Texto - Antropologia - Abundancia Y Pobreza - Beatriz Sarlo.docx

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Escenas de la vida pos moderna. Por Beatriz Sarlo. El primer capítulo, titulado Abundancia y Pobreza, se subdivide en fragmentos, en los cuales la autora describe varios temas diferentes entre ellos Ciudad y Mercado. Comienza con una breve comparación entre el concepto de centro de la ciudad, y el concepto de centro comercial. Para la autora a pesar de que ambos contienen la palabra “centro” sería un error darles el mismo significado, entre varias razones porque el centro comercial, en palabras de la autora: “[…] es un simulacro de ciudad en miniatura, donde todos los extremos de lo urbano han sido liquidados.” (Sarlo, B). Seguidamente Sarlo realiza una comparación entre el centro comercial y una nave espacial. Para ella al entrar en un shopping center, se pierde la noción del mundo exterior, como si se estuviera en una nave espacial. Esto sucede porque, el centro comercial fue diseñado para concentrar la atención de las personas en las tiendas y para esto, la aísla del mundo llegando al punto de hacer casi imposible distinguir el día y la noche. El aislamiento que busca el shopping center, es representado por la uniformidad de características y de marcas que existe entre todos los centros comerciales. Esta similitud permite hablar de un nomadismo contemporáneo. Este nomadismo se refiere a los flujos de masa que se mueven por el turismo y que encuentra, en los centros comerciales, sin importar el país ni la ciudad donde se encuentres, la dulzura del hogar, que los hace olvidar sus problemas y les permite sentir cierta familiaridad.

Por último cierra hablando de cómo los shopping centers no excluyen a las personas más pobres de la sociedad, ya que sin importar la capacidad económica de una persona, todas son bienvenidas a estos lugares. Sarlo realza que una de las razones del deseo de las personas de menos recursos por estar en estos lugares es que estos, representan una realización redundante de cualidades opuestas a las que caracterizan los lugares donde viven.

Como segundo tema trata del Mercado. Este inicia con una breve discusión de una familia en la que el tema principal son las cirugías estéticas, el deseo y la libertad de las personas por recurrir a estas como medio de inclusión social. A partir de esto, la autora introduce el concepto de libertad en el mercado. Según esta mirada, cada persona es libre de elegir y de adquirir los productos que desee y que estén disponibles en el mercado, sean bienes materiales o productos estéticos, en los que entran las diferentes cirugías estéticas. El tema de mayor énfasis en esta sección es la diferencia entre coleccionistas tradicionales y un nuevo grupo de coleccionistas llamados “coleccionistas al revés”. A diferencia de los coleccionistas normales, que buscaban objetos por su valor histórico y su importancia dentro de la colección, los coleccionistas al revés parten de un deseo insaciable por obtener algún objeto con valor efímero, pues en el mismo instante que es adquirido, el objeto pierde casi todo su valor.

Al igual que los shopping center, el mercado no excluye a los menos favorecidos. Para Sarlo estos viven en un coleccionismo imaginario, pero se cruzan con las personas más adineradas en el momento en el que los objetos se escapan de las manos. Y esto sucede ya que tanto pobres y ricos, piensan que el objeto está en capacidad de otorgarles algo que no tienen, a nivel de identidad. “Cuando ni la religión, ni las ideologías, ni la política, ni los viejos lazos de comunicación, ni las relaciones modernas de la sociedad pueden ofrecer una base de identificación […] allí está el mercado que nos da algo para remplazar a los dioses desaparecidos.” (Sarlo, B). De esta manera los objetos en la sociedad posmoderna toman un valor similar al que tenían la religión y la política en siglos anteriores, justificando la necesidad de estar en el mercado. Culmina este tema al hacer coincidir el mercado con la vida. El mercado tiende a despreciar los objetos viejos, de hecho la vejez indigna al mercado. Por esta razón también se crean productos que detienen o atenúan la vejez en el hombre. La autora no rechaza totalmente este tipo de productos pero abre la pregunta, de hasta dónde debe llegar el hombre, de si debe ser derrotada la muerte. Con rigor, Beatriz Sarlo examina aquí las contradicciones de nuestra condición posmoderna y formula una serie de interrogantes cuyo declarado objetivo es incomodar las justificaciones, celebratorias o cínicas, del estado de cosas vigentes. La autora plantea que nuestro país vive una creciente homogeneización cultural al mismo tiempo que se afianza el extremo individualismo. Este rasgo se evidencia en la llamada “cultura juvenil” tal como la define el mercado y en un imaginario social caracterizado por la libertad de elección sin límites como afirmación abstracta de la individualidad y el individualismo programado. Los interrogantes sirven para señalar los problemas de nuestra cultura más que para encontrar una solución. No son preguntas del qué hacer sino del cómo armar una perspectiva para ver. Los interrogantes que presenta están acotados a espacios definidos: el de los medios audiovisuales y su mercado, el de las antes denominadas culturas populares y el del arte y la cultura “culta”. Respecto del primero pregunta: ¿es imprescindible aceptar la reorganización de la cultura producida por lo audiovisual bajo las formas propagandizadas por un mercado que opera según la ley del beneficio y, en nuestro caso, sin contrapeso del Estado ni de la esfera pública? Respecto del segundo: ¿cuál es la situación de las llamadas culturas populares en la encrucijada de instituciones en crisis y abundancia audiovisual? ¿qué hacen las culturas populares con los bienes culturales del mercado? A lo largo de los capítulos describe con dinámico realismo las características simbólicas de la cultura actual y su impacto en la construcción del imaginario social, tomando como referencia ejemplos cotidianos de la vida en la ciudad. Respecto del primer interrogante reflexiona que la velocidad con que el shopping se impuso en la cultura urbana no recuerda la de ningún otro cambio de costumbres, ni siquiera en este siglo que está marcado por la transitoriedad de la mercancía y la inestabilidad de valores. El

shopping es una exposición de todos los objetos soñados, sintoniza perfectamente con la pasión por el decorado de la arquitectura llamada posmoderna y se ofrece como modelo de ciudad que se independiza de las tradiciones y de su entorno. Las identidades, dice, han estallado y en su lugar no está el vacío sino el mercado. El que propone una colección de actos de consumo y objetos a los individuos dándoles algo de lo que carecen no en el nivel de la posesión sino de la identidad. Los viejos lazos de la comunidad, la política, la religión y todas las formas modernas de la sociedad no pueden ofrecer una base de identificación ni un fundamento a los valores, allí está el mercado, un espacio universal y libre, que provee los nuevos íconos simbólicos. En relación al segundo interrogante menciona que el interés por las culturas populares es contemporáneo al momento de su desaparición, quizás sea este el momento de estudiar la propia cultura que atraviesa una profunda transición. Los medios masivos de comunicación desgastan viejos poderes, difícilmente puedan sentar las bases para la construcción de nuevas fuerzas autónomas, pero imponen su ideología constituyendo a los ciudadanos en consumidores universales. La modernidad predominó en el pensamiento occidental durante varios siglos, despojando a la moralidad de toda referencia religiosa trascendente. Aunque la modernidad intentó crear un orden social sin tener en cuenta restricciones normativas de origen religioso, retuvo ciertos valores como el trabajo, el ahorro y la postergación de la satisfacción inmediata en favor de un beneficio a largo plazo. Aunque el origen de estos valores estaba en un punto de referencia exterior a los individuos, no era precisamente esa la preocupación de la modernidad. Su meta estaba más bien en la expresión de un deseo individual. Pero cuando el modernismo alcanzó su punto de maduración, cuando el subjetivismo destruyó el objetivismo, surgió un momento casi anárquico en la historia humana y con él una nueva moralidad individualista, festiva, centrada en el placer, anclada en el presente, ciega con respecto al pasado e indiferente con el futuro.

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