Xavier Batalla. Cambiar Con El Mundo

  • December 2019
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LA VANGUARDIA 9

INTER NACIONAL

MIÉRCOLES, 21 ENERO 2009

Xavier Batalla

Cambiar con el mundo

E

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HORACIO VILLALOBOS / EFE

1. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, y su esposo, el ex presidente Bill Clinton, a su llegada a la inauguración. 2. Soldados estadounidenses en Iraq viendo la toma de posesión. 3. El cantante Bruce Springsteen en la ceremonia de investidura. 4. Obama firma, con su mano izquierda, el acta tras jurar el cargo de presidente. 5. Shirley Wilson y Don Burkley siguen emocionados el acto en la ciudad de Los Ángeles.

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JIM YOUNG / REUTERS

MOLLY RILEY / EFE

El viaje –y la muchedumbre que los viajeros encontrarían unas horas después en la capital del país– recordaba un peregrinaje religioso: la devoción al líder, la abundancia de merchandising, la comunión, la alegría. A las 7.15 de la mañana, el autobús aparcó en el extrarradio de Washington, junto a una parada de metro. “Ha sido un viaje largo y maravilloso”, resumía Chet Whye. Durante la campaña electoral, Whye, de 53 años, viajó por todo Estados Unidos como voluntario y, ayer, micrófono en mano, evocó “la nieve de Nuevo Hampshire” y “la lluvia helada de Cleveland”. Pura retórica obamiana. Una vez en el centro de la capital, el grupo de Harlem se fusionó con los centenares de miles de ciudadanos –jóvenes y viejos, blancos y negros, hombres y mujeres– que se dirigían al National Mall, a pasar frío y a ver al nuevo presidente en pantallas gigantes. Un líder político pero –como sugiere el tono de sus discursos– también espiritual. Así como la coronación de los monarcas y la proclamación de los papas tiene su liturgia, en Estados Unidos la investidura de los presidentes también es un ritual que a veces, como ayer, enciende el fervor popular. En Washington se mezclaba la admiración por el líder con la voluntad de “formar parte de la historia”, como decía Alfred Bryant, de 22 años, que también viajaba en el autobús. “Básicamente quiero poder contarles a mis hijos y a mis nietos que estuve aquí, y que mis hijos se lo puedan contar a sus nietos”. Vistos con ojos europeos, la liturgia y el fervor son llamativos. Cuesta imaginarse en Europa millones de personas desplazándose centenares, miles de kilómetros para celebrar a un líder político. Podría llegar a asustar. Cuesta imaginarse a tantos ciudadanos confiando sin cinismo en el presidente. Con el país en la peor recesión de las últimas décadas y dos gue-

AP

rras –Afganistán e Iraq– inconclusas, Barack Obama no lo tiene fácil. Pero el crédito que acumula es inusual. La muchedumbre que llenó el National Mall es un arma política de primer orden, en Estados Unidos y en el resto mundo: ¿qué líder democrático es capaz de exhibir unas masas tan entregadas? Algunos comentaristas –pocos: la mayoría también están entregados– apostaban anoche: ¿cuánto durará la luna de miel? El propio presidente ha advertido que los males de Estados Unidos no se resolverán en cien días, sino en mil, o más. “Seremos pacientes”, prometió René Ridick nada más llegar el autobús a Washington. Ridick, que tiene 50 años y trabaja como auditora interna en una empresa, teme perder el trabajo y, sobre todo, perder el seguro médico. Sin trabajo, no hay seguro. El viaje era un homenaje a sus padres, que se manifestaron en los años sesenta en esta ciudad con Martin Luther King. El paCAP I T AL PO LÍ T I CO

El apoyo de las masas a Obama puede ser un arma política de primer orden CO MO UN PAPA

El viaje en autobús a Washington recuerda un peregrinaje religioso dre ha muerto y la madre se quedó en Harlem. June Terry, la mujer que se extasiaba en el National Mall, es pragmática. Cree que sin la presión de la base las cosas no se moverán en Estados Unidos. Terry es activista en la defensa de los derechos de la tercera edad. “No esperará que el hombre lo haga todo solo, ¿no?”, dijo. “El hombre no es Jesucristo”.c

l rito de la toma de posesión del presidente se confunde con el origen mismo de Estados Unidos. Fue el primer presidente, George Washington, quien puso la primera piedra de lo que ahora es tradición. La Constitución sólo aportaba el texto del juramento que debía prestar el nuevo presidente: “Juro (o prometo) solemnemente cumplir fielmente las funciones de presidente de Estados Unidos y, en la medida de mis fuerzas, salvaguardar, proteger y defender la Constitución de Estados Unidos”. Pero Washington añadió por su cuenta un “¡que Dios me ayude!”, al tiempo que se dirigía a los miembros del Congreso. Ese discurso se ha convertido en tradición. Barack Obama juró ayer salvaguardar, proteger y defender una Constitución que, originalmente, contempló al hombre negro como tres quintas partes de una persona. La ceremonia de ayer fue así un momento histórico, en el que el primer presidente afroamericano rechazó el legado de su predecesor y culminó, con su discurso, un ejercicio de diplomacia pública que parece recuperar el poder blando que Bush dilapidó. Las comparaciones entre Obama y Kennedy fueron constantes en la campaña electoral. No fue un recurso periodístico, como demuestran las grandes expectativas que el presidente ha despertado globalmente. Y las comparaciones se-

Barack Obama rechaza el legado de Bush y “la falsa elección” entre seguridad e ideales estadounidenses guirán. El 20 de enero de 1961, Kennedy pronunció su célebre frase “No os preguntéis, queridos compatriotas, qué es lo que vuestro país puede hacer por vosotros, sino lo que vosotros podéis hacer por vuestro país”. Ayer, Obama lo dijo de otro modo al anunciar, con la economía en crisis, “una nueva era de responsabilidad” personal “para empezar otra vez la tarea de rehacer América”. En política exterior, Obama repudió el legado de Bush y rechazó “la falsa elección entre nuestra seguridad y nuestros ideales”. La política exterior estadounidense puede interpretarse históricamente de tres maneras opuestas. Una ve a Estados Unidos como un país con una fuerte inclinación por la diplomacia de las cañoneras o del dólar; esta visión no la aceptará nunca Bush, pero es exactamente la que ha proyectado, pese al envoltorio idealista, para buena parte del mundo. Otra visión es la que pretende que Estados Unidos no sea ni un extraño campeón ético en un mundo de egoístas, ni un país con una avaricia superior a la media, sino un país normal que quiere aumentar su poder; esta es la política que los realistas quieren que abrace Obama. Y la tercera interpretación sólo ve a Estados Unidos como un actor moral; es decir, como un Estado que se mueve no por sus intereses nacionales, sino por principios. Obama echó mano ayer del idealismo americano, pero no desechó el realismo. “El mundo ha cambiado y nosotros debemos cambiar con él”, dijo. George W. Bush pretendió cambiar el mundo unilateralmente y por las bravas.

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