La Revolución industrial británica se articula en torno a un debate de teoría de la Historia. Asimismo hay que dimensionar la Revolución Industrial dentro de un análisis dialéctico entre causas y efectos, imbricación en una sociedad de nuevo cuño, la británica y en la aparición de un nuevo orden social: capitalista, clasista, que generará desigualdades sociales irreversibles, pero, a la vez, según la ortodoxia marxista, tránsito ineludible en la gestación de la sociedad sin clases. De todas maneras, el objetivo remoto marxista no puede hacernos olvidar los costes sociales de la Revolución Industrial Británica, constatados por los historiadores llamados "pesimistas" y contrapuestas a las teorías "optimistas" sobre la valoración de la Revolución Industrial británica. La imposición de un nuevo orden socio-económico y jurídico, dimanado del liberalismo, era una realidad en la Europa del siglo XIX, y se vehículo a través del ciclo revolucionario abierto en 1789 y continuado en 1830 y 1848, el de las Revoluciones burguesas y liberales europeas. El impacto de los procesos tecnológicos, estimulados por una economía liberal, modificó la estructura de las sociedades europeas y generó nuevos grupos sociales específicamente urbanos. Como resultado de la nueva división social del trabajo, estos grupos protagonizaron nuevos tipos de conflictos sociales. Estos, conducidos, muchas veces, por teorías revolucionarias elaboradas a partir de la dualidad sociológica entre burguesía y clase obrera, cristalizaron en la fundación de organizaciones de defensa de los trabajadores, como los sindicatos, y en la actuación de elites políticas que exigían la universalización del sufragio, y crearon nuevas formas de representación política.
La revolución industrial en Inglaterra Inglaterra es la cuna de la revolución industrial; es el primer país donde se da y el lugar donde más se desarrolla, en el siglo XIX. Para Inglaterra la revolución industrial significa un momento de crecimiento económico y de aumento de la productividad. El decenio decisivo es el de 1780 en el que hay un crecimiento sostenido y sin marcha atrás. En sentido estricto este es el momento de la revolución industrial. Este crecimiento no se detendrá hasta la década de 1850.
Durante el periodo de la revolución industrial se difunden las nuevas tecnologías, tanto en el sistema productivo como en los transportes. Se racionaliza la producción manufacturera. Se hacen importantes progresos en la producción agrícola, y en la extensión de la red comercial, mejorando las infraestructuras. Y, también, se hacen avances en el desarrollo del sector financiero. Una de las condiciones para el desarrollo de la revolución industrial es el crecimiento del mercado, ya que debe existir un mercado que consuma los productos industriales. Este aumento del mercado se debe, por un lado, al incremento de las necesidades, y por otro, al desarrollo de la población. La población está permanentemente aumentando desde la década de 1780; en el proceso que se conoce como transición demográfica. Gracias a este incremento de la población aumenta el mercado interior, que será la base del impulso de la revolución industrial. Además de aumentar el mercado, el crecimiento de la población supone la creación de una fuerza de trabajo barata, debido a su abundancia, aunque no es esta la causa del paro. El comienzo de la transición demográfica es posible gracias al progreso coyuntural de las condiciones de vida de la población. Se mejora la alimentación gracias a los nuevos alimentos venidos de América, como la patata, el tomate y el maíz. Además, a esta mejoría de la alimentación se suma al sostenimiento de la tasa de natalidad, y como la mortalidad disminuye, debido al fin de las crisis de alimentación, a los avances médicos y al descenso de la morbilidad de las enfermedades contagiosas y las epidemias catastróficas, la población aumenta. Por otro lado, la fecundidad se adelanta, ya que los hombres y las mujeres no están sujetos a los ciclos de producción campesina y pueden casarse antes, al asegurarse los ingresos gracias al trabajo en la fábrica. El comercio recibe el impulso de la demanda exterior, que aún tiene una economía feudal y esclavista. Desde la firma de Tratado de Utrecht en 1713, se caen los privilegios proteccionistas del comercio de España con América. Esto supone una competencia de productos industriales ingleses con los autóctonos. Los productos industriales son mucho más baratos y de una calidad, aunque menor, suficientemente buena como para desplazar la producción autóctona. El comercio con América se intensifica, sobre todo con las trece colonias americanas, después de su independencia. Uno de los comercios más prósperos fue la trata de negros. Pero no sólo con América se intensificó el comercio, sino también con Asia, a través de la Compañía de las Indias Orientales, que terminará por ser la vanguardia del colonialismo británico en este continente. El crecimiento del mercado, tanto exterior como, y sobre todo, interior fue el gran impulsor de la revolución industrial. Además del aumento del
consumo personal, lo que de verdad relanzó la producción industrial fue el consumo de bienes de equipo para la propia industria y el transporte. La industria y el transporte es el gran mercado y el gran consumidor de los productos industriales. Uno de los problemas para las economías de todos los países era la insuficiencia de la red de comunicaciones para el transporte de mercancías. En todos los países se hicieron grandes esfuerzos para conseguir una red rápida y segura, capaz de transportar grandes cantidades de mercancía. El medio de transporte que garantizaba tales requisitos era el barco, por lo que se había hecho, en todos los países, una amplia red de canales navegables y de aprovechamiento de ríos. En España se había construido el canal de Castilla y el canal Imperial de Aragón. En Inglaterra se había densificado la red de canales durante las décadas de 1750 y 1760, con lo que la red de comunicaciones no era muy mala, y estaban comunicadas por canales las principales ciudades de Inglaterra. Sin embargo, era necesario crear una red más versátil, ya que la construcción de canales estaba limitada por las condiciones geográficas, y no llegaban a todas partes. Para ello se construyó la red de ferrocarriles, una vía nueva adaptada a una máquina nueva, y se complementó con la mejora de la red viaria de carreteras, ya que tampoco el ferrocarril llegó a todas partes. El desarrollo de la minería es esencial parra el progreso de la revolución industrial, ya que el carbón es el combustible de la fuente de energía que mueve las máquinas, particularmente la máquina de vapor. El carbón, sobre todo el carbón de hulla, pasa de ser consumido en el ámbito doméstico a ser utilizado en el ámbito industrial, en mayores cantidades. Las regiones mineras se convierten en las regiones industriales por excelencia, ya que resulta más caro transportar el carbón que el hierro, por tener menos peso y por necesitarse mayores cantidades para conseguir una tonelada de acero. El desarrollo de los sistemas financieros posibilita el triunfo de la revolución industrial, ya que pone a disposición de la burguesía los capitales necesarios para invertir y comprar una maquinaria, cuya inversión inicial es muy grande. Facilitan las posibilidades de inversión proporcionando liquidez. Las instituciones financieras y de seguros, pasan de fomentar operaciones mercantiles a financiar operaciones industriales, mucho más seguras. La industria textil es la primera, y la que más, se desarrolla ya que los productos textiles son los que más se demandan. Esta demanda se hace masiva gracias al aumento de población, y a la desvinculación de los obreros de las tareas rurales. Además, la inversión en maquinaria para la mecanización de la producción textil es, relativamente, baja.
Los primeros inventos que se aplican a la industria son máquinas textiles. En 1733 John Kay inventa la Spinning Jenny, la lanzadera volanteque economiza trabajo en el proceso del hilado, con un sistema de hilado múltiple. En 1780 Samuel Crompton inventa la Mule Jenny , otra máquina de hilado múltiple, pero que permite fabricar hilos de diversos grosores.
Lancashire , en las proximidades del puerto de Liverpool , la gran ciudad de la industria textil, se especializa en el comercio de algodón con América. La producción de textil pasa de ser doméstica a realizarse en fábricas, lo que rebaja los costes unitarios. Junto con la industria textil se desarrolla la industria química, que le proporciona colorantes, productos para el lavado, etc. Además de la producción textil, se mecaniza la extracción minera, la metalúrgica y en general todas las actividades industriales tradicionales. En 1704 se comienza la fundición del hierro con carbón de coque en horno alto, lo que implica el aumento de la producción de acero. El acero obtenido por este procedimiento es mucho más barato y la calidad, aunque peor, es homologable. La Revolución Industrial es el proceso de evolución que conduce a una sociedad desde una economía agrícola tradicional hasta otra caracterizada por procesos de producción mecanizados para fabricar bienes a gran escala. Este proceso se produce en distintas épocas dependiendo de cada país. En la segunda mitad del siglo XVIII, en Inglaterra, se detecta una transformación profunda en los sistemas de trabajo y de la estructura de la sociedad. Es el resultado de un crecimiento y de unos cambios que se han venido produciendo durante los últimos cien años; no es una revolución repentina, sino lenta e imparable. Se pasa del viejo mundo rural al de las ciudades, del trabajo manual al de la máquina. Los campesinos abandonan los campos y se trasladan a las ciudades; surge una nueva clase de profesionales. El concepto "revolución industrial" abarca dos fases: la primera Revolución (siglo XVIII y XIX) y su inevitable continuación, la Segunda Revolución Industrial (siglos XIX y parte del XX). Los cambios que esta Primera Revolución industrial produce son de carácter irreversible, y alteran definitivamente las estructuras sociales y económicas previas. REVOLUCIÓN INDUSTRIAL El país donde, por primera vez se produce esta acumulación de cambios, es en Inglaterra a finales del siglo XVIII; los niveles de producción y progreso alcanzados por este país serán pronto imitados por el resto de potencias europeas, pero la incorrecta o incompleta combinación de los factores no les permitirá alcanzar las cotas inglesas. Por lo que hablar de factores de la revolución industrial es hablar del caso inglés.
La vida social y las actividades económicas sufrieron cambios significativos por la aplicación de los progresos de la ciencia y la técnica en la industria. Esta revolución viene a ser un proceso de cambio constante y crecimiento continuo donde intervienen varios factores: las invenciones técnicas ( tecnología) y descubrimientos teóricos, capitales y transformaciones sociales ( economía), revolución de la agricultura y al ascenso de la demografía. Estos factores se combinan y potencian entre sí, no se puede decir que exista uno que sea desencadenante. Los medios de comunicación, los transportes y la metalurgia también mostraron grandes avances como consecuencia de esta revolución
Antecedentes Algunos de los antecedentes de esta Revolución Industrial fueron: • • • • •
Crecimiento de la población Revolución agraria Tecnología, máquina de hilar, máquina de vapor Capital Liberalismo económico
La revolución demográfica. El aumento de los censos supuso el estímulo indispensable para la industrialización, porque sin demanda (mercado) suficiente no se hubiera producido la fabricación en serie. El aumento de la población se debió a varios motivos: reducción de la tasa de mortalidad, debida, no a aparición de vacunas ni de mejores medicamentos principalmente, sino a los avances en la higiene, como el empleo del jabón, el tratamiento de los abastecimientos de agua o los modernos sistemas de alcantarillado); este aumento de la población habría sido más acusado de no ser por algunos frenos poderosos: mortalidad infantil elevada ( sólo en los países que iban retrasados respecto a la revolución, que sufrían plagas de óbitos menores de 5 años); últimas hambrunas y epidemias. A pesar de estos frenos el potencial de crecimiento era indudable. Tanto, que alteró la hasta entonces existente relación población-trabajo en el campo, por lo que mucha mano de obra no pudo acceder al empleo en sus lugares de residencia (el campo está en fase de transformación y emplea menos mano de obra que anteriormente) y se vio forzada a la migración hacia las ciudades, donde las demandas de obreros y las posibilidades de mejora las atraían. El trasvase de mano de obra del campo a las ciudades ha de combinarse con las migraciones intercontinentales. En Inglaterra el crecimiento poblacional fue espectacular durante el XVIII. (de 5,000,000 de habitantes a 10,000,000 en un siglo)
Revolución Agrícola En cuatro pueden resumirse las aportaciones de la agricultura a la revolución: alimentos, mercado, capital y hombres. La denominada revolución agraria fue un fenómeno de progreso técnico: irrigación, rotación de cultivos, abonos, maquinaria. El aumento de la producción, especialmente del maíz, permitió el abastecimiento de las grandes urbes; el crecimiento fantástico de Londres requería comida. Los cambios empezaron por el tipo de tenencia de la tierra: de los viejos y tradicionales openfields (tierras no cercadas, muchas veces de propiedad comunal no muy bien reglada, y con una producción destinada al abastecimiento de las necesidades de sus cultivadores o propietarios) se pasará al enclousure (campos cercados que establecen la propiedad privada demostrada legalmente y que destina su producción al comercio). Este cambio en el sistema de tenencia provocó: • los campos destinados a la ganadería desaparecen (ganadería pasa a estabulada) • Los sistemas de rotación y los cultivo cambian. Se produce un excedente de mano de obra al contratarse más por menos dinero ya que realiza más trabajo (mecanización), lo que abarata su precio y provoca el éxodo demográfico. En segundo lugar la fuerza económica de los propietarios generó una capacidad de compra en las regiones rurales, configurando un voraz mercado interior, en una época en la que el mercado exterior resultaba inseguro,. Sin mercado no habría habido producción, pero tampoco hay producción sino hay capitales. Ahí entra de nuevo la agricultura al haber demanda, hay superávit y ese superávit se reinvierte en el campo en forma de mejoras técnicas para la propia agricultura, lo cual abarata más aún la producción de alimentos. Una de las consecuencias en Inglaterra de estos cambios es la creación de un mercado interno al que abastecer y la desaparición de la dependencia de importaciones agrícolas del extranjero. Las grandes innovaciones técnicas que el capital permite son máquinas de sembrar, nuevos tipos de arado, bombas de drenaje, cosechadoras mecánicas. A su vez, la nueva coyuntura impone nuevos y más especializados cultivos con destino a las industrias. Del Mercantilismo al Liberalismo económico Desde los últimos años del siglo XVI se produjeron en Europa importantes cambios en la esfera económica: el comercio internacional, que hasta ese momento había estado controlado por España, Portugal y las ciudades de la península itálica, se desplazó hacia el norte de Europa. En esos años surgió el mercantilismo, doctrina mercantilista o capitalismo mercantil; logró consolidarse en el siglo siguiente gracias a la alianza entre las monarquías absolutas y los comerciantes emprendedores, y continuó vigente durante parte del siglo XVIII. El mercantilismo defendió la intervención del Estado en la economía, y proclamó que la riqueza y el poder de los países se miden de acuerdo con el oro y la plata que éstos posean. A fines del siglo XVII, en Francia e Inglaterra comenzaron a aparecer severas críticas contra el mercantilismo. En Francia surgió la doctrina económica conocida como fisiocracia. Debe entenderse como liberalismo económico a las ideas propuestas tanto en Francia como en Inglaterra, tendientes a sacudirse la intervención del Estado en
la vida económica del país y dejar en plena libertad las acciones económicas, para que la riqueza se mantuviera en cada Estado, desde luego en beneficio de los sectores que controlaban el comercio, la industria y la banca. En Inglaterra se puede considerar como precursor del liberalismo económico a David Hume, quien en su obra Discursos políticos establecía que el mejor camino para fortalecer la riqueza de las naciones era suprimir los frenos de cualquier tipo que pudieran detenerla; era partidario de incrementar la exportación de productos nacionales y de restringir la importación de artículos extranjeros. El más notable defensor del liberalismo económico fue sin duda Adam Smith, quien fundamentó ampliamente esa teoría en su obra La riqueza de las naciones. Aunque aceptó muchas ideas de los fisiócratas franceses, entre ellas, la de la libertad personal, la ley natural y la desaparición del Estado como medio regulador, difería de los fisiócratas en relación con la importancia de la agricultura en la economía nacional, pues afirmaba que en la industria y en el comercio se fundamentaría la riqueza de las naciones. Sostenía que el gobierno debía evitar cualquier limitación en el comercio o industria particular. Finalmente aseguró que la riqueza de las naciones dependía de la mercancía producida, de la fuerza de trabajo necesaria para elaborarla. Los avances tecnológicos La creciente actividad del sector industrial crea una demanda de avances tecnológicos sin los cuales no se podría haber hecho frente al crecimiento. Los avances iniciales en labores agrícolas han de ser vistos desde esta perspectiva de demanda, lo que a su vez, al generar un desarrollo del sector puntero industrial (textil) genera nueva demanda de avances. La necesidad de producir más y más rápido genera una búsqueda de soluciones a problemas cotidianos que, a su vez, generan otras respuestas paralelas. Los sectores más punteros del desarrollo industrial inglés son, sin duda alguna, el textil y el metalúrgico. La máquina de vapor El empleo de la energía producida por las calderas de vapor para mover las máquinas tejedoras y de hilar marcó el comienzo del extraordinario incremento de la producción y, al mismo tiempo, de la Revolución Industrial. La máquina de vapor producía una corriente de vapor que permitía mover una rueda durante largo tiempo. Al principio esta máquina se utilizó en la industria textil y en las minas; más tarde se aprovechó también para el desplazamiento de algunos medios de transporte, como las locomotoras y las embarcaciones. La transformación industrial fue posible, en gran parte, gracias al uso de dos nuevas fuentes de energía: el vapor y el carbón mineral. La utilización del vapor se dio gracias al invento de la máquina de vapor, la cual fue perfeccionada en 1769 por el inglés James Watt.
Funcionamiento de la máquina de vapor La industria del algodón El primer paso en la transformación del sector textil inglés fue el cambio de materia prima: de la lana al algodón; los motivos son fáciles de entender: una exportación de este producto a Europa era impensable dada su abundancia, además, los primeros intentos de acelerar las labores y de mecanizar el proceso de hilado y tejido de lana demostraron la ineptitud de este material para este proceso; la abundancia de algodón en las colonias y lo fácil de traerlo de fuera (unido al hecho de que nadie podía producirlo como tejido a la velocidad que las máquinas inglesas lo hacían) le supuso hacerse con un producto sin competencia; la tecnificación al que se sometió el proceso de hilado y tejido demostró que se podía acelerar el proceso, fabricando más en menos tiempo y abasteciendo la demanda del sector comercial.
Máquina de hilar Jenny, inventada por James Hargreaves en 1764 Los primeros procesos mecánicos a que se vio sometida la fabricación de textiles consistieron en la aplicación de energía no humana: norias movidas por agua,
máquina de vapor, todas ellas imprimían un ritmo a la actividad para el cual la lana era inútil; el cambio por el algodón era inminente. La posterior introducción de una novedad en cualquiera de los dos procesos (hilado – tejido) imprimía la necesidad de otro cambio similar en el otro proceso (el acelerar el tejer hizo preciso producir hilo a mayor velocidad que a su vez dotaba de mayor materia para el hilado) Sumemos todos estos avances y observamos cómo la productividad se ha multiplicado, cómo los precios se han abaratado y crecido la oferta de productos; solo parece haber un punto negro: la mecanización está dejando sin trabajo a parte de la mano de obra que se ha trasladado desde el campo (con lo cual, al haber mayor oferta de mano de obra, caen los salarios que se pagan a los trabajadores); pero la demanda exterior se podía cubrir. El capital A fines del XVII había nacido el Banco de Londres y, a su sombra, multitud de pequeños bancos de actividad local y regional. Las ganancias que el campo estaba produciendo con la comercialización de sus productos (de consumo e industriales) podría no haberse reinvertido y paralizar así todo el proceso de la revolución industrial, pero la aparición de una activa Banca reorienta estos capitales hacia la industria (lo que genera beneficios que a su vez son redistribuidos por la Banca hacia el comercio). La coyuntura es de abundancia de capitales, por lo que no es difícil conseguir capital para invertir. El mantenimiento del mercado hará necesaria una especial atención al comercio: las relaciones internacionales de Inglaterra en este momento permiten una navegación tranquila ( consecuencia del Tratado de Utrech), por lo que el comercio exterior inglés crece vertiginosamente hasta 1780; hasta 1750 se había venido centrando en exportar cereales y tejidos de lana, pero la reconversión de la actividad económica va a permitir a Inglaterra exportar tejidos de algodón (únicos en Europa) e importar cereales. Industria siderúrgica El segundo gran sector de crecimiento lo constituyen la hulla y el hierro. Desde los primeros años del siglo XVII comienza a escasear la madera, preocupados deciden encontrar otro combustible, buscan y buscan hasta que Darby consigue producir acero utilizando carbón como combustible. Otro de los grandes avances consistió en utilizar la máquina de vapor para inyectar aire al fuego, aumentando la temperatura de la combustión y permitiendo mayor temperatura en menor tiempo con menor combustible. Así pues el carbón se impone, los centros industriales empiezan a establecerse en las cercanías minas. Por otra parte, los aperos de labranza, las máquinas de todos lo tipos, los raíles de las vías férreas... se construyen con hierro. Nace así la industria siderúrgica, convirtiéndose el hierro el material imprescindible. Así se dan constantes innovaciones técnicas, siendo un gran progreso la aplicación de la máquina de vapor. El desarrollo de este sector cubrió las demandas que la naciente industria textil efectuaba. Los índices de producción de hierro fundido y acero señalan la jerarquía de las potencias industriales: la supremacía de Inglaterra, debido a los nuevos procedimientos, ya no importaba minerales. El ritmo al que el consumo crecía incrementó los ritmos de extracción, posibilitados, a su vez, por los nuevos avances. La era del raíl.
En las fases previas a la gran eclosión de la revolución industrial, observamos avances en los medios de transporte y facilidades para el comercio, abolición de aduanas interiores, canales fluviales, exclusas, carreteras de peaje construidas por las industrias pero sin duda alguna, y de manera emblemática, con una nueva fuente de energía la máquina de vapor, que pese a que se utilizó en la industria textil y en la siderúrgica, tuvo su mayor transcendencia e importancia en el transporte. Influyó en los barcos aunque donde más se dejó notar fue en el ferrocarril, en cuya expansión vemos tres motivos: a. Técnica, la construcción de la primera locomotora significa una gran conquista de la ingeniería. En 1813 se efectúa algunos experimentos para transmitir la fuerza del vapor ( consiguiendo mover cargas 8 kms) 10 años después Stephenson aumenta la potencia. Así en 1825 circuló el primer tren minero y en 1830 el primer tren de pasajeros b. Financiera, los grandes beneficios obtenidos del algodón y en la agricultura presionaban en el mercado en busca de inversiones. Los experimentos de Stephenson canalizaron el dinero hacia la construcción de vías férreas. En 20 años se construye una red completa, obteniendo beneficios e incrementando sus capitales. Además el ferrocarril permitió obtener mayores ganancias en la agricultura ya que motivó la especialización de las regiones. c. Industrial, la industria siderúrgica encontró su posibilidad de expansión. El consumo de hierro y acero aumentó debido a las necesidades del ferrocarril. Hacia 1850 la siderurgia inglesa tenía una potencia que desbordaba su capacidad de consumo. Una parte se destino a EE. UU., India y algunos países europeos. La destrucción del feudalismo y el desarrollo del capitalismo en Europa, modificaron primero las formas económicas, dando preferencia a la industria y el comercio sobre las antiguas actividades de carácter agrícola. En el siglo XVIII se produjeron tres importantes cambios más, que sirvieron para consolidar el sistema capitalista: • La Ilustración • En la política, se destruyeron las antiguas formas monárquicas de tipo absolutista, para dar paso a la igualdad entre los hombres. • Y la más importante transformación en la técnica de la producción, a la que se le ha llamado Revolución Industrial, y por la cual, mediante el empleo de las máquinas, se establecieron mejores condiciones para la industria, que pudo contar con mayores volúmenes de producción con el fin de satisfacer la demanda de los amplios mercados existentes en aquel entonces. De la artesanía al sistema de fábricas Antes de la Revolución Industrial las personas elaboraban en sus casas la mayor parte de los objetos que necesitaban, o bien los encargaban a los artesanos que tenían sus talleres individuales. Con la fundación de nuevas ciudades, creció la demanda de los productos elaborados por los artesanos y con esto la organización de los talleres: cada taller tenía un maestro, un oficial y varios aprendices, cuando el oficial aprendía a manejar todas las herramientas, dominaba la técnica y conocía los secretos de su oficio llegaba a ser maestro y podía establecer su propio taller. Cuando fueron muchos talleres los que producían el mismo artículo, se organizaron en gremios para ayudarse y protegerse mutuamente.
Cuando Inglaterra inició el periodo de preponderancia industrial sobre todas las demás actividades del país, los talleres artesanales no pudieron competir con la fábrica ya que ésta producía más aprisa y a menor costo el artículo que ellos hacían en mayor tiempo y a más alto costo. Los artesanos cerraron sus talleres y solicitaron empleo en las fábricas, en un trabajo inseguro y bajo condiciones higiénicas y económicas inferiores. La industria textil y poco después la minera y la metalúrgica fueron las que iniciaron esta revolución industrial. Inglaterra fue el país donde se reunieron las condiciones que hicieron posible esta revolución. Para la primera mitad del siglo XVIII, Inglaterra había logrado conjuntar un poderoso imperio con una gran cantidad de colonias, las que representaron amplios mercados a cubrir por la empresa inglesa, que para lograrlo debería incrementar su producción. Fue también importante en este proceso la creación de compañías mercantiles en Inglaterra, pues ellas controlaron las materias primas y los mercados coloniales, y, gracias a esta acción, que implicó el saqueo de los territorios dominados, se acumularon grandes capitales en la metrópoli, con lo que se apoyó el proceso de la Revolución Industrial. En parte, el crecimiento de la productividad se produjo por la aplicación sistemática de nuevos conocimientos tecnológicos y gracias a una mayor experiencia productiva, que también favoreció la creación de grandes empresas en unas áreas geográficas reducidas. Así, la Revolución Industrial tuvo como consecuencia una mayor urbanización y, por tanto, procesos migratorios desde las zonas rurales a las zonas urbanas. Se puede afirmar que los cambios más importantes afectaron a la organización del proceso productivo. Como la Revolución Industrial se produjo por primera vez en Gran Bretaña, este país se convirtió durante mucho tiempo en el primer productor de bienes industriales del mundo. Durante gran parte del siglo XVIII Londres fue el centro de una compleja red comercial internacional que constituía la base de un creciente comercio exportador fomentado por la industrialización. Efectos Con la industrialización aparecen nuevos grupos sociales: empresarios y banqueros como elementos innovadores, además de obreros industriales. Es una sociedad más compleja, más dinámica. Esta sociedad es denominada sociedad de clases. La forman grupos abiertos, determinados fundamentalmente por la fortuna. El hombre con capacidad puede acceder a cualquier cargo de responsabilidad. En la realidad la igualdad de los hombres se redujo al ámbito de los principios teóricos, a la igualdad ante la ley. De hecho subsistieron grandes diferencias de fortuna y cultura entre las clases. Se produjo una separación creciente entre capital y trabajo. El dueño disponía del dinero y era propietario de las máquinas, el proletario proporcionaba solo la fuerza de trabajo. A cambio del salario el proletario vende su fuerza de trabajo. Ante la competencia entre las empresas, se invierte en maquinaria, reduciendo al mínimo el coste de la mano de obra. Los salarios no eran fijos, podían reducirse por multas o por circunstancias totalmente ajenas a la vida de la empresa.. Además, la búsqueda de mano de obra más barata provocó el trabajo de mujeres y niños, que percibían salarios más bajos. La falta de horas de sueño, los trabajos inapropiados, la carencia de condiciones higiénicas... hicieron estragos; se legisló para proteger mujeres y niños y reducir horario de trabajo, pero estas legislaciones, en muchos casos, no pasaron del papel. Otro problema agobiante
fue el de los horarios excesivos. El manejo de una máquina resultaba menos extenuante que el de una herramienta preindustrial, pero el alargamiento de la jornada anuló todas las ventajas. Aunque en las ciudades mejoró el material con el que se construían las viviendas, en general empeoró el hábitat social. Engels denunció las condiciones de suciedad y hacinamiento en que vivía el proletariado inglés. Algo es seguro: en los países en los que triunfó la Revolución industrial, la estructura social y económica preexistente quedó transformada, el taller artesanal fue sustituido por la fábrica, y la vida, centrada anteriormente en lo rural, pasó a ser eminentemente urbana. Los efectos sociales de l a Revolución Industrial Como consecuencia de las grandes transformaciones económicas derivadas de la Revolución Industrial, se produjeron también significativos cambios sociales, por ejemplo, la aparición de las fábricas y el crecimiento de las ciudades. La industria doméstica y los talleres artesanales desaparecieron por la introducción y la instalación de numerosas fábricas. Esto obedeció a que la industria tradicional no podía competir contra las fábricas. El desarrollo de la industria atrajo a miles de campesinos, los cuales emigraron del medio rural a las ciudades en busca de trabajo. Los centros urbanos crecieron con gran rapidez y de manera desordenada. A medida que avanzó la urbanización se agudizó la separación entre los grupos acomodados, que habitaban en barrios confortables, y los obreros, condenados por la miseria a apretujarse en hileras de casas malolientes. El aire impuro que se respiraba en los barrios obreros y la carencia de servicios elementales, como agua potable y drenaje, acortaba la vida de sus habitantes. Así, que las transformaciones ocurridas en Inglaterra propiciaron el surgimiento de la clase obrera y de la burguesía industrial en la segunda mitad del siglo XVIII. La expansión del proceso de industrialización Gran Bretaña no fue el único país que experimentó una Revolución Industrial. Los intentos de fechar ese desarrollo industrial en otros países están sujetos a fuertes controversias. No obstante, los estudiosos parecen estar de acuerdo en que Francia, Bélgica, Alemania y Estados Unidos experimentaron procesos parecidos a mediados del siglo XIX; en Suecia y Japón se produjo a finales del siglo; en Rusia y en Canadá a principios del siglo XX; en algunos países de Latinoamérica, Oriente Próximo, Asia central y meridional y parte de África a mediados del siglo XX. En cada caso, el éxito del proceso industrializador dependía del desarrollo de nuevos métodos de producción, pero también de la modificación de las técnicas utilizadas para adaptarlas a las condiciones imperantes en cada país y de la propia legislación vigente, que favoreciera la implantación de maquinaria barata gracias a una disminución de los aranceles, lo que, en ocasiones, podría perjudicar a otros sectores sociales, como los campesinos, que veían cómo sus productos debían competir con otros más baratos. Los obreros de la naciente industria
Los trabajadores de las fábricas recibían salarios miserables y carecían de protección en caso de paro, enfermedad o vejez. Además el gobierno no ejercía control alguno sobre las condiciones laborales: la contratación de niños y las jornadas laborales de hasta 14 hora diarias eran frecuentes. En su obra La Revolución Industrial en Gran Bretaña, el historiados británico P. Deane describe con muchos detalles el desarrollo de las relaciones de trabajo entre los obreros de la naciente industria y los dueños de las fábricas.
El gobierno lo que hizo para detener las primeras reacciones de los obreros fue dictar leyes que prohibieran la asociación de trabajadores que tuvieran como propósito demandar mejores salarios y menos horas de trabajo; estas disposiciones no solucionaron los conflictos y aumentaron la inconformidad entre los obreros, hasta gestar luchas en contra de las máquinas, por considerar que éstas los desplazarían. El más importante de estos movimientos fue el Luddista, que entre los años 1811 y 1816 impulsó a los trabajadores a la destrucción de los bastidores y telares mecánicos. Preocupados por las difíciles condiciones de trabajo que debían soportar, algunos obreros organizaron asociaciones para defender sus intereses. Las nacientes organizaciones solicitaron a los gobiernos de sus respectivos países el establecimiento de algunas leyes que reglamentaron las relaciones obreropatronales, el reconocimiento del derecho de asociación y la reducción de la jornada laboral. CONCLUSIONES
La revolución Industrial, vino para quedarse. Después de que éste se llevó a cabo, ocurrieron muchos cambios en varios aspectos, así como en lo social, lo económico y en lo tecnológico. La Revolución Industrial se inició en Inglaterra y se difundió por el resto de Europa y, posteriormente, por el mundo en general. Fue gracias a la tecnología, por decirlo así, a la introducción de las máquinas a la industria, que se realizó la Revolución Industrial, también influyó el hecho del crecimiento demográfico, disminuyó la mortalidad, la gente se empezó a concentrar en los centros urbanos, así que también se puede decir que gracias a esta Revolución surgió el urbanismo. Otro antecedente de la Revolución Industrial fue la revolución agraria, que gracias a esta transformación se permitió garantizar el suministro de los alimentos y mano de obra necesarias para las ciudades, se empezaron a usar las máquinas, la producción de los alimentos fue creciendo, también para así abastecer a la creciente población. La producción de bienes pasó de ser una artesanía, que se producía familiarmente, a una industria, realizado por más gente, había más producción de bienes y era más económico. Esto sucedió ya que con la fundación de nuevas ciudades, creció la demanda de los productos elaborados por los artesanos y con esto la organización de talleres. Así que todo lo que conllevó a la Revolución Industrial va muy ligado entre sí, como es el crecimiento de la población llevó a que se fundaran nuevas ciudades, éstas crecían, se elevó la demanda de productos, para esto se requería de muchos obreros, por lo que se introdujo la tecnología a la industria. OPINIÓN Pienso que este trabajo ha servido para darse cuenta de dónde es que empezó todo el asunto de la Administración, ya que sin la Revolución Industrial nos hubiéramos olvidado de la administración de, por ejemplo, las empresas, la industria, etc. Es así que creo importante este trabajo para ver todo lo que implicó la Revolución Industrial, la falta de organización que le pudo faltar, ya sea por los salarios, los horarios, materias primar y demás cosas. Este trabajo, después de la investigación que implica, lo valoro porque así es como pude ver los orígenes de la Administración, y tal vez no hubiera sabido algunas cosas que aquí descubrí durante la investigación de este trabajo. Factores desencadenantes de la Revolución Industrial Inglesa Introducción: Las causas son diversas, complejas, discutibles... Fueron un conjunto de factores que se dieron en GB, todos a la vez y llevarán a la industrialización. 1. Factores políticos: a) En el parlamento estaban representados comerciantes, propietarios de tierras, etc..que representaban sus intereses e hicieron un país a su medida. b) GB tenía un gran comercio marítimo y lo dominaba. c) Sus intereses militares se centraban el el control de los mares y sus grandes rutas, los puertos estratégicos.
Todo esto le convierte en el país más importante del mundo. 2. Factores económicos: a) La expansión de los mercados a través del mar facilitó el abastecimiento y el abaratamiento d materias primas, posibilitó la creación de capital y su inversión en la industria y la agricultura. b) GB hizo posible un comercio interior integrado, era el único país de Europa que tenía un comercio terrestre,marítimo y fluvial. Factores más importantes 3. Factor demográfico: Se produjo un crecimiento de la población espectacular y continuado, debido a la reducción de las tasas de mortalidad y a la mejor alimentación que el crecimiento agrario posibilitó. Esto permitió mayor demanda de productos industriales, incrementar y diversificar la mano de obra, el expediente de mano d obra emigró a las ciudades y ésta se integra en el trabajo industrial y permite el desarrollo urbano. Este crecimiento de las tasas de natalidad contribuyó en el desarroyo de la población. 4. Factor agrícola: El programa agrícola(revolución, cambio profundo) contribuyó al desarrollo industrial en los siguientes aspectos: a) El excedente de la producción permitió disponer de más alimentos, por tanto permitió la expansión demográfica. b)Amplia el mercado interior y exterior, por la mejora d la capacidad adquisitiva. c) Suministra capitales a la industrialización. Se libera mano de obra que se orienta hacia otros sectores: los pequeños campesinos tienen que irse a la ciudad por efecto de la enclosures (política de cecamiento y concentración de la propiedad), como consecuencia de los nuevos métodos y técnicas de cultivo: el barbecho, la rotación trienal y cutrienal de tierras, selección de semillas, drenaje de aguas pantanosas, empleo de abonos naturales, perfeccionamiento del harado y nuevas máquinas como la segadora. La política de enclosures era una política de cercamiento. Ésta cambió la estructura de la propiedad agraria mediante el cercamiento de campos, concentración de la propiedad que hacía más rentable la tierra al ser posible la producción de excedente. 5. Comercio internacional: A la demanda interior se añadió la demanda exterior orientada hacia Europa continental y hacia las colonias de Ultramar; en particular Norteamérica (el 87% de la importación de Norteamérica era británica) Fundamentalmente el producto que más se comercializaba desde G.B eran los tejidos. Gb importaba de las Colonias especias, te, café, tabaco y los exportaba a Europa. GB asímismo, sustituyó la lana que se adaptaba peor a los climas cálidos por el algodón que importaba de las Colonias; normalmente producido con mano de obra esclava o a muy bajos precios. Precisamente en este sector del algodón fue en el que surgió la Revolución Industrial. A partir de 1780 las exportaciones a Ultramar reflejaban un gran crecimiento de los productos manufacturados y crecía igualmente la importación de algodón en bruto. El comercio exterior contribuyó a acelerar la Primera Revolución Industrial: a) Proporcionó materias primas (algodón, hierro) b) Aumentó la capacidad de las Colonias para comprar mercancias. c)Amplió la demanda para la industria británica d) Creó un excedente económico de mercancías.
e) Permitió una acumulación de capital. f) Hizo posible el desarrollo del sistema financiero. 6. Los transportes: En el siglo XVIII se desarrolló un sistema de canales interiores. Hacia 1800 (Cuando en España el transporte era muy precario) existían 2500 Kilómetros de canales navegables y en 1850 la cifra ascendía a 5000 Kilómetros. Se mejoró igualmente la construcción y mantenimiento de caminos. El desarrollo de los transportes, tanto fluviales como terrestres, favoreció la formación de un mercado interior muy estructurado, entre Inglaterra, Gales, Escocia y demás países de GB. Igualmente G.B fue pionera en la construcción del ferrocarril. En 1800 solo existían 200 Kilómetros en servicio. A partir de 1825 y 1829 respectivamente comienza la edad del ferrocarril. 2. Avances tecnológicos y sectores económicos en auge 1. Los avances tecnológicos fueron abundante en la metalurgia y la siderurgia. Estos permitieron pasar de la fase artesanal a la fase industrial: Industria textil: Lanzadera volante ------ John Kay Spinning Jenny ------- Hargreaves Water-Frame ------- Arkwright Mula ------- Crompton Mula automática ------- Kelly Industria del hierro: Coque -------- Abrahan Derby Pudelaje ------- Peter Onions y Henry Cort La máquina de Vapor, inventada por James Watt en 1775, perfeccionará la bomba de vapor, utilizando la presión de vapor en vez de la presión atmosférica. Esto supuso reducir el gasto de combustible en un 75%. Empezó a utilizarse en los talleres de Mánchester.Comenzó a tener importancia bien entrado el siglo XIX y fue uno de los motores de la Revolución Industrial Inglesa. 2. Sectores más representativos: Las máquinas contribuyeron a la desaparición de la industria doméstica y determinaron el nacimiento del sistema fabril. (las fábricas, la concentración empresarial) Con la aplicación de la máquina de vapor se facilitó la localización industrial urbana; apareciendo el sistema capitalista. El sector lanero (textil) : fue adoptando lentamente la nueva tecnología y fundamentalmente se aplicó a las fases de hilado y tejido del algodón. Hacia 1815 los telares mecánicos aún eran experimentales. Sin embargo en 1820 la cifra se multiplicó por 10. El algodón permitió la adaptación a la máquina por su resistencia y elasticidad; igualmente se adaptó mejor a la máquina porque era una materia prima muy abundante y barata. Se obtenía en las Colonias de Norteamérica donde la mano de obra encargada para estas tareas era, en su mayoría, esclava. Las exportaciones de algodón fueron aumentando respecto a las de lana. En 1830 las exportaciones de algodón superaban 4 veces a las de la lana y constituían la mitad del total de exportaciones británicas. Las máquinas permitieron abaratar los precios y cambiaron las formas de trabajo. Este sector fue el primero en el que se invirtieron los capitales obtenidos en el comercio y en la agricultura: Era el negocio
del siglo. Dió lugar a la mecanización industrial debido a la fuerte demanda de productos textiles que se generó. En este sector se incorporaron al proceso productivo niños y mujeres. Los salarios por tanto eran muy bajos y las jornadas muy largas. de ahí que este sector sufriera una fuerte capitalización. La industria algodonera sirvió para el desarrollo de la industria química en las fases de blanqueado, tinturas, fijadores,etc. Esta industria, por lo tanto, sirvió para que se desarrollaran otras. La textil se concentró en el noroeste de Inglaterra; sobre todo en el Condado de Lancaster. La difusión de la mecanización textil se dio por Francia, Bélgica, la Confederación Germánica, y en España, Cataluña. Sin embargo en GB el telar mecánico se impuso entre 1834-1850 y en el resto de las zonas no lo hizo hasta 1870, coexistiendo con el telar manual. La siderurgia: Las innovaciones se realizarán en 2 campos: la mejora de la combustión en el carbón y la mayor calidad del producto final en el hierro; en cuanto al primero se utilizó como combustión un tipo de carbón "coque" que producía elevadas temperaturas. En cuanto al segundo, se ideó la técnica del pudelaje(1784). Se obtenía un hierro más maleable. Mediante el laminamiendo de hierro fundido se transformaba en barras, lo que facilitaba la utilización industrial y el desarrollo de múltiples aplicaciones. 3. La construcción de la red ferroviaria británica El ferrocarril: El ferrocarril va ligado al desarrollo siderúrgico. A partir de 1829 Stephenson aplicó la máquina de vapor como fuerza de tracción para arrastrar vagones a través de railes, apareciendo la locomotora. La locomotora se utilizó desde el comienzo para transportar mercancía y personas. El primer trayecto de ferrocarril se extendía desde Liverpool a Manchester en 1829. A partir de esta fecha el ferrocarril relanza la industrialización y se convierte en un sector muy dinámico demandando gran cantidad de productos siderometalúrgicos para la construcción de vías, estaciones, puentes, locomotoras, etc. En 1870 ya existían en GB 21.558 Km de vías férreas; para esta fecha se habían construido 2/3 de la red ferroviaria británica, que era, en ese momento, la más extensa de Europa. El ferrocarril en Europa esencialmente se desarrolla en la segunda mitad del S. XIX, coincidiendo con la Segunda Revolución industrial inglesa. Consecuencias del desarrollo del ferrocarril: 1. Articula el mercado nacional. Permitió transportar materias primas pesadas de unas regiones a otras, tales como hierro y carbón; también productos elaborados, materias primas agrícolas para satisfacer los mercados urbanos que estaban desarrollándose. 2. Absorbió gran cantidad de capitales, es decir, cuando se saturó el mercado del algodón el ferrocarril ocupó ese lugar y fue un negocio para los inversores. 3. Acortó el tiempo de los desplazamientos y de las distancias, abaratando los costes de producción. Por lo tanto repercutió en los precios. 4. Estimuló las industrias base del hierro, el acero y la minería. En el continente los ferrocarriles más desarrollados eran los de Bélgica y Holanda. 4. La expansión de la industrialización en el continente europeo En Europa no se dieron la confluencia de factores que estuvieron presentes en el proceso inglés. Los países europeos carecían prácticamente de mercado exterior y el mercado interior era débil y poco integrado hasta la difusión del ferrocarril. La población en general era rural; a menudo vivía al nivel de subsistencia y limitaba la expansión del mercado interior. La industrialización del continente fue muy desigual. Dentro de cada país fueron apareciendo focos, regiones industriales. Focos junto a las minas en regiones bien abastecidas desde el exterior.La industrialización europea siguió el proceso británico, pero se desarrolló siguiendo pautas y cronología propias. El despegue de Bélgica y del Norte de Francia desde 1830 se vio favorecido por las tradiciones manufactureras y comerciales de esta región, por la disponibilidad de materias primas(hierro y carbón) y por una buena localización próxima a Inglaterra y a las áreas más desarrolladas de la Europa del Norte.
La región industrial de Rhur se desarrolló más tarde pero más intensamente sobre la base del carbón y del hierro, de la demanda de construcción del ferrocarril y de las crecientes necesidades de un mercado y un estado alemán unificado. Otros focos destacados de la industria textil y metalúrgica se concentraron en Cataluña, Norte de Italia, Alsacia, Sajonia, Moravia, País vasco, etc... En GB la industrialización había despegado sobre la base de la iniciativa privada. En el continente tuvieron más influencia las decisiones de los Estados, las orientaciones de su política, el papel de la banca, etc. Los ritmos de crecimiento industrial no fueron uniformes: Bélgica, Francia y Alemania fueron los primeros, siguiendo precozmente el modelo inglés. Otros grupos de países: Rusia, Austria; Hungría, Italia y España se incorporaron al proceso industrial muy avanzado el siglo XIX o principios del XX. Fuera de Europa únicamente surgió en EE.UU. Norteamérica se favoreció de las innovaciones técnicas inglesas, aunque el espíruto innovador americano se manifestó muy pronto y muchos inventos fueron americanos. 5. Consecuencias sociales de la industrialización Los cambios económicos y las posteriores oleadas revolucionarias hicieron desaparecer los estamentos. La división social estamental fue sustituida por la sociedad de clases. Todos los individuos fueron considerados iguales ante la ley; sin embargo, las diferencias de riqueza se hicieron cada vez más acusadas. Los grupos superiores se enriquecían y llevaban una vida lujosa, controlaban los medios de producción (máquinas, capital, energía, fábricas), mientras la mayoría de la población (proletariado) vivía en condiciones precarias al límite de la subsistencia, llegando a desarrollarse una sociedad antagónica. Las clases superiores estaban formadas por dos grupos: aristocracia y alta burguesía; la nobleza aun perdiendo privilegios y derechos señoriales se benefició por la ampliación de sus propiedades (enclosures). La burguesía estaba formada por financieros, comerciantes e industriales. Entre la aristocracia y la burguesía se intensificaron lazos familiares por vía matrimonial, identificación económica e ideológica (eran partidarios de la defensa de la propiedad, del orden social establecido, la moral conservadora, etc). Estos 2 grupos ejercían sus derechos de participación política. Formaban los gobiernos y los restringidos parlamentos de liberalismo moderado. Las clases medias estaban formadas por la pequeña burguesía. Tenían derechos políticos en un sistema de sufragio restringido (sufragio censitario). El proletariado, que eran los emigrantes rurales convertidos en obreros, vivían de su salario en una situación laboral precaria. La supresión de los gremios, la libre contratación, la prohibición de formar asociaciones obreras...repercuten en la degradación de las condiciones laborales: extensas jornadas, subempleo femenino e infantil, descenso de los salarios, despido libre, rutina, etc. En el campo existían gran número de jornaleros sometidos al paro estacional; auténticos obreros agrícolas. Además de la aparición de 2 clases antagónicas, aparece también, como consecuencia de la industrialización y de la concentración de las fábricas, el crecimiento urbano y la expansión de las ciudades. Apareció la movilidad espacial de la población (migración..).
Aún hoy está ampliamente extendida la idea de que la Revolución Industrial fue un período oscuro en la historia de Occidente, una etapa lúgubre y vergonzante en la que el hedor de las fábricas sustituyó el aire puro del campo feudal y las masas se vieron sometidas al látigo de los avariciosos capitalistas, empobreciéndose en beneficio de esta nueva clase pudiente. Persiste, todavía, en el imaginario de mucha gente la estampa de unos obreros, antes boyantes campesinos, urbanizados y explotados en las fábricas de la burguesía, en condiciones laborales atroces y en estricto régimen de subsistencia. La Revolución Industrial
constituye de este modo el pecado original del capitalismo, cuando no la prueba de que el libre mercado es inherentemente injusto y debe ser corregido o superado por otro sistema que no esté en contradicción con la justicia social. La prosperidad de que gozamos, alegan, se alza sobre el sacrificio de aquellas generaciones pretéritas. El nuestro es un progreso teñido de culpa. Y si el capitalismo, para generar bienestar, requiere de un período inicial de penuria y explotación intensificada y generalizada, es que el capitalismo es indigno per se, porque nada intrínsecamente justo necesita de lo injusto para desarrollarse. Luego su status será, a lo sumo, provisional.
El Capitalismo y los Historiadores, editado por Friedrich Hayek, es un compendio de ensayos que se propone refutar, de una vez para siempre, la popular y populista mitología socialista que envuelve la Revolución Industrial inglesa, manejada en esta obra como modelo paradigmático por ser la primera, la más afamada y la más estudiada de las revoluciones industriales. El libro reúne ensayos de Hayek, Ashton, Hacker, Hartwell, De Jouvenel y Hutt. La calidad y el interés de los distintos artículos es desigual, si bien no haremos aquí ninguna crítica exhaustiva de los mismos. Me parece más interesante destacar los aspectos relevantes de la exposición de cada autor y acaso emitir algún que otro juicio valorativo puntual.
La Revolución Industrial inglesa, que cabe ubicar entre mediados-finales del siglo XVIII y mediados del siglo XIX, ha sido objeto de estudio de un sinnúmero de historiadores que durante décadas, imbuidos de ideas marxistas, carentes de rigor e imparcialidad, faltos de una teoría previa y una metodología adecuada, difundieron una visión radicalmente distorsionada y partidista de la realidad, un dramatizado cuadro que se alejaba de los hechos tanto como se ajustaba a los esquemas ideológicos de la pujante masa socialista. Esta falaz interpretación de los acontecimientos fue revisada, criticada e impugnada por la mejor historiografía económica en la primera mitad del siglo XX. Pese a ello, aún predomina en la opinión pública, refrendando las ideas estatistas esparcidas por doquier. La ficción ha adquirido carta de naturaleza pasando a formar parte del reino de los hechos consabidos e indisputables, aunque en el mundo académico ya no pueda sostenerse seriamente tamaño artificio. Una muestra de esa imagen ilusoria divulgada durante más de un siglo la encontramos en The Impact of Science on Society, de Bertrand Russell: “La revolución industrial provocó en Inglaterra, como también en América, una miseria indescriptible. En mi opinión, apenas nadie que se ocupe de historia económica puede dudar que el nivel medio de vida en la Inglaterra de los primeros años del XIX era más bajo que el de cien años antes; y esto ha de atribuirse casi exclusivamente a la técnica científica”[1]. Incluso en una obra como Historia del liberalismo Europeo, de Guido de Ruggiero, no hostil a la tradición política decimonónica, advertimos la aciaga influencia de esa popularizada interpretación de los hechos: “Fue precisamente en el periodo del desarrollo industrial más activo cuando empeoraron la condiciones de vida del trabajador. La duración del trabajo se alargó desmesuradamente; la
ocupación de mujeres y niños en las fábricas hizo descender los salarios; la aguda competencia entre los mismos trabajadores que ya no estaban ligados a sus parroquias, sino que viajaban libremente y podían reunirse allí donde la demanda de sus servicios era mayor, abarató todavía más el trabajo que ofrecían en el mercado: crisis industriales numerosas y frecuentes –inevitables en un período de crecimiento, cuando la población y el consumo no se han estabilizado todavía- incrementaban de tiempo en tiempo la multitud de parados, el ejército de reserva de hambre”[2]. La verdad, sin embargo, no pudo ser ignorada por aquellos autores con un mínimo de honestidad intelectual que antaño divulgaron falsedades. Así, los Hammond, que en su día contribuyeron grandemente a la propagación del mito, reconocieron al final de su vida que la Revolución Industrial no empobreció a las masas trabajadoras, antes al contrario: “Los estadísticos nos informan que, tras el estudio de los datos de que disponen, pueden afirmar que los ingresos subieron y que la mayoría de hombres y mujeres, en el tiempo en que este descontento se hizo más ruidoso y activo, eran menos pobres que anteriormente, en el silencio otoñal de los últimos años del siglo XVIII. El material de prueba es naturalmente escaso, y su utilización no es fácil, pero probablemente esta afirmación sea cierta, en términos generales”[3]. Pero, como advierte Hayek, con frecuencia la ideología y la historia se retro-alimentan mutuamente. De este modo el estatismo imperante se sirve de mitos históricos para reafirmarse mientras el pasado se examina a través de unas lentes estatistas.
Hayek: historia y política
Ha habido siempre una estrecha relación, dice Hayek, entre las convicciones políticas y los juicios que nos merecen determinados eventos históricos, pues nuestra opinión sobre unas doctrinas e instituciones concretas viene marcadamente influida por los efectos pretéritos que les atribuimos. Ahora bien, las referencias que manejamos y que nutren tales opiniones están a menudo viciadas, motivo por el cual no siempre lo que creemos que ocurrió en el pasado se corresponde con lo que ocurrió realmente. En este contexto los historiadores juegan un papel preponderante. Las concepciones políticas se filtran en la opinión pública no tanto en su forma abstracta como a través de imágenes e interpretaciones históricas, luego la presentación que de los hechos hagan los historiadores puede tener una influencia vastísima en la sociedad.
La leyenda de los horrores de la Revolución Industrial es en este sentido un ejemplo paradigmático. Dos razones explican, según Hayek, el alcance y la pervivencia del mito. Por un lado, el hecho de que el ascenso del nivel de vida facilitara la toma de conciencia de una miseria que hasta entonces, al tenerse por usual e inevitable, había pasado relativamente desapercibida. Siendo todos testigos del progreso, de golpe la pobreza se convirtió para muchos contemporáneos en una realidad anacrónica, de modo que la industrialización no fue
aplaudida por generar riqueza sino criticada por no producir la suficiente. Por otro lado, destaca Hayek, los terratenientes y los círculos conservadores de la capital difundieron esta versión sesgada de la acontecimientos en su pugna contra los fabricantes y el librecambismo, versión que fue recogida por la historiografía socialista, ávida por reafirmar sus tesis con datos empíricos.
Apunta Hayek que la interpretación de la historia requiere de una teoría previa. En vano reúne un observador infinidad de datos si lo que pretende es extraer la teoría de ellos[4]. ¿Cómo va a distinguir, atendiendo sólo a los hechos, si un aumento del precio de un producto básico de la época es la causa o el efecto de una contracción de su demanda? Puede asociar dos realidades cualesquiera, como la introducción de las máquinas y la pobreza, pero ausente la justificación teórica de tal asociación el acto de interpretar la historia se convierte en un arbitrario juego adivinatorio. ¿Desplazaron las máquinas a los trabajadores o elevaron su productividad marginal y abarataron los productos? ¿Causó la industrialización la miseria existente o permitió que ésta fuera menos severa? Un historiador sin teoría es un viajero sin mapa ni brújula. De esta suerte la pregonada ficción, resultado de navegar sin cartas y atender a prejuicios socialistas, fue contestada en el siglo XX por una legión de historiadores sólidamente formados en teoría económica. Sus conclusiones, no obstante, toparon con una opinión pública saturada de estatismo, poco receptiva a unas tesis que cuestionaban algunos de los pilares de su ideología. Pero aun cuando la auténtica versión de los hechos circula todavía hoy a contra-corriente, las palabras de Hayek nos invitan a un moderado y prudente optimismo: “si hemos valorado correctamente la importancia que las valoraciones erróneas ejercieron en la formación de la opinión pública, podemos concluir que ha llegado la hora de que la verdad acabe imponiéndose sobre la leyenda que ha dominado tanto tiempo a esa opinión”[5].
Ashton: el tratamiento del capitalismo por los historiadores
Ashton critica el infundado pesimismo que trasluce buena parte de la historiografía de la Revolución Industrial así como el que numerosos autores interpretaran los acontecimientos prescindiendo de las enseñanzas económicas. Se ha dicho que los salarios vienen determinados por el mínimo de alimento necesario para subsistir, se ha atribuido a la legislación estatal mejoras que tienen que ver con el ascenso de la productividad de los trabajadores, se ha personificado el capitalismo, desvinculándolo de las interacciones humanas que lo definen, con expresiones como “el capitalismo exalta la unidad monetaria” o “el capitalismo produjo la actitud mental de la ciencia moderna” (Schumpeter), expresiones que no se corresponden con un tratamiento histórico serio de los procesos sociales. Ashton también da cuenta de la visión romántica de cierta literatura en relación a la época preindustrial. Friedrich Engels, por ejemplo, llevó la idealización de dicha época hasta extremos abiertamente ridículos:
“Los trabajadores vegetaban en una existencia relativamente confortable, llevando una vida limpia y pacífica con toda piedad y probidad, y su situación material era mucho mejor que la de sus sucesores. No necesitaban trabajar en exceso. No hacían más de lo que habían decidido hacer y, sin embargo, ganaban lo necesario. Disponían de tiempo libre para el saludable trabajo en su jardín o en su huerto, trabajo que constituía un solaz para ellos, y podían participar en otros juegos y diversiones de sus vecinos, y todos estos juegos: bolos, cricket, football, etc., contribuían a su salud y vigor físico. En su mayor parte eran fuertes y bien formados, y en su físico poca o ninguna diferencia podía apreciarse con respecto a sus vecinos campesinos. Sus hijos crecían al aire libre en los campos, y si ayudaban a sus padres en el trabajo, era de manera meramente ocasional; al tiempo que la jornada de ocho a doce horas era algo que no les concernía”[6]. Explica Ashton que una lectura atenta de los numerosos informes de las Comisiones Reales y de los Comités de Investigación redactados durante los siglos XVIII y XIX permite aseverar que muchas de las penurias y desdichas de la época fueron producto de una legislación, unos hábitos y unas formas de organización que habían quedado obsoletas. De aquellos informes, prosigue Ashton, se desprende que los trabajadores industriales estaban mejor pagados que los domésticos, familiarizados con métodos caducos; que era en los talleres aislados, no en las fábricas de vapor, donde se registraban unas condiciones laborales más precarias; que era en los pueblos remotos y en las zonas rurales, y no en los campos carboníferos o en las zonas urbanas, donde las restricciones a la libertad personal y los malos tratos eran más frecuentes. Asimismo, estudios como los de Bowley y Wood ponen de manifiesto que los salarios reales siguieron un recorrido ascendente durante la mayor parte de aquel período.
Hacker: los prejuicios anticapitalistas de los historiadores americanos
Hacker reflexiona primero acerca del sesgado tratamiento histórico de que ha sido objeto el capitalismo en los siglos pasados, para centrarse luego en los particulares prejuicios anticapitalistas de numerosos historiadores norteamericanos.
Hacker tilda de burda calumnia el epíteto de “inhumano” que con frecuencia se adjudica al siglo XIX: por aquel entonces los salarios reales aumentaron en los países industrializados debido al descenso de los precios de las mercancías, y al mismo tiempo los países menos desarrollados se vieron favorecidos por un creciente flujo de inversiones. Hacker, no obstante, añade en defensa del siglo XIX un tercer punto del todo desafortunado, a saber, la introducción “de una política estatal en gran escala a favor de la salud y de la instrucción pública”[7]. Aunque este hecho desmintiera las afirmaciones socialistas en sentido contrario, lo cierto es que no cabe concebir dicha injerencia estatal como algo justo o beneficioso. Exactamente las mismas consideraciones que nos llevan a rechazar hoy la intervención del Estado en el ámbito de la sanidad y la enseñanza son las que debieran llevarnos a reprobar esta lamentable concesión de Hacker.
El profesor Hacker, siguiendo a Ashton, alude a los obstáculos institucionales que en ocasiones ralentizaron el acentuado progreso en Inglaterra. El caso de las viviendas es ilustrativo. El abarrotamiento, los slums, la precariedad de las casas... fue expresivamente denunciado por los reformadores sociales, que achacaron la responsabilidad de tal estado de cosas a la industrialización. Las causas, sin embargo, cabe buscarlas en los movimientos migratorios de la población, por un lado, y la política fiscal, por el otro. Unos tipos de interés artificialmente fijados, por ejemplo, dificultaron la inversión de capital, mientras que los impuestos sobre los materiales de construcción encarecieron las viviendas.
En lo tocante al desarrollo del capitalismo en Estados Unidos y a su tratamiento por parte de los historiadores norteamericanos, Hacker alude a los prejuicios anticapitalistas extendidos entre estos últimos y ahonda en sus rasgos, sus fundamentos y sus implicaciones. A diferencia de los del viejo continente, los prejuicios anticapitalistas no eran aquí tanto de ascendencia marxista como producto de ideas socialdemócratas y fabianas y de un examen histórico viciado por juicios morales.
Hakcer se refiere en este contexto a la increíble influencia que ha ejercido tradicionalmente la disputa política entre el hamiltonismo y el jeffersonismo. Atendiendo a consideraciones más morales que económicas, señala Hacker, Hamilton fue asociado con el capitalismo y Jefferson (y Jackson) con el igualitarismo, motivo por el cual los historiadores anticapitalistas se sirvieron de la figura del segundo para divulgar sus interpretaciones. Fatalmente Hacker hace suya esta misma asociación, con conocimiento de causa parece, tomando partido por unas políticas que por muy capitalistas que se les antojen a sus detractores no son para nada liberales. Los federalistas, los whigs y luego los republicanos, de estirpe hamiltoniana, promovieron un gobierno central fuerte, un sistema monetario nacionalizado, ayudas estatales para las industrias nacientes (uno de los pilares del programa de Hamilton), aranceles protectores, planes de obras públicas... lo cual no les convierte en pro-capitalistas, sino más bien en mercantilistas. Jefferson y Jackson, por el contrario, fueron valedores de la corriente demócrata más anti-estatista, hostil al intervencionismo del gobierno federal y a la existencia de un banco central. El énfasis de Jefferson en los derechos naturales y la propiedad privada da cuenta de sus principios liberal-clásicos[8].
Si el desarrollo del capitalismo americano hubiera sido objeto de un adecuado tratamiento histórico, sostiene Hacker, contendría reveladoras enseñanzas para el mundo de hoy.
De Jouvenel: los intelectuales europeos y el capitalismo
Explica De Jouvenel que los procesos sociales son sensiblemente más complejos que los fenómenos físicos, y sin embargo se da la paradoja de que las gentes están menos
dispuestas a reconocer su ignorancia en cuestiones sociales que en cuestiones de física. Los individuos de a pie no emiten juicios sobre acústica, electromagnetismo o termodinámica, pero muchos sí se creen capacitados para opinar sobre economía, a menudo incluso pomposamente. Lo que se echa en falta aquí es por supuesto un ápice de humildad y sensatez[9], virtudes olvidadas por no pocos historiadores.
El estudio del pasado lleva la impronta de las ideas del presente, afirma De Jouvenel. Por eso “la actitud del historiador refleja una actitud difundida entre los intelectuales en general” y para explicar el sesgo de los primeros debemos remitirnos a los segundos. De acuerdo con De Jouvenel, la disposición del intelectual con respecto al proceso económico es doble: por un lado ensalza las conquistas de la técnica y se congratula de que la sociedad goce de un mayor número de bienes, pero por otro lado considera que la industrialización destruye valores y comporta una ruda disciplina. Luego armoniza ambas ideas asignando a la “fuerza del progreso” aquello que le gusta y a la “fuerza del capitalismo” aquello que no le gusta. Asimismo cierta intelectualidad juzga las instituciones desde un punto de vista pretendidamente ético, sin atender a la correspondencia entre los efectos de dichas instituciones y el fin propuesto. Para ilustrar su tesis, De Jouvenel expone el caso de los estudiantes occidentales que, en tiempos de la Guerra Fría, argüían que el bienestar de los trabajadores debía ser el objeto de los gobernantes y, aunque era en Estados Unidos y no en la URSS donde aquel fin se había alcanzado, elogiaban a Moscú porque se alegaba que aquélla era la motivación del régimen soviético y no la del norteamericano.
Los intelectuales menosprecian al hombre de negocios porque éste ofrece al público lo que desea, mientras que ellos dicen al público lo que debe y no debe desear. “El hombre de negocios obra dentro del sistema de gustos y de juicios de valor que el intelectual debe intentar siempre cambiar”[10], dice De Jouvenel. Por eso no es extraño que el intelectual se sienta identificado a menudo con el déficit: “Se ha observado que tiene simpatía por las instituciones deficitarias, por las industrias nacionalizadas financiadas por la Hacienda pública, por los centros universitarios que dependen de subsidios y donaciones, por los periódicos incapaces de autofinanciarse. ¿Por qué? Porque sabe por personal experiencia que siempre que obra como piensa que debe obrar no hay coincidencia entre su esfuerzo y la manera en que éste es acogido. (...) Puesto que la misión del intelectual es hacer comprender a la gente que son verdaderas y buenas ciertas cosas que antes no reconocía como tales, encuentra una fortísima resistencia a la venta de su propio producto y trabaja con pérdidas”[11]. Ya que el cometido de los intelectuales es pregonar la verdad, De Jouvenel destaca que “tendemos a adoptar respecto al hombre de negocios la misma actitud de superioridad moral que el fariseo respecto al publicano”[12]. Pero el pobre que yacía en el camino, advierte, no fue socorrido por el intelectual (el levita) sino por el comerciante (el samaritano). Han sido especialmente los hombres de negocios y no los intelectuales los que han hecho posible el crecimiento exponencial del bienestar. Por otro lado, “servir a necesidades más elevadas”,
apunta De Jouvenel, es una delicada responsabilidad. ¿Cuántos bienes de los que se comercian en el mercado puede uno considerar más o menos perjudiciales? ¿Acaso no son infinitamente más numerosas y devastadoras las ideas perniciosas que muchos intelectuales diseminan por doquier? Si los intelectuales se ven relegados a un segundo plano es porque otros satisfacen mejor las necesidades de la sociedad, aunque como dijera De Jouvenel, la máxima “dad al público lo que quiere” sea aplicable al empresario pero no a un buen escritor.
Ashton: nivel de vida de los trabajadores en Inglaterra desde 1790 a 1830
En este segundo ensayo Ashton empieza reconociendo que hubo varios economistas que en su día juzgaron con pesimismo los efectos de la industrialización. Así John Stuart Mill escribía en 1848: “Hasta este momento es discutible que las invenciones mecánicas realizadas hayan aliviado la fatiga diaria de cualquier ser humano. Han hecho posible que un número mayor de personas vivan la misma vida de ingrato trabajo y de reclusión, y que un número creciente de industriales y de otro acumulen riquezas. Ha aumentado el bienestar de las clases medias, pero hasta ahora no han comenzado a realizar los grandes cambios en el destino humano que está en su naturaleza y que están llamadas a efectuar en el futuro”[13]. Opiniones similares expresaron Thomas Malthus o J.R. McCulloch, junto con el coro de filósofos, conservadores, radicales, clérigos, poetas... que compartían una explícita aversión al sistema de fábrica. En el bando opuesto encontrábanse hombres igualmente distinguidos y con no menos afán reformador, como Sir Frederic Eden, John Wesley, George Chalmers, Patrick Colquhoun, John Rickman y Edwin Chadwick. En palabras de este último, la realidad fue más halagüeña: “Es un hecho que, hasta este momento [1842], en Inglaterra los salarios, o los medios para obtener lo necesario para vivir, han aumentado para el conjunto de los trabajadores, y los bienes económicos al alcance de estas clases han aumentado con el último aumento de población”[14].
Ashton diferencia tres períodos en su análisis: el período de la guerra, el período de la posguerra y el reajuste, y el período de expansión económica. Durante la guerra el ingente gasto público improductivo redujo el bienestar de la población; la dificultad de importar alimentos motivó el desarrollo de cultivos marginales y los ingresos de los agricultores y los propietarios de parcelas aumentaron; la escasez de materiales de obra así como las elevadas tasas de interés y los impuestos sobre la propiedad refrenaron la construcción de viviendas en un momento en el que su demanda había crecido... En el período de reajuste subsiguiente los alquileres de las casas y el tipo de interés apenas disminuyeron. Al mismo tiempo se sucedieron quiebras bancarias, se contrajo el gasto público y hubo una reticencia generalizada a invertir a largo plazo. Si en el primer período las condiciones de los trabajadores empeoraron y en el segundo apenas experimentaron mejora, en el tercero se inició una tendencia de progreso. La vuelta al patrón oro, la reforma del sistema fiscal, el descenso del tipo de interés y de los alquileres, la superación de la escasez de la etapa
bélica, la caída de los precios fruto de la reducción de costes... abrieron perspectivas de mejora para las masas trabajadoras.
Después de destacar la valía de los estudios de Norman J. Silberling, Elizabeth Gilboy, Rufus T. Tucker, Ashton pasa a criticar ciertos aspectos de su metodología y a señalar el ligero aumento del coste de los productos alimenticios así como la caída de los precios y el vasto aumento de la oferta en otros ámbitos. Disminuyó, por ejemplo, el precio de los vestidos, del té, del café y del azúcar. Las botas reemplazaron a los chanclos y se popularizaron complementos como los sombreros, los pañuelos o los relojes. Prosperaron las cajas de ahorro, las sociedades de mutuo socorro, los sindicatos, los periódicos y opúsculos, las escuelas, los templos no conformistas... todo ello reflejo de un notable progreso económico.
Por último cabe subrayar que Ashton distingue dos grupos de trabajadores: aquellos con escasa o nula especialización (agricultores, tejedores a mano...) que apenas participaron de las ventajas de la industrialización, y aquellos cuya productividad marginal se vio incrementada y gozaron de un poder adquisitivo más elevado.
Hartwell: el aumento del nivel de vida en Inglaterra de 1800 a 1850
El artículo de Hartwell es un compendio de datos y argumentos que respaldan la tesis de que el bienestar de la población aumentó extraordinariamente como consecuencia de la Revolución Industrial. Según las estimaciones de la época, la renta nacional inglesa se duplicó entre 1800 y 1850 (el crecimiento fue irregular, con un estancamiento durante la guerra y quizás un leve retroceso en los años 30). La producción industrial, de acuerdo con los datos de Hoffmann, aumentó a un ritmo del 3-4% anual durante el intervalo 1782-1855, mientras que para ese mismo período la tasa de crecimiento de la población fue del 1,21,5% anual. En este contexto es preciso señalar que la industria manufacturera, que en 1770 constituía un quinto de la renta nacional, pasó a representar un tercio del total en 1831. Hartwell destaca que “entre los factores que contribuyeron a aumentar la producción per cápita, los más importantes fueron la formación de capital, el progreso técnico y un aumento de las capacidades laborales y empresariales”[15]. Los censos muestran que el porcentaje de familias dedicadas a la agricultura descendió siete puntos entre 1811 y 1831 (reducción del 35,2% al 28,2%). Paralelamente aumentó el número de empleados en el sector servicios (transportes, comercio, finanzas, administración pública, profesiones liberales...). Las cajas de ahorro, tras su creación en 1817, acumulaban unos depósitos de 14,3 millones de esterlinas en 1829 y de casi 30 millones en 1850, siendo la mayor parte ahorros de asalariados y artesanos. Las sociedades de asistencia y ayuda mutuas, unas 20.000 en 1858, llegaron a reunir cerca de dos millones de socios.
Hartwell también examina un conjunto de datos sobre productos alimenticios para concluir que el londinense medio en 1830 consumía semanalmente 5 onzas de mantequilla, 30 onzas de carne, 56 onzas de patatas y 16 onzas de fruta, cifras muy similares a las del consumo inglés registradas en 1959: 5 onzas de mantequilla, 35 onzas de carne, 51 onzas de patata y 32 onzas de fruta. P.L.Simmonds, que estudió las costumbres alimenticias inglesas a mediados del siglo XIX, afirmó que “el hombre inglés está mejor alimentado que cualquier otra persona en el mundo”[16].
Debido a una alimentación más sana, unos hogares más confortables y una mayor higiene la población fue menos propensa al contagio de enfermedades como la tisis. Hubo asimismo avances sanitarios y las condiciones laborales de las fábricas mejoraron. R. Baker, uno de los primeros inspectores de fábricas, escribía en un ensayo para la Social Science Associaton de Bradford, refiriéndose al período 1822 –1856, que “todas las enfermedades típicas del trabajo de fábrica en 1822 han desaparecido casi completamente”[17].
Desafortunadamente, sin embargo, Hartwell considera positiva cierta legislación que limitó la jornada laboral y restringió el trabajo de los menores, legislación innecesaria en la medida en que vino a sancionar una realidad ya establecida y contraproducente en la medida en que elevó los costes de los empresarios y rebajó la producción y los ingresos de las familias
Hartwell asevera que todos los indicios apuntan en la misma dirección: el nivel de vida aumentó para la mayor parte de la sociedad inglesa en la primera mitad del siglo XIX; lo que no significa que fuera un nivel de vida alto o que no hubiera grandes focos de extrema pobreza. Pero la miseria, el trabajo infantil y femenino, las adulteraciones alimenticias, las duras condiciones laborales... en absoluto constituían fenómenos nuevos. Precisamente la Revolución Industrial permitió su paulatina superación, algo inconcebible hasta entonces. Hartwell destaca además que en aquel período, en parte debido a las oportunidades económicas que surgieron, se inició una de las revoluciones sociales más notorias: la emancipación de la mujer.
Hutt: el sistema de fábrica a principios del siglo XIX
Hutt se propone examinar críticamente las principales fuentes de que se han servido los historiadores e interceder en algunas de las disputas más importantes sobre la materia. En primer lugar valora las declaraciones del Comité Sadler, que describen una espeluznante sucesión de crueldades, miserias, enfermedades y deformaciones que supuestamente afectaban a los niños que trabajaban en las fábricas inglesas. Tales declaraciones fueron recogidas con avidez por parte de los Hammond, Hutchins, Harrison y otros historiadores de renombre, a pesar de que en opinión de R.H. Greg se tratara de una “masa de declaraciones unilaterales y de groseras falsedades y calumnias... como probablemente jamás se había
visto en un documento oficial”[18]. El propio Engels, acervo adversario del sistema fabril, señaló que el informe “es claramente partidista, redactado con fines de partido por enemigos declarados del sistema industrial... Sadler se dejó traicionar por su noble entusiasmo y ofreció declaraciones falseadas y completamente erróneas”[19]. Los industriales reclamaron una nueva Comisión, que dejó patente los embustes formulados por el Comité anterior. Se advirtió que la acusación de crueldad sistemática con respecto a los niños carecía por completo de base. De hecho se deducía de los informes de esta segunda Comisión que los maltratos que en ocasiones padecieron fueron perpetrados por obreros en contra de la voluntad de los patronos y sin su conocimiento.
En el Comité de los Lores de 1818 las declaraciones de los médicos corroboraron en general que la salud de los niños que trabajaban en las fábricas era por aquel entonces tan buena como la de los niños que no trabajaban en ellas. Interesante resulta asimismo el testimonio de Gaskell, médico hostil al sistema industrial que si bien censuró la degradación moral de los trabajadores, se opuso a la prohibición del trabajo infantil: “Mientras [los niños] no puedan recibir en casa una educación, y mientras se les deje hacer una vida salvaje, se encontrarán en cierto sentido en una situación mejor cuando se les emplea en un trabajo ligero, como es el que de ordinario les toca efectuar”[20].
Hutt cuestiona que las fábricas alentaran la discutible degradación moral de los asalariados. Por un lado varios autores consideraron síntomas de decadencia comportamientos que a otros pudieran parecer más bien signos de progreso: el que los niños prefirieran golosinas a alimentos sencillos, el que las chicas compraran los vestidos en lugar de confeccionarlos ellas mismas, el consumo de té, el consumo de tabaco... Por otro lado Hutt apunta dos posibles causas que explicarían la aparente degradación moral: la primera, los altos salarios de los obreros, que podrían moverles a la intemperancia (tesis que sostienen enemigos de la industrialización como Thackrash o Gaskell); la segunda, que el declive moral fuera producto de la masiva inmigración irlandesa, con una tradición social menos arraigada.
Hutt enjuicia las condiciones laborales en las fábricas de acuerdo con los criterios de la época. Así, no deja de resultar ilustrativo el hecho de que “en los límites en que los trabajadores de entonces tenían la posibilidad de ‘elegir entre beneficios alternativos’, elegían las condiciones que los reformadores condenaban”[21]. Los obreros tendían a preferir las fábricas porque allí era donde se ofrecían salarios más elevados. Al mismo tiempo, como algunos reformadores reconocieron, aquellas factorías que recortaban sus jornadas eran en ocasiones testigos de la marcha de sus propios obreros a factorías en las que se laboraban más horas a cambio de salarios más altos. En cuanto al trabajo de los niños, Hutt apunta que el afecto de los padres hacia sus hijos no era entonces menor que ahora, luego uno debe remitirse al contexto social de aquel período para entender porque las familias les enviaban a las fábricas. El apoyo de las clases pudientes a las restricciones legales del trabajo infantil “obedecía a una absoluta falta de comprensión de las dificultades
que las clases trabajadoras tenían que afrontar. Mientras el desarrollo del sistema industrial no produjo un aumento general de la prosperidad material, estas restricciones sólo pudieron aumentar la miseria”[22].
Hutt concluye que hubo una tendencia a exagerar los “males” de la Revolución Industrial, y que la legislación fabril no contribuyó de una manera esencial a la erradicación de estos “males”. “Algunas condiciones que con criterios modernos se condenan eran entonces comunes a la colectividad en su conjunto, y la legislación no sólo causó otros inconvenientes, no claramente visibles en los complejos cambios de la época, sino que contribuyó también a oscurecer y a obstaculizar remedios más naturales y deseables”[23].
#1 origenes de la revolución industrial inglesa El desarrollo del capitalismo financiero, la necesidad de dar empleo a los capitales y de obtener materias para el tráfico de mercaderías, habían transformado la industria artesana medieval. El siglo XVIII es el de la introducción del maquinismo en el proceso de la producción industrial. Donde las innovaciones técnicas se observaron prioritariamente fue en la industria inglesa de los tejidos de algodón: el primer progreso técnico se produjo cuando Kay descubrió la lanzadera volante que abreviaba en la mitad el tiempo requerido para tejer una pieza. Luego Crompton lograba producir un hilo delicado para poder tejer las más finas muselinas. Finalmente en 1785 Cartwrig creaba un telar aplicando todas las innovaciones. Pero la revolución maquinista consistió en la aplicación de la fuerza del vapor de agua a esta máquina, esto fue perfeccionado por James Watt. Otro adelanto importante fue la sustitución de la madera por la hulla en la fundición de metales. A fines del siglo XVIII el industrial se vuelve comerciante. El mismo se preocupa de hallar mercados y de comprar las materias primas que le son necesarias; establece sucursales y puestos de venta; pide préstamos a los bancos. En resumen la industria pasa a dirigir la vida económica.
Conclusión
El estatismo es prolífico en mitos, y algunos están de tal modo consolidados que cuestionarlos implica exponerse automáticamente al menosprecio y a la marginación intelectual. El mito de la “democrática” Segunda República española, el mito de Lincoln el “libertador”, el mito del crack del 29 como “corolario del capitalismo irrestricto”... Impugnarlos a veces resulta no sólo políticamente incorrecto, sino políticamente grotesco.
“El Capitalismo y los Historiadores” desnuda el mito de los horrores de la Revolución Industrial. A lo largo de sus siete ensayos desenmascara las simples falsedades y las burdas exageraciones de que ha sido objeto la historia de aquel período, sugiriendo las causas que se esconden tras esta popularizada tergiversación de los hechos. El socialismo, no obstante, sigue empleando la Revolución Industrial como arma arrojadiza contra aquellos que secundan el mercado libre. Esta obra constata que no hay razón para que los liberales permanezcan a la defensiva. La Revolución Industrial, lejos de ser una muestra de los horrores del capitalismo, es un formidable ejemplo de los beneficios del libre mercado.
[1] Friedrich Hayek (editor), “El Capitalismo y los Historiadores”, 1997, pág. 23 [2] Íbid. Pág. 21-22 [3] Íbid. Pág. 23, citando a J.L. Hammond y Barbara Hammond, “The Bleak Age”, 1934. [4] “Los fenómenos complejos, engendrados por la concurrencia de diversas relaciones causales, no permiten evidenciar la certeza o el error de teoría alguna. Antes al contrario, esos fenómenos sólo resultan inteligibles si se interpretan a la luz de teorías previamente desarrolladas a partir de otras fuentes”, Ludwig von Mises, “La Acción Humana”, 7ª edición, pág 39. [5] Friedrich Hayek (editor), “El Capitalismo y los Historiadores”, 1997, pág. 34. [6] Íbid. Pág. 40-41. [7] Íbid. Pág 65. [8] Sobre el mercantilismo de Hamilton, véase Thomas DiLorenzo, “The Rousseau of the Right”, 2004 (http://www.lewrockwell.com/dilorenzo/dilorenzo64.html). Sobre Jefferson y su defensa de los derechos naturales y la propiedad, véase Luigi M. Bassani, “Life, Liberty, and...: Jefferson on Property Rights”, Journal of Libertarian Studies, 2004 (http://www.mises.org/journals/jls/18_1/18_1_2.pdf). Para una síntesis de la historia del libertarismo jeffersoniano y jacksoniano, véase Murray Rothbard, “For a New Liberty: The Libertarian Manifesto”, 2002 (http://www.mises.org/rothbard/newliberty01.asp) [9] “It is no crime to be ignorant of economics, which is, after all, a specialized discipline and one that most people consider to be a "dismal science." But it is totally irresponsible to have a loud and vociferous opinion on economic subjects while remaining in this state of ignorance”, Murray Rothbard, “Making Economic Sense”, 1995. [10] Friedrich Hayek (editor), “El Capitalismo y los Historiadores”, 1997, pág. 109. [11] Friedrich Hayek (editor), “El Capitalismo y los Historiadores”, 1997, pág. 108-109. En palabras de Robert Nozick: “Los intelectuales piensan que son las personas más valiosas, las de mayor mérito, y que la sociedad debería premiar a la gente en función de su valía y mérito. Pero una sociedad capitalista no cumple el principio distributivo "a cada uno según sus méritos o valía". Aparte de los regalos, las herencias y las ganancias del juego que se dan en una sociedad libre, el mercado distribuye a aquellos que satisfacen las demandas de los demás expresadas a través del mercado, y lo que distribuya de este modo depende de lo que se demande y del volumen del suministro alternativo. Los empresarios fracasados y los trabajadores no sienten la misma animadversión al sistema capitalista que los intelectuales forjadores de palabras. Solamente la conciencia de una superioridad no reconocida, o de unos derechos traicionados, produce esa animadversión
origenes de la revolución industrial inglesa En mi opinion, los origenes de la Revolucion no deberiamos buscarlos tanto en las innovaciones tecnicas que se fueron logrando a lo largo del siglo XVIII, que sin duda fueron vitales y ayudaron a multiplicar las producciones en sectores como el textil y mas adelante el metalurgico (sectores motores que tirarian del resto), la inicios de esta deberiamos buscarlos en la gran protoindustrializacion que se dio en Gran Bretaña, ya que el enorme aumento productivo no vino se manos de la tecnología, sino del hecho de hacer funcionar los medios de produccion que ya poseian los campesinos, asi se produjo una nueva organizacion del proceso productivo. No hemos de olvidar que los primeros avances tecnologicos que se introdujeron se pusieron en marcha en las manufacturas rurales.
CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL a)
Desarrollo del capitalismo.
El capitalismo había evolucionado desde el siglo XVI, convirtiéndose durante el siglo XVII en capitalismo comercial, e industrial en el XVIII. Las innovaciones técnicas, el descubrimiento de nuevas fuentes de energía y el consecuente cambio en el sistema productivo, afectaron decisivamente en el capitalismo del siglo XVIII y XIX, que de industrial pasó a ser financiero. Estos cambios se relacionan con el surgimiento de la fábrica, que reemplazó al taller familiar, e incorporó la división del trabajo, la especialización y la producción en serie. A raíz del auge de la industria y los medios de transporte, los gastos de las fábricas aumentaron considerablemente, siendo imposible que fuesen absorbidos por una sola persona. Surgieron entonces las sociedades anónimas y el manejo de un nuevo bien: el capital. b)
La cuestión social.
El éxodo rural hacia la ciudad y las fábricas generaron múltiples problemas: hacinamiento, gran mortalidad infantil, etc. Esto se vio agravado por la mentalidad de la época, que consideraba que el trabajo humano no era distinto del de una máquina o un animal, es decir, que estaba totalmente regulado por la ley de la oferta y la demanda. Debido a esto, el sector obrero que nació con la Revolución Industrial no tenía una jornada ni salario mínimo, trabajaban niños y mujeres, los obreros vivían al lado de las fábricas, etc. La reacción de los obreros o "proletarios" ante esta situación fue violenta y se materializó en la huelga y en la creación de nuevas organizaciones gremiales (sindicatos, sociedades de resistencia y socorro, etc.) c) Las doctrinas político-sociales El problema social va a intentar soluciones en nuevos movimientos económico-sociales e incluso, institucionales.
•El socialismo utópico:
•Es una corriente idealista que surgió durante la primera mitad del siglo XIX y cuyos representantes más importantes fueron Robert Owen, en Inglaterra y Saint-Simón, Charles Fourier y Blanc, en Francia. Su ánimo general fue la filantropía, tratar de dar solución a la "cuestión social" a través de fábricas colectivas, talleres nacionales y falansterios o "comunidades socialistas". Los socialistas utópicos no constituían pensadores de tendencias homogéneas, sino que eran animados por su buena voluntad individual, lo que explica en parte el fracaso de sus intentos.
•El socialismo científico o marxismo:
•A diferencia de los socialistas utópicos, Karl Marx y Friedrich Engels se dieron a la tarea de analizar el origen de la problemática social y proyectar consecuencias a largo plazo de ella, elaborando una teoría al respecto. Estas ideas están planteadas esencialmente en Das Kapital (El capital) de Karl Marx, en que sostiene que la base y motor del desarrollo histórico es la economía (infraestructura) y que es complementada con el aparato jurídico-cultural (superestructura) que contribuye a consolidar un determinado sistema productivo. •Además, el marxismo sostiene que la sociedad capitalista será sucedida por un estado proletario en que desaparecerá la propiedad privada y con ella, la lucha de clases. Se plantea que en esta etapa la propiedad será colectiva o común (de ahí el apelativo "comunista") y, se ejercerá "la dictadura del proletariado". •Estas ideas fueron compendiadas en el Manifiesto comunista, distribuido en París en 1848, escrito por Engels y Marx. Anarquismo: Apareció en la segunda mitad del siglo XIX, sus principales representantes fueron Proudhon y Bakunin. Se trata de un socialismo radical extremista que niega la existencia del Estado, el cual debe ser destruido aún a costa de la violencia. Doctrina Social de la Iglesia: La doctrina católica no fue inmune a los problemas sociales ni tampoco al marxismo. En 1864, Pío IX condenó en su Syllabus el materialismo histórico y el marxismo. En 1891 apareció la encíclica Rerum Novarum del papa León XIII, en la que se rechazó el conflicto de clases sociales y condenó el abuso de los patrones. Con esta Encíclica se inició la Doctrina Social de la Iglesia, que recalcó el valor y dignidad del trabajo humano, el respeto a la propiedad privada y la necesidad de las asociaciones de trabajadores. En 1931, esta doctrina se vio complementada con la encíclica Cuadra gessimo Anno de Pío XI (que condena al liberalismo económico y al comunismo); en el concilio Vaticano II también se abordó el tema de las relaciones capital-trabajo. CAPITALISMO Y SU DESARROLLO HISTÓRICO. Sistema económico en el que los individuos privados y las empresas de negocios llevan a cabo la producción y el intercambio de bienes y servicios mediante complejas transacciones en las que intervienen los precios y los mercados. Aunque tiene sus orígenes en la antigüedad, el desarrollo del capitalismo es un fenómeno europeo; fue evolucionando en distintas etapas, hasta considerarse establecido en la segunda mitad del siglo XIX. Desde Europa, y en concreto desde Inglaterra, el sistema capitalista se fue extendiendo a todo el mundo, siendo el sistema socioeconómico casi exclusivo en el ámbito mundial hasta el estallido de la I Guerra Mundial, tras la cual se estableció un nuevo sistema socioeconómico, el comunismo, que se convirtió en el opuesto al capitalista. El término kapitalism fue acuñado a mediados del siglo XIX por el economista alemán Karl Marx. Otras expresiones sinónimas de capitalismo son sistema de libre empresa y economía de mercado, que se utilizan para referirse a aquellos sistemas socioeconómicos no comunistas. Algunas veces se utiliza el término economía mixta para describir el sistema capitalista con intervención del sector público que predomina en casi todas las economías de los países industrializados.
Se puede decir que, de existir un fundador del sistema capitalista, éste es el filósofo escocés Adam Smith, que fue el primero en describir los principios económicos básicos que definen al capitalismo. En su obra clásica Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (1776), Smith intentó demostrar que era posible buscar la ganancia personal de forma que no sólo se pudiera alcanzar el objetivo individual sino también la mejora de la sociedad. Los intereses sociales radican en lograr el máximo nivel de producción de los bienes que la gente desea poseer. Con una frase que se ha hecho famosa, Smith decía que la combinación del interés personal, la propiedad y la competencia entre vendedores en el mercado llevaría a los productores, "gracias a una mano invisible", a alcanzar un objetivo que no habían buscado de manera consciente: el bienestar de la sociedad. 2.
CARACTERÍSTICAS DEL CAPITALISMO
A lo largo de su historia, pero sobre todo durante su auge en la segunda mitad del siglo XIX, el capitalismo tuvo una serie de características básicas: I. En primer lugar, los medios de producción —tierra y capital— son de propiedad privada. En este contexto el capital se refiere a los edificios, la maquinaria y otras herramientas utilizadas para producir bienes y servicios destinados al consumo. II. En segundo lugar, la actividad económica aparece organizada y coordinada por la interacción entre compradores y vendedores (o productores) que se produce en los mercados.
III. En tercer lugar, tanto los propietarios de la tierra y el capital como los trabajadores, son libres y buscan maximizar su bienestar, por lo que intentan sacar el mayor partido posible de sus recursos y del trabajo que utilizan para producir; los consumidores pueden gastar como y cuando quieran sus ingresos para obtener la mayor satisfacción posible. Este principio, que se denomina soberanía del consumidor, refleja que, en un sistema capitalista, los productores se verán obligados, debido a la competencia, a utilizar sus recursos de forma que puedan satisfacer la demanda de los consumidores; el interés personal y la búsqueda de beneficios les lleva a seguir esta estrategia. IV. En cuarto lugar, bajo el sistema capitalista el control del sector privado por parte del sector público debe ser mínimo; se considera que si existe competencia, la actividad económica se controlará a sí misma; la actividad del gobierno sólo es necesaria para gestionar la defensa nacional, hacer respetar la propiedad privada y garantizar el cumplimiento de los contratos. Esta visión decimonónica del papel del Estado en el sistema capitalista ha cambiado mucho durante el siglo XX. 1.
ORIGINES
Tanto los mercaderes como el comercio existen desde que existe la civilización, pero el capitalismo como sistema económico no apareció hasta el siglo XIII en Europa sustituyendo al feudalismo. Según Adam Smith, los seres humanos siempre han tenido una fuerte tendencia a "realizar trueques, cambios e intercambios de unas cosas por otras". Este impulso natural hacia el comercio y el intercambio fue acentuado y fomentado por las Cruzadas que se organizaron en Europa occidental desde el siglo XI hasta el siglo XIII. Las grandes travesías y expediciones de los siglos XV y XVI reforzaron estas tendencias y fomentaron el comercio, sobre todo tras el descubrimiento del Nuevo Mundo y la entrada en Europa de ingentes cantidades de metales preciosos provenientes de aquellas tierras. El orden económico resultante de estos acontecimientos fue un sistema en el que predominaba lo comercial o mercantil, es decir, cuyo objetivo principal consistía en intercambiar bienes y no en producirlos. La importancia de la producción no se hizo patente hasta la Revolución industrial que tuvo lugar en el siglo XIX.
Sin embargo, ya antes del inicio de la industrialización (1750) había aparecido una de las figuras más características del capitalismo, el empresario, que es, según Schumpeter, el individuo que asume riesgos económicos. Un elemento clave del capitalismo es la iniciación de una actividad con el fin de obtener beneficios en el futuro; puesto que éste es desconocido, tanto la posibilidad de obtener ganancias como el riesgo de incurrir en pérdidas son dos resultados posibles, por lo que el papel del empresario consiste en asumir el riesgo de tener pérdidas. El empresario proporcionaba las materias primas a los obreros, que con sus herramientas y métodos artesanales trabajaban , luego lo entregaban al empresario, el cual lo vendía con utilidad.(industria doméstica) . En el curso del siglo XVIII se generalizó la manufactura: el proceso de producción quedó concentrao en una sala detrabajo donde se reunían los obreros. Cada uno seguía trabajando con métodos artesanales, pero era un obrero que recibía un salario fijo por su trabajo. El edificio, los instrumentos de trabajo y las materias primas constituían el capital que era propiedad del empresario capitalista. A raíz de la revolución industrial el trabajo manual fue reemplazado por la máquina: nació la fábrica moderna. El camino hacia el capitalismo a partir del siglo XIII fue allanado gracias a la filosofía del renacimiento y de la Reforma. Estos movimientos cambiaron de forma drástica la sociedad, facilitando la aparición de los modernos Estados nacionales que proporcionaron las condiciones necesarias para el crecimiento y desarrollo del capitalismo. Este crecimiento fue posible gracias a la acumulación del excedente económico que generaba el empresario privado y a la reinversión de este excedente para generar mayor crecimiento. 2.
MERCANTILISMO
Desde el siglo XV hasta el siglo XVIII, cuando aparecieron los modernos Estados nacionales, el capitalismo no sólo tenía una faceta comercial, sino que también dio lugar a una nueva forma de comerciar, denominada mercantilismo. Esta línea de pensamiento económico, este nuevo capitalismo, alcanzó su máximo desarrollo en Inglaterra y Francia. El sistema mercantilista se basaba en la propiedad privada y en la utilización de los mercados como forma de organizar la actividad económica. A diferencia del capitalismo de Adam Smith, el objetivo fundamental del mercantilismo consistía en maximizar el interés del Estado soberano, y no el de los propietarios de los recursos económicos fortaleciendo así la estructura del naciente Estado nacional. Con este fin, el gobierno ejercía un control de la producción, del comercio y del consumo. La principal característica del mercantilismo era la preocupación por acumular riqueza nacional, materializándose ésta en las reservas de oro y plata que tuviera un Estado. Dado que los países no tenían grandes reservas naturales de estos metales preciosos, la única forma de acumularlos era a través del comercio. Esto suponía favorecer una balanza comercial positiva o, lo que es lo mismo, que las exportaciones superaran en volumen y valor a las importaciones, ya que los pagos internacionales se realizaban con oro y plata. Los Estados mercantilistas intentaban mantener salarios bajos para desincentivar las importaciones, fomentar las exportaciones y aumentar la entrada de oro. Más tarde, algunos teóricos de la economía como David Hume comprendieron que la riqueza de una nación no se asentaba en la cantidad de metales preciosos que tuviese almacenada, sino en su capacidad productiva. Se dieron cuenta que la entrada de oro y plata elevaría el nivel de actividad económica, lo que permitiría a los Estados aumentar su recaudación impositiva, pero también supondría un aumento del dinero en circulación, y por tanto mayor inflación, lo que reduciría su capacidad exportadora y haría más baratas las importaciones por lo que, al final del
proceso, saldrían metales preciosos del país. Sin embargo, pocos gobiernos mercantilistas comprendieron la importancia de este mecanismo.
5.
INICIOS DEL CAPITALISMO MODERNO
Dos acontecimientos propiciaron la aparición del capitalismo moderno; los dos se produjeron durante la segunda mitad del siglo XVIII. El primero fue la aparición en Francia de los fisiócratas desde mediados de este siglo; el segundo fue la publicación de las ideas de Adam Smith sobre la teoría y práctica del mercantilismo. 5.1. Los fisiócratas El término fisiocracia se aplica a una escuela de pensamiento económico que sugería que en economía existía un orden natural que no requiere la intervención del Estado para mejorar las condiciones de vida de las personas. La figura más destacada de la fisiocracia fue el economista francés François Quesnay, que definió los principios básicos de esta escuela de pensamiento en Tableau économique (Cuadro económico, 1758), un diagrama en el que explicaba los flujos de dinero y de bienes que constituyen el núcleo básico de una economía. Simplificando, los fisiócratas pensaban que estos flujos eran circulares y se retroalimentaban. Sin embargo la idea más importante de los fisiócratas era su división de la sociedad en tres clases: una clase productiva formada por los agricultores, los pescadores y los mineros, que constituían el 50% de la población; la clase propietaria, o clase estéril, formada por los terratenientes, que representaban la cuarta parte, y los artesanos, que constituían el resto. La importancia del Tableau de Quesnay radicaba en su idea de que sólo la clase agrícola era capaz de producir un excedente económico, o producto neto. El Estado podía utilizar este excedente para aumentar el flujo de bienes y de dinero o podía cobrar impuestos para financiar sus gastos. El resto de las actividades, como las manufacturas, eran consideradas estériles porque no creaban riqueza sino que sólo transformaban los productos de la clase productiva. (El confucianismo ortodoxo chino tenía principios parecidos a estas ideas). Este principio fisiocrático era contrario a las ideas mercantilistas. Si la industria no crea riqueza, es inútil que el Estado intente aumentar la riqueza de la sociedad dirigiendo y regulando la actividad económica. 5.2. La doctrina de Adam Smith Las ideas de Adam Smith no sólo fueron un tratado sistemático de economía; fueron un ataque frontal a la doctrina mercantilista. Al igual que los fisiócratas, Smith intentaba demostrar la existencia de un orden económico natural, que funcionaría con más eficacia cuanto menos interviniese el Estado. Sin embargo, a diferencia de aquéllos, Smith no pensaba que la industria no fuera productiva, o que el sector agrícola era el único capaz de crear un excedente económico; por el contrario, consideraba que la división del trabajo y la ampliación de los mercados abrían posibilidades ilimitadas para que la sociedad aumentara su riqueza y su bienestar mediante la producción especializada y el comercio entre las naciones. Así pues, tanto los fisiócratas como Smith ayudaron a extender las ideas de que los poderes económicos de los Estados debían ser reducidos y de que existía un orden natural aplicable a la economía. Sin embargo fue Smith más que los fisiócratas, quien abrió el camino de la industrialización y de la aparición del capitalismo moderno en el siglo XIX.
6.
LA INDUSTRIALIZACIÓN
Las ideas de Smith y de los fisiócratas crearon la base ideológica e intelectual que favoreció el inicio de la Revolución industrial, término que sintetiza las transformaciones económicas y sociales que se produjeron durante el siglo XIX. A finales del siglo XVIII en gran bretaña se inicio un proceso que ha recibido el nombre de Revolución industrial. Tuvo carácter revolucionario en cuanto implicó cambios profundos y radicales y fue industrial en cuanto a los cambios más espectaculares se produjeron primero en la industria. Mas esta revolución no consistió en un acto único, sino que ha sido un proceso continuado que se ha prolongado hasta hoy en día y que sigue revolucionando nuestras formas de vida. Y este proceso no quedó limitado a la industria, sino que afectó la vida entera, las condiciones económicas y las instituciones políticas, las
estructuras sociales y las formas literarias y artísticas, la vida de la familia, los hábitos y las costumbres. La característica fundamental del proceso de industrialización fue la introducción de la mecánica y de las máquinas de vapor para reemplazar la tracción animal y humana en la producción de bienes y servicios; esta mecanización del proceso productivo supuso una serie de cambios fundamentales: el proceso de producción se fue especializando y concentrando en grandes centros denominados fábricas, ahora una empresa contaba con distintas fases de producción; los artesanos y las pequeñas tiendas del siglo XVIII no desaparecieron pero fueron relegados como actividades marginales; surgió una nueva clase trabajadora que no era propietaria de los medios de producción por lo que ofrecían trabajo a cambio de un salario monetario; la aplicación de máquinas de vapor al proceso productivo provocó un espectacular aumento de la producción con menos costo. La consecuencia última fue el aumento del nivel de vida en todos los países en los que se produjo este proceso a lo largo del siglo XIX. Que sumado a los avances de la medicina permitó una revolución demográfica que se prolongaría hasta la fecha, provocándose a raíz de la industrialización el crecimiento de los centros urbanos e industriales. Las grandes industrias necesitaron de un capital cada vez mayor. En los comienzos de la revolución industrial los mismos inventores y empresarios pudieron capitalizar a medida que fueron ampliando sus empresas. Surgieron fuertes personajes que crearon verdaderos imperios industriales como los Armstrong y los Vickers en Inglaterra, los Schneider y los Creusot en Francia, los Krupp y los Siemens en Alemania, los Morgan, Rockefeller y ford en Estados Unidos (capitalistas). Con el tiempo las necesidades de capital llegaron a ser tan grandes que ya ningún particular estuvo en condiciones de aportar todo el dinero necesario. Por eso se generalizó cada vez más la Sociedad Anónima o sociedad por acciones. Las acciones se transan en la Bolsa donde su valor sube o baja dependiendo de la situación de la empresa. Las utilidades son divididas en forma de dividendos a los accionistas. Los bancos adquirieron importancia fundamental ya que no sólo se encargaban de las complicadas transacciones financieras, sino que también concedían los créditos necesarios para el desarrollo de las empresas. Todas estas nuevas formas y prácticas en su conjunto constituyeron la economía capitalista que ahora entró en la etapa de su máximo desarrollo. Al capitalismo comercial y financiero que se había formado a fines de la edad media se agregó ahora el capitalismo industrial que aprovechando las extraordinarias oportunidades que ofrecían la ciencia y la tecnología, provocó un gigantesco crecimiento económico. Este proceso fue encabezado por los grandes países industriales como Inglaterra, Francia, Estados Unidos y Alemania. Pero también países pequeños como Suecia y Suiza que se especializaron en ciertos productos de gran calidad, pudiendo desarrollar poderosas industrias capaces de competir en los mercados internacionales. En el siglo XX surge Japón como un nuevo gigante industrial. El desarrollo del capitalismo industrial tuvo importantes costes sociales. La nobleza que ya había perdido su poder político en tiempos del absolutismo, perdió ahora su poder económico, como clase social más importante surgió la burguesía que era dueña de las fábricas, minas, los medios de transporte, de los sitios urbanos y del capital financiero. Las clases medias sufrieron una profunda modificación en vista de que los artesanos y pequeños comerciantes disminuyeron considerablemente, pero en cambio surgieron como un nuevo grupo social los empleados públicos y privados que se convirtieron en en un elemento particularmente significativo de la sociedad moderna. A raíz de la industrialización se formó la clase obrera urbana a la cual se dio en su tiempo el nombre de proletariado. MOVIMIENTO SOCIAL Y DOCTRINAS SOCIALES
Las ideas de Smith sirvieron de base al liberalismo económico que fue acogido con entusiasmo por los empresarios y que durante todo el siglo XIX determinó en amplia medida la política de los gobiernos. El impresionante desarrollo de la economía, los espectaculares progresos de la técnica y el creciente bienestar material parecían confirmar la verdad de las teorías de Smith. Sin embargo, no todos los sectores de la población se vieron beneficiados por el progreso económico. Los centros urbanos e industriales crecieron tan rapidamente que no se pudieron adaptar oportunamente a las nuevas condiciones. Se formaron barrios obreos en los que faltaban las condiciones higiénicas, vivían en conventillos miserables con estilos de vida indignos .Las inhumanas condiciones de trabajo de la clase trabajadora. La explotación infantil, las jornadas laborales de 16 y 18 horas, y la insalubridad y peligrosidad de las fábricas eran circunstancias comunes. A raíz de la explosión demográfica y de la gran afluencia del campo a la ciudad había mucha gente que buscaba trabajo. Como consecuencia de la oferta de obra de mano, los salarios bajaron de tal manera que una familia se podía mantener si trabajaban también la mujer y los niños. Pero ello hizo aumentar a su vez la mano de obra. Los bajos salarios y el temor a la cesantía eran motivos de diaria preocupación. No existían derechos laborales. Como el obrero carecía de medios para defender individualmente sus intereses, los obreros de una fábrica o de una rama de la producción empezaron a unirse y a luchar conjuntamente por obtener mejores salarios y mejores condiciones de trabajo. Las primeras asociaciones de obreros fueron las Trade Unions que se formaron en Inglaterra. Luego también se formaron en otros países los sindicatos obreros. Por medio de negociaciones con las empresas, los sindicatos pudieron obtener condiciones más favorables. Pero no siempre se llegaba a acuerdo entre las dos partes y a menudo se produjeron fuertes y prolongados conflictos. El medio más importante empleado por los sindicatos para ejercer presión fue la huelga. Estas condiciones llevaron a que surgieran numerosos críticos del sistema que defendían distintos sistemas de propiedad comunitaria o socializado; son los llamados socialistas utópicos. En búsqueda de mejoras laborales nacieron nuevas ideas, como el fabricante textil inglés Roberto Owen, quien fue el primero en preocuparse de sus obreros: les construyó casas, cooperativas de consumo rebajado, reformas sociales como prohibir el trabajo a menores de 10 años y redujo el horario a 10 hrs. laborales diarias, escuelas y previsión a los ancianos, siendo esto una novedad de la época, siguiendo este ejemplo Krupp, en Alemania. Las iglesias cristianas hicieron un llamado a la conciencia y exigieron que se hicieran reformas sociales basadas en el mandamiento del amor al prójimo. Las congregaciones organizaron hospitales, escuelas y asilos. El Papa León XIII expuso en la Encíclica Rerum Novarum ( de las cosas nuevas) en 1891 el pensamiento social de la iglesia señalando que el derecho de la propiedad privada implicaba una responsabilidad social y que obreros y empresarios juntos forman parte de una sociedad que se debe regir por un orden justo, garantizado por el Estado que representa el bien común. En oposición a los esfuerzos por resolver el problema social mediante reformas y un gradual perfeccionamiento de las condiciones existentes surgieron también tendencias e ideas radicales que predicaban la revolución violenta y la transformación total de la sociedad. Sin embargo, el primero en desarrollar una teoría coherente fue Karl Marx, que pasó la mayor parte de su vida en Inglaterra, país precursor del proceso de industrialización. Carlos Marx, ayudado de su amigo Federico Engels, desarolló una nueva concepción de la historia y la sociedad que, pretendiendo ser una doctrina científica de los procesos económicos y sociales, prometía dar una solución completa a los problemas de la moderna sociedad industrial. Expuso su visión por primera vez en el Manifiesto Comunista (1848) y la desarrolló ampliamente en su obra principal Das Kapital (El capital, 3 volúmenes, 1867-1894). La obra de Marx, base intelectual de los sistemas comunistas que predominaron en la antigua Unión Soviética, atacaba el principio fundamental del capitalismo: la propiedad privada de los medios de producción. Marx pensaba
que la tierra y el capital debían pertenecer a la comunidad y que los productos del sistema debían distribuirse en función de las distintas necesidades. Según Marx la historia universal está determinada por la lucha de clases. En cada época gobierna la clase que está en posesión de los medios de producción y que se vale de su poder político y económico para explotar a la clase dominada. Las condiciones económicas constituyen la base, la infraestructura, sobre la cual se eleva la supraestructura, formada por las creencias, ideologías, leyes, costumbres e instituciones que convienen a la clase dominante. La clase dominante y explotadora es siempre conservadora, ya que desea mantener la situación existente para poder mantenerse en el poder. La clase dominada representa el progreso, ya que, para salir de su postración debe cambiar la historia Con el capitalismo aparecieron los ciclos económicos: periodos de expansión y prosperidad seguidos de recesiones y depresiones económicas que se caracterizan por la discriminación de la actividad productiva y el aumento del desempleo. Los economistas clásicos que siguieron las ideas de Adam Smith no podían explicar estos altibajos de la actividad económica y consideraban que era el precio inevitable que había que pagar por el progreso que permitía el desarrollo capitalista. Las críticas marxistas y las frecuentes depresiones económicas que se sucedían en los principales países capitalistas ayudaron a la creación de movimientos sindicales que luchaban para lograr aumentos salariales, disminución de la jornada laboral y mejores condiciones laborales. A finales del siglo XIX, sobre todo en Estados Unidos, empezaron a aparecer grandes corporaciones de responsabilidad limitada que tenían un enorme poder financiero. La tendencia hacia el control corporativo del proceso productivo llevó a la creación de acuerdos entre empresas, monopolios o trusts que permitían el control de toda una industria. Las restricciones al comercio que suponían estas asociaciones entre grandes corporaciones provocó la aparición, por primera vez en Estados Unidos, y más tarde en todos los demás países capitalistas, de una legislación antitrusts, que intentaba impedir la formación de trusts que formalizaran monopolios e impidieran la competencia en las industrias y en el comercio. Las leyes antitrusts no consiguieron restablecer la competencia perfecta caracterizada por muchos pequeños productores con la que soñaba Adam Smith, pero impidió la creación de grandes monopolios que limitaran el libre comercio. A pesar de estas dificultades iniciales, el capitalismo siguió creciendo y prosperando casi sin restricciones a lo largo del siglo XIX. Logró hacerlo así porque demostró una enorme capacidad para crear riqueza y para mejorar el nivel de vida de casi toda la población. A finales del siglo XIX, el capitalismo era el principal sistema socioeconómico mundial.