Unidadii Apoyo

  • November 2019
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CONCEPTO DE APOYO SOCIAL E IMPLICACIONES PARA UNA BUENA PRÁCTICA EN EL TRABAJO COMUNITARIO (PRINCIPIOS GENERALES)

En esta unidad las alumnas y alumnos encontrarán los principios fundamentales relacionados con el apoyo social. El apoyo social es el principal recurso psicosocial y, en consecuencia, es el principal fundamento de la intervención comunitaria en temas de exclusión social. En el ámbito de la inmigración el apoyo social es el componente más importante de la salud y calidad de vida de los inmigrantes. Todas las intervenciones realizadas en este ámbito tienen como cimiento el apoyo social. Es de esperar que con su lectura las alumnas y alumnos sigan profundizando en este importante e indispensable recurso personal y comunitario.¿Cual es uno de los principales predictores del bienestar y la felicidad?..En este documento y en la bibliografía recomendada encontrarás la respuesta. Lecturas especialmente recomendadas Gracia, E., Herrero, J., y Musitu, G. (2002). Evaluación de recursos y estresores psicosociales en la comunidad. Madrid: Síntesis. Gracia, E.(1997). El apoyo social en la intervención comunitaria. Barcelona: Paidos Musitu, G. et al. (2004). Introducción a la Psicología Comunitaria. Barcelona, UOC.

EL APOYO SOCIAL: UNA INTRODUCCIÓN HISTÓRICA A continuación encontrarás una breve introducción histórica al concepto de apoyo social. Lo importante de conocer cuál es la historia del apoyo social no es tanto la retahíla de nombres que pueden surcar esa historia cuanto el tipo de ideas y metodologías que fueron llevando a los investigadores a identificar un tipo de relaciones sociales con una clara influencia en la salud de las personas. Dividiremos este recorrido histórico en tres apartados, corresponden a tres tradiciones de investigación: a) los estudios epidemiológicos, b) las investigaciones sobre el estrés, y c) los programas de salud mental comunitaria.

que

Estas tres tradiciones responden también a diferentes enfoques. Así, mientras los estudios epidemiológicos fueron llevados a cabo fundamentalmente por sociólogos y antropólogos, las investigaciones sobre el estrés partieron de médicos y psicólogos y los programas de salud comunitaria fueron en gran parte el resultado de la práctica diaria de los profesionales de la salud mental.

LOS ESTUDIOS EPIDEMIOLÓGICOS Ralph Linton, en su libro Cultura y Personalidad (1967), utiliza un símil muy gráfico para explicar el descubrimiento relativamente tardío del concepto de cultura por parte de los científicos sociales. Nosotros utilizaremos ese símil para ilustrar el descubrimiento relativamente tardío del efecto que determinadas relaciones sociales tienen sobre el bienestar de las personas. Según este autor “lo último que descubriría un habitante de las profundidades del mar fuera tal vez, precisamente el agua. Sólo llegaría a tener conciencia de ésta si algún accidente lo llevara a la superficie y lo pusiera en contacto con la atmósfera” Linton, R. (1967). Cultura y personalidad. México: Fondo de Cultura Económica; p. 130.

Con el efecto de las relaciones sociales en el bienestar ha sucedido algo muy parecido. ¿Cuál es ese accidente que nos ha llevado a descubrir que vivimos inmersos en un mundo de relaciones de apoyo? Numerosos científicos sociales han situado ese accidente en las transformaciones derivadas de la revolución industrial del siglo XIX, al menos, en los países occidentales. Este primer gran desarrollo industrial provocó, entre otras circunstancias, grandes movimientos migratorios del campo a la ciudad, nuevas condiciones laborales derivadas de la especialización en el trabajo, nuevas condiciones de vida (en muchos casos hacinamiento, marginalidad, pobreza, etc.) en entornos urbanos cada vez más hostiles y con mayor nivel de anonimato, una transformación en los modos de relación y en el mantenimiento de las tradiciones, la aparición de grandes movimientos políticos y sociales... Es interesante destacar que algo similar sucedió con la revolución neolítica (dominio de la agricultura, primeros grandes asentamientos urbanos, nuevos roles sociales, etc.) y que, probablemente, algo similar puede estar sucediendo en estos momentos con el desarrollo de la sociedad de la información y las nuevas tecnologías (elearning, e-commerce, aldea global, comunidades virtuales etc.) (Castells, 2001).

que podemos consultar en cualquier libro de introducción a la Sociología (por ejemplo, en Tezanos, J. (1991). La explicación sociológica: una introducción a la sociología. Madrid: UNED; págs. 130-150).

Paradójicamente, el primer gran trabajo científico sobre la influencia de determinados lazos sociales en el bienestar psicológico de la persona no procede de la Psicología sino de la Sociología. Esto no debe entenderse como un demérito de la Psicología sino como una prueba más de la multidisciplinariedad de que algunas ramas de la Psicología (muy especialmente la Psicología Comunitaria) han hecho gala durante su desarrollo. Este trabajo pionero al que nos referimos es el que realizó el sociólogo francés Emile Durkheim a finales del siglo XIX y que recogió en su obra El Suicidio (1897/1951). Aunque tradicionalmente se ha descrito al suicida como una persona que experimenta un infierno interior al que intenta poner remedio aun a costa de su propia existencia y en

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ocasiones se le ha intentado asignar alguna forma de desequilibrio psicológico profundo, el trabajo de Durkheim parte de una hipótesis radicalmente opuesta:

Durkheim propone que las causas del suicidio se pueden encontrar analizando el grado de desintegración social del suicida.

alternativas del suicidio, la mayoría representadas en el acervo popular. Así, existe el suicidio por amor o por elevados principios. El dicho popular “el verdadero inconformista es el suicida” ilustra bien este segundo tipo.

Para entender esta conclusión de Durkheim hay que comprender cuál es el modelo de funcionamiento del individuo que mantiene éste autor. En líneas generales, para Durkheim el ser humano se compone de dos tendencias básicas: a) por una parte posee una tendencia social, lo cual le permite satisfacer determinadas necesidades que de otro modo no podría; y, b) por otra parte, posee una tendencia individual a satisfacer de manera independiente sus necesidades.

Obviamente, ambas tendencias entrarán tarde o temprano en conflicto: en ocasiones las necesidades del grupo pueden impedir la satisfacción de las necesidades del individuo y viceversa. Cuando el individuo percibe una fuerte presión de las normas sociales, es posible que desarrolle un funcionamiento que pueda caracterizarse como patológico; pero si percibe una ausencia total de normas, surgen problemas de integración social y la posibilidad de suicido aumenta. Esta ausencia total de normas es lo que denomina anomia. Es como un juego de cartas: si existen numerosas normas que conocemos a la perfección, nuestro comportamiento puede llegar a parecer errático (fíjate en los jugadores experimentados de mus o de póquer, con sus tics, sus señas, etc.); pero si desconocemos totalmente las reglas del juego, abandonaremos la partida o romperemos la baraja (que se nos antoja una metáfora del suicidio). En el momento histórico en que escribe Durkheim, se están produciendo grandes migraciones del campo a la ciudad y, frente a las restricciones sociales de una comunidad cohesionada se presenta un entorno urbano anónimo en el que los patrones de comportamiento social (la presión social) puede llegar a disminuir de forma considerable (anomia). Su trabajo muestra precisamente que la tasa de suicidios es mayor en aquellas personas que no mantienen algún tipo de relación que sea capaz de transmitir ese conjunto de restricciones: por ejemplo, los emigrantes urbanos frente a los residentes en las pequeñas comunidades rurales, las personas solteras frente a las personas casadas, las personas que pasan mucho tiempo a solas (por ejemplo, soldados con muchas guardias en garitas) frente a personas con un conjunto de relaciones sociales estables, etc.

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Pueblo

Resumiendo, Durkheim mantiene que la pérdida o ausencia de determinados

lazos

sociales

–fundamentalmente

las

relaciones

íntimas y de confianza- sitúa al individuo en situación de anomia (ausencia de normas o restricciones sociales) lo que, a su vez, puede estar en la base de un profundo sentimiento de desarraigo o desintegración social. En casos extremos, esto podría llevar al suicidio.

pequeño,

Las ideas de Durkheim distan mucho de una versión idílica de la vida rural. Frente a una visión bucólica de la vida campestre, Durkheim mantiene que la excesiva presión de este tipo de comunidades puede llevar a determinadas psicopatologías. “La loca del pueblo” o el “tonto del pueblo” son arquetipos que bien pueden ilustrar estas ideas. O como dice el dicho popular “pueblo pequeño, infierno grande”

Otros estudios epidemiológicos, ya entrado el siglo XX, han analizado con cierto detalle las consecuencias de la desintegración social en el bienestar de los individuos. De entre ellos, quizás sea la Escuela de Chicago, de orientación ecológica, la que ha realizado aportaciones más interesantes. En un estudio realizado por Robert Park, Ernests Burguess y Roderick McKenzie en 1926 en la ciudad de Chicago sobre la distribución geográfica de los problemas sociales, se encontró que existían zonas especialmente vulnerables en la que se observaba una mayor tasa de desórdenes psicológicos. Estas zonas, que ellos denominaron zonas de transición, estaban en los límites entre las zonas de renta baja y los nuevos emplazamientos industriales.

Puesto que la industria precisaba de suelo barato para su expansión, fue desalojando paulatinamente a los inquilinos de esas zonas más baratas, produciendo junto con el desalojo una desintegración de la comunidad. Junto a esta vivir en una ambiente desorganizado no desintegración, sostenían estos autores, las normas de debería ejercer tanta influencia en el bienestar funcionamiento y cohesión comunitaria se disolvían del individuo, al menos si fomentando la aparición de desórdenes psicológicos. las instalaciones son las

adecuadas. Nosotros te proponemos que contestes a esta pregunta: ¿te mudarías a un chalet bien equipado que estuviera en medio de un polígono industrial? ¿por qué?

Algunos años después Faris y Dunham (1939), en otro estudio sobre la ciudad de Chicago mostraron cómo las tasas de esquizofrenia en el entorno urbano eran máximas en dos áreas geográficas muy localizadas. Por una parte, en la zona central de la ciudad, caracterizada por la ausencia de servicios; y, por otra parte, en los enclaves étnicos minoritarios. Ambos resultados pueden explicarse conforme a las tesis de Durkheim:

tanto la desorganización y anomia como la excesiva presión social pueden llevar a la persona a desarrollar desórdenes psicológicos.

El hecho de que enclaves étnicos minoritarios también mostraran elevadas tasas de desórdenes permitió a Faris y Dunham ampliar la perspectiva de análisis e ir más allá de las relaciones sociales dentro de la comunidad (en este caso podríamos llamarlo una microcomunidad) para pasar a las relaciones sociales que se establecían entre los 4

miembros de esa comunidad y otras áreas geográficas de la ciudad. En otras palabras, analizaron el nivel de integración de la comunidad en la ciudad y postularon que la existencia de barreras de comunicación entre estos enclaves étnicos y la ciudad pudiera estar explicando la mayor proporción de desórdenes psicológicos. Desde este punto de vista, la integración social no sólo hace referencia al conjunto de relaciones establecidas en el seno de la propia comunidad, sino también a la posibilidad de que estas relaciones sociales sean extracomunitarias.

Estos y otros estudios de naturaleza ecológica, permitieron ampliar el conocimiento sobre la influencia de las relaciones sociales en el mantenimiento del bienestar psicológico, incidiendo fundamentalmente en las relaciones que se establecían fuera de la comunidad.

LAS INVESTIGACIONES SOBRE EL ESTRÉS En lo que respecta a la historia del surgimiento del apoyo social, las investigaciones sobre el estrés abrieron el camino para vincular las condiciones ambientales al estado psicológico de la persona. Una vez establecida esa vía, no fue demasiado difícil identificar qué otras circunstancias ambientales podrían ayudar a superar las situaciones que implicaban estrés. Stress, es un vocablo inglés proveniente de la física cuyo primer significado aludía a la fuerza externa que se ejerce sobre un cuerpo. Aunque este término ya había sido utilizado por algunos científicos ajenos a la física fue un médico, Hans Selye, quien a mediados de los años 50 lo popularizó en su libro Stress of Life. Este autor defendió la idea de que determinadas circunstancias ambientales tenían capacidad para generar cambios fisiológicos en el organismo, y que estos cambios se producían de acuerdo a un mecanismo que denominó Síndrome General de Adaptación. Este síndrome es básicamente un proceso en tres fases (alarma, resistencia y agotamiento) que se inicia ante un estresor o situación estresante y que desencadena cambios neuroendocrinos en el organismo, pudiendo llevar a la aparición de enfermedad. ¿Qué puede constituir una situación estresante? En principio, una amplia variedad de situaciones. Cuando los estudiantes se encuentran en situación de exámenes suelen estar sometidos a una buena dosis de estrés. La percepción de amenaza ante la inminencia del examen genera en ellos mecanismos de resistencia (estudio, concentración, quizás mala alimentación, falta de sueño, etc.). Pero no es habitual que los estudiantes enfermen durante el período de exámenes. Sin embargo, se ha comprobado que una vez acabado este periodo, la probabilidad de que se resfríen o contraigan alguna enfermedad vírica (gripe) es mayor. Esto ilustraría el Síndrome General de Adaptación de Selye.

Pero aunque hay potencialmente un gran número de situaciones amenazantes, las personas no percibimos amenazas constantemente durante nuestra vida cotidiana, aunque en ocasiones podemos pasar etapas con gran carga de estrés. En otras palabras, lo que el síndrome propuesto por Selye no aclara es por qué y cuándo se percibe una 5

situación como estresante. Esta información es básica para conocer si el proceso de estrés se desarrollará y en qué momento cesará. Esta deficiencia del modelo de Selye animó a otros investigadores a delimitar con mayor precisión el origen del estrés. De todos estos investigadores, quizás el que más ha destacado por sus contribuciones sea Lazarus. Este autor realiza una diferenciación básica: la valoración de que una situación es estresante refleja una valoración en dos fases (valoración primaria y valoración secundaria). Por ello su teoría se conoce como la hipótesis de la valoración (appraissal hypothesis).

La hipótesis de la valoración establece una diferenciación entre percibir una situación como amenaza, por una parte, y percibir algo como estresante, por otra. Así, en la valoración primaria la persona entiende la situación como una amenaza, un riesgo o una pérdida que se ha producido. En la segunda valoración, la persona realiza un balance entre los recursos con los que cuenta y las exigencias de la situación y en el caso de que descubra que no tiene cómo afrontarla, se desencadenaría el estrés.

Hay dos elementos fundamentales en esta segunda valoración: los recursos y el afrontamiento.   Así,   no   es   tanto   que   las   personas   en   su   vida   cotidiana   estén   sometidas   a   situaciones   amenazantes;   lo   importante   ahora   es   si   sabrán   afrontar   esas   situaciones   con   los   recursos   disponibles.   Lazarus   destacó   dos   tipos   de   recursos:   los   personales   y   los   contextuales.   Los   recursos personales serían aquellos que tiene que ver con las características del individuo (por   ejemplo, el estilo cognitivo, el control de emociones, etc.). Los recursos contextuales incluyen el   tipo de relaciones que la persona mantiene en su entorno.

Pero el hecho de que exista un afrontamiento de la situación nos viene a recordar que la existencia de los recursos no basta por sí misma, sino que es su utilización la que los hace útiles. En el ejemplo más obvio, el estudiante que se percibe extraordinariamente inteligente cuya excesiva auto confianza le lleva a no tocar los libros y a suspender reiteradamente.

ante la proximidad del examen cuenta con sus recursos personales (capacidad de concentración, confianza en sí mismo, etc.) y con recursos contextuales (compañeros de clase con los que resumir apuntes, personas que le animan a seguir estudiando, etc.)

Como hemos señalado, las investigaciones sobre el estrés permiten vincular el contexto en el que se desarrolla la persona y su bienestar psicológico. En este vínculo, es muy importante el papel de las relaciones sociales, como un elemento esencial que incide en los procesos de estrés.

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PROGRAMAS DE SALUD COMUNITARIA Quizás la mejor manera de comprender cuál fue el espíritu de los Programas de Salud Comunitaria sea con el ejemplo de la Puerta Giratoria. De la misma manera que cuando salimos de un edificio por una puerta giratoria corremos el riesgo de volver a entrar si nos despistamos en el momento de abandonar la puerta, así comenzaron a describir a sus pacientes algunos profesionales de los centros psiquiátricos a mediados de los 60 en Estados Unidos. Los pacientes ingresaban y eran tratados hasta su alta médica, sin embargo ocurría a menudo que volvían a entrar por la misma puerta algún tiempo después. La pregunta que estos profesionales se hicieron fue “¿qué hay allí fuera que les hace volver a entrar?” Unas personas a la orilla del río observan un canastillo con un bebé llorando que corre aguas abajo. Con gran preocupación lo rescatan del río y muestran gran satisfacción. A la media hora baja otro canastillo con otro bebé llorando. También lo rescatan con orgullo. Pero al cabo de otro rato, otro canastillo baja por el río también con un bebé llorando. Para cuando lo rescatan, alguien del grupo dice: ¿y por qué no vamos río arriba para ver quién está tirando los canastillos al río?

Probablemente un siglo antes esta pregunta, de haberse formulado, no hubiera encontrado una fácil respuesta. Afortunadamente, en el momento en que se formuló existía ya abundante evidencia empírica sobre los efectos de los entornos desorganizados en la salud de las personas y estos profesionales buscaron la respuesta en la comunidad a la que volvían los pacientes rehabilitados. Comenzaron entonces a darse cuenta de que las comunidades integradas, en las que había redes de relaciones sociales estables caracterizadas por el apoyo, eran los destinos de los pacientes rehabilitados que normalmente no volvían a entrar por la puerta giratoria. Alternativamente, las comunidades desintegradas eran los destinos de los pacientes rehabilitados que tenían mayor probabilidad de volver por la puerta giratoria. Algunos estudios ya habían mostrado cómo existían elementos en el entorno que evitaban la enfermedad o promovían la salud (Faris y Dunham, 1939) y otros estaban ya incidiendo en la necesidad de que la comunidad debía proporcionar al paciente rehabilitado los recursos necesarios a los que acudir en busca de apoyo durante su vuelta a la vida comunitaria. Estos recursos, además, no debían ser excesivamente profesionalizados ya que como habían señalado algunos autores, cuando las personas tienen problemas no acuden directamente a los especialistas, sino a personas próximas como amigos, familiares, etc. (Gurin y colaboradores, 1963) La investigación en psicoterapia nos proporciona un dato interesante: cuando, a mediados de los años 60, las técnicas de modificación de conducta empezaban a mostrar un auge considerable frente a la psicoterapia más tradicional (básicamente el psicoanálisis), algunos profesionales trataron de analizar de forma empírica qué tipo de terapia era más eficaz. Los resultados no vienen al caso (la verdad es que aún hoy día se está debatiendo), pero sí resultó paradójico el descubrimiento de que aproximadamente el 70% de las personas que habían solicitado terapia pero no la habían recibido (por estar en listas de espera) mostraba una remisión del síntoma espontánea al cabo de seis meses; esto es, desaparecía el problema

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que les había llevado a solicitar terapia. Este tema pasó desapercibido para estos investigadores, pero es probable que el apoyo social pudiera jugar un importante papel. Así, cuando la persona asume “públicamente” que tiene un problema (solicitar terapia es una forma de reconocer públicamente” que las cosas no marchan bien) se produzca una cambio sustancial en sus redes sociales, incrementándose los procesos de ayuda de forma automática.

Si en las comunidades habitualmente podían encontrarse las personas con capacidad de proporcionar apoyo a las personas necesitadas, surgió la cuestión de si esas personas debieran mantenerse al margen de la profesionalización. De alguna manera se reconocía que los sistemas informales de apoyo (aquellos que reflejan la creación de redes de apoyo naturales, no profesionalizadas) pudieran tener un efecto beneficioso distinto de la ayuda profesional, o al menos, complementaria a la ayuda profesional. Como veremos más adelante, esta fue y sigue siendo la lógica del movimiento de los grupos de autoayuda. Es importante diferenciar entre los sistemas formales de son una gran recurso de ayuda (ayuda profesionalizada) y su contrapartida natural, la comunidad. Gimnasios los sistemas informales de ayuda. En términos donde las personas no sólo hacen deporte sino generales, las sociedades instauran sistemas formales de que crean nuevas ayuda siguiendo una lógica de atención al usuario que, en relaciones de amistad, las asociaciones de principio, viene guiada teóricamente. Así, por ejemplo, vecinos, las comisiones observamos en nuestros días una preocupación social por de festejos...Son ejemplos de sistemas temas como la violencia doméstica o el maltrato infantil. informales que articulan una comunidad Desde el punto de vista de la ayuda formal, las integrada instituciones desarrollan estrategias de ayuda que permitan paliar o mitigar los efectos nocivos que estas situaciones tienen para las personas. Iniciativas como la creación de pisos compartidos para mujeres que han sufrido violencia doméstica o el desarrollo de programas de acogimiento residencial para menores en situación de riesgo de maltrato, constituyen ejemplos de sistemas formales de ayuda. Sin embargo, junto a esta iniciativa más formal suele coexistir un interés en los profesionales que trabajan en estos centros por fortalecer los sistemas informales de las personas que utilizan estos servicios. En el caso del maltrato infantil, por ejemplo, existe una abundante evidencia empírica que ha mostrado cómo las familias aisladas socialmente (participan poco en las actividades de la comunidad, tienen redes sociales muy restringidas, etc.) muestran una mayor probabilidad de utilizar prácticas educativas con sus hijos/as que pudieran incluir maltrato infantil. Desde este punto de vista, junto a una ayuda más formal (las casas de acogida o los centros de día) se busca también que estas familias creen o regeneren sus sistemas informales de ayuda (vecinos, amigos, asociaciones, etc.) con el objeto de reducir el aislamiento social. La colaboración entre los sistemas formales y los sistemas informales se convierte, por tanto, en un objetivo prioritario de la intervención comunitaria.

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Los Programas de Salud Comunitaria, por tanto, ayudaron a identificar recursos sociales (los sistemas informales de ayuda) de la comunidad que pudieran ser de utilidad en el proceso de integración social del paciente psiquiátrico. Ello llevó a revisar el papel del profesional en este proceso y a descubrir el importante papel que jugaban las redes naturales del individuo en este proceso de integración en la comunidad.

¿QUÉ ENTENDEMOS POR APOYO SOCIAL? A lo largo del siglo XX, ha surgido un vivo interés por el estudio de las circunstancias sociales que favorecen el ajuste psicosocial de las personas. Buena parte de estos estudios se han centrado en el papel que las relaciones humanas juegan en este ajuste individual. Esta tendencia ha cristalizado en los años 70, fundamentalmente tras la publicación de los trabajos científicos de Caplan, Cassel y Cobb, quienes conceptualizan el apoyo social como ese conjunto de circunstancias que favorecen el bienestar psicosocial y la calidad de vida. A partir de este momento el concepto de apoyo social ha sido tratado en numerosos trabajos científicos, aunque no siempre los autores han coincidido en una misma definición de apoyo social. Las diferentes definiciones de apoyo social han proliferado desde la década de los 70 hasta mediados de los 80, y a partir de ese momento parecen haberse detenido. Además, cada autor trabaja con una definición de apoyo social y lo evalúa con un instrumento, lo que dificulta enormemente unificar criterios hacia una labor de síntesis histórica. Uno de los intentos más rigurosos por proponer una definición del apoyo social que integre en lo posible los elementos comunes de otras definiciones y recoja los aspectos teóricos más referenciados ha sido el realizado por Lin (1986). Este autor propone acotar conceptualmente el apoyo social como el conjunto de provisiones expresivas o instrumentales -percibidas o recibidas- proporcionadas por la comunidad, las redes sociales y las personas de confianza añadiendo que estas provisiones se pueden producir tanto en situaciones cotidianas como de crisis. Esta definición propuesta se articula en torno a cuatro ejes: 1) La función del apoyo. La ayuda puede ser de dos tipos: instrumental y expresiva. Puede constituir un medio para conseguir otros objetivos (instrumental) o puede ser un fin en sí misma (expresiva). 2) La percepción-recepción del apoyo. Tanto la ayuda recibida como la percibida es importante para el individuo. Ambos tipos están influyendo, en definitiva, en el bienestar de las personas. El estudio de un tipo u otro no está exento de crítica, ya que el apoyo percibido puede eliminar el componente social mientras que el apoyo recibido puede olvidar el componente de apoyo. 3) El ámbito en que se produce el apoyo o fuentes de apoyo. En la definición de Lin se diferencian tres ámbitos en los que se produce o 9

puede producirse el apoyo (Gráfico ). Estos son: la comunidad, las redes sociales y las relaciones íntimas; cada uno de ellos proporciona un tipo de ayuda o sentimiento de ayuda. La comunidad puede proporcionar al individuo un sentimiento de pertenencia a una estructura social amplia; en las redes sociales puede producirse sentimientos de vinculación; y de las relaciones íntimas o de confianza deriva un sentimiento de compromiso, asumiendo unas normas de reciprocidad y responsabilidad por el bienestar de los demás. En el gráfico se ilustra cómo los diferentes ámbitos de interacción social y comunitaria pueden producir bien un sentimiento de pertenencia, vinculación o compromiso. Contexto social y sentimiento de pertenencia

Sentimiento de pertenencia

Sentimiento de vinculación

Sentimiento de compromiso

RELACIONES INTIMAS Y DE CONFIANZA RED SOCIAL

COMUNIDAD

4) La ayuda en situaciones cotidianas o de crisis. La distinción de estos dos tipos de ayuda es importante para conocer hasta qué punto las relaciones sociales son capaces de fomentar el bienestar y proteger contra la enfermedad y diversas dificultades de la vida. En circunstancias cotidianas o habituales puede ser difícil distinguir o identificar las diferentes situaciones de apoyo, más aún si admitimos que en estos casos la mayoría de los intercambios son automáticos y no se evalúan. INTEGRANDO ALGUNAS IDEAS COMPLEMENTARIAS Además de estudiar el apoyo social a través de los ejes propuestos por Lin, encontramos dos formas diferentes de analizar el contexto social en que el apoyo social se produce. De una parte, la perspectiva estructural del apoyo social centra su interés en el análisis de las condiciones objetivas que rodean al proceso de apoyo; de otra parte, la perspectiva funcional estudia la función que cumplen esas características para el sujeto.

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LA ESTRUCTURA DEL APOYO SOCIAL

Desde esta perspectiva se han estudiado fundamentalmente dos aspectos: la integración/participación social y el análisis de la estructura de las redes sociales. El primero se centra en constatar la existencia de relaciones y enumerar los lazos sociales del individuo como índice cuantitativo de integración. El segundo se refiere al estudio del conjunto de relaciones de un individuo, grupo o comunidad a partir de las características de su red social, y presta mayor atención a las dimensiones cualitativas. Sin embargo, en ambos casos son los aspectos objetivos los que constituyen las unidades de análisis y, por tanto, la experiencia o la percepción subjetiva ocupa un lugar secundario. LA FUNCIÓN DEL APOYO SOCIAL

Si las relaciones interpersonales proporcionan apoyo social, podemos decir que de ellas se derivan una serie de recursos que son válidos para los implicados y que cumplen unas determinadas funciones. Estas pueden ser muy variadas y existen numerosas clasificaciones que han intentado organizarlas. Las funciones de apoyo pueden ser agrupadas bajo dos grandes epígrafes: funciones instrumentales y funciones expresivas. La función instrumental deriva de actos instrumentales; es decir, actos que la persona emprende para lograr unos fines que difieren de los medios para conseguirlos. La función expresiva deriva de acciones expresivas: aquellas acciones que el individuo realiza y cuyo fin son ellas mismas. "Buscar empleo, dar o prestar dinero generosamente, ir de compras, buscar a una persona o recibir educación son ejemplos de actividades instrumentales. Compartir problemas emocionales, expresar afecto, intercambiar experiencias vitales, ser comprensivo son ejemplos de actividades expresivas, al menos siempre y cuando sean, por sí mismos, los objetivos últimos de los participantes". Otra forma de identificar las funciones del apoyo social que ha recibido un amplio acuerdo consiste en analizar el ámbito en que ese apoyo se produce. De este modo, el apoyo social puede aparecer en el plano afectivo, en el cognitivo y en el conductual. 1- El plano afectivo recogería la función expresiva propuesta por Lin. Un poderoso recurso contra las amenazas a la autoestima es tener con quién hablar de los propios problemas, de las dificultades y de los temores, es decir, tener a alguien que te escuche activa y generosamente. 2- El plano cognitivo podría albergar lo que numerosos autores denominan apoyo informacional. Cuando las situaciones estresantes se prolongan o los problemas quedan sin resolver, las personas pueden iniciar una búsqueda de información o consejo que les sirva de ayuda para superar esa situación. Así, las personas que están a nuestro alrededor pueden proporcionarnos información acerca de la naturaleza de determinado problema; darnos pistas sobre su interpretación, 11

valoración y adaptación cognitiva; indicarnos los recursos que son relevantes para su afrontamiento; y las posibles vías de acción: modelado de estrategias de afrontamiento emocional y conductual; remisión a los profesionales adecuados; animar a buscar asistencia; formar en técnicas de solución de problemas, etc. 3- El plano conductual, por último, posibilitaría el apoyo conductual que puede incluir ayuda financiera, ayuda material o servicios. APOYO Y AUTOESTIMA: SU EFECTO EN EL BIENESTAR Son numerosos los trabajos que en este siglo han incidido en el papel que las fuentes “informales”(familia y amigos fundamentalmente) de apoyo juegan en el proceso de ajuste de los miembros de la comunidad. No en vano, a menudo se ha comprobado que en situaciones difíciles, los integrantes de la comunidad buscan ayuda en las personas de su alrededor y no en los especialistas. De este modo, gran parte de los recursos de apoyo que una persona puede necesitar en un momento puntual de su vida se encuentran disponibles, o potencialmente disponibles, en el contexto humano que le rodea. Bien es cierto que algunas personas, por unas causas u otras, no disponen de este contexto potencial de ayuda por lo que su percepción de las situaciones de estrés se puede ver negativamente afectada. Es muy común encontrar en la familias multiproblemáticas un gran déficit en sus relaciones de apoyo y un alto nivel de estrés que se traducen en sentimientos de soledad y aislamiento y en una severa sintomatología depresiva. La creación y mantenimiento de estos contextos de ayuda -o lo que es lo mismo, la disponibilidad de apoyo social durante el ciclo vitales también una consecuencia, por una parte, de la propia actitud de la persona hacia el entorno social que le rodea y, por otra parte, de su capacidad para aprender a dar y recibir ayuda. Parte de esta capacidad, como veremos luego, se adquiere en los primeros años de vida. No es, sin embargo, un proceso ultimado o configurado definitivamente en los primeros años de vida. Muy al contrario, a lo largo del ciclo vital la persona continúa transformando su contexto de ayuda por medio de nuevas incorporaciones en su red de apoyo. De este modo, su ajuste queda condicionado a su capacidad para mantener vínculos de apego durante su vida; vínculos que, habitualmente, irá creando a partir de la interacción con personas con las que comparte eventos significativos de su experiencia vital (colegio, trabajo, matrimonio, amistad, etc.). No obstante, cuando este contexto de ayuda no está disponible la sociedad crea mecanismos, que prodríamos denominar ‘formales’, dedicados específicamente a canalizar la ayuda desde los profesionales hacia el cliente. Este tipo de ayuda es probablemente la mejor conocida por los profesionales de la Psicología y otras ciencias sociales, bien en forma de práctica privada o de los diferentes servicios de ayuda que las instituciones ponen a disposición de los ciudadanos. A mi juicio, ésta es 12

tan sólo una pequeña parte de la ayuda que percibimos y recibimos a lo largo de nuestro ciclo vital, si bien extremadamente importante, debido a que utilizamos frecuentemente toda una suerte de mecanismos informales de ayuda que nos permiten mantener un nivel de ajuste adecuado. La complementariedad de ambos tipos de ayuda, qué duda cabe, tiene dos direcciones. Por una parte, en ocasiones son los propios sistemas informales de ayuda los que sugieren o animan a buscar ayuda en los profesionales. Es una complementariedad obvia e indispensable en el trabajo comunitario con familias. Es mas, en el acogimiento familiar, la red social entre la familia biológica y la familia acogedora, apoyo informal, junto con los profesionales, apoyo formal, debe tener la suficiente solidez como para garantizar la mejor calidad de vida posible en los niños y para permitir que los tránsitos que deben recorrer familias e hijos se haga con los mínimos costos afectivos y emocionales. Sin duda, un ideal, pero no un imposible. Por otra parte, desde los sistemas formales de ayuda se persigue la integración en sistemas informales en los que niños y familias necesitadas puedan reorganizar su contexto de apoyo. Ejemplos de esta relación biunívoca los encontramos con mucha frecuencia en los profesionales que trabajan con familias acogedoras y, sobre todo, con familias multiproblemáticas entre las que nos encontramos con relativa frecuencia familias inmigrantes. Este tipo de personas incluyen desde individuos y familias con una preocupación por quienes padecen problemas afectivos y emocionales, hasta los representantes de las instituciones de la comunidad o las asociaciones orientadas hacia la ayuda. Son cada día más los profesionales que trabajan de acuerdo con estos presupuestos: buscar la creación y mantenimiento de sistemas informales de ayuda que doten al individuo y a las familias de recursos potenciales con los que hacer frente a las posibles fuentes de estrés derivadas, muchas veces, de las relaciones con los hijos sea en familias acogedoras o biológicas. Un doble interés guía esta iniciativa. Por una parte, la percepción de ayuda potencial influye positivamente en la forma como las personas y las familias encaran los problemas (Gracia, Herrero y Musitu, 1995) y, por otra parte, a través de la interacción en contextos de apoyo que permiten el crecimiento y desarrollo personal, configuramos percepciones positivas sobre nosotros mismos que, en sí, son ya un recurso positivo de afrontamiento ante las situaciones estresantes. Desde este punto de vista, entonces, los sistemas informales de apoyo no sólo favorecen el ajuste en situaciones en las que se precisa de ayuda -situaciones estresantes- sino que además constituyen un contexto de interacción con profundas implicaciones en el desarrollo de la propia estima. Como veremos, este desarrollo de la autoestima condiciona a su vez la actitud hacia la búsqueda y recepción de ayuda, creando de este modo un binomio -apoyo informal/autoestima- completamente interdependiente. AUTOESTIMA Y APOYO INFORMAL

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El concepto de autoestima ha traspasado con frecuencia el ámbito exclusivamente científico para formar parte del habla popular. De este modo, su significado ha llegado a ser evidente para numerosos investigadores, en detrimento de una búsqueda de definición consensuada. Por autoestima se entiende una actitud positiva o negativa hacia un objeto; en este caso, el objeto es el self. Así, cuando decimos que una persona posee una elevada autoestima, estamos diciendo que el sujeto se respeta a sí mismo, que se considera de algún modo valioso. Ello no quiere decir que el individuo se perciba en un máximo grado de perfección sino que reconoce y asume sus limitaciones con la expectativa de mejorarlas y crecer personalmente. Alternativamente, un individuo con baja autoestima se caracteriza por percepciones de rechazo e insatisfacción con el self; esto es, no respeta el objeto que contempla (self). Obviamente, su percepción del self no es agradable y, por tanto, desearía que fuera de otra manera. Cómo se genera esta percepción de autoidentidad en el ser humano constituye un interrogante al que numerosos autores han pretendido responder. De acuerdo con los postulados del Interaccionismo Simbólico, el proceso de autodefinición del self se lleva a cabo en el ámbito de la interacción social, determinando en qué medida los otros son diferentes o similares a nosotros mismos, y delimitando a su vez nuestras propias características. Este proceso de autodefinición está acompañado por una continua autoevaluación -que puede considerarse como autoestima- y, consecuentemente, la percepción del propio sí mismo es siempre cambiante y dinámica. Si la valoración que uno hace de sí mismo es producto de la interacción con los otros, los diferentes contextos en que esta interacción se produce estarán asociados a distintas evaluaciones sobre uno mismo. Esta circunstancia permite analizar el nivel de bienestar psicológico de un individuo en función de las autoevaluaciones que realiza con respecto a los ámbitos del self más próximos a su rol social. Básicamente, cuanto mayor sea la calidad de las relaciones que mantenemos mayor será también el nivel de autoestima y, además, cuanto mayor sea el número de estos contextos de interacción mayor es también la posibilidad de enriquecer las percepciones del sí mismo, incrementando de este modo el número y la calidad de nuestros recursos personales para mantener un buen nivel de ajuste. Además, si el tipo de relaciones mantenidas se caracterizan por el apoyo y la ayuda, como es el caso de los sistemas informales de ayuda, durante la transacción de ayuda se produce no sólo una conducta real o percepción de que la ayuda está disponible, sino que se refuerzan las autopercepciones positivas incrementándose de este modo el nivel de autoestima. Con frecuencia, nos encontramos que los miembros de las familias multiproblemáticas, incluyendo los hijos, tienen una baja autoestima asociada en muchas ocasiones a una alta sintomatología depresiva, y que es consecuencia de su, prácticamente, inexistente red de apoyo. A las familias acogedoras se les solicita que suplan hasta donde sea posible esa profunda carencia afectiva que tienen la mayoría

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de los niños que acogen, puesto que es garantía de que potenciarán un recurso tan importante como es la autoestima. Esta conceptualización de la autoestima como un recurso psicológico para hacer frente a situaciones estresantes ha permitido vincular la percepción del self con la salud mental. Así, numerosos autores han señalado que la autoestima es un aspecto de la personalidad del individuo que expresa un recurso de afrontamiento, un factor disposicional, una dimensión de la fortaleza del self o un predictor del estilo o conducta de afrontamiento que permite una adaptación satisfactoria a lo largo del ciclo vital. En cualquier caso, sea una relación directa o indirecta la que observemos entre la autoestima y el ajuste personal, lo cierto es que podemos considerar este proceso de autopercepción como uno de los recursos personales más importantes con los que cuenta el ser humano para mantener un buen ajuste psicosocial. Un recurso personal, además, que mantiene unos vínculos muy estrechos con los procesos de interacción social en general y, muy especialmente, con aquel tipo de relaciones que tienen que ver con la percepción y recepción de ayuda. Obviamente, el papel de los sistemas informales de apoyo en la configuración, mantenimiento y mejora de la autoestima es clave debido, fundamentalmente, a que es en ellos en los que transcurre buena parte de la vida del individuo. La autoestima y la recepción y percepción del apoyo informal No sólo la autoestima deriva en parte, como hemos visto, del tipo de interacciones que se producen en el seno de las relaciones que implican apoyo, sino que condiciona también el mantenimiento y la creación de estos sistemas informales de ayuda. Las personas con puntuaciones elevadas en apoyo social percibido se describen a sí mismas más positivamente que las personas con puntuaciones bajas. Una elevada autoestima anima al sujeto a participar en un mundo de relaciones recíprocas, en el que se recibe y ofrece ayuda, posibilitándose el acceso al apoyo social disponible para hacer frente a las situaciones estresantes e incidiendo en la promoción del bienestar psicológico. Este es probablemente uno de los aspectos mas complejos al que se tienen que enfrentar los profesionales cuando intentan crear una red de apoyo entre familias acogedoras y familias biológicas. En ocasiones, es tan abismal la diferencia de recursos entre ambas familas que la tarea de crear esa red, tan necesaria por otra parte, se convierte en un casi imposible. También la autoestima y la autoconfianza pueden desempeñar un rol importante como determinantes no ya sólo de cómo se percibe la disponibilidad de ayuda sino también de la recepción del apoyo social. En definitiva, la génesis, transformación, mantenimiento y mejora de los sistemas informales de apoyo está estrechamente vinculado a las autopercepciones que los individuos integrantes de esos 15

sistemas mantienen sobre sí mismos. A su vez, las autopercepciones están condicionadas por la recepción y percepción de conductas de apoyo en estos sistemas hasta tal punto que la carencia de transacciones y/o percepciones de apoyo puede producir en el individuo una impresión negativa ya no sólo de los sistemas informales en los que participa sino también de su propia capacidad como persona para dar y recibir apoyo. Esta profunda interdependencia entre, por una parte, las relaciones sociales caracterizadas por la presencia de apoyo social y, por otra, el bienestar personal en términos de mejora de la autoestima, conlleva unas profundas implicaciones para la intervención psicosocial y comunitaria en el ámbito del acogimiento familiar, toda vez que gran parte de la preocupación de los profesionales que trabajan en estos ámbitos es, precisamente, lograr que los individuos no sólo encuentren o recuperen aquellos sistemas informales de apoyo de los que en ese momento carecen sino que se integren y participen plenamente en ellos para recuperar aquella parte del control de sus vidas que habían perdido o, en el peor de los casos, nunca habían tenido. En otras palabras, que mejoren su estima personal. Este objetivo, en verdad, persigue una meta mucho más ambiciosa: que el individuo crezca personalmente hasta el punto de ser capaz de generar sus propios recursos de ayuda, fundamentalmente a través de su implicación en relaciones sociales positivas que le permitan a su vez vivir en un contexto humano que favorezca su ajuste psicosocial. Esta meta refleja, en el fondo, un cambio en la orientación del trabajo del profesional, consistente en una filosofía de los recursos más que de los déficits. De este modo, el profesional centra su trabajo en la búsqueda de los posibles recursos -psicológicos y sociales- con los que cuentan individuos y familias para superar con éxito sus problemas personales y familiares, centrando entonces sus esfuerzos para que individuos y familias perciban sus recursos personales -en este caso, autoestima- y aprendan a acudir a su contexto social para aprovechar mejor sus recursos psicosociales -en este caso, el apoyo derivado de los sistemas informales, con la doble confianza de que ambos caminos -de lo personal a lo social y de lo social a lo personal- confluyen en un mismo punto: el ajuste psicosocial.

¿CÓMO FUNCIONA EL APOYO EN LA FAMILIA? INFANCIA, NIÑEZ Y ADOLESCENCIA Para iniciar este apartado, pensamos que una forma bastante gráfica e ilustrativa de relatar cómo evoluciona nuestra red social y cómo van cambiando las personas que son especialmente significativas para nosotros, a lo largo de nuestra vida, es recurrir a la metáfora del tren. Según esta metáfora, nuestra vida es semejante a un viaje en tren que compartimos con las personas más importantes. En el recorrido, nuestro 16

vagón es frecuentado por diversas personas. En los años iniciales, compartimos el viaje con nuestros padres, y más adelante, se nos unirán algunos amigos y parientes próximos. En la medida en que el convoy alcanza algunas estaciones -terminación del colegio, ingreso al mundo laboral, matrimonio, paternidad, etc.- van variando las personas que nos acompañan. Unas suben y otras bajan y, en consecuencia, cambian las personas con las que nos relacionamos; sin embargo, no todas las personas que comparten el trayecto tienen igual importancia en nuestra vida. Nuestras relaciones íntimas y personas más próximas se ubican cerca de nuestro asiento durante el viaje y, sucesivamente, aquellos que aunque importantes sean menos relevantes, se sitúan más alejados. Es decir, el tipo de personas que haya en el vagón y su proximidad a nuestro asiento no permanece inmutable durante el ciclo vital, sino que depende de la etapa o estadio de la vida en que nos hallemos, y además, dependiendo de la calidad de esa proximidad se encuentra nuestro sentimiento de bienestar y felicidad. En diferentes etapas de nuestra vida -la infancia, la adolescencia,...las personas más significativas para nosotros cambian, así como el tipo de apoyo que resulta más importante. En el cuadro se señalan las principales características relacionadas con el apoyo que las personas recibimos en cada una de las etapas de nuestra vida. Como podemos observar en este cuadro, la mayor parte de las fuentes de apoyo se encuentran vinculadas al ámbito familiar. Además, las primeras relaciones sociales que el niño establece con sus cuidadores, generalmente sus padres, van a influir en las posteriores relaciones sociales del niño, en su propio autoconcepto y en

sus

habilidades

sociales

para

afrontar

situaciones

nuevas.

A

continuación, describiremos algo más detenidamente estas etapas hasta INFANCIA El bebé desarrolla una sensación de llegar a la adolescencia, donde finalizo el análisis.

El apoyo social NIÑEZ

permanencia y de continuidad respecto de las relaciones con sus en cuidadores las principales etapas de la vida El afecto y la responsividad son fundamentales El niño incrementan el número y la variedad de  sus relaciones sociales (compañeros de colegio, amigos,  familia , vecinos). La familia es su principal fuente de  apoyo.

ADOLESCENCIA

JUVENTUD Y relaciones de

El grupo de iguales adquiere una gran importancia Las relaciones familiares se reestructuran (hay mayor conflictividad, 17 aunque continua la influencia de la familia) En el ámbito personal se inician y consolidan

Infancia La familia es, generalmente, el grupo social en el que iniciamos nuestro desarrollo psicosocial y su influencia continúa siendo significativa a lo largo de toda nuestra vida. De hecho, numerosos estudios han señalado la importancia que tiene el tipo de vínculo que se establece entre el bebé y sus padres o cuidadores en su posterior desarrollo social, cognitivo y afectivo. En concreto, una famosa psicóloga llamada Ainsworth (1979) estableció la existencia de tres tipos posibles de vínculo: el vínculo seguro, el vínculo ansioso y el desapego. En el primer caso, vínculo seguro, la relación establecida entre el bebé y sus cuidadores se caracteriza por la confianza, la responsividad y el afecto, es decir, el niño encuentra respuesta a sus demandas y necesidades, tanto de alimento como de afecto. De esta forma, estos niños aprenden a confiar en sus cuidadores y en el hecho de que éstos responderán a sus necesidades; al tiempo que interiorizan una imagen de sí mismos como personas queridas y valiosas puesto que reciben atención. Estos niños, con posterioridad, se muestran más competentes socialmente y tienen un mejor concepto de sí mismos. Por el contrario, los niños que experimentan estas primeras relaciones sociales con escasa vinculación afectiva –desapego- o con una respuesta ambivalente y contradictoria ante sus necesidades y demandas afectivas –vínculo ansioso- confían menos en sí mismos y en los demás. Al mismo tiempo, el bebé desarrolla una sensación de permanencia, esto es, una percepción de que determinados elementos de su experiencia en la vida son estables e invariables. Aprende, por ejemplo, que sus padres están cerca de él y que responden a sus necesidades. A partir de las relaciones afectivas que establece con su madre y con su familia, el bebé adquiere una confianza básica en su entorno y en la capacidad de éste para calmar su hambre, su llanto, su sueño o su sed. Por esto, es de gran importancia que en estas primeras etapas de la vida el bebé sienta que sus padres están a su lado, acariciándole y expresándole su

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cariño. Por su parte, el bebé desde las primeras horas y días de vida es ya psicológicamente capaz de intervenir en un rudimentario, pero muy elaborado, intercambio con su contexto humano. Al principio, serán simples reflejos, como el de succión, y posteriormente, comenzarán sus primeras miradas y sus primeras sonrisas. Estos primeros gestos del bebé son altamente reforzadores para sus padres. Más adelante, y de una forma progresiva, irá mostrando mediante sus comportamientos que es consciente de la continuidad existente en su entorno social. En torno a los siete meses, el bebé distingue a sus cuidadores habituales de los extraños y prefiere activamente el contacto con los primeros. Esta es la etapa en la que los bebés lloran al ser cogidos en brazos por personas que no conocen, o cuando algún desconocido se acerca bruscamente hacia ellos, incluso aunque este “desconocido” sea la “entrañable tía lejana de la madre” que no para de comentar “lo listo y guapo que está el bebé” y que sigue empeñada en tenerlo en brazos. El bebé necesita cierta estabilidad y continuidad en su entorno para desarrollar el sentimiento de confianza y seguridad que necesita para comenzar a explorar su realidad física y social. Por tanto, es de gran importancia para los padres saber que en los primeros años de la vida del bebé, la inestabilidad marital, los conflictos familiares, el cambio de residencia y la ausencia de normas de funcionamiento familiar, son características familiares que pudieran tener efectos negativos en la felicidad del bebé y, en consecuencia, en su salud y bienestar. Evidentemente, no se trata de que estos factores tengan siempre como consecuencia dificultades en el bebé, lo que deseo expresar es que se trata de elementos a considerar y evitar, en la medida de lo posible. Lógicamente, tampoco significa que no debamos realizar un cambio de residencia, si lo deseamos, o que no llevemos adelante una separación matrimonial, si los conflictos son frecuentes entre la pareja. Sin embargo, sí sería aconsejable en estos casos tener un especial cuidado en el hecho de que el bebé no perciba importantes cambios e inestabilidades de forma brusca. En este sentido, deberíamos, por ejemplo, intentar mantener al máximo las rutinas del bebé -sus horarios, sus juguetes, sus comidas, sus cuidadores- para de algún modo “dosificar” los cambios. Es evidente que la red social del ser humano en sus primeros años de vida se reduce casi exclusivamente a sus padres o cuidadores y, además, las relaciones de afecto son el tipo principal de intercambios de apoyo que se producen. Sin embargo, el bebé también recibe cierta influencia de otras fuentes, sobre todo a través de la red social de la madre. En este sentido, la conducta del bebé está influida, fundamentalmente, por su interacción con la madre pero también por la naturaleza de la red social de ésta. La red social de la madre puede influir indirectamente en sus actitudes hacia la crianza o directamente en su comportamiento con el bebé. En el primer caso, y respecto de las actitudes hacia la crianza, es frecuente que la madre

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reciba consejos de allegados, compañeras de trabajo, amigas y familiares acerca de “lo que hay que hacer” y “lo que no hay que hacer” con un niño. En este sentido, es típico el consejo de “Ten cuidado de que no se acostumbre al brazo, o tendrás que tenerlo en brazos todo el día”. Respecto de la influencia directa, el bebé percibe algunas conductas concretas de personas que pertenecen a la red social de su madre. Por ejemplo, recibe las sonrisas y caricias de abuelos, escucha la conversación de su madre con una amiga y, también, por supuesto, y en un sentido negativo y nada deseable, los posibles gritos entre sus padres. Por último, debemos considerar también la influencia que tiene en el bebé el contexto  social más amplio, es decir, las características concretas del barrio en el que viven sus padres,  la situación económica –posible paro o escasez de recursos económicos­ de éstos, la existencia  o carencia de recursos sociales y sanitarios en el barrio, la posible cercanía de familiares que  ayuden al cuidado del bebé y permitan un respiro a sus padres o, por el contrario, la soledad  de éstos. Así, por ejemplo, es evidente que un bebé cuyos padres tienen pocos años y pocos  recursos,   que   tienen   dificultades   económicas   y   que   apenas   tienen   ayuda   de   familiares,  percibirá mayores tensiones en su contexto familiar. En estos casos, la ayuda a la madre es  fundamental y es el mejor medio de ayudar al bebé. Niñez Normalmente, la entrada del niño en el sistema educativo formal implica un incremento importante en su red social. Así, las figuras de afecto iniciales van dando paso a otras relaciones sociales significativas. El niño desarrolla la iniciativa y comienza a alejarse de sus cuidadores: explora nuevos territorios, aprende nuevos juegos y establece nuevas relaciones con otros niños de su misma edad –sus iguales-. Las relaciones entre iguales durante los primeros años de la niñez son, en general, poco estables. Las amistades y enemistades cambian de un día a otro, en función de que el otro niño “haya jugado conmigo” o “no me haya dejado su juguete”. Los amigos son básicamente compañeros de juego y el tipo de apoyo que ofrecen es, sobre todo, la compañía. Por supuesto, los niños realizan un importante aprendizaje en estas relaciones. Así, por ejemplo, aprenden sobre la resolución de conflictos, sobre las conductas que son castigadas por adultos, sobre nuevos juegos, etc. En general, los demás niños les ayudan a configurar su imagen del mundo, de las relaciones sociales y de sí mismos. Con la edad, y ya en el final de la niñez, las amistades son cada vez más importantes. Aunque, eso sí, lo habitual en esta edad es la amistad con niños del mismo sexo. Los patios de los colegios presentan a esta edad una clara distinción por sexos, y son escasas las amistades entre niños y niñas. Esta circunstancia da también cuenta de la importancia de los compañeros de juego en el 20

desarrollo del rol sexual, estableciéndose “juegos de niñas” y “juegos de niños”, y llegando a ridiculizarse la incursión de algún niño o niña en los juegos “no adecuados”. En la fase preadolescente, los amigos comienzan a ser confidentes habituales, llegando a ser cada vez más importante en esta relación el apoyo de tipo emocional, es decir, la posibilidad de sentir el afecto de la otra persona, es decir, de sentirse escuchado, aceptado y valorado. No obstante, y a pesar de esta ampliación de la red social para incluir en ella amigos, compañeros, vecinos y profesores, la familia sigue siendo fundamental durante la niñez. Los padres siguen siendo los proveedores principales de afecto, atención y cuidados; y, de hecho, los niños siguen contando la mayoría de sus preocupaciones a sus familiares más allegados, siempre y cuando la familia tenga una mínima armonía que garantice esos procesos. Por otra parte, no debemos olvidar que gran parte de las habilidades sociales y comunicativas que el niño utiliza para relacionarse en contextos diferentes del familiar los ha aprendido de su familia. Así, por ejemplo, si en casa es habitual la agresión o “coger una rabieta” para conseguir algo, éstas serán las estrategias que utilizará para relacionarse con profesores y compañeros, al menos en principio. El niño llega al contexto escolar con unas habilidades sociales iniciales aprendidas en el contexto familiar y, también, con unas primeras ideas o representaciones mentales, más o menos rudimentarias, acerca de cómo son las personas y cómo son las relaciones sociales. Sin duda, estas representaciones mentales y sus habilidades sociales serán modificadas, ampliadas o confirmadas en sus futuras relaciones. Sin embargo, no podemos obviar la gran importancia que pueden tener en sus primeras relaciones sociales fuera de la familia. En concreto, pueden llegar a suponer, en algunos casos, el rechazo o el aislamiento, si el niño se muestra excesivamente agresivo, hostil y falto de la más mínima empatía. Además, la familia influye también en la posibilidad que el niño tiene de desarrollar relaciones sociales fuera del hogar. La familia elige el centro educativo del niño, la posibilidad de establecer relaciones con otros niños del vecindario, o el hecho de que la escolaridad comience a los dos años o a los cuatro, por poner algunos ejemplos. En este sentido, es de destacar la edad cada vez más temprana en que muchos niños comienzan a relacionarse con su iguales, como consecuencia del trabajo materno y su asistencia a guarderías. Por último, no podemos olvidar la relación con los hermanos, caso de haberlos. En concreto, los niños valoran en gran medida la compañía que perciben de esta relación, aunque también indican que los conflictos son muy frecuentes entre ellos los cuales se multiplican en familias multiproblemáticas. No obstante, hay que matizar la existencia de importantes diferencias en función de la edad y el sexo del hermano. Así, en los hermanos mayores se valora, sobre todo, su ayuda; mientras que en los hermanos del mismo sexo y próximos en edad parece que es especialmente significativa la intimidad y compañía mutua.

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Adolescencia La adolescencia se caracteriza por los cambios físicos, la expansión del horizonte cognitivo y la existencia de responsabilidades y demandas no presentes en estadios previos del desarrollo. Además, el adolescente está implicado en un proceso de consolidación de su identidad: “el adolescente busca una imagen que no conoce en un mundo que apenas comprende, con un cuerpo que está descubriendo”. Asimismo, durante esta etapa de la vida la red social se amplía y posibilita que la persona obtenga estima y aceptación de otras relaciones sociales ajenas a su círculo familiar. En concreto, el grupo de iguales –la pandilla, la banda, la peña- se convierte en el laboratorio social más importante y llega a ser considerado por el adolescente como su principal apoyo. Sin embargo, el grupo de iguales también puede suponer una fuente de estrés, puesto que la conformidad puede ser, en ocasiones, vital para la aceptación. Esta conformidad se refleja en la ropa, los gustos, las conductas y el lenguaje que comparten estos adolescentes, pudiendo llegar a ser muy fuerte la presión que algunos adolescentes perciben en relación con la posesión de una determinada imagen personal, forma atlética o nivel de consumo. Esta búsqueda del adolescente de nuevos escenarios sociales en los que desarrollarse tiene que ver igualmente con el incremento de los conflictos en su círculo familiar. Un conflicto que se ha explicado en distintos términos: (1) como una búsqueda de mayor autonomía e independencia -a menudo incompatible con los intereses y demandas familiares-; (2) como una etapa del desarrollo mental en el adolescente en la que predomina la mirada del adolescente hacia adentro, más que hacia fuera –es un proceso normal que, sin embargo, muchos padres viven como un problema porque creen que a sus hijos les pasa algo-; (3) como una progresiva interiorización de las restricciones existentes en la convivencia familiar; o, finalmente, (4) como un rechazo del joven a los dictados y valores paternos en favor del grupo de iguales. Cualquiera que sea la explicación por la que se opte, lo cierto es que durante la adolescencia las relaciones padres-hijos varían de forma significativa y, con frecuencia, entran en conflicto. En este sentido, debemos tener presente que el adolescente está pasando por momentos difíciles; por una parte, está viviendo dificultades con sus padres que llegan a ser graves o muy graves si la historia de socialización previa ha sido negativa y, por otra, está sintiendo una fuerte presión grupal. Ambas circunstancias generan tensión y estrés en los adolescentes y en sus familias. Es importante que los padres sean comprensivos y tolerantes, no permisivos ni autoritarios, y traten por todos los medios a su alcance de demostrar a sus hijos que ellos están ahí para todo lo que necesiten. Normalmente, los padres dicen que “predican en el desierto”. No es así, pronto o tarde, los hijos acabarán por reconocer todo lo que sus padres están haciendo por ayudarles. Es cuestión de paciencia y de saber esperar.

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Lo importante es que los padres presten atención a su hijo cuando la necesite; que le demuestren afecto; que lo elogien de manera concreta; que le muestren aprobación cuando se relacione bien con los demás; que le respeten sus amistades y le den la oportunidad de que las reciba en casa, demostrándole de esta manera su apoyo; que compartan sus sentimientos con él y le expresen cómo les afectan las cosas; que compartan intereses, aficiones y algunas de sus preocupaciones con su hijo adolescente y, si es posible, que pasen algún tiempo solo con él/ella, sin que las necesidades de otros miembros de la familia le sirvan de distracción. Hay que tener presente que las situaciones estresantes durante la adolescencia pueden llevar a problemas psicológicos si el chico o chica no es capaz de mantener el apoyo social procedente de su familia. Un momento evolutivo verdaderamente difícil si consideramos que durante esta etapa se suceden constantes ensayos sobre nuevas relaciones sociales –ensayos que no siempre tienen éxito y que, a veces, los adolescentes viven como verdaderos dramas-, así como nuevas formas de superar las situaciones difíciles. Ya para finalizar solo decir que la familia contemporánea no es ya una institución, es una red de relaciones interpersonales. La familia no es lo que era porque su función ha cambiado radicalmente. Durante mucho tiempo su papel fundamental ha sido la transmisión del patrimonio, económico y moral, de una generación a la siguiente. Hoy la familia tiende a privilegiar la construcción de la identidad personal, lo mismo en las relaciones interpersonales conyugales que en las existentes entre padres e hijos. Podríamos considerar, en consecuencia, que la familia es un pequeño grupo que se caracteriza antes que nada por el hecho de que sus miembros, aparte de otras interacciones, están especialmente unidos por un intenso vínculo amoroso, siendo por regla general los unos (hijos) descendientes biológicos de los otros (padres). De hecho, las relaciones interpersonales, fundamentales en la familia, tienen lugar en el ámbito emocional. A través del sentimiento de seguridad en el pequeño grupo el niño adquiere seguridad en sí mismo, frente al mundo, frente a los demás niños y frente a los adultos. La necesidad de seguridad en los niños es tan grande que desarrollan una especie de 23

conciencia de pasiva seguridad. Se sienten a sí mismos como propiedad de determinados adultos jerarquizados con los que están unidos de un modo muy particular. Pero esta seguridad, que determina a su vez la estabilidad del desarrollo personal, es aportada esencialmente, como se sabe, por la certeza de que se es aceptado por los padres. Yo creo que este es uno de los principales retos de todos los padres y, desde luego, de los padres acogedores. Ya sabemos que no es una tarea facil, pero no es imposible. El grupo familiar, aquí caben todas las formas familiares, es, en definitiva, un sistema de relaciones, al menos es lo que se espera, que descubre poderosos vínculos afectivos y personales entre sus miembros y que se constituye en el principal contexto de desarrollo durante el ciclo vital. Nacemos en familias, crecemos en ellas, nos independizamos relativamente de ellas y, muy comúnmente, creamos las nuestras propias para continuar con una forma de entender la vida social que hemos heredado de nuestros ancestros. Metafóricamente, la vida del ser humano es un viaje en busca de la propia familia, sea a través de los lazos de sangre o a través de las relaciones afectivas. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS COMPLEMENTARIAS

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