Un Dios Que Sabe Perdonar---pero Con Condiciones

  • November 2019
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UN DIOS QUE SABE PERDONAR...¡Pero con Condiciones! Todos los Hombres son Pecadores ¿Quién no recuerda que muchos de los dioses mitológicos griegos se les contemplaba como deidades con personalidades severas y vengativas, poco capaces de perdonar a sus criaturas mortales?. Para el hinduismo hay una infinidad de dioses, desde los más buenos hasta los más malos. Por otro lado, en el budismo no se concibe a un Dios con un carácter definido, que siente ira y misericordia, alegría y tristeza, amor y odio, etc. Básicamente el budismo carece de un Dios personal revelado a los hombres. Cuando Jesús vino al mundo, él mostró el carácter del Dios Único que él personalmente representaba. Él dijo que quien lo veía a él, veía a Dios mismo (Juan 14:9,10). No que Jesús fuera el mismo Dios Padre, sino que él---como Hijo de Dios--- pudo revelarnos, con su conducta y palabras, cómo era Su Padre y Dios. Esta magnífica presencia de Cristo en la historia era la presencia de Dios mismo en la historia de la humanidad. De modo que Jesús, por sus palabras y obras, reveló cómo Dios piensa y qué exige de nosotros en las diferentes circunstancias críticas de nuestras efímeras existencias. Veamos el caso de aquella mujer que se le había sorprendido en pleno acto sexual inmoral. El pueblo la acusaba de ser adúltera, y por tanto, era una pecadora. Se le exigía que muriese por su delito,

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y todos estaban pidiendo que la ejecutaran. Pero, ¿qué hace Jesús?¿Acaso conciente su muerte porque efectivamente había violado la ley de Su Padre y Dios? Cualquiera hubiera esperado que Jesús, como judío, y en razón de la ley judía, asintiera inmediatamente a su ejecución. No había duda que la adúltera merecía su castigo. Pero aquí aparece Cristo mostrando el verdadero carácter de Su Padre Dios. Él va enseguida a dar una lección del profundo amor de Dios para con ella, y por extensión, para cualquiera que haya pecado. Aquí Jesús quiere dejar asentada las bases del amor y perdón de Dios para con los pecadores. ¿Acaso sería él mismo quien levantaría la primera piedra para lapidarla?¿Cualquiera hubiera creído que él tenía toda la autoridad moral para hacerlo por ser santo y perfecto ¡Pero no lo hizo! Al contrario, Jesús reta a los acusadores a que lancen la primera piedra si es que en verdad estaban libres de pecado. ¡Pero ninguno lo hizo! ¡Todos eran pecadores¡ ¡Todos estaban en falta! Y ¡Todos eran hipócritas! El Perdón de Dios Veamos ahora el amor de Dios en acción. Jesús lo va a poner en práctica en esta particular situación bochornosa. Aquí hay un pecado de inmoralidad sexual, un pecado muy común entre los seres humanos, y en el cual todos podemos caer en algún momento de nuestras vidas. ¿Cómo se tratará este problema o pecado llamado adulterio? (Juan 8:3). Por otro lado, aquí Jesús no sólo enseña cómo Dios ve y trata el problema del adúltero, sino también cualquier otro pecado diferente como el robo, el asesinato, la mentira, la idolatría, etc. Aquí hay una lección del amor de Dios hacia el pecador en general. En este ejemplo Jesús trata el asunto de una pecadora adúltera, trato que pudo ser también para el caso de una fornicadora soltera, una idólatra, etc. Perdón con Exigencias

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Ahora vemos a Jesús hablándole a la pecadora y le dice: “Ni yo te condeno; vete y no peques más” (Juan 8:11). Pero notemos que Cristo no la condena, aunque le requiere que no peque más. Esta es la condición o requisito para escapar de la condenación de Dios. ¡No volver al pecado cometido! Es decir, el perdón se logra por la gracia de Dios, y de nuestra parte, por la obediencia a Dios. Por consiguiente, el arrepentimiento debe ser real, veraz, y del corazón. Algunas personas aún piensan que Dios es “infinitamente misericordioso” y que siempre sabrá comprender al pecador, y consentir su pecado “indefinidamente”. No nos engañemos, los que ya han sido salvos por la gracia de Dios, están impedidos de vivir bajo el pecado. Cualquier pecado resulta en un acto contranatural en todo creyente sincero y convertido (Romanos 6:1,2). Realmente el converso detestará el pecado con todo su ser. Hay personas que aún están esclavizados a cualquier vicio de la carne. Para algunos el sexo es su aguijón, y para otros, el alcohol, las drogas, el juego de azar, etc. Todas estas personas necesitan ser liberadas por Cristo. Unos podrán ser más fuertes y valientes contra su “aguijón” en la carne, y otros serán más débiles. Para algunos su conversión será inmediata, pero para otros será un proceso lento y con altibajos. Algunos se levantarán, caerán y se levantarán; otros simplemente no vuelven a caer. Si Dios nos exige perdonar a nuestro hermano 70 veces 7, ¿Cómo no lo va a hacer Dios con nosotros cada vez que le fallamos? Dios lee nuestros corazones, y conoce nuestras debilidades. Sólo Él es el justo Juez de vivos y de muertos. Pero aquellos que quieren burlarse de Dios y fingir que son “justos”, están andando por el sendero de su perdición eterna. El Arrepentimiento Verdadero

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Para que haya arrepentimiento sincero debe existir remordimiento y complejo de culpa por haber pecado. Hay personas que no sienten culpa alguna debido a sus “conciencias cauterizadas”. Esto quiere decir que llega un momento en que el pecador no siente ya más culpa al cometer el mismo pecado “n” veces. Prácticamente se convierte en algo “normal” y rutinario en su vida, o como algo natural en él como es el comer o el dormir. Ya me imagino lo que habrá sentido Judas Iscariote por haber vendido a su Señor. Un complejo de culpa tremendo que le impulsó al suicidio en vez que al arrepentimiento sincero. En cambio San Pedro, el irresoluto, negó a su Señor tres veces. Tres veces consecutivas que le hicieron sentirse tan vil y pecador, pero que supo acudir a la fuente de vida para recibir el perdón misericordioso del Hijo de Dios. Si nos remontamos al Antiguo Testamento, tenemos varios interesantes ejemplos de pecados graves y del consecuente perdón de Dios. El famoso rey David, quien había sido ungido por Dios como Su príncipe predilecto de entre los hombres, pecó al cometer asesinato y adulterio. Sí, aunque tenía el Espíritu de Dios en él, cayó en desgracia, desgracia que casi le cuesta, no sólo el trono, sino también su propia vida. Una vez que es denunciado su pecado por Natán, y declarada su sentencia por sus propios labios reales, él procede a humillarse y reconoce su pecado ante Dios con lágrimas. Frutos de Arrepentimiento Cuando Juan el Bautista llamaba al arrepentimiento, decía: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo 3:8). Según el verso siguiente, el 9, Juan decía a sus oyentes claramente que no debían justificarse diciendo: “A Abraham tenemos por padre”. Es decir, Juan exigía el arrepentimiento sincero de los pecadores. El creerse justos porque eran los hijos de Abraham, el

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padre de la fe, y amigo de Dios, no los salvaría en absoluto sino sólo si se arrepentían primero de sus pecados. Pero nótese que Juan habla de hacer frutos dignos de arrepentimiento. No es una cuestión sólo de decir: ‘Me arrepiento’, es básicamente arrepentirse de los pecados cometidos a fin de producir frutos dignos de ese arrepentimiento. Un cambio radical y dramático de vida: de las tinieblas a la luz; del error a la verdad; de la injusticia a la justicia; del egoísmo al altruismo; del diablo a Dios. Por ejemplo, si antes mirábamos morbosamente a una mujer, ya no lo hacemos; si antes hacíamos bromas en doble sentido, ya no lo hacemos; si antes hablábamos malas palabras, ahora ya no lo hacemos; si antes nos embriagábamos, ahora ya no lo hacemos; si antes metíamos, ahora ya no lo hacemos; si antes odiábamos, ya no lo hacemos, si antes fumábamos, ahora ya no lo hacemos; si antes nos drogábamos, ahora ya no lo hacemos. El cristiano es ahora luz del mundo, no tinieblas como lo son los inconversos. La Biblia dice que si el mundo nos ama, estamos en problemas con Dios. El creyente ya no es amigo de los incrédulos o mundanos, pues no hay comunión entre la luz y las tinieblas, ni el agua con el aceite. Lea en su Biblia los siguientes pasajes: 1 Pedro 1:18; 2 Pedro 2:9-19; Santiago 1:26; 1 Pedro 3:10,11; Santiago 4:4; 2 Corintios 6:14; Hechos 26:18; Romanos 13:12; Lucas 11:34-36). Los Frutos de la Carne y los Frutos del Espíritu El apóstol Pablo habló de los frutos del Espíritu Santo en contraposición con los frutos de la carne. Ambos son diametralmente opuestos y antagónicos, y jamás podrán ir de la mano. El que vive para la carne, muere para el Espíritu; y el que vive para el Espíritu, muere para la carne (Romanos 8:1—14). Definitivamente el hombre que vive satisfaciendo los deseos de la carne no puede agradar a Dios. Por cierto que esto no significa que el sexo sea malo, o el comer ricas viandas sea pecado. Todo esto es bueno si se hace con la bendición de Dios. El sexo es bueno dentro

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del matrimonio, pero es malo fuera de él. El comer es una bendición para el cuerpo siempre y cuando no se exceda demasiado en él (gula), y no se ingiera animales inmundos como el cerdo, pato, conejo, mariscos, etc. Beber vino es bueno para la salud, pero siempre y cuando no se exceda de él, y no se caiga en la borrachera. En cuanto al tabaco y a las drogas alucinógenas, está probado que hacen daños irreparables a la salud de los individuos que los consumen, así sea en pequeñas cantidades. En fin, todo aquello que va contra las normas de Dios se llama: “Deseos carnales”. Ahora bien, San Pablo define los frutos de la carne de la siguiente forma: “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a éstas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.” (Gálatas 5:19-21). Hay que destacar el hecho de que las prácticas carnales no nos conducen a la herencia del reino de Dios, sino a la perdición eterna. Aun el solo hecho de sentir celos y envidia no nos permitirán heredar el reino de Dios. Parecería injusto que por el solo hecho de sentir esos sentimientos comunes podríamos perder el reino de Dios, pero es así. Es por eso que debemos tener cuidado con nuestros sentimientos ruines. Incluso el solo hecho de mirar con malos deseos a una mujer ya estaríamos adulterando en nuestro corazón (Mateo 5:28). De igual naturaleza es el odio, pues para Dios el odio es como el asesinato (Mateo 5:22). ¡Realmente es el precursor del asesinato! Caminando hacia la perfección

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El creyente debe ahora andar hacia su perfección moral y espiritual ( Mateo 5:48, Hebreos 6:1). Es decir, la meta del cristiano es llegar a ser cada vez más perfecto en su carácter y conducta imitando el modelo dejado por Jesucristo (1 Pedro 2:21). Esto no quiere decir que el cristiano será completamente perfecto, pero al menos andará perfeccionándose día a día (Filipenses 3:12, Efesios 4:13). Por eso es que es necesario que el creyente se empape de la Biblia, pues las Escrituras lo pueden hacer sabio y perfecto para ganar la salvación (2 Timoteo 3:16,17). Lamentablemente hay siempre “cristianos” que en lugar de “evolucionar” hacia a perfección, involucionan para su condenación eterna. Esto sucede cuando son atraídos por el mundo, y por las cosas que en él hay. Pero el genuino convertido deja atrás la vida imperfecta y carnal para vivir la vida perfecta y espiritual a fin de agradar a aquel que lo llamó (Hechos 10:35, Romanos 8:8).

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Para Mayor Información Escribir a: Ing°. Mario A Olcese, CIP 23641, Diplomado en Teología, Instituto Baxter, Honduras. e-mail: [email protected] ó [email protected] Miguel Aljovín # 179 Lima 18, Perú Tél. 4473028

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