Sullings Economia Y Cia

  • November 2019
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ECONOMIA, POLITICA Y NO-VIOLENCIA (Conferencia de Guillermo Sullings en la UNED-Madrid-13/11/2006) Introducción Nuestro interés en este trabajo, no es solamente la descripción de las situaciones de violencia generadas en el mundo a partir de ciertos esquemas políticos y económicos; aunque por cierto que necesariamente deberemos referirnos a esos hechos. Nuestro interés es, además de poner en evidencia la gravedad de los hechos, tratar de comprender la conexión de los mismos con determinados procedimientos políticos y económicos, no solamente de quienes detentan el poder, sino también de las poblaciones. Porque a veces solemos observar los desastres sociales, como si se trataran de desastres naturales, como una suerte de Tsunami, que simplemente ocurre, con el que nada puede hacerse, y con el que nada tenemos que ver en su gestación. Está claro que se ejerce violencia cuando se discrimina a otro por su raza o religión, cuando se somete a otro, cuando se lo priva de sus derechos, cuando se cometen injusticias. Pero a veces, las injusticias originadas por la violencia económica, no son tan sencillas de percibir, porque no siempre están claros los límites ni las responsabilidades. Son las fuerzas del Mercado, suele decirse cuando se intenta explicar ciertos fenómenos a través de los cuales millones de personas quedan marginadas y excluidas. ¿Quiénes son las víctimas y quienes los victimarios?. Analizar los mecanismos mediante los cuales se termina ejerciendo la violencia económica, puede resultar sumamente revelador. Pero analizar, además, los mecanismos por los cuales, la violencia económica se realimenta con otros tipos de violencia, podría facilitarnos la comprensión, al menos en parte, de la compleja situación actual en el mundo. Desde luego que no pretendemos en este breve ensayo, explicar todos los fenómenos sociales desde la economía. Eso sería caer en otra forma de economicismo, y desconocer absolutamente la verdadera dimensión del fenómeno humano. No se trata de causas y efectos, sino en todo caso de relaciones de concomitancia, donde el factor económico, y en particular la violencia económica, hacen su parte dentro de un esquema mucho más complejo.

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La violencia generada desde los sistemas económicos Seguramente que a la hora de buscar ejemplos de violencia económica, los encontraremos en abundancia en la economía capitalista, y está bien que profundicemos allí, ya que es el sistema imperante en la mayor parte del mundo. Pero eso no puede hacernos obviar los atropellos cometidos en otros sistemas económicos, muchas veces fundamentados en ideologías que, paradójicamente, proponían mejorar la situación del ser humano. Desde las teorías del “espacio vital” para el desarrollo de sus pueblos, con las que el fascismo y el nazismo pretendieron justificar su expansionismo. Pasando por los millones de muertes producidas en la Unión Soviética durante más de medio siglo, para sostener la “dictadura del proletariado”. Recordando también la masacre de 3 millones de personas en Camboya, bajo el régimen de los Jémeres Rojos liderados por Pol Pot, que entre 1975 y 1979 forzaron el éxodo de la ciudad al campo para, entre otras cosas, convertirse en el primer productor mundial de arroz. Y aún sin llegar a los casos extremos de genocidios, en todos los regímenes en los que se trató de imponer desde el Estado, un sistema político y económico diseñado por un grupo de iluminados, encontraremos todo tipo de violaciones a los derechos humanos. Sin embargo, si bien la responsabilidad principal en estos atropellos ha sido de quienes han ejercido el poder, también existió complicidad de una parte de los pueblos, que permitieron que sus odios y resentimientos contra otras razas, etnias, o clases sociales, fueran exacerbados y utilizados por sus líderes. Aunque si de genocidios se trata, el capitalismo tiene muchos ejemplos para darnos; desde la colonización en América, África y Asia, pasando por las guerras entre potencias industriales, siguiendo con las políticas represivas que dejaron centenares de miles de desaparecidos en toda Latinoamérica, y continuando hoy con las invasiones de los territorios con reservas petrolíferas. Los casos que hemos señalado anteriormente, se refieren más bien a la violencia generada para imponer y sostener determinados sistemas políticos y económicos. Pero también debemos señalar las situaciones de violencia que han generado tales sistemas económicos por su propia dinámica. En los experimentos socialistas, la planificación centralizada de la economía solo pudo llevarse adelante aboliendo la libertad de las personas y encorsetando la libre iniciativa en una compleja madeja burocrática. Se debía producir y consumir lo que el Estado decía, en las cantidades planificadas y con los precios establecidos. Las personas se convirtieron en un simple engranaje de una pesada maquinaria productiva, cada vez más ineficiente. La prometida igualdad se tradujo como pobreza igualitaria, en la que, además, había cúpulas privilegiadas. Unos cuantos burócratas se atribuyeron el poder de decidir todo lo que debía ocurrir en la economía, generándose una cadena de autoritarismo y violencia sicológica. El capitalismo, por su parte, en nombre de las libertades individuales y rindiendo culto al libre mercado, generó las condiciones para que la economía se transformara en una lucha desigual, entre depredadores y víctimas. La tendencia a la acumulación del poder económico en pocas manos, rápidamente dejó en el olvido a la prometida sociedad de oportunidades, generando una creciente inequidad en la distribución del ingreso. La violencia que significó la explotación capitalista sobre los trabajadores, tanto desde el punto de vista de la inequidad distributiva, como desde el punto de vista de las condiciones laborales, con el tiempo derivaría, además, en la exclusión de millones de personas que irían quedando fuera del sistema. La violencia del sistema capitalista la sufren los excluidos y los marginados; la sufren los explotados por un salario miserable y también los

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diversos eslabones sujetos a la presión del eficientismo economicista. La sufren las víctimas de la usura, endeudados de por vida, y la sufren también los “homoconsumidores”, cuya voluntad es manipulada por la publicidad. Pero la violencia generada desde los sistemas económicos, no se limita a la violencia ejercida para mantenerse por la fuerza, ni tampoco se limita a las situaciones de violencia propias de las relaciones económicas. También se ejerce violencia cuando la explotación económica irracional destruye el medio ambiente y los recursos naturales, contaminando y envenenando a todo el planeta. Se ejerce violencia cuando los poderes económicos se apropian del poder político, prostituyendo las instituciones que supuestamente habían sido creadas para garantizar los derechos de los ciudadanos. Se ejerce violencia cuando el poder económico se apodera de los medios de difusión para condicionar desde allí la subjetividad de las personas. Pero vamos a profundizar en dos aspectos, en los que la violencia económica se relaciona íntimamente con dos tipos de violencia, que están llevando a las sociedades a su destrucción. Un aspecto es el de las guerras y el armamentismo, y el otro es el de la violencia social. La economía y el armamentismo Esta relación entre la economía y el armamentismo, se ha transformado en los últimos tiempos en un círculo vicioso en el que, por una parte, los poderes económicos buscan consolidar sus privilegios apoyados en el poder militar, mientras que por otra parte la industria armamentista busca aumentar sus ganancias alimentando conflictos. En un excelente trabajo realizado por dos autores humanistas, Oscar Cevey y Javier Zorrilla, podremos encontrar abundante información sobre la proporción de los recursos que se destinan al armamentismo. Citaremos algunos datos a modo de ejemplo. “Cada año se gasta en el mundo cerca de un billón de dólares (un millón de millones) en armamentos, tanto convencionales como nucleares. En términos de gasto improductivo el drenaje militar es enorme: en la actualidad, entre quince y veinte de cada cien dólares gastados por los gobiernos centrales, se destinan a fines militares. Esto representa el triple de los presupuestos de enseñanza y ocho veces los de vivienda.” “China compró veintiséis aviones de combate a Rusia, por una suma de dinero que pudo haber servido para abastecer agua potable durante un año a ciento cuarenta millones de personas. Nigeria adquirió ochenta tanques del Reino Unido, cantidad que pudo haber servido para inmunizar con vacunas a dos millones de niños. La India ordenó veinte aviones de combate MiG-29 a Rusia, por un valor que pudo haber servido para proveer educación básica para quince millones de niñas, que no van a la escuela en ese lugar” “Con dos mil millones de dólares, en lugar de adquirir un submarino nuclear más, se podría reforestar la Tierra. Con cinco mil millones de dólares, en lugar de fabricar más bombas nucleares, se podría suministrar agua potable pura a buena parte del mundo. Con dos mil millones de dólares, en lugar de llevar a cabo una docena de ensayos nucleares, se podría hacer retroceder significativamente la desertificación. Con cinco mil millones de dólares, en lugar de fabricar otros seis bombarderos nucleares Stealth, sería posible reducir la contaminación atmosférica. Con catorce mil millones de dólares, en lugar de enviar armas a países de Oriente Medio, sería viable conservar el patrimonio de la naturaleza y eliminar residuos peligrosos.”

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Los anteriores son algunos de los ejemplos de cómo se podrían resolver muchos de los problemas que genera la pobreza, destinando en ellos los recursos que hoy se destinan para la destrucción de la vida. Claro que semejante cambio en el destino de los recursos, no será posible mientras el poder económico sea dueño del poder político, ya que la violencia de la guerra es la que lo ayuda a mantener su poder. Y al respecto, continuamos citando algunos párrafos del trabajo de Cevey y Zorrilla “Guerra y pobreza, son elementos inseparables que atraviesan a cada uno de los países en los que se desarrollan los conflictos bélicos. No es casual que los distintos lugares donde se asientan las guerras sean los que presentan las mayores miserias. Los intereses por dominar los recursos naturales y energéticos son el verdadero motor de las confrontaciones. La abundancia de recursos naturales que existe en ciertos territorios, lejos de ser explotada en beneficio de la población, motiva y financia la mayoría de los conflictos.” “Los países del G-8 son responsables de más del ochenta por ciento de todas las nuevas armas que se venden a los países pobres. Éstos fueron el principal mercado de venta de armas. Durante el periodo de 1997-2001, el mayor vendedor de armas del mundo fue EEUU con casi un cuarenta y cinco por ciento del total exportado.” “Hay detectadas al menos noventa empresas de ejércitos de mercenarios con sedes en quince países y operaciones en ciento diez naciones alrededor del mundo. Desde 1994 el Departamento de Defensa de EEUU ha suscrito más de tres mil contratos con doce de las empresas militares privadas que tienen sede en EEUU. El valor total de dichos contratos, incluidas las organizaciones mercenarias, superó los trescientos mil millones de dólares.” Toda la información que acabamos de mencionar, es solo a modo de ejemplo, para ilustrar sobre la magnitud de un problema de muy compleja resolución, en la medida que los pueblos no tomen conciencia del rumbo que llevan las cosas y de la responsabilidad que les cabe. Hoy existe un inmenso arsenal atómico de más de 30.000 artefactos nucleares, capaces de destruir varias veces el planeta, y hoy es posible transportar en un maletín una bomba 10 veces más poderosa que las que destruyeran Hiroshima y Nagasaki. Hoy es más urgente que nunca que el clamor de las poblaciones exija un inmediato desarme nuclear, que obviamente no pasa solamente por frenar el ingreso de nuevos miembros al selecto club atómico, sino que pasa fundamentalmente por el completo desarme de los viejos socios: las grandes potencias. El problema radica en que, precisamente, muchos intereses económicos ligados a las grandes potencias, se respaldan con el poderío militar. Está claro que no podemos esperar que esta iniciativa del desarme, la tomen quienes trafican y comercian con la muerte, ni quienes son capaces de bombardear pueblos enteros para quedarse con un pozo de petróleo. Son los pueblos los que tienen que recapacitar sobre el tipo de gobernantes que están apoyando. La economía y la violencia social La combinación letal entre líderes autoritarios y sectores sociales enfrentados, llevó a muchos excesos y en algunos casos a genocidios. Pero aunque no se llegue a ese tipo de confrontación organizada, en muchas de las llamadas democracias actuales, la

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desestructuración social es un caldo de cultivo para todo tipo de violencia, y está claro que la violencia económica juega un rol muy importante para potenciar esta situación. Cuando analizamos los factores de discriminación entre las etnias que conviven en un país, vemos que las diferencias dadas por el color de piel, la religión y las costumbres, se potencian cuando coinciden con las fragmentaciones dadas por la situación económica. Muchos de los aspectos del estilo de vida de algunos inmigrantes, guardan relación con su precaria situación económica y con el tipo de trabajos que tienen que realizar para sobrevivir. Esto los ubica en una situación de diferenciación con otros sectores de la población, y tal diferenciación suele alimentar la discriminación recíproca. Inversamente también ocurre que cuando determinados sectores de inmigrantes, alcanzan una mejor situación económica que otros, la discriminación y el resentimiento de parte de los menos favorecidos aumenta. Pero la discriminación (para arriba o para abajo), generada por la desigualdad económica, independientemente de que los estratos sociales coincidan o no con determinadas diferencias étnicas, no es un fenómeno nuevo en el sistema capitalista. Como citamos en el libro de Economía Mixta, ya los “fouding fathers” de USA fundamentaban al capitalismo por una supuesta “naturaleza humana”, en la que existían desigualdades innatas, y la auto selección de los mejores debía colocar a estos en el poder. Madison sostenía que “...el poder reposará sobre el derecho de propiedad que se halla legitimado por la diversidad de facultades individuales....el gobierno tendrá como finalidad proteger esta distribución desigualitaria de la propiedad, que se encuentra, por consiguiente, justificada por la misma naturaleza humana...”. Ya en aquellos tiempos se estaba justificando ideológicamente a una sociedad individualista, en la que solo habría ganadores y perdedores, fracasados y triunfadores. Todo comenzó a medirse con la vara del éxito económico. Para un empleado, el desocupado es un holgazán. Para un directivo, el empleado es un perdedor incapaz de ascender. Para un empresario, los gerentes son perros fieles, incapaces de abrirse camino por sí mismos. Un sistema económico apoyado en esas valoraciones, solo puede generar violencia social. Si esa violencia no se canaliza tras el “nuevo orden” de líderes violentos, se canalizará desordenadamente a través de la delincuencia, la droga, el suicidio y la confrontación social. Mientras tanto, los medios de difusión se ocupan de mostrar a la población cuales son los modelos de vida a seguir, y sobre todo qué tipo de productos deben consumir. El resultado logrado en la vida real: un puñado de imbéciles que se creen triunfadores porque lograron parecerse a esos modelos impuestos, y millones de frustrados que sienten que quedaron fuera de carrera. Seguramente algunos creerán que un buen motor para el progreso social, es la expectativa de cada uno por estar en el escalón siguiente; el desocupado intentará ser como el empleado, el empleado como el gerente, y el gerente como el empresario. Y posiblemente en algunos casos haya funcionado así. Pero olvidaron al menos dos factores. El principal, que el ser humano es algo mucho más profundo y complejo, que un simple “actor económico”. El otro factor es que, además, la propia tendencia del capitalismo hacia la concentración, lo convierte en una carrera desenfrenada en la que unos pocos ganan y la mayoría pierde. Y si el motor del sistema era la promesa de un futuro de éxito económico, ese futuro se ha ido cerrando cada vez más. Lograron convencer a la gente de que el sentido de la vida era el éxito económico y cierto estilo de vida; pero como eso es para unos pocos elegidos, la vida pierde sentido para la mayoría. Y mientras dure la hipnosis, los fracasos no aceptados se transforman en 5

depresión, resentimiento, envidia, y búsqueda de revancha por cualquier vía; y eso se traduce en violencia de todo tipo. Es como si hubiera una guerra civil no declarada. Y en las guerras se trastocan los valores: no hay amor, no hay compasión, no hay respeto, no hay códigos de convivencia, y todo se justifica en la lucha contra el enemigo. Enemigo es el que tiene más que yo, porque lo culpo de lo que no tengo. Enemigo es el que tiene menos que yo, porque siento que me asecha. Enemigo es el que tiene igual que yo, porque estamos compitiendo y no permitiré que me saque ventaja. Y con el enemigo vale todo, vale la traición, vale el despojo, el robo, el crimen, la explotación, y la indiferencia ante su sufrimiento. Así las cosas, el delincuente no se siente delincuente, se considera un justiciero que toma lo que la sociedad le niega. El que odia a los que más tienen, no se reconoce como un resentido, siente que con su odio hace justicia. El que desprecia a los perdedores, está convencido de que son inferiores y tienen lo que merecen. Cada cual conforma su escala de valores de acuerdo a su propia violencia interna, y en función de ella proyecta su violencia afuera. Esta violencia, en la medida que las personas logran mantenerse dentro del sistema, suele canalizarse dentro de los “carriles legales”, y se ejerce la violencia bajo el amparo de la ley. Pero en la medida que más gente va siendo marginada del sistema, aumenta la violencia considerada ilegal, creciendo los desbordes y la consecuente represión, que realimenta el círculo vicioso. La pregunta entonces es, ¿cómo se rompe este círculo vicioso de la violencia?. Desde luego que no será cambiando un aspecto parcial de la sociedad, como lo es el económico, que se solucionará el problema de la violencia. Hace falta una transformación integral del ser humano, un cambio de sensibilidad y de valores que genere como consecuencia otro tipo de sociedad, y en ese otro tipo de sociedad será posible otro tipo de economía. Pero seguramente que avanzando en la comprensión de nuestra propia violencia, es como podremos avanzar hacia una sociedad no-violenta. Y en este trabajo estamos intentando avanzar en la comprensión de la violencia económica, y desde ese enfoque cabe preguntarse entonces: ¿Nuestra organización social tiene violencia económica porque el sistema económico es violento, o este sistema es violento porque así es la naturaleza humana? El cambio de sensibilidad y el cambio de sistema Hay quienes sostienen que el capitalismo, aún con sus injusticias, es el único sistema que funciona, porque el individualismo y la ambición que motorizan el desarrollo en este sistema, son parte de una naturaleza humana que no puede cambiar. Afirman que la solidaridad puede ser en teoría muy interesante, pero en la práctica no moviliza a la mayoría de las personas, y por lo tanto ningún sistema económico basado en ella tendrá futuro. Algunos afirmamos que un cambio de sensibilidad ya se está dando, y la búsqueda de nuevos valores hará que la intencionalidad humana termine por transformar este sistema violento e inhumano, por propia necesidad. A pesar de que algunos pocos (aunque poderosos), siguen creyendo en el paradigma de la ley del más fuerte y de la auto selección de los más aptos, las grandes mayorías van comprendiendo la necesidad de un progreso con equidad social. Sin embargo, esa nueva sensibilidad naciente, no encuentra los canales para manifestarse, en 6

un sistema capitalista que está montado sobre otros valores, sobre el individualismo, el egoísmo, la explotación y la indiferencia. A su vez la organización social y política, está asentada sobre instituciones y legislaciones que, mientras cubren la apariencia formal de la igualdad de todos ante la ley, en la práctica se alinean cada vez más con los dictados del capital internacional, que se alimenta de las desigualdades y la marginación. Es cada vez más evidente que esta nueva sensibilidad que va naciendo en la gente, y que en el ámbito de la economía se manifiesta en esa necesidad de progreso para todos, sólo podrá canalizarse en la medida que la organización del estado y la economía se monten sobre nuevos paradigmas, acordes con esa nueva sensibilidad. El ser humano está creciendo, y le queda chica la ropa del sistema capitalista. Hacen falta nuevos paradigmas para la organización económica. Todos los procedimientos de un nuevo sistema económico, debieran pasar el riguroso examen de respetar un paradigma fundamental: Iguales oportunidades para todos. Ahora bien, cabe la pregunta: ¿Cómo puede armonizarse la libertad y la equidad, cómo hacer real y no meramente formal, este principio de igualdad de oportunidades para todos? Desde luego que en una sociedad de iguales oportunidades, no todos las utilizarán del mismo modo, y en lo que hace al aspecto económico, algunos pueden progresar más que otros. Pero hay que saber distinguir entre los merecimientos personales, o en la mayor o menor dedicación que cada cual desee aplicarle a su progreso económico (ya que los intereses humanos debieran ser mucho más amplios que el mero progreso material); hay que saber distinguir entre las desigualdades generadas a partir de una diversa utilización de las oportunidades, y las desigualdades generadas a partir de la restricción de las oportunidades de algunos, generada por la acumulación de poder económico de otros. Está claro que los diversos resultados obtenidos por cada uno, por la diversa utilización de sus oportunidades, no pueden asimilarse a la lógica de la competencia deportiva, donde pocos ganan y muchos pierden, ya que perder, en el ámbito económico, significa estar condenado a la marginación y el hambre. Y mucho menos se puede tolerar que “los ganadores”, obtengan como premio, además de un mejor pasar económico, la posibilidad de aumentar sus nuevas oportunidades, en desmedro de las oportunidades de otros. Sería como si a un club de fútbol, al salir campeón, lo premiaran no solamente con el trofeo correspondiente, sino además con 20 puntos adicionales al inicio del siguiente torneo. Hoy en día, en el sistema capitalista, quien acumula capital, puede imponerle condiciones a otros. Puede imponer condiciones laborales, ya sea en la llamada “libre contratación”; ya sea comprando legisladores que flexibilicen las normativas laborales, o ya sea comprando a los representantes sindicales. Quien acumula capital, puede especular prestando dinero, y acumular más aún a través de la usura. Puede especular en la bolsa, en el comercio de bienes y servicios imprescindibles, o en el mercado inmobiliario. Hoy, a quien acumula capital, le resulta más rentable la inversión especulativa, en lugar de la inversión productiva, que es la que genera empleo. Hoy quienes acumulan capital, pueden comprar con él todo lo necesario para facilitar la aceleración de dicha acumulación. Y el resultado es una creciente inequidad en la distribución del ingreso. La igualdad de oportunidades no puede garantizarse en el libre juego de fuerzas del mercado, porque esto conduce a una veloz acumulación de poder en manos de unos pocos, con la consecuente desigualdad de oportunidades. Es indudable que es el Estado quien debe garantizar la continuidad de la igualdad de oportunidades (que no es lo mismo que garantizar igualdad de resultados). Pero esto no se debe hacer limitando la libertad de gestión, inmovilizando a la iniciativa privada, sino poniendo límites a la libertad de especulación. Pero por sobre todo, el Estado debe trabajar generando multiplicidad de

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caminos por donde la libertad y la igualdad de oportunidades de cada uno pueda canalizarse, sin tropezar con el poder de otros. Además, quienes acumulan el capital, terminan apropiándose y usufructuando la tecnología, que en rigor no debiera ser propiedad de nadie, sino de toda la humanidad, que ha venido acumulando conocimiento a través de su larga historia. El avance tecnológico, que podría permitir que los seres humanos trabajaran cada vez menos horas, manteniendo un nivel de vida digno; hoy en cambio genera una creciente desocupación y marginación de millones de personas, mientras los que aún mantienen su empleo, son explotados con salarios cada vez más bajos. Y es el Estado, el único que puede velar porque el usufructo de la tecnología esté en manos de toda la población, y no en manos de unos pocos que se adueñaron de ella. Por cierto que estamos hablando de un nuevo rol, por parte del Estado, en el marco de un Sistema de Economía Mixta. El rol del estado En la actualidad, en la mayor parte de los países, el poder político es socio, o al menos rehén del poder económico. Por tal motivo es impensable que desde los actuales gobernantes surjan iniciativas tendientes a cambiar esta situación de injusticia económica. Cabe a los pueblos la responsabilidad de comenzar a presionar a sus gobernantes, y cambiarlos cuando fuese necesario, para arribar a una democracia directa, en la cual el Estado trabaje a favor de las personas, y no del poder económico. Pero para que ello ocurra, será necesario avanzar en la comprensión de qué es lo que el estado debiera hacer para transformar la situación actual en el ámbito de la economía, y abandonar la creencia, impuesta por la doctrina neo-liberal, de que el estado no debe intervenir en el mercado. No vamos a profundizar aquí acerca de las propuestas de la Economía Mixta, las que ya están desarrolladas en el libro que aborda el tema, y que continuaremos desarrollando a futuro. Pero podemos comentar aquí algunas de las acciones que debiera llevar adelante el Estado, para transformar la actual violencia económica en una convivencia armónica. •

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Redefinición de lo que debe considerarse público, y lo que debe considerarse privado. Recuperando como públicos los servicios esenciales, y definiendo como públicos los canales de desarrollo, hoy obstruidos por los especuladores de las finanzas, de la comercialización y de la producción. Creación de una Banca sin interés, que termine con el monopolio financiero privado y sus políticas usureras. Financiación y protección de empresas de economía mixta, que generen empleo e incursionen en áreas productivas no abordadas por iniciativas privadas. Generación de alternativas en el mercado, para que tanto productores como consumidores, no queden atrapados en las trampas especulativas del poder económico. Control o gestión estatal de toda actividad vinculada a la provisión de bienes y servicios públicos.

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Legislación laboral que incorpore la participación de los trabajadores en las ganancias, la toma de decisiones y la propiedad en las empresas. Política tributaria que redistribuya el ingreso, premiando la inversión productiva y castigando la especulación.

En la medida que a la gente le vaya quedando claro que debe hacerse cargo de su propio destino, presionando para que sus gobernantes actúen en función de sus necesidades, y no de acuerdo a los mandatos del poder económico, se podrá ir transformando la economía a la medida del ser humano. Pensando, no solamente en la solución de los problemas dentro de cada país, sino pensando también en la ayuda que necesitan todos los pueblos del mundo, porque no se detendrá la violencia mientras no cese la indiferencia. Sin embargo, parece ser que para que esto se produzca, será necesario superar algunas contradicciones en las que suelen caer los pueblos, que a veces dan muestras de avanzar hacia una nueva sensibilidad, más solidaria y no-violenta, pero otras veces parecen retroceder y aferrarse a viejos valores, o al menos a viejas respuestas. Las sociedades deben hacerse cargo de su parte Si hiciéramos una encuesta, y le preguntáramos a la gente si desea la guerra, posiblemente la mayoría nos diría que no. Si preguntáramos si desean la violencia social, o la injusticia económica y la marginación de miles de millones de seres humanos, posiblemente la respuesta de la mayoría sería negativa. ¿Pues entonces, de quién es la culpa de que estemos así? De los gobernantes dirán algunos. De las multinacionales, dirán otros. De los medios de comunicación, arriesgará alguien. O del poder económico, que en definitiva maneja a los gobernantes y a los medios de difusión, podríamos decir también para simplificar las cosas. Sin embargo...¿Quién elige a los gobernantes?, ¿Quién sostiene al sistema económico con la ambición y el consumismo?, ¿Quién le cree ciegamente a los medios de difusión? ¿Qué es lo que genera esta contradicción entre lo que se dice y lo que se hace: la hipocresía o la impotencia?. Seguramente que hay muchos hipócritas, que solamente son fieles a sus mezquinos intereses, aunque humanicen sus discursos, para disfrazar sus motivaciones. Pero hay también mucha gente que si bien genuinamente siente la necesidad de un cambio, no encuentra un camino claro hacia esas transformaciones, y mucho menos ve con claridad una relación directa entre sus acciones cotidianas y la violencia en el mundo. Y entonces la impotencia se transforma en resignación, indiferencia e hipocresía. Claro que no es fácil visualizar, hasta qué punto el consumismo de una persona tiene que ver con la desnutrición de otras, o con la depredación de los recursos naturales y la degradación del medio ambiente. No es sencillo comprender cómo los esfuerzos competitivos de una persona para conseguir un puesto de trabajo, se corresponden con la impotencia de otro que queda desocupado, en el contexto un eficientismo explotador, que potencia la obsecuencia y el individualismo. No se ve con claridad cómo el consumo innecesario se vuelve ostentación, y eso genera la envidia y el resentimiento de otros. 9

No se cae en cuenta de que al optar por cierto tipo de gobiernos que protegerán los privilegios de algunos, se estará condenando a otros a la desprotección, y eso también se volverá en contra de los primeros. No se entiende que a veces, el afán de cada cual por ocuparse exclusivamente de su propia vida, se torna en indiferencia hacia otros; y mucho menos se entiende que esa indiferencia, también es violencia. Es por todo eso que tampoco se entiende a la violencia irracional, ejercida por aquellos que ya no tienen nada que perder, contra una sociedad a la que intuyen colaboracionista con el sistema que los margina. Y tal vez desde esa falta de entendimiento, es que a veces se avalan, como solución a la violencia, las políticas represivas y agresivas del sistema, fronteras adentro y fronteras afuera, con el pretexto de combatir a los violentos. Ahora bien, algunos se preguntarán, ¿Y si se lograra entender esta mecánica,...entonces qué? ¿Acaso dejaría de girar la rueda?. La lógica indica que nada puede hacerse desde una acción individual para cambiar un sistema. Sin embargo, no debiera haber algo más ilógico que la lógica de la violencia, porque nos está llevando a la destrucción a todos. Tal vez algún día, tanta violencia nos sature, hasta hastiarnos de nuestras propias debilidades, y entonces tengamos un espacio para la comprensión, por encima de la negación suicida, o del insuficiente e inocuo entendimiento intelectual. Tal vez comprendamos que la carrera por el éxito individual, colectivamente se transforma en una avalancha humana en la que millones mueren pisoteados; y aunque personalmente creamos que no hemos pisado a nadie, hemos empujado a otros para que lo hagan. Indefectiblemente, en algún momento las poblaciones caerán en cuenta, y el mundo empezará a cambiar. La pregunta es ¿Cuánto tiempo llevará y cuántas vidas costará?. Ojalá que se acelere la comprensión ahora, de lo contrario, la crudeza de los acontecimientos será la que se ocupe de acelerar tal comprensión. Hacia donde va el mundo Si damos una rápida mirada a la dirección que llevan las fuerzas de la Economía y la Violencia, veremos en su horizonte sufrimiento y destrucción. El desenfreno del consumismo irracional, en lugar del desarrollo racional, lleva al mundo hacia el desastre ecológico, hacia la destrucción del medio ambiente, hacia el envenenamiento del aire y el agua, y hacia el agotamiento de los recursos naturales. La feroz competencia globalizada, por proveer de mano de obra barata a las multinacionales, seguirá haciendo bajar el valor de los salarios y haciendo crecer la desocupación y la marginación. Y no faltará quien culpe de ello a China e India, por querer industrializarse, o a los inmigrantes por quitarnos el trabajo, aumentando con ello la violencia discriminatoria. La lucha por los recursos energéticos no renovables, hará que se sigan invadiendo países y presionando gobiernos con cualquier pretexto. Las consecuencias destructivas de tal comportamiento ya están a la vista, pero aún no hemos visto lo peor, y el riesgo de la utilización de armas nucleares, es mayor aún que durante la guerra fría.

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La burda descalificación que se hace de algunas culturas y religiones, con el fin de degradar a la víctima, para así justificar al victimario, con el fin de controlar los recursos estratégicos, potenciará los conflictos por el choque entre culturas. El terrorismo en todas sus formas aumentará progresivamente, y en la medida que se siga alimentando el resentimiento, será cada vez más indiscriminado, y por lo tanto nada ni nadie estarán a resguardo del mismo. En la medida que la desocupación y la marginación avancen, y esta es la dirección que lleva el proceso, la violencia dentro de las sociedades irá creciendo, desbordando a cualquier intento de brindar seguridad. Estos son solo algunos de los indicadores de que vamos hacia el desastre. ¿Serán inevitables estos desastres anunciados?. Hace un tiempo, en Argentina, tuvimos un pequeñísimo botón de muestra. Los humanistas anunciamos en 1998 que si no se salía del modelo económico de la convertibilidad, se iba hacia un desastre, y efectivamente, nadie nos hizo caso, y a fines del 2001 ocurrió el mayor desastre económico de la historia Argentina. Y ahora todos dicen, ¡Qué bueno que se cayó ese modelo económico, no podíamos seguir así!. ¿Será que en algún tiempo más los pueblos se mirarán retrospectivamente, extrañados de haber vivido y alimentado a este sistema deshumanizante?. ¿Y qué magnitud deberá tener el desastre para que las cosas cambien?. ¿Y cambiarán para mejor o para peor?. Seguramente que en algunos círculos de poder, esperan que la dirección que llevan las cosas, conduzca a un “equilibrio natural”, acorde a las teorías de Malthus. Seguramente pensarán que, después de una “crisis necesaria”, merced a las guerras y las hambrunas, la población disminuirá, y los sobrevivientes alcanzarán un equilibrio social, propio de la literatura owerlliana. Los sobrevivientes pobres contenidos en un nuevo apartheid global, y los sobrevivientes poderosos controlando todo desde su lujoso búnker. Otros preferirán pensar en un final cinematográfico, en el que una revolución con banderas al viento termine con el reino de los malos. Y muchos otros, simplemente no querrán pensar en el tema, suponiendo que las cosas se arreglarán solas, o que ellos nunca serán alcanzados por el caos. Algunos creemos que para revertir esta dirección destructiva, hay que hacer lo posible para acelerar la comprensión colectiva del fenómeno, logrando que las poblaciones se hagan cargo de su propio destino. Se debe ir logrando que cada vez más gente deje de alimentar el círculo vicioso de la violencia, y presione a los gobiernos para que cambien sus políticas. Presionar hacia el desarme, presionar hacia la No-violencia, presionar hacia la democracia directa, presionar hacia el cambio del sistema económico. Esperemos que no sean necesarios grandes desastres, para que se acelere el rechazo hacia el sistema actual. Esperemos que el crecimiento interno del ser humano debilite cuanto antes los cimientos de esta trampa mortal. Pero además de esperar, trabajemos para que ello ocurra.

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