ROMA Llegamos a Roma, sobre las seis de la tarde del domingo 8 de agosto. La parada inicial fue junto al obelisco de la Plaza San Pedro. ¡Una llegada de cine! Porque como no había gente, la avenida estaba casi desocupada y después de ingresar en ella por el puente de Sant’Angelo, doblamos a la izquierda quedando la Basílica a nuestra vista al fondo, el pasaje quedó asombrado de que pudiéramos estacionar justo en medio de la famosa plaza. A cinco cuadras de allí y a dos de la Piazza del Risorgimento, Lucy había reservado sobre la Vía del Ángelo una habitación grande donde parar, que Gracias a Dios y a las vacaciones de los romanos contó con espacio en la misma calle para estacionar. La ubicación, realmente facilitó los movimientos, tanto los desplazamientos pedestres, como los realizados vía autobús. Hace casi un año había estado por primera vez en la Città y en verdad no había salido de ella con ánimos de regresar. Sin embargo, en esta oportunidad, el impacto fue totalmente distinto, y ante la pregunta de rigor, la mejor respuesta sigue siendo, la que ponen en boca del camarlengo de su santidad en Las sandalias del pescador ¡Roma e Roma! Esta vez, guiándonos con el texto del libro sobre Roma y el Vaticano, que nos regaló Horacio en su visita, leído paciente y persistentemente por Lucy, recorrimos muchos de los incontables atractivos que hay, tanto dentro del perímetro de la Ciudad como algunos lugares fuera de ella, como las catacumbas de San Calixto y la puerta del monumento que se ha levantado en la zona de las fosas ardeatinas. El lunes entramos a la Basílica, donde además de ver la Pieta de Michelangelo, el San Pedro en piedra negra, el baldaquino de bronce y la incontable cantidad de detalles que merecen atención, pudimos ir a misa en la capilla a la izquierda del baldaquino. Ante la Pieta, no cabe más que el silencio. No es curiosidad por los detalles, es la armonía de cada uno de esos detalles en la unidad de una obra que cautiva, no por el vértigo que produce sino para el éxtasis al que convoca. Silencio y esa tensa apertura del ánimo para contemplar una obra frente a la cual no se puede pasar si sentirse llamado a reposar la mirada, serenamente llamado a detenerse. Una vez detenido, la noción del tiempo queda en suspenso y si no fuese por la presión de otros visitantes que buscan hacerse un lugar, los minutos fácilmente se convertirían en hora. En la capacidad de plasmación artística, como en la ingeniaría que suponen todas las obras que tuvimos oportunidad de contemplar durante esta travesía, llámense obras de arte escultórico, arquitectura o simplemente los puentes y túneles de las carreteras, así como el finísimo sentido estético y práctico, que se deja ver en la ropa o en los utensilios y aparatos de cocina, por no mencionar la extraordinaria capacidad que ha alcanzado la técnica médica entre otras, dejan una vez más en claro que el ingenio humano, pletórico de recursos, obra maravillas cuando se pone al servicio de causas nobles. ¡La capacidad del ingenio humano es admirable! Como reiteradamente repetía Joaquín con acento italiano, no cabe otra expresión que ¡maravilloso!
Desde el trabajo en madera de los cascos de navíos expuestos en el museo de Génova, los milenarios muros pétreos, las esculturas en mármol, el trabajo en bronce, hasta el modelado del sílice a mil cuatrocientos grados que da como resultado una piezas vítreas impecables, pasando por la terminación de cada detalle de las máquinas Ferrari, que son obras con exquisitez de relojería, o los delicadísimos bordados a mano de Burano, por citar al pasar algunos ejemplos; ante todo ello, no podemos sino recogernos en agradecido silencio para contemplar el resultado de un temple que seguramente no tiene como meta primera la persecución del resarcimiento pecuniario, sino más bien el puro gusto de hacer algo bien hecho, como una especie de sublimación de todas la pasiones humanas en un obra que no se puede explicar simplemente sumando la materia prima y el ego de los artífices: esas materias primas, de suyo inertes, han logrado por la mano humana, y humanizate, expresar un contenido que funda y trasciende a ambos. ¡Cuántos recursos extraordinarios al servicio del hombre! Como todo haz de luz en este eón, siempre hay sombras y aún tinieblas que recortar casi todas las escenas. Pero hemos de ser realistas y reconocer que la sombra es carencia de luz y no a la inversa. Y aún más, hasta cierto punto la presencia de ciertas sombras nos hace más sensibles y atentos a la maravilla de la luz, que muchas veces torpemente damos por descontadas. Resulta imperativo para nuestra generación alimentar la imaginación y la fantasía con las cosas más nobles, en la sencillez simple de la vida cotidiana. No tenemos ni idea del daño que hacemos exponiendo a las jóvenes mentes a la avalancha de basura que se dispensa al más alto de los precios: la esclavitud del espíritu. No nos faltan medios. No es un problema de medios. Es una cuestión de ordenamiento de los medios. Los medios sobran y se despilfarran indecentemente. La cuestión central es una cuestión de fines. La pregunta no es ¿qué me ha dado la vida?, sino ¿al servicio de qué pongo yo mi vida? Al grito rebelde de Non serviam hay que oponer urgentemente el ¡Fiat esse Domine! Esa mañana se nos fue rápidamente en San Pedro. Tomamos el 81 en Piazza del Risorgimento y fuimos hasta Piazza Venezia, frente al “altar de la patria con su Monumento ecuestre a Vittorio Emanuelle II” que se construyó en la época del Duce. La parada del bus en Plaza Venecia es justo frente a la ventana desde la cual Mussolini acostumbraba realizar sus histriónicas arengas, al pueblo italiano. Este “altar de la patria”, popularmente llamado la olivetti por que se parece a una vieja máquina de escribir, como se puede ver en la toma a la izquierda, es una obra de dimesiones extraordinarias, en la que hoy funcionan algunas oficinas públicas relacionadas con el tema cultural e histórico. Allí había en estos días, una muestra sobre el tema de l’unita italiana, en la que se presentaban bustos, cuadros y reseñas de distintos personajes que hicieron a la Italia una nación, al menos políticamente unitaria. Desde Garibaldi hasta fines del siglo XX, pasando por Cavour, Manzzoni y tantos otros, excepto il signore Benitto, del cual busqué ex profeso algún tipo de meción o referencia, sin encontrar rastro alguno de este megalomano, que sin necesidad de defenderlo ni tomar partido a favor, no pueden dejar de reconocerle, al menos que la gigantesca construcción en la que se aloja la presentación, fue una obra de su tiempo. El sol pintaba fuerte, así que postergamos un poco el almuerzo para recorrer antes de comer el Coloseo, como le gusta decir a Benjí, cuyas entradas nos resultaron gratamente accesibles gracias a los pasaportes italianos. En el Coliseo, como en toda esa zona de la Roma vechia, impacta el testimonio inconmovible de las piedras monumentalmente estructuradas
en faraónicas obras que han sobrevivido desde hace milenios hasta nuestros días. Todo es monumental, y está allí para recorrerlo, verlo, tocarlo y sentarse a dejar volar la fantasía tratando de imaginar cómo habrá sido ese mundo tan distante, y a la vez tan culturalmente próximo a nuestra manera de mirar la vida. Al salir del Coliseo intentamos continuar con el recorrido de las ruinas, pero el calor y nuestras piernas cansadas urgían una escala técnica. Caminamos por la sombra disponible hasta la Vía Cavour1 y en unas mesas de un bar bajo un emparrado fresco realizamos nuestra única comida a la carta del viaje. No sólo a la carta sino también con sendos jarrones de un litro de cerveza con naranja que Lucy y yo nos pedimos, para palear la sed y acompañar unas pastas que resultaros exquisitas. Finalizada la ingesta, regresamos al Foro, y antes de completar su recorrido, bajo unas acacias centenarias en cuyas altas ramas se asientan los típicos cuervos romanos, nosotros hicimos la reglamentaria siesta esperando que disminuyera el impacto de Febo sobre nuestras bochas, que con sombreros y gorras, superaban los centígrados recomendables. Arcos del triunfo, columnas, muros, columnatas, templos, baños, arcadas, piedras talladas y toscas moles que otrora formaban parte de sólidas estructuras; todo está allí para ser visitado y recorrido, buscando cada tanto una de las características fontanas de agua fredda siempre corriente, de las que se enorgullece Roma y ante las cuales, nosotros, sedientos y agradecidos peregrinos, nos preguntamos cómo hacen para que el agua esté realmente fresca y siempre corriendo en tanta cantidad. El paseo en la zona siguió con un recorrido por el Palacio Nacional (la olivetti) y una visita al Capitolio que está a corta distancia, a la vuelta del mismo. Luego de parar a ver cómo hacen sus obras de arte unos pintores rumanos, que usan aerosol para hacer sus cuadros en plena acera, continuamos caminando hasta la mítica fontana di trevi, que se dice fue mundialmente popularizada con la proyección de la Dolce Vitta. Allí los tres alpinos cumplieron con el rito de la moneda y después se pusieron a discutir sobre cómo se podría hacer para pescar alguna . . . en lo posible de dos euros. El lucero vespertino hacía su entrada en escena cuando tomábamos el bus de regreso a Piazza del Risorgimento. Llegamos en unos minutos al lugar dónde parábamos, y previo aprovisionamiento de algunas vituallas en el negocio que hay en el sótano del edificio, que está abierto las veinticuatro horas del día y cuyo aroma de panadería subía hasta la ventana de nuestros aposentos, nos duchamos, cenamos y a descansar que al día siguiente nos esperaba otra trajinada similar. 1
Cavour es un nombre de plazas, calles y avenidas que aparece en muchas ciudades italianas. Así que no pude dejar de preguntarme ¿quién será este Cavour? Pues bien, el Conte Camillo Benso de Cavour, un piamontés de Torino, nacido en 1810 cuando cada comarca de lo que es hoy Italia andaba por las suyas, bajo el poder de turno, fundó un periódico llamado Resorgimento, lucho por l’unita y fue elegido primer ministro un par de veces, cargo que ejerció hasta el 6 de junio de 1861, día en el con el realismo clásico italiano, se dieron por terminadas sus funciones políticas por cesación de las vitales.
El martes nos levantamos bien temprano. Tomamos un capuchino y acompañé a Lucy unas cuadras, que se fue a hacer la fila para poder sacar entradas para el Museo Vaticano. A las ocho treinta sonó diana para la tropa, desayunamos y nos fuimos hasta la puerta del Museo. Llegamos justo unos quince minutos antes que nos tocará el turno de entrar, para ocupar al lugar que la mamá había venido reservando. Esta fue una de las situaciones en las que, lo que hay para ver, con relación al tiempo disponible y a la capacidad de retención, supera ampliamente mis márgenes. Las entradas son comparativamente modestas y contrastando con la zona de las ruinas, todo está impecablemente señalizado, ordenado y limpio. Al entrar, alquilamos dos aparatitos en los que uno va seleccionando la zona que está transitando y la obra que tiene enfrente, sobre la que uno puede escuchar una grabación en el idioma elegido.
La Capilla Sixtina parece ser la muestra más representativa y conocida del museo. Pero también, cuenta con colecciones muy interesantes de objetos, piezas y obras extraordinarias de todas las épocas. Llegado el turno de hacer la visita a la Capilla, traté de sentarme en uno de los escalones para poder mirar más cómodamente hacia arriba, ya que lo más conocido de todo lo que hay para ver, está principalmente en el techo; más no alcancé a depositar mi retaguardia sobre el gastado escalón de mármol, que un guardia de los que se pasean pidiendo silencio, silenciosamente me conminó con su mirada para que recuperara la posición bípeda. ¡Sea pues don carabiniere, . . . aún contra la ley de la gravedad, a tirar nuevamente el testuz hacia atrás! En las afueras de Roma, recorrimos unos cuatrocientos metros en las Catacumbas de San Calixto, una de las varias que subsisten visitables, y en la cual hay una estatua de Santa Cecilia, porque se dice estuvo enterrada allí. A poca distancia están las Fosas ardeatinas, de lo cual pudimos ver un de portón artístico, que a modo de monumento homenaje, indica este análogo sitio. La foto a la derecha, si mal non riccordo, está tomada en una de las calles perpendiculares a la avenida de Sant’Angelo, en la zona donde estábamos parando.