ABIGEOS
El cielo estaba oscuro, nublado, amenazaba tormenta. También la tierra estaba cubierta por una neblina gris que se movía lentamente ocultando todo el horizonte, y, el agua del lago, normalmente azul aparecía negra e inquieta. Un grupo de hombres se movía por la parte alta de la montaña, sigilosamente, a salto de mata, ocultándose detrás de los árboles o del ramaje espeso en completo silencio, al compás de una mano misteriosa que les iba indicando las posiciones que debían ocupar.
La banda se agrupo de dos en dos, abandonaron el sendero, rodeando poco a poco la casa y el barracón y doblaron por un camino lateral, camino de herradura, en dirección a los corrales y de ahí a los potreros donde pacía el ganado. Caradura, el jefe de la banda, era un hombre de mirada indiferente, esquiva, a quien nada le rozaba, ni la sociedad, ni la justicia, ni las autoridades, salvo su profunda vocación religiosa por la Virgen de los Desamparados a quien siempre se encomendaba antes de dar un golpe, era un perfecto anti social, pero no un inconformista, en él no coexiste la rebeldía, nada que lo indujera a desafiar el orden establecido, obraba con naturalidad, despojado de cualquier sentimiento: Ordeno santiguarse, elevar una oración e iniciar el trasiego de recogida de los animales que se iban a robar. Reunieron el hato y pusieron rumbo a los desfiladeros del río La Vieja donde sacrificaban el ganado, lo desollaban y sacaban la carne que era trasportada en lanchas, o a lomo de mulas, para ser vendida en los mercados de los pueblos rivereños.
Las gentes de Chaguaní y de los alrededores, así como las autoridades civiles, perseguían sin cuartel a los abigeos pero era una lucha desigual, nunca podía preverse donde iban a golpear, ni cuándo y cuidar todos los hatos de la región no era posible, se necesitaría un ejército de hombres difícil de pagar.
X era profesor de la escuela de enseñanza primaria y en sus ratos libres y fines de semana se dedicaba a la compra y venta de ganado vacuno, recorría toda la región y los pueblos vecinos, las ferias y los mercados para ejercer su comercio. Era bien conocido por todos los ganaderos y muy apreciado por su don de gentes e innata simpatía. No escatimaba esfuerzos colaborando en la persecución de los maleantes, en la recuperación del ganado extraviado y en la búsqueda de soluciones en lo referente a todo aquello que afectara al mundo de los ganaderos, incluyendo, desde luego, las ferias y fiestas donde la exposición y venta de animales centraba todos los eventos.
X no tenía más de treinta años, cristiano convencido, alegre y parrandero, buen trovador, bebedor de aguardiente y excelente guitarrista. De aspecto sereno y bien dispuesto, pelo rizado, nariz recta, ojos grandes, negros, expresivos y escrutadores y una amplia sonrisa que no desaparecía ni en los momentos más difíciles. Su aspecto atractivo, de una juventud arrogante, le facilitaba el trato con las jóvenes. Tuvo muchas amantes solteras y casadas. No pocas veces fue reconvenido por el confesor, por cometer adulterio y por desear la mujer de su prójimo. X, para evitar las reprimendas, disfrutaba contándole al confesor vaguedades, tendiendo un manto gris sobre sus apetitos
sexuales y la negra impronta, que según el presbítero, dejaba sobre su alma el pecado.
Adelaida era una mujer joven que había llegado al pueblo una tarde de verano, por el mes de agosto, para las fiestas religiosas del Señor de la Salud: Lo cierto es que Adelaida rebosaba de salud. Su cuerpo grácil y ágil llevaba un vestido vaporoso de gasa floreada en tonos malvas, dentro de él se adivinaba todo su cuerpo, era más lo que enseñaba que lo que ocultaba y lo que enseñaba no dejaba indiferente ninguna mirada. Era realmente bella, elástica, con unos ojos verdes grandes, el cabello liso, negro y largo que le cubría la espalda, cintura menuda, amplias caderas y piernas largas y bien contorneadas, la boca pequeña y la nariz fina y recta. Todo en ella parecía perfecto y no fueron pocos los que sucumbieron a sus encantos: Adelaida alquilaba su cuerpo.
X la conoció por aquellos días de agosto, en los corrales de la feria ganadera, en la competición de ganado de ordeño en la que participaba con una vaca Pardo Suiza, llamada elefante, por sus desmedidas proporciones y alta producción lechera. X se encontraba entretenido lavando las ubres y preparando los utensilios del ordeño cuando apareció Adelaida. Venia cubierta por un parasol que hacia girar sobre su eje, su mano diestra de cuando en cuando hacia un giro y el parasol bailaba compasadamente al va y ven de sus caderas. Su cuerpo despedía un suave perfume que invadía con impertinencia todos los lugares. Se detenía coqueta a observar los animales consciente de que todos los hombres la miraban y todas las mujeres la
envidiaban. X no se sorprendió al verla pero un frió cosquilleo recorrió todo su cuerpo cuando escucho su voz en un lento susurro
-Hola, hola... -Hola, ¿como estas? -Bien, ¿es tuya la vaca? -Si, eso parece. -¿Por qué me rehúyes? -No, si no lo hago -¿Tu también me desprecias? -Porque voy de despreciarte, si ni siquiera te conozco. -¿Podemos vernos esta tarde? -Lo intentare, ya ves, estoy muy ocupado. -Es igual, te estaré esperando...
Y salió rumbo a la plaza. El sol llegaba a su cenit y recordó su tierra natal a orillas del río Magdalena, Mompox, la ciudad de Dios... Recordó la última noche que había pasado en ella, las lagrimas que había derramado, el dolor de tener que abandonar cuanto quería. Se puso furiosa recordando aquellas imágenes. Quería borrar de la memoria todo rastro indeseable de su pasado. Olvidar su desnudez, el monologo eterno de su soledad. Pero no podía, los recuerdos se superponían a sus deseos. Recordó como saco de un pequeño cofre todos sus haberes, dos
pulseras de oro, varios anillos, algunos pendientes de filigrana, un rosario y un puñado de monedas. Esto es todo lo que queda de mi vida, dijo. Lo deposito entre el bolso de mano y salió a venderlo al mejor postor, en el montepío. Con el producto de la venta pago el pasaje en el pequeño vapor que la llevo hasta Barranquilla y de allí a la capital donde esperaba mejorar su situación personal, cambiar su vida. No tuvo la perspicacia de comprender que el torbellino se iniciaba...
Al anochecer, X, salió en su busca. Sus deseos eran contradictorios, no quería ir, pero un impulso superior a sus fuerzas lo empujaba a su encuentro. Tomo el camino de la Guacimalera, hacia las afueras del pueblo, la noche era clara y la luna aparecía detrás de los cerros redonda, era luna llena, luna de aullidos y de lobos, pensó X, y siguió adelante hasta alcanzar la puerta de la taberna. La música sonaba con fuerza y las mujeres bailaban contorneando el cuerpo y, los hombres, bebían aguardiente tarareando las canciones y llevando el ritmo golpeando suavemente los dedos sobre las mesas. Campesinos, ganaderos y forajidos se mezclaban en este ambiente de jolgorio. Las mujeres se distribuían entre las diferentes mesas y atendían a su clientela obligándolos a beber y a que les ofrecieran una copa en medio de risas y caricias. X entro en el local, se dirigió a la barra, pidió un aguardiente, observo a quienes estaban, saludo a algunos, y busco con su mirada a Adelaida. La vio en una mesa, situada en un rincón apartado, sola, mirándole risueña.
Detrás de él entro Caradura, siguiéndole los pasos, los campesinos se apartaban al verle, para darle paso, temerosos de
aquel hombre monumental, de mirada esquiva y salvaje, cuello de toro, torso y brazos musculados, la cara señalada por un corte profundo en el lado izquierdo, la nariz chata , torcida y de andar lento y pesado. Se coloco en la barra al lado de X, pidió un aguardiente, lo apuro de un solo sorbo, y, sin mediar palabra, se abalanzo sobre X como una fiera. Todos los allí presentes se pusieron en guardia. Adelaida corrió hacia los dos cuerpos que rodaban por el suelo pidiendo que los separaran. Un grupo de hombres los separo. Caradura increpo a Adelaida. Les matare les dijo- y salió del lugar. X no salía de su asombro. No comprendía aún por que lo había atacado. Conocía a Caradura y sabía que era un hombre pendenciero pero desconocía sus actividades de cuatrero. Tampoco sabía que Caradura cortejaba a Adelaida. Pasado el incidente X se sentó con Adelaida, charlaron un rato, comentaron lo que había ocurrido y se fueron a dormir.
Pasaron los meses, las autoridades, y los vecinos cada día estaban más preocupados porque a pesar de que se incrementaba la vigilancia el abigeato iba en aumento. Los asaltantes no se detenían ante nada. Mataban o golpeaban a quien por desgracia llegara a enfrentárseles. X organizo un grupo de ganaderos y se turnaban en las noches recorriendo la región o colocando en los caminos puestos de vigilancia que impidieran la libre circulación. A la descomposición social, al latrocinio, se sumo un verano tórrido que obligo al movimiento de animales para acercarlos a los bebederos cercanos al río. Hecho éste que llevo a los dueños de los hatos a duplicar la vigilancia para impedirles a los ladrones obrar con facilidad. X, entre tanto,
coordino a las autoridades de la región y de los pueblos vecinos en la esperanza de acabar con los abigeos.
El verano llego sin dar aviso y el alcalde hubo de tomar medidas de emergencia, en relación con el agua, habida cuenta de que el invierno había sido parco en agua. Las fiestas municipales y regionales se acercaban por lo que se dictaban los bandos incitando a la comunidad a participar en la organización y buen desarrollo de los eventos. Se alistaban corrales, se construían las plazas de toros, se contrataban los músicos y se invitaba al párroco para que preparara la fiesta del Señor de la Salud con la que se cerraba el periodo de festividades. En los pueblos vecinos, también, por el periodo estival, se celebraban las fiestas.
En la cabecera municipal de Guaduas se encontraban en la exposición equina y ganadera a la cual invitaban a todos los pueblos vecinos y a los ganaderos a participar en ella. X nunca había faltado a ésta cita por cuanto en ella hacia sus mejores inversiones, se presentaba a los concursos equinos y ganaderos y venida y compraba ganado a buen precio. Con antelación en Chaguaní preparo los animales para la exposición, los caballos de paso, las vacas y los novillos para el chalaneo. Embarco los animales en un camión y él se fue en busca de Adelaida para que le acompañara. Llegaron a la plaza de ferias sobre las diez de la mañana, bajo del todo terreno, cogió de la mano a Adelaida y se dirigió a organizar el desembarque de sus animales, terminadas las labores, sobre el medio día, se dirigieron al café a tomar un refresco, en la puerta les esperaba Caradura que, increpándolos,
les descerrajo seis balazos, X y Adelaida cayeron sin pronunciar palabra.
Al otro día, en los tabloides, se hablaba de crimen pasional...