Vagabundo De Lorac-prologo-

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PROLOGO Continente Septentrional del Globo. Lorac. Una aldea llamada Mondas (Onitia) hace una semana.

No es el viajero quien determina dónde y cómo acabará. Sino el veleidoso compañero de todos los hombres: El Destino. En cuyas manos queda el final del viaje. Esa era una de las máximas del Anciano de la Colina. Y ciertamente, tenía mucha razón. Al igual que siempre que abría su boca para compartir su opinión con los paisanos del pueblo. Cosa que solía ocurrir muy a menudo; pues casi nadie se resistía a correr en su busca para pedirle consejo o parecer acerca de todo tipo de tema. Ya fuera para que sopesara qué dote debía exigir la familia de la novia para formalizar el enlace de la muchacha con su novio o para que intercediera como juez entre dos vecinos antes de que la sangre llegara al río. Y sin embargo, el Anciano, o Viejo Sam como le llamaban las gentes del pueblo de Mondas, no era uno de los miembros más antiguos de la comunidad. No, nada de eso. Sino más bien todo lo contrario. Nadie sabía a ciencia cierta de dónde había salido cuando quince años atrás apareció en una carreta cargada de todo tipo de trastos y con un bebé de unos meses en sus brazos. Con aire taciturno y reservado había preguntado por un lugar dónde instalarse, insistiendo siempre en que se le prometiera cierta intimidad. Una palabra que en un principio no le sirvió para abrirse muchas puertas, ya que si hay algo que en los pueblos no se permite es que los vecinos tengan una vida propia ajena de cotilleos y controles por parte de las buenas comadres que charlan amistosamente en los portales. Pero esta vez, la naturaleza humana volvió a obrar, y una vez el viejo hubo puesto sobre la mesa del Alcalde una golosa bolsa de monedas, éste le arrendó la casa de la colina, una vieja masía que debiera haberse hundido años ha. Con el tiempo, las gentes fueron perdonándole sus rarezas el Viejo Sam. Después de todo, nunca se metía en la vida de nadie y siempre que llamaban a su puerta pidiendo ayuda, éste no se la cerraba. Incluso las cosechas de los últimos años habían mejorado desde que el anciano sugiriera la idea de construir unas cañerías con las que llevar agua desde un manantial cercano para poder regar mejor los campos y dotar a las casa de agua corriente, al igual que en la ciudad. Esto y otras tantas aportaciones a la comunidad, como los cohetes y fuegos artificiales en las fiestas del año pasado o la nueva noria que había diseñado para el molino, habían hecho que ganase no sólo reputación de persona generosa, sino también de sabio y hombre de ciencia. Aún así, entre los paisanos corrían rumores. Algunos decían que debía tratarse de un ingeniero de la capital que se había jubilado. Otros decían que era un sabio arquitecto o un docto profesor que no quería trabajar más. E incluso había ecos maliciosos que apuntaban a que su presencia en Mondas se debía al bebé que trajo consigo al pueblo y que ahora era un muchacho más entre los jóvenes de la localidad. Estas bocas malintencionadas murmuraban que el viejo y el chico eran padre e hijo y que por su razón debía haber abandonado la vida pública. Pero si uno se detenía a observar el trato que existía entre ambos, estas teorías se desmontaban tan rápido como se habían elaborado. Durante los quince años que llevaban allí, el Anciano se había comportado más con el chico como un severo

tutor, que como un padre. Y en respuesta, el muchacho nunca lo trataba como otra cosa, hablándole siempre de usted y corriendo a hacer todo cuanto éste lo mandaba, del mismo modo que haría un sirviente. O al menos esto era lo que afirmaban las mujeres que habían trabajado en casa del Viejo Sam como cocineras o asistentas y que habían ayudado en la crianza del jovencito. Y a pesar de ello, la relación entre ambos no era todo lo normal que pudiera ser entre un patrón y su protegido. El viejo habitualmente se sentaba a la mesa con el joven y charlaba largo y tendido con él. Y el muchacho a su vez, le correspondía narrándole que había hecho durante el día. Así mientras el chico se recluía en el estudio del primer piso y leía y leía, del que sólo salía para llevar a cabo algún un encargo o hacer una trastada propia de su edad, el anciano se pasaba de sol a sol en el sótano, encerrado. Especialmente desde haría unos meses, en los que incluso los paisanos de Mondas se preocupaban por la ausencia de éste, llegando a preguntarle al protegido del Viejo Sam directamente por la salud de su patrón. A lo que el chico respondía escuetamente “El Maestro está bien, sólo que últimamente está muy ocupado”. ¿Ocupado en qué? Esa era la pregunta que todos se hacían. Y no habían sido pocos los que se acercaron a cotillear por los alrededores para descubrir porque el Viejo Sam no salía de su casa. Pero siempre aparecía o el ama de llaves o el muchacho o el propio Anciano para indicarles, ora de buenas maneras ora de malísimas formas, que nadie se había muerto aún y que cuando tocara funeral serían los primeros en ser avisados para que pudieran entrar a ver al muerto. Pero a nadie le había parecido ni suficiente ni decorosa explicación. El Viejo no salía de casa y sólo tenían noticias de él por su pupilo. Y ya se llegaba a temer lo peor entre los vecinos. Como que hubiera perdido el rumbo o padeciera algún tipo de enfermedad vergonzante. Poco a poco, la gente fue dejando pasar el tema hasta casi pasar por alto aquella nueva excentricidad del Viejo Sam. Pero desde que hacía unas noches atrás dio la impresión de que la casa vibraba y resplandecía, como alcanzada por un rayo. Los acallados rumores volvieron a propagarse. Incluso alguien llegó a decir que el Viejo Sam era un brujo. Algo que rápidamente fue desechado por las gentes del lugar. Pues, como era bien sabido, en el Imperio de Lorac no había magos desde hacía muchos años. Y como la magia no existía, ya que era un hecho probado, sólo les quedaba pensar que el Anciano de la Colina estaba lo mismo haciendo fuegos artificiales para las próximas fiestas de aquel verano. Pero en ambos casos estaban equivocados. Ni se trataban de fuegos artificiales, ni la magia se había extinguido del Continente de Lorac.

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