Territorio Latinoamericano

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Ensayo Territorio Latinoamericano

Alejandro Castillo R. Estudiante de Historia IV Semestre Cod: 6803-1020

Historia de América Latina I Maria Teresa Perez

Universidad del Cauca Facultad de Ciencias Humanas y Sociales Popayán, 14 de Marzo 2005

Introducción El territorio, como tema de estudio histórico ha sido realmente poco indagado; las consideraciones hechas en la materia geohistórica se han utilizado más como herramientas argumentativas o metodológicas en distintos temas, que como tema de estudio en sí mismo. Por esta razón, se me presenta como un reto casi infranqueable lograr sintetizar en el corto espacio de este trabajo la evolución total del territorio latinoamericano, con tan pocas fuentes bibliográficas de apoyo. Sin embargo, he logrado reunir un material que considero suficiente para exponer una primera aproximación al proceso de expansión territorial que se evidencia a lo largo del Siglo XIX; más allá de una intención totalizante que abarque todas las especificidades del asunto, me propongo responder a unos interrogantes menos ambiciosos: ¿Cuál es la infraestructura territorial que hereda Latinoamérica de la colonia?, ¿Qué elementos políticos y económicos de los correspondientes proyectos nacionales exacerban la expansión?. Ambas cuestiones están atravesadas por la problemática que tendrían que enfrentar tanto las monarquías imperiales desde la conquista, como los Estados nación en su etapa de consolidación: ¿Cómo equilibrar la interacción entre la sociedad y el medio natural en el que ésta se desenvuelve?; más específicamente, cómo regular el límite de dominio del hombre, sobre un espacio determinado. Esta dinámica de modificación antrópica de un espacio, se desprende de las características socio-históricas concretas del grupo humano (es decir un tiempo particular), paralelamente a los condicionantes geográficos determinados para cada lugar (un espacio particular). Ahora bien, esta relación entre hombre y medio no se remite simplemente al proceso de modificación, pues antes de este, es necesario haber dotado a dicho espacio de un valor, de un significado, es decir, haber re-presentado ese exterior culturalmente, lo que conlleva al fenómeno de territorialización implícito en toda relación humana con su entorno. El límite del territorio colonizado en América ha estado siempre dado por el contacto del sistema social activo, con un mundo natural pasivo, imponiendo así unos confines tanto móviles como relativos al rango de dominio o influencia de cualquier sistema políticoeconómico, llámese este la Corona, o el Estado nación. En la mayoría de casos, este espacio pasivo era ya territorio de las culturas aborígenes, por lo que el ensanchamiento de la frontera necesariamente implicaba la aculturación o la aniquilación de los mismos –cualquiera de las dos tan grave como la otra-. Los más recientes análisis históricos de Latinoamérica han aceptado la hipótesis de que la fragmentación territorial del Nuevo Mundo, estuvo siempre escindida por las

manifestaciones de nivel regional. La región, se presenta como el modelo más adecuado para estudiar las dinámicas históricas de cualquier orden, ya que al permitir la contextualización tanto de las especificidades geográficas (el soporte físico concreto: ríos, valles, sierras, cordilleras, desiertos, etc.) como de las sociales (redes económicas de producción y circulación, lazos de vinculación al sistema político, etc.) en estructuras de larga duración, facilita la comprensión cabal del proceso. Entendida como región social, se desarrolla paralelamente una integración en sí misma, y una diferenciación frente a lo externo; entendida como región geográfica, podemos leerla en su estatismo perenne como un receptáculo del pasado en el presente. Proveniente del latín regi (espacio bajo un mismo orden), es la región el lugar donde más fuertemente toman forma los imaginarios comunitarios cotidianos (características culturales particulares diferenciadas: hábitos, tradiciones, dialectos, etc.) y en general, las interacciones de orden político-cultural (como sucede por ejemplo en la consolidación nacional colombiana, donde los regionalismos fragmentan perentoriamente las relaciones de poder), razón por la que se ha venido legitimando paulatinamente como objeto de estudio histórico. Así las cosas, considero pertinente hacer una salvedad: el territorio que cartográficamente se estableció como nacional o virreinal, siempre se delimitó dentro de confines abstractos de supuesto dominio o pertenencia, no en límites reales de influencia; esto implica que las fronteras que se han establecido para cada nación son, en casi todos los casos relativas. Entonces, el control político de las múltiples regiones de un país es siempre desigual e inicuo, lo que exacerba las diferenciaciones que en muchos casos serán causa de los conflictos internos, -que simultáneamente a los externos (surgidos por los intereses encontrados sobre un territorio determinado), nos veremos en la obligación de mencionar recurrentemente. Habiendo hecho estos necesarios prolegómenos de aclaración conceptual, podemos entrar en materia.

Legado Territorial Desde los inicios de la conquista, se había hecho necesario establecer la delimitación de unos confines de dominio legal, pues ambas Coronas, Española y Lusitana, estaban interesadas en la colonización de Suramérica, por los buenos dividendos que prometía; se reunieron entonces en Tordesillas, y determinaron que una línea imaginaria en sentido meridiano, a 370 leguas al oeste de Cabo Verde, dividiría los dominios españoles al oeste, de los portugueses al este. Esta línea, ubicada unos minutos después del

meridiano

46º,

se

desplazaría

posteriormente

hasta

el

meridiano

54º

aproximadamente, por efecto de la colonización activa de los portugueses. Cada Corona

fragmentó de forma diferente el espacio que le correspondía: España, decidió dividirlo en virreinatos y capitanías generales, mientras que Portugal, prefirió mantenerlo unificado en un solo virreinato y solo subdividido en regiones. Sin embargo, como hemos dicho antes, el dominio real del espacio se remitía básicamente a la infraestructura urbana, que se mantendría casi intacta hasta el Siglo XIX. La ciudad se presentaba como el punto nodal desde donde el poder político-administrativo ejercía su dominio sobre las áreas circundantes; no obstante los acuciosos esfuerzos, este rango de influencia siempre fue limitado por las condiciones tecnológicas de comunicación y los impedimentos geográficos, lo que hacia realmente difícil ampliarlo. Por esta razón, considero que la infraestructura colonial de ciudades, pueblos y caminos, corresponde directamente al área de dominio territorial que alcanzaron a ejercer los imperios peninsulares en América. La distribución tanto espacial como urbanística la graficamos en el siguiente mapa: •

= Principales núcleos urbanos.

El Giro Decimonónico Considero pertinente, antes de comenzar a desbrozar los puntos que dan cuenta del proceso de expansión territorial Latinoamericano del Siglo XIX, contextualizar brevemente, las raíces del problema. Uno de los acontecimientos más debatidos en lo tocante a la transformación territorial americana, ha sido el de la independencia. La ruptura de los antiguos lazos de subordinación de las colonias frente a las metrópolis está cargada de complejidad; el cuestionamiento de las estructuras sociales convencionales se dio en múltiples niveles y distintas épocas, según el caso particular, sin embargo, hay una dinámica de larga

duración que atraviesa todos los casos: el liberalismo. Forjado al calor de la consolidación del capitalismo en toda su magnitud, este movimiento recoge el sustrato más esencial de su contexto histórico: la modernidad. La influencia generalizada de los paradigmas modernos en el corpus liberal es evidente. La paulatina individualización del sujeto histórico implícita en este proceso se expresa tanto en la instauración temprana de las monarquías constitucionales y parlamentarias europeas del Siglo XVII, como en el ulterior desarrollo intelectual de la Ilustración, ambos fenómenos fuente directa del discurso político-ideológico liberal. También, la progresiva y evidente racionalización calculada del tiempo y el dinero, ensancha inexorablemente las dinámicas de orden económico, generando una compleja red de relaciones de producción, circulación y consumo, al servicio del mercado, más que del Estado. El altísimo índice de contrabando que sorteaba los impedimentos proteccionistas es el testimonio más conspicuo del fenómeno. Así las cosas, el liberalismo como movimiento vanguardista pregona de manera insistente la necesidad de liberación del comercio, o librecambismo, como eje nodal del progreso mundial. Ahora bien, la indisolubilidad de los aspectos tanto políticos como económicos del discurso liberal, conllevó a la legitimación de todo un campo valorativo en las sociedades del Siglo XIX; este plano axiológico (sufragio, propiedad, individualidad, libertades en todo ámbito, fraternidad, etc.) trastocaba los paradigmas consolidados a lo largo de casi cuatro siglos, y la aceptación tácita del mismo en los proyectos nacionales Latinoamericanos, implicaría toda una suerte de contradictorias modificaciones en todo orden. El proceso de vinculación a la estructura de mercado internacional y la aplicación de múltiples reformas de carácter político-administrativo en las nacientes naciones son las que básicamente corresponden a nuestro tema: la expansión territorial decimonónica de América Latina. A continuación, profundizaremos más minuciosamente los mismos.

Economía & Territorio Las teorías librecambistas, dictadas canónicamente por el liberalismo como el camino que conducía al progreso económico nacional, servirían de incentivo inicial a la competencia entre los distintos países por vincularse más estrechamente al mercado internacional; la posición latinoamericana dentro de este orden, radicaba principalmente en la producción del sector primario de la economía, explotando los recursos naturales (agricultura, ganadería, minería) como único objeto de demanda comercial. Por lo tanto, la apertura al mercado implicaría necesariamente una anexión de nuevos territorios potencialmente productivos que brindaran una mayor cantidad de recursos para la exportación. Veamos los casos más sobresalientes de este fenómeno.

Chile, que había heredado el territorio de la capitanía general de Chile, manifestó expansiones territoriales importantes, tanto en el norte como en el sur. Hasta mediados de siglo se había mantenido y consolidado el territorio ya ocupado durante finales del período colonial, donde la región central había cobrado paulatinamente una mayor importancia por tener el principal núcleo económico portuario (Valparaíso) y el centro político-administrativo (Santiago de chile). Su área de dominio correspondía aproximadamente el territorio comprendido entre el desierto de Atacama en el norte, y la región del Bio-bio en el sur. La diferencia entre estas dos fronteras es que, mientras la primera era sencillamente geográfica, la segunda era cultural, pues toda la región araucánica permanecía bajo el dominio Mapuche. La expansión de la primera al norte, se debió principalmente al descubrimiento y explotación de ricas minas de plata para mediados de siglo (y cobre posteriormente, casi a finales del mismo), dándole una mayor relevancia a la ciudad de Copiapó. La siguiente oleada expansiva hacia el norte, hasta la región de Antofagasta, surgió por efecto la creciente preponderancia de los pequeños productores de nitrato sódico, químico que por sus propiedades nutrientes como abono venía ganándole espacio en la demanda internacional al guano, superándolo para la década de los 80 aproximadamente. El territorio donde se habían asentado estos núcleos de producción chilenos pertenecía a Bolivia, quien permitía dicha explotación a cambio de un impuesto a las empresas extranjeras. El incremento de dicho impuesto por parte de las autoridades bolivianas fue suficiente motivo para que Chile invadiera la región, dando inicio así al conflicto denominado la segunda guerra del pacífico1. La debilidad tanto política como económica de Bolivia evidenciada en su componente militar no pudo contener durante mucho tiempo las tropas chilenas; la alianza con Perú solo incrementó la ambición territorial chilena, haciendo extensiva la invasión a la región peruana de Tarapacá, reputada productora de salitre. Es así como Chile logra extender exitosamente su área de influencia en el norte, (usurpando la única comunicación boliviana con el mar) por intereses de colonización meramente económicos. Estos intereses en invertir el capital entrante en nuevas áreas antes ausentes, son los mismos que, en connivencia con los patrocinios expansivos del Estado, convergen en el ensanchamiento de la frontera sur ocupada y defendida con coraje hasta entonces por los pueblos nativos Mapuche. Esta búsqueda de inversión en tierras (para la producción vitícola o cerealera) suponía lógicamente la “pacificación” y 1

La primera guerra del pacífico (1864-1866) había enfrentado a España contra la alianza de casi todos los países andinos: Ecuador, Perú, Bolivia y Chile. La ocupación de las islas guaneras peruanas de Chincha por parte de España fue la principal causa del conflicto, que concluye tras el bombardeo de Valparaíso y el Callao por la tropa naval peninsular (1866).

la “civilización” de los araucanos; la superioridad bélica de los chilenos y la connivencia con Argentina logró concluir el violento proceso para 1882, apropiándose así de la Araucania, y sus lagos más al sur. El caso argentino es muy similar. Habiendo heredado el territorio del virreinato del Río de la Plata, Argentina dominaba el mercado de la carne, cuya economía escalada había traído grandes beneficios a la región de las Pampas; su núcleo político-económico (Buenos Aires), también beneficiado por la bonanza ganadera, dominaba una posición estratégica en el Atlántico que le permitía imponerse como importante entidad portuaria. Si bien había perdido las intendencias altoperuanas, junto con las de Paraguay y Uruguay, el territorio argentino era extensísimo, tanto que muchas regiones habían permanecido casi al margen de las dinámicas económicas nacionales. Llegada la oportunidad de expansión económica Argentina no dudó en abrir la frontera del sudoeste, colindante con las organizaciones nativas Mapuche, y así aprovechar al máximo sus potencialidades productivas. La denominada “conquista del desierto”2 solucionó radicalmente el “problema indígena”3, aniquilando o aculturizando los pobladores nativos de las regiones del Neuquén, el Río Negro, y el Chubut, propiciando la expansión ganadera del occidente argentino, y el ensanchamiento de los límites de influencia nacional. Dicho proceso concluye en 1879 bajo el mando militar del general Julio Roca. Por otra parte, algunas regiones del norte y noroeste escasamente desarrolladas, lograron un relativo despegue económico para finales de siglo basado en múltiples productos: trigo, mate, vid, madera, entre otros, lo que directamente conllevaría a la explotación y ocupación de espacios anteriormente inactivos. El caso brasilero es también interesante, aunque su proceso de expansión no involucre un choque cultural. El legado territorial unificado del Brasil había logrado expandir fuertemente la economía plantacional, sobretodo en las regiones costeras del centro y el norte del imperio4, además de promover las explotaciones mineras en la región de Minas Geràes. En el desenvolvimiento del siglo XIX la nueva economía productora de café en las regiones litorales del sur (Sao Paulo, Río Grande Do Sul, Santa Catarina, etc.) incitó sucesivas oleadas de colonización; la bonanza cafetera, marginando la decadente economía azucarera, le dio una preponderancia nunca antes alcanzada a las ciudades de Sao Paulo y Río de Janeiro, núcleos urbanos donde se concentró el poder tanto político como económico del imperio. Ya que los tempranos intentos de anexión 2

Las regiones anexionadas no eran geográficamente desérticas, sin embargo se utilizaba la metonimia desierto para asociar su vaciedad e improductividad. 3 Así denominado por los políticos argentinos de la época como Juan B. Alberdi. 4 Recordemos que Brasil, no obstante su independencia, mantuvo su carácter imperial al mando de Pedro II de Portugal hasta finales de siglo (1889).

de la Banda Oriental (actual Uruguay) habían fracasado, Brasil aprovechó la ruinosa derrota de Paraguay en la guerra de la triple alianza para apropiarse de casi 150.000 km cuadrados de tierra anteriormente paraguaya. Por otro lado, las expediciones hacia el interior (Matto Grosso) estaban enfatizadas más hacia el desplazamiento de la frontera nacional en hombros de los bandeirantes decimonónicos que hacia la colonización, pues las posibilidades productivas (caucho, especias, etc.) no fueron lo suficientemente fuertes para propiciar su territorialización efectiva. En este caso, la expansión fue el corolario ineludible de una activa y diversificada vinculación al mercado internacional. Aunque la demanda de productos tropicales era la más baja en el mercado, los países de la región tropical lograron una pequeña expansión basada en las fluctuaciones coyunturales de los primeros. Por ejemplo, la corta etapa tabaquera colombiana dio un producto de siembra a territorios antes inutilizados de los valles geográfico del río Cauca y Magdalena; posteriormente, el ciclo del café acicateó la migración antioqueña hacia espacios prácticamente deshabitados de la cordillera central; sin embargo regiones como la Orinoquía y la Amazonía aún permanecen casi desarticuladas de las dinámicas nacionales. Así mismo, el auge cacaotero ecuatoriano multiplicó las haciendas a todo lo largo de la costa, aunque la sierra mantuviera las relaciones económicas de producción local y regional heredadas de la colonia. Venezuela por su parte, había diversificado su producción hacia varios sectores, unos más provechosos que otros dependiendo de la coyuntura; sus ánimos expansionistas se evidencian en la apropiación de la región de Maracaibo, y en sus reclamos de propiedad en la Guayana Esequiba al oriente, originando así una confrontación con Inglaterra que todavía no ha sido resuelta5. La misma situación de dependencia coyuntural de los países tropicales era vivida por los centroamericanos, sin embargo su infraestructura urbana heredada era mucho más pobre, y su densidad poblacional mucho más baja. Si bien el café salvadoreño, la cochinilla guatemalteca, la madera hondureña, entre otros efímeros interciclos productivos propiciaron una ligera modificación territorial, no hubo cambios drásticos en la relación ciudad-campo heredada de la colonia. La debilidad estatal de estas naciones permite la fácil intromisión militar norteamericana para finales del siglo. México, que había heredado el territorio que comprendía el virreinato de la Nueva España, fue escenario de múltiples contiendas en sus intentos de consolidación del territorio nacional. En el sur, ocupado aun por los Mayas, la colonización de mediados de siglo fue un proceso difícil. La denominada guerra de las castas enfrentó el Estado 5

El conflicto nace desde mediados de siglo y se exacerba en la presidencia de Guzmán Blanco, quien rompe relaciones diplomáticas con Inglaterra en 1887.

nación mexicano contra las comunidades indígenas arraigadas en su territorio, sobretodo la región de Yucatán; el conflicto concluye con un tratado que permite a México expandir su frontera sur hasta Guatemala, y obliga a los sobrevivientes Mayas a trasladarse hacia el sur. Casi simultáneamente a este proceso de anexión, se presentaba otro de fragmentación en el norte, a causa de las invasiones norteamericanas sobre las regiones de California, Nuevo México y Texas, engendradas por evidentes intereses económicos y de expansión geopolítica. La inferioridad bélica de México frente a su oponente no fue suficiente para aceptar su derrota, por lo que las tropas norteamericanas bombardearon su capital como medio de presión para que cedieran legalmente los territorios a su dominio; los irrecuperables 1`300.000 kilómetros cuadrados, equivalían a más de la mitad del territorio nacional mexicano de aquel entonces. En la zona insular americana, el proceso de roturación iniciado desde la colonia, tomaría aun más fuerza en el contexto decimonónico; a esto se le suma el incremento demográfico, que al ubicarse en espacios relativamente cerrados, el grado de dispersión es menor. El caso cubano es el que mejor representa ambos fenómenos: anexión de tierras para el cultivo de tabaco y caña, paralelamente al imparable crecimiento demográfico que profundizaremos más adelante. Por otro lado, la isla compartida entre Haití y Santo Domingo, si bien había caído en una crisis económica irremediable desde su emancipación, no por esto dejó de crecer progresivamente a nivel demográfico. Esta tendencia generalizada de concentración poblacional nos puede indicar que el dominio humano (no necesariamente administrativo) ejercido sobre el territorio en las áreas insulares es más efectivo que en las continentales, donde el grado de dispersión es mayor.

Política & Territorio Llegado este punto, podemos darnos cuenta como las naciones latinoamericanas siguieron las pautas económicas establecidas por las potencias en el discurso liberal; así mismo, se aceptó de forma tácita los preceptos político-administrativos del mismo discurso. Ambos elementos (políticos y económicos) concatenados estrechamente, pues el mercado necesitaba un soporte legal que lo legitimizara como orden establecido. Ahora bien, la presencia de los elementos liberales en los proyectos nacionales es desde cualquier perspectiva, perentoria. El constitucionalismo, la soberanía nacional, la división tripartita del poder, son todos fenómenos políticos de vanguardia para las sociedades decimonónicas latinoamericanas. Cada una de sus particularidades legales

involucró directamente la cuestión territorial, pues dentro del proyecto nacional, para el buen funcionamiento estatal existía como prerrequisito la clara delimitación de unos confines de influencia jurisdiccional. La consolidación nacional, cargada de una voluntad homogenizadora, se esforzó por aprovechar al máximo el espacio geográfico que le correspondía; este ánimo cohesionador se expresó de diferentes formas en el ámbito legal. En muchos países se recurrió a la desamortización de bienes de manos muertas, es decir, al remate público de grandes cantidades de tierra improductiva heredada de la colonia, con el fin de incentivar la expansión ganadera o agrícola, perjudicando principalmente las inmensas propiedades de las entidades eclesiásticas; México se valió de la ley Lerdo del 56 para aplicar la medida, Colombia por su parte aprovechó el gobierno liberal del caudillo Tomás Mosquera para hacer lo propio. Posteriormente, con el mismo objetivo se liberaron los censos de muchas propiedades (créditos hipotecarios contraídos con la iglesia), gravamen que realmente se presentaba como óbice del desarrollo territorial productivo. Otra expresión liberalizadora la encontramos en los procesos de privatización de la tierra, cuyo objetivo era instaurar de manera generalizada la propiedad privada, tan criticada por los marxistas. Esta medida legal chocó con las tradiciones patrimoniales de los grupos nativos aun pobladores de extensos territorios. En los casos de Bolivia, Perú, Ecuador y Guatemala, los intentos de aplicación de la medida conllevaría a serios conflictos internos, acentuados en la medida en que la población nativa, a diferencia de muchos otros lugares, no había sido marginada ni demográfica ni políticamente, por lo que logró articularse al orden nacional y de mercado a su manera; los casos de México, El Salvador, Colombia y Venezuela, bastante similares por la inminente presencia indígena (más acentuada en México), se diferencia en cambio por la radical destrucción de la propiedad comunal. Sin embargo, más allá de la simple ocupación de tierras baldías, el Estado nacional estaba interesado en el aprovechamiento cabal de todos sus recursos naturales, hasta ese entonces poco conocidos. Por esta razón, contrató toda una serie de expediciones científicas que establecieran las condiciones naturales, topográficas y cartográficas de los espacios “vacíos”; casi todos los países apelaron a los científicos europeos de la época para desentrañar los misteriosos secretos de geografías desarticuladas. Esta es otra prueba de las intenciones expansivas en la consolidación territorial nacional presente de forma generalizada en los proyectos liberales latinoamericanos. A modo de conclusión creo que es pertinente mostrar a grandes rasgos, el crecimiento demográfico de la última mitad del siglo en Latinoamérica. Población de América Latina en millares

1850 América central México Guatemala El Salvador Honduras Nicaragua Costa Rica Caribe Cuba Puerto Rico Rep. Dominicana Haití Suramérica tropical Brasil Colombia Perú Venezuela Ecuador Bolivia Suramérica templada Argentina Chile Uruguay Paraguay Total

1900

7662 850 394 350 300 125

13607 1425 932 443 448 285

1186 455 200 938

1573 953 700 1270

7205 2243 1888 1490 816 1374

17318 3825 3791 2344 1400 1696

1100 1287 132 500 30495

4743 2904 915 440 61012

Fuente: Nicolás Sánchez Albornoz, La población de América Latina.

Bibliografía Consultada Mónica Quijada, Nación y territorio: la Argentina del Siglo XIX, en Revista de Indias volumen #219, pags. 373-394. Ramón Tovar, Condicionantes geohistóricas de Hispanoamérica, en Boletín de la Academia Nacional de Historia, volumen #307, pags. 53-61. Pedro Vives, El espacio americano español en el Siglo XIX: un proceso de regionalización, en Revista de Indias, volumen #151-152, pags. 135-160. Nicolás Sánchez, Población de América Latina, desde los tiempos prehispánicos hasta nuestros días, editorial Alianza, Barcelona 1977. Tulio Halperín Donghi, Economía y sociedad, en Historia de América Latina, Lesley Bethell ed.

Malcolm Deas, Ecuador 1880-1930, Venezuela 1880-1930, Colombia 1880-1930, en Historia de América Latina, Lesley Bethell ed. Marcello Carmagnani, Estado y sociedad en América Latina. 1850-1930. Ciro Cardoso, Héctor Perez, Historia económica de América Latina, Florencia Mallon, Las sociedades indígenas frente al nuevo orden, en Historia de América Latina, Germán Carrera Damas ed.

Es necesario hacer mapas explicativos para cada caso particular.

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