26. LA ACTIVIDAD DEL ESTUDIANTE EN LA TRADICIÓN EDUCATIVA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS1 Es ésta una de las consideraciones más importantes que tuvo en cuenta no sólo San Ignacio para orientar los Ejercicios Espirituales, sino que también sus seguidores la pusieron en primerísimo orden para educar a los niños y jóvenes que les son encomendados para su tutela y formación. Basados en la primigenia experiencia de Ignacio y apoyados en los métodos empleados por los propios Jesuitas y por otros maestros e instituciones, en la Pedagogía Jesuítica se ha puesto de relieve la singular importancia que tiene para la Educación, la participación activa del estudiante en su proceso de formación. Para la Pedagogía fundada en los principios Ignacianos, toda acción humana está orientada hacia fines determinados p.e. en los Ejercicios Espirituales el “Principio y Fundamento”; y en el caso de las instituciones educativas: “Diríjase la intención particular del profesor, tanto en las lecciones cuando se ofrezca la ocasión, como fuera de ellas, a mover a sus oyentes al servicio y amor de Dios y de las virtudes, con las que es preciso agradarle; y a que todos sus estudios los enderecen a ese fin” (R.S., Reglas comunes a todos los profesores de las facultades superiores, N°1). En los procesos educativos se ha reivindicado el papel de la actividad del estudiante en dicho proceso y para ello es necesario que sus actuaciones no se den de cualquier manera, sino que estén pensadas desde los fines para los cuales han sido concebidas. Por esta razón no cualquier acción es deseable para la formación de los niños y los jóvenes, pues en ella se deben reconocer como distintivas unas características propias, entre las cuales podemos distinguir: 1. Ser una actividad orientada hacia un fin previamente establecido. 2. Ser variada de tal manera que permita a los estudiantes ejercitarse en sus saberes de múltiples maneras. 3. Buscar que a través de ella se alcance el compromiso personal del estudiante en su propio aprendizaje. 4. Dotar a los estudiantes de instrumentos para que puedan pensar por sí mismos. 5. Además de buscar un mejor dominio de las capacidades intelectuales, tales actividades deben permitir dar cuenta de la armonía y la unidad en un todo verdadero, bueno y bello; no se trata solamente de hacerlo (dimensión técnica), sino de hacerlo bien (dimensión ética), con sabiduría (dimensión intelectual) y con arte (dimensión estética). Como puede suponerse, por tanto, es un gran reto para los educadores inspirados en la Pedagogía Jesuítica, el desarrollo de la enseñanza, pues en ella deben 1
Vásquez, Carlos, S.I., La Actividad del estudiante en la Ratio Studiorum, integración de apuntes personales, Bogotá, 2004.
incluir actividades que garanticen por lo menos las cinco condiciones antes enunciadas. Para muchos educadores (y con razón) la actividad del alumno es sinónimo de movimiento, de desplazamiento, de salidas, de experiencias de tipo práctico, de aplicaciones, de resultados en obras, producciones distintas a las que usualmente resultan de una clase normal; sin embargo, es importante tener en cuenta que en la Pedagogía de los Jesuitas y muy especialmente en la que podemos deducir de la Ratio Studiorum, dentro de las actividades desarrolladas por los estudiantes, se le confiere un importante papel a aquellas en las cuales se privilegia la expresión oral y a escrita. Quienes han tenido contacto con la Autobiografía de San Ignacio, saben bien la estima especial que el Santo de Loyola tenía a la escritura hasta el punto de recomendar que todo lo sucedido en la experiencia de los ejercicios y luego en la vida ordinaria, pudiera ser recogido en un cuaderno, de tal manera que luego se volviera sobre ello para la meditación. Así mismo en la Ratio se enfatiza la necesidad de que los estudiantes dediquen gran parte del tiempo de su actividad personal a la escritura, pues a través de ella no solamente centran más la atención, sino que ejercitan sus demás facultades mentales. El segundo tipo de actividad enunciado es el que corresponde a aquellas que son mediadas por la expresión oral, pues ésta obliga a pensar y a organizar tales pensamientos, para hacerlos comprensible en el mismo momento en que son expresados, pues sobre ellos no se puede volver tan fácilmente como sí ocurre con la escritura. Pero no se trata sólo de hablar o de comunicar oralmente, además de ello, hacerlo con estilo, con elegancia, pues a través de ello se puede inferir que efectivamente quien lo comunica ha alcanzado el saber del que da cuenta. Finalmente las actividades a las cuales se hace referencia, están pensadas desde la perspectiva de la formación integral; esto es, deben ser organizadas de tal manera que afecten todas las esferas del desarrollo de la persona y que les ayuden a hacer una adecuada integración entre el saber y la cultura, el conocimiento y la fe, orientándose a la búsqueda personal de “la verdad”, por medio de la propia actividad. En cuanto a la estructura misma de las actividades propuestas a los estudiantes, éstas deberían considerar: 1. Atender al desarrollo de las capacidades referidas al aprender a aprender, aprender a pensar, a reflexionar y a resolver problemas de una manera fundamentada, antes que al logro de la erudición. 2. Trascender el “hacer” para llegar al conocimiento, pues quien sólo “hace”, se centra en el mundo exterior de las cosas, en tanto que quien conoce, piensa, subordina las cosas, las domina para su propio bien y el de los demás. 2
3. Sugiere una realización especial de las operaciones del pensamiento por vía de la palabra y el símbolo, más que por la del movimiento. No es que éste no pueda ser tenido en cuenta, es que un “hacer” que no esté acompañado (experiencia), precedido (contextualizado) y seguido (reflexionado) por el pensamiento, pocos frutos dará para el aprendizaje de los estudiantes. Por supuesto que será más utilizada la acción sensorio motora con los niños más pequeños y menos con los jóvenes, a pesar de que ésta, en los alumnos mayores, está más relacionada con el tipo de objeto de conocimiento y tarea que debe ser desarrollada. 4. Debe disponer para una nueva acción mejorada en orden a buscar la manera de hacer “útil” el conocimiento para el servicio a los demás. 5. Orientada al trabajo personal, la auto-actividad y el encuentro con el otro para facilitar la construcción cooperada. 6. Las actividades deben ser variadas de tal manera que el estudiante pueda: • abordar un mismo tema desde distintas perspectivas, • ejercitar de múltiples maneras lo aprendido y • evitar la monotonía. En este contexto, son presentadas las posibilidades para que los docentes, con la ayuda de nuevas técnicas, otras tendencias pedagógicas, su propia experiencia, conocimientos que aportan otros campos del saber (como es el caso de la Psicología), diálogos e intercambios con otros colegas y a través del conocimiento que tenga el docente de sus estudiantes, sus características, del dominio que tenga del objeto de estudio, puedan hacer vida esta exigencia de cualquier práctica pedagógica en cualquier Institución Educativa inspirada en el Pedagogía Jesuítica. Bibliografía Metz, Ralph S.I. Cuatro Pilares de la Pedagogía de los Jesuitas. 1998. Traducción del P. Antonio Gómez S.I. Universidad Javeriana, Cali. Bertrán-Quera, Miguel S.I. La Pedagogía de los Jesuitas en la Ratio Studiorum. Universidad Católica del Táchira – Universidad Católica Andrés Bello, San Cristóbal – Caracas, 1984.
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