Ulises

  • June 2020
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  • Words: 7,101
  • Pages: 45
Il Ritorno d’Ulisse in Patrria Prólogo L’umana fragilità Soy algo mortal, una creación humana. Todo me perturba, un simple soplo me abate. El Tiempo que me crea, me combate. Tempo Nada está a salvo de mi diente. Él roe y disfruta. No huyan, mortales, que, aunque soy rengo, tengo alas. L’umana fragilità Soy algo mortal, una creación humana. En vano busco un lugar donde protegerme, pues mi frágil existencia es un juego de la Fortuna. Fortuna Deseos, alegrías y dolores gobiernan mi vida. Soy ciega y sorda, no veo ni oigo. Riquezas y grandezas reparto a mi manera. L’umana fragilità Soy algo mortal, una creación humana. Mi florida edad, verde y fugaz, se esclaviza por el cruel Amor. Amore

Monteverdi-Badoaro (1641)

Soy el dios que hiere a los dioses, me llaman Amor. Ciego arquero, alado y desnudo, contra mis flechas no hay defensa ni escudo. L’umana fragilità Muy infeliz soy yo, una creación humana. Creer en ciegos y en rengos es inútil. Tempo, Fortuna y Amore Por mí, frágil... Por mí, desdichado... Por mí, confuso... será este hombre. -El Tiempo que apresura... -La Fortuna que seduce... El Amor que hiere... no tendrán piedad. Débil, desdichado, confuso... Confuso, débil, desdichado... Débil, desdichado, confuso... será este hombre. Acto I Escena 1 Penelope ¡Los tormentos de una reina desdichada nunca terminan! Aquel a quien espero no llega, y los años pasan. La lista de mis penas es demasiado larga. Para quien vive angustiado, el tiempo pasa lento. Falaz ilusión, esperanzas envejecidas, ya no prometan alivio o curación para este mal.

Pasaron cuatro lustros desde el memorable día en el que, cometiendo un rapto, el soberbio Troyano llevó a la ruina a su gloriosa patria. Con razón ardió Troya, pues el amor impuro, que es un delito de fuego, se purifica con las llamas. Pero por errores ajenos, aunque inocente, fui condenada. Por culpas ajenas, soy la triste penitente. Ulises, astuto y sabio, tú, que te jactas de castigar a los adúlteros, que afilas las armas e incitas a las llamas para vengar los errores de una griega prófuga, en tanto, dejas a tu casta esposa entre enemigos rivales, con su honor en peligro y, quizá, su vida. Cada partida supone un anhelado retorno. Sólo tú has perdido el día de tu regreso. Ericlea ¡infeliz Ericlea! Nodriza desconsolada, Te compadeces del dolor de la amada reina. Penelope ¿No cambiará mi suerte? ¿Acaso la Fortuna ha cambiado su voluble rueda por un trono inmóvil? Y su pronta vela, que lleva el destino de los hombres por la inconstancia, ¿sólo para mí no trae un soplo de aire? Sin embargo, para otros, las estrellas cambian su apariencia en el cielo. ¡Vuelve, ay, vuelve! ¡Vuelve, Ulises! Vuelve, Ulises, Penélope te espera. La inocente suspira, la ofendida llora,

y con el tenaz ofensor ni siquiera se encoleriza. A mi alma agitada perdono, para que no quede manchada de crueldad. Pero culpo al destino de mis males. Así, para defenderte, al destino y al cielo, declaro la guerra, y establezco disputas. ¡Vuelve, ay, vuelve! ¡Vuelve, Ulises! Ericlea Partir sin retorno No puede ser influenciado por las estrellas: ¡esto no es partir! Penelope La calma vuelve al mar, vuelve el céfiro al prado, y la aurora, mientras dulcemente invita al sol, es el retorno del día que había partido. La escarcha vuelve a los campos, vuelven las piedras al seno de la tierra, y con resbaladizos pasos, vuelve el río al océano. El hombre, aquí abajo, lejos de sus orígenes, posee un alma celeste y un cuerpo frágil. El mortal pronto muere y su alma regresa al cielo, y su cuerpo vuelve a ser polvo, después de una breve estancia. Sólo tú has perdido el día de tu regreso. Vuelve, pues demorándote, prolongas mi profundo dolor, y veo acercarse la hora de mi muerte. ¡Vuelve, ay, vuelve! ¡Vuelve, Ulises! Escena 2 Melanto

Duros y penosos son los feroces deseos amorosos. Pero los crueles martirios, al final son gratos, aunque al principio hayan sido amargos. Pues cuando un corazón arde, es un fuego de alegría, y nunca pierde quien juega al juego del amor. Eurimaco Mi hermosa Melanto, graciosa Melanto, tu canto es un encanto, tu rostro es un hechizo. Mi hermosa Melanto, es un lazo lo que en ti hechiza, y lo que no es un lazo produce dolor. Melanto Gracioso charlatán, qué bien alabas la belleza... y, en tu provecho, describes el resplandor de un rostro. Halaga también mis virtudes con tus dulces mentiras. Eurimaco Mentira sería, si yo, alabándote, no te amara, pues no adorar a una verdadera deidad sería una mentira impía. Melanto y Eurimaco Que la llama de nuestro amor se encienda, pues no amar a quien nos ama, es una ofensa, y no se ofende a quien, siendo ofendido, amor te entrega. Dulce vida mía. Alegre amada mía. -Alegre amado mío. -Dulce vida mía. Dulce vida mía, mi vida eres.

Alegre amada mía, mi felicidad serás. Que un vínculo tan bello no se deshaga jamás. Melanto Cómo me invade el deseo, Eurímaco, mi vida, sin freno ni contención, de dar curso a mis alegrías en tu pecho. Eurimaco Qué gustoso cambiaría este palacio por un desierto, donde ninguna mirada curiosa alcanzara a ver nuestros pecados. Melanto y Eurimaco Pues para un corazón apasionado la contención es un suplicio. Eurimaco Ocúpate entonces de avivar en ella la llama amorosa. Melanto Tentaré nuevamente a su terca y obstinada alma. Tocaré ese corazón que tan inflexiblemente defiende su honor. Melanto y Eurimaco Dulce vida mía. Alegre amada mía. -Dulce amado mío. -Dulce vida mía. Dulce vida mía, mi vida eres. Alegre amada mía, mi felicidad serás. Que esta hermosa unión no se deshaga jamás. Escena 5 Nettuno

El hombre es orgulloso, y el culpable de su pecado es el cielo bondadoso, que siempre está dispuesto a perdonar las ofensas. Lucha con el destino, pelea con la suerte, a todo se atreve, a todo se arriesga. La libertad humana, se vuelve indomable, y se atreve a enfrentarse a la voluntad del cielo. Pero si Júpiter, en su bondad, perdona los errores del hombre, que mantenga ocioso el rayo en su diestra y no se vengue, pero que no sufra Neptuno con su propio deshonor el pecado humano. Giove Gran dios de los mares, ¿qué murmuras y desvarías contra la gran bondad del dios soberano? Más por mi piadosa naturaleza que por mi brazo armado, soy Júpiter. Este rayo destruye, pero la piedad persuade... e incita adoración. Pero quien cae al suelo ya no puede adorar. Pero ¿qué justo deseo de venganza te hace acusar a la gran bondad de Júpiter? Nettuno Los osados feacios, contra mi soberano decreto, condujeron a Ulises a Ítaca, su patria, con lo cual, por insolencia humana, burlaron las intenciones de una deidad ofendida. Es una vergüenza, y no un acto de piedad, perdonar hechos tan malvados. ¿Acaso sólo de nombre son divinos los dioses? Giove

El cielo no se opondrá a tu venganza, pues la misma razón nos une. Puedes tú mismo castigar a los atrevidos. Nettuno Ya que tu voluntad divina no se opone, castigaré su temerario orgullo. Convertiré su móvil nave en un inmóvil escollo. Giove Que se cumpla tu voluntad y se vea el efecto de tu poder. Que las olas tengan su Júpiter, y quien moviéndose pecó, inmóvil perezca. Escena 6 Coro de Feacios En este bajo mundo, el hombre puede hacer cuanto quiere. En este bajo mundo, el hombre puede hacer cuanto quiere. Puede hacerlo, pues el cielo es indiferente a nuestras acciones. Puede hacerlo, pues el cielo es indiferente a nuestras acciones. Nettuno Que estas olas pasajeras tengan un nuevo escollo. Hoy los feacios aprenderán que los viajes humanos, si son contrarios al cielo, no tienen retorno. Escena 7 Ulisse ¿Duermo todavía... o estoy despierto? ¿Qué región es esta? ¿Qué aire respiro, qué suelo piso? ¿Duermo todavía o estoy despierto?

¿Quién transformó mi dulce y reparador sueño en ministro de tormentos? ¿Quién cambió mi reposo por terrible desventura? ¿Qué dios protege a los que duermen? Sueño, sueño de los mortales, hermano de la muerte te llaman algunos. Solitario, abandonado, decepcionado y engañado, yo te conozco bien, padre de los errores. Sin embargo, sólo yo soy el culpable de mis errores. Pues si la oscuridad es hermana del sueño, o su compañera, quien confía en ella, termina perdido y de nada sirve lamentarse. Dioses siempre coléricos, nunca satisfechos, son severos con Ulises, aun cuando duerme. Que su divino poder sea firme y fuerte contra la voluntad humana, pero que no les quite, ay de mí, la paz a los muertos. Feacios mentirosos, prometieron conducirme a salvo a Ítaca, mi patria, con mis riquezas y mis tesoros. Feacios, faltaron a su palabra, no sé cómo, ingratos, me dejaron en esta ribera desolada, sobre la playa yerma y desierta, desdichado y abandonado. Y, sin preocuparse por semejante pecado, vagan por el aire y por las olas. Si faltas tan graves no son castigadas, deja, Júpiter, tus rayos, pues la ley del azar es más segura. Falsísimos feacios, que Bóreas sea siempre enemigo de sus velas.

Y que sus desleales naves sean cual plumas al viento o cual escollos en el mar, ligeras para los vientos del norte y para las leves brisas, pesadas. Escena 8 Minerva La querida y alegre juventud desprecia los deseos impuros, y no se inquieta por lo que fue o por lo que será. ¡Querida y alegre juventud! Ulisse El cielo siempre socorre al que lo necesita. Este jovencito de tierna edad, inexperto en engaños, quizá alegre mis pensamientos. Pues no tiene falsedad en el alma quien todavía es imberbe. Minerva La juventud es un bello tesoro que llena de alegría el corazón. Para ella el tiempo es rengo, y vuela el alado Amor. La juventud es un bello tesoro. Ulisse Apuesto pastorcito, socorre a un viajero perdido con consejo y ayuda. Dime, para empezar, el nombre de esta playa y de este puerto. Minerva Ítaca es esta tierra que se encuentra en el seno de este mar, puerto famoso y playa feliz. Tu rostro se ve alegre y agradecido al oír un nombre tan bello. Pero ¿cómo llegaste y adónde vas?

Ulisse Soy griego y vengo de Creta, escapando del castigo de un homicidio que cometí. Los feacios me recibieron y prometieron que me llevarían a Élide. Pero el irritado mar y el viento desleal nos arrojaron violentamente a esta playa. Y hasta ahora, pastor, tuve al destino como enemigo. Cuando desembarcamos, esperando que el mar y el viento se calmaran, me dormí tan profundamente, que no reparé en que los crueles feacios huían furtivamente. Y yo me quedé, con mis pertenencias, sobre la playa desierta, desconsolado y solo. Y cuando el sueño se marchó, me dejó el dolor. Minerva Has dormido mucho tiempo, pues aún hablas de sombras y narras sueños. Ulises es un hombre astuto, pero más sabia es Minerva. Tú, entonces, Ulises, oye mis consejos. Ulisse ¡Quién lo creería, las deidades con vestiduras humanas! ¿Se hacen estas mascaradas en el cielo? Te doy las gracias, diosa protectora. Sé que mis pensamientos estuvieron guiados por tu amor. Minerva Nadie te reconocerá, pasarás inadvertido, así verás la descarada osadía de tus rivales, los pretendientes. Ulisse

¡Afortunado Ulises! Minerva Y la inmutable constancia de la casta Penélope. Ulisse ¡Afortunado Ulises! Minerva Ahora mójate la frente en aquella fuente, y, bajo el aspecto de un anciano, nadie te reconocerá. Ulisse Voy a obedecerte y enseguida regreso. Minerva Yo vi arder Troya por venganza. Ahora me falta conducir a Ulises a su patria, a su reino. Este es el propósito de una diosa ofendida. Aprendan así, necios mortales, a no interferir en las disputas divinas. El juicio del cielo no les concierne, pues sus tribunales están en la tierra. Ulisse Aquí estoy, sabia diosa. Este cabello es una falsa prueba de mi vejez. Minerva Pongamos tus queridas pertenencias Al seguro, En aquélla gruta oscura, Con las náyades, ninfas consagradas al cielo. Minerva y Ulisse

Ninfas, protejan las gemas y el oro, Vestimentas y tesoros, Protejan todo, Ninfas sagradas. Escena 9 Minerva Ve a la fuente de Aretusa, donde el pastor Eumeo, tu fiel y antiguo siervo, cuida el rebaño. Espérame allí hasta que regrese de Esparta con tu hijo Telémaco. Luego, prepárate para seguir mis órdenes. Ulisse ¡Afortunado Ulises! Olvida el dolor de tus antiguos errores, ya no llores, y deja salir de tu feliz corazón, un canto dulce. No se desesperen más los mortales en la tierra. ¡Afortunado Ulises! Pueden soportarse todas las vicisitudes, alegría o dolor, paz o guerra. No se desesperen más los mortales en la tierra. Acto II Penelope Dioses, algún día concedan mis deseos. Melanto Querida, amada Reina, Reina cauta y prudente, prudente sólo para tu desdicha, menos sabia yo te querría. ¿Por qué menosprecias el fuego de los pretendientes vivos... con la esperanza de reconfortarte con las cenizas de los muertos?

Quien goza no ofende al que está sepultado. Un bello rostro puede causar una guerra. Las actitudes guerreras disgustan a los difuntos, pues los muertos sólo buscan paz. Ama, entonces, que la belleza es la dulce compañera del Amor, y tu dolor cederá pronto al placer. Penelope El Amor es un ídolo vanidoso, un dios vagabundo cuya inconstancia es bien conocida. Su dulce serenidad dura lo mismo que un relámpago. Un solo día puede cambiar la alegría en dolor. La historia está llena de Teseos y Jasones. Los astros del cielo pueden cambiar constancia, rigor, penas, muerte y dolor, y hasta pueden transformar a Ulises en Jasón. Melanto ¿Sólo porque el aquilón alguna vez altera el mar, no debe el audaz timonel partir jamás del puerto? En el cielo, no siempre brillan estrellas funestas. Toda tempestad siempre tiene fin. Penelope No debe volver a amar quien desdichado penó. Vuelve necio a penar... quien antes erró. Escena 2 Eumete

Un amante real no puede librarse de desventuras y males. Los cetros reales conocen mejor las lágrimas que el cayado del pastor. Visten seda y oro los más grandes tormentos. La vida pobre y oscura, es más segura que la rica e ilustre. Colinas, campos y bosques, si la condición humana incluye la felicidad, en ustedes anida la dicha. Herbosos prados, en ustedes crece la flor de la alegría, en ustedes se recoge el fruto de la libertad, y sus hojas son una delicia para el hombre. Escena 3 Iro Un pastor puede alabar prados y bosques, acostumbrado a conversar con el rebaño. Estas hierbas que tú mencionas son alimento para las bestias, no para los hombres. Yo vivo entre reyes, tú, entre rebaños. Aquí, tú disfrutas conversando con amistades salvajes, yo me como a tus compañeros, pastor, y el fruto de tu trabajo. Eumete ¡Iro, gran glotón! ¡Iro, devorador! ¡Iro, charlatán, no perturbes mi paz! ¡Corre a comer! ¡Corre a comer hasta reventar! Escena 4 Eumete Fue una noble empresa del generoso Ulises el despoblar e incendiar ciudades,

pero quizá el cielo, airado por la caída del reino troyano, quiera tu vida como sacrificio de su venganza. Ulisse Si hoy quieres ver el anhelado retorno de Ulises, acoge a este pobre viejo que ha perdido toda ayuda humana, en su avanzada edad, en su cruel suerte. Que tu piedad lo acompañe hasta la muerte. Eumete Serás mi huésped, te recibiré amablemente. Los mendigos son los favoritos del cielo y amigos de Júpiter. Ulisse Ulises está vivo, su patria lo verá, Penélope lo tendrá, pues el destino nunca fue insensible, las demoras lo hacen madurar. Créeme, pastor. Eumete ¡Qué contento te acojo, mendiga deidad! Mi largo pesar, gracias a ti, terminará. Sígueme, amigo, tendrás un descanso seguro. Escena 5 Telemaco ¡Alegre camino! ¡Dulce viaje! Pasa el carro divino como si fuese un rayo de sol. ¡Alegre camino! ¡Dulce viaje!

Minerva y Telemaco Los dioses poderosos navegan por el aire, surcan los vientos. Minerva Llegamos a la tierra de tu padre, prudente Telémaco. Nunca olvides mis consejos, pues, si te apartas del recto camino, encontrarás peligros. Telemaco El peligro me amenazará en vano, si tu bondad me protege. Escena 6 Eumete ¡Oh, gran hijo de Ulises! Es verdad que vuelves a serenar la vida de tu madre. ¡Oh, gran hijo de Ulises! Por fin has venido para reparar las nobles ruinas de tu desmoronada casa. Que desaparezca la aflicción y cese el llanto. Peregrino, celebremos nuestra alegría con el canto. Eumete y Ulisse Verdes playas, en este feliz día, adórnense con plantas y flores. Que la brisa juegue con el amor. El cielo ríe por el feliz retorno. Telemaco Sus amables auspicios me son gratos, pero una sombra turba mi alegría, pues un alma que espera no puede estar tranquila. Eumete Este hombre que ves aquí, soportando el gran peso de los años,

y que está envuelto en andrajosos trapos, me asegura que el regreso de Ulises está cercano. Ulisse Pastor, si no es verdad lo que digo, que se transforme en sepulcro la primera piedra, y la muerte que me corteja haga de este mi último día. Eumete y Ulisse Una dulce esperanza ilusiona al corazón. Una noticia feliz alegra el alma. Una dulce esperanza ilusiona al corazón, aunque un alma que espera no puede estar contenta. Telemaco ¡Corre, pues, veloz! Ve, Eumeo, al palacio, y que le anuncien mi llegada a mi madre. Escena 7 Telemaco ¿Qué veo, ay de mí, qué miro? ¿Esta tierra voraz se traga a los vivos, abre bocas y cavernas ávidas de sangre humana, y la piedra no soporta el paso del caminante... y engulle la carne humana? ¿Qué prodigios son estos? ¿Entonces, patria, has aprendido a devorar a la gente? ¿Se abren también los sepulcros para los vivos?

¿Así, entonces, Minerva, me devuelves a mi patria? Esta patria no es un buen lugar, si es capaz de hacer esto. Pero si mi lengua es rápida, mi memoria es perezosa. Aquel peregrino que hace un momento, para hacer creíbles sus mentiras, llamaba a los sepulcros e invocaba a la muerte, ha sido castigado por el justo cielo y quedó aquí sepultado. Querido padre... ¿De este modo tan extraño me anuncia el cielo tu muerte? ¡Ay, que para hacerme sufrir la tierra realiza extraños milagros! Pero, ay de mí, ¿qué nuevos prodigios veo? ¿La vida hace intercambios con la muerte? Ulisse Telémaco, debes cambiar el estupor por alegría. pues si perdiste al mendigo, recuperaste a tu padre. Telemaco Aunque Ulises se vanaglorie de su ascendencia celestial, ningún mortal puede transformarse. Ulises no es capaz de tanto. O los dioses bromean, o tú eres mago. Ulisse Soy Ulises. Es testigo Minerva, quien te trajo volando por el aire. Ella cambió mi apariencia a su gusto, para que pueda andar seguro y sin ser reconocido.

Ulisse y Telemaco Padre anhelado. Hijo deseado. Progenitor glorioso. Dulce prenda amorosa. -Me inclino ante ti. -Te abrazo. La dulzura filial... La paternal ternura... me hace llorar. me obliga al llanto. Mortales, confíen y no pierdan la esperanza, pues cuando el cielo nos protege, la naturaleza no tiene leyes. Hasta lo imposible puede ocurrir. Ulisse ¡Ve con tu madre, corre al palacio! Pronto estaré contigo, pero antes debo volver a parecer un viejo. ¡Ve con tu madre! Acto III Escena 1 Melanto Eurímaco, ella tiene un corazón de piedra. Ninguna palabra la conmueve, los ruegos son en vano. En el océano del amor, su alma sigue firme. O por fidelidad o por orgullo, es una roca. Sea enemiga o amante, su corazón no es de cera, sino de diamante. Eurimaco Sin embargo, a menudo oí a los poetas...

cantar sobre la inconstancia y la ligereza de la mujer. Melanto En vano hablé y supliqué a la Reina que se entregara a nuevos amores. El caso es desesperado. No sólo odia amar, sino ser amada. Eurimaco Que sufra quien desee, padezca quien quiera, y disfrute de las sombras quien odie el sol. Melanto Penélope triunfa en el dolor y en las lágrimas. Entre placeres y alegrías, Melanto vive feliz. Ella se alimenta de penas, yo, entre placeres, amando me divierto. Con pensamientos tan diversos es más hermoso el mundo. Eurimaco Gozando y riendo desaparece el dolor. Melanto Amemos y gocemos, y que digan lo que quieran. Escena 2 Antinoo Las otras reinas se rodean de sirvientes, tú, de enamorados. Estos reyes rinden tributo al mar de tu belleza con un mar de lágrimas. Pisandro, Anfinomo y Antinoo Ama, entonces, sí. ¡Vuelve a amar algún día! Penelope

No deseo amar, pues amando sufriré. Cuanto más arden de amor, más los aprecio. Pero yo no me acerco al juego amoroso, pues el fuego es más bello de lejos que de cerca. No deseo amar, porque amando sufriré. Anfinomo La pampanosa viña, si no se abraza al haya, no da frutos en otoño ni flores en mayo. Y si no florece, será arrancada y pisoteada. Pisandro El fragante cedro, si no es injertado, vive sin frutos y cubierto de espinas. Pero cuando se lo injerta, de sus espinas brotan frutos y flores. Antinoo La hiedra es verde, aun a pesar del invierno, siempre es eterno su verde esmeralda, pero, si no se la sostiene, pierde su hermoso color entre la maleza. Pisandro, Anfinomo y Antinoo Ama, entonces, sí. ¡Vuelve a amar algún día! Penelope ¡No deseo amar! ¡No quiero! Como un hierro oscilante entre dos imanes es atraído en dos direcciones distintas, así duda mi corazón entre estos tres pretendientes. Pero no puede amar quien sólo sabe llorar y penar.

La tristeza y el dolor son dos crueles enemigos del amor. Pisandro, Anfinomo y Antinoo ¡Alegría, alegría! ¡Cantemos y bailemos! ¡Alegremos a la Reina! Un corazón alegre está más dispuesto al amor. ¡Alegremos a la Reina! ¡Alegría, alegría! ¡Bailemos, cantemos! Escena 4 Eumete Vengo como portador de buenas noticias. Ha vuelto, gran Reina, Telémaco, tu hijo. Y quizá no sea vana la esperanza que te traigo. Ulises, nuestro rey, tu esposo, está vivo, y esperemos que no sea lejano su ansiado regreso. Penelope Tan incierta noticia, aumentará mi pesar o cambiará mi destino. Escena 5 Antinoo Compañeros, ¿han oído? Nuestro inminente y mortal peligro clama por grandes y decididas hazañas. Telémaco ha vuelto y, quizá, también Ulises. Este palacio que han violado y ofendido... espera la demorada pero próxima venganza de su señor. Quien fue capaz de ultrajar, no debe vacilar en cometer el delito. Hasta ahora el pecado fue dulzura,

que ahora su pecado sea seguridad, porque esperar clemencia es una gran locura... de quien ha sido anteriormente ofendido. Anfinomo y Pisandro Nuestros actos nos han hecho enemigos de Ulises. Ofender a un enemigo nunca se ha prohibido. Antinoo Por eso juntemos coraje y, antes de que llegue Ulises, saquemos a Telémaco de entre los vivos. Pisandro, Anfinomo y Antinoo Sí, de los grandes amores son hijos los grandes odios. Uno hiere los corazones. El otro derriba imperios. Eurimaco Aquel que nos escucha desde arriba, nos contesta ahora, amigos. Los auspicios son el mudo mensaje del cielo. ¡Miren, ay de mí! El gran pájaro de Júpiter. Nos augura la ruina y promete el flagelo. Que cometa el crimen aquel que no crea en la justicia del cielo. Pisandro, Anfinomo y Antinoo Nosotros creemos en la amenaza del iracundo cielo, pues quien no teme al cielo, redobla su pecado. Antinoo Entonces, antes de que el hijo llegue a socorrerla,

para conquistar ese corazón, démosle obsequios, pues la flecha del Amor tiene la punta de oro. Eurimaco Que el oro solo sea la magia del amor. Si el corazón femenino fuera de piedra, al tocar el oro se ablandaría. Pisandro, Anfinomo y Antinoo El amor es armonía, son cantos los suspiros, pero no se canta bien si el oro no suena, y no ama quien no da. Escena 6 Ulisse No puede morir quien tiene al cielo como escolta... y a una deidad como compañera. A las grandes proezas, es verdad, estoy destinado, pero comete un grave pecado quien, protegido por el cielo, teme al mundo. Minerva ¡Valiente Ulises! Haré que tu casta esposa proponga un juego... que te traerá gloria, seguridad y victoria, y la muerte de los pretendientes. Tan pronto como tengas el arco en la mano... y el sonido de un trueno te invite, lanza, pues tu diestra valiente a todos clavará muertos en el suelo. Yo estaré contigo,

y con celestial relámpago venceré a la humanidad sometida. Todos caerán víctimas de la venganza, pues no se puede escapar de los flagelos del cielo. Ulisse Siempre ciegos son los mortales, Pero deben serlo más aún cuando siguen la voluntad divina. ¡yo te sigo Minerva! Escena 10 Eumete Yo vi, oh peregrino, moderarse el ardor de los pretendientes Enfriarse el ardor, Y palpitar el corazón en sus ojos temblorosos, El solo nombre de Ulises atraviesa estas almas culpables. Ulisse También lo disfruto, no sé cómo, Río, no sé porqué, Todo me alegra, Rejuvenezco feliz. Eumete Apenas hayamos con alguna sustancia Vigorizado nuestros cuerpos, iremos velozmente. Verás de esas fieras los gestos impúdicos Y deshonestos. Ulisse No vive para siempre la arrogancia en la tierra. El orgullo humano pronto es vencido, pues los rayos del cielo abaten incluso a los dioses del Olimpo. Acto IV Escena 1

Telemaco Las peripecias de mi largo viaje ya te he narrado, Reina. Ahora debo hablarte de la divina belleza de la doncella griega. La hermosa Helena me recibió. Inmerso en esos ojos radiantes, me asombré de que el universo no estuviera lleno de Párises. Para la hija de Leda, dije, es poca presa un solo Paris. Pobres fueron los estragos, leves los incendios, comparados con tanto fuego, pues si no arde un mundo, el resto no es nada. Yo vi en esos bellos ojos... las nacientes chispas, las primeras llamas del incendio de Troya. Mucho antes, un astrólogo del amor... podría haber visto en ellos las llamas que incendiaron la ciudad, y también los corazones. Es cierto, Paris murió. Pero también conoció la felicidad. Tuvo que pagar la deshonra con la vida, pero ni siquiera la muerte puede pagar un placer tan grande. Que se perdone el grave pecado de esa alma. La hermosa griega lleva en su rostro beato... la justificación del pecado troyano. Penelope Esa funesta belleza, ese deseo infame, indigno de mención, sembró el odio, no con la belleza de un rostro, sino con los engaños de una serpiente,

pues es un monstruo el amor que nada en sangre. Que tan triste recuerdo se pierda en el olvido. Tu mente divaga, el deseo te hace enloquecer. Telemaco No te hablé de Helena por vanidoso delirio, sino porque en la ilustre Esparta, un pájaro ágil y feliz voló a mi alrededor. Helena, que es maestra en profecías y augurios, con alegría me dijo que Ulises estaba cerca, que mataría a los pretendientes y restablecería su reino. Escena 2 Antinoo Grosero Eumeo, siempre te las ingenias para perturbar la paz y la alegría. Tú, motivo de dolor y creador de problemas, has traído a un desagradable e inoportuno mendigo, quien, con su glotonería, sólo estropeará la alegría de nuestro espíritu. Eumete La Fortuna lo condujo al piadoso hogar de Ulises. Antinoo Que se quede contigo a cuidar el rebaño, y que no venga aquí, donde la nobleza educada manda y reina. Eumete La nobleza educada no es cruel, y un alma noble no puede desdeñar la piedad que nace en la cuna de los reyes.

Antinoo Arrogante plebeyo, no te corresponde enseñar un comportamiento elevado. Y tu tosca boca no debe hablar de reyes. Y tú, mendigo indigno, ¡vete de este reino! ¡Vete, muévete! Iro Si estás aquí... para comer... ¡llegué antes que tú! Ulisse Hombre robusto y corpulento, aunque yo sea un viejo de canas, mi alma no es cobarde. Si me lo permite la bondad real, pisotearé tu repugnante cuerpo, ¡monstruoso animal! Iro ¿Ah, sí? Guerrero senil, viejo inoportuno. ¿Ah, sí? Te arrancaré los pelos de la barba uno a uno. Ulisse Que muera, si en fuerza y valor no te venzo ahora, bolsa de paja. Antinoo Veamos, Reina, el duelo extravagante de esta linda pareja. Eumete Tienes el campo libre, peregrino desconocido. Iro Yo también te lo concedo, barbudo contendiente.

Ulisse Acepto el desafío, caballero panzón. Iro ¡Vamos, entonces! ¡A la riña, a la lucha! ¡Me ha vencido, ay de mí! Antinoo Vencedor, perdona al que se dice vencido. Iro, sabes comer bien, pero no luchar. Penelope Valiente mendigo, quédate en la corte, honrado y seguro. No siempre es vil quien viste ropa pobre y humilde. Escena 3 Pisandro Generosa Reina, Pisandro se inclina ante ti, y cuanto le dio el generoso destino, te lo ofrece. Te pertenece su fortuna. Esta real corona, símbolo de poder, te ofrece como prenda de amor. Después de regalar su corazón, no tiene obsequio mayor. Penelope Alma generosa, pródigo caballero, eres digno de un imperio. No merece menos quien entrega un reino. Anfinomo Si te agrada aceptar reinos como regalo, yo también quiero ofrecerte uno, pues también soy rey.

Estos pomposos adornos, estos mantos reales, demuestran el homenaje que rindo a tus méritos. Penelope Noble contienda y generosa competencia, donde el discreto amante aprende el arte de amar, obsequiando. Antinoo Mi corazón, que te adora, no quiere que seas su reina. Mi alma, que se inclina para adorarte, desea llamarte diosa. Y como a una diosa, te halaga con sus suspiros, reprime sus deseos... y con este oro te venera y te rinde honores. Penelope No quedarán sin recompensa tan elevados tributos. Pues cuando una mujer se entrega, aunque haya sido reticente, su corazón se inflama. Y cuando una mujer se resiste, si aún no había cedido, termina rindiéndose. Apresúrate, Melanto, tráeme el arco del fuerte Ulises y las flechas. Y aquel de ustedes que maneje mejor el poderoso arco, será el dueño de la mujer y del imperio de Ulises. Telemaco Ulises, ¿dónde estás? ¿Por qué no pones fin a tus pérdidas y a mis tormentos? Penelope Pero ¿qué ha prometido mi imprudente boca, ay, tan contraria a mi corazón?

Dioses del cielo, si lo he dicho, ustedes soltaron mi lengua y dictaron mis palabras. Son los prodigiosos efectos del cielo y las estrellas. Pisandro, Anfinomo y Antinoo ¡Alegre y exquisita gloria! ¡Grata y dulce victoria! Las lágrimas de los amantes, un corazón fiel y constante, transforman tristeza en alegría. Penelope Este es el arco de Ulises, o, más bien, el arco del Amor que debe traspasar mi corazón. Pisandro, a ti te lo entrego. Quien primero ofreció dones será el primero en disparar. Pisandro Amor, si como arquero me heriste, ahora dale fuerza a esta arma, y victorioso diré: si un arco me hirió, otro arco me sanó. Mi brazo... no lo logra. Mi muñeca tampoco puede. Cede vencida mi fuerza. Mi fracaso hace apagar mi deseo. Anfinomo Amor, el pequeño dios, no sabe disparar. Si traspasa a los mortales, lo hace con miradas, no con flechas. Pues a un dios niño no obedecen las armas de Marte. Tú, dios de la guerra, apresura mi victoria.

De mí se espera el triunfo de Marte. Qué inflexible... qué indomable... es este arco. Su frío corazón seguirá siendo arrogante y rígido conmigo. Antinoo Que Marte y el Amor cedan donde reina la belleza. Quien no venza con honor, no vencerá. Penélope, en virtud de tu belleza, me someto a la dura prueba. La virtud y el valor no ayudan. Quizá el poder de un encanto impida mi victoria. Es cierto que aquí todo permanece fiel a Ulises. ¡Hasta el arco de Ulises a Ulises espera! Penelope Son vanos y oscuros privilegios, los títulos de reyes sin valor. La sangre, adorno real, no basta para sostener los ilustres cetros. Quien no posea las virtudes de Ulises, no es digno de heredar sus tesoros. Ulisse La orgullosa juventud no siempre posee valor, así como la humilde vejez no siempre es cobarde. Reina, tengo un alma tan audaz, que a la prueba me invita. Pero no quiero excederme, renuncio al premio y sólo pido hacer la prueba.

Penelope Le sea concedida al mendigo la fatigosa prueba. Gloriosa contienda oponer a pechos viriles Un flanco anciano, Que, enrojecido por el esfuerzo Hará enrojecer de vergüenza a los otros. Ulisse Mi humilde diestra se arma en tu nombre, cielo. Concédanme la victoria, dioses supremos, si mis sacrificios les son gratos. Pisandro, Anfinomo y Antinoo ¡Maravilla! ¡Asombro! ¡Prodigio extremo! Ulisse Júpiter con su trueno clama venganza. ¡Así el arco lanza sus flechas! Minerva anima a unos y humilla a otros. ¡Así hiere el arco! ¡Muerte, matanza y ruina! Acto V Iro ¡Oh, dolor! Oh, martirio que entristece mi alma. Triste recuerdo de un doloroso espectáculo. Vi a los pretendientes muertos. Los pretendientes fueron asesinados. Los cerdos fueron asesinados. Perdí todas las alegrías del gusto y del apetito. ¿Quién socorre al hambriento? ¿Quién lo consuela? ¡Tristes palabras!

Iro, has perdido a los pretendientes. Los pretendientes, tus padres. Derrama a tu antojo lágrimas amargas y tristes, pues padre es quien te alimenta... y te viste. ¿Quién saciará ahora la avidez de tu hambre? No encontrarás a nadie dispuesto a llenar tu gran barriga. No encontrarás a nadie que se ría... del triunfo goloso de tu garganta. ¿Quién socorre al hambriento? ¿Quién lo consuela? ¡Maldito día de mi ruina! Hace un rato, me venció un viejo osado, y ahora me ataca el hambre y el alimento me abandona. Ya tuve al hambre como enemiga. Pero la destruí. La vencí. Sería demasiado verla ahora vencedora. Quiero matarme... para no ver jamás cómo ella me arrebata el triunfo y la gloria. Quien evita al enemigo es ya victorioso. Valiente corazón mío, vence el dolor. Y antes de sucumbir al hambre enemiga, vaya mi cuerpo... vaya mi cuerpo a saciar el hambre de la tumba. Escena 3 Melanto

¡qué nuevos rumores Y qué insólitos estragos Y qué trágicos amores! ¿Quién fue el atrevido Que osó enturbiar la paz Que tienes en tus ojos Con una nueva guerra, Y dar por tierra a los templos Que fueron erigidos para Amor En aquéllos fogosos pechos? Penelope Viuda amada, Reina viuda, Nuevas lágrimas están listas, Al fin, todo amor es funesto para la infeliz. Melanto Así, mismo ante la sombra del cetro Son vulnerables los reyes. Junto a las coronas Los brazos criminales son aún más ardientes. Penelope Murieron los pretendientes, y estas estrellas Que llevan sus nombres Asistieron a estas muertes. Melanto Penlélope, el castigo de este importante hecho Se debe al desdén y la ira, Pues majestad ofendida, Sólo puede ser justa enojándose. Penelope De los ojos la piedad se siente en exceso, Pero no me está permitido El desdén y el dolor del corazón Escena 4 Eumete Que la fuerza de un afecto secreto ablande tu corazón. El desconocido que con un arco dio muerte a cientos, el fuerte y vigoroso que domó el arco y arrojó las flechas,

el que valientemente mató a los insidiosos pretendientes, alégrate, Reina, él... era Ulises. Penelope Eres un buen pastor, Eumeo, que cree firmemente lo contrario de lo que ve. Eumete El anciano, el viejo, el pobre, el mendigo... que atacó con valentía a los soberbios pretendientes, alégrate, Reina, era Ulises. Penelope El vulgo es crédulo y necio, y sólo inventa falsos rumores. Eumete Yo vi a Ulises. Ulises está vivo, y está aquí. Penelope ¡Inoportuno mensajero, consolador pernicioso! No discutiré contigo porque eres tonto y ciego. Eumeo es sabio. Escena 5 Telemaco Es verdad lo que él dice. Ulises, tu esposo y mi padre, ha vencido a todos sus enemigos. Su aspecto engañoso, bajo la apariencia de un anciano, fue arte de Minerva, y su regalo. Penelope

Es verdad que los hombres, en la tierra, sirven como diversión a los dioses inmortales. Si tú también crees eso, entonces eres su diversión. Telemaco Fue voluntad de Minerva, para engañar a los enemigos de Ulises con una falsa apariencia. Penelope Si a los dioses les agrada engañar, ¿quién me dice que no sea yo la engañada, que tanto he sufrido? Telemaco Como sabes, Minerva es la protectora de los griegos, y Ulises es el más querido para ella. Penelope Los dioses en el cielo no se ocupan tanto de los asuntos de los mortales. Permiten que el fuego arda y el hielo congele. Engendran las causas de placeres y males. Telemaco Quitate en paz el luto Eumete Yo lo diré, te seguiré. Escena 6 Minerva La ira es llama, gran diosa, el odio es fuego. Nosotras, con ira y odio, redujimos a cenizas el reino de Troya. Ofendidas por un troyano, pero ya vengadas.

El más fuerte de los griegos aún lucha contra el destino, el atormentado Ulises. Giunone Para una venganza justa ningún precio es alto. Que el imperio troyano no sea más que polvo en el viento. Minerva De nuestra venganza nacieron sus errores, y de las gratas masacres, sus dolores. Es necesario que nuestro dios salve al vengador... y aplaque la furia del dios de los mares. Giunone Yo procuraré la paz... y vigilaré el reposo del glorioso Ulises. Minerva Para ti, hermana y esposa del gran Júpiter, se abren en el cielo nuevas puertas divinas. Escena 7 Giunone Gran Júpiter, alma de los dioses, dios de los espíritus, espíritu del universo, tú que todo lo dominas y todo lo eres, otorga tu gracia a mis ruegos. Ulises erró demasiado tiempo. Demasiado sufrió. Devuélvele al fin la paz.

Fue divina la voluntad que lo animaba. Ulises erró demasiado tiempo. Giove Juno jamás me rogará en vano, pero la ira de Neptuno debe ser aplacada primero. ¡Escúchame, dios del mar! Aquí, donde se decide el destino, fue escrito el incendio de Troya. Ahora que el elegido ha alcanzado su destino, calma la ira de tu corazón. Ulises fue ministro del destino, sufrió, venció y luchó como un campeón del cielo. Por él, la muerte, vestida de cenizas, se apoderó de Troya. Neptuno, paz. Perdónale al mortal la falta que lo atormenta. Aquí el destino escribe su defensa: no es culpable el hombre de las tormentas del cielo. Nettuno Aunque estas heladas aguas nunca sienten el calor de tu piedad, en las algosas profundidades, en los confines de sombrías aguas... se conoce el decreto de Júpiter. Contra los osados y temerarios feacios he desahogado mi ira. La nave petrificada pagó por la grave ofensa. ¡Que Ulises viva feliz y seguro! Coro di Celesti El amoroso Júpiter hace al cielo piadoso con su perdón.

Coro Marittimo Aunque helado, el mar es misericordioso como el cielo. Coro di Celesti y Coro Marittimo ¡Oren, mortales! Pues un dios ofendido se somete a la plegaria. Giove Minerva, encárgate de calmar los tumultos de los sublevados aqueos, que, para vengar la muerte de los pretendientes, se disponen a atacar Ítaca. Minerva Domaré esos espíritus, apagaré su cólera, ordenaré la paz, Júpiter, como es de tu agrado. Escena 8 Ericlea Ericlea, ¿qué quieres hacer? ¿quieres callar o hablar? Si hablas, consuelas, Obedeces si callas. Estás para servir, Obligada amar. ¿quieres callar o hablar? Que ceda la obediencia ante la piedad: No se debe decir siempre aquello que se sabe. Medicar al que languidece, ¡oh qué placer! Pero qué injuria es Descubrir los pensamientos de los otros. Mejor es a veces, callar. Es fiereza y crueldad Poder consolar con palabras Al que se duele Y no hacerlo, Pero del arrepentirse Mayor es el placer que del hablar.

El secreto callado De pronto puede descubrirse; Una vez que es dicho No podré esconderlo. Ericlea, ¿qué harás? ¿te callarás? Al fin, un buen silencio nunca fue escrito. Escena 9 Penelope Todas sus explicaciones se las lleva el viento. Nuestros sueños no pueden aliviar las vigilias de mi turbada alma. Las fábulas hacen reír, pero no dan vida. Telemaco y Eumete -Demasiado incrédula. -¡Demasiado! -Demasiado obstinada. -¡Demasiado! Es más que cierto... Es más que cierto que el viejo arquero era Ulises. Aquí viene, y con su verdadera apariencia. Es Ulises. Es él en verdad. Escena 10 Ulisse Dulce y gentil meta de mis fatigas. Querido puerto amoroso al que corro para reposar. Penelope Detente, caballero, encantador o mago. No me convence tu falaz apariencia. Ulisse

¿Así te acercas a tu esposo para recibir los anhelados abrazos? Penelope Soy la esposa, sí, pero del desaparecido Ulises. Ni encantamientos ni magia quebrantarán mi fidelidad ni mi voluntad. Ulisse En honor a tus ojos desprecié la eternidad, cambiando voluntariamente mi estado y mi suerte, para mantenerme fiel, acepté seguir siendo mortal. Penelope El valor que te hace parecido a Ulises... me hace aceptar el asesinato de los malvados pretendientes. Eso es el dulce fruto de tu mentira. Ulisse Yo soy ese Ulises, quien emergió de las cenizas, sobreviviente entre los muertos, el feroz castigador de adúlteros y ladrones, no su secuaz. Penelope No eres el primero que, con un nombre falso, ha tratado de ganar el poder y el reino. Ericlea Ahora es tiempo de hablar. Éste es Ulises, Casta y gran señora, yo lo reconocí Cuando se bañaba desnudo, dejando al descubierto Del feroz jabalí la honorable cicatriz. Te pido perdón si callé demasiado: Pero fue orden de Ulises Que esta locuaz lengua femenina

Con esfuerzo callara y no hablase. Penelope El Amor me impulsa a creer aquello que anhelo, pero el honor exige que mi corazón permanezca fiel. Dudoso pensamiento, ¿qué haces? Me negué a creerle al buen Eumeo... y a Telémaco, mi hijo, a la anciana nodriza también, Pues mi casto lecho sólo recibe a Ulises. Ulisse Conozco muy bien tus castos pensamientos. Sé que tu inmaculado lecho, el que nadie más que Ulises ha visto, todas las noches tú lo adornas... y lo cubres con una sábana de seda tejida por tu mano, en la que se ve una imagen de Diana con su virginal coro. Siempre me acompañó este dulce recuerdo. Penelope Ahora sí te reconozco, ahora sí te creo, antiguo dueño de mi disputado corazón. Perdona mi severidad, pero fue culpa del Amor. Ulisse Libera tu lengua. Libera los nudos de la alegría. Que tu voz exhale un suspiro, un sollozo. Penelope ¡Resplandece, cielo, florezcan, prados! ¡Regocíjense, brisas!

Los pájaros cantando, los ríos murmurando, vuelvan a alegrarse. Que esas hierbas reverdecidas y esas olas susurrantes... ahora se consuelen. Pues ha surgido feliz de las cenizas de Troya, mi fénix. Ulisse y Penelope Mi anhelado sol. Mi reencontrada luz. Puerto calmo y sereno. Deseado, sí, pero amado. Gracias a ti bendigo mis pasadas desdichas. -Ya no recordemos los tormentos. Todo es placer. -¡Sí, mi vida, sí! -Todo es dicha. -¡Sí, mi vida, sí! Huyan de nuestro pecho, sentimientos dolorosos. ¡Sí, mi vida, sí! -¡Todo es alegría! -¡Sí, mi vida, sí! El día del placer y de la dicha ha llegado. ¡Sí, mi vida! ¡Sí, mi corazón!

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