Tema 3 Paleolítico inferior (I): El Paleolítico inferior arcaico y los primeros poblamientos peninsulares Eduardo García Sánchez 1. El Paleolítico inferior: Problemas, límites cronológicos y subdivisión interna En términos clásicos el Paleolítico se define por la presencia de instrumental tallado en piedra y la ausencia de objetos cerámicos y de metal. El término contiene, por tanto, dos acepciones complementarias: una de orden cronológico y otra de índole técnico-cultural, relacionada con la cultura material. La clásica división tripartita del Paleolítico (inferior, medio y superior) alude a un ritmo de evolución tecnológica, tradicionalmente interpretada como reflejo de cambios en el comportamiento del ser humano, así como del aumento progresivo de su capacidad intelectual. Puesto que en pocas ocasiones puede establecerse una relación directa entre especie de Homo y tecnología, se ha señalado la necesidad de redefinir las fases del Paleolítico atendiendo a criterios paleoeconómicos, si bien esta opción no plantea menos problemas. De este modo, las viejas divisiones crono-culturales de la Prehistoria aún se mantienen vigentes, pues proporcionan los elementos necesarios para facilitar su estudio y comprensión, aún a sabiendas de que se trata de compartimentaciones convencionales en las que resulta prácticamente imposible establecer límites inferiores y superiores para cada una de ellas. El fin último de la Prehistoria es el conocimiento de los cambios de comportamiento experimentados por el ser humano y estos forman un todo constante que cobra su auténtica dimensión en una continuidad cronológica muy dilatada. 1. 1. Problemática del estudio del Paleolítico inferior “Paleolítico inferior” es en sí mismo un término poco concreto, utilizado habitualmente para designar contextos arqueológicos con conjuntos líticos diversos. Esta subdivisión es muy amplia, pues comprende aproximadamente el 96% de la Historia de la Humanidad. Así, la terminología resulta difusa e insatisfactoria: el vasto segmento de tiempo que abarca incluye una amplia variabilidad (diferentes especies humanas, tecnologías y comportamientos) todavía poco conocida. El término adquiere cierto valor para la investigación y el estudio al facilitar la organización de los datos y proporcionar un contexto que permita determinar la existencia de pautas de cambio a largo plazo en las esferas de conducta y tecnológica (figura 3.1). < aquí figura 3.1.tif> < Figura 3.1. Contexto crono-cultural y subdivisión del Paleolítico.> Una de las cuestiones que ha dificultado el establecimiento de límites claros y una subdivisión interna del Paleolítico inferior en unidades 1
menores ha sido la suposición tradicional de que constituía un periodo monolítico, en el que se produjeron cambios lentos, cuando no inexistentes, en tecnología y conducta. Este pretendido estatismo del Paleolítico inferior es una imagen irreal, derivada del sesgo establecido por la conservación diferencial de vestigios. El registro arqueológico es de naturaleza selectiva y tanto el volumen como la calidad del mismo presentan una relación inversamente proporcional al tiempo transcurrido desde su deposición. En el caso del Paleolítico inferior, cada yacimiento constituye un documento único: la distribución cronológica y geográfica de los mismos es muy discontinua; las dataciones de muchos se basan en ambiguos métodos relativos; son escasos los que se han conservado en posición primaria. También son pocos los casos que ofrecen información que permita deducir la función que pudieran haber desempeñado dentro de los modos de vida o reconstruir el medioambiente que les rodeaba. Los conjuntos líticos (esto es, los repertorios de herramientas fabricadas en piedra y la base fundamental de nuestro conocimiento del Paleolítico inferior), por añadidura, no son estudiados por los diferentes equipos investigadores de forma que los resultados sean plenamente homologables a la hora de establecer comparaciones entre yacimientos 1. 2. Límites Cronológicos del Paleolítico inferior El Paleolítico inferior comienza con los primeros vestigios de tecnología y economía. Esto es, con los indicios más remotos de industrias líticas y modificación intencional de huesos. En África el inicio de la fabricación de instrumentos líticos se data en torno a 2,6-2,5 Ma BP (millones de años antes del presente), siendo más reciente el comienzo del Paleolítico inferior en Europa (figura 3.1). En la Península Ibérica, los datos más antiguos que atestiguan presencia humana se remontan al intervalo 1,5-1,25 Ma BP, cronología de Fuente Nueva-3 y Barranco León-5 (Granada) y los niveles inferiores de Atapuerca Sima del Elefante (Burgos). Si bien establecer el límite inferior del periodo resulta relativamente fácil, no ocurre lo mismo en cuanto a su frontera superior o final. Recientemente se ha recuperado un antiguo concepto, según el cual Paleolítico inferior y medio constituyen dos estadios dentro de una etapa de transformación tecnológica muy lenta, denominada Paleolítico antiguo. Esta tendencia considera que los auténticos cambios técnicos se detectan en el empleo habitual de la talla laminar, generalizada en las industrias del Paleolítico superior, y en la relativa rapidez de los cambios apreciados en este último periodo. Otros autores consideran que los avances técnicos que definen el Paleolítico medio tienen su origen en el inferior, en la fabricación de bifaces. No obstante, desde un punto de vista tecnológico es posible individualizar el Paleolítico inferior del medio, aunque no pueda establecerse una ruptura clara entre ambos, pues las características específicas del segundo empiezan a cobrar forma en el primero. El final del Paleolítico inferior y el inicio del Paleolítico medio estarían marcados, cuando menos en Europa, por el desarrollo y la dispersión amplia de industrias líticas con elaboración estandarizada de lascas (la conocida talla Levallois) y por la generalización de los conjuntos 2
dominados por lascas retocadas, características del Paleolítico medio. Estas innovaciones son propuestas como indicadores de un cambio de comportamiento. Así, el final del Paleolítico inferior se sitúa en el último tramo del Pleistoceno medio, en torno a 300.000-250.000 BP (años antes del presente), durante la fase isotópica (OIS) 8. Esta oscilación climática corresponderían, grosso modo, con el desarrollo del periodo Riss III, según la clásica secuencia glaciar alpina (figura 1.1). De todas formas, existen posturas más conservadoras que, aún reconociendo que las características tecnológicas del Paleolítico medio tienen sus inicios en un momento avanzado del Paleolítico inferior, toman como final de éste un límite arbitrario. Concretamente el episodio paleomagnético Blake, datado hacia 128.000-127.000 BP. Esta fecha coincide aproximadamente con el tránsito OIS 6/OIS 5, que viene a coincidir con los inicios del periodo templado Eemiense o Interglaciar Riss/Würm. Esta cronología y fase climática son las utilizadas como marcadores convencionales del cambio Pleistoceno medio/Pleistoceno superior, correspondiendo aproximadamente con la datación de los primeros fósiles europeos clasificados como neandertales plenos o clásicos. 1. 3. Subdivisiones internas del Paleolítico inferior La escasez de buenas estratigrafías y un registro dominado por restos hallados en superficie o en condiciones muy alteradas obligó a que gran parte de la caracterización y definición del Paleolítico inferior europeo se asentara en descripciones de conjuntos líticos (esto es, de colecciones de herramientas fabricadas en piedra). Por otra parte, la secuencia cronológica del periodo ha dependido de su relación con las terrazas fluviales donde se localiza buena parte del registro que lo documenta. Estos condicionantes han contribuido a dificultar el establecimiento de una estructura interna para el Paleolítico inferior. Hasta tiempos recientes, prácticamente no se había avanzado más allá de una supuesta evolución general del proceso de estandarización de bifaces. Esta estructuración hoy día es cuestionada, como se expondrá más adelante (ver Tema 4). Atendiendo a los tipos de industrias líticas, se ha subdividido en dos grandes fases, con la intención de diferenciar aquellos complejos líticos aparentemente más arcaicos de otros que se consideran más avanzados. En el primero de ellos se han situado las industrias de “cantos trabajados”, también conocidas como Pebble Culture, que a grandes rasgos se caracterizan por la abundancia de choppers, chopping tools, poliedros y discordes discoides (figura 3.2), así como por la ausencia de bifaces. Estas industrias se datan en África entre 2,6-2,5 y 1,6 Ma BP, mientras que en Europa se sitúan, aparentemente con una interrupción intermedia, entre 1,5-1,25 Ma y poco más de 780.000 BP.
< Figura 3.2. Algunos elementos característicos de los conjuntos líticos arcaicos, tradicionalmente denominados Olduvaiense, correspondientes al Modo Tecnológico 1. 1, 6: choppers; 2-3: chopping-tools; 4-5-: poliedros.>
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Tras estas industrias de apariencia arcaica, después de un vacío arqueológico, en Europa se documenta otro complejo lítico. Definido por la presencia de bifaces y un utillaje técnicamente más elaborado (figura 3.3), aparece en el registro europeo desde aproximadamente 600.000 BP. No obstante, en estos conjuntos persisten elementos propios de las industrias de “cantos trabajados” en porcentaje variable. Siguiendo este sencillo esquema y simplificando el complejo estado actual de la investigación, hoy día cabe destacar dos grandes complejos tecnológicos, que aparentemente individualizan dos épocas: el Paleolítico inferior arcaico –“cantos trabajados”- y el Paleolítico inferior clásico o Achelense. Esta clasificación simplifica la realidad, a fin de comprender mejor las diferencias substanciales. Eso si, teniendo en cuenta que, en apariencia, ambas tecnologías se desarrollaron paralelamente en diferentes regiones del Viejo Mundo, al menos durante algún tiempo, y que las primeras manifestaciones de industrias con bifaces cuentan con sustanciales porcentajes de elementos propios de los conjuntos de “cantos trabajados”. 1.3.1. Paleolítico inferior arcaico Como Paleolítico inferior arcaico se agrupan los conjuntos de “cantos trabajados”, que vienen definiéndose por la ausencia de auténticos bifaces. También por que en estos repertorios de herramientas no existe una diferencia clara entre el núcleo como materia prima y como producto de uso. La talla se realiza sobre cantos rodados, tallados por medio de sistemas de percusión bastante elementales. Se delimitan así filos, puntas y escotaduras. Los tipos más característicos son los cantos con talla por una cara (choppers) y con talla por dos caras (chopping-tools), constituyendo el grueso del utillaje lascas de filos cortantes sin modificación o retoque de los mismos (figura 3.2). Tradicionalmente se han equiparado los conjuntos de este tipo que aparecen en Europa con el Olduvaiense africano, aunque esta terminología tan rígida comienza a abandonarse. Se tiende, por tanto, a utilizar nomenclaturas que eviten las generalizaciones y señalen las diferencias regionales (ver cuadro de texto 3.1). Sin embargo, conviene señalar la ambigüedad que rodea las industrias asimilables a las de “cantos trabajados” o poco elaboradas. Sobre todo en el caso de aquellos ejemplos recogidos en superficie o procedentes de contextos secundarios, objeto de una larga controversia que se remonta hasta los primeros pasos de la Prehistoria como ciencia. Las dudas que plantean no sólo derivan de un origen natural más que plausible en muchas ocasiones. También de que su fabricación y uso no se limitan al Paleolítico inferior, prolongándose en el tiempo. 1.3.2. Paleolítico inferior clásico 4
Bajo la denominación Paleolítico inferior clásico se engloban conjuntos líticos mejor representados en número y con una mayor variabilidad tecnológica y tipológica que los atribuidos al Paleolítico inferior arcaico. No está claro hasta qué punto el Paleolítico inferior clásico supone una substitución del arcaico, pues los tipos realizados en cantos rodados continúan estando representados en mayor o menor medida en el clásico. En todo caso, de producirse un reemplazo entre un tipo de conjuntos y otros, éste no es brusco ni contemporáneo en todas partes. No lo es en África, donde tienen su origen las primeras industrias achelenses, pero tampoco en aquellas zonas de Asia donde se documenta el Achelense. En definitiva, no es posible establecer un límite nítido entre uno y otro. El Abbevilliense, definido a partir de bifaces toscos e irregulares con base cortical (esto es, que mantienen parte de la capa superficial erosionada de los nódulos o cantos rodados utilizados como materia prima), se propuso tradicionalmente como paso previo al Achelense en Europa. Sin embargo, su validez como variedad arcaica del Achelense es desestimada y el término suele reservarse para algunos conjuntos de las terrazas bajas del Río Somme, en Francia noroccidental. Desde la sistematización del Paleolítico inferior establecida por Henri Breuil, es habitual subdividir el Paleolítico inferior clásico en dos grandes grupos, atendiendo a la presencia o ausencia de bifaces en los conjuntos líticos recuperados. Las industrias con bifaces se agrupan bajo el término Achelense. Definido en tiempos muy tempranos de la investigación a partir del registro de las terrazas del río Somme, el Achelense de la Europa occidental y mediterránea se caracteriza por un porcentaje relativamente alto de útiles en núcleo –bifaces, triedros, hendedores- (figura 3.3). También por la mayor abundancia de formas retocadas (tales como raederas y raspadores), casi ausentes en los conjuntos del Paleolítico inferior arcaico, y por una frecuencia alta de lascas utilizadas sin retocar. Las secuencias tradicionales del Achelense se elaboraron siguiendo criterios de corte evolucionista unilineal. De ahí que se establecieran teniendo en cuenta el grado de estandarización morfológica y técnica de los bifaces. Breuil definió en 1932 siete subdivisiones cronológicas, esquema simplificado a cuatro por François Bordes (ver Tema 4). Sin embargo, es necesario destacar que este esquema, elaborado a partir de una parte del registro francés, no puede aplicarse de forma universal a todo el Achelense europeo. Tal como ha destacado Manuel Santonja en diferentes trabajos, el mejor conocimiento del Achelense en la Península Ibérica ha determinado que no puede apreciarse una auténtica evolución morfológica de los bifaces. La forma y el grado de estandarización de los mismos estarían en buena medida predeterminados por las características de las materias primas utilizadas, con independencia de su cronología. Aquellos más simétricos y aparentemente más perfectos son los realizados en sílex y cuarcitas de buena calidad, siendo más toscos los tallados en materiales que ofrecen peor calidad de fractura o talla, como las cuarcitas de grano grueso. 5
Como industrias sin bifaces se agrupan aquellos conjuntos carentes de bifaces o con presencia residual de los mismos. Tampoco son habituales los hendedores, aunque el resto de elementos retocados coincide, a grandes rasgos, con los propios de las industrias con bifaces. Entre ellos los más conocidos son los denominados Clactoniense y Tayaciense. Todos ellos plantean dudas sobre su significado real y su relación con aquellas colecciones definidas como achelenses. Breuil propuso que pudieran ser resultado de una diferenciación funcional. Más concretamente, que el Clactoniense representaría una respuesta tecnológica a los requerimientos del medioambiente no forestal, predominante en buena parte de la Europa continental y atlántica durante las fases cálidas del Pleistoceno medio. Otros planteamientos, también con el Clactoniense como protagonista, señalan que estos conjuntos pudieran representar una fase preliminar de las secuencias de fabricación de bifaces. Las posibilidades que ofrecen las materias primas predominantes en cada región parecen haber sido importantes en la génesis de los repertorios de instrumentos líticos, pudiendo explicarse la ausencia de bifaces en función de la disposición de nódulos de tamaño apropiados para su configuración o talla. En definitiva, la tecnología de los grupos humanos sin duda se adaptó a los condicionantes del medioambiente. En especial a las características de las materias primas predominantes en el entorno de cada yacimiento. Por otra parte, la función de los asentamientos también pudo influir en la fabricación o no de bifaces. El problema es que no conocemos suficientes yacimientos con buenos contextos sedimentarios y registros de fauna asociados, que permitan establecer relaciones entre industrias líticas y actividades económicas. Debe recordarse que buena parte de nuestro conocimiento del Paleolítico inferior europeo, incluyendo el peninsular, se basa en conjuntos líticos hallados en superficie y en posición secundaria. Esta circunstancia dificulta tanto establecer una correcta secuencia cronológica como deducir la función de los instrumentos líticos. Otro factor a tener en cuenta es el sesgo de conservación de los vestigios correspondientes al Paleolítico inferior. Algunos análisis traceológicos (el estudio de las huellas de uso, esto es, las alteraciones que se forman en los filos del instrumental al ser utilizado de forma reiterada) aplicados a objetos líticos, han determinado la importancia que tuvo la manipulación de materias vegetales, siendo posible que fueran empleados en la fabricación de instrumental de madera. Son pocos los contextos sedimentarios que permiten la conservación de restos orgánicos, pero conocemos algunos ejemplos excepcionales de lanzas (figura 3.4) y tablones de madera en yacimientos correspondientes al Paleolítico inferior clásico, como Schöningen (Alemania) y Gesher Benot Ya’aqov (Israel). Aunque se trata de un registro excepcional, permiten entrever un repertorio de herramientas considerablemente más rico y complejo que la imagen aportada por los conjuntos líticos. En el Paleolítico inferior peninsular se suele mencionar la existencia de algunos fragmentos de madera, con apariencia de haber sido modificados intencionalmente. Se localizaron en el yacimiento achelense de Ambrona (Soria). Aunque se ha sugerido que pudieron funcionar como lanzas o estacas afiladas 6
colocadas como trampas, realmente no ha podido determinarse su posible función. Por otra parte, existen algunos problemas a la hora de aceptar la correspondencia de estos elementos con el registro arqueológico y paleontológico de este yacimiento. 2. El pPrimer pPoblamiento dDe lLa Península Ibérica A la hora de abordar el primer poblamiento de la Península Ibérica es ineludible contextualizar el proceso en el marco europeo, en el que se integra, puesto que no se entendería de forma aislada. Más aún, el proceso de colonización humana de Europa forma parte de un fenómeno más amplio: también implica las primeras migraciones de homínidos desde África hacia Asia. No en vano, Europa se configura como un apéndice peninsular, casi podría decirse que marginal desde el punto de vista geográfico, de un vasto continente. El mismo es denominado Eurasia. En cualquier caso, la determinación del momento en que se produjo el primer poblamiento de Europa es un tema de permanente actualidad, además de controvertido. Desde que se reconoce sin sombra de duda razonable que el género humano tuvo su origen en África oriental, identificar el momento y las causas de las primeras migraciones de homínidos hacia Eurasia ha sido un tema de investigación recurrente, ofreciendo la Península Ibérica datos arqueológicos y paleontológicos indispensables para estudiar y comprender el proceso. 2.1. El primer poblamiento de Europa: Los debates actuales Durante los años 70 y 80 del Siglo XX tuvo cierto peso entre algunos especialistas la creencia de que los primeros vestigios de presencia humana en Europa se remontaban a fechas situadas entre 2 y 1,5 Ma BP. Es la Hipótesis de las Cronologías Antiguas, defendida por investigadores como Karel Valoch o Eugène Bonifay. Algunos conjuntos líticos de “cantos trabajados” descubiertos en lugares como el Macizo Central francés, las terrazas fluviales del curso medio y bajo del Guadalquivir, el litoral Atlántico andaluz (como El Aculadero, en la provincia de Cádiz, y Playa de El Rompido, en Huelva) o las terrazas marinas del centro y sur de Portugal, se dataron a finales del Plioceno y diferentes momentos del Pleistoceno inferior. Los argumentos para defender estas cronologías básicamente fueron dos. En primer lugar las comparaciones tipológicas con el registro africano, datado desde finales de la década de 1960 por medios radiométricos (concretamente, los isótopos de Potasio/Argón de las rocas volcánicas). 7
De forma implícita se aceptaba que si las herramientas arcaicas de Europa eran similares a las de África, entonces debían corresponder a una cronología similar, aunque para las primeras no se dispusieran de dataciones radiométricas. El segundo argumento era la evaluación de la geología de los contextos en que aparecían estos conjuntos, que proporcionaban fechas relativas. No obstante, existió poco espíritu crítico a la hora de analizar si estos conjuntos europeos tuvieron un origen intencional (esto es, fueron fabricados por homínidos) o, por el contrario, estaban fracturados por causas naturales (tensión térmica; acción mecánica de las aguas,…). Asimismo, se puso poco énfasis en determinar si eran contemporáneos a los contextos geológicos donde se documentaban las supuestas herramientas líticas o, por el contrario, éstas pudieron depositarse en fechas posteriores a la configuración geológica de las áreas de aparición. A comienzos de la década de los 90 empezó a cobrar fuerza una visión alternativa, la Hipótesis de las Cronologías Recientes. Abanderada por Clive Gamble, Will Roebroeks y Thijs van Kolfschoten, aglutinó una serie de autores que comenzaron a revisar críticamente los yacimientos y datos supuestamente antiguos. Concluyeron que Europa no tuvo un poblamiento anterior a unos 550.000 BP, coincidiendo con la introducción del Achelense en el continente. También cuestionaron el origen humano de los conjuntos líticos más antiguos, así como el carácter intacto de los contextos sedimentarios con los que se relacionaron. Por añadidura, encontraron problemas en aceptar como correcta la clasificación de todos fósiles identificados como humanos y datados en cronologías anteriores a 550.000 años BP (tabla 1.1). Sólo aceptaron como seguros los restos de Homo heidelbergensis descubiertos en Mauer (Alemania) y Boxgrove (Gran Bretaña), datados en torno a 525.000 BP, que consideraron los restos humanos más antiguos de Europa. Dos buenos ejemplos de los problemas que suscita la atribución de algunos fósiles se localizan en la Península Ibérica (figura 3.5). Uno es la falange de Cueva Victoria (Murcia), que será tratado en un epígrafe posterior de este mismo tema. El segundo caso, más conocido, es el controvertido fragmento craneal procedente del yacimiento granadino de Venta Micena. Fechado en más de 1,5 Ma BP por Josep Gibert y sus colaboradores, inicialmente fue clasificado como humano. Las sucesivas revisiones de este fósil, abordadas por Jordi Agustí y Salvador Moyà-Solà y por Bienvenido Martínez-Navarro, han destacado algunos rasgos anatómicos incompatibles con Homo, señalándose que pudiera corresponder bien a un équido, bien a un bóvido inmaduro. Venta Micena, localizado en la depresión Guadix-Baza, actualmente es considerado un excelente yacimiento paleontológico. Junto a otros localizados en la misma región, permite documentar con gran detalle los cambios de faunas acaecidos en los ecosistemas europeos en la transición Plioceno 8
superior/Pleistoceno inferior (esto es, el cambio de la Era Terciaria a la Cuaternaria). Sin embargo, la mayoría de los especialistas no aceptan la atribución humana de algunos restos óseos localizados en esta localidad. Tampoco el origen intencional de aquellos fragmentos fracturados de caliza, propuestos como ejemplos de industrias líticas arcaicas. Los mismos parecen ser el resultado de acción mecánica. Concretamente, por el arrastre de las aguas y otros procesos que alteraron sus filos y morfologías. En idéntica situación se sitúan los restos líticos de la Playa de El Rompido (Cartaia, Huelva) y los localizados en las terrazas marinas del sur y centro de Portugal. Las fracturas observadas no responden a la intención de fabricar objetos cortantes, como antes se propuso, sino a la actividad de las mareas. En cuanto a la colección de El Aculadero (Puerto de Santa María, Cádiz), el estudio detallado del contexto geológico en que se inserta ha determinado que la cronología de 1 Ma BP inicialmente atribuida era excesiva. Si bien se trata de un auténtico conjunto de instrumental (sin asociación a restos de fauna), su aparente arcaísmo deriva de las características de las materias primas disponibles en la zona. En especial, del reducido tamaño de los nódulos. Por otra parte, la revisión del yacimiento realizada por López Reyes ha identificado algunos elementos propios de la talla Levallois, lo que induce a pensar que se trata de un palimpsesto o revuelto de materiales correspondientes a diferentes fases del Pleistoceno medio avanzado. El planteamiento de la Hipótesis de las Cronologías Recientes contribuyó a dinamizar la investigación centrada en el primer poblamiento de Europa. En especial en los aspectos concernientes al espíritu crítico, con el que los prehistoriadores deben abordar el análisis de determinados conjuntos y contextos. No obstante, el estudio cuidadoso de algunos yacimientos europeos, entre los que destacan los peninsulares, ha desmentido sus conclusiones sobre la cronología de los primeros grupos humanos que habitaron Europa. Hoy día estamos en disposición de afirmar que Europa meridional, en particular la Península Ibérica, contó con población en fechas bastante anteriores al medio millón de años. Otra cuestión diferente es si este poblamiento de Europa fue continuado o, por el contrario, intermitente. 9
2.2. El poblamiento más antiguo de la Península Ibérica Durante los últimos años se han publicado datos consistentes que sitúan los vestigios más antiguos de poblamiento europeo en la Península Ibérica (figura 3.5). Se trata del complejo inferior de Atapuerca Sima del Elefante (Burgos) y los yacimientos de Fuente Nueva-3 y Barranco León-5 (Depresión Guadix-Baza, Granada). El primero es un relleno con una dilatada secuencia, cuyos niveles del Pleistoceno inferior han proporcionado conjuntos líticos, aún pendientes de publicación detallada. Los avances de investigación proporcionados por Antonio Rosas y sus colaboradores indican que tienen un genuino origen antrópico (humano, en términos menos especializados). Por otra parte, a ellos se asocian restos de fauna con marcas de corte realizadas por instrumental lítico. Más detallados son los informes disponibles de los dos yacimientos localizados en Granada. El equipo coordinado por Bienvenido Martínez-Navarro e Ignacio Toro ha presentado dos conjuntos líticos relativamente numerosos, asociados a restos de fauna muy variada, en lo que fue la orilla de un antiguo lago. Tanto el yacimiento burgalés como los granadinos indican que este poblamiento tuvo como escenario un medioambiente más cálido y húmedo que el actual. Aún no se disponen de dataciones radiométricas o paleomagnéticas concluyentes que permitan precisar su cronología. Los datos paleoambientales y bioestratigráficos (ver cuadro *.*), en especial los fósiles de roedores, que se asocian a estos restos arqueológicos coinciden en situar los tres yacimientos entre 1,5 y 1,25 Ma BP. Posiblemente en cronologías que se sitúan en torno a esta última fecha. 2.2.1. La subsistencia de los pobladores peninsulares más antiguos Los informes disponibles para Sima del Elefante, Fuente nueva-3 y Barranco León-5, aún no establecen si el medio de vida de estas primeras comunidades peninsulares estuvo basado en la caza o tuvo una orientación predominantemente carroñera. Los tres yacimientos ofrecen indicios que señalan claramente tanto la intervención de carnívoros como de homínidos sobre los restos de herbívoros, pero aún no se han publicado datos que permitan deducir el orden en que unos y otros accedieron a los cadáveres. Manuel Domínguez-Rodrigo ha llegado a la conclusión de que las primeras comunidades humanas tuvieron un comportamiento primordialmente cazador. Conclusión a la que ha llegado por medio del estudio de los restos de fauna excavados en algunos yacimientos africanos del límite Plioceno superior/Pleistoceno inferior (esto es, que se datan a finales del Terciario y comienzos del Cuaternario), que ha 10
comparado con los despojos abandonados por carnívoros actuales. Según este investigador, las especies de carnívoros de esa época habrían dejado pocos restos alimenticios susceptibles de ser aprovechados por medio de carroñeo. Por tanto, las proteínas de origen animal ingeridas por los homínidos debieron adquirirse por medio de la caza Sin embargo no todos los especialistas están de acuerdo con estas afirmaciones cuando revisan los datos del primer poblamiento humano en Europa. La base de estas opiniones es la atención que se presta a las características físicas de los carnívoros que más abundaron en los ecosistemas de Europa meridional durante las primeras fases del Pleistoceno. Teniendo en cuenta estas morfologías, Antonio Arribas y Paul Palmqvist deducen que los hábitos alimenticios de éstos habrían proporcionado buenas oportunidades para que los homínidos desarrollaran una economía oportunista. Extintos desde finales del Pleistoceno, se trata de un felino machairodonte (con grandes colmillos en forma de cimitarra, aunque habitualmente se suele denominar “felino de dientes de sable”), cuya clasificación científica es Megantereon withei, y de la llamada hiena gigante de hocico corto, clasificada como Pachycrocuta brevirostris. A ellos se sumaría una especie relicta del Plioceno final europeo, menos abundante: un felino de dientes de sable que recibe el nombre científico de Homotherium latidens (figura 3.6). Según Arribas y Palmqvist, el recio aparato masticador y las proporciones de las extremidades de la hiena gigante indican que esta especie tuvo un comportamiento alimenticio basado en el carroñeo secundario de las piezas previamente cazadas y consumidas por los felinos de dientes de sable. Éstos abandonarían importantes porciones de carne, pues la forma de su peculiar dentición, en especial el tamaño de sus colmillos, no les permitiría “rebañar” los esqueletos. Por ello, se centrarían en comer las porciones blandas, sin huesos. Principalmente sus vísceras y los paquetes musculares que las rodean. Ello implica que matarían más biomasa de la que podrían consumir. Al mismo tiempo, también tomando como base su configuración anatómica, Arribas y Palmqvist consideran que la hiena gigante estaba especializada en alimentarse de los nutrientes encerrados en los huesos (fundamentalmente la médula ósea o tuétano). Habría estado, por tanto, poco interesada en las masas musculares no ingeridas por los felinos. Éstas podrían haber sido aprovechadas por los homínidos, que se erigirían así en carroñeros primarios. 2.2.2. Rutas migratorias del poblamiento más antiguo de la Península Ibérica 11
2.2.2.1. Los reemplazos de fauna Sea correcta o no la hipótesis de Arribas y Palmqvist, lo cierto es que tanto el felino de dientes de sable como la hiena gigante forman parte de los reemplazos o cambios de faunas documentados en Europa durante la transición Plioceno final/Pleistoceno inferior (figura 3.7). Denominados por Antonio Azzaroli Episodio Elefante-Caballo y Episodio del Lobo (ver Tema 2 para más detalles), este cambio ecológico estuvo caracterizado por la desaparición de especies adaptadas a los paisajes más arbolados, que abundaban en Europa a finales de la Era Terciaria. Esta extinción estuvo acompañada por la dispersión y aclimatación a Europa de otras especies, con un origen último en el África subsahariana (tales como los carnívoros anteriormente citados y una variante antigua del hipopótamo) y, en menor medida, Asia oriental (tal sería el caso del antepasado de lobo actual o de algunos herbívoros). La penetración en Europa de estos mamíferos se habría visto favorecida por la expansión en Eurasia de ecosistemas similares a los entonces imperantes en el África subsahariana y algunas zonas de Asia. Estos medioambientes herbáceos habrían sido poco propicios para las comunidades de fauna autóctonas de Europa, mejor adaptadas a los medioambientes más forestados, en retroceso desde finales del Terciario. Como parte integrante de esta dispersión de faunas pudo penetrar desde África hacia Europa el ser humano, una vez alcanzado Próximo Oriente y el Cáucaso. Los escasos datos que documentan este poblamiento más antiguo de Europa por el momento aparecen únicamente en la Península Ibérica, pero existen algunas razones para desestimar la posibilidad de que a la misma se accediera desde el Norte de África por medio del cruce del Estrecho de Gibraltar. 2.2.2.2. El Estrecho de Gibraltar En primer lugar, está bien establecido que no existieron puentes terrestres entre una y otra ribera del Mediterráneo desde la denominada “crisis Mesiniense”, datada hace 5 Ma BP. Los diferentes episodios de descenso marino documentados desde entonces no llegaron a eliminar esta barrera marítima, que continuaría siendo muy profunda. Aunque un nivel del mar más bajo configuraría el Estrecho de Gibraltar como una 12
serie de canales con islas intermedias (figura 3.8), el angostamiento del mismo daría lugar a unas corrientes marinas entre el Mediterráneo y el Atlántico más fuertes que las actuales, como consecuencia de la mecánica de fluidos (la aceleración de los volúmenes de agua en aquellas áreas de menor anchura), y de las diferencias más acusadas de salinidad entre una y otra masa acuáticas. Aun reducido en su anchura y con islas intermedias, el tránsito del Estrecho de Gibraltar exigiría el empleo de alguna tecnología de navegación, por básica que esta fuera. Actualmente no tenemos indicios de su existencia con anterioridad a finales del Pleistoceno. Las comunidades de mamíferos contemporáneas a un lado y otro del Estrecho son significativamente diferentes, dato que refuerza la impresión de que tanto el Estrecho de Gibraltar como el Sículo-Tunecino (el establecido entre el sur de Sicilia y la costa de Túnez) constituyeron barreras infranqueables, también para los homínidos. En segundo lugar, los vestigios arqueológicos más antiguos del Mahgreb también contradicen la posibilidad de que se cruzara el Mediterráneo. El primer poblamiento del Norte de África parece remontarse a cronologías similares a las peninsulares (1,2 Ma BP), a tenor de los datos actuales. Sin embargo, las industrias líticas indican que estas poblaciones dispusieron de una tecnología diferente a la documentada en los yacimientos ibéricos. Estos últimos ofrecen conjuntos denominados Pre--Olduvaienses, similares al excavado en el yacimiento georgiano de Dmanisi, en el Cáucaso y, por tanto, en los márgenes orientales de Europa. En cambio, las localidades más antiguas del Mahgreb, Cantera Thomas I (Marruecos) y Aïn Hanech (Argelia), corresponden a lo que suele designarse como Olduvaiense evolucionado o Achelense antiguo, tecnocomplejo caracterizado por bifaces esporádicos y una mayor presencia de chopping-tools (figura 3.9). Serían similares, por tanto, a los documentados entre 1,4 y 1 Ma BP en Próximo Oriente, como el del conocido yacimiento de Tell ‘Ubeidiya o el de Cantera Evron (Israel). Se ha propuesto que la cronología de Aïn Hanech podría remontarse a 1,8 Ma BP, pero D. Geraads y sus colaboradores han destacado que tanto su fauna como su paleomagnetismo encajan mejor en una cronología contemporánea a Cantera Thomas I, datado como máximo en 1,2 Ma BP.
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2.2.2.3. Las industrias líticas arcaicas de la Península Ibérica en el contexto de Eurasia Tal como se ha comentado sucintamente, las colecciones líticas de Fuente Nueva-3 y Barranco León-5 se asemejan a las excavadas en Dmanisi (Georgia), ubicado en el Cáucaso, a las puertas de Europa, y datado en 1,8 Ma BP. Ya se ha adelantado que un reciente análisis del registro arqueológico de Dmanisi, publicado por Henri de Lumley y sus colaboradores, ha propiciado que este yacimiento se incluya en el recientemente definido Pre-Olduvaiense (figura 3.10). Este tecnocomplejo, también identificado en el este de África entre 2,5 y 1,9 Ma BP, se caracterizaría por un repertorio instrumental dominado por lascas sin retoque, núcleos y choppers, así como por el empleo de sistemas de talla definidos como básicos o simples. Los filos retocados y los chopping-tools son sumamente escasos, frente a su mayor presencia en el denominado Olduvaiense clásico. Los yacimientos correspondientes a esta última industria, además, ofrecen técnicas de talla algo más sofisticadas. En especial la explotación multidireccional de los núcleos, frente a una única dirección preferente de golpeo o lascado que predomina en el PreOlduvaiense. El Olduvaiense también se caracteriza, aunque en menor medida, por el aprovechamiento discoidal de los núcleos. Esto es, por utilizar todo el contorno del núcleo como base de percusión desde la que obtener productos de talla. En lo relativo al Olduvaiense evolucionado o Achelense antiguo (los especialistas no parecen ponerse de acuerdo en cuanto a la denominación de este tecnocomplejo), documentado desde 1,6-1,5 Ma BP en África y 1,4 Ma BP en Próximo Oriente, se caracterizaría por una mayor incidencia del utillaje retocado y la presencia esporádica de bifaces y hendedores. Se considera, por tanto, que se trata de la manifestación más antigua de las industrias achelenses. Dejando a un lado las características técnicas y tipológicas de estas diferentes tecnologías, la similitud de los conjuntos peninsulares con el de Dmanisi y los del Pre-Olduvaiense africano invita a pensar que fueron producidos por poblaciones con un origen común en África oriental. Su expansión hacia Eurasia se habría iniciado en fechas anteriores a la aparición del Olduvaiense. Lo que se conoce sobre la historia geológica del Valle del Nilo no permite suponer que pudiera constituir un área de conexión con la Península del Sinaí, desde donde se alcanzarían Próximo Oriente y el Cáucaso, hasta el Pleistoceno medio. Es a comienzos de este periodo cuando en el curso del Nilo empiezan a documentarse auténticos restos arqueológicos, poco después de que esta arteria fluvial comenzara a captar las aguas de las cuencas del Este de África, drenándolas hacia el Mediterráneo. Hasta ese momento el Valle del Nilo no se habría convertido en una vía natural de comunicación entre África oriental y Próximo Oriente. 2.2.2.4. La encrucijada de Próximo Oriente y la ribera septentrional del Mediterráneo
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Si el Valle del Nilo no constituyó una vía de salida desde África oriental hasta comienzos del Pleistoceno medio, ¿por donde alcanzaron faunas y homínidos Próximo Oriente para después difundirse hacia Europa? Es más que factible que, desde su foco originario del Este de África, las poblaciones humanas y las comunidades de fauna africanas se difundieran hacia Eurasia a través de las riberas del Mar Rojo, posiblemente ocupando la Península Arábiga. Ésta ofrecía a comienzos del Pleistoceno un medioambiente muy similar al de África oriental. Tanto Arabia como Próximo Oriente ofrecen algunos conjuntos líticos datados en torno a 2 Ma BP, como es el caso de ‘Erq-El-Ahmar y Yiron (Israel). Si bien están poco estudiados, provisionalmente pueden tomarse como indicios de que estas regiones constituyeron una encrucijada desde la que se produjo el poblamiento de Asia y Europa. El papel desempeñado por Próximo Oriente como encrucijada de las poblaciones que inicialmente salieron de África, para posteriormente difundirse hacia Europa y Asia, está avalado por las faunas de origen africano que se conocen para los comienzos del Pleistoceno inferior en Israel y la Península Arábiga, similares a las del Episodio del Lobo en Europa (las identificadas en la Depresión Guadix-Baza, por ejemplo), y a las documentadas en Dmanisi y otros yacimientos paleontológicos del Cáucaso. En paralelo al primer poblamiento del Cáucaso y Europa se produjo el de Asia oriental. En este sentido, China ofrece datos que señalan la existencia de seres humanos en cronologías que se remontan a 1,6 Ma BP (figura 3.10). < Figura 3.10. Rutas teóricas de las primeras dispersiones de homínidos hacia Eurasia. 1. Kada Gona; 2. Lokalalei; 3. Fefej.; 4. Yiron y ‘Erq-elAhmar; 5. Dmanisi; 6. Riwat y Pabby Hills; 7. Cuenca de Nihewan; 8. Sangiran, Mojokerto y Bapang (Java); 9. Cuenca de Soa (Flores); 10. Fuente Nueva-3 y Barranco León-5; 11. Atapuerca-Sima del Elefante.> Ya se ha comentado que este primer poblamiento de Eurasia, así como la difusión de mamíferos originarios del África subsahariana en el límite Plio-Pleistoceno, podrían haber sido impulsado por dos factores. Uno de ellos es que desde hace 2,5-2,4 Ma BP se detecta un proceso de aridificación de los ecosistemas de África oriental. Ello repercutiría en un descenso de la productividad del medio. No parece casualidad que esta fecha corresponda tanto con las primeras manifestaciones de industrias líticas. También coincide con la aparición en África de un nuevo tipo de homínido (Homo habilis/Homo rudolfensis), caracterizado por un esquema corporal que implica la incorporación de proteínas de origen animal como alimento habitual. El otro factor que habría favorecido las primeras diásporas desde África es el establecimiento en latitudes medias de ecosistemas tropicales dominados por herbáceas (ecosistemas abiertos), similares a los de África oriental, tal como ha sugerido Robin Dennell (figura 3.11).
hace 3 Ma (Plioceno) y en la actualidad (según Dennell 1998, fig. 9.1).> No se conocen en otras áreas europeas yacimientos de antigüedad similar a los peninsulares. Esto invita a pensar que este poblamiento antiguo se concentró en lo que entonces eran las regiones ribereñas del Mediterráneo. Tanto la mencionada configuración ecológica como la dispersión de faunas coinciden en el tiempo con un importante descenso del nivel marino, conocido como Regresión Aulliense. Ésta hizo emerger importantes porciones de plataforma continental en torno al Estrecho de Dardanelos; el archipiélago de las Cícladas; la Península del Peloponeso; los mares Adriático y Jónico; y el Golfo de León. El posterior ascenso de las aguas, habría eliminado buena parte de los indicios arqueológicos extrapeninsulares que pudieran haber documentado este mismo episodio de poblamiento en otras regiones de la Europa mediterránea 2.2.3. ¿Quiénes fueron los pobladores más antiguos de la Península? Por el momento no se conocen restos humanos en Europa que correspondan a estas cronologías. Poco se puede comentar, por tanto, sobre el tipo o especie de Homo que protagonizó su poblamiento más antiguo. El parecido de los conjuntos líticos peninsulares con los de Dmanisi, invita a considerar la posibilidad de que fuera una variante de homínido similar a la representada en este último yacimiento. Los fósiles humanos de la localidad Georgiana se han clasificado de diferente forma, conforme ha aumentado su número al ampliarse las excavaciones. Los últimos análisis publicados defienden que estas poblaciones combinaban rasgos primitivos, propios de Homo habilis/Homo rudolfensis, con otros más evolucionados, similares a los de Homo erectus africano (Homo ergaster) en algunos aspectos y a los de Homo erectus asiático en otros. A juicio de Henri de Lumley, David Lordkipanidze y sus colaboradores, estas características morfológicas de los fósiles de Dmanisi son base suficiente para definir una especie nueva: Homo georgicus. A ésta corresponderían las primeras poblaciones que salieron de África oriental, en momentos anteriores a la plena configuración de Homo ergaster. Los investigadores del yacimiento plantean la posibilidad de que Homo georgicus represente una “especie encrucijada” o transicional entre Homo habilis/Homo rudolfensis y Homo ergaster, teniendo en cuenta el vacío de fósiles humanos apreciado entre 2,4 y 1,9 Ma BP en África oriental. Es en esta última fecha cuando aparece Homo ergaster en el oriente africano, posiblemente como resultado de una evolución desde Homo habilis/Homo rudolfensis. De Lumley, Lordkipanidze y sus colaboradores añaden que el resultado evolutivo de las poblaciones de Homo georgicus que penetraron en Asia fue Homo erectus, bien documentado en los yacimientos del Pleistoceno inferior y medio de Java y China. 2.2.4. La interrupción del poblamiento más antiguo de la Península Ibérica los
Por ahora sólo puede especularse si las poblaciones que alcanzaron márgenes occidentales de Europa eran similares o estaban 16
relacionadas con las documentadas en Dmanisi. Lo que si puede plantearse como hipótesis es que el poblamiento se interrumpió en la región, pues parece que en la Península Ibérica (y en el resto de Europa) este primer episodio de colonización no tuvo continuidad. El hiato entre el lapso cronológico representado por Atapuerca Sima del Elefante, Fuente Nueva-3 y Barranco León-5 y los yacimientos europeos posteriores es muy dilatado (unos 400.000-350.000 años sin registro arqueológico). Esta ausencia de restos no parece que pueda explicarse como consecuencia de carencias en la conservación de vestigios, pues se conocen yacimientos paleontológicos dentro del intervalo 1,25 Ma BP-900.000 BP. También hay registros sedimentarios, como el de Atapuerca, que documentan ese periodo sin que se aprecien procesos erosivos que hubieran podido eliminar vestigios arqueológicos, en caso de que estos hubieran existido. En definitiva, las poblaciones humanas asentadas en la Península Ibérica se extinguieron. Los motivos para que este poblamiento más antiguo europeo viera su fin son variados, conjugándose fundamentalmente causas de tipo climático y demográfico (esquema 3.1). <Esquema 3.1. Resumen de los diferentes factores interrelacionados que pudieron influir en la interrupción del primer episodio de poblamiento europeo.> La escasez de yacimientos puede tomarse como indicio de que fueron pocos los efectivos demográficos que alcanzaron los márgenes occidentales de Eurasia. Los cambios climáticos acaecidos tras su establecimiento en la Península ibérica, repercutieron en un nuevo ascenso de los niveles marinos. La consiguiente inundación de plataformas costeras, emergidas en el periodo de regresión marina, habría tenido como consecuencia la ruptura de la continuidad espacial de los ecosistemas de herbáceas propicios para la vida de estos grupos humanos. No parece que los mismos estuvieran adaptados para enfrentarse a climas con una distribución estacional de recursos más marcada, como indica la ausencia de vestigios en zonas más septentrionales o de clima más continental. Por tanto, la desaparición de importantes masas terrestres en los márgenes meridionales de Europa, como consecuencia de un nuevo ascenso del nivel marino, repercutiría en el aislamiento de las poblaciones peninsulares. Mal adaptados a regiones con climas continentales y con recursos alimenticios concentrados en estaciones concretas del año, los más antiguos pobladores europeos, en general, y peninsulares, en particular, no pudieron difundirse fuera de los ecosistemas establecidos a comienzos del Pleistoceno en los ámbitos mediterráneos. Al reducirse radicalmente las superficies emergidas de estos entornos, únicos propicios para que estas poblaciones proliferaran, se habrían interrumpido los aportes demográficos procedentes desde Próximo Oriente y África oriental, reduciéndose así el universo reproductor (el número de grupos no emparentados con los que establecer intercambios genéticos). Como consecuencia, es muy posible que a la hora de reproducirse surgieran fenómenos de consanguinidad. La suma de estos factores haría 17
genéticamente inviables estas poblaciones. Por añadidura, las transformaciones climáticas detectadas en estos momentos, que redundaron en un mayor gradiente estacional en los recursos, podrían haber acelerado la reducción del nicho ecológico de los pobladores peninsulares y un incremento de la competitividad entre homínidos y carnívoros, causada por el descenso en los índices de biomasa vegetal y animal. 2.3. El segundo poblamiento de la Península Ibérica Tras el hiato que se aprecia en el registro arqueológico europeo y peninsular, aparecen nuevos vestigios de actividad humana en torno a 900.000 BP. La cronología de algunos yacimientos es poco precisa, dada la baja resolución de los sistemas de datación que pueden aplicarse a los mismos. 2.3.1. Cronología del segundo episodio de poblamiento europeo Unos 900.000 BP parece ser la fecha de la falange de Cueva Victoria (Cartagena), inicialmente clasificada como humana. Su reestudio ha determinado que corresponde a un papión gelada gigante (Theropithecus withei), también identificado en Italia y Próximo Oriente, que penetró en Europa durante el Episodio del Lobo y desapareció de los ecosistemas mediterráneos a finales del Pleistoceno inferior, al mismo tiempo que lo hicieron otras especies de origen africano como la hiena gigante y el felino de dientes de sable. Descartada Cueva Victoria, los yacimientos que mejor sitúan los inicios de este segundo episodio de poblamiento europeo (figura 3.12) son Cueva Vallonet (Francia meridional), Soleihac (Francia central) y Ceprano (Italia central) y los niveles 4 a 7 de Atapuerca Gran Dolina (Burgos). El primero se data en OIS 24 (unos 900.000 BP) a partir de bioestratigrafía, palinología y sedimentología. El segundo en unos 800.000 BP, por medio de su fauna y sedimentología. Ceprano se fecha entre 900.000 y 800.000 BP, teniendo en cuenta la geología de su contexto de aparición. En cuanto a Gran Dolina, tanto la microfauna como el paleomagnetismo y las dataciones absolutas (obtenidas por medio de los métodos de las series de uranio y la resonancia spin de electrones) coinciden en señalar que sus niveles 4 a 6, donde tenemos restos arqueológicos, es anterior al límite Pleistoceno inferior/Pleistoceno medio, establecido en 780.000 BP.
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Recientemente se ha informado del descubrimiento en la Cueva de Santa Ana (Cáceres) de la existencia de niveles equiparables, tanto en su conjunto lítico como en su cronología, a los de Gran Dolina. También tenemos noticias sobre la aparición de industrias líticas en Parc de Vallparadís (Tarragona), asociadas a faunas datadas en 900.000 BP. Los avances de investigación ofrecidos por Eudald Carbonell y sus colaboradores para la Cueva de Santa Ana aún son preliminares y de Parc de Vallparadís sólo se conoce la noticia de su descubrimiento. Por tanto, de momento estos yacimientos poco pueden aportar al conocimiento del episodio de poblamiento que aquí se comenta. A estos yacimientos en estratigrafía cabe añadir algunos conjuntos de “cantos trabajados” localizados en terrazas fluviales del área mediterránea. Entre ellos destacan los documentados por Josep Canal y Eudald Carbonell en las cuencas de los ríos del Pirineo Oriental, fundamentalmente en la provincia de Gerona, similares a otros identificados en el Rosellón francés. El método de datación empleado es relativo, pues se basa en la correspondencia de la formación de terrazas con los ciclos glaciares de la secuencia clásica alpina. No obstante, parece que podemos situarlos en torno a la transición Pleistoceno inferior//Pleistoceno medio, con ciertas cautelas. A dicha cronología asigna Manuel Santonja algunas de las colecciones líticas de Monfarracinos (Toro, Zamora), de nuevo con prevención sobre las dudas que plantea el sistema de datación. En cuanto al límite superior de este segundo episodio de poblamiento, la Península Ibérica ofrece datos que invitan a pensar que se interrumpe hacia OIS 19, en los inicios del Pleistoceno medio (esto es, poco después de 780.000 BP). Esa es la cronología asignada por medios bioestratigráficos para Cúllar de Baza I (Granada), según Ruiz-Bustos. También la atribuida por Enrique Vallespí y sus colaboradores, aplicando medios de datación absolutos, a los “cantos trabajados” recogidos en la Terraza 6 del curso medio del Guadalquivir (figura 3.5). 2.3.2. ¿Quiénes fueron estos pobladores peninsulares? A diferencia de lo que ocurre con el más antiguo, contamos con restos fósiles correspondientes a este segundo episodio de poblamiento europeo. Además del cráneo sin cara de Ceprano, tenemos el tramo inferior del nivel 6 de Atapuerca Gran Dolina, conocido popularmente como Estrato Aurora. Este nivel arqueológico ha proporcionado numerosos restos humanos. Estudiados por un equipo coordinado por José María Bermúdez de Castro, Juan Luis Arsuaga y Eudald Carbonell, sus características morfológicas dieron lugar a la definición de una nueva especie o taxón, Homo antecessor. La misma se situó como último antepasado común de Homo sapiens, nuestra especie, y los neandertales (figura 3.13).
de Europa y Asia aconsejan modificar sustancialmente esta propuesta. En primer lugar, no parece que los restos de Homo antecessor representen un antepasado común a humanos actuales (Homo sapiens) y neandertales (Homo neanderthalensis). En segundo lugar, las similitudes con las poblaciones asiáticas del Pleistoceno inferior final y comienzos del Pleistoceno medio obligarían a revisar la misma denominación específica de los fósiles del Estrato Aurora de Gran Dolina, que tal vez debieran denominarse Homo erectus u Homo pekinensis. Finalmente, algunos datos genéticos indican que no existe una diferenciación específica entre Homo ergaster y Homo erectus (consultar CD-ROM adjunto para más detalles al respecto).> Las razones esgrimidas para justificar esta definición y la interpretación del papel evolutivo de Homo antecessor se centraron en la combinación de rasgos craneales y dentales de la colección fósil. Los dientes son de aspecto arcaico, similares a los de Homo ergaster y Homo erectus (variantes africana y asiática, respectivamente, de las poblaciones que vivieron durante buena parte del Pleistoceno inferior en ambos continentes). También cuenta con un torus supraorbital (un marcado reborde óseo de la frente, situado sobre las órbitas oculares) con forma de doble arcada, aspecto compartido con la morfología de los neandertales. Los huesos de la cara conservados indican que ésta era ortognata o plana y de mejillas sobresalientes, muy similar a la que caracteriza a Homo sapiens. Los escasos restos de la caja craneal del Estrato Aurora sólo permiten estimar su volumen cerebral, de unos 1.000 cc (la media de nuestra especie se sitúa en torno a 1.300 cc). Si bien no pueden establecerse comparaciones directas, un equipo italiano coordinado por Giorgio Manzi clasificó el cráneo de Ceprano como Homo antecessor, aunque inicialmente fuera atribuido a Homo erectus por sus similitudes con los fósiles del Pleistoceno inferior y medio asiático. La definición de Homo antecessor no ha sido plenamente aceptada por algunos paleontólogos, quienes argumentan que los restos faciales conservados, utilizados para caracterizar la especie, correspondían a un individuo preadolescente. Por tanto, su crecimiento no se había completado en el momento de la muerte. Teniendo en cuenta las curvas de desarrollo ontológico o crecimiento corporal deducidas a partir de la dentición, la morfología facial podría haberse modificado cuando alcanzara el estado adulto. Por este motivo no podría emplearse como rasgo definitorio de la especie (pues en Paleontología se recomienda que los taxones se definan a partir de individuos adultos). Tampoco como justificación del papel evolutivo propuesto para la misma. Para algunos investigadores contrarios a la definición de Homo antecessor, entre los que se cuenta Philip Rightmire, los restos del Estrato Aurora representarían una variante arcaica de Homo heidelbergensis, la especie humana que habitó Europa durante una buena porción del Pleistoceno medio y que se sitúa como origen de los neandertales, aspecto que se tratará con mayor profundidad en el tema siguiente. Para otros especialistas, entre los que se cuenta Emiliano Aguirre, primer director del proyecto de investigación de Atapuerca, estos fósiles burgaleses ofrecen notorias similitudes con especímenes chinos datados a finales del 20
Pleistoceno inferior y comienzos del medio, lo que justificaría su clasificación como Homo erectus. 2.3.3. El origen geográfico de las poblaciones de Homo antecessor Habitualmente se asume que el origen de las poblaciones que habitaron Europa a finales del Pleistoceno inferior y comienzos del medio tienen una procedencia africana. Sin embargo, los datos arqueológicos y paleontológicos apuntan hacia otra dirección: Asia oriental. Pasemos a revisar qué elementos de juicio permiten establecer esta relación. 2.3.3.1. El origen geográfico que indican los restos humanos Etler y Li estudiaron dos cráneos hallados en Hexian (China), contemporáneos a los restos del Estrato Aurora. Clasificados como Homo erectus, la descripción de los mismos que publicaron en 1992 es casi idéntica a la que motivó en 1997 la definición de Homo antecessor: cara similar a la de Homo sapiens (una constante en los fósiles de del Pleistoceno inferior final y del Pleistoceno medio chino); torus supraorbital en doble arcada; y dentición de aspecto arcaico. Por otra parte, algunos rasgos de las mandíbulas de Homo antecessor también se observan en fósiles chinos, como los más antiguos de la secuencia de la Cueva de Zhoukoudien, al norte de Pekín, datados en más de 600.000 BP. Estas similitudes de los restos del Estrato Aurora con el registro chino han sido recientemente destacadas por el propio equipo investigador de Atapuerca, al publicar el estudio de una mandíbula descubierta en 2003. Las conclusiones de ese trabajo, así como la comparación de las muestras dentales del Estrato Aurora con las de Homo heidelbergensis halladas en Atapuerca Sima de los Huesos, cuestionan el papel de Homo antecessor como especie ancestral a Homo neanderthalensis. Se propone así la posibilidad de que las poblaciones representadas en Gran Dolina estén más relacionadas con las del Pleistoceno inferior y medio de Asia que con las identificadas en el Pleistoceno medio europeo. En el mismo sentido redundaría la morfología de la Calvaria de Ceprano, que guarda estrechas similitudes con los fósiles del Pleistoceno inferior y medio africano y asiático, mostrando pocos elementos comunes con los del Pleistoceno medio europeo. Esta situación obliga a replantear el aislamiento genético que se venía suponiendo a las poblaciones asiáticas de Homo erectus, respecto a las africanas de Homo ergaster. Especialmente tras la difusión de los resultados de dos estudios genéticos, realizados por equipos independientes, que han detectado la existencia en algunas poblaciones africanas de una variante del Cromosoma “X” muy común en las del Este de Asia. El origen de este rasgo genético se sitúa en Asia oriental, en una fecha cercana al primer poblamiento de esta región. Esto invita a considerar que no existió aislamiento reproductivo entre los habitantes del Pleistoceno inferior y medio de África y Asia: tanto unos como otros contribuyeron a la aparición de Homo sapiens.
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2.3.3.1. El origen geográfico que indican las industrias líticas El estudio del conjunto lítico del Estrato Aurora ha determinado que no comparte todos los rasgos característicos del Olduvaiense africano y, menos aún, del Olduvaiense evolucionado/Achelense antiguo. La abundancia relativa de choppers y escasez de chopping-tools; el predominio de lascas sin retoque; y la constatación a partir del análisis de las huellas de uso de que éstas desempeñaron un importante papel en el procesado de materiales de origen vegetal, son rasgos que comparte el instrumental del Estrato Aurora con el registro arqueológico conocido para el Paleolítico inferior y medio de Asia oriental. En esta región se mantuvieron las tecnologías de “cantos trabajados” prácticamente hasta la introducción del Paleolítico superior. Una explicación de esta peculiaridad del registro del Este de Asia es que representa una adaptación a las materias líticas predominantes en esta vasta región, poco propicias para una talla lítica refinada. En consecuencia, las funciones de bifaces y hendedores pudieron ser asumidas por utillajes realizados en materiales vegetales, para cuya fabricación es suficiente contar con choppers y lascas sin retoque. Esta hipótesis parece haber sido confirmada recientemente por análisis traceológicos o de huellas de uso, así como por experimentos con réplicas del instrumental lítico. Nos encontramos, por tanto, con un dato arqueológico que refuerza las comparaciones de humanos fósiles, a la hora de determinar el origen de este segundo episodio de poblamiento peninsular: en un momento en que en África y Próximo oriente ya se habían difundido los rasgos definitorios del Achelense, en el occidente europeo aparecen poblaciones con tecnologías similares a las de Asia oriental. Podría argumentarse que los fósiles humanos e industrias líticas de Atapuerca y los de Asia oriental representan los extremos geográficos de una población ubicua de Homo erectus, que a finales del Pleistoceno inferior habría habitado toda la franja de latitudes medias de Eurasia. Sin embargo, en Europa oriental y Asia central no contamos con datos sobre la existencia de ese supuesto poblamiento. Más aún, si bien la ausencia de Achelense en Asia puede explicarse como consecuencia de las limitaciones impuestas por las materias primas de estas regiones orientales, no puede decirse lo mismo de los entornos europeos, donde el Achelense aparece bien representado en el Pleistoceno medio. En ese periodo las tecnologías del Paleolítico inferior clásico europeo fueron realizadas aprovechando las mismas rocas sobre las que se fabricaron las industrias del Paleolítico inferior arcaico, como ocurre en Atapuerca. Si realmente hubieran existido poblaciones de Homo erectus en toda esa franja, hubiera sido habitual la circulación de genes (que sabemos se produjo entre África y Asia, como señala la variabilidad actual del Cromosoma “X”) y, junto con ellos, es lógico pensar que entre las poblaciones europeas se habría difundido el Achelense antiguo, presente en Próximo Oriente desde 1,4 Ma BP. Sabemos que esto no fue así, pues las industrias con bifaces no están presentes en el registro europeo hasta hace unos 600.000 BP. Esta circunstancia únicamente puede explicarse si Europa hubiera sido escenario de un nuevo episodio de poblamiento hacia 22
900.000 BP y, además, los grupos humanos protagonistas de esta recolonización procedieran de áreas geográficas donde el Achelense no se implantó. Por añadidura, no debió existir flujo de genes e ideas (y, por tanto, de tecnologías) desde aquellas regiones donde el Achelense si tuvo difusión. 2.3.4. Ruta migratoria del segundo episodio de poblamiento peninsular 2.3.4. Ruta migratoria del segundo episodio de poblamiento peninsular Como ocurre con el poblamiento más antiguo de la Península Ibérica, este segundo episodio de colonización humana no puede explicarse recurriendo al Estrecho de Gibraltar como zona de paso. No sólo porque los datos anteriormente expuestos apunten a una dispersión con origen último en Asia oriental. Los argumentos expuestos en el epígrafe 2.2.2 de este mismo tema (la configuración geomorfológica del Estrecho; los datos faunísticos; y las tecnologías contemporáneas a un lado y otro del Mediterráneo), que permiten desestimar una vía de dispersión vertical (en sentido norte-sur), son igualmente válidos para esta época. En definitiva, todo apunta a que este proceso de poblamiento se produjo en sentido horizontal (este-oeste), sólo que en esta ocasión Próximo Oriente no parece que desempeñara el papel de encrucijada geográfica. Como se expondrá en los párrafos siguientes, fue Asia central la vía de tránsito seguida por las poblaciones hacia 900.000 BP repoblaron Europa, hasta alcanzar la Península Ibérica (figura 3.14). 23
En primer lugar, no deja de ser relevante que la cronología de este segundo episodio de poblamiento europeo coincida con un nuevo reemplazo de faunas en Europa, también documentado en la Península Ibérica. Conocido como Episodio Galeriense, este fenómeno de cambio en las comunidades de mamíferos europeos supuso la evolución de los herbívoros locales y la penetración y aclimatación de faunas con un origen fundamentalmente asiático. También se produjo la extinción de algunos carnívoros, tales como los felinos de dientes de sable y la hiena gigante, sustituidos por especies de origen africano en la línea de los leones y las hienas actuales, así como por una proliferación de cánidos de hábitos sociales procedentes, junto con algunas especies de bóvidos y ovicápridos, desde Asia. En general, puede decirse que se trata de mamíferos con una mayor tolerancia a las oscilaciones climáticas. Desde poco antes de 900.000 BP la alternancia de periodos de clima frío y templado comenzaron a sucederse en ciclos más regulares y contrastados que durante los tramos anteriores del Pleistoceno inferior. Este nuevo ritmo de los ciclos glaciar/interglaciar, junto a las alteraciones tectónicas experimentadas por el Himalaya y otras cordilleras asiáticas, rompieron el equilibrio de los ecosistemas del este de Asia. En especial del centro y norte de China, donde la disminución de biomasa animal y la mayor diferencia estacional de los recursos podría situarse como causa del fenómeno de dispersión démica que finalmente alcanzó las áreas mediterráneas del occidente europeo. Sencillamente, los grupos humanos y las comunidades de fauna establecidos es esos entornos se vieron obligados a buscar zonas más benignas. Existen una serie de conjuntos líticos en Asia central, precisamente donde tienen su origen algunos de los mamíferos que penetraron en Europa durante el eEpisodio Galeriense, como Kul’dara (Tayikistán), que ofrecen cronologías cercanas a los 900.000-850.000 BP y algunas similitudes con los exhumados en Gran Dolina. Por otra parte, suponen las primeras huellas de actividad humana en esta región. Este poblamiento inicial de Asia Central se detecta de forma intermitente, pues el área sólo aparece habitada durante las fases climáticas templadas. El caso es que la aparición del primer registro arqueológico en Asia central en estas cronologías podría indicar la ruta de dispersión de estas poblaciones, así como de las especies animales, que penetraron en Europa en estas fechas. Las dudas que suscita la cronología de Korolevo y Rossokovo (Ucrania), establecida en torno a 900.000 BP, no permiten relacionarlos sin problemas con esta dispersión. En caso de ser correctas, podrían puntuar el tránsito desde Asia oriental y central. Como en el episodio anterior, las poblaciones humanas parecen haber estado mejor adaptadas a las regiones de la Europa mediterránea, caracterizadas por climas menos contrastados estacionalmente y ecosistemas más productivos. En este sentido, cabe relacionar tanto la penetración de faunas como de este contingente demográfico con la regresión marina Cassian, contemporánea. Este descenso de los niveles marinos habría hecho emerger importantes porciones de plataforma continental, hoy día anegadas por el Mediterráneo, en las mismas áreas 24
mencionadas en el poblamiento concretamente en el epígrafe 2.2.2.
más
antiguo
del
subcontinente,
2.3.5. La economía de “Homo antecessor” Los mejores datos para deducir la subsistencia de estas poblaciones proceden del Estrato Aurora, donde los restos humanos se asocian a un apreciable conjunto lítico y numerosos restos de fauna. Éstos no tienen alteraciones atribuibles a carnívoros, cuyos restos, por otra parte, son muy escasos en la colección ósea del yacimiento. La deducción lógica es que el aporte de herbívoros a la cavidad, que no puede explicarse por medio de causas naturales, estuvo relacionado con un comportamiento fundamentalmente cazador por parte de los responsables de fabricar el instrumental lítico. No obstante, también se recurrió al carroñeo como medio de adquirir nutrientes. Al menos esto parecen indicar los datos proporcionados por otros yacimientos correspondientes al segundo episodio de poblamiento, como Soleihac (Mediodía francés) y Cúllar de Baza I (Granada. Retomando el registro del Estrato Aurora, es significativo el análisis de las huellas de los útiles, así como el de las fracturas de los huesos que acompañan los fósiles de Homo antecessor. A partir de los mismos ha podido determinarse que los animales de tamaño pequeño y medio, como los cérvidos y los cápridos, fueron transportados completos desde el exterior. En la cavidad fueron manipulados (evisceración, fileteado, fractura longitudinal de huesos…), a fin de aprovechar al máximo sus nutrientes, incluyendo la médula ósea o tuétano. Incluso las huellas de uso de algunas herramientas indican que se procesaron las pieles de las piezas cazadas, posiblemente para su empleo como vestimenta. En cuanto a los animales de mayor tamaño, fundamentalmente los bóvidos, no aparecen representados por todas las partes anatómicas. Estos animales están representados fundamentalmente por aquellos restos esqueléticos correspondientes a las porciones que ofrecen mayor cantidad de carne, como son los cuartos traseros. Esta pauta indicaría que, de los animales grandes, sólo se trasladaron a la cueva aquellas partes más rentables desde un punto de vista alimenticio. Los perfiles de edad de todos los herbívoros están dominados por individuos jóvenes, siendo reducida la presencia de adultos. Esto implicaría una caza preferente de aquellas piezas menos experimentadas y de menor fortaleza física y, por tanto, más fáciles de obtener Un dato inesperado, obtenido a partir del análisis de los fósiles humanos del Estrato Aurora, es que éstos ofrecen pautas de fractura antrópica y marcas de útiles líticos idénticas a las que se aprecian en los restos de fauna. Esto indica que los individuos representados en el yacimiento fueron consumidos por sus congéneres, quienes practicarían un canibalismo gastronómico o alimenticio. El hecho de que el tratamiento fuera igual al de los herbívoros, así como que el consumo de los nutrientes aportados por los cadáveres humanos fuera sistemático, incluyendo la médula ósea, permite desechar la posibilidad de que se tratara de una práctica ritual. Los ejemplos conocidos de antropofagia simbólica o ritual no encajan en esta pauta, pues suelen centrarse en órganos o porciones 25
anatómicas concretas, no coincidiendo las marcas de manipulación con las que pueden apreciarse en las carcasas de los animales consumidos por esos mismos grupos humanos. 2.3.6. Una nueva interrupción en el poblamiento europeo Desde poco después de 780.000 BP, en el transcurso del intervalo OIS 19, el registro europeo vuelve a ofrecer un vacío en las pruebas de presencia humana, no siendo la Península Ibérica una excepción. Un buen ejemplo de esta situación es el registro de la Sierra de Atapuerca. La secuencia combinada de sus diferentes yacimientos, que abarca de forma continua prácticamente todo el Pleistoceno, ofrece un vacío arqueológico (que no sedimentario) completo desde Gran Dolina 7 (OIS 19). Las siguientes evidencias de presencia humana en la Sierra no se documentan hasta OIS 14 (565.000-524.000 BP), cronología máxima atribuida a la Sima de los Huesos. Asimismo, la comparación de los rasgos dentales de Homo antecessor y Homo heidelbergensis ha determinado que las poblaciones de la segunda especie no representan una continuidad genética respecto de las de la primera, lo que refuerza esa imagen de interrupción del poblamiento europeo, en general, y peninsular, en particular. De nuevo la baja densidad demográfica y los cambios climáticos parecen haberse unido para hacer inviables las poblaciones asentadas en el occidente europeo (esquema 3.2). Dada la singularidad del Estrato Aurora, resulta aventurado especular sobre el impacto que pudiera haber tenido el mencionado canibalismo gastronómico en el proceso de desaparición del poblamiento. La dentición de los individuos de Homo antecessor indica que éstos experimentaron diversos episodios de malnutrición en el transcurso de su vida. Tal vez la incorporación de seres humanos a la dieta fuera una estrategia orientada a contrarrestar un descenso de biomasa animal en el medio, bien como un intento agónico de paliar la desnutrición en el seno de una población, bien como resultado de la competencia que pudiera establecerse entre los diferentes grupos por unos recursos cada vez más escasos. En cualquier caso los sedimentos del nivel 6 de Gran Dolina manifiesta que los restos se depositaron en un contexto de progresivo empeoramiento climático. La escasez de restos arqueológicos del nivel 7, depositado en un medio frío, contrasta con la riqueza del 6 y manifiesta un radical descenso de la densidad demográfica. Es muy posible que la disminución de la productividad del medio obligara a los grupos humanos establecidos en la Península, que no debieron ser muy numerosos, a ampliar sus áreas de captación de recursos. De este modo se habrían roto los universos reproductivos que hasta entonces aseguraban un precario equilibrio demográfico, al evitar la consanguinidad. <Esquema 3.2. Resumen de los diferentes factores interrelacionados que pudieron influir en la interrupción del segundo episodio de poblamiento europeo.> 3. Recapitulación 26
En el presente tema se han expuesto la problemática a la que se enfrenta el conocimiento del Paleolítico inferior. En especial, las carencias de su registro arqueológico y las dificultades que ofrece a la hora de establecer compartimentaciones internas, así como al fijar su límite con el Paleolítico medio. Simplificando la situación que se desprende de los datos, una primera subdivisión del Paleolítico inferior es aquella deducida a partir de las tecnologías líticas. Aquellas más antiguas y básicas desde el punto de vista tecnológico se agrupan bajo la denominación de Paleolítico inferior arcaico. Se trata de colecciones caracterizadas por un utillaje realizado a partir de cantos rodados tallados someramente y una escasa modificación de los filos cortantes obtenidos por este medio. Bajo el término Paleolítico inferior clásico se reúnen conjuntos de instrumental que ofrecen cronologías más modernas. Se trata de industrias líticas más variadas, en las que se configuran diferentes tipos de herramientas, configuradas por medio del retoque o modificación de los filos (como raederas y raspadores), y en las que paparecen herramientas de formato grande (denominadas bifaces, hendedores y triedos). Por otra parte, en el seno del Paleolítico inferior clásico aparecen las primeras evidencias de tecnologías Levallois. La aparición de manifestaciones del Paleolítico inferior en Europa permite documentar los primeros episodios de poblamiento del continente, siendo fundamentales los datos procedentes de la Península Ibérica para entender estos procesos. En contrapartida, el registro peninsular no puede interpretarse de forma aislada al de otras regiones del Viejo Mundo. Las posiciones conservadoras de la Hipótesis de las Cronologías Recientes, que no aceptaban un poblamiento europeo anterior a momentos avanzados del Pleistoceno medio (en torno a 550.000 BP), han sido desmentidas por el descubrimiento de registros arqueológicos correspondientes a momentos relativamente tempranos del Pleistoceno inferior. La distribución cronológica de los yacimientos actualmente conocidos para el Paleolítico inferior clásico europeo, permite identificar dos episodios iniciales de poblamiento en Europa, separados por lo que parece un completo vacío de registro arqueológico. Éste abarca un periodo de unos 400.000-350.000 años. El primer episodio por el momento únicamente se identifica en la Península Ibérica. Se data con cierta imprecisión entre 1,5 y 1,25 Ma BP, posiblemente hacia esa segunda fecha, y está documentado en Atapuerca Sima del Elefante (Burgos); Fuente Nueva-3 y Barranco León-5 (ambos en Granada). Sus industrias líticas responden a un modelo tecnológico similar al aparecido en el yacimiento de Dmanisi, situado en el Cáucaso, a las puertas de Europa. Denominado Pre-Olduvaiense, estas tecnologías parecen tener su origen en África oriental. Desde esta última región, coincidiendo con un proceso de aridificación, las poblaciones de homínidos se difundieron hacia Próximo Oriente para, posteriormente, colonizar hacia Asia y Europa. Esta colonización de nuevas áreas geográficas pudo realizarse aprovechando la generalización geográfica los ambientes de herbáceas, implantados desde finales del Terciario en las latitudes medias eurasiáticas. Estos biomas fueron similares a los predominantes en África oriental, la cuna de estas poblaciones. Este proceso de difusión démica 27
coincide en el tiempo con la penetración de faunas asiáticas africanas en Próximo Oriente, el Cáucaso y Europa. También es contemporáneo con un descenso de los niveles marinos que en la ribera septentrional del Mediterráneo amplió las extensiones del hábitat propicio para los homínidos. El segundo episodio de poblamiento europeo, cuyo inicio se data hacia 900.000 BP (esto es, a finales del Pleistoceno inferior). Parece circunscrito a las regiones meridionales del continente, a juzgar por la distribución de yacimientos. En la Península Ibérica aparece representado, fundamentalmente, en Atapuerca Gran Dolina (Burgos). Pero no es el único caso, pudiéndose citar Cúllar de Baza-I (Granada), así como las colecciones de “cantos trabajados” recogidas en terrazas fluviales de los Pirineos orientales, y del curso medio del Guadalquivir. También a este poblamiento corresponderían algunos niveles de la Cueva de Santa Ana (Cáceres) y el yacimiento de Parc de Vallparadís (Tarragona). Las similitudes que se aprecian entre las industrias líticas y los restos humanos de Gran Dolina y el registro contemporáneo de Asia oriental, permiten proponer que el origen último de estas poblaciones se situó en China septentrional. La ruta de dispersión de estas poblaciones, aparece puntuada por algunos yacimientos de finales del Pleistoceno inferior documentados en Asia central. Los datos disponibles sobre economía relativos al primer episodio de poblamiento, no permiten establecer, por el momento, el tipo de subsistencia que caracterizó estas poblaciones. Algunos autores mantienen que la misma estuvo caracterizada por la simbiosis establecida entre homínidos, felinos de dientes de sable y hiena gigante de hocico corto. Ambos carnívoros tuvieron un origen africano y penetraron en los ecosistemas europeos del Pleistoceno inferior, coincidiendo en el tiempo con las primeras dispersiones de homínidos desde África hacia Asia y Europa. En cuanto al segundo episodio, los datos procedentes de Gran Dolina indican que estas poblaciones desarrollaron estrategias de caza, que pudieron compaginar con el carroñeo, según indican otros yacimientos contemporáneos. Con independencia del éxito alcanzado por parte de las poblaciones que protagonizaron uno y otro episodio al adaptarse a los ecosistemas de Europa meridional, lo cierto es que ambos se interrumpieron. Cuando menos, esa impresión se desprende de los vacíos arqueológicos que les siguen en el tiempo. Los motivos de estas extinciones, debemos buscarlos en una densidad demográfica baja y en la interrupción del flujo genético procedente de regiones orientales. Éste se cortaría como consecuencia de los aumentos del nivel marino, pues entonces se anegarían amplias superficies de las plataformas continentales mediterráneas, aislando estos grupos. A ello cabría añadir el efecto que pudieron tener las oscilaciones climáticas, pues no parece que estas sociedades estuvieran adaptadas a ecosistemas con una variabilidad estacional más acusada en la distribución de los recursos alimenticios. 4. Bibliografía Bibliografía General 28
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fósiles guías, ofrecen una información sintetizada muy valiosa. MUÑOZ AMILIBIA, A. Mª. (ed.) (2001): Prehistoria. Tomo I: Paleolítico y Mesolítico, Madrid, UNED. Manual de referencia para las asignaturas del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la UNED. Bibliografía Específica AGUIRRE ENRÍQUEZ, E. (1996): «Orígenes del poblamiento en la Península Ibérica». En A. MOURE ROMANILLO (ed.) ‘El Hombre Fósil’ 80 años después. Volumen conmemorativo del 50 aniversario de la muerte de Hugo Obermaier, Santander, Universidad de Cantabria/Fundación Marcelino Botín/Institute for Prehistoric Investigations, 127-151 AGUIRRE ENRÍQUEZ, E. (ed.) (1998): Atapuerca y la Evolución Humana, Madrid, Fundación Ramón Areces. AGUIRRE ENRÍQUEZ, E. (2000): Evolución humana. Debates actuales y vías abiertas. Discurso de Recepción, Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. ARRIBAS, A. y P. PALMQVIST (1999): «On the Ecological Connection between Sabre-tooths and Hominids: Faunal Dispersal Events in the Lower Pleistocene and a Review of the Evidence for the First Human Arrival in Europe», Journal of Archaeological Science 26 (5), 571-585. ARSUAGA, J. L. y I. MARTÍNEZ (1998): La Especie Elegida. La larga marcha de la Evolución Humana, Madrid, Temas de Hoy. ARSUAGA, J. L.; I. MARTÍNEZ y A. GRACIA (2001): «Analyse phylogénétique des hominidés de la Sierra de Atapuerca (Sima de los Huesos et Gran Dolina TD-6): L’evidence crânienne», L’Anthropologie 105 (2), 161178. BAQUEDANO, E. y S. RUBIO (eds.) (2004). Miscelánea en Homenaje a Emiliano Aguirre. (Zona Arqueológica, 4/I-IV), Alcalá de Henares, Museo Regional de Arqueología. BERMÚDEZ DE CASTRO, J. M. (2002): El chico de la Gran Dolina. En los orígenes de lo humano, Barcelona, Crítica. BERMÚDEZ DE CASTRO, J. M.; J. L. ARSUAGA y E. CARBONELL (eds.) (1995): Evolución humana en Europa y los yacimientos de la Sierra de Atapuerca. Actas de las jornadas científicas del Castillo de la Mota, Medina del Campo, Valladolid 1992, Valladolid, Consejería de Cultura y Turismo de la Junta de Castilla y León. BERMÚDEZ DE CASTRO, J. M.; E. CARBONELL y J. L. ARSUAGA (eds.) (1999): Gran Dolina Site: TD6 Aurora Stratum (Burgos, Spain). [Journal of Human Evolution, 37 (3/4)], Boston, Academic Press. BERMÚDEZ DE CASTRO, J. M.; M. MARTINÓN-TORRES, E. CARBONELL, S. SARMIENTO, A. ROSAS, J. VAN DER MADE y M. LOZANO (2004): «The Atapuerca Sites and their Contribution to the Knowledge of Human Evolution in Europe», Evolutionary Anthropology 13, 25-41. BONIFAY, E. y B. VANDERMEERSCH (eds.) (1991): Les Premiers Européens. Actes du 114e Congres National du Sociétés Savants (Paris, 3-9 avril 1989), Paris, Editions du Comité des Travaux Historiques es 30
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