De Roma fuimos hacia en el mar Adriático, alcanzándolo en la zona de Ancona, otro de los puertos de salida de inmigrantes, entre ellos los marchegianos, y región de origen de los ancestros. Vimos carteles indicadores de los pueblitos mencionados en un mail de Luis, en el que nos transmitía el contenido de una carta sobre el hermano prete de la Nona Nunciata.
Paramos en uno de los pueblos entre Ancona y Rimini, donde comimos y nos bañamos en una playa bien montada pero un poco ventosa. Había un grupo de jóvenes jugando a la pelota y notamos claramente el marcado acento distintivo de los de la región.
Hablando del acento, a Melia le pregunté cómo se llamaba el dialecto de Verrúa, ya que según yo había entendido, ella afirmó que los de esa localidad tenían un dialecto propio. Me contestó que no sabía el nombre o si tenía nombre. Como el Feliche nos había dicho que Juan Leandro hablaba con Adelina en lumbín, yo le reiteré la pregunta explicando por qué se la hacia. Dijo Melia que es probable, pero que en cada pueblo se hablaba de un modo propio, y sabían hablar de ese modo sólo los habitantes del lugar. Dijo, “aquí en la zona, había cincuenta dialectos” entendiendo yo, que quería significar que en una región no tan extensa, se multiplicaban significativamente esas maneras particularmente locales de comunicarse. Digo maneras de comunicarse, ya que parece que, el fenómeno, no sólo implican palabras pronunciadas distintas o directamente distintas, sino maneras de decir, de gesticular y consiguientemente de significación y sentido peculiar y propio. Este fenómeno resulta, a priori entendible, si tenemos en cuenta que se desarrollaba entre gente que, a menos que fuese movilizada por algún tipo de enfrentamiento bélico, o desplazada por un cambio de “titularidad” sobre la región, por un lado tenía una acentuada tendencia a permanecer desde el nacimiento a la muerte en el mismo sitio, y por otro, carecía de una unidad política que de alguna manera impusiese códigos comunes entre regiones, y de los medios masivos, que resultan algo tan habitual para nuestras generaciones, que casi no reparamos en sus efectos unificadores y también de algún modo homogeneizantes. Tal vez, el nacionalismo localista, al que creo haber hecho referencia en alguna otra página, y la casi hipersensibilidad sobre lo propio, pudiese ser explicado o analizado desde esta perspectiva, como una reacción a la corriente, hasta cierto punto arrolladora de las diferencias propias de cada zona, que significan los distintos procesos de unificación política por los que fueron pasando hasta llegar hoy a la globalización imperante, de la que, como tantos otros sectores del planeta, no pueden quedar exentos. Retomando el paso por la costa adriática y antes de llegar a Venecia, queda aquí para ser develado, un desafiante punto, seguramente tan multicolor como el que hemos podido indagar: el que se refiere a una parte de nuestra otra mitad de las raíces. Toda la vertiente de la Nona Norma, está por ser estudiada, y aunque, a mí me parece, tenía una base un poco más amplia en Argentina al momento del matrimonio del Nono y la Nona, sería muy lindo, ir juntando datos y antecedentes a ver si podemos a la brevedad que la Vida nos regale, llegar a armar un poco más el cuadro de los ancestros de esa rama.
El reporte de Venecia, necesariamente estará mancado de una nota contextual que hace al espíritu, a la emoción básica que vibra en esta ciudad de ensueño edificada en una laguna, y que por el carácter gráfico de la presentación, no queda otra alternativa que recurrir a la fantasía de cada uno de los queridos lectores, quienes seguramente sabrán completar desde el fondo de sus vísceras, esta limitación del texto. Vaya esta imagen, como pequeña ayuda motivacional para que vuestra imaginación despegue al ritmo del acordeón y al compás de las cadencias de este Tío Rama, que ponía toda su pasión en los versos; que a pleno pulmón y con sentida entonación, hacían navegar, no sólo a los que tenían la oportunidad de estar sentados en la góndola, sino a todos los que estábamos parados sull pontino . . . y aún a una joven vecina que desde su ventana le grita ¡bravo, bravo! Venecia es agua . . . canales y canaletos . . . barcos . . . barquetas . . . góndolas y godolieri, pero sobre todo es una canción melódica que se desgrana en algún sitio de nuestro corazón, llenando de entrañable poesía todas las células del cuerpo y los vericuetos del alma. Venize, es una ciudad que merece todos los esfuerzos realizados para ser visitada. Resulta amable, gentil, y con la guía de Agustín, al mando del mapa ese día, nos desplazamos caminando de una punta a la otra observando cada canal que cruzamos, cada calle, cada tienda y cada rincón, con una sensación de bienvenida, creo que, como en ninguna otra ciudad grande de las que recorrimos. La ciudad parece decirte al oído: ¡En Venecia te puedes quedar sine die! Llegamos temprano a Venecia y a las catorce veinticinco subimos a una barcarola que hace un recorrido de unas tres horas cuarenta y cinco, como ya veremos, muy tradicional, por las islas más renombradas de la laguna: Murano, Burano y Torcello. El lago tiene trazado con postes que sobresalen casi dos metros de la superficie del agua, generalmente plantados de a tres o cuatro y con un farolito encima, unas calles o avenidas acuáticas, por las cuales circulan todas las embarcaciones que se desplazan de un sitio a otro, como los vehículos terrestres los hacen por las calles de una ciudad terrestre. Hay un canal grande, una zona de puerto para cruceros de gran calado, o al menos, para salvar mi temeridad lomeliana en el uso de un término técnico que, tal ves
no sea el apropiado, digamos . . . de gran tamaño; y finalmente, cientos de canales por los que circulan desde lanchas a motor hasta los clásicos gondolieri con sus largas góndolas manejadas de pie con un solo remo, que escasamente superan el metro de ancho. Hay casas que tiene aceras a orillas del canal que les pasa al frente, y también muchas otras, cuya puerta de entrada da directamente al agua. Incluso hay algunas que tienen un “garaje” para estacionar la barqueta.
El recorrido por las tres islas fue altamente satisfactorio, por un lado porque significó unas horas de descanso y de contemplación de paisajes únicos, lo cual no es tan factible mientras uno está conduciendo y debe prestar atención a las cuestiones propias del desplazamiento; y por otro, porque en cada una de islas hemos podido ver las manifestaciones tradicionales que hacen que aún hoy, se siga realizando un tour que ya era común en los tiempos que el Nono Juan y la Nona Chiche anduvieron por estas mismas sendas, hace ya más de cuarenta años. Murano con su presentación en el taller de vidrio, el vaso florero azul y el sempiterno caballito, que como nos enteraríamos después, ya modelaban en aquellos años, aunque el soplador, indudablemente de la misma escuela, por su edad no sea el mismo. Presenta a primera vista un frente de talleres, pero en su interior hay tienda donde se exponen piezas de vidrio que son un espectáculo inolvidable. Obviamente, la fama no es fruto de la persistente tradición del recorrido turístico, sino más bien a la inversa, y vale el esfuerzo de la visita. Burano, con sus bordadoras, parece no ser tan famosa con la anterior, sin embargo presenta un entorno muy atractivo de casita de pescadores con sus distintivos colores fuertes, al decir de los lugareños, para facilitar el reconocimiento a la distancia, cuando los pescadores están mar adentro en sus faenas. Esta es una isla donde gustosamente estaría dispuesto a pasar una buena temporada . . . Para Venecia, habíamos reservado alojamiento en Fisso D’artico, un pueblo sobre el camino a Padua, a cuarenta minutos de Venecia. Para visitarla hicimos el trayecto en bus. Al llegar a Piazzalle Roma, al final del largo puente donde terminan sus circuitos los transportes que llevan hasta la ciudad, buscamos un mapa e instrucciones en una oficina de turismo que hay allí mismo y comenzamos el recorrido caminando hasta Piazza San Marco, el corazón histórico de Venecia. Resultó interesante la Villa Manzzoni, por un lado, por el hecho de que dormir en una residencia del mil ochocientos, tiene su toque de remembranza histórica y si bien estaba bien limpia, trasmitía toda la sensación, digamos neoburguesa de las romanticoides mujeres de los comerciantes de aquella época, que no es precisamente el estilo campesino o épico del que descendemos y el que en el fondo más nos agrada. Al menos la idea. De todos modos sirvió para percibir como contrapartida, cuán cómodas y decorosas son las casas que en una u otra época de nuestras vidas nos ha tocado habitar. Tal vez toda esta elaboración sea una forma de buscar ver el medio vaso lleno, que compensé el que no me cayera muy bien la insomne María dueña de casa y sus tres descomunales perros ocupados todo el tiempo en depositar sus proporcionales detritos en el parque. Por otro, valió la experiencia, porque cada villa, es un conjunto de edificaciones otrora destinadas a casas rurales, como la que aparece en L´Albero degli Zoccoli ecos. La misma estructura de una casa principal, y completando la forma de U, que recuerda las construcciones fortificadas que le antecedieron en el tiempo, dos o tres lados con galerías arcadas, que se convertían en casitas para los peones, establo para los animales, silos para cereales, etc. Todo ello en medio de un terreno, la mayoría de ellos hoy parquisado, pero que antaño debería ser el campo de producción donde laboraban los contadini. Nos comentaron que los nuevos ricos de entonces se inspiraron en las mansiones algodoneras del sur de USA, y en verdad tienen algún parecido, sin embargo yo opino que si hubo alguna influencia, parece más lógico que haya sido desde Italia al nuevo mundo y no a la inversa, ya que la estructura parece tradicionalmente romana.