Umma[1]

  • June 2020
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Umma, el integrismo en el Islam. La tesis de la que parte el autor es la de que en base a una lectura particular del texto coránico y de los hadices del profeta se puede inferir y, enc consecuencia, adoptar una línea de pensamiento integrista del Islam en tanto que doctrina religiosa totalizadora de los procesos políticos y sociales. El integrismo islámico debe entenderse no como la simple aplicación de soluciones al mundo actual basadas en una interpretación actualizada, si bien idealizada de la doctrina religiosa, sino en la postura que defiende la inmutabilidad absoluta e incuestionable de los textos sagrados y su aplicación literal a la realidad político-social. La idea recurrente en todos los autores integristas, desde el precursor Ibn Taymiyya hasta los actuales, que no modernos, bin Laden y el Jeque Abdurrahman, es aquella de que, aparte de la Verdad contenida en el Corán, no caben elucubraciones o respuestas alternativas a los problemas planteados por la realidad social (extensible esto a cualquier ámbito de la realidad) al ser fruto del intelecto humano, entre el cual y Dios media un abismo insalvable. Toda interpretación del mundo al margen del texto coránico y de la sunna es una blasfemia basada en la ignorancia y en el no reconocimiento de la superioridad infinita de Alá como alfa y omega de toda fuente de conocimiento. Y el conocimiento aprehensible y puesto a disposición del la humanidad para regirse justamente, alejada del mal, es aquel contenido en el Corán, como revelación divina, y en los hadices que integran la tradición. A partir de ellos se pueden reglar todos los aspectos de la vida humana. Decimos reglar, que no orientar o configurar, al ser tomados y entendidos como manuales de conducta que deben ser seguidos y aplicados en su literalidad sin mediación interpretativa alguna. Este planteamiento lleva pues a un pensamiento ahistórico al considerar el periodo de los piadosos antepasados como el modelo de sociedad a imitar, soslayando de entrada toda evolución política y social que se haya podido dar en estos trece siglos que median entre el tiempo del profeta y los rashidun y nuestros días. La evolución registrada será en todo caso muestra de la impiedad de la humanidad que se habría alejado de la senda de la fe, de la verdadera historia. El camino a seguir, pues, no es el de buscar respuestas para el presente en el pasado, sino el de reproducir un pasado que nuca debería haber dejado de ser presente, recuperar la historia que sólo puede darse bajo un modelo único y verdadero de sociedad. De ahí que los diferentes representantes del integrismo islámico no tengan reparos en tomar como fuente de autoridad tanto a un autor del siglo XX como al-Banna, como a uno del siglo

XIV como Ibn Taymiyya, ya que en definitiva el tiempo pasado no es tal si la verdad es una e inmutable. Esta forma de pensamiento tiene su fundamento en el carácter eminentemente cerrado de la mentalidad sunní cuya tradición queda fijada en época tan temprana como el siglo XI. En los mismos hadices se advierte contra toda posible innovación (bid’a), camino seguro al infierno. El objetivo último de todos los planteamientos integristas sin excepción es el de instaurar el paraíso en la tierra a través del sometimiento absoluta de hombres a la verdad de Alá siendo la sharía el instrumento por el cual se regirán todas las relaciones humanas. Según la teleología integrista Alá es el sentido primero y último de este mundo y a su adoración y al cumplimiento de su voluntad deben estar orientados todos los actos humanos, cosa que en última instancia llevará a la felicidad terrena de los creyentes. Al pretender la regulación de todas las relaciones sociales debe por fuerza haber un poder político capaz de imponer el cumplimiento debido de la sharía. Esto es así primero porque está inscrito en la naturaleza del hombre la tendencia al mal; y segundo porque la salvación no se entiende en términos individuales sino colectivos. No basta la relación directa del individuo con la divinidad. Debe tenerse en cuenta que el Islam es una religión política ya que se supone que Alá espera de los hombres que se constituyan en una comunidad de fieles (umma) y que vivan y se regulen de acuerdo a como Él lo ha dejado escrito en el Corán. Lo que place a Alá no es la bondad de los actos individuales sino el comportamiento del grupo como comunidad de fieles. De esta manera se exige obediencia a dos niveles: por un lado, obediencia del gobernante a las exigencias de la religión; por otro lado, la obediencia de los súbditos al titular del poder encargado de hacer valer el orden religioso. El imperio de la ley divina es, pues, condición para la vida de las sociedades y su deberá empezar por cada individuo piadoso en particular, pero será garantizado en última instancia por el poder coactivo del poder político. Poder al que todo musulmán está obligado a obedecer. Y, por extensión, toda la humanidad, ya que debemos tener siempre presente que el integrismo islámico se basa en una lectura de aquellos hadices de contenido bélico referentes a la etapa expansiva del primer Islam en los que se exalta la yihad por la causa de Alá. La tierra pertenecería, según esta concepción, a Alá y a su profeta Mahoma, y por consiguiente a todos los musulmanes. Queda así justificada una actitud beligerante con respecto a aquellas comunidades que no se atengan a los mandatos de Alá, al ser ellos los causantes de toda la maldad en el mundo por no seguir Su senda.

El sujeto histórico encargado de la realización plena de la voluntad divina y del sometimiento de todos los pueblos a Alá será la antedicha umma, la comunidad de los creyentes. El pensamiento integrista se configura así como una doctrina religiosa que sobrepasa el ámbito de la espiritualidad individual para proponerse como fuente de inspiración para la acción política y la transformación de las relaciones de poder, cosa que encuentra su fundamento en el carácter religioso-político del Islam. Por ello, se trata de un fenómeno que sobrepasa la mera teología para inscribirse en el marco de lo político en tanto que plantea la división del mundo y relaciones de conflicto insalvables entre una unidad política con una identidad suprema identificada con el Islam, la umma, y otra unidad política vista como antagonista existencial. La acción política integrista estará orientada, por consiguiente, por una división maniquea del mundo planteada en una serie de oposiciones duales que hacen irreconciliables las relaciones con el otro político visto como enemigo y encarnación de aquellos valores opuestos a la verdadera religión. Por un lado, el reconocimiento de la unicidad de Alá (tawhid) fuente de todo poder y legitimidad sobre este mundo. Frente a ello, y en oposición, el shirk, el politeísmo, la asociación de otros dioses o seres a Alá. En el plano político esto se traduce en la pretensión de gobernar sobre los hombres sustituyendo a Alá. De la unicidad de Alá se desprende la idea de la soberanía de Alá sobre este mundo. De hecho, el integrismo, y tal como lo expresa Ibn Taymiyya, entiende que el único gobernante puede ser Alá siendo los gobernantes terrenales meros vicarios que ejercen el poder en Su nombre. Frente a ello el taghut, el faraón, aquel que pretende gobernar en nombre propio o de otra cosa que no sea Alá. Naturalmente que en aquella sociedad que reconozca la soberanía absoluta de Alá reinará Su ley, la sharía, y la acción del gobernante estará orientada por la virtud al “ordenar el bien y prohibir el mal”. Allí donde reine el shirk, en el dar al-harb, existirá la no-ley fruto de la ignorancia del mensaje del profeta, la yahilliyya. Esta serie de oposiciones configuran, pues, las dos identidades políticas irreconciliables: la umma de los creyentes que se gobiernan según la ley de Alá, y el resto del mundo cuya esencia será el kufr¸el descreimiento. A fin de resolver a su favor la relación antagónica con los Kafir la umma debe llevar a cabo la guerra santa, para mayor gloria de Alá, y establecer su reino sobre la tierra como Él lo ha querido. De esta manera, la guerra contra los infieles debe ser llevada a cabo en dos frentes. Uno, claro, frente a las sucesivas colectividades consideradas las principales enemigas del Silam a lo largo de la historia: desde los paganos en la época del profeta, pasando por

los mongoles en los siglos posteriores, Europa en los siglos XIX y XX, hasta llegar a nuestros día en que se presenta a los Estados Unidos y sus vasallos como la bestia a decapitar. Por otra parte, y esto es una idea que introduce Ibn Taymiyya, también deben ser combatidos aquellos que aun declarándose musulmanes (shiíes, sufíes y demás herejes) no se alinean con la ortodoxia o adoptan comportamientos occidentales. Esto se basa en la idea de que no basta la profesión de fe, al-shahada, para ser considerado un auténtico musulmán. Estos falsos musulmanes deben por consiguiente ser combatidos con mayor ahínco que los propios infieles por corromper la integridad de la umma. Sentadas las bases del integrismo por Ibn Taymiyya, esta doctrina conocerá una cierta evolución a lo largo del tiempo, teniendo siempre como punto de referencia, empero, el pensamiento de este teólogo. El punto de inflexión en la doctrina integrista se dará en el siglo XVII de la mano del teólogo militante Muhammad Abdul-Wahhab que, en alianza con diversos poderes políticos de la península arábiga, pudo llevar a la práctica la interpretación rigorista del Islam comenzada por Ibn Taymiyya. En concreto, el wahhabismo beberá de la escuela jurídica hanbalí, en la que se inscribía el pensamiento de Ibn Taymiyya, en tanto que la más intransigente de las escuelas jurídicas islámicas que, al igual que el teólogo sirio, condenaba toda innovación y propugnaba el retorno a la religión pura de los antiguos. La labor de Wahhab se centró en el sometimiento de los beduinos y de las ciudades contra los cuales lanzó el anatema de shirk, el pecado de asociarle a Alá otros objetos de devoción, al haber vuelto a incorporar elementos del paganismo o ajenos a la religión verdadera tales como la veneración de los antepasados, el culto a los santos, etc. Su mayor aliado en esta empresa por devolver a Arabia a la pureza de los primeros tiempos del Islam fue el emir Muhammad ibn Saud que pudo instaurar un poder político unitario en la península, poder que luego de ser derrotado renacerá en el primer tercio del siglo XX continuando la labor impulsada por Wahhab. Punto de inflexión triple, pues, ya que si por un lado la obra de Wahhab supuso la viabilidad de la instauración de un poder político integrista , éste servirá a partir del siglo XX como apoyo real a los diferentes movimientos integristas basados en la doctrina wahhabí. Asimismo, cabe mencionar otro punto de importancia capital en el mensaje de Wahhab que configurará la acción de los movimientos integristas, a saber, que npara ser buen musulmán no bastan ni la al-shahada ni el cumplimiento efectivo de la sahría. Antes bien, el deber de todo musulmán no quedará completo si no recibe el

complemento de la oposición radical al taghut, cuya consecuencia en el plano de la acción será el recurso a la yihad como forma de erradicar toda forma de ofensa a la omnipotencia de Alá. Este último punto unido a la idea recogida en la sunna de que todos los medios son válidos para combatir a los enemigos de Alá tendrá su máxima concreción en los atentados indiscriminados contra la población civil llevados cabo por los integristas finiseculares. Cabe mencionar que los propios integristas como bin Laden volverán su furia contra el régimen saudí al considerar que incurren en pecado al permitir la presencia de infieles estadounidenses en la tierra de los lugares santos del Islam. A mediados del siglo XIX se dará un nuevo punto de inflexión con los salafíes y la obra de al.-Afghani. En un período de franca decadencia de los países musulmanes evidente en el caso del Imperio Otomano, el poder musulmán más poderoso y el que más lejos había llegado en la idea de establecer un poder musulmán universal. En este momento se identifica con claridad el nuevo enemigo a oponerse: la civilización europea ante la cual el poder musulmán ha quedado impotente. La estrategia a seguir será pues reconocer la necesidad de una serie de reformas dentro del pensamiento islámico a fin de deshacerse de los lastres que impiden la adaptación a los tiempos modernos. El progreso científico occidental es visto como una amenaza ante la cual hay que reaccionar impulsando un progreso similar en el mundo musulmán. Ahora bien, alAfghani plantea efectivamente la necesidad de un regeneracionismo dentro del Islam, pero eso sí, sin tocar en lo más mínimo la ortodoxia. Así, considera que son eliminables aquellas prácticas sociales antiguas que no se encuentren ligadas a la creencia fundamental. Asimismo, plantea la compatibilidad entre ciencia y pensamiento racional con la religión entendiendo que la fuente de toda racionalidad puede hallarse precisamente en el Corán y en la Sunna, y para constatar esta evidencia vuelve su mirada al pasado glorioso de la época de los piadosos antepasados, época que habría suscitado un espíritu filosófico capaz de potenciar la ciencia. La causa del atraso técnico del Islam sería, pues, precisamente la división de la umma y el alejamiento del camino de ese modelo que fue el primer Islam. La respuesta que da al-Afghani, pues, irá en la línea de las utopías arcaizantes propias del integrismo, propugnando una regeneración de la umma a través del regreso al tiempo virtuoso de los rashidun que en cumplimiento estricto de la sharía habrían obtenido el favor de Alá. Su discípulo Muhammad Abduh matiza su pensamiento haciendo mayor hincapié en la racionalidad intrínseca del Corán, declarando así que ciencia y religión son enteramente compatibles y, lo que es más, la

subordinación a Alá no sólo se basará en el en reconocimiento de su unicidad sino también en que el hombre haga uso de su razón. Esto lo hace alejarse de los planteamientos arcaizantes en la medida en que reconoce la ejemplaridad de los piadosos antepasados si bien ello no impide que los modernos hagan uso de la razón para profundizar en el hecho religioso. Naturalmente que la razón sólo puede llevar al reconocimiento de Alá como ser supremo y hará evidente la bondad de la sharía y la conveniencia del sometimiento a la ley divina. Vemos así que no abandona la utopía ya que, si bien reconoce que la edad de oro no puede servir como molde dado de antemano e innegociable, la razón muestra al hombre cuál es el orden necesario: el reinado de la sharía. Dadas estas bases doctrinales el salto cualitativo del pensamiento integrista lo darán los Hermano Musulmanes egipcios con Hassan al-Banna como líder al recuperar enteramente la idea del Islam como religión política. Bien es cierto que esta idea está en la base del pensamiento islámico pero luego de Abdul-Wahhab no se había dado un reclamo contundente del poder político. Más allá de la mera especulación, el Islam requiere la acción de los creyentes como forma de llevar a la práctica la regeneración de la umma cuya integridad y rectitud sólo puede ser recuperada por un gobierno que imponga el cumplimiento de las verdades del Corán y los preceptos de la sharía. Se hace necesaria la consolidación de un poder político islámico fuerte cuya legitimidad vendrá dada por Alá. Al-Banna propugna así una mística de la acción basada en la acción pedagógica y en el proselitismo como forma de dotar al Islam de un “alma nueva”, si bien ello no agota otros medios en caso de encontrar resistencias. La evidencia de que, naturalmente, resistencias las habrá siempre, lleva a los Hermanos Musulmanes a optar por medios violentos para la obtención del poder político en el entendido de que la nociva influencia europea impregnada de materialismo en el seno de los países musulmanes supone un verdadero atentado contra el Islam, mientras que otros centros de poder autónomos y musulmanes están en manos de los turcos y los iraníes alejados evidentemente de la verdadera creencia, unos por haber corrompido sus hábitos e imitado ciertas prácticas europeas, y otros por el simple hecho de ser herejes shiíes. La condena a los gobernantes musulmanes corrompidos por Europa se extenderá a los futuros gobernantes egipcios más proclives al socialismo panarabista que a la implantación de la sharía. Se hace patente con los Hermanos Musulmanes el reconocimiento del nuevo y principal enemigo a abatir: la satánica Europa, ya reconocida como nuevo rival, en otros términos, por los salafíes.

La yihad será pues el medio de eliminar a los gobernantes pecadores y de instaurar un poder político que devuelva al Islam a la edad de oro de los piadosos antepasados como forma de salir de los tiempos oscuros, y todos los medios para llevar a cabo esta empresa serán válidos. El gobierno que propugnan, como ya dijimos, es poder uno con medios coactivos fuertes capaces tanto de hacer cumplir a la población los preceptos islámicos como de llevar la fe islámica a todos los rincones de la tierra. Naturalmente que la forma de gobierno que propone está en radical oposición con las formas europeas “materialistas”. De ahí su rechazo a los partidos políticos y a la democracia en general entendiendo que el interés de la comunidad es uno sólo y no puede dividirse en facciones enfrentadas. Así tenemos como base de su propuesta política una reislamización de la sociedad a través del proselitismo pero con una mayor incidencia en el establecimiento de un poder político capaz de llevar a cabo una islamización desde arriba. Lamentablemente para ellos ni los ataques contra Nasser y su política ni el asesinato de Sadat conseguirían los resultados deseados. En la misma línea se inscribe el indio-musulmán Abul A’la Maududi a quien la fortuna sí sonrió tras el golpe militar del general Zia ul-Haq en Pakistán que instauró el “sistema islámico”. Para Maududi la implantación de la verdadera sociedad musulmana basada en la sharía y en el reconocimiento de la unicidad de Alá del cual emana toda soberanía, sólo puede darse por la actuación de una élite capaz de llevar a cabo una revolución desde arriba e instaurar así un gobierno islámico, para lo cual creará en 1941 el “grupo de justos”o Salih Jamaat. El elitismo de su pensamiento va en consonancia con su radical rechazo de la democracia laica occidental a la cual considera la antítesis misma del Islam. La democracia laica, efectivamente, atribuye la soberanía al pueblo, evidente signo de shirk que niega el tawhid, la concepción central del pensamiento integrista y del cual se desprende la soberanía absoluta de Alá tanto en el orden celestial como en el terrenal. Aboga, pues, por la reinstauración del califato como forma de gobierno en nombre de Alá. Se trataría de una “teo-democracia” según el propio Maududi en la que los gobernados harían dejación de sus derechos políticos en la figura del califa que tendrá poder para legislar dentro de unos límites divinos impuestos por la sharía cuyo carácter totalizador regularía todos los asuntos humanos A imitación del modelo de los piadosos antepasados el califa estaría asistido por uno consejo de hombres justos. La parte democrática de la “teo-democracia” consistiría en el derecho del pueblo a deponer al gobernante injusto y tiránico, esto es, todo gobernante que infrinja los límites de la ley divina, idea que, por lo demás, ya estaba presente en el pensamiento sunní.

La implantación de una teocracia constituirá también el ideal de Sayyid Qutb, sólo que encarnada ésta en la figura del