Es que siempre me pareció imposible que una persona pueda comprar un vaso porque alguien se lo inculca en un aviso. 1968: El año del Mayo francés, del asesinato de Martin Luther King y de la dictadura de Juan Carlos Onganía, Fontanarrosa publica su primer chiste : un policía muestra su bastón manchado de rojo-sangre dice " no hay ninguna duda, eran comunistas". EL trabajo-que recuerda al "palito de abollar ideologías" de Mafalda. Dibujado más o menos para la misma época- aparece
en la revista rosarina "Boom". La publicación había convocado al dibujante para ilustrar las tapas serias en color ( cosa que para mí era totalmente nueva, porque ya había crecido con historietas blanco negro). A falta de alguien que hiciera la página de humor, la dejan también en sus manos. 1971: Año memorable para Rosario Central, que por primera vez, sale campeón. Gol inolvidable el que hace Aldo Poy de palomita, gracias al cual los leprosos de Newells quedan eliminados en la semifinal. En homenaje a esa histórica jornada, Fontanarrosa escribió el cuento "19 de septiembre de 1971", incluído en Nada del otro mundo, la compilación que Ediciones de la Flor publicó en el 88. En pleno auge de la era James Bond, Fontanarrosa crea una parodia del agente secreto- 75 páginas dibujadas en tinta china- , de la que sólo se publican capítulos en la revista rosarina "Tinta". Boogie, el aceitoso , es el descendiente directo de este personaje que reeditará la Universidad de Rosario. También en "Tinta" aparece otro trabajo, hecho con estilográfica : Tadea y sus hijos, una historieta "a la italiana" donde todo lo que ocurre es terrible. 1972: Surge en Córdoba la revista humorística " Hortensia", que llega a tirar más de cien mil ejemplares por números . Dirigida por Alberto Cognigni, colaboran en sus páginas Caloi, Brócoli, Lolo Amengual, Crist, Ian, y el propio Fontanarrosa, entre otros. Era una gran vidriera para muchos de nosotros. Aquí fue donde ya me dejé de complejos y me lance a la historieta , copiando sin asco a (Hugo) Pratt. "Hortensia" fue la madre de sus dos hijos Boogie el aceitoso e Inodoro Pereyra, el renegau A fines del 72 aparece también "Satiricón", donde el humorista publica unas historietas basadas en cuentos de Borges, en películas o en best-sellers famosos. ¿ Quié es Fontanarrosa? Preguntaba en su tapa el primer volumen de humor gráfico de este artista de 28 años publicado por Ediciones de la Flor. A partir de entonces, y con
ese sello, aparecieron tomos humorísticos suyos sobre casi todos los temas : el fútbol, el sexo, el fútbol, la política, el sexo, la cultura, el fútbol.... 1973: La nueva contratapa del diario "Clarín" es un signo del fortalecimiento del género de la historieta y el humor 7gráfico argentinos, que ya no necesitan de modelos ni de nombres importados. Convocada por Caloi, se instala en el matutino toda una banda de humoristas autóctonos : Viuti, Tabaré, Altuna, Dobal, Ian, Rivero, Crist y - por supuesto- Fontanarrosa, que allí continúa. Desde entonces, muchos lectores empiezan a hojear el diario por la parte de atrás. 1974: Nace la revista "Mengano", adonde emigran varios de los integrantes de "Satiricón": Limura, Bróccoli, y Amengual, así como Viuti y Fontanarrosa que trabajan simultáneamente en las dos publicaciones. Para la mismo época el humorista colabora también en otros proyectos tales como "Chaupinela" y " La Cebra a Lunares "- Medio a la fuerza, a "Mengano" se muda el renegau. Es mismo año, Inodoro hace rancho aparte : Ediciones de la Flor publica la primera compilación de sus aventuras, puntapié de una serie que ya ha superado la veintena de volúmenes. A Boogie le bastó una bazuca y una granada de trotyl para conseguir -en buenos términos- que la editorial lanzará también el título inicial de su colección, que ahora ya tiene doce tomos. 1976: Inodoro se instala junto a la Eulogia y el Mendieta en el diario "Clarín". Luego de pasar por diferentes secciones se incorpora a "Viva", rediseñada revista dominical del matutino. Para entonces el bar "El Cairo", en Rosario, se había transformado ya en el sitio de encuentro de la "mesa de los galanes", después inmortalizada en uno de los libros del humorista : una veintena de hombres se reúnen todas las
tardes y lo fantástico es que no se habla de nada importante, es la insoportable levedad de la conversación. 1979: Boogie toma por asalto las páginas del quincenario "Humor Registrado". No se producen víctimas ni daños materiales. En su larga y violenta vida, la historieta se publica también en el semanario "La Maga" y en publicaciones mexicanas y colombianas. He recibido muchas cartas en contra Boogie, pero las más preocupantes eran las que me llegaron a favor. Eran una cosa terrible, tipos felices porque por fin llegaba alguien que les pegara a los negros y a las mujeres 1980: Fontanarrosa. Comienza a colaborar en la elaboración de los espectáculos de Les Luthiers. Los conocí personalmente cuando presentaron "Mastropiero que nunca "en Rosario y se quedaron en la ciudad una semana. En esa época querían formar una grupo de apoyo que les tirara ideas, el grupo no se formó pero yo empecé a trabajar con ellos. 1981: Editorial Pomaire publica Best Seller , novela inicial de Fontanarrosa. El mismo sello lanza, al año siguiente, El área 18, su secuela. 1982: El mundo ha vivido equivocado sostiene Fontanarrosa en el título del primer libro de cuentos, publicado por Ediciones de la Flor. A él le siguen No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, Uno nunca sabe, El mayor de mis defectos y La mesa de los galanes, entre otras compilaciones de relatos. 1984: Aparece en el mercado "Fierro", una revista que promueve la experimentación temática, narrativa y técnica de la historieta, un género que - para entonces- ya ha perdido su ingenuidad inicial. A sus páginas se incorpora, algunos años después, la serie
Semblanzas deportivas creadas por Fontanarrosa así como las aventuras de Sperman, un donante de esperma. 1985: Ediciones de la Flor reedita Best Seller, un verdadero éxito de ventas- tal como su nombre obliga - y también El área 18. Aparece, además, una novela nuevecita , La Gansada. 1994: Año mundial. El humorista es contratado por "Clarín" para comentar los partidos jugados por la selección argentina en los Estados Unidos. Hay que decirlo : en realidad, son narrados por la Hermana Rosa, una mentalista que predice los resultados. En 1994, además, recibe el Premio Konex. 1995: Para cuando aparecen los cuentos La mesa de los galanes , los galanes ya se habían mudado de mesa. Dejaron El Cairo para instalarse en un nuevo bar, la Sede. 1998: Inodoro Pereyra el renegau, cumple 25 años y los festeja con usted en este volumen monumental. Carta a los lectores* Por Fontanarrosa Finalmente, la mano derecha claudicó. Ya no responde, como antaño, a lo que dicta la mente. Por lo tanto e independientemente de que yo siga intentando reanimarla, me veo en la necesidad de recurrir a alguno de los muchos excelentes dibujantes y amigos que tengo para que pongan en imágenes mis textos. En Viva, hay dos frentes a cubrir: el chiste unitario quincenal y la página de Inodoro Pereyra, que se alternan. Hoy presentamos, acá, en la página siguiente, la propuesta para el chiste quincenal. Nadie mejor en este caso, a mi juicio, para graficar mis ideas, que el Negro Crist. Porque lo conozco desde hace más de 30 años, porque somos como hermanos y porque dibuja en blanco y negro o a color; mucho pero mucho mejor que yo. Siempre admiré su virtuosismo y hoy me alegra poder aprovecharme de él y lucirme de esa forma. Lo de Inodoro Pereyra
es más complejo. Pero creemos estar cerca de una solución a través de un dibujante cercano a mi estilo. No digo igual, porque el intento de lograr un clon limitaría muchísimo la creatividad del ilustrador. Vale este informe a los lectores para que no se sorprendan al advertir que he mejorado notablemente la calidad de mis trazos y mis colores. Nos estamos viendo. Negro Fontanarrosa. * Revista VIVA de Clarín 14/01/2007
Uno nunca sabe de Roberto Fontanarrosa Lo primero que le preguntó Mario apenas el Mochila se sentó, fue "¿La conoces a esa mina?". -- ¿Cuál? -- La que saludastes recién. Mochila giró apenas la cabeza hacia atrás. -- ¿La flaca? -- Sí. -- Sí, la conozco. Es amiga de mi jermu. -- Me emputece esa mina --dijo Mario en voz baja. -- ¿Mi jermu? -- No, boludo. La Flaca, la que saludastes. -- Ah... ¡Mirá qué boludo que sos vos! A todo el mundo lo enloquece la Flaca. ¡Qué te parece! -- ¿Qué? --se alarmó Mario--. ¿Vos también estás jugado en ese palo? ¿Te anotás ahí también? -- No. Yo no. ¿No te digo que es amiga de mi jermu? Estudiaban juntas en la Cultural. Tendría que ser muy loco para tirarme en esa. Pero... te digo... -- Que ganas no te faltan. -- Ganas no me faltan.... Se quedaron en silencio. Mochila controlando las otras mesas, viendo quién había. Mario tocándose cuidadosamente los dientes de adelante con la uña del dedo pulgar de la mano derecha.
-- Me tiene loco esa mina --repitió, como para sí mismo. Como si el tema fuese demasiado íntimo como para compartirlo y debatirlo en una mesa de cafe. Y asustado, quizá, por haber ido tan lejos. -- Está buena la Flaca --dijo Mochila, que la tenía sentada a sus espaldas--. Y es una mina piola te cuento... Piola, inteligente. Anda suelta, además... -- Medio histérica debe ser... -- Sí. Eso sí... Lógico... --Mochila seguía sin meterse demasiado en la conversación, en tanto pasaba lista a los presentes-- ¡Bah! --se animó de pronto, ya terminado el control--. Como todas. -- Esa jeta que tiene... --medio por sobre el hombro de Mochila, Mario la espiaba--. Los ojos... -- Y encarala, boludo... ¿qué esperas? --lo animó Mochila, cruzándose de piernas, acomodándose en la silla para quedar de espaldas a la calle Santa Fe, mirando al mostrador. Mario hizo un gesto vago con la cabeza, negativo. -- Está sola, boludo --apretó Mochila--. Andá... Si te quedas esperando, por ahí aparece algun vago, o alguna amiga, y se sienta con ella y cagaste. Mario se encogió de hombros, mirando ahora hacia afuera, como desentendiéndose del problema. -- ¿No lo viste al Sobo? -preguntó, cambiando de tema. Mochila negó con la cabeza--. Este boludo... --musitó Mario--. Le tengo que pedir un certificado y justo hoy no aparece. -- Oíme --Mochila se incorporó, clavándole la vista--. Andá y sentate con ella, no seas otario... No te va a patear... -- No la conozco --frunció la nariz, Mario. -- ¿Y eso qué tiene que ver? ¿Cómo que no la conocés? Te conoce de acá, pelotudo. Si acá nos junamos todos. No le sabrás el nombre pero la... -- ¿Cómo se llama? Mochila frunció el ceño. -- Ehhh... --pensó--. Marina, Marta, María... No sé, no sé... Siempre la conocí por la Flaca. -- Marta, Marta se llama --dijo Mario, que ya se había informado.
-- Escuchame Mario... --Mochila se inclinó sobre la mesa para darle privacidad a la propuesta--. Te la presento... Voy, me siento en la mesa de ella y te la presento... Mario se tiró hacia atrás y agitó las manos y la cabeza, casi escandalizado. -- ¡No! No, dejá. Ya está. Ya pasó. Ya fué. -- No me cuesta nada, boludo. -- Dejá, Mochila, dejá. Está bien. Mochila se encogió de hombros. -- Jodete --dijo. Y buscó a Moreyra con la vista--. ¡Negro! -gritó--. ¿Estás vos acá? -- Además... --Mario, pese a todo, no quería desprenderse totalmente del tema y sabía que el lapso de privacidad con el Mochila podía ser corto--. No da bola, Mochi. No da bola. Mochila casi se enojó. -- ¿Y cómo sabes que no da bola si nunca la encaraste? -- Porque uno se da cuenta, Mochila. ¿Sabés cuanto hace que la vengo mirando a esa mina? ¿Sabés cuanto hace? Dos años. Debe hacer como dos años... -- ¿Y? -- ¡Nada! Nada de nada. Una mina si te quiere dar bola se manda alguna señal, eso es sabido. Te mira una vez, aunque sea. Te mantiene un poco la mirada. O te sonríe. Te tira un cable. -- No te engañes, no te engañes... Mirá que... -- Sí... "La vida te da sorpresas". -- La vida te da sorpresas... -- Sí, pero acá es muy claro --se desalentó Mario--. ¿Viste que hay... cómo decirte... hay un lapso de duración en una mirada, en un cruce de miradas? Y después hay un plus, que es un milésimo... un milésimo de segundo... un ápice... un cícero... una infinitésima milésima de segundo en que se prolonga esa mirada más de lo normal... Es cuando una mina te mira y vos tenes un sensómetro, un sismógrafo, que registra que esa mirada ha durado esa milésima de segundo mas allá de lo necesario, y es lo que te está diciendo a las claras que esa no es una mirada común, que esa mirada está pidiendo otro cruce de comprobación, que te está diciendo algo... --Mochila afirmaba con la cabeza, algo fastidiado--.
Bueno... --no se amilanó Mario--. Esa fracción supletoria de mirada debería tener un nombre. Porque es una medida patron... Es un exceso de intensidad... Debería haber algo como el "miradómetro"... Una unidad de vision, de calentura... -- Bueno, bueno... Cortala... Dejá de hablar pelotudeces... -rogó Mochila--. ¿Y qué pasa? ¿Con esta mina no se dió nunca? -- En la puta vida de Dios. -- Ni te miró... -- Ni me miró ni... --Mario había sacado un encendedor y golpeteaba con él sobre el nerolite buscando la descripción mas gráfica--. O me mira y no me ve. Esa es la cosa. Por ahí me mira, pero lo que hace es solamente dirigir su vista hacia mí. Pero la sensación que yo tengo es como que yo fuera transparente. Que mira a traves mío. Que mira lo que está detrás mío. Digamos, que la profundidad de campo de la cámara de ella está situada seis metros detrás mío... Esa es la sensación que tengo... Mochila se rascó la cabeza. -- ¡Mirá que sos antiguo! --dijo. -- ¿Por qué? --se ofuscó Mario. -- Andar fijándote en eso de las miradas y esas cosas... Eso es del tiempo en que los pedos se tiraban con gomera. -- ¿Y qué querés que haga? ¿Que vaya y le toque el culo? -- No, boludo. No te digo eso... -- ¿Cómo carajo hacés vos? -- ¿Cómo hago? ¿Cómo hago yo? ¡Voy y me siento con ella! Eso hago. Mirá que difícil. Y le empiezo a hablar de cualquier cosa... No podés entrar en la histeria de las minas, querido... Que te miro, que no te miro, que la profundidad de campo y todas esas pelotudeces... -- Es que... --Mario apoyó el mentón sobre sus manos cruzadas y vaciló. Por momentos lo asaltaba la idea de que no era un tema para hacer publico--. ¿Sabes qué pasa?... ¿Vos te acordás de "El Eternauta"? -- Sí, me acuerdo... Lo que no me acuerdo es quién trabajaba... -- ¿Cómo? -- ¿Quién trabajaba? -- No, boludo. No era una película. Era una historieta.
-- Ah, sí... "El Eternauta". Algo me acuerdo... -- Esa que caía una nevada en Buenos Aires, una nevada radioactiva y morían todos... -- Algo. Algo me acuerdo --mintió el Mochila. -- Bueno, en "El Eternauta", aparecían unos tipos de otro planeta, que se llamaban los "Manos", que tenían... -- Mejicanos. "Manito", se decían... -- No, gil. No seas hijo de puta. -- Ah, no. Esa era "Cisco Kid". -- No te acordás de un sorete. Los Manos, que tenían una mano derecha llena de dedos... -- Como cualquiera --Mochila mostró su mano. -- No, muchos mas. Como hasta acá --Mario tiró una línea imaginaria desde la punta de sus propios dedos hasta el codo--. Bueno, esos tipos dirigián a varias especies de bichos extraterrestres que invadían la Tierra. Pero ellos, a su vez, estaban controlados por otra especie superior. Entonces. estos "Manos", que eran igual que nosotros salvo por esos dedos, tenían insertada en el cuerpo una glándula, una glándula que le llamaban "Glándula del Terror" y que les habían insertado esos cosos que los dirigían a ellos. Y... ¿para qué les habían insertado esa glándula? Porque los Manos, igual que los humanos, al sentir temor segregaban una especie de adrenalina y ésta, a su vez, activaba la glándula. Y entonces la glándula dejaba escapar un veneno y el veneno los mataba en minutos, nomás. ¿Me entendés? Si ellos se intentaban rebelar contra la especie superior, sentían miedo y, ahí nomás, cagaban la fruta. Linda idea, ¿no? Porque, además, había otra cosa, fijate. Algunos de ellos habían intentado operarse para sacarse de allí esa glándula pero, al operarse, sentían miedo, y de nuevo la misma cosa, activaban la glándula, ésta largaba el veneno, etc., etc., etc... Era ingenioso, ¿no? Piola como idea. De... ¿cómo se llamaba?... Oesterheld. Mochila se lo quedó mirando un instante, con expresión confundida. -- Y.... ¿Qué queres decir con todo esto? --preguntó--. ¿Ahora me vas a salir con que vos tenés una de esas glándulas? ¿Me vas a pedir guita para operarte?
-- No. No. No --Mario pegó con la punta de su dedo índice sobre la mesa--. Yo tengo una glándula pero de la pelotudez. Ese es el asunto. Una glándula de la pelotudez. Cuando a mí una mina me gusta mucho, como ésta, Marta... me pongo pelotudo. El mismo hecho de que la mina me guste mucho, me paraliza. Me pone tan nervioso que me pongo hecho un pelotudo, no sé lo que digo, hago boludeces... La glándula segrega algo que me idiotiza. Después pienso en las cosas que he dicho, o en las que debería haberle dicho y me quiero morir. Las minas deben pensar que uno es un retardado total. Y es precisamente porque me gustan demasiado. Es increíble. Con las minas que no me gustan no me pasa nada. Ahí soy un duque, soy Dean Martin. Jodo, soy ocurrente, hasta puedo ser brillante. Al pedo. Porque a quien yo quiero gustar no es a los escrachos. -- Mario... Mario... --Mochila trató de ser comprensivo--. Yo sé que esto pasa... Pero te puede pasar al principio, la primera hora, la primera... -- Década. -- No seas pelotudo. Si vos... -- Si yo me quedo solo con esta mina te juro que no me sale una palabra. La glándula me... -- Anda a la concha de tu madre vos y la glándula... Se quedaron en silencio. Mochila miraba sin ver hacia la caja registradora, pegaba repetidas veces con la suela del pie derecho sobre el piso, fastidiado. -- ¿Sabes qué le dijeron a Pelé cuando debutó en Suecia? -preguntó de pronto. Mario negó con la cabeza, algo desacomodado. -- "Andate al medio campo y tocala corta." Eso le dijeron -agregó el Mochila. Mario entrecerró un poco los ojos, como buscando la metáfora--. O sea. Hasta que se te pasen los nervios, no tratés de deslumbrar, no tratés de ser brillante, no tratés de meter el pase de gol... -- Pero él era negro, Mochila... -- Es negro. -- ¡Es que ni siquiera pretendo ser brillante! Me bastaría con no ser tan imbécil... -- Tocá corto.
-- Una teta le voy a tocar... --musitó Mario--. Además... además, Mochila, comprendeme --se irguió de pronto como para seguir hablando pero calló, prudente. El Pochi había entrado por la puerta de Santa Fe y Sarmiento, pero se quedó enganchado en la mesa de los fotógrafos. Mario retomó el tema--. Yo creo que las cosas se tienen que dar naturalmente. Vos vistes como es este boliche. Vos, por ejemplo, no conocés a alguien. Pero, de pronto, por ahí, mañana, estás sentado en la misma mesa con él. ¿Por qué? Porque te llama un amigo común. Porque viene a tu mesa a charlar con un amigo tuyo. Porque está en un grupo donde vos te acercás a preguntar algo. Es así... Entonces eso es mas natural, menos forzado. Yo me sentiría mucho más cómodo si se diera algo así con esta mina... -- Oíme Mario... Oíme... --Moreyra había pasado como una ráfaga, dejando un cortado sobrante, al tanteo, enfrente de Mochila--. Cuanto... -- Porque... ¿viste como es este boliche? --arremetió Mario--. Yo creo que el secreto de este boliche está en la proximidad de las mesas. Están muy juntas. Ahí radica el éxito de este boliche. Vos estás sentado en esta mesa y casi casi estás escuchando la charla de los de la mesa de atrás. Y se tocan las sillas, incluso --Mario se tiró hacia atrás sobre el respaldo y sonrió, ejemplificando--. Vos estás en una mesa y por ahí girás un poquito y ya te integras a la de al lado... -- Un conventillo. -- Un conventillo. Un día... --Mario se lanzó de golpe con el torso hacia adelante, confidente--. Un día yo estaba sentado en una mesa, y atrás, acá mismo, atrás, estaba la Flaca con unas amigas --bajó la voz--. Si yo me inclinaba para atrás la tocaba, con los hombros, o con la cabeza. La tocaba... -- Mario... --insistió Mochila con los ojos entrecerrados--. ¿Cuanto hace que decís que la venís marcando a esta mina? -- ¿A la flaca? Y... desde que la descubrí... Cuando era novia del barba... No sé. Un año... Un año y medio... -- Cuando era novia del barba... Vos te referís al Tito, al Tito Aramayo.... Bueno, te cuento, eso fue hace más de tres años, porque hace más de tres años que el Tito está en Porto Alegre. Casi cuatro años hace, por lo menos.
-- Y... sí... -- Y en esos cuatro años.. --Mochila enarcó las cejas y cerró su mano derecha como si empuñara un cuchillo, señalando a Mario--. Escuchame bien, en esos cuatro años, esa situación que vos decís, que vos estás esperando, no se ha dado nunca. Nunca hubo un amigo sentado en la mesa con ella, ni ningún amigo te la trajo a la mesa con vos, ni se dió vuelta para pedirte fuego, ni estaba en un grupo donde vos podías haberte integrado... Nada... -- Nada... es verdad... Nada. -- ¿Y hasta cuando vas a esperar, Marito? --hirió de nuevo, Mochila--. Vas a ser un viejo choto y vas a venir acá con un bastón, con boina, con una cánula de suero puesta, para ver si alguna vez se da la puta casualidad de que te podés sentar con esa mina... -- Y... --se encogió de hombros, Mario. -- Oíme --Mochila giró la cabeza y pegó una rápida mirada hacia la mesa de la Flaca que, sola, estaba anotando cosas en una agenda--. Mirá, está sola. Al pedo. Voy, me siento con ella, hablo con ella y después te llamo... Mario se secó la transpiración de la nariz, meneó la cabeza, pareció atacarlo la desesperación y estar a punto de ponerse a llorar. -- No, Mochila... No... -- Yo puedo hacerlo, pelotudo --se enojó el Mochila--. Te digo que soy amigo de ella. Lo he hecho un montón de veces. No va a quedar como algo forzado o... -- No, Mochila... Está llena de machos esa mina... -- ¿Cuando? ¡Ahora está sola, pelotudo! -- Ahora no. Pero... ¿Vos te creés que no la veo? La miro constantemente, te digo. Todos los días con un macho nuevo. Pendejos... -- Mejor para vos, mejor para vos. Si anda todos los días con un macho nuevo es que no anda con ninguno. Aparte, no te engañés, Mario. No te engañés. Yo conocía una mina que estaba buenísima. No podía ni caminar de buena que estaba. Lindísima, además. Y esta mina, me decía --hará un par de meses nomás, está casada ahora, tiene como cuatro hijos-me decía que cuando ella era joven, había fines de semana
que se quedaba en casa como una boluda porque nadie la llamaba para salir. Los tipos la veían tan linda, tan rebuena estaba esa hija de puta, que todos pensaban lo mismo, eso que vos pensás también, que estaba llena de machos. Que la llamaban de todas partes del país para invitarla a salir, que Rainiero de Mónaco le ponía un télex para salir de joda. Entonces, no la llamaban. Y la pobre santa se quedaba como una boluda los sábados a la noche viendo televisión con una tía rechota que tenía... -- Este no es el caso... Este no es el caso... --negó Mario. Mochila volvió a darse vuelta, mirando sin discreción alguna hacia la mesa de la Flaca. -- Está sola, boludo. Está haciendo tiempo. Aprovechá ahora --volvió a su postura anterior restregándose la cara con una mano, casi con desesperación--. Decí que yo no puedo...Pero... -- Además... Además... --buscó las palabras Mario--. No se puede. Yo no puedo ir y encararla así a esta mina, en frío... Hay convenciones. Hay convenciones que se juegan entre un hombre y una mujer y que hay que respetar. Mochila lo miraba con una expresión cada vez mas atormentada. -- Sí, claro --dijo Mario--. Vos sabés, y ella sabe, y vos sabés que ella sabe que vos sabés, que si vas y la invitás a una mina a tomar un café, en realidad lo que le estás proponiendo es ir a cojer. -- No es tan así. -- Esa es la verdad. Esa es la realidad de las cosas. La verdad de la milanesa. Pero vos no podés ir, acercarte a la mesa y decirle "¿Vamos a cojer?". Porque aunque encierre el mismo significado, no es lo mismo. Para una mina no es lo mismo y tiene todo el derecho del mundo de mandarte a la reputísima madre que te parió, Mochila, es la verdad. Puede decirte "¿Usted por quién me ha tomado?" y hacerse la ofendida y tiene toda la razón. Hay que guardar ciertas normas de urbanidad. Vos dirás que es un hipocresía y todo eso, pero... -- Yo no digo que sea una hipocresía --expiró Mochila, agotado.
-- ... vos tenés que dejarle una puerta abierta a la mina. No podes encerrarla, no podes dejarla sin opciones. Fijate vos, cuando yo anduve con la Zulema... --se entusiasmó Mario--. Hay minas con las que vos tenés ya todo conversado, todo claro, y no hay más que hablar. Cuando le decís de salir, te tomás un tacho y te vas al mueble derecho viejo, porque sabés que la mina no se va a descolgar con "¿Pero... adonde vamos? ¿Adonde me llevas?". -- "¿Qué son esas luces rojas?" -- "¿Qué son esas luces rojas?" ¡Nada de eso! Pero, por ejemplo, con Zulema, yo me las rebusqué para que me prestaran un departamento. Entonces fuimos a cenar, hablamos un rato y despues yo le pude decir "¿Querés venir a mi departamento a tomar algo?", con lo que le estás dando a la mina la opción de ir al departamento y después, si no le gusta la mano, negarse. No sé... decir... "Se me hizo tarde" o... "Vos me interpretastes mal"... -- Oíme... Vos sos una antigualla... Si la mina acepta ir a tu departamento es porque le gusta la mano y ya sabe como viene la cosa... No son tan boludas, Mario... ¿O te crees que somos nosotros los que atracamos? -- De acuerdo, de acuerdo --se apuró Mario--. Pero vos le estás dando la opción con el departamento. Si vos le tenés que decir "¿Vamos a un mueble?" ¿Qué opción tiene la mina? Vos le estás diciendo "vamos a cojer", lisa y llanamente. No le das salida. -- Si vos le decís "Vamos al departamento" también le estás diciendo "Vamos a cojer", querido. ¿O con quién estás saliendo? ¿Con Heidi? -- Ya sé... Ya sé... --Mario se mordió los labios, transpirando--. Pero no es lo mismo. Es una cuestión de elegancia. Si vos invitás a una mina a un hotel, estás dando por sentado que vos no tenías ninguna duda de que a esa mina te la ibas a pirobar, que era fácil, que era una fija. Es una cuestión de... dignidad, digamos... Mochila meneaba la cabeza, negando. -- Sos una antigualla --suspiró--. Un relicario...
-- Es difícil de explicar --insistió Mario--. Es como si vos vas a un bodegón y el mozo ve que vos tenés tal pinta de pordiosero que viene y, sin preguntarte nada, te pone en la mesa un pingüino de vino tinto de la casa. ¿Qué te queda por hacer en ese momento? Levantarte e irte, querido. Ese mozo te está ofendiendo. Porque aunque vos seas un pordiosero y se vea a la legua que no te podes bancar ni por puta un vino más o menos pasable, el tipo tiene la obligación moral de alcanzarte la lista de vinos y preguntarte "¿El señor tiene alguna preferencia? ¿Desea algún vino gran reserva?". Entonces ahí sí, vos podés devolverle la lista y decirle, tranquilo "No, muchas gracias. Tráigame un pingüino con tinto de la casa" porque la verdad es que no tenés ni un mango partido por la mitad para elegir otra cosa... ¡Porque es un problema de dignidad, mi viejo! ¡Te tienen que dar la oportunidad de elegir, ese es el asunto! Pueblos enteros han ido a la guerra por eso... -- ¿Porque vino el mozo y les sirvió un pingüino de...? -- No. Por dignidad. -- Oíme, Mario... --Mochila pareció animarse de repente--. Yo me levanto y voy a la mesa de la mina y le hablo. La expresión de Mario fue de pánico. Advertía un atisbo de determinación inquebrantable en la voz del Mochila. -- No, Mochi, no jodas --se enojó. -- Voy, boludo. ¿No puedo ir, acaso? Todos los días hablo con ella... -- Vos tomás medio pingüino de tinto de la casa y te ponés a hacer boludeces, Mochila... Dejame de joder... No me gusta tanto despues de todo... Mochila se puso de pie. Mario se tapó la cara con la mano. Luego la destapó y habló mirando hacia otro lado. Transpiraba. -- Dejáme de joder, Mochila. Sentate --rogó--. Yo no voy. Si vos me llamas yo no voy. Me voy a la mierda. Me voy al baño. Te juro que no voy... -- Oíme, boludo --se agachó un tanto, Mochila--. Hoy puede ser un dia histórico para vos. A veces las minas que menos bola parece que te dan son las que más te vienen marcando, al final de cuentas. No seas ingenuo. Las minas son muy histéricas, y ésta es de las más histéricas que conozco...
-- Te juro que no voy, Mochila... Sentate, no seas boludo... No me hagas pasar un mal rato... -- Por lo menos te sacas la duda de encima, pelotudo. Si te da pelota, perfecto. Si no te da pelota, bueno, al menos te sacastes ese quilombo de la cabeza y ya no te andas preocupando si anda con un macho, o con cuatro, o con cinco mil... -- Dejáme vivir con la ilusión, Mochila... De veras... Sentate... Mochila giró sobre sus talones y enfiló hacia la mesa de la Flaca. Mario, automáticamente, pivoteó sobre su silla primero hacia la calle Santa Fe y luego en sentido contrario, hacia el mostrador, como si estuviese sobre un sillón giratorio, fingiendo mirar hacia el teléfono público, los baños y las botellas expuestas sobre los estantes de vidrio. Se pasaba repetidamente las yemas de los dedos sobre las cejas. Mochila se dejó caer, despreocupado, sobre la silla vacía enfrente de la Flaca y, al punto, ésta, sonriendo, cerró la agenda y comenzaron a charlar. No dejo pasar mucho tiempo, Mochila, y tras algunas preguntas livianas de rigor, encaró el tema con la practicidad de un ejecutivo joven. -- Che, Flaca... --casi anunció--. No mires ahora... ¿Vos lo conocés al muchacho que está sentado conmigo, el de lentes? Ella dió una pitada larga a su cigarrillo, lanzó algo de humo por la nariz y dijo: "Sí, de acá. Del boliche". -- Bueno. Está muerto por vos. Marta miró al Mochila con expresión entre dura e inquisidora. -- ¿Ese pajero? --preguntó luego, casi airada. Mochila asimiló, apenas, el golpe. -- ¿Por qué, "pajero"? -- Hace como mil años que se la pasa mirándome y jamás se ha atrevido a decirme nada. -- Lo que pasa es que... ehh... Es muy tímido... -- ¡Por favor! --la Flaca sacudió la cabeza revoleando un mechón de pelo-- ¡Es un pajero! -- No, Flaca --Mochila estaba casi acostado sobre la mesa, apoyando el brazo izquierdo desde la axila hasta el codo, buscando buenas razones con cautela de minero--. Es muy
tímido... Te digo que es muy buen tipo... es un tipo interesante... Marta extendió su mano derecha y la apoyó en el antebrazo de Mochila. Suavizó su tono y su mirada. -- Mirá, Mochila, te agradezco. Pero estoy cansada de la histeria de los tipos. Ya somos grandecitos. Ya no soy una pendeja... -- Pero lo parecés... Marta estiró una sonrisa forzada. -- Te agradezco --repitió. Mochila se quedó mirando un rato hacia la esquina de Sarmiento y Santa Fe. Como no encontró nuevos argumentos para su propuesta, se levantó cansinamente, saludó a la Flaca y se fue. Desandó cuatro pasos y volvió a su silla de la mesa compartida con Mario. Este, demudado, había pedido una medialuna de "La Nuria" y otro café, como para hacer algo. -- Ehhhh... --vaciló Mochila, mirando perdidamente hacia el baño. -- ¿Qué...? ¿Qué pasó? --tragó saliva Mario, intuyendo, quizá, lo peor. -- Dice que está esperando al novio... Mario mordió un nuevo pedazo de medialuna. Meneó la cabeza. -- Te dije... --dijo. -- Qué cagada --musitó Mochila. -- ¿Viste? --Mario parecía aliviado. -- Pero, al menos, lo intentamos... -- Te dije... --Mario se acomodó los lentes, mirando hacia la calle, mientras apuraba el último bocado, limpiándose los dedos con una servilleta. -- Qué va a ser... ¿Será posible, este boludo del Sobo? --se quejó Mario--. Justo hoy que lo necesito y no aparece...
Roberto Fontanarrosa De Wikipedia, la enciclopedia libre
Roberto Fontanarrosa, apodado El Negro Rosario, Argentina (26 de noviembre de 1944- †19 de julio de 2007) Humorista gráfico y escritor. Su carrera comenzó como dibujante humorístico, destacándose rápidamente por su calidad y por la rapidez y seguridad con que ejecuta sus dibujos. Estas cualidades hicieron que su producción gráfica fuera copiosa. Se le conoce su gusto por el fútbol, deporte al cual le ha dedicado varias de sus obras. El cuento "19 de diciembre de 1971" es un clásico de la literatura futbolística argentina. Como buen "futbolero", siempre ha mostrado su simpatía por el equipo al que sigue desde pequeño, en este caso Rosario Central.[1] En los años setenta y ochenta, se lo podía encontrar tomándose un café en sus ratos libres en el bar El Cairo (esquina de calles Santa Fe y Sarmiento), sentado a la metafórica “mesa de los galanes”, escenario de muchos de sus mejores cuentos. Desde los años noventa, la mesa se mudó al bar La Sede. Fue expositor en el III Congreso de la Lengua Española que se desarrolló en Rosario (Argentina), el 20 de noviembre de 2004. En el mismo dio la charla titulada “Sobre las malas palabras”. En 2003 se le diagnosticó esclerosis lateral amiotrófica [2], por lo que desde 2006 utiliza frecuentemente una silla de ruedas. El 26 de abril del 2006, el Senado le entrega la Mención de Honor Domingo Faustino Sarmiento, en reconocimiento a su vasta trayectoria y aportes a la cultura argentina. El 18 de enero de 2007 anunció que dejaría de dibujar sus historietas, debido a que ha perdido el completo control de su mano derecha a causa de la enfermedad. Sin embargo aclaró que continuará escribiendo guiones para sus personajes. [3].
Falleció el 19 de julio de 2007 en su ciudad natal, Rosario, a la edad de 62 años, víctima de un paro cardiorrespiratorio estando internado en un hospital debido a la enfermedad degenerativa que lo afectaba. Tabla de contenidos [ocultar] * ¿Quién es Fontanarrosa? * Fontanarrisa * Fontanarrosa y los médicos * Fontanarrosa y la política * Fontanarrosa y la pareja * El sexo de Fontanarrosa * El segundo sexo de Fontanarrosa * Fontanarrosa contra la cultura * El fútbol es sagrado * Fontanarrosa de penal * Fontanarrosa es Mundial (donde se recopilan las crónicas periodísticas que realiza en ocasión del mundial de fútbol de 1994) y * Fontanarrosa continuará. Publicaciones de historietas [editar] * Los clásicos según Fontanarrosa * Semblanzas deportivas * Sperman * Inodoro Pereyra: su personaje más famoso, junto con * Boogie, el aceitoso. Este último se publicó en diarios uruguayos y colombianos . También se han publicado libros con recopilaciones del personaje en Brasil e Italia. Novelas [editar] * Best Seller (las aventuras del mercenario sirio homónimo)(1981) * El área 18 (1982) * La gansada (1985)
Libros de cuentos [editar] * * * * * * * * * * * *
El mundo ha vivido equivocado (1982) No sé si he sido claro (1986) Nada del otro mundo (1987) El mayor de mis defectos (1990) Uno nunca sabe (1993) La mesa de los galanes (1995) Los trenes matan a los autos (1997) Una lección de vida (1998) Puro Fútbol (2000) Te digo más ... (2001) Usted no me lo va a creer (2003) El rey de la milonga (2005)
Obras [editar] Muchos de sus cuentos fueron dramatizados y convertidos en obras teatrales o televisivas. Se han escenificado más de cinco versiones de Inodoro Pereyra, la última de ellas por el elenco El Galpón, de Montevideo.
Roberto Fontanarrosa "El mundo ha vivido equivocado" Roberto Fontanarrosa nació en Rosario en 1944. Ha publicado hasta el momento Best Seller, El área 18 y La Gansada (novelas). Los trenes matan a los autos, No sé si he sido claro, Nada del otro mundo, El mayor de mis defectos, El mundo ha vivido equivocado, Uno nunca sabe y La Mesa de los Galanes (cuentos). En materia de humor gráfico, a las series de sus personajes Inodorfo Pereyra y Boogie el Aceitoso se suman El fútbol es sagrado, Fontanarrosa de penal, Semblanzas deportivas, El sexo de Fontanarrosa. El segundo sexo de Fontanarrosa, Fontanarrosa y los médicos, Los clásicos según Fontanarrosa, Sperman, Fontanarrisa, ¿Quién es Fontanarrosa?, Fontanarrosa y la pareja, Fontanarrosa y la política, Fontanarrosa continuará, Fontanarrosa contra la cultura, Fontanarrosa y el fútbol, Fontanarrosa es Mundial y 20 años con Inodoro Pereyra.
—¿Sabés cómo sería un día perfecto? —dijo Hugo tocándose, pensativo, la punta de la nariz. Pipo meneó la cabeza lentamente, sin mirarlo. Estaba abstraído observando algo a través de los ventanales.
—Suponete... —enunció Hugo entrecerrando algo los ojos, acomodándose mecánicamente el bigote, corriendo un poco hacia el costado el sexteto de tazas de café que se amontonaba sobre la mesa de nerolite-... que vos vas de viaje y llegás, ponele, a una isla del Caribe. Qué sé yo, Martinica, ponele, Barbados, no sé... Saint Thomas. —¿Martinica es una isla? —preguntó Pipo, aún sin mirarlo, hurgando con el índice de su mano izquierda en su dentadura. —Sí. Creo que sí. Martinica. La isla de Martinica. Pipo aprobó con la cabeza y se estiró un poco más en la silla, las piernas por debajo de la mesa, casi tocando la pared. —Llegás a la isla —prosiguió Hugo—... Solo ¿viste? Tenés que estar un día, ponele. Un par de días. Entonces vas, llegás al hotel, un hotel de la gran puta, cinco estrellas, subís a la habitación, dejás las cosas y bajás a la cafetería a tomar algo. Es de mañana, vos llegaste en un avión bien temprano, entonces es media mañana. Bajás a tomar algo. —Un jugo —aportó Pipo, bostezando, pero al parecer algo más interesado. —Un jugo. Un jugo de tamarindo, de piña... —De guayaba, de guayaba —corrigió Pipo. —De guayaba, de esas frutas raras que tienen por ahí. Calor. Hace calor. Vos bajás, pantaloncito blanco livianón. Camisita. Zapatillitas. —Deportivo. —Deportivo. —Tipo tenis. —No. No. Ojo, pantaloncito blanco pero largo ¿eh? No short. No. Largo. Livianón. Bajás... Poca gente. Música suave. Cafetería amplia. Te sentás en una mesa y... se ve el mar ¿No? Se ve el mar. El hotel tiene su playa privada, como corresponde. Poca gente. Poca gente. No mucha gente. No es temporada. Porque tampoco vos vas de turismo. Vos vas por laburo. Una cosa así. —Claro. —Pipo aprobó con la cabeza y saludó con un dedo levantado al Chango que se iba con una rulienta. —Entonces ahí —Hugo estiró las sílabas de esas palabras anunciando que se acercaba el meollo de la cuestión—... a un par de mesas de la mesa tuya: una mina, sentadita. Desayunando. —Sola —por primera vez Pipo mira a Hugo, frunciendo el entrecejo. Hugo arruga la cara, dudando. —Sola... o con un macho. Mejor con un macho ¿viste? Pero, la mina, te juna. Te marca. No alevosamente, pero, registra. La mina, muy buena, alta rubia, ojos verdes, tipo Jacqueline Bisset. —Me gusta. —La mina, poca bola. Marca de vez en cuando, pero poca bola. —Jacqueline Bisset no es rubia.
—¿No es rubia? ¿Qué es? Castaña. —Sí, castaña, castañona. —Bueno... Pero ésta es rubia. Remerita azul, pantaloncitos blancos. Cruzada de gambas, fumando. Hablando con el tipo, recostada en el respaldo del silloncito. Esos silloncitos de caña. —¿Silloncitos de caña? ¿En una cafetería? —dudó Pipo. —Bueno, no —admitió Hugo—. Uno de esos comunes. O como éstos —giró un poco el torso y pegó dos tincazos cortos contra el plástico de un respaldo—. Pero con apoyabrazos ¿me entendés? Porque la mina está estirada, así, para atrás, medio alejada de la mesa. Mirando al tipo, cruzada de gambas. O sea, queda de perfil a vos. Pero... ¿qué pasa? —¿Qué pasa? —La mina se aburre. Se nota que se aburre. El tipo chamuya algunas boludeces y la mina hace así con la cabeza —Hugo imita gesto de asentimiento— pero se nota que se hincha las pelotas. —Y claro, loco... —Entonces, entonces... —Hugo toca levemente el antebrazo de Pipo llamando su atención— Vos empezás a hacerte el bocho. Con la mina. ¿Viste cuando vos empezás a junar a una mina y no podés dejar de mirarla? ¿Y que entrás a pensar: "Mamita, si te agarro"? Vos te empezás a hacer el bocho. Claro, te hacés el boludo... —Porque está el macho. —No. Pero el macho no calienta. Porque está de espaldas. No te ve. No te ve. Vos te hacés el boludo por si la mina mira. Cosa de que no vaya a ser cosa que mire y vos estás sonriendo como un boludo, o que le hagás una inclinación de cabeza... —O que se te esté cayendo un hilo de baba sobre la mesa. —Claro, claro —se rió, definitivamente entusiasmado con su propio relato Hugo, haciendo gestos elocuentes de refregarse la boca con el dorso de la mano y limpiar la mesa con una servilleta de papel—. No. No. Vos, atento, atento, pero digno. Tipo Mitchum. Tipo Robert Mitchum. —Bogart, loco. Vamos a los clásicos. —Sí. Una cosa así. Fumando el hombre. Medio entrecerrados los ojuelos por el humo del faso. Un duro. —Sí. A esa altura yo ya estaría duro. —También. También. Pero con dignidad —sentenció Hugo—. Porque por ahí te tenés que levantar y tenés que salir encorvado como el jorobado de Notre Dame y ahí se te va a la mierda el encanto. Cagó el atraque. No. Vos, en la tuya. Juguito, un par de sorbos vichando por encima de las pajitas ésas de colores... —Los sorbetes. —Los sorbetes. Una pitada. Mirando de vez en cuando al mar. Pero vos siempre atento a la rubia que balancea lentamente la piernita y a vos... —A vos te corre un sudor helado desde la nuca... —Desde la nuca hasta el mismo nacimiento de los glúteos. Y una palpitación en la garganta... ¿viste? como los sapos. Que se les hincha la garganta. —Lindo espectáculo para la mina si te mira.
—No pero eso te parece a vos desde adentro —Hugo golpea con uno de sus puños contra su pecho—. No. Vos, un duque. Un duque. Y... ¿viste? ¿Viste cuando vos decís: "Viejo, si esta mina me da bola yo me muero. Me caigo al piso redondo" Y que medio agradecés que la mina esté con un macho porque te saca de encima el compromiso de tener que atracártela. Pero por otro lado vos decís: "¿Cómo carajo no me le voy a tirar, si esta mina es un avión, un avión?" ¿Viste? —Típico. —Pero vos, claro, perdedor neto, también pensás: "Esta mina, ni en pedo me puede dar bola a mí". Porque es una mina de ésas de James Bond, de ésas bien de las películas. Un aparato infernal. Digamos, todo el hotel es de las películas. Con piletas, piscinas, parques, palmeras, cocoteros, playa privada... —Catamaranes. —Surf, grones, confitería con pianista, negro también. Una cosa de locos. Entonces vos decís: "Esta mina no me puede dar bola en la puta vida de Dios". Pero, pero... —Al frente —indicó Pipo, con la mano. —¡Al frente, sí señor! —se enardeció Hugo—. Al frente. Y por ahí, por ahí... el tipo se levanta. —El tipo que está con la mina. —El tipo que está con la mina se levanta y se pira. Le da un besito en la boca, corto, y se pira. A vos medio se te estruja el corazón porque pensás: "si el tipo éste la besó en la boca, es el macho. No hay duda". Pipo meneó la cabeza, dudando. —Porque uno siempre al principio tiene esa esperanza —prosiguió Hugo—, "Puede ser el hermano", piensa, "un amigo" "o el tío", que sé yo... —O una tía muy extraña que se viste de hombre. —También. —Una institutriz de esas alemanas. Muy rígidas —documentó un poco más su aporte Pipo. —Claro. Claro. Pero cuando el tipo le zampa un beso en la trucha ya ahí medio que se te acaban las posibilidades —Hugo se corta. Se queda pensando—. Aunque viste cómo son los yanquis. Se besan por cualquier cosa —aclara—. Ahí viene una mina y te da un chupón y es cosa de todos los días. —¿Sí? —Sí. Bueno, bueno. La cuestión que la mina se ha quedado sola en la mesa. El tipo se piró. Se fue. Y la rubia está en la mesa, mirando el mar. Balanceando la piernita. Y ahí te agarra el ataque. Ahí te agarra el ataque. ¡Está servida, loco! Sola y aburrida. Rebuena, para colmo. —¡Qué te parece! —Claro, primero vos esperás. Te hacés el sota y esperás. Porque en una de esas vuelve el marido. O el tipo ése que estaba con ella y es un quilombo. Entonces vos te quedás en el molde. Y te empieza a laburar el marote de que si te vas y te sentás con ella. ¿Qué carajo le decís? —Y además la mina habla en inglés. —No sé. No sé. Eso no sé —vacila Hugo.
—¿La mina no es norteamericana? —No sé. Porque vos no la escuchás. Vos la viste que está ahí chamuyando con el tipo pero no escuchás en qué habla. —Y... si habla en inglés te caga. —Sí, sí —admite Hugo, turbado— pero esperá... —Bah. Si habla en inglés, o en francés o en ruso, te caga. —Pará, pará. —Vos inglés no hablás, que yo sepa. — ¡Pará, pará! —se enoja Hugo. —Porque nosotros, acá, porque manejamos el verso, pero si te agarra una mina que no hable castellano... —Oíme boludo. Pará. ¿Vos sos amigo mío o amigo de la mina? La mina puede ser francesa, por ejemplo, y saber un poco de castellano. —O española —simplifica Pipo—. La mina es española. —¡No! Española no. Dejame de joder con las españolas. —¿Por qué no? —Las españolas son horribles. Tienen unos pelos así en las piernas. —Sí, mirá la Cantudo. —No, no —se empecina Hugo—, dejame de joder con la Cantudo. La mina es una francesa tipo, tipo... — ¿Por qué no la Cantudo? —Tipo... ¿Cómo se llama esta mina? —Hugo golpetea con un dedo sobre el nerolite. —Romy Schneider. —No. No. Esta mina que canta... —A mí dejame con la Cantudo y sabés... —¡No rompás las bolas con la Cantudo! ¿Cómo se llama esta mina? —Hugo señala con el dedo a Pipo, ya cabrero— Mirá, el día que vos me vengas con tu día perfecto, muy bien, que la mina sea la Cantudo. Pero yo te estoy contando mi día. Además esta mina es rubia. —Bueno —aprueba Pipo, reacomodándose algo en la silla—. La próxima vez que me cuentes tu día perfecto, vos quedate con la rubia. Pero que la rubia esté con la Cantudo y salimos los cuatro. Así... —Está bien, está bien —concede Hugo sin dejar de rebuscar en su memoria— ¡Françoise Hardy! ¡Françoise Hardy! Un tipo así. —Tampoco es del todo rubia. —Bueno, pero de ese tipo. De cara medio angulosa. Jetona. Más rubia, eso sí. Y con esa voz así... profunda.
—Oíme —cortó Pipo—. Si no la escuchaste hablar. Decías... —La mina es francesa —se embaló Hugo—. Pero habla castellano porque ha vivido un tiempo en Perú. ¿Viste que los franceses viajan mucho a Perú? —¿Sí? —se interesa Pipo—. Se acomoda definitivamente erguido en la silla, gira y con un gesto pide otro café a Molina, el morocho, que está descansando contra la barra, aprovechando la poca gente de las once de la noche. —Claro. Porque esta mina es una mina del jet-set. Una arqueóloga o algo así, que viaja por todo el mundo. —Una cosmetóloga. —O dirige una línea internacional de cosmética. Una línea suiza de cosmética —sopesa Hugo—. O diseña moda. Habla varios idiomas. Y entonces habla castellano con un acento francés, arrastra las erres... —Como el dueño del hotel donde para Patoruzú —ejemplifica Pipo. —Eso. Y tiene una voz profunda. Medio áspera. Como Ornella Vanoni. —Ajá, ajá. Me gusta —aprueba Pipo, dispuesto a colaborar mientras se echa algo hacia atrás para permitir que Molina le deje, sin una palabra, un café, un vaso de agua, tire otros saquitos de azúcar junto al cenicero y apriete un nuevo ticket bajo la pata del servilletero. —La cuestión es que la mina se quedó sola en la mesa, fumando —recupera el hilo Hugo— y vos estás ahí, haciendote el bocho, viendo cómo carajo hacés para atracártela. Para colmo todavía no sabés en qué carajo habla esta mina. Entonces, entonces, empezás a junar las pilchas, los zapatos, la remera, los cigarrillos que la mina tiene sobre la mesa para ver si dicen alguna marca, algún dato que te bata más o menos de dónde es la mina. La mina llama al mozo. Paga su cuenta. Vos ahí parás la oreja para ver si agarrás en qué habla, pero la mina habla en voz baja, como se habla en esos ambientes internacionales... —Además la mina con esa voz profunda que tiene... —Pipo ha terminado de sacudir rítmicamente la bolsita de azúcar y se dispone a arrancarle uno de los ángulos. —Claro. Agarra un bolso que tiene sobre otro sillón y ahí... ahí... Primero... —se autointerrumpe Hugo— cuando se para, ahí te das cuenta realmente de que la mina es un avión aerodinámico. De esas minas elegantes, pero que están un vagón. De ésas flacas pero fibrosas, ésas que juegan al tenis y que vos les tocás las gambas y son una madera. Entonces ahí, en tanto la mina se acomoda el bolso sobre el hombro y agarra los puchos y el encendedor de arriba de la mesa... —Los puchos son Gitanes —documenta Pipo. —Claro. Los puchos son Gitanes y tiene ¿viste? atado a una de las manijas del bolso, un pañuelo de seda, fucsia. Bueno, ahí, cuando la mina se levanta. Se da vuelta. Y te mira. —¡Mierda! —Te mira ¿viste? —Hugo está envarado sobre la silla, tenso. Una mano en el borde del asiento y la otra sobre el borde de la mesa. Los ojos algo entrecerrados miran fijo en dirección a la ventana que da a calle Sarmiento—. Te mira un momentito, pero un momentito largón. Ya no es la mirada de refilón... eh... la mirada de rigor de cuando uno mira a una persona que entra o que se te sienta cerca. No. No. Una mirada ya de interés. Profunda. —Ahí te acabás. —No. Vos... un hielo. Le mantenés la mirada. Serio. Sin un gesto. Como diciendo "¿Qué te pasa, cariño?". Claro, por dentro se te arma tal quilombo en el mate, se te ponen en cortocircuito todos los cables. "Uy, la
puta que lo reparió, no puede ser", decís. "No puede ser. Dios querido". Pero le sostenés la mirada hasta que la mina da media vuelta y se va para la playa con el bolso al hombro. —Y... —se sonríe Hugo— ¿Viste cuando las minas se dan cuenta de que las están junando, entonces caminan un poquito remarcando más el balanceo? —Hugo oscila sus propios hombros y el torso— ¿así? La mina se va para la playa, despacito. Matadora. Claro. Vos estás paralizado en la silla, tenés la boca seca y si te mandás un trago del jugo te parece que tragas papel picado. Cualquier cosa parece. Te zumban los oídos. —Te sale sangre por la nariz. —No. No. Porque ya te recuperaste. Ya te recuperaste —ataja Hugo—. Y ya empezás a sentir ¿viste? Esa sensación, esa sensación, ese olfato, esa cosa... de la cacería. ¿No? Para colmo, para colmo —Hugo vuelve a poner su mano sobre el antebrazo de Pipo para concentrar su atención. —Ahá... —Para colmo, la mina llega al ventanal, todo vidriado. Porque la parte de la cafetería que da al mar es puro vidrio —asesora Hugo—. Entonces cuando la mina llega a la parte de la puerta donde ya sale a la parte de playa, que hay una explanada y después está la arena, se para. Se para en la puerta, ¿viste? Como deslumbrada por el sol. Y mira para todos lados. Busca algo adentro del bolso con un gesto como de fastidio... —Los lentes negros. —Algo así. Lo que pasa es que la mina está aburrida. Y en eso, antes de salir ya del todo, gira un poco. Y te vuelve a mirar... —Ahh... jajajá... —ríe nervioso Pipo. —¿Viste cuando de golpe una mina te mira y vos no sabés...? —Sí. Si te mira a vos o a alguien de atrás. —Claro, claro, eso —se enfervoriza Hugo—. Que vos te das vuelta para ver si atrás no hay otro tipo, qué sé yo. Como para asegurarte. —Sí, sí —se vuelve a reír Pipo. —Pero no. La mina te vuelve a mirar a vos. Ya no tan largo, pero... —Está con vos. —Está con vos. —La mina siempre seria —casi pregunta Pipo. —Ah, sí. Sí. Seria. Juna pero ni una sonrisa. Los ojitos nada más. No. No se regala. Digamos... —Insinúa. —Eso. Insinúa... Entonces, vos, llamás al mozo. ¿Viste? —se divierte Hugo. Hace voz afónica— "Mozo"... No te sale ni la voz. Tenés la garganta seca. "Mozo". Firmás tu cuenta y ahí no más te mandás para la habitación. A los pedos. —A la habitación. —Claro. Porque vos ya viste que la mina se fue para la playa. O sea, la tenés ubicada y un poco la seguridad de que la mina se va a quedar ahí. Entonces vas a la habitación y te pones la malla, cazás una toalla. Una revista...
—Ah. Eso sí. Imprescindible. Un libro... —Sí. Sí, sí. Un libro, una revista, cualquier cosa, para llevar debajo del brazo y salís rajando para la playa cosa de que no vaya a aparecer algún otro y te primeree. Bajás y te mandás a la playa. Como siempre pasa, la primer ojeada que das, no la ves. Ahí te puteás, decís "¿Para qué mierda me fui arriba a cambiar?". Y te desesperás. Pero por ahí la ves que viene caminando, entre alguna gente que hay, tomando una Coca Cola que ha ido a comprar. La mina te ve pero se hace la sota. Se tira por ahí, en una lona. No, en una de esas reposeras y se pone a tomar sol. Medio se apoliya. —Ahí te cagó. —No. Bueno. Al fin te la atracás —sintetiza Hugo. —Ah no. ¡Qué piola! —se enerva Pipo—. Así cualquiera. Es como en esas películas donde un tipo dice "me voy a atracar a esa mina" y después ya aparece con la mina, charlando lo más piola, encamado. Y no te dicen cómo el tipo se la atracó. Que es la parte jodida. —Bueno. Pará. Pará —contemporiza Hugo—. Vos te quedás vigilando. Ves por ejemplo que no hay ningún peligro cercano. Ningún tipo, algún tiburonazo como vos que ande rondando. O hay algún tipo con su mujer que vicha pero se tiene que quedar en el molde pero además vos viste cómo son estas cosas. Los yanquis, los ingleses por ahí ven una mina que es una bestia increíble y no se les mueve un pelo. Ni se dan vuelta. No dan bola. No son latinos. Entonces vos ves que no hay peligro cercano y planeás la cosa. Vos tenés una situación privilegiada. Estás solo. Tenés tiempo. Tenés guita... —No como acá. —Claro. Además ahí no te juna nadie. No hay quemo posible. Entonces por ahí te vas un poco al mar, nadás, hacés la plancha. Y cuando volvés ves que la mina está leyendo. En la reposera, pero leyendo. Entonces vos, desde tu puesto de vigilancia, ni muy cerca ni muy lejos, te ponés también a leer. Por ahí te dan ganas, ¿viste? —Hugo busca las palabras—, de largar todo a la mierda, cazar un bote, alquilar un catamarán y disfrutar un poco en lugar de andar sufriendo por una mina que por ahí... Pero claro, cuando la mirás y por ahí la ves mover una piernita, sacudir un poco el pelo rubio se te queman todos los papeles. Te hacés el bocho como un loco. Se te seca de nuevo la garganta. —Venís muerto. —Lógico. En eso la mina se levanta y se va para un barcito que hay en la playa, muy bacán. Ese es el momento, es el momento... Lo que vos me pedías que te explicara. —Claro —parece que se disculpara Pipo— porque si no, es muy fácil... —La mina va, se sienta en un taburete, debajo de esos quinchos, ¿viste?, como de paja, cónicos, pero grande, porque ahí está el bar. Y vos vas y te sentás al lado. Ya sin hacerte tanto el boludo, ya, ya en la lucha. Y ahí vas a los bifes. Le preguntás, por ejemplo "¿usted es norteamericana?" En un tono monocorde, casi digamos, periodístico. Sin sonrisitas ni nada de eso. Ahí la mina te mira un momento, fijamente y es cuando... —Te cagás en las patas —dictamina Pipo. —¡Claro! ¡Claro! Porque ése es el momento crucial. Ahí se juega el destino del país. Si la mina se hace la sota y mira para otro lado. O dice "sí" caza el vaso y se alza a la mierda, perdiste. Perdiste completamente. Pero no. La mina te mira, dice: "Sí". "Sí ¿por qué?". Y se sonríe. —¡Papito! —¡Papito! ¡Vamos Argentina todavía! ¡Se viene abajo el estadio! —Hugo se sacude en la silla— ¿Viste esas minas que son serias, que no se ríen ni de casualidad, pero que por ahí se sonríen y es como si tuvieran un
fluorescente en la boca? ¿Qué vos no sabés de dónde carajo sacan tantos dientes? Una cosa... —Hugo estira la comisura de los labios con los dientes de arriba tocándose apretadamente con los de la fila inferior. —Como la Farrah Fawcett. —Sí. Que es una particularidad de las modelos —asesora Hugo— Están serias, de golpe le dicen "sonreí" y ¡plin! encienden una sonrisa de puta madre que no sabés de dónde la sacan... Bueno, la rubia te mira, te dice "sí ¿por qué?" y... —Te da el pie. —Claro. Te da el pie, para colmo. Entonces vos decís "permiso", el barrio es el barrio, y te sentás en el taburete de al lado y entrás al chamuyo... —Hugo lleva dos o tres veces el dedo índice de su mano derecha a la boca y lo hace girar hacia adelante como quien desenrolla algo. Pipo hace un gesto escéptico. —Muy facilongo lo veo —dice. —Lo que pasa es que la mina está con vos. Está con vos. La mina ya tiene decidido que te va a dar bola. No va a andar haciendo las boludeces de hacerse la estrecha o esas cosas. Es una mina que está en el gran mundo internacional y sabe lo que quiere. La mina va a los bifes. No se regala pero va a los bifes. Si le gusta un tipo le da pelota de entrada y a otra cosa. —Eso es cierto. Esas minas son así. —Entonces vos empezás el chamuyo. Ya tranquilo. Ya gozando la cosa porque sabés que la cosa viene bien, ya estás en ganador y medio que ya te estás haciendo la croqueta pensando que te vas a llevar la rubia para la pieza del hotel y esas cosas. Ya entrás a disfrutar, ahí, vos, ganador. Garpás los tragos, tirás unas rupias sobre el mostrador al grone y te vas con la mina para las reposeras. La mina, claro, una bola bárbara. Y vos ves que los tipos te junan como diciendo "hijo de puta, se levantó el avión ése". Pero vos, un duque, fumás, te hacés el sota y la ves caminar a la rubia adelante tuyo, en la arena, ahí, el pantaloncito ajustado y pensás "Dios querido ¡Y esta mina está conmigo!". Y bueno... —Bueno —suspira Pipo, aflojando un poco la tensión. El peor momento ya ha pasado. —En fin. Entonces escuchame como es la milonga. ¿No? La milonga del día perfecto. Al menos para mí. Primero, ahí, en la playa, con la rubiona. Un poco de natación, el mar, las olas. Alquilás un catamarán, te vas con la mina de recorrida. Y a eso de las seis, siete de la tarde, te mandás al bar y te das algún trago largo... —Un ron Barbados. —Puede ser. Puede ser. Fijate, fijate... —gesticula, calculador, Hugo—. Me gustaría más un gin-tonic. Un gin-tonic. —Loco, eso pedilo en Mombasa, en algún boliche de ésos. Pero no te pidas un gin-tonic en un lugar así. Con esa mina... —Grave error. Grave error. ¿Qué tomaban los tipos que aparecen en la novela de Hemingway, de ésas en el Caribe, Islas en el Golfo, por ejemplo? —Bacardí. —Bacardí ¡Y gin-tonic! Gin-tonic, mi amigo. Pero la cosa no es esa. No es que vos vayas a pedir tal o cual trago. No. La cosa es que no te des con algún trago que te tire a la lona. Tenés que tomar algo que más o menos sepas que te la aguantás. Algo que te achispe, que te ponga vivaracho pero que no te haga pelota. Mirá si todavía que ya tenés la mina en casa te levantás un pedo que flameás o te descomponés y después andás con diarrea, te cagás ahí en el lobby del hotel...
—Vomitás —se asqueó Pipo. —Vomitás. Le vomitás las pilchas a la mina. Un asco. No. No. Por eso, por eso, pedís algo sobrio, que vos sabés que te la aguantás y que te ponga ahí, en el umbral de la locura para acometer el acto... el acto... el acto carnal. Además vos ves que el asunto viene sobrio. Sin espectacularidad. No te vas a pedir tampoco uno de esos tragos que vienen adentro de un coco partido por la mitad, que adentro le meten flores, guirnaldas, guindas, que lo tomás con pajita. Eso es para las películas de Doris Day que todos bailaban en bolas al lado de la pileta... —Doris Day. Qué antigüedad. —No. Vos te pedís entonces un gin-tonic. La mina alguna otra cosa así. Ahí charlás un ratito. La mina muy piola. Muy bien. Muy agradable. Simpática. —Muy bien la mina —certificó Pipo, como asombrado. —Sí. Sí. Una mina de unos 26, 27 años. No una pendeja. Casada. Bien en su matrimonio. Bien. Que sabe lo que está haciendo. La mina quiere pasar bien esa noche, y a otra cosa. —Claro. —Claro. Ninguna complicación. No es de las que te va a hacer un quilombo al día siguiente ni nada de eso. La mina sabe cómo son estas cosas. —No. No se te va a venir a la Argentina tampoco. —¡Nooo! ¡No! No es de ésas que agarran el teléfono y te dicen "Arribo a Fisherton mañana". Y se te arma tal despelote. No nada de eso. Entonces... —Entonces. —Entonces, son como las siete, las ocho de la tarde —el relato de Hugo se hace moroso— Te vas con la rubia a la habitación del hotel. —¿A la tuya o a la de la mina? —A cualquiera. Allá no es como acá que por ahí te agarra el conserje y no te deja entrar con la mina en la pieza. Allá no hay problemas. Te vas con la mina a la habitación. No. Mejor le decís a la mina que vaya a su habitación. Vos vas a la tuya y te das una buena ducha. —Te sacás toda la arena. —Claro, te sacás la arena. Los moluscos que te hayan quedado pegados. Y te vas a la pieza de ella. —Hugo hace un pequeño silencio contenido. Y bueno. Ahí, viejo ¿para qué te cuento? —sigue—. Te echás veinte, veinticinco polvos. Cualquier cosa. —¿Veinticinco, che? —duda Pipo. —Bueno... Dejame lugar para la fantasía. Bah... Te echás cinco, seis. De esas cosas que ya los dos últimos la mina te tiene que hacer respiración boca a boca porque vos estás al borde del infarto... —Sí. Que ya lo hacés de vicioso. —Claro. Pero que te decís: "Hay un país detrás mío." No es joda. —Muy lindo, che. Muy lindo —aprueba Pipo, que se ha vuelto a repantigar en la silla y manotea, distraído, el paquete de cigarrillos.
—No. No —le llama la atención Hugo—. No. Ahora viene lo interesante. Porque yo te digo una cosa. Te digo una cosa... eh... Pipo. Te digo una cosa Pipo: El mundo ha vivido equivocado. El mundo ha vivido equivocado. Yo no sé por qué carajo en todas las películas el tipo, para atracarse la mina, primero la invita a cenar. La lleva a morfar, a un lugar muy elegante, de esos con candelabros, con violinistas. Y morfan como leones, pavo, pato, ciervo, le dan groso al champán mientras el tipo se la parla para encamarse con ella. Yo, Pipo, yo, si hago eso... ¡me agarra un apoliyo! Un apoliyo me agarra, que la mina me tiene que llevar después dormido a mi casa y tirarme ahí en el pasillo. O si no me apoliyo me agarra una pesadez, un dolor de balero. Eructo. —Y eso no colabora. —No. Eso no colabora —Hugo se pega repetidamente con la punta de los dedos agrupados en la frente—. ¿A quién se le ocurre, a quién se le ocurre ir a encamarse después de haber morfado como un beduino? Es como terminar de comer e ir a darte quince vueltas corriendo alrededor del Parque Urquiza. Hay que estar loco. —Sí. Es cierto. —Por eso te digo. El mundo ha vivido equivocado. Yo no sé cómo hacían los galanes esos de cine que se iban a encamar después de comer. —Es la magia del cinematógrafo, Hugo. Hay que admitirlo. —Pero en este día perfecto que te digo yo —puntualiza, orgulloso, Hugo— vos terminás de echarte los quince polvos con la rubia, te levantás hecho un duque. Te pegás una flor de ducha, cosa de quitarte de encima los residuos del pecado y ¿qué te pasa? Tenés un hambre de la puta madre que te parió. ¡Loco! No comés desde el desayuno. Acordate que no comés desde el desayuno que picaste alguna boludez. Y después no almorzaste porque un tipo que está de cacería no puede permitirse andar con sueño y hecho un pelotudo. Entonces, entonces... imaginate bien, eh. Prestá atención. Te empilchás livianito, la mina también. Ya es de noche, te has pasado cerca de tres horas cogiendo y la luna se ve sobre el mar. Está fresquito. No hay ese calor puto que suele haber acá. Ahí refresca de noche. Vos abrís bien las puertas de vidrio que dan al balconcito y desde abajo se escucha la música de una orquesta que es la que anima el bailongo que se hace abajo, porque hay mesitas en los jardines, entre las palmeras y ahí los yankis cenan y esas cosas. Vos no. Vos como un duque, pedís el morfi en la habitación. ¡Imaginate vos! —Hugo reclama más atención de parte de Pipo— Vos ahí te sentís Gardel. Acabás de encamarte con una mina de novela. Estás en un lugar de puta madre, tenés un hambre de lobo. Sabés que tenés todo el tiempo del mundo para comer tranquilo. La mina es muy piola y agradable y no te hace nada, al contrario, te gratifica que ella se quede con vos después de la sesión de encame. No es de esas minas que después de encamarte tenés unas ganas locas de decirle "nena, ha sido un gusto haberte conocido; ahora vestite y tómatela que tengo un sueño que me muero y quiero apoliyar cruzado en la cama grande". No. La mina es un encanto. Entonces te hacés traer un vino blanco helado, pero bien helado de esos que te duelen acá —Hugo se señala entre las cejas— ¡Bien helado! —¡Papito! —Porque también tenés una sed que te morís. Te has pasado todo el día en la playa, bajo el sol. Y además después de un enfrentamiento amoroso de ese tipo si no tenés a tiro un buen vino blanco pronto capaz que te chupás hasta el bronceador. —La crema Nivea. —Y ahí te sentás con la rubia —Hugo se arrellana en su silla, hace ademán de apartar las cosas de la mesita — y le entrás a dar a los mariscos, los langostinos, la langosta, algún cangrejo, con la salsita, el buen pancito. Pero tranquilo, eh, tranquilo... sin apuro. Mirando el mar, escuchando el ruido del mar. Sos Pelé. Sos Pelé. —Alguna que otra cholga —aventura Pipo.
—Sí, señor. Alguna que otra cholga. Pulpo. Mucho pulpito. Y siempre vino ¿viste? Le das al blanco. Sin apuro. Ahí es cuando entrás a charlar con la mina de cosas más domésticas. De la casa. De la familia. Cuando ya no es necesario hacer ningún verso. —Cuando ya te aflojás. —Claro. Ese momento es hermoso. Entonces le contás de tu vieja. De tus amigos. Que tenés un perro. Que de chico te meabas en la cama. La mina te cuenta de su granja en Kentucky. Que le gustan los helados de jengibre. Pero ya tranquilo. Estás hecho. Estás hecho. Porque si vos morfás antes de encamarte —vuelve a la carga Hugo—, por más que te sirvan el plato más sensacional y lo que más te gusta en la vida a vos no te pasa un sorete por la garganta porque tenés el bocho puesto en la mina y en saber si te va a dar bola o no te va a dar bola. Comés nervioso, para el culo, te queda el morfi acá. La mina te habla de cualquier cosa y vos estás pensando "Mamita, si te agarro" y no sabés ni de qué mierda está hablando ella ni qué carajo le contestás vos. Es así. ¿Es así o no es así? —Es así. —Entonces ahí, después de morfar como un asqueroso, después de bajarte con la rubia dos o tres tubos de blanco, vos vas sintiendo que te entra a agarrar un apoliyo ¡pero un apoliyo! Sentís que se te bajan las persianas. —Ahí es cuando uno ya se entra a reír de cualquier pavada. —¡Eso! ¡Claro! —se alboroza Hugo por el aporte de Pipo—, que te reís de cualquier cosa. Bueno, ahí, te vas al sobre. Sabés, además, que podés al día siguiente dormir hasta cualquier hora porque vos te vas, ponele, a la noche del día siguiente. Y te acostás con la rubia, ya sin ningún apetito de ningún tipo, sólo a disfrutar de la catrera. Te vas hundiendo en el sueño. Te vas hundiendo. Está fresquito. Entra por la ventana la brisa del mar. Oís el ruido del mar. Un poco la música de abajo... Hugo se queda en silencio, mordisqueándose una uña. Casi no hay nadie en El Cairo. Pipo también se ha quedado callado. Bosteza. Mira para calle Santa Fe. Hugo busca con la vista a Molina, que está charlando con el adicionista. Levanta un dedo para llamarlo. Molina se acerca despacioso pegando al pasar con una servilleta en las mesas vacías. —Cobrame —dice Hugo.
Roberto Fontanarrosa: "Nunca tomé a la pareja como un compromiso eterno" Se separó después de 30 años. Dice que fue una experiencia dolorosa, aunque no lo considera un fracaso. Ahora está de nuevo en pareja. Martes 27 de enero de 2004 Tiempo estimado de lectura 6'16''
Todo me hace pensar que cuando me siente a charlar con Fontanarrosa voy a querer hacerme amiga. La cita, obviamente, es en un café. A un hombre polifacético como vos, ¿cómo le gusta que lo presenten? Es difícil. En la tarjeta de embarque yo naturalmente pongo dibujante. Si fuera necesario definir la cosa un poco más, creo que pondría narrador. Me gusta contar cosas: a algunas las cuento a través del dibujo, a otras a través del texto. Pero me parecería totalmente lógico poner periodista: trabajé toda mi vida en los medios (N. de R.: publica en Clarín desde el 73). Podés poner muchas cosas y no mentís. Publicitario, por ejemplo... (Interrumpe) Padre, padre de familia. Lo que a mí más me ha modificado, me ha cambiado, es la cuestión de la paternidad. Recién cuando tenés hijos modificás la escala de valores. Por ahí suena demasiado pretencioso, pero la obra propia —a medias— que uno puede aportar a una sociedad es un hijo o una hija, una buena persona, más que los libros y todas esas pelotudeces que hacemos. Por la complejidad de la obra, del producto, ¿no? Una buena persona. No lo había pensado. Me corre frío por la espalda al pensar que le voy a aportar a la sociedad a una de mis hijas. No se las quiero aportar. (Risas) No, claro. Egoístamente yo hubiera querido que mi hijo se hubiera quedado viviendo en el patio de mi casa, pero está viviendo en Buenos Aires y yo vivo en Rosario. "Aportar a la sociedad", es excesivo, pero dejar a un buen tipo, me parece más importante que dejar un buen libro. Franco, tu hijo, es un tipo muy buen mozo. ¿Qué te asombra? ¿De dónde viene tu asombro? (Risas). Mi viejo era un tipo realmente pintón, al estilo de aquella época. No lo decía para compararlo con vos, lo decía por lo del aporte. Sí, he dejado algo estéticamente válido (risas). Qué difícil esto de que viva en Buenos Aires, ¿no?
Es hijo único, yo fui padre cuando ya era grande. Ya tenía treinta largos. Igual siempre viví con inquietud porque él decía que se quería ir a los Estados Unidos. El hecho de que haya venido a Buenos Aires, es mejor. Está cerca, muy cerca, comparado con Estados Unidos... ¿Alguna vez consideraste seriamente el hecho de mudarte de Rosario? Yo creo que en algún momento de la dictadura todos los argentinos consideramos mudarnos por temor. Como yo soy muy aquerenciado, creo que me daba más miedo irme que quedarme. Nunca lo pensé seriamente, porque además hay otra cosa: el humorista no puede trabajar en cualquier lado. ¿Cuánto tiempo me llevaría detectar los temas comunes en España, por ejemplo? No es tan fácil, si uno quiere hacer un humor ligado a la gente que lo rodea. Yo no soy de fácil desarraigo. Nunca me fui de Rosario, en definitiva. Si es que se pueden resumir en una respuesta, ¿qué variables existen para que tires un chiste a la basura? Es difícil que aborde un chiste sobre el cual tengo dudas. Es decir, que lo haga y después lo tire: lo desecho antes de pasarlo a tinta. El verdadero desafío es sobre qué hablo y cómo lo digo. No tengo expectativas plásticas muy grandes, no soy un gran dibujante, comparado con algunos colegas y amigos muy virtuosos. Uno trabaja todos los días, pero hay dos o tres en los que tenés una mayor facilidad personal, estás mejor predispuesto, la noticia ayuda, confluencia de astros, de eso que no creíamos: Sagitario con Escorpio, el Año del Mono, el calendario maya... (risas). ¿Cuánto tiempo libre necesitás para equilibrar las horas que le dedicás al trabajo? Defiendo a muerte el ocio no creativo, dejáme de romper las bolas con el ocio creativo. Yo defiendo mucho el tiempo al pedo, tanto como el del laburo. Aún intento jugar al fútbol, soy una cosa patética, pero el hecho de hacer un juego, lo que sea, hace que ese tiempo no estés pensando en el trabajo. Yo necesito algo que me limpie la cabeza. Habitualmente trabajo siete horas y media, termino a eso de las seis. Ahí caigo en el bar y estoy una hora y media boludeando con los amigos. ¿Hasta que te aburrís? Hasta que me da hambre y me voy a cenar. Si hay tiempo libre: ¿fútbol o libros? Si hay que elegir: fútbol. Segundo lugar, lectura. Puede ser el diario. En tercer lugar, ¿televisión? No. Por ahí, entre medio, están los amigos, la pareja. ¿Cómo es el camino hacia los 60? Uno se ha quedado pegado con palabras como sexagenario, que suena espantoso. En mí hay, como en toda la gente de cierta edad, una sensación de extrañeza. Hay recuerdos de infancia como muy, muy cercanos. Y digo: ¿cómo es posible que vaya a cumplir 59 años? Me
tranquiliza pensar que he aprovechado el tiempo, que he hecho una cosa que me gusta y que bien o mal tengo una producción detrás. Lo único importante que uno advierte son problemas de tipo físico, que ahora aparecen, pero hay que aprender a convivir con eso. Yo no he resignado tantas cosas: bien o mal sigo yendo a jugar al fútbol con los muchachos. Es como que todo sigue. ¿El número redondo te pega? - No, nunca me pegó eso. Vamos a ver. Todavía estoy a tiempo del soponcio. La gente de la edad de mi hijo me debe ver como a un tipo al borde de la muerte... Recuerdo un chiste tuyo sobre el paso de los años, "el señor estaba viendo televisión..." ¿Cómo era? - Sí, él le decía a su mujer: "cumplimos veinte años de casados, ¿falta mucho...?" (risas). Había uno de Quino que era más cruel: estaban dos viejitos y él le decía a ella: "Amalia, ¿nosotros qué éramos? ¿Esposos, primos o hermanos? Era terrible (risas). - Deprimente. - Lo que pasa es que no existen legalmente contratos a eternidad. Hasta devolvieron a Hong Kong y al Canal de Panamá (risas). - Estuviste 30 años en pareja con la misma persona. Supongo que imaginabas que era eterno. - Uno no aborda las relaciones de pareja para terminarlas, pero yo no lo tomé como un compromiso eterno. Nunca fue mi caso. La lógica indica que hay cosas que empiezan y se terminan. - Vos lo contás liviano, ¿fue fácil separarse después de tanto tiempo? - No, pero si estás mucho tiempo con una persona no lo podés considerar un fracaso en lo absoluto. Pero el proceso de separación es durísimo. No se lo deseo a nadie. Es muy duro, ineludiblemente tiene que ser doloroso, es una mutilación. - ¿El fútbol también te hace sufrir? - No a este punto, pero yo digo: ¿cómo puedo ser tan pelotudo que no puedo manejarlo? ¿Por qué estoy tan ansioso, nervioso y sufro tanto en los partidos? Aparte del fútbol, no encuentro ninguna otra motivación que me pueda hacer, de golpe, saltar y abrazar a un desconocido. Cuando nació mi hijo no tuve esa reacción. - ¿Seguís saltando y abrazándote por un gol de Central? - Sí, dejáme de joder. Hacemos un gol y nos abrazamos como locos. Es muy aglutinante con los amigos sufrir por lo mismo, alegrarse por lo mismo, armar programas en torno a... - Es realmente aburrido escuchar a un hombre hablar de fútbol. - Yo lo entiendo perfectamente porque el programa es juntarse a ver los mundiales, tres partidos, uno detrás de otro, los días de eliminatorias también.
- Y en esos horarios raros, se juntan y gritan. - Claro (risas). De afuera debe verse como la jaula de las locas. - ¿Qué tiene tu compañera actual que no tenga otra? - Es sencillo: me gusta. - ¿Por su sentido del humor, su inteligencia, su intuición...? - No, por ahí no. Porque hay otras personas que tienen exactamente esas mismas cosas y no me gustan. Ella me gusta. Ese es un buen resumen. - ¿Y qué es lo primero que te gusta de una mujer? - Hagamos la salvedad de que no hablo en mi nombre: hablo en nombre de la humanidad (risas). Yo considero que lo primero es físico. ¿Por qué me atrae una mujer? Porque está buena, gráficamente, visualmente... - ¿Gráficamente? (risas) Claro, porque laburo de eso ¿Viste que ahora es todo de "diseño". Comida de diseño... bueno, "la mujer de diseño" (risas). Me parece absolutamente lógico que, para mí, el primer punto de acercamiento sea gráfico.
CONGRESO DE ROSARIO
III Congreso Internacional de la Lengua
Roberto Fontanarrosa Escritor y humorista (Argentina) Yo le decía, a veces, a mi hijo —refiriéndome a su vestimenta—, que si él se toma su tiempo para la vestimenta y el peinado, en lo que más se tiene que fijar es en su manera de hablar porque creo que es lo mejor que lo muestra y que lo puede vestir y desvestir. Sigue teniendo prestigio, afortunadamente, hablar bien. Esta palabras estaban destinadas, originariamente a ser dichas por Juan José Sáenz, lamentablemente, por razones de salud no lo puede hacer, debido a eso, si se quiere lamentable circunstancia, me propuso a mí estas palabras Víctor García de la Concha, de la presidencia del congreso. Me propuso decir unas palabras y como la organización de esto es tan precisa, tuvimos unas divergencias respecto a la duración de este…, iba a decir speech pero creo que no es el ámbito adecuado el discurso porque mi modelo de orador es Fidel Castro, y yo por menos de 7 u 8 horas de discurso, ni siquiera me acerco a un micrófono. Pero en consideración a que hay mucha gente del exterior que querría estar con sus familias para estas fiestas vamos a hacer una cosa más acotada. De repente se terminó el Congreso. Tengo la sensación, aparte de que es después de cuatro años —como los campeonatos de fútbol—, que uno lo estaba esperando, porque surge una expectativa enorme, se hablan de ello, se hacen conjeturas, etc. etc. se prepara, se trabaja mucho y de repente, me veo intentando hacer unas palabras de cierre. También supone que hay que sacar conclusiones. Primera conclusión, muy simple: Concluyó el Congreso. Hay una frase —siempre en los círculos literarios, las citas son elegantes y quedan bien—, hay una frase que dice: «Unidad es el equilibrio de las diversidades, uniformidad es la supresión de las diversidades». Confieso que la uniformidad me inquieta un poco, los latinoamericanos hemos tenido problemas con los uniformes. Nos preguntábamos desde hace mucho tiempo aquí en Rosario con real y legítima curiosidad: ¿Qué es un Congreso de la Lengua? ¿Para que
sirve un Congreso de la Lengua? Primero y elemental, para reunirnos para estar acá. Para Rosario, lo entiendo como rosarino, creo que es fundamental esta confirmación de ser una especie de polo cultural y por que se han hecho cosas, se ha trabajado mucho para esto y no lo digo solo a nivel oficial; cualquier negocio, cualquier kiosco se ha interesado por ponerse lindo, por embellecerse para recibir a los visitantes, no se ha hecho cosmética y aunque uno esté aquí en un escenario, tampoco se ha hecho escenografía, este teatro no es una instalación que hemos preparado y que apenas termine el congreso lo tenemos que devolver a una metrópoli importante, este teatro de acá, se quedará acá con aire acondicionado y todo y lo disfrutaremos después y porque me consta que las autoridades locales, han hecho contacto a muy alto nivel, y cuando digo «a muy alto nivel» me refiero a muy alto nivel (y que esto quede entre nosotros) para conseguir cuatro días de sol espectacular y formidable. Posiblemente harán que, los invitados se lleven una idea errónea de lo que es el clima de nuestra ciudad. También en palabras más bellas, lo dijo en algún momento Agustín Goytisolo en un hermoso poema que se llamaba «Palabras para Julia» y que cantó y musicalizó extraordinariamente Paco Ibáñez; eran consejos que daba Agustín Goytisolo a su hija y en un momento le dice: «No sé decirte nada más, pero tú debes comprender que yo aún estoy en el camino». Y es mi caso también. Por último quisiera simplemente, recordar un versito muy corto que yo escuchaba cuando era niño y adolescente, no es un verso que pertenezcan al romancero español o que sea una de las piezas más importantes de la literatura de esta lengua, pero yo se la escuchaba decir como glosa a un cantante bastante popular de tango que se llama Alberto Castillo y que antes de iniciar sus actuaciones radiales decía algo más o menos así, que también me expresa: «Yo soy parte de mi pueblo y le debo lo que soy; hablo con su mismo verbo; canto; canto con su misma voz». Muchas gracias. la columna tecnológica
Fútbol y Ciencia Roberto Fontanarrosa (Argentina)
Publicado en el libro El mayor de mis defectos, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1990.
¡Hasta siempre, señor árbitro! Los 73.000 espectadores que concurrieron el 15 de enero de 1988 al Duisburg Stadium de Oberhausen no pudieron dejar de apreciar que entre los protagonistas del espectáculo había significativas ausencias. Y no se trataba, por cierto, de que el Ruhr 214 no alistara entre sus filas a Hans "Caperucita" Gfrörer, o bien que entre los fervorosos "barqueros" del Postfach no estuviese Fritz, "El talabartero" Kiepenheuer. Lisa y llanamente, lo que brillaba por su ausencia aquella tarde en el Duisburg Stadium era el público, dado que, la "Effektivaterien Ballönem Helveticen" había anunciado el match como una prueba piloto de un nuevo sistema de "referato a distancia". Efectivamente, a escasos cien metros del coqueto estadio de Oberhausen, los concurrentes podían advertir una misteriosa construcción de cemento, de forma tubular, que alcanzaba la respetable altura de 75 metros. Esta torre no representaba ventaja alguna, y más podía confundirse con un monumento moderno, o con alguna reminiscencia emblemática de la majestuosidad nazi que con lo que verdaderamente era: la central computarizada de control desde donde se dirigía el encuentro. Los curiosos asistentes al match tampoco podían adivinar que, bajo sus pies, una intrincada maraña de cables, sensores electrónicos, filamento inalámbricos y terminales computadorizadas, unían el estadio propiamente dicho con la torre de referato. Dentro de la torre, a una altura de 50 metros sobre el nivel del piso, se encuentra la nave central, a la cual se accede mediante el servicio de tres elevadores, uno para el árbitro y los restantes para ambos jueces de línea. Quien entra allí, a ese vasto recinto privado de luz natural y arrullado por el
permanente murmullo de los acondicionadores de aire, podrá pensar que se halla en alguna de las centrales de control de vuelo de la NASA, o bien que ha caído en el vientre mismo del Nautilius, el legendario sumergible del capitán Nemo. Cientoveintisiete pantallas de televisión, prolijamente alineadas, emiten su mensaje, desde las paredes levemente curvadas del salón. En frente de ellas, en medio de ellas, tres hombres, tres profesionales del difícil arte del referato futbolístico, recepcionan hasta el más mínimo detalle de cuanto ocurre sobre el campo de juego. Allí, alejados de la gritería ensordecedora de la turbamulta, ajenos a la indudable presión que configura el hostigamiento de los partidarios, los colegiados pueden dirigir, asépticamente, el encuentro. El sistema, costoso hasta el momento, simplifica notablemente la tarea del árbitro y ha reducido en forma sensible los disturbios en los campos de juego. El juez, fría su mente, gozando del privilegio de beber su marca de cerveza preferida en tanto vigila a los 22 jugadores, cuenta, entonces, con la inestimable ayuda de mil ojos electrónicos, que complementan los suyos. En cuanto detecta una infracción, oprime un botón y un silbato estridente se escucha a unos cien metros más allá, en todo el estadio. Si la jugada no ha sido clara o si la infracción es dudosa, el colegiado cuenta con otro valioso recurso para calmar y convencer, en forma palmaria, al bando que se considera perjudicado: con otro simple botón desplegará sobre las dos inmensas pantallas electrónicas colocadas en ambas cabeceras del estadio, la escena repetida, con detención de imagen y ampliación de los ángulos necesarios para refrendar con sólidas razones la penalidad adoptada. Cualquiera podría suponer que esa maniobra requeriría dos o tres minutos en concretarse, con el consiguiente retraso y ruptura del ritmo del partido. Pero no es así, ya que la memoria computarizada seleccionará entre los centenares de enfoques de la misma acción, las cuatro o cinco que considera más gráficas y contundentes, brindando al juez, en una fracción de segundo, la posibilidad de poner frente al público las que juzgue más válidas. Todo esto, sin que la
máxima autoridad del match sufra el reproche de los jugadores ni sus estentóreos reclamos. Más simple aun, para le nuevo sistema de referato, es eliminar cuanta duda pueda presentarse respecto de balones fuera de juego, balones ingresados o no tras la línea de la portería o bien, incluso, ante la siempre controvertida "Ley del Offside". Un sistema televisivo tipo "Fotochart" turfístico, elimina cualquier clase de duda, ya que le ojo eléctrico que patrulla la línea del último defensor captará, precisará y denunciará a quien reciba el balón en posición prohibida. En los casos de un discutido hand, por ejemplo, donde ni siquiera la visión televisiva puede dictaminar en un ciento por ciento el contacto del balón con la mano del defensor, también la insospechable computación vendrá en auxilio del señor árbitro, puesto que las pantallas mostrarán la acción, agregando un luminoso pespunte verde. Nilo de coordenadas y flechas indicatorias que avalan la posibilidad o la imposibilidad, de que dicho contacto haya tenido lugar. De cualquier manera, el revolucionario sistema, llamado provisoriamente A.U.P. (Arbipeissal Und Perspecktiven) admite también el encanto de la controversia. Nadie puede negar el importante condimento que significa para el partidario del fútbol la discusión en la oficina, durante toda la semana, sobre si tal o cual fallo estuvo acertadamente tomado. Y no puede tampoco, quitársele al aficionado común la posibilidad de exorcizar sus frustraciones y represiones domésticas, denostando la figura del colegiado. Así ha sido siempre y lo seguirá siendo, aunque en menor medida con el nuevo sistema, que también deja, sabiamente, resquicios para la discusión. En algunos casos, muy puntuales, el poder de decisión quedará en manos del clásico y consabido criterio personal del árbitro. Allí, como siempre la falibilidad humana seguirá alimentando el intercambio de opiniones. Se dará, por ejemplo, con la inefable "Ley de la ventaja". No habrá computadora, entonces, que ayude a dictaminar a su referí si
tal o cual jugador cometió una infracción adrede o sin quererlo, como tampoco contará el árbitro con ayuda tecnológica para decidir si el delantero que se proyectaba solo hacia el gol ha de caer definitivamente o podrá continuar con su carrera, luego del golpe que intentara derribarlo. La misma incógnita deberá enfrentar el colegiado cuando deba determinar, sin respaldo científico alguno, cuándo una "mano" dentro del área, es intencional o casual, ya que no hay todavía, por fortuna, computadora alguna que esté conectada con el cerebro mismo de los futbolistas. Se podrán repetir, entonces, protestas o abucheos del público, pero ya nunca de la magnitud de la ocurrida en torno al recordado árbitro internacional belga, Henri Degrelle*. Justamente en virtud de este suceso, la FIFA aceleró los estudios y puesta en práctica del sistema A.U.P. De todos modos, ese grado de controversia, ese resquicio de humana posibilidad de error ha sido minuciosamente estudiado por los sicólogos que trabajaron en el proyecto para no revestir al más popular de los deportes de un halo tecnocrático que le reste espontaneísmo y creatividad. Así será, entonces, que los seguidores partidarios de los conjuntos podrán continuar exteriorizando sus quejas como siempre, como en todas las épocas, a pesar de que, también en ese orden, se han detectado indicios inquietantes. En efecto, desde el 17 de junio último, un adelanto significativo se puso de manifiesto en el campo de la protesta partidaria, en ocasión de llevarse a cabo el clásico encuentro entre el Benelux-Gotha de Mons y el Astipalaia de Grecia. Tras un discutido fallo del colegiado sueco Gustavo Skelleftea, un proyectil misilístico del tipo M-L7, versión soviética de segunda generación, impactó y redujo a polvo la torre de control de referato. Se piensa que el proyectil fue accionado por un fanático del Astipalaia, mediante un propulsor personal, desde atrás del arco norte del estadio, distante casi unos 250 metros de la sólida construcción tubular, aún hoy hecha escombros. "Ellos también han progresado mucho", sólo atinó a decir Gerd Walde, titular del Consejo Arbitral Germano y propulsor del sistema A.U.P., a título de conformista comentario.
* Referencia a los disturbios ocurridos en el match del 23 de marzo de 1978, en oportunidad de enfrentarse el MaatRiebevs y el EDV-14/N y que finalizaron con la quema total de la bella ciudad de Nachdruck.