Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
VIRGILIO. ARGUMENTO DE LA ENEIDA. Libro I. Las naves de los troyanos, que surcan el mar de Sicilia, son arrojados a las costas africanas por una violenta tempestad que la rencorosa Juno les envía. Venus, quien poco antes había obtenido de Júpiter garantías sobre el futuro de su hijo se aparece a Eneas como una cazadora, y le informa de que se encuentra en las tierra de la fenicia Dido, ahora reina de Cartago. Entra Eneas en esta ciudad con su amigo Acates rodeados por una nube que les oculta, y pueden así contemplar sin que nadie les vea. Asisten también al relato de Ilioneo, que se ha presentado ante la reina al frente de una embajada de troyanos, y Eneas envía a Acates en busca de Ascanio y de regalos para Dido, después de salir de la nube y mostrarse a la vista de todos. Venus, convenciendo a Cupido para que suplante al hijo de Eneas y tome su aspecto, logra que el corazón de la reina se inflame de amor. La reina ofrece un banquete a sus huéspedes y pide a Eneas que le cuente sus aventuras. Libro II. Comienzan los recuerdos de Eneas, tal como se los cuenta a Dido en el banquete, y que se va a extender a lo largo de dos libros. En éste se cuenta la caída de Troya, luego que los griegos lograron introducir el caballo en la ciudad. Esa noche aciaga, y cuando ya el ejército griego había logrado su objetivo de entrar en Troya, se aparece a Eneas el fantasma de Héctor que le anuncia el desastre y le pide que escape y busque nuevas murallas para los dioses de la ciudad. Se describe el saqueo la ciudad y la muerte de algunos de sus personajes más importantes y en especial la del rey Príamo. Eneas decide abandonar la patria para lo que ha de vencer, ayudado por señales del cielo, la resistencia de Anquises, su padre. Salen al fin, pero en el camino se pierde definitivamente Creúsa, la esposa del héroe, quien se encamina a las montañas con su padre y Ascanio, su hijo. Libro III. Eneas, con los compañeros que han podido escapar a la catástrofe, prepara una flota y navega a las costas de Tracia. Comienza así un periplo que le lleva sucesivamente a la isla de Delos (para consultar el oráculo), a Creta, de donde deben partir precipitadamente a causa de la peste, y a las islas Estrófades (encuentro con Celeno y las demás Harpías; nuevas profecías sobre su destino). Llegan a la costa de Epiro, donde encuentran a Andrómaca y Héleno; le anuncia a éste su brillante porvenir le advierte de los peligros que debe evitar en la navegación hacia Italia. Bordean las costas de Sicilia y, frente al Etna, encuentran al griego Aqueménides, superviviente de la expedición de Ulises, que les refiere la aventura con el Cíclope Polifemo. Evitan luego los escollos de Escila y Caribdis siguiendo los consejos de Héleno, y llegan al fin al puerto de Drápano, donde muere Anquises, el padre del héroe. Viene luego la tempestad que les ha arrojado a las playas de África, con lo que termina el relato de Eneas a la reina. Libro IV. Es el famoso libro de los amores de Dido y Eneas. Comienza cuando Dido abre su corazón a Ana, su hermana del alma, y le expone su terrible dilema: se ha enamorado del héroe troyano, pero aún respeta la memoria de Siqueo, su primer marido ya muerto. Animada por las palabras de su hermana, que le reprochaba el haber rechazado ya a 1
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
otros pretendientes africanos. Dido rompe todos los lazos del pudor y se entrega a una ardiente pasión por Eneas. Juno y Venus, por razones distintas, acuerdan -las dos están fingiendo- propiciar la unión de Dido con Eneas y unir a los dos pueblos. Salen los héroes de cacería; protegidos en una cueva de una repentina tormenta, se consuma su himeneo. Instigado por las súplicas de Yarbas, rey de los gétulos a quien Dido había despreciado, Júpiter envía a Mercurio para que recuerde a Eneas el objetivo de su misión y le reproche su abandono. Prepara entonces en secreto su partida, pero Dido lo descubre e intenta convencerle de mil maneras para que se quede a su lado. Al no conseguirlo, la reina decide quitarse la vida y maldecir para siempre a Eneas y a su pueblo. Parten las naves troyanas mientras asoma por encima de las murallas las llamas de le pira de Dido. Libro V. Con tan funesto augurio, las naves son arrojadas de nuevo por una tempestad a las costas de Sicilia, sin poder alcanzar Italia. Les acoge amistosamente el rey Acestes, y celebra entonces Eneas sacrificios y juegos en el sepulcro de su padre. Comienzan con una competida regata; siguen carreras a pie, luchas con el cesto, pruebas de puntería con arco y terminan con unos ejercicios ecuestres en los que Ascanio dirige a los demás jóvenes troyanos. Las mujeres de troya, preocupadas por su difícil situación y en vista de que no alcanzan el final de su peligroso viaje, instigadas por Iris, mensajera de Juno, incendian la flota y consiguen destruir cuatro naves; Júpiter envía una lluvia milagrosa que impide la destrucción total. Anquises se aparece en sueños a su hijo y le aconseja que deje a parte de su gente en Sicilia y se dirija a Cumas, en Italia, donde debe conseguir la ayuda de la Sibila para bajar al Averno, a las moradas infernales de Dite. Obedece Eneas a su padre, y en el camino pierde a Palinuro en piloto de su nave. Libro VI. Llega por fin Eneas a las costas de Italia, a Cumas. Se entrevista con la Sibila, escucha su oráculo y le pide que le acompañe a las mansiones infernales para ver a su padre. Recorren ambos los infiernos, luego que el héroe consigue la rama de oro que les franquea el paso. Encuentran la sombra d Palinuro, antes de cruzar la laguna Estigia en la barca de Caronte; llegan a las llanuras del Llanto, donde encuentran a Dido y a la muchedumbre de soldados troyanos muertos en la guerra. Descripción del Tártaro y sus suplicios. Llegan a los Campos Elíseos, donde por fin puede Eneas hablar con el fantasma de su padre. Anquises explica a su hijo el origen del mundo y los misterios de la vida en los infiernos; por último le va describiendo las personas de los que luego han de ser héroes de la Roma que aguarda su hora; destaca aquí el elogio del joven Marcelo, sobrino y heredero a Augusto muerto prematuramente. animado al comprender la misión de Roma en la historia del mundo, abandona Eneas las moradas infernales por las puertas de marfil. Libro VII. Comienza la segunda parte del poema, las guerras en el Lacio, y así nos lo indica el propio poeta con una segunda invocación a las Musas. Navega la flota troyana siguiendo las costas de Italia, y penetra en las aguas del Tíber. En cuya ribera desembarcan y establecen los troyanos su campamento. Eneas, al ver cumplido el vaticinio de Celeno, reconoce en estas tierras la patria que le tiene asignado el destino. Envía mensajeros al rey Latino, quien le acoge favorablemente y, en cumplimiento de antigua profecía, le ofrece en matrimonio a su hija Lavinia. Irritada de nuevo Juno, envía a la tierra a la furia Alecto, que ha de enfrentar a latinos y troyanos para impedir
2
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
la boda; maniobras de Alecto con Amata, la esposa del rey Latino, y el propio Turno, rey de los rútulos, a quien ya Latino había prometido la mano de su hija, y que era el pretendiente favorito de la reina Amata. Ascanio mata en una cacería a un ciervo de la pastora Silvia, pastora del rey, y este incidente es la chispa que enciende la guerra entre ambos pueblos. Descripción de las tropas aliadas de Turno, entre las que destaca Camila, reina de los volscos. Libro VIII. Turno busca ayuda entre todos los pueblos del Lacio. El dios del Tíber se aparece en sueños a Eneas y le advierte, tras infundirle ánimos, que debe buscar la alianza con Evandro, rey arcadio que tiempo atrás se había establecido con su pueblo en el monte Palatino, justo donde más tarde habrán de alzarse las murallas de la alta Roma. Parte Eneas en busca de Evandro y éste le recibe favorablemente. Cuenta el rey arcadio el origen de los sacrificios que están celebrando en honor de Hércules, conmemorando su victoria sobre Caco; recorren ambos reyes el futuro asiento de Roma. Venus, preocupada por las guerras que aguardan a su hijo, solicita el favor de Vulcano, quien ordena a sus Cíclopes que preparen para el héroe unas armas maravillosas. Por consejo de Evandro, que hace que su propio hijo Palante se aliste junto a Eneas, el héroe troyano parte en busca de las tropas tirrenas, en pie de guerra contra Mecencio, su antiguo rey, hoy aliado de Turno. Venus se aparece a Eneas y le entrega las armas: descripción minuciosa del escudo, en el que aparecen grabadas futuras hazañas de Roma. Libro IX. Aprovechando la ausencia de Eneas que Iris le descubre, Turno pone sitio al campamento troyano y quema sus naves, que la diosa Cibeles convierte en Ninfas del mar. Aventura nocturna de Niso y Euríalo, quienes tratan de romper el cerco para avisar a su rey de la difícil situación del campo troyano; la muerte de ambos amigos hace que decaiga la moral de los soldados troyanos. Turno ataca con redobladas fuerzas, y el propio Ascanio debe empuñar las armas contra los atacantes, dando muerte a Numano. Pándaro y Bitias intentando engañar a los sitiadores y les abren la puerta que les había sido confiada, pero Turno advierte el engaño y entra en el campamento causando gran matanza entre sus enemigos hasta que, rechazado y acosado, ha de arrojarse con sus armas al Tíber. Libro X. Convoca Júpiter la asamblea de los dioses para discutir la guerra del Lacio; ante la imposibilidad de conciliar los criterios de Juno y de Venus, decide el padre de los dioses permanecer neutral, lo que viene a ser dejar la guerra en manos del hado y sus disposiciones. Cuando los rútulos preparan un segundo ataque, se presenta Eneas con las tropas tirrenas y las que Evandro puso bajo el mando de su hijo Palante; las naves transformadas en Ninfas le habían avisado del peligro que corrían los troyanos. Eneas desembarca y comienza el combate en el que muere Palante a manos de Turno. Cuando más enfurecido está el héroe troyano por vengar la muerte de su amigo, Juno consigue de Júpiter que saque a Turno del campo, librándole de una muerte inminente; para ello le pone delante un fantasma con la figura de Eneas, y el rey de los rútulos le persigue por tierra y por mar hasta las riberas de Árdea, donde sale avergonzado de su error. Toma Mecencio el mando del ejército latino hasta que es herido por Eneas, quien después da muerte a su hijo Lauso. Duelo de Mecencio, que vuelve enardecido al combate y es muerto por Eneas.
3
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
Libro XI. Celebra Eneas en honor de Marte la muerte de Mecencio y envía a la ciudad de Evandro los restos de Palante. llegan mensajeros del rey Latino a pactar una tregua para dar sepultura a los muertos; accede Eneas. Regresan a la corte de Latino los mensajeros que había enviado a Diomedes y anuncian que no han podido conseguir su alianza; esto provoca un debate en la asamblea de los latinos, y Turno y Drances se enfrentan agriamente en defensa de la guerra y la paz con los troyanos, respectivamente. Llega a la asamblea la noticia del avance de Eneas sobre Laurento y se prepara la defensa de la ciudad. Sale Camila al frente de su escuadrón de caballería y se traba combate en el que muere la heroína a manos de Arrunte; la ninfa Opis venga su muerte por encargo de la diosa Diana. Se dispersa el ejército latino ante la muerte de Camila y acude de nuevo Turno para salvar la situación. Llega al campo de batalla al tiempo que Eneas; es de noche y ambos prefieren acampara al pie de las murallas de Laurento. Libro XII. Acepta Turno enfrentarse en duelo singular según la propuesta de Eneas y que la mano de Lavinia sea para el vencedor. Persuadida por Juno, la Ninfa Yuturna, hermana de Turno, actúa entre el ejército latino y consigue que se rompa el pacto porque Tolumnio dispara sus dardos contra los troyanos. Se reanuda el combate y es herido Eneas. Mientras Turno se aprovecha de su ausencia, el caudillo troyano es curado milagrosamente con unas hierbas que le envía su madre. Busca luego a Turno, pero Yuturna, transformada en el auriga Metisco, la mantiene alejado del combate; decide entonces Eneas iniciar el asalto final a la ciudad. Ante tan delicada situación se ahorca la reina Amata y la espantosa noticia lanza a Turno al duelo decisivo, tras descubrir el ardid inútil de su hermana. Muere Turno a manos de Eneas. EL LIBRO II DE LA ENEIDA. Distribución y concepción épico-dramática. El libro II de la Eneida es, sin duda alguna, uno de los más perfectos y acabados del poema; en él cuenta Eneas a Dido la destrucción de Troya y el comienzo de su peregrinación en busca de nueva patria. Desde el punto de vista de la composición, e incluso para su análisis, puede dividirse este canto en cuatro partes: 1. Introducción (versos 1-13). 2. El ardid del caballo de madera (versos 13-249). 3. La batalla nocturna (versos 250-558). 4. Partida de Eneas (versos 559-804 final). La introducción tiene como única finalidad concentrar todo el interés sobre la figura de Eneas. Virgilio, con un recurso artístico muy propio de él, no nos ofrece el retrato físico del héroe. Le basta con presentarlo emergiendo de toda la concurrencia y darle el epíteto de pater. Estas dos pinceladas diseñan vigorosamente la prestancia y, a la vez, la gravedad de Eneas. Puede decirse que Virgilio, en cuya epopeya se conjugan armoniosamente los géneros literarios, sobre todo la épica y la dramática, nos ofrece fundidos de manera especial en este libro, conocido con el título de Iliupersis ( "destrucción de Troya") los cuadros de la epopeya con las partes integrantes de la tragedia. Lo que hemos llamado 2ª, 3ª y 4ª partes del libro, son, pues, como los tres actos de un drama, que tienen, respectivamente, por decorado el litoral troyano, el centro de la ciudad y las calles de Troya en llamas.
4
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
En el acto primero, que es la exposición (13-249) se juega una partida importante: la suerte de la trampa tendida por los griegos, que puede decidir la guerra de Troya. El acto segundo o nudo de la obra literaria (250-558) es el relato de una batalla, cuyo desenlace casi no ofrece duda. Y el acto tercero o desenlace de la acción (559-804 final) logra sostener nuestro interés. Dentro de los episodios de toda la acción considerada en general, se distinguen otros episodios particulares. Así, en la primera parte, el de Laocoonte; en la segunda, la escaramuza que Eneas y los suyos, disfrazados de griegos, sostienen contra los enemigos; en la tercera la salvación de Eneas por intervención de su madre y la partida del héroe, llevando a hombros a su padre y a su hijo Julo de la mano. Para una mayor relación de este libro con los procedimientos de la tragedia, tampoco faltan los coros. En efecto, si los coros no son más que movimientos líricos que orquestan la emoción sentida según los episodios, nos tropezamos con el primer coro en la exclamación lastimera que arranca la entrada del caballo en la ciudad (v. 24149): O patria, o divum domus Ilium... equivalente a un andante con lamentos y gruesas lágrimas. Y no es otra cosa que un coro la emoción experimentada ante la caída de Troya. Hasta el diálogo, elemento esencial del género dramático, ha sabido introducir Virgilio con maestría en esta Iliupersis, para armonizar la tragedia con la epopeya. Ha logrado que los personajes desempeñen su papel con arreglo a su carácter. La acción progresa por la reacción mutua de los personajes y no por el capricho de los acontecimientos. Así, el acto primero casi no es otra que el diálogo entre Sinón y los troyanos; y largos pasajes dialogados se encuentran en los otros dos actos. En este punto se nos ocurre preguntar: ¿quiso tal vez, Virgilio rebatir con el ejemplo la opinión de Aristóteles, para quien la tragedia era superior a la epopeya? Como quiera que sea, la opinión aristotélica, en esta cuestión, no la aceptaban ni los mismos griegos, para quienes no había obra superior ni igual a la homérica; y para los latinos, que no tuvieron tragedia, no existía obra comparable a la de Virgilio. Incluso en el mundo moderno, cuando asoma el renacimiento poético, la primera producción grande y perdurable que surge en Italia es una epopeya: la de Dante. Las fuentes. Es muy difícil averiguar con precisión las fuentes de Virgilio para la composición de su Iliupersis. Puede decirse que, en general, tomó la materia de la leyenda tradicional, en la forma transmitida por los poemas cíclicos, pero sometiéndola a una elaboración e infundiéndole nueva vida, nueva fama y nuevo significado, como habían hecho los trágicos griegos con la materia que les ofrecían los mitos. Quinto de Esmirna, Trifidoro y Tzetes, estos poetas o se han inspirado en Virgilio o han tomado las leyendas de la misma fuente que él. Si ellos dependen de Virgilio, es pura invención todo lo que añaden, pero si dependen de otros autores de los que también Virgilio es tributario, la comparación de los temas elegidos sería interesantísima para estudiar y llegar a conocer el método de Virgilio. El ardid del caballo aparece en la Odisea (VIII,502 y ss.) y, según cuenta Proclo, también Arctino de Mileto, poeta del siglo VII a.C, que escribió una , narraba el hecho de la misma forma. La Tabula Iliaca, cuyo tema procede de un poema cíclico del siglo VII a.C., representa a Sinón delante del caballo. Se sabe, también, que Sófocles compuso una tragedia titulada Sinón, que sin duda trataría de esta estratagema de los griegos; pero, como Aristóteles afirma que dicha tragedia estaba basada en el poema cíclico antes aludido, algunos autores piensan que el episodio figuraría ya en dicho poema.
5
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
En el poema se rastrean las creencias primitivas, cuya huella puede adivinarse en la intriga del libro II de la Eneida y se opina que el caballo, considerada en una época de más baja civilización como una máquina de guerra, fue, en la tradición primitiva, una ofrenda mágica destinada a Apolo y Poesidón. Sus dimensiones obligaron a los troyanos a poner las manos sobre la obra de los dioses, atrevimiento que ahuyentó a las divinidades protectoras. Y en torno a estos y otros datos se agrupan las nociones que conocemos sobre el poder mágico de las murallas y el trazado del arado sagrado, su elevación en los accesos de las vías, el sacrificio del "salto" de las murallas, punto esencial de la fundación de Roma por Rómulo y Remo. Antes de Remo, el "salto" fue realizado por el caballo de madera, y la noción de este salto (salire, saltus) se ha hecho inseparable de su recuerdo en Ennio y Virgilio. Algunos autores explican la relación que guarda con la magia la cuerda mencionada por Virgilio en el verso 239. Por último, se muestra que el procedimiento de la introducción del caballo de Troya ofrece u cierto paralelismo con la evocatio deorum que describe T. Livio con motivo de la toma de Veyes. El episodio de Laocoonte parece ser invención de Virgilio, al menos en la forma descrita en este libro. Para el sueño de Eneas no es preciso remontarse a una fuente especial, puesto que el tema de la aparición en sueños de personas muertas era muy frecuente en toda clase de poesía. Las escenas de combate nocturno son enteramente inventadas por Virgilio. Los cuadros grandiosos de la destrucción de Troya por obra de los dioses puede tener algún rasgo de semejanza con el comienzo del combate entre los dioses de la Ilíada (XX,47 y ss.), pero es imposible que proceda de otra Iliupersis más antigua, porque, según la tradición, los griegos destruyen la ciudad, incendiándola antes de su partida. Además, después de conquistada la ciudad, esa solemne intervención divina no tenía razón de ser desde el punto de vista griego; sin embargo, Virgilio necesitaba tal recurso para justificar la renuncia de Eneas a pelear y defender la ciudad. Trifidoro también hace intervenir a los dioses, pero no para destruir la ciudad. Respecto a la partida de Eneas, eran muchas y diversas las versiones existentes. Ya en la Ilíada, Poseidón profetiza que Eneas se salvará de la guerra. Sófocles, en el Laocoonte, siguiendo una versión antigua, le hace partir de Troya antes de ser tomada la ciudad. Luego apareció la leyenda de que con la ayuda de Venus había logrado escapar de la ciudad, ocupada por los enemigos, llevando consigo a su padre y a su hijo. Según otra tradición, los griegos le dejaron en libertad, gracias a los antiguos lazos de hospitalidad que le ligaban a ellos, y porque siempre aconsejó la restitución de Helena. Versiones diferentes dan Timeo, Diógenes y Helánico. De todas ellas, Virgilio recoge los elementos que más convienen a su relato y presenta los hechos en la forma favorable para el que habría de ser el progenitor de Roma. La dramática escena que tiene lugar en casa de Eneas es de invención virgiliana, con reminiscencias muy lejanas de la despedida de Héctor y Andrómaca. La mujer de Eneas, según Ennio, se llamaba Eurídice y siguió a su marido al destierro. No se sabe cuándo ni por quién se le dio el nombre de Creúsa, si bien ya Apolodor hace a ésta hija de Príamo y Livio, Diógenes y Pausanias la presentan como mujer de Eneas. La pérdida de Creúsa durante la retirada parece ser una tradición antigua, inspirada en representaciones de la Tabula Iliaca y en la leyenda referida por Pausanias, según la cual Creusa, la mujer de Eneas, fue librada de la esclavitud por la madre de los dioses y por Afrodita. Por encima de las mujeres que están entre Etra y Néstor hay otras prisioneras: Clímene, Creúsa, Aristómaque y Jenódique. Estesícoro en su Iliupersis incluye a
6
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
Clímene entre las cautivas, y de la misma manera presenta a Aristómaque como hija de Príamo y esposa de Critolao, hija de Hicetaón, en los Nostos. Pero no conozco poeta o escritor en prosa que mencione a Jenódique. Sobre Creúsa dicen que la madre de los dioses y Afrodita la libraron de la esclavitud de los griegos, pues Creúsa era la mujer de Eneas, aunque Lésqueo y los llamados Cantos Ciprios dan a Eurídice como esposa de Eneas. (Pausanias, X,16,1). Es muy interesante una teoría, según la cual Virgilio en sus descripciones, tiene siempre presente la historia romana, de manera especial la que abarca el período de las proscripciones. Así el espectáculo que describe Virgilio en los versos 364-5 de este segundo libro: plurima perque vias sternuntur inertia passim corpora perque domos et religiosa deorum es el mismo que nos narra Dión Casio (XLVII,3): En los más fuerte de las proscripciones, la ciudad estaba llena de cadáveres; por todas partes se mataba, en casas particulares, en las calles, en las plazas públicas y en los templos; las cabezas eran llevadas inmediatamente a los rostra; los cadáveres, si los perros y las aves de rapiña no los habían devorado, eran arrojados al Tíber. El cuadro en que Virgilio describe la muerte de Príamo: ...hoc dicens, altaria ad ipsa trementem traxit et in multo lapsantem sanguine nati, implicuit comam laeva, dextraque coruscum estulit ac lateri capulo tenus abdidit ensem (550-3) estaría tomado de otro episodio de las proscripciones, transmitido por Apiano (VI,17): el de Salvio, tribuno de la plebe, que, al tener noticia de que los triunviros se acercan a Roma, convoca a sus amigos para un banquete de despedida. En medio del banquete, los soldados fuerzan las puertas; el centurión ordena que todos los asistentes permanezcan recostados, coge a Salvio por los cabellos y le corta la cabeza con su espada. Una multitud de hechos reales ocurridos durante las proscripciones inspirarían a Virgilio para la composición de otros muchos pasajes, por ejemplo, para la acción heroica de llevar a su padre sobre los hombros, para la estratagema del joven Corebo, que disfraza a sus compañeros con las armas de los griegos. Por último, afortunados descubrimientos han establecido la presencia de un tema continuo sobre todo el friso dórico de las persistasis norte del Partenón: la noche fatal de Ilión que nos describe Virgilio en este libro II de la Eneida. Virgilio no adopta todas las convenciones de Fidias, sino que las reproduce con ligeras variantes; aun sin esto, no sería obligado creer que nuestro poeta conocía el Partenón cuando escribió su Iliupersis, pues las Tabulae Iliacae para la tradición plástica y la Pequeña Ilíada como fuente literaria explicarían suficientemente la concordancia relativa con las esculturas de la Acrópolis. Lo que sí es más probable es que Virgilio los viera y confrontara en su último y fatal viaje a Grecia. Composición, estilo y carácter de esta Iliupersis. Para este segundo canto de la Eneida se inspira Virgilio, ante todo, en los trágicos griegos. Muchas de las leyendas que utiliza son adaptaciones de piezas perdidas o conservadas de Sófocles o de Eurípides, como se ha demostrado, de manera que Eneas está diseñado sobre el modelo de los mensajeros que intervienen en la obra de Esquilo y no es, en realidad, otra cosa que el de la destrucción de Troya. Este relato que hace Eneas sobre la caída de Troya no ofrece nada nuevo para Dido, que, si le pide una relación detallada de acontecimientos para ella muy conocidos,
7
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
lo hace sólo por la simpatía personal que siente hacia el narrador. Por eso el pathos y el lirismo son los rasgos dominantes del relato de Eneas, que no es riguroso ni sistemático y no contiene más que los puntos salientes, ordenados según un esquema retórico. Es cierto que en la narración de tan enorme tragedia como es la destrucción de una ciudad, y a pesar de lo elevado del pathos, Virgilio no recurre exageradamente a la retórica, pero hay momentos, como al final del canto (desaparición de Creúsa), en que Eneas, por su arte de reinar sobre los sentimientos de los oyentes, se nos aparece con las características que Cicerón asigna al orador modelo en sus obras de retórica. Se dice que este libro II no es un relato de la caída de Troya, sino una especie de meditación, a la cual sirven de cañamazo los sucesos de la noche fatal, cuyo interés más profundo es manifestarnos los sentimientos de Eneas y toda su personalidad en el momento de hacer el relato. Por eso se exculpa de Virgilio de algunos reproches que se le han dirigido, como el de no hacer resaltar bastante la valentía de Eneas o el de presentarle más que como actor del último drama de Troya. Cuando Eneas emprende su relato hace mucho tiempo que ha tenido lugar la toma de Troya; no es, pues, para él una acción en curso, que requiera decisiones, sino un recuerdo ofrecido a la nostalgia... La toma de Troya se ha convertido en parte integrante de la estancia de Eneas en Cartago, evocada, no tal como fue en otro tiempo, sino tal como es actualmente para Eneas, una especie de sueño trágico inseparable de las últimas emociones que acaba de experimentar. El carácter principal del estilo virgiliano en este libro, como en la totalidad del poema, es una extraordinaria brevedad y rapidez. Procura evitar toda descripción larga; pero esa concisión va compensada por cierta intensidad en la representación de las ideas y objetos, efecto que consigue el poeta concentrando la luz sobre pocos rasgos esenciales para darles particularmente relieve. A lograr esa intensidad va encaminando el uso abundante de figuras retóricas y estilísticas: la aliteración y el homoioteleuton, la paronomasia y el sonido imitativo, las antítesis y las imágenes y, en general, todos los recursos que pueden impresionar a los sentidos. Recordemos sólo a título de ejemplo algunas imágenes. A Eneas, cuando sube al tejado para ver lo que ocurre en la ciudad, le parangona con el pastor que contempla desde lejos un incendio o una inundación que arrasa los sembrados. Androgeo, cogido entre los enemigos, le sugiere la comparación con el caminante que ha pisado una serpiente. Los griegos irrumpen en el palacio de Príamo como un río desbordado. Rasgo saliente del arte literario de Virgilio en este canto es su maestría para encadenar los diferentes grupos de episodios de manera progresiva y gradual, con arreglo a la importancia de las acciones, pasando de escenas simples a otras más complejas. Pero, al mismo tiempo, trata de conseguir la variedad mediante la inesperada sucesión de las escenas, bien por la introducción repentina de un personaje, bien por la aparición de un milagro o de un hecho totalmente inimaginable. Con estos recursos logra concentrar la atención del lector en un nuevo acontecimiento. Pueden servir de ejemplo la presentación súbita de Laocoonte, de Sinón, de las serpientes, de Venus, etc. Como es natural, y por razones estilísticas, no se preocupa Virgilio de explicar las circunstancias secundarias que pudieran aclarar con razones lógicas el porqué de ciertos acontecimientos, ni le importa tampoco mucho la verosimilitud de la narración, defectos ambos que le han achacado algunos críticos. A diferencia de Homero, Virgilio, en los discursos que pone en boca de sus personajes, trata de conseguir la mayor intensidad y eficacia con el máximo de brevedad. Estos discursos, que nunca le sirven de pretexto para introducir disgresiones, sino para hacer progresar la acción, son precisos y claros y están siempre adaptados a los caracteres, situaciones y circunstancias de las personas que los pronuncian. Sólo es
8
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
amplio el discurso de Sinón, porque así lo requería el fin a que iba destinado, y lo necesitaba Sinón para presentarse como el modelo de hombre honrado: sincero, pobre, fiel a los amigos, incapaz de disimulo, contrario a la guerra, víctima de sus conciudadanos y religiosos. Otra faceta del arte virgiliano es la gracia admirable con que sabe entrelazar las acciones divinas con las humanas. Al igual que Sófocles, logra mantener firme la fuerza inexorable del hado, pero dejando obrar a la psicología de los personajes y haciendo que conserven su propia independencia de acción. Las partes fundamentales de esta Iliupersis de Virgilio culminan siempre con la intervención de la voluntad divina. Sin el prodigio de las serpientes, hubiera resultado vano el discurso de Sinón. La aparición de Héctor a Eneas es otro signo de la voluntad divina, y lo mismo hay que decir de la intervención de Venus para salvar al héroe en el momento oportuno, y del prodigio de la aureola sobre la cabeza de Julo, que hace definitivamente apresurar la partida. Retrato de los personajes. Este segundo libro de la Eneida es uno de los más ricos en figuras humanas. Cada gran episodio va caracterizado por la aparición de un nuevo personaje en torno al cual se desenvuelve la acción. Sin embargo, Virgilio, a diferencia de Homero, no suele hacer una descripción externa o física de sus personajes; le basta con diseñar la imagen mediante ciertos rasgos distintivos del carácter, y le sirven de instrumento los discursos que ponen en boca de las personas. Laocoonte. A este personaje nos lo muestra Virgilio de repente y le describe en pocas frases: Primus ibi ante omnis magna comitante caterva Laocoon ardens summa decurrit ab arce et procul (dicit) (40-2). Estas palabras y la acción de lanzar la pica contra el caballo realzan la majestad de su persona y su impetuosa bravura, que se vuelve a poner de manifiesto cuando, ante la aparición de las serpientes, todos huyen menos él, que acude en ayuda de sus hijos y, cuando es atenazado por los reptiles, lanza un horrendo grito semejante a los mugidos del toro herido junto al altar. Sinón. Es una creación psicológica de gran perfección, en la que Virgilio hace un auténtico retrato de fides punica. Es el refinamiento de la mentira, el engaño y el perjurio; un tipo de traidor perfectamente logrado. Es extraño que un alma delicada y leal como la de Virgilio haya podido pintar lo odioso sin ningún correctivo. Se puede suponer que el dulce Virgilio conoció durante su vida falsos hermanos que se aprovecharon de su sencillez y traicionaron su amistad, dejando afectada su sensibilidad. También se ha podido traducir recuerdos de su pueblo, que se preciaba de lealtad y que experimentó la felonía cartaginesa. Príamo. Es un tipo de soberano noble y generoso, pronto a dejarse arrebatar por los impulsos de su alma. Con ánimo juvenil se dispone a morir peleando contra los griegos, que invaden el palacio, y aunque, disuadido por Hécuba, se refugia junto al altar, no puede soportar que Neptólemo mate delante de él a su hijo, y lanza furioso una pica contra el enemigo, aun a sabiendas de que le costará esto la vida. Anquises. Otra figura de anciano venerable, que, fulminado por la cólera divina, se siente ya desligado de la vida y todo le es indiferente. Sólo una nueva intervención divina, manifestada por el prodigio de la aureola sobre la cabeza de Julo, le hace presagiar la gloria futura de su estirpe y le infunde nuevas energías. Los personajes menores están dibujados también con trazos rápidos y vivos. Así, vemos retratada en Panto la fidelidad a los deberes sacerdotales; en Androgeo, la súbita
9
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
sorpresa del que se encuentra inopinadamente cercado de enemigos; en Corebo, la audacia, la estratagema y la lealtad; en Neptólemo, la violencia y la furia heredadas de su padre Aquiles. No menos claras, a pesar de sus ligeros rasgos, se nos aparecen las figuras femeninas. El silencio de Casandra, que pasa rápidamente, rodeada de enemigos, con el cabello revuelto, las manos atadas y los ojos ardientes vueltos al cielo, expresa sus sentimientos mejor que un largo discurso. En Hécuba se destaca la firmeza de mujer fuerte, la añoranza del pasado y la sumisión al destino. Creúsa es la viva imagen de la esposa fiel y de la madre amorosa. Eneas. En él ha querido Virgilio concentrar las viejas virtudes de que se preciaba el mundo romano: virtus, patientia, iustitia, pietas. En este canto segundo resplandece en Eneas la pietas y la virtus. La pietas, en el viejo sentido nacional (virtud familiar), se destaca al final del libro en la figura del héroe legendario que lleva sobre sus hombros a su anciano padre impedido. Es, sin duda alguna, en este gesto donde los antiguos exégetas vieron, equivocadamente el origen del epíteto épico pius Aeneas. Pero también resplandece la pietas en su sentido más reciente (deberes para con la divinidad y la patria); por eso Eneas, héroe protegido de los dioses, es elegido como depositario de los penates y fundador del culto de la ciudad nueva. La virtus, cuyo concepto parece haber tomado Virgilio de Cicerón, es la que inspira a Eneas tentativas de resistencia y tácticas desesperadas. El poeta justifica la huida del héroe haciendo ver que no le quedaba otro partido que tomar y que su resolución de abandonar Troya, aniquilada ya, se debe a una orden de los dioses y a que era preciso salvar a los penates y salvar la futura nacionalidad romana, que de él nacería en Italia. Virgilio ha compuesto su Iliupersis con escenas hábilmente tomadas de la leyenda, pero en la mayoría de ellas no sólo tomadas de la leyenda, pero en la mayoría de ellas no sólo tomaba parte Eneas, sino que excluían toda intervención directa; por eso, al introducir Eneas sin modificarlas grandemente, chocaba el poeta con dificultades y se metía en un callejón sin salida. Virgilio hubiera podido tomar una de las formas recientes de la leyenda, como la transmitida por Helánico, pero no quería un arreglo prosaico, sino episodios altamente poéticos, episodios en los que Eneas no figuraba primitivamente. El poeta quiere introducir al héroe como protagonista, y se ve obligado a realizar lo imposible. En la primera parte, desde el verso 13 al 249, Eneas no tiene ocasión de hablar de sí mismo ni una sola vez en primera persona de singular, apareciendo como simple comparsa, y así cree, como sus compatriotas, que es auténtica la partida de los griegos; tampoco interviene en el debate sobre el caballo, pues, en tal caso, debería atraer sobre sí o la responsabilidad o el castigo divino reservado a Laocoonte. En esta primera parte encentra, pues, justificación el hemistiquio del verso 5: quaeque ipse miserrima vidi, y Eneas aparece como simple testigo ocular. En la segunda parte (versos 250-558), Virgilio se esfuerza en pasar a Eneas a primer plano, pero choca también con imposibilidades. Cuando Héctor advierte a Eneas que todo está perdido, éste empuña desesperadamente las armas, pero no lleva a cabo nada notable. La idea de disfrazarse con las armas de los griegos no es de Eneas, sino de Corbeo, y sólo matan a unos cuantos adversarios obscuros; pero, cuando aparece Ayax y los Atridas, Virgilio los hace desaparecer, porque no podía enfrentarlos con Eneas, para respetar la tradición de que Ayax, Menelao y Agamenón sobrevivieron a la toma de Troya. Cuando el héroe acude a defender el palacio de Príamo, la hazaña de lanzar la enorme torre sobre los
10
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
enemigos es también una sorpresa pasajera y colectiva: convellimus, impulimus. Por último, asiste como simple espectador a la muerte de Príamo por Pirro (Neoptólemo), porque así lo narraba la leyenda, y Virgilio no podía cambiar este suceso. Sólo a partir del verso 559 toma parte activa en los sucesos, aunque el consejo y la decisión emanan de Anquises, y la acción de Eneas se limita tan sólo a una prudente retirada para salvar a su anciano padre, a su hijo y a los penates de Troya. Éstos son los únicos sucesos por los que Eneas podría atribuirse al hemistiquio del verso 6: quorum pars magna fui. IMPORTANCIA DE LA ENEIDA EN LA POLÍTICA DE AUGUSTO. El emperador Augusto, tras acabar con una serie de perturbaciones civiles, había restablecido la paz y, con ello, había creado el clima propicio para el desarrollo de las letras. Virgilio había concebido el proyecto de un poema épico nacional, que vinculase a la familia imperial con Eneas, el héroe que acaudilló a los supervivientes de Troya y creó, al establecerlos en Italia, los cimientos de la futura Roma. El proyecto virgiliano agradó sobremanera al emperador. No se trata de una obra de encargo, que pudiera restringir la libertad del poeta. Sin embargo, raras veces han coincidido tanto las intenciones de un poeta, los deseos de un caudillo y las exigencias de un público. En efecto, los romanos de la época de Augusto no se habían adaptado aún a su nueva condición de señores del mundo y a la vida de la Roma cosmopolita, capital de un gran Estado centralizado. Era preciso hallar en su pasado austero una justificación de su poderío presente. Para practicar los ancestrales ritos religiosos y los usos de tiempos remotos, debían antes conocerlos. Para proclamarse herederos de un carácter étnico y de sus tradiciones morales, había que encontrar en todas las generaciones pretéritas, desde los orígenes de Roma hasta Augusto, el romano-tipo, el hombre de acción, frío, sereno, enérgico, con dominio absoluto de sí mismo, disciplinado y obediente a la voluntad divina, superior al hombre griego, inteligente, pero frívolo. Ahora bien, los griegos contaban con unas tradiciones que se remontaban a las épocas remotísimas y se imponían por la antigüedad de su raza y por sus pretendidos orígenes divinos, mientras que la leyenda de la fundación de Roma fechaba ésta tan sólo siete siglos antes. Al poeta que lograra codificar las virtudes nacionales y encontrar antepasados remotos a este pueblo de advenedizos, le aguardaba el éxito y la gloria. Varios poetas lo habían intentado ya, explotando una leyenda, elaborada en la Magna Grecia, para explicar el antagonismo Roma-Cartago como epílogo de un desgraciado episodio amoroso entre la reina Dido y el troyano Eneas. Éste era el nexo que vinculaba a la dinastía de Príamo a los primeros romanos y, gracias a esta invención oportuna, podía explicarse incluso la conquista de Grecia por los romanos como una revancha de la destrucción de Troya por los griegos. Si los romanos, descendientes de los troyanos supervivientes a la destrucción de su patria, poseían virtudes atávicas extraordinarias, se debía a la fusión con las poblaciones autóctonas de Italia. Las más ilustres familias romanas se ufanaban de tener a alguno de los compañeros de Eneas como fundador de su estirpe. Julio César había pretendido relacionar a la Gens Iulia con Iulus, el hijo de Eneas y, por tanto, con la diosa Venus. El tema de la Eneida resultaba, pues, no sólo de interés nacional, sino también dinástico: Roma podía gobernar el mundo y César y sus descendientes estaban predestinados a gobernar a los romanos. De las ruinas humeantes de Troya, de donde huye un puñado de esforzados supervivientes, debía nacer un pueblo-rey, capaz de someter al mundo entero a su imperio soberano. Ése era el designio de los dioses, que habían reservado para
11
Virgilio. © José Tomás Saracho Villalobos I.E.S. Fernando Robina Llerena
Eneas esa misión providencial, preludio de la misión hegemónica y civilizadora de Roma.
12