LA PRINCESA DE AINEDRAG (La amistad) Elvira se aburría el domingo por la tarde. Sus padres se habían ido al cine y no la habían llevado con ellos porque iban a ver una “película para mayores”. Por eso la habían dejado en casa con un canguro que no le hacía ni caso, pues se pasaba el día enviándose mensajes por el móvil con su novio. Tal vez Elvira era demasiado joven para tener novio, pero le habría gustado tener una amiga para compartir aquel domingo. Cuando se cansó de dar vueltas por la casa sin saber qué hacer, Elvira fue a su habitación y encendió el ordenador. Su madre era informática y le había enseñado desde muy pequeña a utilizarlo. Tenía incluso su propia cuenta de correo electrónico, desde donde enviaba mensajes a sus abuelos, que vivían en una ciudad muy lejana. Elvira esperaba encontrar aquel domingo unas líneas cariñosas de ellos, pero en lugar de eso descubrió que le había llegado un extraño mensaje de alguien que no conocía. Querida Elvira. Permíteme que me presente: soy la Princesa de Ainedrag y te he elegido para confiarte un precioso tesoro. Pero antes, quiero conocerte para saber si realmente lo mereces. Cuéntamelo todo sobre ti. Amistosamente, Princesa de Ainedrag. Elvira se quedó patidifusa ante este mensaje, que releyó varias veces para asegurarse de que lo había entendido bien. ¿Quién era esa Princesa de Ainedrag? ¿Cuál sería su tesoro? ¿Cómo sabía su nombre y su dirección de correo electrónico? ¿Por qué la había elegido a ella para entregárselo? Sólo había un modo de saberlo. Elvira hizo clic con el ratón sobre “RESPONDER” y empezó a escribir. Querida Princesa Ainedrag. No sé quién eres, ni de qué me conoces, ni cuál es tu tesoro, pero ya que me preguntas quién soy, te lo voy a contar. Como bien sabes, me llamo Elvira. Vivo en la calle Gardenia y me aburro como una ostra. Si es verdad
que eres una princesa, debes de tener caballeros a tu servicio. ¿Por qué no los mandas a buscarme y nos aburrimos juntas? Impacientemente, Elvira. Tras hacer clic con el ratón sobre “ENVIAR” se quedó pensativa. Aquella princesa, o quien fuera, debía de estar tan aburrida como ella para dedicarse a mandar mensajes aquel domingo por la tarde. Por lo tanto, seguramente no tardaría en responder. Mientras esperaba el sonido que anunciaba la entrada de un nuevo mensaje, Elvira fue al salón a contarle a la canguro lo que le acababa de suceder. Pero no pudo hacerlo, pues su novio ahora la había llamado por teléfono y charlaban sin parar. Justo entonces oyó “¡piticlín!” y supo que la Princesa de Ainedrag había vuelto a escribir. Elvira corrió al ordenador y leyó lo siguiente: Querida Elvira. Mis caballeros no pueden venir a buscarte porque están muy ocupados protegiendo mi castillo, que es de color rosa pastel y tiene almenas como zafiros. Te lo mostraré y te entregaré mi tesoro si eres capaz de descubrir cómo llegar. La única pista que puedo darte es mi nombre. Él te llevará hasta mí. Misteriosamente, Princesa de Ainedrag. Lo primero que pensó Elvira es que Ainedrag debía de estar muy lejos. Aunque no tenía esperanzas de reunirse con la princesa, Elvira consultó en su enciclopedia dónde estaba el reino de Ainedrag pero no encontró aquel nombre en la enciclopedia. Elvira estaba furiosa. Se había sentado frente a su ordenador para decirle cuatro cosas a aquella farsante cuando de repente hizo un descubrimiento sensacional. Mientras escribía AINEDRAG se dio cuenta que si leía la palabra al revés daba GARDENIA, la calle donde vivía ella. Sin duda, ésa era la pista. ¿Eso significaba que la princesa vivía en su mismo bloque? En ese caso era una mentirosa, porque le había dicho que tenía un castillo, caballeros y un tesoro. Entusiasmada con esta deducción, Elvira corrió hasta el salón. Efectivamente, en el bloque de enfrente, desde una ventana ubicada justo delante de la suya, una niña vestida de princesa la saludaba con la mano.
-¡La Princesa de Ainedrag!- exclamó Elvira, y aunque había resuelto el misterio sintió una gran decepción. Conocía de vista a esa niña, sus padres eran amigos de los suyos. Probablemente era así como había conseguido su dirección de correo electrónico. En aquel momento le hacía señales para que viniera. -¿Quién esa niña tan rara?- preguntó la canguro entre una llamada y otra. - La Princesa de Ainedrag- dijo Elvira, que no tenía ganas de dar más explicaciones. - Te está llamando para que vayas. Puedes ir a jugar con ella. Elvira llamó al timbre y la princesa le abrió la puerta. Vivía en un piso normal y corriente. Sus padres también estaban fuera de casa y su abuelo, que la cuidaba, dormía sentado en el sofá, con el periódico de la mano. Aquello era decepcionante. -Muéstrame tu castillo y tus caballeros- dijo Elvira con tono exigente. La princesa la llevó de la mano hasta su habitación y le señaló, orgullosa, un castillo en miniatura. Sus paredes eran rosadas y sus almenas azules. A su alrededor, un ejército de caballeros de juguete custodiaba el castillo. Mientras abría una de las ventanas para mirar las habitaciones, recordó el viejo refrán: “Quien tiene un amigo tiene un tesoro”. De repente entendió lo que había venido a buscar. Ése era el mejor trofeo que podía haber recibido: a partir de ahora no jugaría sola ningún domingo.
Monta un mercadillo de intercambio. Una manera divertida de hacer amigos es organizar un mercadillo de intercambio un sábado por la mañana, en tu casa o en la calle. Cada participante traerá juguetes, material deportivo o libros que ya no utiliza y los cambiará por cosas que ofrezcan los otros niños/as. ¡Así funcionaba el mundo antes de inventarse el dinero!
“El pájaro necesita un nido; la araña, una red; la persona, amistad”. (William Blake)