Domingo 1 al domingo 8 de agosto - Grizzana Morandi La parte de descanso del viaje, había sido planeada en una casita en la campiña de la Emiglia Romana. Que el mundo es un pañuelo y que hay argentinos hasta en los rincones más insólitos, ha quedado una vez más comprobado por los hechos. Resulta que, habiendo tanta gente dedicada a lo que se llama el agriturismo, una forma de hospedaje más económica y sobre todo tranquila y segura que los alojamientos en medio de las ciudades, nosotros fuimos a dar a la casa de un matrimonio de argentinos, venidos hace unos quince años a la Europa. Gustavo y Silvina viven en medio del campo, en Monteacuto, dentro del ejido de Grizzana Morandi, y disponen de la parte de abajo de su casa para recibir gente. Las referencias catastrales son un poco diferentes, ya que se llama localidad a lo que nosotros identificamos como un paraje; paese a lo que nosotros llamaríamos pueblo, etcétera. Hay casas sobre calles sin nombre y cuya referencia de localización es la más cercana que exista. En este caso particular, a la propiedad los dueños le llaman La Collina, y tiene en la puerta de entrada el número 91 D de la localidad Tabina. Pero resulta que Tabina es la identificación del terreno donde está ubicada la casa más próxima, a unos doscientos metros. De todas formas, también llegamos a hora y nos estaban esperando sentados en el balcón; no bien nos vieron avanzar despacio mirando todo cartel en el horizonte, Don Gustavo nos hizo señas y aterrizamos. Habíamos salido de Génova al promediar la mañana y recorrimos lo que por autopista hubieran sido doscientos cincuenta y cuatro kilómetros, un poco por la costa y por caminos internos de montaña, con paisajes, pinos, robles, bosques, curva y contracurvas que pusieron a Benjí en el aprieto de devolver lo que había ingerido de desayuno y la consiguiente parada para airear el auto y limpiar lo que no le había sido posible verter dentro de la limitada bolsa con que había previsto su desenlace. Como no estábamos siguiendo una ruta premarcada, y en un momento encontramos señales para un pueblo llamado La Collina, fuimos siguiéndolas hasta llegar . . . a un sitio que después comprobamos distaba setenta y cinco kilómetros de nuestro destino y en el que no tenían ni idea de un lugar llamado Grizzana Morandi. Rehicimos mentalmente y con una pizca de discusión, la ruta que habíamos seguido, localizamos en el mapa dónde estábamos y a dónde debíamos llegar, comprobamos que no nos habíamos salido del camino, y ya que preguntando, todos los caminos llevan a Roma . . . preguntamos por un sitio más conocido y que aparecía en el mapa en el área de destino y reemprendimos nuestro derrotero. Cinco preguntadas más nos fueron facilitando el tránsito de los caminos y callejas que nos faltaban recorrer para llegar a Grizzana Morandi y de allí subir a Monteacuto.
La casita, con un dormitorio grande con cama matrimonial, un baño cómodo, una cocina muy práctica y una sala de estar con lugar cómodo para que durmieran los tres alpinos y la mesa para comer, resultó acogedora al punto que la semana se nos pasó muy rápidamente y nadie quería partir de allí llegado el momento de iniciar la nueva etapa. Muy limpia y en un lugar apacible en medio de colinas con rastros de trigo recientemente cosechado y una vista escénica que nos retrotraía a nuestra Villa Allende querida. En la zona, fuimos a Grizzana, Laggaro, Riovecchio, Camugnano, Montovolo, Pian di Seta, al dique de Suviana, y otros parajes en medio de la montaña y los bosques, y también hicimos una salida a Firenze (Florencia) en tren, a Siena, a Maranello, Pissa con ida a la única playa no privada de la zona en Viareggio.
En la primera salida por abastecimientos, Lucy pidió referencia a un ciclista del treinta y dos, que había salido temprano a comprar el pan del día. El gentil señor le dijo que vivía en el Borgo Stanco di Sotto. Dos días después, en un paseo vespertino vemos un cartel indicador para Stanco di Sotto y decidimos seguirlo para ver, aunque sea en memoria de Borgognone, qué cosa es un Borgo. Bajamos por una callecita que cada vez se hacía más estrecha, y a unos trescientos metros de la entrada, encontramos un lugar para estacionar al pie de una casa viejísima: no alcanzamos a acomodar la retaguardia de la Voyager, que de un ventanuco de los que desde esa altura era la tercera planta, se asomó un vecchio gritándonos que no podíamos estacionar allí. Lucy descendió de la camioneta para preguntar dónde se podía estacionar y el viejo le dice: ¡Tu sei la spagnola! ¡Speta! Franco, que así resulto llamarse el señor, bajó al trote con su, faja, su rodillera para las várices, su pantalón corto y la camiseta sin manga; nos hizo aparcar contra una cadena que cerraba otra plaza de estacionamiento, pidió disculpas por la impronta inicial y explicó que el lugar que habíamos ocupado era el de su hija y que él le había sacado la cadena porque estaba a punto de llegar. Franco nos paseo por el Borgo, nos explicó en qué sitio cuidaba mulas en tiempos de guerra, dejo ver libremente su fobia anti-yanqui, nos mostró la iglesia del pueblo por fuera, que dijo cuidaba su hermana hasta que murió, nos presentó a unos amigos y amigas de su generación y finalmente nos invito a su casa donde estaban su esposa y el nipote Mateo. Llegados a la casa, que debe tener quinientos años al menos, y que si bien esta aggiornada en algunos aspectos, sigue conservando en lo esencial la estructura y elementos originales, la esposa le hizo recorrer todo los rincones a Lucy, sacaron té frío, vasos y sillas, y charlamos un buen rato como si fuéramos habitúes de toda la vida. Franco nos dijo que se había jubilado de mantenimiento de la Universidad de Bologna y que venía de junio a septiembre al Borgo, a la casa que había sido de su madre, de su abuelo y así antecedentemente. Nos dijo que no podíamos dejar de ir a Módena, que la Ferrari merecía al menos una visita. ¡Io sonno un ferrarista!
Al momento de irnos, aunque estaba llegando la hija con su marido, nos acompañó hasta el auto y dimos un paseo más, ya que él ya había cenado ¡insalata di cipolla! y no tenía ningún apuro. Nos despidió muy afectuosamente con un bacchio y un cuidado por el camino. Todo un encuentro con otro más a quien nunca más veremos, pero que nos trató como de la familia.
Altro giornno, regresando de un santuario del siglo trece en la cumbre de Montovolo, que estaba cerrado por refacciones, paramos al mediodía a retozar un poco y a comer, en un Campo Social que la comunidad de residentes (los menos) y los finesdesemaneros han construido para juntarse a pransear y fiestear. Unos sándwiches de prosciuto y formaggio hicieron las delicias del momento, que gentilmente fueron acompañadas por un acordeonista que interpretaba su fisarmonica detrás de los ligustros del frente. ¡No hay combustible más eficiente para la melancolía, que la melodía de un acordeón de la que fluyen las melodías tradicionales italianas! El campo social consta de un campo de fútbol, una cancha de básquet que se entiende hace las veces de pista de baile por el escenario lateral que tiene, un kiosco grande con baños en la planta baja, una terraza para comer y un parque infantil. En la celosía de madera que cierra la ventana por la que se expenden las vituallas y bebidas, había varios carteles de eventos sociales; uno decía: “Sagra de la Polenta – Sábado 7 de agosto, 11 horas”. ¿Adivinen que estábamos haciendo el Sábado a las once? Firmes como postes de quebracho, hicimos la cola para comprar cinco raciones de polenta y un bicchierri de bianco regional. Cuatro raciones con chinggialli y una con funghí para la fiorenzata. El que vendía los tickets era el fisarmónico, aderezado para la ocasión con un birrete partisano; y su amigo, uno de los organizadores de la polentata, nos explicó detalladamente todo los circuitos de abbeveratoi e lavatoi de la zona que están siendo rescatados por ellos, cuyos dibujos y mapas de recorridos han publicado en un librito que adquirimos. Se trata de unos recorridos por senderos que posibilitan ver antiguos abrevaderos donde la gente llevaba sus bestias a beber, y lavatorios donde lavaban la ropa antiguamente, que a la vez eran puntos de reunión y encuentro social en aquellas épocas en que no sólo no había radio y televisión, sino que el agua circulaba por donde la naturaleza lo había dispuesto. En algunos de esos sitios, los más propicios para la recolección del agua y para al acceso, se construían con piedra estos simples manufactos, como ellos genéricamente le llaman. Algunos provistos por vertientes apenas canalizada y otros por un sistema de recolección y canalización de aguas que bajan por las colinas. Muy interesante e inspirador. El kiosco esta dotado de dos cacerolas grandes como medio barril de doscientos a baño maría, con un brazo superior en el que hay un dispensador del cual la harina va cayendo como espolvoreada, que tiene dos palas removedoras, entiendo que movidas eléctricamente, ya que al cuoco, lo único que se le veía hacer era agregar de tanto en tanto un poco de agua, . . . y él no tenía ningún cable, mientras que el artefacto sí. jejejeje La polenta a punto, la sacan en unos bandejones de aluminio de unos diez centímetros de alto, donde “descansa” y deja de estar morbida, palabra que usan mucho para referirse a las cosas de consistencia blanda. Al momento de servirla cortan con una espátula una buena rebanada, como de dos pulgadas, que rellena el plato, y le ponen la carne o los hongos encima, cada cosa preparada con su exquisita y propia salsa. ¡Buon apetito!
En Pian di Setta, pasa el fiume Setta, que se ve debe ser torrentoso en época de deshielo, pero que en este agosto traía un medio curso de agua entre pedregales, que en la curva contra el paredón debajo de Riovecchio,
cerca
de donde se accede a la autostrada del sole,
contra un
barrancón de unos siete metros de alto, forma un buen estanque en que pudimos bañarnos a gusto y hacer un picnic con tinto espumante y una sandia muy dulce, sentados en la base de los pilares del puente. Obviamente después de la degustación, hubo de ser venida una siesta para realinear el yin y el yan que se habían desbalanceado con el nebiolón local. Como se deja ver, la agenda gastronómica, sobretodo la vinícola, no quedó librada al azar: la comida y la bebida es toda excelente. Laggaro fue uno de los puntos de aprovisionamiento, en cuya primera pasada, de retorno de no recuerdo dónde nuestro primer día en la zona, experimentamos que después de las siete, la mayoría de los negocios están cerrados. Llegados frente a la puerta de un mercadito como los de Leones, nos encontramos con que ya estaba chiusso. Avanzamos una media cuadra y en un bar que había tres personas sentadas afuera, preguntamos dónde se podían comprar elementos para comer a esta hora. Inmediatamente uno de los personajes, de perfil severiniano, se levanto y nos dijo que lo siguiéramos. Cruzó la calle, nos hizo entrar por la puerta de servicio al super, hizo la presentación de rigor, y aunque estaban baldeando el piso, nos dispensaron atención y la mercadería que necesitábamos. En Laggaro, que es un pueblo más chico que Villa Allende, hay cinco familias argentinas; uno de los dos veterinarios es argentino y hay un italiano argentinizado que vivió siete años en Ushuaia. Al que conocimos fue a este último, en una tienda de regalos y otras yerbas a la que entramos para comprarle un osito de peluche para el Juliano, el hijo de Gustavo y Silvina, ya que el 5 de agosto era su cumpleaños número dos. Pero resulta que una vez en el local, relojeamos una pastalinda . . . y no podíamos sino ponernos a verla. El dueño del negocio, gentil y hábil, nos preguntó si queríamos ver otra de mejor precio, pero muy buena calidad, “a mi hija le regalé una de estas hace quince años”, “son tan buena como aquella pero más barata y además tiene el implemento para hacer spaguettis”, etcétera, etcétera. Conclusión, en cuanto terminemos de hacer este reporte, tenemos que bautizar la pastalinda; que además de ser made in Italy, si Dios quiere tendrá que recorrer, además de los tres mil y pico que ya hizo, aún otros catorce mil kilómetros más para llegar a destino y que podamos realmente probar que “funciona”. ¡Quiera Dios que así sea a la brevedad posible!
En Grizzana, el partido único, de izquierda recalcitrante, había ganado otra vez las elecciones hacia poco. En realidad esta vez compitiendo contra una lista vecinal armada tres días antes de las elecciones, que si bien sacó ¡sólo! un tercio de votos, al decir de los vecinos, al menos servirá para que se cuide un poco el Sindaco con los fondos que está recibiendo como compensación de la construcción de una autovía nacional en el ejido. ¡En todas partes se cuecen habas! ¡Las mismas habas, cada cual en la más grande calderada que puede! Es interesante ver como, tanto en España como en Italia, se constatan agujeros negros temporales, en los cuales la historia oficial se interrumpe como si nada hubiese pasado en el orden secuencial de los acontecimientos, y los laureles pudiesen ser reivindicados a piaccere, de espaldas a lo que pasó antes y o después del período ensalzado. No es práctica nueva ni exclusiva de estos países, y dentro de ciertos límites es comprensible que cada uno quiera llevar agua para su molino y no roturar campo ajeno. Pero hay omisiones de torpeza tan grande que llaman la atención, porque la misma falta se aprecia no como una denuncia, que bien podría aceptarse entre los habilitados para arrojar la primera piedra; sino como una falsificación de la realidad que se pretende exponer, lo que implica caer en el mismo error que se pretende denostar. Creo que es el necesario recorte que conlleva toda ideología como reducción de la realidad a una idea preconcebida. Ya veré si me acuerdo de mencionar, al tocar nuestro paso por Roma, el caso particular que catalizó la reflexión. En fin, con motivo de su reelección y del
agosto
vacacionero
que
trae
muchos habitantes de Bologna a sus segundas casas, el Municipio había organizado unos eventos culturales. Nosotros,
buscando
un
bailongo
popular fuimos a parar a la piazza enfrente de la Cassa Comunale, justo en el momento que presentaban un conjunto
de
rumanos
ejecutando
música gitana. La banda, en todos los sentidos de la palabra, estaba integrada por un acordeonista, un contrabajista, un violinista –il capo- y un cimbalista. El címbalo es un instrumento que se percute a mano, con unos martillitos, como un xilofón, pero es como el bastidor con cuerdas de un piano, en posición horizontal como el de los pianos de cola. Si bien hacía un poco de calor, la banda se ganó con sudor los merecidos aplausos que siguieron a cada una de sus furibundas interpretaciones, en la cual “hicieron sonar” sus instrumentos, cada uno con auténtico y notable empeño.
A Florencia fuimos en tren, un poco por el incordio del estacionamiento, un tanto para que por un día maneje otro, pero sobretodo por hacer el experimento de movernos usando los medios locales, como lo hacen los residentes que van a trabajar cada día a Bologna o a Firenze. Firenze, es otra ciudad museo en la cual uno se pregunta ¿dónde está la gente que trabaja? Ya que fuera de quienes atienden a los turistas, la principal fuente de ingreso y por lo tanto los primeros trabajadores, como decía el General, son los vinculados al mundo de los visitantes, y no se ve a primera vista ¿qué otra cosa se hace en la ciudad para vivir allí? Orientales a mansalva que todo lo fotografían y filman; un cartelito en plena piazza del Doumo que dice que allí no se puede acampar, seguramente para prevenir que algún “americano” arme su chiringuito a la sombra de los marmóreos y seculares muros, movimientos de todo tipo, vendedores ambulantes negros en cada espacio transitado y libre del control policial, grupos en las más variadas lenguas, etcétera, etcétera. Florencia, sobre las doce del mediodía era la escenificación de lo que imagino cuando se dice “un mercado persa”. El fenómeno de los amarillos llama la atención; es como si se hubiese pateado un hormiguero, tanto por la cantidad como por el modo grupal en que se desplazan. No sé si será la época del año, pero notoriamente superan a cualquier otra de las hordas tradicionalmente turisteras. Como señalaba Agustín, a pesar de nuestra tendencia a unificar las etnias, de todos los que vemos con los característicos rasgos “achinados”, algunos de esos grupos se distinguen por sus conductas comparativamente polares. Mientras los japoneses parecen seguir conduciéndose con el orden y respeto con que les asociamos, hay otras procedencias de aquel inmenso mundo desconocido para nosotros, que parecen ”americanizadas” por el desparpajo de conductas con que se desplazan. Me he preguntado varias veces ¿cómo vivirán este fenómeno? ¿qué significará para ellos la experiencia de contemplar estas manifestaciones artísticas, a priori, culturalmente tan ajena a su enclave natal? Por citar un ejemplo llamativo, en la misa en la que estuvimos en San Pedro, dos orientales, un hombre y luego una mujer de un mismo grupo a quienes se les percibía empeñados en la meta, trataron de guardarse en el bolsillo la forma consagrada, suponiendo nosotros que ellos, entenderán que es una especie de souvenir entregado como recordatorio, o algo por el estilo. Cosa que parece habitual, porque el celebrante tenía al momento de la comunión un guardia junto a él, que evidentemente no hacía de monaguillo sino que se le veía expresamente controlar ese tipo de intentos. Como se puede ver en cualquier reporte sobre Florencia que muestre mínimamente la monumentalidad de sus obras y edificios, “La República de Firenze” ha sido uno de los centros de poder de lo que hoy es la unidad política llamada Italia. Estimo que en época no tan distante, en estas tierras aún hoy dispares, “cada uno tenía su república”. A lo cual, me parece se hace referencia con cierta nostalgia, tal vez como otro síntoma del fenómeno localnacionalista en auge en múltiples regiones europeas. Hasta Garibaldi, cuyas estatuas ecuestres, que como las de San Martín en nuestros lares, hay una en cada plaza de cada pueblo, lo muestran vistiendo un poncho a lo gaucho, Venecia era una República, Florencia, Génova, etc. Durante este viaje hemos visto en casi todos los paeses recorridos, fiestas de l’unita italiana. El argumento está montado sobre el período 1946-1996 y con mi escuetos conocimiento de historia, no sé exactamente sobre la base de qué racionamiento, se fija este lapso de tiempo, sobretodo la segunda fecha, ya que la primera se comprende rápidamente. En Florencia, al extremo exterior del ponte vecchio, Joaquín adquirió un sombrero típicamente italiano que como un caballero portó desde allí en adelante, agregándole, incluso una par de plumas para darle su toque personal acorde al portador cuya cabeza protegía tan bien del sol.
Pisa y su renombrado campanario inclinado, que esa es la función de la torre, tiene la zona del Duomo (la Catedral), el Baptisterio y el campanario, impecablemente pulita, en un enclave amurallado por tres lados, que se abre al casco antiguo, dentro del cual sólo se permite la circulación pedestre de los turistas, algunos ciclistas y el patrullero. A pesar de la incontable cantidad de gente que se mueve, de los muchos kiosquitos tipo “Río Segundo” que venden una variedad tremenda de artículos recordatorios de diversos orígenes, todo está muy limpio, y creo que este fue el primer lugar donde usamos baños públicos a los que se ingresa, previo depósito de cero cincuenta. La torre está bajo milimétrico trabajo de mantenimiento constante. Lo de milimétrico no es una exageración, ya que, un cuarto de la parte inferior de la torre, estaba andamiada y cubierta con una tela de protección, tras la cual había operarios con aparatos tipo torno de odontología, que, entre otros menesteres, mediante chorros de agua de alta presión y cepillitos, recorrían cada encuentro de las piedras para sacar la más mínima suciedad. Con el paso del tiempo se la han cambiado la mayor parte de las columnas de mármol blanco, y como es de general conocimiento, resulta peculiarmente atractiva por el hecho de haber sido construida ex profeso con esa inclinación que le ha dado la fama. No se percibe deformación estructural alguna, sólo la mole uniformemente ladeada desde la base a la cúspide. No es la única, ya que en una isla en la laguna de Venecia, entre las islas de Murano y Burano, también hay un campanario inclinado con una diferencia de dos metros entre la base y la cúspide, y al parecer en este caso no fue por planificada determinación del geómetra, como le llaman a los arquitectos. Los pisanos, ¡eternamente agradecidos a esta torcedura que da de comer a tantos! y como viejos marketineros presentan distintas versiones sobre temores de desplome, peligros y esas yerbas tan eficaces para estimular la curiosidad humana y posibilitar su conveniente contrapartida pecuniaria, que en definitiva suele ser la causa por la cual, casi siempre baila el mono. Por si acaso, nosotros nos sentamos a contemplarla, a una prudente distancia, bajo unos pinos, ¡del lado opuesto a la saliente! La pregunta de rigor es ¿Qué prueba habrá querido hacer el constructor cuando se le ocurrió montar este engendro? En definitiva, otra ciudad interesante para caminarla, recorrer callecitas y plazas, y de tanto en tanto ¿por qué no? compensar las inclinaciones . . . con un buen gelatto.
Después de haber tomado el sol en Pisa, nos fuimos al mar a Viareggio, un lugar con playas de arena y sin mucha gente . . . sólo que el bolso playero había quedado en la casa . . . con lo cual se zambulleron lo que tenían ropa susceptible de tales circunstancias: Benjí y Agu. Los demás miramos un rato, compramos una toalla a un aceituno que deambulaba cargado de ellas para poner entre el asiento y las retaguardias mojadas y finalmente nos refugiamos al fresco . . . dentro del auto y rumbeamos para La Collina donde concluyó la tarde con una caminata por los alrededor en busca de animales silvestres, cuyo relato, me parece forma parte de la exposición de Benjuí.
Siena es otra ciudad con carácter propio; visitarla no es recorrer “otra ciudad más”, es retrotraerse en el tiempo a un lugar en el que armónicamente se plasma una semblanza epocal inconfundible. Puede a uno gustarle o no ese aire lúdico que parece convertir la zona histórica en una escenificación de película de los templarios, pero no se puede dejar de reconocer que ese tono es algo omnipresente y distintivo de la ciudad, no porque alguien haya hecho un montaje cinematográfico, sino porque así se vive en Siena. El escenario de la plaza del Duomo sintetiza en una imagen, lo que la ciudad encarna. Allí, desde 1238, clásicamente el 2 de julio y el 16 de agosto de cada año, se lleva a cabo esa competencia espectacular que llaman El palio. Una contienda medieval de carreras de caballos, bandas, banderines, pañuelos, estandartes y vestidos típicos que, además de cargar de olores, colores y sonidos el ambiente, identifican a cada (contradaioli) facción contrincante, haciendo realidad palpitante el temple que la ciudad expresa en cada rincón y en toda su estructura. Nosotros estuvimos una semana antes del palio, durante los preparativos, pero pienso que, aunque no hubiésemos visto un solo jinete o un solo escaparate de las tiendas repletas de artículos típicos, lo mismo resulta claramente perceptible, la rancia impronta tradicional que le da el toque de unicidad folclórica viviente a la ciudad. La capacidad de mimesis es extraordinaria: podríamos decir que lo que el camaleón hace por instinto, el hombre lo hace por costumbre, y esto es historia cotidiana en la ciudad de Santa Catalina. Maranello y su caballino rampante en salsa roja, son una muestra de ingeniería artística o de arte convertido en máquinas. Este gusto por la exquisitez en el diseño y en la terminación de las máquinas, no es sólo algo que se ve en Ferrari; hemos mencionado en algún párrafo, que es una línea de trabajo que en Italia se aprecia en la plasmación de muy distintos artículos. La historia de Ferrari y de la Ferrari, no deja de ser historia de hombres, pero se percibe como una historia muy humana, dramáticamente humana. Sin estar libre de tragedias, en el contexto de creación de esos finísimos aparatos hechos para competir, lo trágico que acompaña toda aventura humana parece más bien un toque que hace a una impronta fundamentalmente épica. Ferrari es una pasión detallista que se plasma con un nivel de exigencia descomunal hasta en la cabeza de los remaches. Todos los elementos de cada coche, están hechos a la alta escuela: el habitáculo parece un guante, el capó al abrirse devela una muestra de relojería y cada auto parece manifestar, el haber recibido el tratamiento de una pieza única. Todo esto no es más que una impresión personal. Digamos, un relato impresionista, si se quiere. Desconozco la historia, los detalles y las anécdotas, sobre los que un especialista o un contertulio de ese mundo pueden ser fácticamente versados. De niño tuve la gracia de ser iniciado en el manejo de los fierros engrasados y me vuelvo a maravillar cada vez que pienso que el hombre es capaz de hacer que “un montón de piezas” pueda surcar los aires con quinientos pasajeros, llevar y traer una familia o desplazarse con precisiones milimétricas a trescientos kilómetros por hora. Si bien mi pericia mecánica no ha crecido proporcionalmente al paso del tiempo, conservo un cierto sentido de lo que es una máquina, y por qué no mencionarlo, una cierta debilidad que me hace admirar un trabajo bien hecho, tanto por el hombre que es capaz de tal plasmación, cuanto por la armonía que manifiesta la obra. Y es desde esta sensibilidad y desde estos anteojos, desde donde contemplo lo que relato. Los especialistas tendrán otras versiones, compresibles y respetables desde su óptica. Para ir cerrado este capítulo, la salida al Dique de Suviana, fue una refrescante pasegiata el sábado a la tarde, en la cual las límpidas aguas del lago sirvieron de hábitat para las practicas natatorias de lo tre alpini y Lucy, y una siesta bajo los pinos para el relator. Había poca gente en los alrededores, un par de bañista y una lancha de seguridad recorriendo el lago. Muy lindo lugar para ir en caravana, no sabemos si permitirán acampar directamente en los terrenos linderos, pero estamos dispuestos a averiguarlo.