Tema De Americana 2.docx

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Temas para Americana II: “La formación y consolidación de los Estados Nacionales en América Latina” En las últimas décadas del siglo XIX, en América Latina se crearon las condiciones para una profunda transformación política, económica, social y cultural que no sólo dio pruebas de la integración a los grandes procesos de modernización incitados en Europa por la Revolución Industrial y por los progresos del constitucionalismo liberal, sino que también profundizó las brechas entre las diferentes vías nacionales transitadas por cada país. En líneas generales, la transformación consistió: -En el inicio de un largo período durante el cual se consolidaron las estructuras de los estados-nación -Se atenuó el caudillismo -Se produjo el boom de la economía de exportación de materias primas hacia los mercados europeos.1 Sin embargo, el éxito de esta política se hizo evidente a finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, cuando las economías latinoamericanas orientadas a la exportación iniciaron periodos de prosperidad como por ejemplo: - Argentina se volvió tan rica por su economía basada en la carne y el trigo. - México, aparecieron y se extendieron las plantaciones que producían henequén en Yucatán y azúcar en las zonas centrales, en especial al sur de la capital; la minería era rentable y la naciente industria petrolera comenzaba a convertirse en una actividad significativa. - Seguían creciendo las exportaciones de cobre procedente de Chile, que cultivaba algunas frutas y trigo para los mercados internaciones. - Las mejoras tecnológicas llevaron al aumento de la producción azucarera en el Caribe, especialmente en Cuba, cuando los propietarios estadounidenses aceleraron sus inversiones en trapiches de azúcar modernos. - Brasil vivía de las exportaciones de café y caucho natural. - La United Fruit Company extendió sus inmensas plantaciones de plátanos en Centroamérica. (Skidmore y smith) Desde mediados del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial, una ola de globalización envolvió con fuerza a América Latina. Impulsado por la revolución comercial e industrial, y hecho posible en dimensiones antes impensables por las innovaciones tecnológicas –en especial por la navegación a vapor en el océano Atlántico y por los ferrocarriles. A precios más bajos, en tiempos más rápidos y en condiciones de mayor seguridad, a tal punto que el comercio alcanzó ritmos constantes y potentes, y los capitales llegaron en abundancia. (loris zanata) En términos económicos, se integró como la periferia de ese arremolinado centro, del cual era necesario complemento, a tal punto que el nexo que se creó entre ambos ha sido definido muchas veces como un pacto neocolonial. Eje de dicho nexo fue el modelo económico primario exportador, basado en el libre comercio, en el que América Latina se especializó en la exportación de materias primas hacia Europa -minerales para la industria y agropecuarias. (loris zanata) A modo de síntesis, puede afirmarse que, por un lado, América Latina vivió una fase de crecimiento económico que trajo consigo el boom del comercio, la creación de infraestructuras vitales, la incorporación a la agricultura de nuevas y muy extensas tierras fértiles en las inmensas fronteras interiores, el inicio de la urbanización y la expansión de las ciudades: todas premisas de la consolidación institucional y económica de los nuevos estados y de la erosión de los lazos sociales pre-modernos, típicos del mundo rural. Por otro lado, ese tipo de crecimiento fue causa de distorsiones y vulnerabilidades: como las economías fueron inducidas a especializarse en la producción de los bienes requeridos por el mercado mundial, (en general no más de uno o dos por país), cada economía nacional se volvió dependiente de la fortuna de esos pocos bienes, lo cual incentivó la concentración de la riqueza y de la propiedad de la tierra, y agudizó aún más las ya profundas fragmentaciones sociales. Por último, las bruscas oscilaciones de los precios de dichos bienes con frecuencia hicieron temblar a los dependientes presupuestos nacionales. Cabe agregar, que el café y otros productos típicos de las áreas subtropicales, como cacao, azúcar de caña y bananas -en cuya producción ingresaron no sin prepotencia las grandes empresas norteamericanas-,estuvieron en la base del boom de las exportaciones en América Central y en el Caribe, así como del poder de las elites políticas, que en muchos casos lograron imponer su dominio. (loris zanata) Los sectores de servicios más dinámicos eran el transporte (los ferrocarriles comenzaron a surcar los inmensos espacios latinoamericanos, favoreciendo la movilidad territorial y social), la burocracia estatal, el comercio y las finanzas. La consolidación del modelo de crecimiento por importación-exportación impulso dos cambios en la estructura social: Uno fue la aparición y el aumento de los estratos sociales medios. Por la ocupación desempeñada, a ellos pertenecían profesionales, comerciantes, tenderos y empresarios pequeños que se beneficiaban de la economía de exportación-importación, pero que no se encontraban entre los estratos superiores en cuanto a propiedades o liderazgo. Los portavoces del sector medio solían hallarse en las ciudades, tendían una educación bastante buena y buscaban un 1

Zanata Loris, “La era liberal”, cap. 4. Historia de América Latina.

lugar reconocido en su sociedad. (SKIDMORE Y SMITH). El largo y sostenido crecimiento de la economía ofreció nuevas oportunidades y estimuló la movilidad social y el nacimiento de nuevos estratos sociales, aunque no extirpó las profundas raíces de vastos sectores sociales pre-modernos, puesto que la movilidad social quedó a menudo imbricada en las barreras étnicas y culturales. Se transformaron las elites, animadas de espíritu aristocrático, surgieron otras nuevas, más atraídas por los valores burgueses. No obstante, estas se hallaron -como las elites anteriores- vinculadas a la propiedad de la tierra, una enorme concentración, no entendida ya como mera fuente de estatus social, sino como fuente de progreso y riqueza. Crecieron las capas medias de la sociedad, con frecuencia conformadas por mestizos o por migrantes, diferenciadas y distribuidas en oficios, empleos y profesiones que iban desde el comercio y la administración pública hasta los bancos, la escuela y el ejército. Capas medias muchas veces próximas al proletariado urbano -por sus ingresos y sus condiciones de vida-, pero formadas por número creciente, por profesionales e intelectuales deseosos de afirmación, prestigio e influencia, bien dispuestos a moverse en la arena política. (LORIS ZANATA). El segundo cambio importante tuvo que ver con la clase trabajadora. Para sustentar la expansión de las economías de exportación, las elites trataron de importar fuerza de trabajo externa como resalto Juan Bautista Alberti, “gobernar es poblar”. Por ejemplo, en la década de 1880, Argentina comenzó una política dinámica para alentar la inmigración desde Europa: la marea de llegadas durante las tres décadas siguientes fue tan grande que, incluso descontando los retornos, ha sido denominada como la “era aluvial”. Brasil recluto inmigrantes, principalmente para trabajar en los cafetales de San Pablo, especialmente recibieron inmigrantes chinos y árabes al igual que en Perú y Chile. Los recibidos por Perú y Chile fueron numerosos, pero muchos menos en términos absolutos y relativos que los de Argentina. Cuba siguió siendo un caso especial, ya que la importación de esclavos negros africanos había determinado hacia mucho la composición de su clase trabajadora en el noreste, donde las plantaciones de azúcar prosperaron con el trabajo esclavo. México fue el único entre los país que no busco una inmigración externa. Hay una razón para ello: el país continuaba teniendo una gran población campesina india, por lo que resultaba innecesario importar fuerza laboral. (SKIDMORE Y SMITH). Los elementos que habían causado inestabilidad política y estancación económica en las primeras décadas posteriores a la independencia comenzaron a atenuarse en la segunda mitad del siglo. Este fue el preludio de las profundas conmociones que atravesaron todo el período comprendido entre la década de 1870 y la Primera Guerra Mundial, porque allí donde la economía se hallaba en un estado de estancación se inició un largo período de crecimiento, y donde dominaban los caudillos comenzó a ganar vigencia la estabilidad, a surgir y consolidarse las modernas estructuras del estado-nación. Por primera vez, los gobiernos se vieron en situación de imponer la ley sobre el territorio nacional entero o sobre buena parte de este, al menos en los países más ricos y poderosos, los cuales pudieron garantizar la unidad política: unificar la soberanía y obligar a la obediencia tanto a caudillos como a territorios rebeldes. Por primera vez en América Latina cobraron forma estados modernos empezando por: 1- El ejercicio del monopolio legal de la violencia, que adquirieron imponiéndose a los ejércitos privados y locales, o a través de la profesionalización de los ejércitos nacionales con el auxilio de las misiones militares alemanas y francesas 2-La creación de una administración fiscal, judicial y escolar nacional, premisas necesarias para recaudar impuestos, impartir justicia, formar ciudadanos y construir la nación a través de las escuelas. 3- Las constituciones se volvieron más duraderas y eficaces, y el horizonte de la acción pública se amplió de un modo antes impensable, gracias también al boom de la prensa y de los ferrocarriles, que reducían las distancias. En varios países, se realizaron los primeros censos nacionales y floreció la avidez estadística por cuantificar, medir, catalogar a la población y los bienes naturales comprendidos entre los confines de la nación, premisas de leyes científicamente fundadas y, por lo tanto, más racionales. A este cambio quedó enlaza la educación pública y, más tarde, el envío hacia las zonas más remotas de cada país de un gran número de formularios públicos encargados de censar a los habitantes, armar padrones electorales o dar fe de los datos del registro civil y otras actividades similares. En muchos países se sancionaron nuevos códigos civiles y penales, y la magistratura se volvió un cuerpo más autónomo y profesional. Tanto la Revolución Industrial europea como la revolución tecnológica instalaron las condiciones para que América Latina se integrara a la economía mundial pronto y a fondo, con lo cual el comercio y las inversiones aumentaron, y con ellos, los ingresos de los estados, que contaron con los recursos para consolidar su propia autoridad. (LORIS ZANATA) Las naciones de América Latina entraron en una larga y con frecuencia agitada época de modernización social, que se intensificaría en el curso del siglo XX. El crecimiento demográfico, en ciertos casos debido a la inmigración europea, pero en realidad extendida a la región entera, incluso a los países donde fue fruto del incremento natural de la población; la urbanización, particularmente intensa en la Argentina, Chile y Venezuela, que afectó a una o pocas ciudades erigidas en nudos clave del enlace con el mundo exterior -como Ciudad de México o Buenos Aires. A ello se sumó la escolarización, al menos en los centros urbanos y donde el estado más avanzó en su proyecto de crear sistemas educativos nacionales; la tercerización, por la proliferación de nuevas profesiones, tanto en el ámbito público como en el privado, vinculadas a las necesidades de una economía y una sociedad más articuladas; por último, una incipiente industrialización, al menos en países como Brasil, México o la Argentina, donde las elites dirigieron hacia

la industria los capitales acumulados, y en aquellos donde el crecimiento de la producción minera indujo a la conformación de importantes centros industriales. (LORIS ZANATA) Los regímenes políticos de la era liberal eran denominados "oligárquicos", concepto a la vez correcto y engañoso. Es correcto en el sentido de que se trataba de regímenes políticos donde la participación estaba limitada y donde el poder político y el económico, concentrados en una elite restringida, tendían a superponerse. Los miembros de la elite constituían una oligarquía social, casi siempre blanca y culta, en la cima de una sociedad fragmentada sobre bases étnicas. En cambio, es engañoso si no se tiene en cuenta que así era la política en Occidente antes del advenimiento de la sociedad de masas: una actividad desarrollada por personajes notables y prósperos; y que la violencia, la corrupción y los fraudes que solían caracterizar a las elecciones en América Latina eran por entonces fenómenos comunes en Europa. (LORIS ZANATA) Según Waldo Ansaldi y Veronica Giordano consideran que la expresión “oligarquía” se emplea para designar una clase social, la de terratenientes o propietarios mineros, una alianza de clases o fracciones de clase, e incluso una confusa combinación de clase y de forma de dominación por parte de un conjunto de personas o familias. Así, se opone la oligarquía a la burguesía, o se la define como aliada a esta y al imperialismo, muchas veces para sostener la existencia de una burguesía nacional, anti oligárquica y antiimperialista. La “oligarquía” como una forma histórica de ejercicio de la dominación política de clase, caracterizada por la concentración del poder en una minoría y la exclusión de la mayoría de la sociedad de los mecanismos de decisión política. En las sociedades con dominación oligárquica, la base social era angosta, con predominio de la coerción. No se trataba de una clase social sino de una forma de la dominación, la oligarquía pudo ser ejercida por clases, pero más frecuentemente lo fue por fracciones de clase y grupos sociales diversos, por ejemplo, terratenientes no capitalistas, terratenientes capitalistas, burgueses. El reclutamiento de los designados era cerrado y estaba basado en criterios de apellido o linaje, tradición, familia o parentesco ampliado, prestigio, amistad, dinero, a los que se añadían formas de movilidad social por méritos militares y/o matrimonios. Los títulos de nobleza, concedidos incluso después de su abolición legal, una función de identificación y legitimidad para los grupos de poder. El linaje, reconocible en pertenencia étnica, apellido, símbolo y signos identificadores que se remontan a los años de la Colonia. Se reforzaba mediante la estrategia matrimonial que unía de patrimonios y grupos familiares. La red alcanzaba un lugar preponderante en la estructura de poder político, fuera cerrado, circunscripto a los propios núcleos familiares, fuera abierto a nuevos y ascendentes sectores de la sociedad. En estas redes familiares es fundamental la articulación de cuatro factores: 1- Alianzas comerciales 2- Matrimonios 3- Vecindad geográfica y procedencia étnica 4- Asociación en los ámbitos gremiales, políticos y educativos Se encuentran los clientes o la clientela. Clientelismo y parentesco van asociados, el primero incluye a parientes, no parientes criados y al parentesco ficticio. Las relaciones clientelares se fundan en la desigualdad y esta da cuenta de una estructura social vertical eventualmente compuesta por varios clientes que a su vez son patronos y articula alrededor de un patrón o pariente mayor que será cabeza de un bando o facción, que podríamos definir como un grupo de familias cuyos miembros están ligados por la sangre, la clientela y la tradición familiar alrededor de un linaje dominante. La oligarquía fue, en los hechos, una forma de dominación que tornaba ficticia la democracia. El Estado se constituyó como Estado “capturado” solo atento a satisfacer las demandas de la clase propietaria dominante, se tradujo en un Estado central más que en un Estado nacional. En América Latina, la oligarquía constituyo la forma predominante de ejercicio de la dominación entre alrededor de 1880 hasta 1930. El modo oligárquico de ejercer el poder se fundó en la dominación sobre la mayoría, sin dejar de ser hegemónico sobre la minoría (clases populares, campesinos, trabajadores, artesanos). El sufragio se lo consideraba un derecho, pero solo concedido a quienes, tenían la condición de ser naturalmente elegidos para ejercer el gobierno. La limitación de la libertad política era efectiva, pero no siempre jurídica; la oligarquía más que negar la democracia, el torno ficticio. En líneas generales, la dominación oligárquica se desarrolló durante el periodo de implementación del modelo primario-exportador, cuyo motor de crecimiento económico se encontraba en el exterior y dependía de la demanda de las economías industrializadas del centro del sistema capitalista mundial. La dominación oligárquica se ejerció en el interior de sociedades estructuralmente agrarias, con predominio de la gran propiedad de la tierra (latifundio) con una larga persistencia de prácticas paternalistas, mediante las cuales la dominación central se transmitió hacia los espacios administrativamente menores, el autoritarismo estatal se morigeró y los poderes nacionales y locales alcanzaron cierto equilibrio. La dominación oligárquica se caracterizó por una fuerte concentración del poder en un núcleo pequeño de personas y en un espacio de aplicación reducido. Necesito de ciertos artilugios para articular el poder central y los poderes locales. Construyó una estructura piramidal de redes familiares (biológicas o extensas) basada en el paternalismo. El vértice de esa pirámide era unipersonal o pluripersonal, a menudo familiar. Hubo mecanismos de sucesión, formales e

informales, pacíficos y violentos. La culminación del proceso de construcción de un único poder bajo la forma oligárquica resulto del pasaje de una situación de dominación oligárquica locales, provinciales, estaduales o regionales enfrentados entre sí (luchas interoligarquicas) por el poder del espacio geográfico se convirtió en una lucha o conflicto intraoligarquico. El proceso de constitución de la dominación oligárquica fue siempre violento y concluyó estatuyendo de modo muy simple. El pacto oligárquico se asentó en un trípode: 1-la representación igualitaria de las oligarquías provinciales, estaduales o departamentales, sin dejar de reconocer la desigualdad real que existía entre ellas, consagrada en los criterios de designación del número de diputados, en los cuales el quantum demográfico tendía a coincidir con poderío económico y/o político. 2- el papel moderador del gobierno central, en particular del presidente, fundamental para el caso de exacerbación del conflicto intraoligarquico; 3-el parlamento y el senado como garante del pacto de dominación e instrumento útil en caso de eventuales reformas por parte de algún presidente sin excluir la apelación a una solución fuera de la institucionalidad política, jurídicamente normada, como la recurrencia al golpe de Estado. Otro rasgo definitivo del modo de dominación oligárquica fue la construcción de burocracias civiles débiles y poco numerosas. El poder político y los asuntos asignados al Estado discurrían a través de partidos que eran más bien clubes de notables o círculos exclusivos de caballeros. No se trataba de verdaderos partidos políticos, no tenían una estructura orgánica, plataforma, programa, disciplina o definición ideológica precisa, ni siquiera los propios parlamentarios elegidos en su nombre actuaban de modo unitario. La oligarquía se edificó sobre un andamiaje que fue un rasgo de duración estructural en casi todo el subcontinente: la primacía de la mediación corporativa por sobre la partidaria. En líneas generales, la consolidación de la dominación oligárquica significo, en todos los países, la instauración de un único poder político central al que se llegó pasando de una situación de fragmentación de poder a una de monopolización de este. El proceso que culminó con el pacto de dominación oligárquica, se desarrolló pari passu y entramado con el avance de la inserción de las economías latinoamericanas en el sistema capitalista mundial qua productoras de materias primas e importadoras de capital y manufacturas. Según Tulio Halperin Donghi ha llamado a ese periodo “el orden neocolonial”, y los autores lo denominan “orden oligárquico”. La dominación oligárquica tuvo una dimensión internacional, las relaciones entre clases en tres campos: el nacional (cada país); el supranacional (las sociedades latinoamericanas); el internacional (sistema-mundo). El pacto oligárquico resolvió el problema en el interior de los países y convirtió a algunas clases en proceso de reestructuración, en dominantes, mientras que, en el plano de las relaciones entre las clases dominantes europeo-occidentales y norteamericanas, y las clases dominantes latinoamericanas, estas últimas fueron dominantes dependientes. Los patrones correspondientes de la dominación oligárquica son: el modelo primario-exportador y la vinculación estrecha con el imperialismo. El modo de ser oligárquico se caracterizó por sus rasgos de frivolidad y ostentación de ciertos valores fundamentales. El dinero debía ser un signo distintivo, acompañado de otros rasgos como el apellido, las relaciones de parentesco real y simbólico y cierto goce del ocio. También era un rasgo característico que los grandes hombres de negocios urbanos a menudo eran destacados hombres de las ciencias jurídicas, las ciencias médicas, la literatura. La dominación oligarquía tuvo ciertos mecanismos como: el clientelismo político fue la forma paradigmática para asegurar la durabilidad y continuidad de la oligarquía, por su carácter de mediación y representación político-social. Históricamente, se instituyo en el siglo XIX como un mecanismo mediador entre los poderes centrales y el poder central en los procesos de constitución de los Estados, sus antecedentes vienen de las sociedades coloniales. Los mecanismos de la dominación oligárquica se articularon en tres planos: la geografía, la violencia fisica o directa y la violencia simbólica. Hay ciertas definiciones que se apoyan a la dominación oligárquica como: clientelismo, caciquismo, coronelismo, paternalismo, el compadrazgo, el gamonalismo. CONTEXTO MUNDIAL: El imperialismo coincide con una nueva fase de expansión extra continental llevada adelante por algunos países europeos y más tarde, por Estados Unidos y Japón. La Confederación de Berlín (1884-1885) consagró el llamado “reparto de África y los nuevos imperios coloniales. Según Hobsbawm la era del imperio se caracterizó por la rivalidad entre los diferentes Estados. Los países centrales europeos retornaron a la política proteccionista a partir de 1876, y luego, en 1890, se sumó Estados Unidos, con una fuerte alza en sus ya altas tarifas aduaneras. Karl Polanyi a finales de la década de 1870, el periodo de librecambio (1846-1879) tocaba a su fin, la utilización efectiva del patrón-oro por parte de Alemania señala los comienzos de una era de proteccionismo y de expansión colonial. El proteccionismo actuó en tres direcciones: el dinero, el trabajo y la tierra. Polanyi entiende que el imperialismo es la institución proteccionista por excelencia. El proteccionismo apuntaba a proteger los mercados de las economías centrales afectadas por la depresión y la crisis de la agricultura en Europa occidental, y en el caso de las industrializaciones tardías, Alemania, Rusia, Estados Unidos y Japón, por la necesidad de proteger sus productos frente a la competencia de las mercancías británicas. El proteccionismo industrial estuvo asociado a un nacionalismo económico que no parecía entrar en contradicción con la tendencia a la unificación de un mercado mundial en el cual el comercio internacional creció como nunca antes y en el que no eran extraños ni los acuerdos entre grupos monopolistas, ni las luchas por ese mismo mercado.

Este periodo que se inició en 1870, coincidió en América Latina, con el de la constitución de los Estados Oligárquicos que se convirtieron en factor clave de la creación de condiciones favorables para la inversión de capital extranjero. (Waldo Ansaldi y Veronica Giordano) Los regímenes de la época fueron modernizadores en el campo económico pero conservadores en el político, ya que procuraron mantener el monopolio del poder hasta el punto de convertir con frecuencia a las constituciones en pactos entre oligarquías y a las elecciones en ficciones democráticas, donde legitimar órdenes políticos poco o nada representativos de los diversos estratos sociales. Se trataba, de pactos entre las mismas elites que se habían combatido entre sí en los tiempos del caudillismo y que ahora encontraban en las oportunidades económicas y en el común interés por la estabilidad política y la paz social. La ideología de estos regímenes: el positivismo (cuyas palabras clave están todavía inscritas en la bandera brasileña, "Orden y Progreso"), que desde México hasta la Argentina, pasando por el istmo centroamericano y las naciones andinas, se expresó en la invocación de Paz y Administración era el lema de Roca. El positivismo se prestó a conjugar las dos tradiciones políticas y filosóficas que hasta entonces habían intentado suprimirse y anularse recíprocamente. La ideología positivista legitimó el pacto implícito entre liberales y conservadores, y los progresivos ataques de los primeros contra las corporaciones tradicionales, las cuales -con la iglesia y el ejército a la cabeza- se tornaron aliadas de la estabilidad política y social. Dichos regímenes inauguraron una larga y robusta tradición antipolítica, con hondas repercusiones. (LORIS ZANATA) Desde fines del siglo XIX, el nacimiento de nuevos partidos políticos en diversas partes de América Latina, e incluso de numerosos y combativos movimientos obreros –anarquistas y socialistas en su mayoría, pero también católicos, desde México hasta Chile, desde la Argentina hasta Cuba-, fue síntoma de las primeras y profundas grietas que estaban abriéndose sobre la superficie estable de los regímenes liberales. (LORIS ZANATA). La aparición de las clases trabajadoras incipientes llevo a la aparición de nuevas organizaciones con importantes implicaciones para el futuro. Los trabajadores solían establecer sociedades de ayuda mutua y en algunos países, emergieron los sindicatos. La naturaleza de la economía latinoamericana estableció el contexto del activismo obrero. En primer lugar, porque las exportaciones eran cruciales, los trabajadores de la infraestructura que las hacían posibles en especial los ferrocarriles y muelles, tenían una posición vital. Toda parada laboral suponía una amenaza inmediata para la viabilidad económica del país y, para su capacidad de importar. En segundo, el estado relativamente primitivo de la industrialización significo que la mayoría de los trabajadores estuvieran empleados en firmas muy pequeñas. Solo unas cuantas industrias, como textiles, se adecuaban a la imagen moderna de enormes fábricas con técnicas de producción masivas. Los sindicatos en cuestión se solían organizar por oficios y no por industrias. La excepción eran los trabajadores de los ferrocarriles, las minas y los muelles, que no por coincidencia se hallaban entre los militares más activos. De 1914 a 1927 se contempló el surgimiento de la movilización obrera. Fue el punto más alto de la influencia anarquista, anarcosindicalista y sindicalista, cuando las capitales de toda la nación importante de América Latina se vieron torpeadas por huelgas generales. Con estos sucesos, se puede ver con claridad la naturaleza de la clase trabajadora, su organización y el modo en que las elites dominantes deciden responder. En particular, el marco legal de las relaciones laborales recibió mucha más atención en Chile que en Argentina y Brasil. Otro cambio importante durante el periodo durante el periodo de 1900 a 1930 afecto al equilibrio entre los sectores rural y urbano de la sociedad. Se combinaron la importación del trabajo y la migración campesina para producir el crecimiento a gran escala de las ciudades. El hecho generalizado es que la expansión de las economías de exportación-importación ocasiono la urbanización de la sociedad latinoamericana. Sin embargo, debido al origen nacional o étnico, las clases trabajadoras no consiguieron mucho poder político a comienzos del siglo XX. Los inmigrantes de Argentina y Brasil no tenían derecho a votar si no habían conseguido la naturalización, por lo que los políticos podían permitirse no tenerlos en cuenta. En México, los trabajadores de origen campesino tenían pocas posibilidades de influir en la dictadura de Porfirio Díaz. Y en Cuba, por supuesto, la historia de la esclavitud había dejado su doloroso legado. Esto significo, que las elites latinoamericanas, mientras promovían la expansión orientada a la exportación, pudieran contar con una fuerza laboral que respondía sin que existiera una amenaza efectiva de participación política, aunque las huelgas habían resultado preocupantes. Como resultado, las elites de varios países permitieron una reforma política que posibilito a los miembros y representantes de los sectores medios acercarse al poder. La idea era conseguir la lealtad de los sectores medios para fortalecer de este modo la estructura de control y poder de la elite. El inicio del siglo XX fue un periodo de reforma política en algunos de los países mayores: en Argentina, una ley electoral de 1912 abrió el sufragio a grandes sectores de población y permitió al partido de la clase media, el denominado Partido Radical, conseguir la presidencia en 1916. En Chile, los cambios comenzaron en realidad a partir de 1890 y supusieron la imposición del gobierno parlamentario sobre el sistema presidencialista anterior. En Brasil, la caída de la monarquía en 1899 inauguro un periodo de política electoral limitada. Cuba, tras conseguir la independencia de España en 1898 cederla después a Estados Unidos, siguió siendo un caso especial. E incluso para México, donde estallo una revolución a gran escala en 1910, es válida la generalización: el objetivo original del movimiento revolucionario no era transformar la sociedad mexicana, sino

solamente conseguir el acceso al sistema político de los segmentos excluidos de la clase media. Los movimientos reformistas produjeron a menudo una democracia cooptada, en la que la participación efectiva se extendía de la clase alta a la media y seguía excluyendo a la más baja. Tales transformaciones solían reflejar los intentos de las elites socioeconómicas gobernantes por cooptar a los sectores medios en apoyo del sistema, aunque a veces tuvieron consecuencias imprevistas, como en el caso de México, donde los acontecimientos trascendieron hasta ocasionar una revolución completa. Los objetivos de la mayoría fueron limitados. En la mayoría de los países latinoamericanos, la formula reformista funciono bastante bien, al menos para las elites. La demanda europea de materias primas durante la primera guerra mundial, y varios años después condujo a una prosperidad continuada y sostenida. El modelo de crecimiento basado en la exportación-importación parecía ofrecer medios fundamentales y provechosos para la integración de América Latina en el sistema global del capitalismo. Las adaptaciones políticas parecían asegurar la hegemonía a largo plazo de las elites nacionales. En realidad, pronto se descubrió que el liberalismo tanto político como económico, tenía deficiencias, su fracaso ilustra el fenómeno tan conocido en toda la América latina contemporánea: el préstamo cultural desafortunado o alienación. Al copiar las instituciones legales y las frases filosóficas del liberalismo clásico, los latinoamericanos descubrieron que su realidad no se prestaba a la simple aplicación del dogma. No supieron entender que en su origen, el liberalismo europeo fue la ideología de una clase social en alza, cuyo poder económico emergente le proporciono los medios para llevarla a la práctica. América Latina carecía de una clase media, ya que seguía siendo una economía agraria cuyo sector exportador se correspondía, en la mayoría de los países, con un enorme sector de subsistencia. Todos los profesionales constituían un interés urbano. Absorbieron con rapidez las ideas liberales europeas sin conseguir el poder económico relativo de sus semejantes en Francia e Inglaterra. Así, aunque no hubieran considerado que sus intereses económicos eran antagónicos de los del sector agrario tradicional, se hubieran hallado en una posición débil. Pero no fue así. Sus vidas solían estar ligadas al sector agrario aunque vivieran en las ciudades. Los ingresos de sus clientes, usuarios y patronos dependían en gran medida de la agricultura comercial. A su vez, la prosperidad de esta agricultura dependía del comercio exterior. El liberalismo económico ponía en un callejón sin salida a los liberales latinoamericanos. Los liberales fueron renuentes a apoyar la industrialización, que por sí sola podría haber aumentado su número lo suficiente como para otorgarles el poder político, que quizá habría hecho posible la realización de los ideales políticos liberales. El liberalismo económico y el político se sesgaban de otro modo más. Las ideas no liberales en economía tales como los aranceles proteccionistas y los controles sobre las inversiones extranjeras a menudo se asociaban en la práctica con ideas políticas antiliberales. Así, la conexión se estableció con facilidad: la desviación de los principios económicos liberales significaba un gobierno autoritario, por lo que se la tenía en poco aprecio. A los liberales latinoamericanos los debilitaba otra razón: se trataba de su incertidumbre acerca de una premisa subyacente en el liberalismo: la fe en la racionalidad y el carácter emprendedor de los individuos del país. En Brasil, por ejemplo, los políticos se habían pasado años justificando la esclavitud sobre la base de que era un mal necesario para su economía tropical agraria. Solo podían hacer ese trabajo los esclavos africanos. Ahora el argumento volvía para perseguir a los liberales. El legado de la esclavitud era una fuerza laboral que quedaba muy lejos del mundo racional concebido. El acontecimiento que transformo esta atmosfera fue el derrumbamiento espectacular de la economía capitalista mundial en 1929 y 1930. (SKIDMORE Y SMITH). Otro de los cambios acaecidos después de la Independencia fue establecer los límites internacionales de los estadosnación latinoamericanos. Epoca de asentamiento de los estados-nación, de ocupación y delimitación de sus territorios y definición de las jerarquías entre los países más y menos poderosos, se extiende entre los siglos XIX y XX. Se vio sujeta a fuertes tensiones entre las fronteras: los límites internacionales habían quedado indefinidos desde la Independencia: entre la Argentina y Chile, Perú y Ecuador, Colombia y Venezuela, y así en gran parte del continente, por no hablar de casi todos los límites de Brasil. Desembocaron en cruentas guerras entre vecinos, que causaron drásticos cambios territoriales fue el caso de: - La guerra del Paraguay: combatida de 1865 a 1870 entre los ejércitos de la Argentina, Brasil y Uruguay de un lado, y el ejército paraguayo del otro. Una guerra donde delicadas cuestiones geopolíticas y el problema del acceso a las grandes redes fluviales de la región se entrelazaron y desembocaron en la trágica derrota de Paraguay y casi la muerte de la mitad de su población y vastas porciones de territorio, que se repartieron entre la Argentina y Brasil. - No fueron menores las consecuencias sobre el mapa de América del Sur de la Guerra del Pacífico, que se libró entre 1879 y 1883, desencadenada por el control de los ricos yacimientos de salitre del desierto de Atacama, en la que Chile reveló su mayor fuerza militar y solidez estatal, y derrotó a los ejércitos de Perú y Bolivia, ampliando así su territorio. Los derrotados, en cambio, perdieron zonas conspicuas y, en el caso de Bolivia, incluso la salida al mar a través del océano Pacífico, que reivindica aún hoy. - Como la guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia, se libró entre 1932 hasta 1935, por el control del Chaco Boreal. (LORIS ZANATA)

Estudio de caso: MÉXICO. Los liberales que accedieron al poder en 1855; su programa aspiraba a reemplazar los que consideraban los pilares inestables del viejo orden: La Iglesia, el ejército, los caciques regionales, los pueblos comunales; por una «estructura moderna». Comenzaron por debilitar la posición de la Iglesia: primero con una serie de leyes de reforma y después mediante la Constitución de 1857. El catolicismo dejó de ser la religión oficial del Estado; las cortes eclesiásticas perdieron gran parte de su jurisdicción; los matrimonios podían realizarse a través de una ceremonia civil; podía juzgarse a los clérigos en tribunales civiles; y se pusieron a la venta las tierras de la Iglesia. Se privó al ejército de muchas de las prerrogativas que disfrutaba anteriormente. Al igual que la Iglesia, perdió sus privilegios judiciales. Los oficiales podían ser juzgados por tribunales civiles. Muchos de los antiguos caciques que eran los pilares sobre los que se sustentaba el régimen conservador derrocado, fueron obligados a ceder el poder a hombres nuevos nombrados por los liberales. Con la adopción de la Ley Lerdo en 1856, los liberales habían lanzado un asalto no sólo contra la Iglesia sino también contra los pueblos comunales. La nueva ley prohibía a las instituciones eclesiásticas poseer o administrar propiedades que no estuvieran directamente dedicadas a usos religiosos y extendía la prohibición de propiedad corporativa a las instituciones civiles, con lo que abolía de hecho la tenencia comunal de la tierra. Las tierras poseídas de forma comunal tenían que ser vendidas. A partir de entonces, sólo podían poseer tierras los campesinos de forma individual o las sociedades y compañías privadas. Muchos liberales esperaban que al pasar la tierra de las «manos muertas» de la Iglesia a las «manos vivas» de una clase propietaria orientada al capitalismo, la consecuencia fuera un desarrollo económico considerable y una creciente estabilidad. Estos propietarios podrían no estar interesados en un régimen político democrático pero, al igual que la clase propietaria exigirían cierta estabilidad política para poder asegurar el éxito de sus nuevas empresas comerciales. Al mismo tiempo, la destrucción del viejo ejército dominado por oficiales del régimen conservador significaría el fin de los golpes militares. Benito Juárez: La ejecución de Maximiliano y, por tanto, la derrota de Napoleón III, hizo desaparecer por mucho tiempo el peligro de una intervención europea, y la supervivencia de México como nación independiente parecía asegurada. estos logros no produjeron los resultados esperados, ya que la expropiación de las tierras de la Iglesia no hizo surgir una clase de pequeños campesinos, como las propiedades se otorgaban al mejor postor, las adquirieron los propietarios locales más pudientes— y esto, muy a pesar de los liberales más radicales, no logró más que incrementar la fuerza económica y la cohesión política de la clase dominante de ricos hacendados ya existente. El nuevo ejército liberal no aportó mayor garantía de estabilidad que el anterior conservador, ya que estaba formado por un grupo de soldados poco uniforme — en tropas regulares y guerrillas— a la cabeza de los cuales había jefes locales cuyo grado de adhesión al gobierno central era muy diverso y, además, era demasiado numeroso para las necesidades de un período de paz. A raíz de la guerra civil y la guerra contra los franceses; diez años de lucha habían sumergido a la economía mexicana en el caos, puesto que la riqueza de la Iglesia con la que contaban los liberales para pagar algunos de sus proyectos más ambiciosos se había gastado en costear la guerra. La nación mexicana estaba compuesta, por una parte, por un ejército enorme controlado sólo vagamente por la administración central, y, por otra parte, por los aparatos del gobierno, que estaban tremendamente debilitados. La debilidad del Estado y la falta de control gubernamental sobre el ejército podrían haberse enmendado con una base social y política unida y coherente. Ésta la constituía el movimiento liberal, que estaba resquebrajado. El partido liberal mexicano se parecía a los partidos liberales europeos en el nombre, en el programa y en la terminología que empicaba, pero no en su composición social, ya que sólo en menor medida recibía apoyo de la burguesía, que para empezar era poco numerosa y estaba compuesta principalmente de fabricantes textiles y de los llamados «agiotistas: comerciantes que especulaban con préstamos al gobierno. El movimiento liberal recibía su fuerza sustancial de los grandes terratenientes; algunos de ellos se asociaron a los liberales porque, al igual que los barones alemanes de los siglos xv y xvi, esperaban obtener acceso a las extensas propiedades de la Iglesia. Para otros, la motivación era oponerse al intento de los conservadores de imponerles un control centralizado. Las dos alas del partido liberal se las arreglaron para mantener un difícil equilibrio y cooperar en los períodos de guerra, pero en cuanto ésta terminó, surgieron las disputas y conflictos entre ambas. Los grandes propietarios y la clase media estaban unidos para oponerse a las demandas de un tercer grupo, el «sector popular». Era un grupo heterogéneo que reunía a algunos campesinos, a un proletariado textil incipiente y a herreros, dependientes y similares. Su meta era la redistribución de la tierra a gran escala y sin restricciones. Los liberales no habían sido partidarios de la movilización de este sector durante la guerra civil, pues recordaban que los campesinos se convirtieron en una fuerza difícil de controlar en 1810 cuando el cura Hidalgo los llamó a sus filas, y más tarde durante la guerra de castas en Yucatán a finales de los años cuarenta una de las facciones de la oligarquía en pugna los movilizó. Estrategia política de Juárez: Las dos fuerzas principales del movimiento liberal, los hacendados y la clase media, lo atacaron alternativamente por no responder en el grado deseado a sus intereses, pero ninguno de los dos intentó derrocarlo porque sabía que mientras

él estuviera en el poder la otra facción no adquiriría la supremacía. Tampoco el sector popular deseó su cese, puesto que, aunque estaba en absoluto desacuerdo con la Ley Lerdo que Juárez siguió aplicando, lo consideraba como uno de ellos, un indio pobre y que llegó a gobernar su país sin dejar nunca de mostrarse orgulloso de sus orígenes. Poco después de haber logrado la victoria ante los franceses y los conservadores, Juárez se enfrentó al problema de las crecientes divisiones existentes dentro del partido liberal que impedían su funcionamiento, tratando de establecer un Estado fuertemente centralizado que pudiera aumentar de manera decisiva su independencia frente a la creciente división de su base política y social. Cuando su prestigio estaba en su punto más alto, convocó nuevas elecciones y, un referéndum sobre una serie de enmiendas a la Constitución: - La primera añadía un Senado a la Cámara de Diputados ya existente, con el fin de dividir y contrarrestar el poder del Congreso. - La segunda daba al presidente el derecho a vetar cualquier proyecto de ley sujeto a la posibilidad de rechazarlo el Congreso con una mayoría de dos tercios. - La tercera permitía a los ministros contestar las preguntas parlamentarias por escrito en lugar de hacerlo en persona. - La cuarta privaba a la comisión permanente del Parlamento El referéndum era para decidir sobre el derecho del Congreso. Durante un breve período, las dos fuerzas antagónicas del partido liberal se unieron en oposición a las medidas de Juárez y el presidente mexicano se vio obligado a retirar las enmiendas propuestas ante la creciente oposición que se desarrolló frente a ellas. Para lograr conservar el poder, Juárez tuvo que hacer mayores concesiones a los dos grupos sociales que se habían opuesto a sus proyectos. A los hacendados les concedió autoridad prácticamente ilimitada sobre sus dominios, y para asegurarse el apoyo de la clase media, Juárez hizo crecer el aparato burocrático estatal —una de las fuentes preferidas de empleo de esta clase— e invirtió presupuesto federal en áreas de particular interés para este grupo, como era el mejoramiento de la educación pública, especialmente en las ciudades. Una parte de la clase media liberal, cuya influencia contribuyó a mantener a Juárez en la presidencia, estaba compuesta por aquellos oficiales del ejército que continuaban en el servicio activo, lo cual no deja de parecer una contradicción, ya que Juárez y los principales ideólogos del partido liberal consideraban que el estamento militar era una de las principales causas del atraso de México. En la Constitución de 1857 se habían suprimido los privilegios judiciales de los militares, y después de la derrota de Maximiliano se había desmovilizado a un gran número de soldados. Sin embargo, al incrementarse las contradicciones en la sociedad mexicana y aumentar las revueltas, la relación de dependencia del gobierno con respecto al ejército crecía cada vez más, y los oficiales pudieron ejercer su influencia política, social y económica en el campo mexicano. Juárez trató de llegar a un acuerdo con sus antiguos enemigos con el fin de conseguir mayor apoyo. En 1870, tres años después de su victoria, Juárez concedió una amplia amnistía dirigida a aquellos que colaboraron con Maximiliano. Como resultado, los terratenientes recuperaron sus posesiones y los funcionarios conservadores pudieron solicitar otra vez puestos en el gobierno. La Iglesia tuvo menos suerte que sus aliados, ya que nunca recuperó las tierras y propiedades que había perdido ni la supremacía económica. Las leyes de reforma se continuaron aplicando, pero de todas maneras, en la práctica, la Iglesia empezó a recuperarse rápidamente de sus pérdidas. Juárez no hizo ningún esfuerzo por detener esta acumulación de riqueza del clero, y, como contrapartida, la Iglesia dulcificó más adelante su intransigencia hacia los liberales. Juárez permaneció en su despacho hasta su muerte por causas naturales en 1872. Pero, en cuanto a la pacificación de México, sus esperanzas fueron falsas, porque para complacer a la élite del país había sacrificado los intereses del campesinado. El resultado fue que el descontento en el campo durante la restauración de la República. El gobierno era demasiado débil para reprimir el descontento, lo que debilitó aún más la administración juarista. Esto estimuló a otras fuerzas, desde tribus nómadas hasta las clases media y alta opuestas al régimen, a tomar las armas y desafiar al gobierno. De esta manera, el gobierno era aún más incapaz de controlar el desorden en el campo. El gobierno mexicano nunca se planteó hacer algo después de su guerra civil como: reducir las tensiones sociales, que cedía tierras gratuitamente a nuevos pobladores. Tampoco supo Juárez enfrentarse a otra de las principales fuentes de inquietud para el campesinado: la desigual carga impositiva. La alcabala —aduana interna— y la contribución personal —el equivalente al salario diario, supusieron un impuesto altamente desproporcionado en perjuicio del pobre. Los liberales originariamente habían abogado por la eliminación de la alcabala, no tanto debido al desigual efecto que suponía para el pobre, sino porque representaba una interferencia para el libre comercio, pero las arcas vacías del Tesoro fueron suficientes para hacerlos desistir en sus intentos. Los hacendados, por supuesto, no querían ni oír hablar de un reajuste de la carga fiscal. Finalmente, la única medida que se adoptó para aliviar a los contribuyentes más castigados fue la exención del impuesto personal. Los conflictos armados en las zonas rurales habían sido de tres tipos, cada uno de ellos específico de una determinada región:

1- En primer lugar, hubo rebeliones locales pretendían resolver injusticias concretas provenientes de la administración colonial más que derrocar todo el sistema. Este tipo de revueltas se dio en las regiones centrales del país. 2- En segundo lugar, hubo levantamientos a mayor escala contra el sistema colonial por parte de grupos que habían asimilado la civilización española y la religión cristiana, y que pretendían restaurar el orden social, económico y religioso prehispánico. Esto ocurrió en el sur de México. 3- Finalmente, hubo movimientos de resistencia por parte de grupos que todavía no se habían dejado conquistar por la civilización española. Este fenómeno se dio en la frontera norte. Durante el período de restauración de la República se produjeron revueltas en las tres zonas, pero tendieron a ser de carácter más radical, de más largo alcance, de mayor duración y más violentas que durante el período colonial. Una de las revueltas más radicales de México central estalló en 1868. Sus protagonistas de «socialistas rabiosos», un campesino llamado Julio López, hizo un llamamiento a los campesinos para levantarse contra los terratenientes locales. Llegaron a apoderarse de algunas tierras alrededor de las ciudades y se las dividieron entre ellos. meses después, las tropas federales derrotaron a los rebeldes; y López fue arrestado y fusilado. La influencia socialista también se dejó sentir en estados más alejados de la capital. Los movimientos campesinos en el sur de México conservaron las características del período colonial; es decir, fueron profundamente mesiánicos, mezclando ideas sociales y religiosas. Los mayas tuvieron más éxito en su oposición al gobierno. Después de la guerra de castas, que se extendió de 1847 a 1855, consiguieron establecer un estado independiente en el sur de Yucatán y hasta 1901 resistieron los numerosos ataques emprendidos por las tropas federales para restablecer la soberanía de México. La frontera norte de México continuó eludiendo el control federal. Las guerras apaches, que se habían desarrollado sin cesar desde 1831, pues al verse desplazados cada vez más hacia el oeste por el violento empuje de los pobladores norteamericanos, los indios hacían incursiones cada vez más frecuentes a través de la frontera mexicana. Como resultado, se reforzaron las colonias militares existentes y se crearon otras nuevas. De esta forma, el campesinado independiente, que estaba siendo eliminado en el centro y en el sur del país, se fortalecía en el norte. Al mismo tiempo, se estaba desarrollando una nueva alianza entre los hacendados norteños y los campesinos para luchar contra los apaches, lo que hizo que los hacendados cobraran legitimidad a los ojos de los campesinos. La disminución del apoyo popular a Juárez era un constante. Entre estos rivales había algunos que eran antiguos caudillos conservadores a quienes Juárez había destituido del gobierno estatal para reemplazarlos por sus propios hombres; otros eran antiguos generales liberales que creían que Juárez no les había dado el cargo que merecían. Estos hombres lanzaban proclamas en el diario local que ellos controlaban prometiendo «salarios más elevados», «leyes más justas», y un «gobierno más democrático»; el personaje más popular que surgió de la guerra contra los franceses fue un antiguo subordinado de Juárez, el general Porfirio Díaz. En 1867 fue candidato para la presidencia en oposición a éste. Se presentó nuevamente en 1871 y perdió otra vez. En 1871, en el plan de La Noria, que recibió el nombre de la hacienda de Díaz, declaró que las elecciones habían sido fraudulentas e hizo un llamamiento a la rebelión. Aunque el plan contenía alguna vaga referencia a la necesidad de una reforma social, en realidad tenía un único y específico punto político: que se limitara la presidencia a un solo mandato. Para que el programa pareciera menos personalista de lo que era, Díaz prometió que no se presentaría a las siguientes elecciones. El propio Porfirio Díaz encabezó un contingente el cual pretendía apoderarse de Ciudad de México. Díaz reiteró su llamada a la revuelta general, pero no obtuvo respuesta. Entonces Juárez envió sus propias tropas a luchar contra los rebeldes y Díaz tuvo que retirarse. En julio de 1872, Juárez sufrió un ataque al corazón, muriendo al día siguiente. Según la Constitución, su sucesor debía ser el presidente del Tribunal Supremo, que era en aquel momento Sebastián Lerdo de Tejada. Lerdo fue una de las voces más poderosas en favor de la independencia de México. Tras la muerte de Juárez, y a pesar de que su cargo le garantizaba el derecho a asumir la presidencia, decidió convocar elecciones inmediatamente. Éstas se celebraron en octubre de 1872, y esta vez ganó Lerdo. Lerdo era conservador en materia social; a diferencia de Juárez provenía, en cambio, de la clase alta criolla. A pesar de seguir una política similar a la llevada a cabo por Juárez durante sus últimos años de mandato, Lerdo obtuvo más éxito que él. Pudo fortalecer considerablemente el papel del Estado. Además, se le permitió crear el Senado, lo cual diluía considerablemente el poder de la Cámara y a la vez aumentaba el papel bipolar del Ejecutivo. Más éxito que su predecesor en cuanto a la pacificación del país. La derrota de Díaz sirvió para desalentar por un tiempo a otros posibles rebeldes y los primeros tres años y medio de gobierno de Lerdo fueron considerablemente más tranquilos. La economía de México se desarrolló mucho más rápidamente, aumentando el prestigio de Lerdo. El desarrollo de la economía respondía en parte a la mayor pacificación del país y en parte al hecho de que Lerdo estaba recogiendo los frutos de las distintas iniciativas económicas emprendidas por su predecesor. En 1873 se pudo inaugurar la primera línea importante de ferrocarril que unía Ciudad de México y el puerto de Veracruz, lo cual estimuló el desarrollo económico. A la vista de estos logros, parece sorprendente que Lerdo no pudiera mantenerse en su cargo más de una legislatura como había hecho su predecesor. En 1876 el intento de Díaz de derrocar a Lerdo tuvo más éxito que cuando lo intentó con Juárez. En parte fue debido a que Lerdo carecía del prestigio que había gozado Juárez como líder durante la guerra contra los franceses y, además, no tuvo éxito su intento de mantener el consenso con la clase alta que disfrutó cuando llegó a la presidencia. Lerdo expropió las propiedades de la Iglesia, expulsó del país a los

jesuitas no nacidos en México, y, como gesto simbólico, incorporó nuevamente a la Constitución las leyes de reforma. El presidente había apoyado el acuerdo con Estados Unidos; como resultado, dejó descontentos tanto a los que apoyaban como a los que se oponían a la construcción de la línea de ferrocarril cutre México y Estados Unidos. Los que la apoyaban sentían que habían esperado demasiado para que les otorgaran una concesión provechosa en la construcción de esta línea, mientras que los que se oponían temían que la comunicación con Estados Unidos, que acercaba sus economías, permitiría luego el control y absorción de México por el país vecino. Estos oponentes se unieron a los tradicionales «cesantes» que creían que la caída de la administración Lerdo les daría acceso al poder y a las posiciones gubernativas, y en 1876 se unieron al más poderoso oponente de Lerdo, Porfirio Díaz. El Período de Porfirio Díaz: En México, el período estuvo dominado por Porfirio Díaz, a partir del cual se lo denomina Porfiriato. Fue un régimen longevo, que se extendió desde 1876 hasta 1910, salvo un paréntesis breve. En términos políticos, se trató de una autocracia: un régimen personalista y autoritario que impuso el orden después de largas guerras civiles. Suturó las relaciones con la iglesia y se ganó el apoyo de los grandes terratenientes, beneficiados por el despegue de las exportaciones y por las tierras sustraídas a las comunidades indias, contra las cuales -como contra las primeras agitaciones anarquistas en las minas- Díaz no titubeó en usar la fuerza, aunque la represión no fue el único instrumento de su gobierno, para el cual empleó en abundancia también métodos bien probados: las redes familiares y territoriales. El régimen de Porfirio Díaz, tuvo un carácter militar más acentuado. Intentó recuperar y reforzar la coalición existente entre las clases media y alta que había servido de base social y política al régimen. Su política fue «divide y vencerás». Destituyó de sus cargos a caciques locales leales a sus predecesores. No llevó a cabo una represión masiva, ni decretó el encarcelamiento o la ejecución de sus enemigos. Tampoco acabó con los grupos políticos, que continuaron existiendo y participando en la vida política. Se siguieron celebrando elecciones nacionales, regionales y locales. La prensa continuó teniendo un amplio margen de libertad. Desde 1867 hasta 1877, México había conocido cierto respiro respecto a la intervención exterior. Las tres medidas políticas más importantes que caracterizaron su régimen durante su primer mandato a partir de 1878, como al de su sucesor temporal Manuel González (1880-1884) y el del propio Díaz, otra vez, después de 1884: 1- La primera de estas medidas permitía otorgar a los inversores norteamericanos o a cualquier otro inversor extranjero concesiones de todo tipo en términos extremadamente ventajosos. 2- La segunda medida, el gobierno mexicano intentaba hacer todo lo posible para renovar y fortalecer sus lazos con Europa como medio para contrarrestar la influencia norteamericana. 3- La tercera medida había que mantener la estabilidad política a cualquier precio. Hasta 1900 más o menos, la aplicación de estas medidas fortaleció al Estado mexicano y entre 1900 y 1910 crearon las bases para una de las más profundas convulsiones sociales del siglo xx latinoamericano. En el campo económico, el suyo fue un régimen modernizador, capaz de atraer inversiones ingentes, hacer subir las exportaciones agrícolas y mineras, hacer crecer la economía y los ingresos fiscales, y promover la difusión de los ferrocarriles. No por azar se produjo entonces un gran boom demográfico, incluso a pesar de que los bajos salarios y otros factores inhibieron la inmigración de masas. En términos ideológicos, el Porfiriato fue un típico régimen positivista, hasta el punto de que sus brillantes intelectuales eran denominados "los científicos". Con el tiempo, tantas transformaciones lo sometieron a una dura prueba, a medida que las reivindicaciones sociales y las demandas de democracia política se volvieron más intensas y acuciantes. Además, con la vejez de Díaz se impuso el problema de la sucesión: dado que la suya era una dictadura desprovista de canales representativos, la crisis asumió formas traumáticas; para hacerlo caer fue preciso una revolución. México bajo el dominio de Porfirio Díaz; se establece un debilitamiento de los poderes provinciales y locales, y fortalecimiento del poder central, dentro de un esquema formalmente federal. El porfiriato, fue una época de intenso desarrollo capitalista del país. En ella se van articulando y combinando constantemente relaciones capitalistas y relaciones pre capitalistas, pero cada vez más sometida la masa de éstas (mayoritarias). El régimen porfirista fue, bajo su aparente inmovilidad política, una sociedad en intensa transición, la forma específica que adoptó en México el periodo de expansión del capitalismo en el mundo de fines del siglo XIX y comienzos del XX; en el cual se formó y se afirmó su fase imperialista y monopolista. Ese desarrollo del capitalismo en México bajo el porfirismo, combinó bajo una forma específica en dos procesos que en los países avanzados se presentaron separados por siglos: - Un intenso proceso de acumulación originaria - Un intenso proceso de acumulación capitalista (reproducción ampliada) Este proceso fue acompañado, estimulado y luego crecientemente dominado por el desarrollo de las industrias: minera, petrolera, textiles, alimenticia (entre ellas, la azucarera), henequenal, cuyos trabajadores se mezclaban bajo la categoría de ―libre‖ coerción capitalista del salario, con las coerciones extraeconómicas de las relaciones de producción pre capitalistas. El peón acasillado era un ejemplo típico de esta doble coerción, integrada en una sola explotación, así como a nivel de la acumulación del capital. Las haciendas azucareras o ganaderas eran ejemplos de la combinación de ambos procesos

de acumulación en forma masiva y en una misma empresa. La construcción de los ferrocarriles, orgullo del régimen porfiriano, expresó concentradamente esta combinación. Ellos se extendieron expropiando tierras de las comunidades para tender sus vías, incorporando a los campesinos así despojados como fuerza de trabajo para su construcción, desorganizando sus formas de vida y de relación tradicionales y arrastrándolos al turbión mercantil del capitalismo. El avance de las vías férreas está ocasionando insurrecciones campesinas —algunas registradas, muchos otros no—en defensa de sus tierras y de su modo de vida, todas reprimidas, todas derrotadas, como se vería finalmente en 1910. El campesinado resistió constantemente ese proceso. Lo resistió como campesino comunitario despojado y lo resistió como peón o como trabajador asalariado. Resistió en su doble carácter combinado. Es fundamentalmente el campesinado, quien hace saltar desde abajo toda la lógica del proceso de desarrollo capitalista. No puede impedirlo ni sustituirlo por otro diferente, pero lo interrumpe y lo cambia de sentido, altera las relaciones de fuerzas entre sus representantes políticos. Y así, el campesinado, se había visto envuelto en el aluvión económico y social del desarrollo capitalista. La base de las masas de los tres principales ejércitos revolucionarios fueron: el de Obregón, el de Villa y el de Zapata que la constituyó el campesinado insurrecto. Fueron diferentes las relaciones de esas tres fracciones militares con el Estado de los terratenientes y de la burguesía mexicana: 1-El obregonismo era un desgajamiento de ese Estado que tenía su base material y de continuidad histórica con el pasado en el Estado de Sonora y que aspiraba a transformar al Estado nacional, reorganizando su imagen y semejanza. Desde 1913 los sonorenses, que constituían la facción noroeste dentro del movimiento carrancista o constitucionalista, habían luchado por conseguir el poder político nacional, lográndolo finalmente en 1920. La hegemonía sonorense demostró ser absoluta y duradera. De hecho, fue una «invasión» desde el norte. 2-El villismo, cuya base de campesinos y trabajadores se nutría de una región donde estaban mucho más desarrolladas que en el centro y el sur. Quería la tierra, quería la justicia, pero no las imaginaba fuera del marco de las relaciones capitalistas de producción que habían ido creciendo durante toda la época de Porfirio Díaz. El maderismo de Villa no era una argucia o una astucia, sino la expresión del sometimiento ideológico campesinado a la dirección de una fracción de la burguesía y, en consecuencia, a su Estado. 3- El zapatismo no se planteaba, la cuestión del Estado ni se proponía construir otro diferente. Pero en su rechazo de todas las fracciones de la burguesía, en su voluntad de autonomía irreductible, se colocaba fuera del Estado. Su forma de organización no se desprendía o se desgajaba de éste: tenía otras raíces. Y quien está fuera del Estado, si al mismo tiempo decide alzar las armas, se coloca automáticamente contra el Estado. Estas diferencias residían sobre todo en qué hacer con la tierra. La base de las masas de la revolución daba la lucha por la tierra y la base de los tres ejércitos se movilizaba antes que nada por la tierra y no por la paga, es natural que al radicalizarse la lucha revolucionaria, la fracción más extrema en esa lucha por la tierra influyera sobre la base de masas de las otras. Esto, sumado a la defensa por los terratenientes de sus propiedades y de su Estado, contribuyó a que la vasta insurrección en la cual sólo una minoría estaba fuera del Estado, acabara enfrentando al Estado que defendía la propiedad de los terratenientes con las armas en la mano y quebrando su columna vertebral: el Ejército Federal. La lucha contra el "mal gobierno" acabó así en una insurrección contra la clase dominante, los terratenientes y toda su estructura estatal. Díaz tuvo como máxima prioridad lograr la estabilidad interna y, para conseguirla, llevó a cabo una compleja política de concesiones y represiones. En su primer mandato, Díaz tomó otra importante medida política: la decisión de mantener su palabra y no presentarse a la reelección. La política interna de Díaz, que prometía la estabilidad a la vez que generosas ayudas, estimuló a los empresarios norteamericanos a firmar el contrato para la construcción de dos líneas principales de ferrocarril que unieran Estados Unidos y México. La élite política mexicana vio la construcción del ferrocarril como la única medida posible para salvaguardar la independencia política del país de una eventual intervención militar por parte de Estados Unidos. Díaz logró también, en los últimos años de su primer mandato, restablecer las relaciones diplomáticas con Francia. Este paso no resultó nada fácil dada la intervención de Napoleón en México. Finalmente, el restablecimiento de relaciones tuvo lugar en 1880, cuando los franceses renunciaron a todas sus pretensiones sobre México y el gobierno mexicano abandonó la idea de obtener reparaciones de Francia. Con el restablecimiento de relaciones, Díaz buscaba crear un contrapeso económico con los Estados Unidos y otras potencias europeas. El capital francés y los banqueros franceses asumieron un papel fundamental en la creación del Banco Nacional de México y, en los últimos años, Francia se convirtió en una de las principales fuentes de préstamos a México. Durante la época porfiriana e incluso después de ella, Francia fue algo más que «otro» país europeo a los ojos de la élite mexicana. La moda, la cultura y la arquitectura francesas eran los modelos que se debían imitar. El positivismo tuvo enorme influencia en la ideología del régimen, aunque se combinó con el darvinismo social. Cuando Díaz es derrocado definitivamente en 1911, se exilia a Francia. Díaz no se presentó como candidato en 1880; en su lugar, se presentó su protegido el general Manuel González. González se distinguió por su corrupción, se le identificó y reunió un hábil gabinete porfirista, pero él no era Porfirio Díaz. Durante su mandato intentó poner en práctica las tres ideas políticas fundamentales de su predecesor: concesiones a los intereses extranjeros, especialmente norteamericanos, nuevo acercamiento a Europa, y el mantenimiento del orden interno a cualquier precio. A propuesta de González, el Congreso aprobó una nueva ley con

el fin de estimular aún más el paso de las tierras públicas a manos privadas. La nueva ley permitió a González confiar a compañías privadas la tarea de inspeccionar las tierras públicas y recompensarlas con un tercio de la tierra que ellas determinaran como «públicas». La nueva ley de 1884 puso fin a este reglamento, lo cual fue un alivio tanto para los propietarios mexicanos como para los inversores extranjeros. Pero el grupo de inversores extranjeros más poderoso, el norteamericano, todavía quería más. Para González, el problema era que al atender las demandas norteamericanas estaba arriesgando las recién restablecidas relaciones con Europa. En 1882 el gobierno de los Estados Unidos propuso a México un acuerdo recíproco especial, por el cual aumentarían las tarifas de importación sobre ciertas mercancías. Estados Unidos insinuó que seguir adelante con la construcción del ferrocarril en México no sería beneficioso y pararía los trabajos a no ser que se firmara este tratado. El Congreso mexicano aprobó el tratado en 1883. La administración González ha pasado a la historia como uno de los gobiernos más corruptos de México. La imagen negativa que la opinión pública tenía de González se debía en parte a la crisis económica que oprimía a México en 1884 y al esfuerzo consciente por parte de Porfirio Díaz para desacreditar a su sucesor. Como resultado de esta situación, se había desviado la atención de la profunda transformación que experimentó México entre 1880 y 1884. La primera línea ferroviaria entre México y los Estados Unidos se inauguró en 1884; las inversiones norteamericanas crecían a ritmo sobrecogedor; por primera vez desde la derrota de Maximiliano, México tenía relaciones diplomáticas con todos los países europeos relevantes; la construcción del ferrocarril y la victoria final sobre los apaches, que tuvo lugar entre 1880 y 1884, abrió nuevos caminos a través de la frontera norte de México hacia lugares hasta entonces inaccesibles. Bajo el mandato de Porfirio Díaz que fue elegido presidente de nuevo en 1884 y continuó en el cargo hasta 1911, México conoció su más profunda transformación económica, política y social desde su independencia en 1821. El régimen de Díaz, 1884-1900: Entre 1877 y 1900, la población de México aumentó. Durante este período no hubo ninguna nueva guerra que impidiera el crecimiento, y además una ligera mejora en el nivel de vida contribuyó a incrementar el número de habitantes. Sin embargo, la asistencia médica mejoró sólo marginalmente; aunque el número de médicos aumentó. El aumento de la población se produjo de forma bastante desigual. Los estados fronterizos, y las áreas urbanas, fueron los sectores en los que el aumento de la población fue más intenso. Este crecimiento fue debido al incremento de la población nativa, la inmigración continuó siendo mínima y preferentemente de comerciantes, empresarios y técnicos de clase media y alta. Los salarios en la industria eran demasiado bajos para atraer trabajadores europeos, excepto en el caso de algunos obreros cualificados que estaban muy bien remunerados. El desarrollo económico bajo el régimen de Díaz: Entre 1884 y 1900, México experimentó un rápido crecimiento económico. La inversión de capital extranjero ayudó a elevar el producto nacional. El desarrollo económico fue más destacado en los sectores orientados hacia la exportación. La minería fue el sector que registró el crecimiento más rápido. Hasta la construcción del ferrocarril, la minería en México estaba restringida a los metales preciosos, especialmente plata y algo de oro. El sistema ferroviario, que prácticamente era inexistente cuando Díaz llegó al poder por primera vez, como resultado, la extracción de cobre, zinc y plomo se hizo tan rentable como la de plata. La producción de plata, plomo y cobre aumentó entre 1900-1901. En agricultura, los cultivos comerciales aumentaron a pasos agigantados. El rendimiento del caucho, el guayule (un sustituto del caucho), el café y la cochinilla también fue extraordinariamente elevado. Algunas industrias de exportación empezaron a ganar terreno en México. El desarrollo económico fue rápido hasta el final del siglo para la industria ligera orientada al consumo interno y prosperaron las industrias textiles. Cuando el valor de la plata, en que se basaba la moneda mexicana, empezó a caer en la década de los ochenta, las importaciones textiles se hicieron caras, y los comerciantes franceses que trataban con esta mercancía se empezaron a dedicar a la manufacturación textil dentro de México, plantas enormes, como la de Río Blanco, se extendieron por las regiones. Se construyeron plantas de industria ligera para la producción de papel, cristal, zapatos, cerveza y procesamiento de alimentos. La industria pesada quedó rezagada y sólo después de empezar el nuevo siglo se recuperó. En 1902, la Compañía Fundidora de Fierro y Acero construyó una planta de acero en Monterrey que hacia 1910. Después de 1900 el desarrollo industrial decayó. El crecimiento industrial se vio limitado por la política gubernamental de la administración de Díaz, que no cambió de actitud para ayudar a los productores nacionales que estaban luchando por prosperar. Aunque la ley de Nuevas Industrias de 1881 concedió importantes exenciones fiscales a industrias locales que empezaban y acordó algunas tarifas de protección para algunas de éstas, como las textiles, nunca proporcionó a la industria pesada la protección especial que le concedían los países europeos. La industria, a diferencia del ferrocarril, nunca recibió ayudas. El gobierno de Díaz no tenía planes para fomentar el desarrollo de ninguna industria en particular, ni tenía un programa para estimular la importación de tecnología, ni una política para proteger a las industrias incipientes. Entre 1895 y 1910 el porcentaje de la población que sabía leer y escribir aumentó. El papel asignado a la educación pública a nivel profesional, dirigida a la preparación de obreros cualificados, fue insignificante. De 1900 a 1907 la matriculación en las escuelas profesionales aumentó. Durante el Porfiriato se originaron serios conflictos en el sector agrícola, localizados no tanto en el de la producción de bienes (la exportación de cosechas y la producción de alimentos básicos aumentaron, aunque en diferente

proporción), como en el nivel de modernización técnica. Aunque se produjo cierta revolución tecnológica en plantaciones de productos de gran demanda como el henequén (sisal) y el azúcar, las haciendas productoras de trigo y maíz todavía utilizaban técnicas anticuadas y tradicionales. que los hacendados tenían una mentalidad básicamente feudal y que consideraban la tierra como un símbolo de un estatus más que como una fuente de remuneración económica. Los avances tecnológicos que llevaron a la modernización y al abaratamiento de la producción agrícola en los Estados Unidos no tuvieron la misma importancia en un país como México, donde había abundancia de mano de obra barata. Con excepción de la agricultura, los sectores más importantes de la economía estaban en manos extranjeras. Hasta el final del siglo xix, el gobierno de Díaz no hizo ningún intento por estimular el control nacional sobre algún sector económico. El gobierno de Díaz hizo todo lo que estuvo en su mano para fomentar las inversiones europeas sin restringir las estadounidenses. Hasta el final de siglo, sólo se hacían préstamos a Europa y sólo se otorgaban concesiones bancarias a banqueros europeos. Proyectos de obras públicas, como las instalaciones del puerto de Veracruz o las obras de drenaje en el valle de México, se encargaron a empresas británicas, sobre todo las que eran propiedad de un joven pero altamente cualificado empresario y político británico. El conflicto más grave que por razones de influencia económica se produjo en México antes de finales del siglo xix, tuvo por protagonistas a franceses y alemanes, cuyos intereses en México eran mucho menores. El primer punto de conflicto entre ellos fue el tema del comercio mexicano con el extranjero que hasta la década de 1870 había estado controlado por comerciantes alemanes desde las ciudades hanseáticas de Hamburgo. En la década de 1870, los comerciantes franceses, desplazaron a sus rivales alemanes. Esta fue la primera batalla de lo que sería la larga e intensa lucha franco-alemana dentro de México. En 1888 el gobierno mexicano firma el primero de los más importantes préstamos con un banco extranjero desde la caída del gobierno de Maximiliano. A través de este tratado, los alemanes no sólo se aseguraron ventajosísimos tipos de interés, sino que también forzaron al gobierno mexicano a firmar un pacto secreto que prácticamente concedía a la compañía un monopolio sobre las finanzas externas del país. El gobierno mexicano no podría pedir ningún crédito sin hacer primero una oferta a la casa Bleichroeder. México aceptó las duras condiciones propuestas por los alemanes, seis años después, con ayuda francesa, consiguió romper el acuerdo y el dominio que éste suponía sobre las finanzas mexicanas. Otro desequilibrio que el desarrollo porfirista contribuyó a agudizar fue la progresiva desigualdad regional entre el centro, el sur y el norte mexicanos. Durante el Porfiriato, el norte y el sureste de México experimentaron un auge económico y fueron absorbidos por el mercado mundial. La economía de la mayoría de los estados del sureste se caracterizaba por una escasa diversificación agrícola y aún menos industrial, dedicándose a la exportación de uno o dos productos. La península de Yucatán el agave o henequén, como se llama en México, había sido siempre una cosecha importante, pero como se utilizaba principalmente para hacer sogas y cuerdas, su uso y su mercado eran limitados. Pero cuando las segadoras McCormick empezaron a emplearlo en la década de los ochenta, la demanda aumentó asombrosamente y Yucatán conoció el auge de la exportación. La situación en otros estados del sureste, las materias primas como el caucho y, en menor grado, el café, era producida directamente por empresas extranjeras. El punto en común entre estos estados y Yucatán era el que su economía estaba basada en una o dos cosechas y que dependía plenamente de las condiciones del mercado mundial. La periferia del norte de México experimentó un rápido desarrollo económico que se orientó en gran medida hacia el mercado mundial. El norte tenía una economía mucho más diversificada, y exportaba gran variedad de minerales: cobre, estaño, plata y artículos de consumo como garbanzos, ganado y madera aserrada. Un sector mucho mayor de la economía del norte estaba destinado a producir para el mercado interno. Este era el caso, sobre todo, de los nuevos y altamente productivos campos de algodón con sistemas de irrigación situados en la región de Laguna. El desarrollo industrial era mucho más importante en el norte que en el resto de las regiones de México. Se desarrolló una industria del acero en la ciudad de Monterrey y en el norte se construyeron fundiciones para minerales de propiedad mexicana y norteamericana. Se extendieron por muchas haciendas las industrias de procesamiento de alimentos, de manera que en muchos aspectos la economía en el norte era la más equilibrada del país. Fue en las vastas regiones de México central donde, la economía experimentó los menores cambios. Fue el caso de las grandes fincas productoras de maíz y trigo. A los ojos de muchos intelectuales porfiristas, estas profundas transformaciones económicas sentaron las bases para la transformación de México en una nación moderna e independiente según el modelo de la Europa occidental o de los Estados Unidos, pero lo que realmente se modeló fue un país que dependía, en un grado sin precedentes, de las inversiones extranjeras. Esta dependencia mostraba dos aspectos diferentes pero complementarios: a- por una parte, la manifestación más evidente era el dominio o la propiedad extranjera de importantes sectores, no agrícolas, de la economía mexicana, como los bancos, la minería, la industria y los transportes. b- Por otra parte, México se convirtió en el clásico ejemplo de país subdesarrollado productor de materias primas que depende de los mercados del norte industrializado. En 1884 el régimen de Díaz se convirtió en la primera dictadura real y duradera que había surgido en México desde la independencia. Durante su segundo mandato, Díaz impidió que ninguno de sus opositores fuera elegido para el Congreso. El Congreso, ahora servil, aprobó enmiendas a la Constitución para que Díaz pudiera «satisfacer» los deseos de la población y ser reelegido en 1888, en 1892 (año en que se cambió la Constitución para extender el período presidencial a seis años), en 1898, en 1904 y en 1910. La prensa mexicana de la oposición, fue amordazada y

controlada. La consolidación de la dictadura estuvo fuertemente ligada a dos hechos: a- el logro de la estabilidad interna (la Pax Porfiriana) y b- el surgimiento de un Estado mexicano fuerte y eficaz. Estos hechos, estaban estrechamente relacionados con el desarrollo económico del país. La «pacificación» del país fue un proceso multifacético y complejo que hasta 1900 logró notables victorias, aunque no el triunfo definitivo, y que constituyó el mayor motivo de orgullo para los ideólogos porfiristas. Al terminar el siglo xix sólo había dos formas de violencia todavía endémicas en México: las revueltas de los grupos indios en la frontera y las de las comunidades campesinas que estaban dispersas, principalmente en el norte. Los otros tipos de violencia habían desaparecido por completo Hubo otros dos métodos por medio de los cuales Díaz trató de contrarrestar los posibles alzamientos de los hombres fuertes locales: uno-fue nombrar como vigilantes de los funcionarios civiles locales a comandantes militares que no fueran originarios de las regiones que controlaban; el otro método fue elevar de categoría el cargo de «jefe político» correspondiente a los administradores de distrito, ahora iban a controlar la policía y las fuerzas armadas auxiliares en sus distritos, iban a nombrar a los oficiales de distrito y municipales, y a abrir el camino a los inversores extranjeros, y que en un buen número de casos debían obediencia en primer lugar al gobierno central y no a los gobernadores de los que eran directamente subordinados. En 1891 algunos intelectuales y miembros de la clase alta adictos al régimen intentaron consolidar el sistema porfirista a través de la creación de un partido liberal basado en los principios «científicos» del positivismo (por lo cual se conoció a estos hombres como los científicos). Su objetivo era ensanchar la base del régimen para fortalecerlo, al tiempo que imponer cierto control sobre el propio Díaz. Por otra parte, la creación del partido podría asegurar algún tipo de sistema de sucesión y prevenir lo que más temía la mayoría de la élite mexicana: la reanudación en el país de las rebeliones y las luchas una vez que Díaz muriera o fuera incapaz de terminar su mandato. De cualquier manera, el presidente se negó a la formación de un partido político y prefirió continuar con la táctica que había empezado a aplicar con éxito a partir de su llegada al poder en 1876, que era la de enfrentar entre sí a las diferentes camarillas existentes dentro de la élite mexicana. Díaz no siguió adelante con las medidas anticlericales de Lerdo, y aunque el gobierno, de Díaz nunca abolió las restricciones legales que las leyes de reforma habían impuesto a la Iglesia ni le devolvió sus antiguas propiedades, en la práctica se estaba produciendo un cambio de política. La Iglesia estaba acumulando nuevamente riquezas procedentes tanto de inversiones como de donaciones de sus fieles, mientras que el gobierno no hacía ningún intento de cortar el proceso. En general, el fortalecimiento del Estado porfirista costó a amplios sectores de la clase alta y media tradicional la pérdida de gran parte del poder político que antes poseían, pero, en compensación, participaron de los frutos del rápido desarrollo económico de México. No se puede decir lo mismo del campesinado, que durante el porfiriato perdió sus derechos políticos tradicionales, al tiempo que sufrió agudas pérdidas económicas. Con frecuencia se ha afirmado que la abolición por parte de Díaz de las estructuras democráticas existentes en México fue una medida que apenas afectó a los campesinos. La mayoría de ellos era analfabeta y no podía leer los periódicos de la oposición, aun en el caso de que llegaran a los pueblos más lejanos, cosa que rara vez ocurría. Por otra parte, tampoco estaban interesados ni participaban en las elecciones nacionales. Otro aspecto de la democracia en México que era de importancia decisiva para gran parte del campesinado: la autonomía local. Tradicionalmente, la mayoría de los pueblos elegía a sus consejos y alcaldes, que tenían poder no sólo político sino también económico. Eran los que distribuían el acceso a las tierras comunitarias, el agua y los pastos, además muchas veces resolvían conflictos dentro del pueblo y, a veces, decidían quién debía alistarse en el ejército y quién podía quedar exento del servicio militar. A finales de siglo, el norte era, en términos económicos y sociales, una de las regiones más «modernas» de México. No sólo su economía era la más diversificada del país y el porcentaje de población rural era más bajo que en el resto de México, sino que, además, la tasa de alfabetización de la zona era la más alta. Las modernas relaciones capitalistas habían hecho desaparecer en gran medida las formas tradicionales de relación social en las áreas rurales. En 1910 Díaz decretó una medida a nivel nacional que prohibía la venta de más tierras públicas. Esta medida, que de haber sido adoptada algunos años antes habría podido restringir de hecho las expropiaciones rurales, tuvo escasa repercusión, ya que para entonces algunas de las mejores tierras ya habían sido vendidas y adjudicadas. No será hasta el siglo xx cuando, por las razones que surgirán nuevos patronos que llamarán a los campesinos a la revuelta, obteniendo el apoyo de éstos y constituyendo por fin una fuerza decisiva en la tormenta revolucionaria que estallará en México después de 1910. Durante el régimen de Díaz se produjo la creación de lo que podría llamarse una clase nacional gobernante. Con excepción de la Iglesia, que siempre tuvo carácter nacional, la élite económica mexicana de principios del siglo xix tenía un carácter fundamentalmente local o regional. La riqueza de la nueva clase gobernante provenía no sólo de la tierra que poseía, sino sobre todo de su papel como intermediaria de las compañías extranjeras. La modernización traída por el Porfiriato hizo crecer la clase trabajadora mexicana, transformó su estatus, sus condiciones de vida y su conciencia. El rápido crecimiento económico llevó consigo el aumento de los obreros industriales. Los sindicatos y las huelgas estaban prohibidos. En las fábricas textiles las condiciones podían ser mucho más duras en la capital, no se pagaba a los obreros en metálico sino con vales que sólo servían para intercambiar en la tienda de la compañía (ejemplo La Forestal en Argentina) y los trabajadores se quejaron de que había un recargo, se quejaban del arbitrario sistema de castigos establecido por la empresa, no había ningún tipo de seguro médico, de accidente o incapacidad.

De todas maneras, hasta finales de siglo, las huelgas o cualquier otro tipo de movimiento de protesta por parte de los obreros industriales fueron muy escasos. Uno de los grandes éxitos del régimen de Porfirio Díaz fue la habilidad que demostró para someter a la clase media. Cuando Díaz volvió al poder en 1884, comenzó a suprimir gradualmente los derechos que durante su anterior mandato había otorgado a la clase media para conseguir su apoyo. Casi todos los partidos políticos independientes desaparecieron, las elecciones parlamentarias apenas existían y el Congreso, de hecho, perdió todo su poder. La prensa, pasó a estar cada vez más controlada por el gobierno. Muchos sectores de la clase media aceptaron las restricciones impuestas a su poder y a su libertad. Aquellos que no entraron al servicio del gobierno se beneficiaron del auge general de la economía. Sin embargo, el número de oponentes al régimen comenzó a crecer progresivamente, pues frente a los sectores de la clase media que salían beneficiados del sistema, había importantes sectores de esta misma clase que no habían sacado provecho o que empezaban a sufrir pérdidas económicas a finales de siglo. Los grandes perdedores fueron los arrieros y transportistas locales. La principal oposición dentro de la clase media provino de los intelectuales insatisfechos. . La política educativa del gobierno y los bajos sueldos de muchos maestros no fueron las únicas causas de la oposición de muchos de ellos al sistema. La Pax Porfiriana se apoyaba en el hecho de que Díaz había logrado aniquilar, o al menos neutralizar, a los grupos y clases sociales que tradicionalmente habían liderado los movimientos revolucionarios en México: el ejército, la clase alta y la clase media. Sin ellos, las rebeliones que, a pesar de la maquinaria represiva del gobierno, protagonizó la clase baja fueron aplastadas fácilmente y nunca trascendieron del ámbito local. . Cuando los miembros de todos estos diferentes grupos y clases unieron sus fuerzas, estalló la Revolución mexicana y el régimen de Díaz fue derrocado. No hubo una única causa para que los acontecimientos sufrieran este drástico giro. Una depresión económica de proporciones sin precedentes, cambios políticos a nivel regional y nacional, la creciente y cada vez más visible represión gubernamental, la lucha por la sucesión del presidente que envejecía, un resurgimiento del nacionalismo y la aparición de México como escenario de la rivalidad europeo-norteamericana, fueron todos factores que contribuyeron en primer lugar a destruir la Pax Porfiriana y posteriormente a acabar con el régimen. . La crisis económica estuvo acompañada por una crisis agrícola derivada de las malas cosechas, debidas tanto a sequías como a inundaciones. La crisis agrícola produjo escasez de alimentos y condujo a un aumento de los precios. El régimen no podía ni estaba dispuesto a ayudar a importantes sectores de la clase alta, a la mayoría de la clase media, ni a los sectores más pobres de la sociedad. El gobierno no sólo no ofreció ninguna reducción de impuestos a las medianas empresas que se habían visto profundamente afectadas por la crisis, sino que además permitió que la oligarquía, con su total aprobación, tratara de descargar el peso de la crisis sobre los hombros de los sectores sociales más pobres, sobre los de la clase media y sobre los de los miembros de la clase alta que no estaban ligados estrechamente a los científicos. Como consecuencia de esta política, los empresarios de clase media padecieron graves dificultades económicas que en ocasiones les llevaron a la ruina, y se produjo además un descenso catastrófico del nivel de vida de grandes sectores de la población. La política seguida durante la crisis respondía, en parte, a la ideología del laissez-faire de la oligarquía porfirista. La crisis económica, aun siendo grave, no fue la única causa inmediata de la revuelta social de los años 1910-1920. Las contradicciones internas que finalmente provocaron la Revolución mexicana eran más profundas y más complejas que la simple dislocación producida por la crisis de 1907, aunque la crisis vino a acentuar los conflictos ya existentes dentro de la sociedad mexicana. Un factor importante que contribuyó a la desestabilización del régimen durante sus últimos años fue el surgimiento de una fuerte oposición por parte de la clase obrera. Ésta se reflejó principalmente en la proliferación de huelgas, que tuvieron un alcance desconocido hasta el momento y que provocaron una represión oficial sin precedentes, y en la creación de un partido político de oposición de ámbito nacional con una fuerte inclinación hacia el anarcosindicalismo. En primer lugar, se había formado una clase obrera. que se enfrentaron no sólo contra los inversores extranjeros y sus administradores sino contra los trabajadores extranjeros. La causa inmediata del descontento de los obreros fue el brusco descenso del nivel de vida experimentado entre 1900 y 1910. Incluso en el período de auge, hasta 1907, los salarios reales estaban erosionados por la inflación; entre 1907 y 1910 las condiciones empeoraron, sobre todo en el norte de México. Los precios de los alimentos y productos básicos habían aumentado. El resultado fue un descenso catastrófico del salario real de aquellos que todavía tenían trabajo, pues, para los miles que habían sido despedidos en el curso de la recesión, las condiciones eran, obviamente, mucho peores. De los tres mayores conflictos laborales que atrajeron la atención nacional en aquellos años, a saber: la huelga en la fábrica textil de Río Blanco, Veracruz, en junio de 1906; la huelga minera en Cananea, Sonora, en enero de 1907, y el movimiento de obreros ferroviarios en Chihuahua en 1908, sólo en la huelga de Río Blanco las reivindicaciones económicas eran las predominantes. El Partido Liberal Mexicano (PLM), fundado por intelectuales de provincia a principios de siglo. La creciente represión por parte del gobierno contribuyó a producir un rápido giro a la izquierda, y el partido asumió pronto rasgos e ideología anarcosindicalistas. El conflicto con la administración de Díaz era, en parte, un conflicto de clase, y en gran medida, además, una lucha generacional. A los ojos de muchos jóvenes, el régimen de Díaz representaba a una sociedad dictatorial subordinada al capital extranjero, sobre todo norteamericano, lo cual era interpretado como una amenaza para la integridad y la independencia de México. Hasta finales de siglo, Díaz había logrado establecer a nivel nacional y regional. Un complejo sistema de equilibrios que evitaba que ningún grupo o camarilla consiguiera acaparar el poder. A nivel nacional, Díaz permitió y, en ocasiones, alentó la proliferación de grupos que rivalizaran

con los «científicos» Su rival más influyente fue una alianza heterogénea de terratenientes norteños, hombres de negocios y militares. A nivel regional, los «caudillos» tradicionales que solían llevar las riendas del poder político y económico habían sido sustituidos por hombres que habían ascendido con Porfirio Díaz. Algunos de ellos habían llegado de otras partes del país y, por tanto, no estaban ligados por raíces a las tierras que iban a gobernar; otros eran los miembros menos poderosos de la élite local. Díaz era el gran arbitro que mantenía el precario equilibrio existente entre ellos. A nivel nacional, los científicos presionaban a Díaz para que les concediera más poder Díaz decidió que había llegado el momento de hacer un gesto decisivo para ganarse la confianza de los científicos y de los inversores y financieros extranjeros. Así, en 1904 eligió como vicepresidente a Ramón Corral, un miembro del grupo de los científicos procedente del noroeste de Sonora, lo cual significaba que Corral le sucedería en el caso de que él muriera antes de terminar su mandato. Díaz obligó a dimitir al gobernador Miguel Cárdenas que gozaba del apoyo de un gran número de hacendados, e impidió la elección de otro terrateniente, Venustiano Carranza, que estaba respaldado por la mayoría de la clase alta del estado. La oposición de Díaz, a importantes sectores de la élite del noreste. Concernía al clan Madero, la familia más rica y poderosa de la región de la Laguna, aunque uno de sus miembros más destacados, Francisco Madero, había intentado durante varios años crear una oposición política en contra de Díaz. Los Madero nunca habían cooperado armoniosamente con las empresas norteamericanas. Por los estados de Sonora, Chihuahua y Coahuila. Esta región presentaba características excepcionales, ya que en ella importantes sectores de todas las clases sociales tanto hacendados, como clase media, obreros industriales, y colonos desposeídos, estaban unidos en su oposición al régimen de Díaz. Existía en casi todo México una clase media descontenta y resentida porque había sido excluida del poder político, porque creía que sólo recogía las migajas del auge económico mexicano, y también porque los extranjeros estaban desempeñando un papel cada vez más importante dentro de las estructuras económicas y sociales del país. En 1910, cuando se acercaba la fecha de realizar nuevas elecciones presidenciales, la lucha por la sucesión estalló de nuevo.

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