Sostenibilidad Agropecuaria.docx

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Sostenibilidad Agropecuaria Hoy existe un consenso en la comunidad científica: la humanidad enfrenta un singular cambio en el clima; una alteración con eventos extremos de lluvias, inundaciones y sequías, cuyo principal origen son las actividades humanas que se desarrollan desde hace décadas de manera prácticamente similar. Esto ocurre en el Paraguay y otros países en vías de desarrollo de manera más acentuada, aunque también la preocupación es real en los países desarrollados. Lo que hoy ocurre en el planeta con las alteraciones climáticas sin precedentes, la pérdida de los bosques, la contaminación y agotamiento de los recursos naturales, y la crisis alimentaria es una realidad que debe analizarse para asumir estrategias que en el futuro próximo permitan mitigar o adaptarse a los efectos del cambio climático. Se trata de establecer políticas productivas y educativas que posibiliten el desarrollo sostenible, sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones. Este es el concepto de sostenibilidad o sustentabilidad.

Sustentabilidad Y Desarrollo Por eso se habla de la interacción entre sustentabilidad del ambiente y desarrollo, por cuanto lo que se busca es el crecimiento económico y social de los países, el bienestar de las poblaciones del planeta, pero de tal forma que el ambiente y los recursos naturales estén en equilibrio entre sí, y con el hombre y animales de una manera armónica y dinámica. En el papel, estos conceptos resultan simples de comprender y aceptar. Pero la realidad muestra otra cara mucho más cruel, en la que la codicia del hombre parece no tener límites: se destruyen los recursos naturales y el ambiente, se amenazan especies animales en pro de una supuesta mejor economía e indicadores macroeconómicos auspiciosos, pero solo para unos pocos. En muchos países, las cuestiones ambientales ocupan un primer plano en debates y agendas sociales y políticas. Y deberían también ocuparlo en aquellos que todavía permanecen indiferentes o escépticos a esta realidad.

Producción Agropecuaria Local Si bien el Paraguay va ganando terreno en el contexto de las naciones productoras de carne y granos, además de leche, no deja de preocupar la falta de cumplimiento de la legislación ambiental vigente, y el dominio de prácticas agronómicas tradicionales en la producción agropecuaria y de industrialización. Veamos algunos ejemplos: la deforestación con o sin quema para habilitar nuevas superficies para agricultura y ganadería, la quema de campos, la ausencia de prácticas conservacionistas de laboreo y producción agrícola; la falta de tecnología, particularmente entre pequeños productores, para manejar el suelo y

producir con biotecnología (uso de semillas mejoradas genéticamente, adaptadas a la sequía y ciertas plagas); el desvío de cursos de agua para fines agrícolas o pecuarios, el desperdicio del agua de riego y otros que, en vez de elevar la productividad y permitir más rendimiento por hectárea, incrementan los costos y reducen los beneficios para el productor, deteriorándose además el medio. Y esto sin tener en cuenta estilos o hábitos de consumo actuales, causantes directos de gran número de los problemas ambientales, y la tremenda insostenibilidad que vivimos hoy en día y ponen en riesgo la salud de las personas. Así, la impresionante cantidad de basuras que diariamente se arrojan y observan incluso en el microcentro asunceno y alrededores, la terrible contaminación del aire por los gases tóxicos y partículas que liberan vehículos y colectivos es solo una muestra de cómo el ambiente va perdiendo la batalla en esta cuestión de la sostenibilidad; de cómo no se puede hablar de desarrollo, entendido en su triple faceta de positivos indicadores microeconómicos, mejoras sociales y bienestar general.

Agricultura Sostenible 1. Los sistemas de producción y las políticas e instituciones que sustentan la seguridad alimentaria mundial son cada vez más insuficientes. 2. La agricultura sostenible debe garantizar la seguridad alimentaria mundial y al mismo tiempo promover ecosistemas saludables y apoyar la gestión sostenible de la tierra, el agua y los recursos naturales. 3. Para ser sostenible, la agricultura debe satisfacer las necesidades de las generaciones presentes y futuras de sus productos y servicios, garantizando al mismo tiempo la rentabilidad, la salud del medio ambiente y la equidad social y económica. 4. Para conseguir la transición global a la alimentación y la agricultura sostenibles, es imprescindible mejorar la protección ambiental, la resiliencia de los sistemas, y la eficiencia en el uso de los recursos. 5. La agricultura sostenible requiere un sistema de gobernanza mundial que promueva la seguridad alimentaria en los regímenes y políticas comerciales, y que reexamine las políticas agrícolas para promover los mercados agrícolas locales y regionales.

Desafíos clave La actual trayectoria de crecimiento de la producción agrícola es insostenible, debido a sus impactos negativos sobre los recursos naturales y el medio ambiente. Una tercera parte de la tierra agrícola está degradada, hasta el 75 por ciento de la diversidad genética de los cultivos se ha perdido y el 22 por ciento de las razas de ganado están en riesgo. Más de la

mitad de las poblaciones de peces están plenamente explotadas y, en la última década, unas 13 millones de hectáreas de bosques al año fueron transformadas para otros usos.

Los desafíos globales a los que nos enfrentamos son la creciente escasez y la degradación rápida de los recursos naturales, en un momento en que la demanda de alimentos, piensos, fibra y los bienes y servicios procedentes de la agricultura (incluyendo los cultivos, la ganadería, la silvicultura, la pesca y la acuicultura) está aumentando rápidamente. Algunas de las tasas más altas de crecimiento demográfico se prevén en zonas que dependen de la agricultura y que ya tienen altas tasas de inseguridad alimentaria. Otros factores - muchos de ellos interrelacionados - complican la situación:

La competencia por los recursos naturales se intensificará cada vez más. Esto pueden causarlo la expansión urbana, el antagonismo entre los diversos sectores de la agricultura, la expansión de la agricultura a coste de los bosques, el uso industrial del agua, o el uso recreativo de la tierra. En muchos lugares esto está resultando en la exclusión de los usuarios tradicionales del acceso a los recursos y de los mercados. Mientras que la agricultura contribuye considerablemente al cambio climático, también es una víctima de sus efectos. El cambio climático reduce la resiliencia de los sistemas de producción y contribuye a la degradación de los recursos naturales. Se prevé que en el futuro se agraven importantemente las subidas de temperatura, los cambios en los patrones de precipitación y los fenómenos meteorológicos extremos. La creciente circulación de personas y mercancías, los cambios ambientales, y los cambios en las prácticas de producción dan lugar a nuevas amenazas de enfermedades (como la gripe aviar altamente patógena) o las especies invasivas (como la mosca de la fruta tefrítida), que pueden afectar a la seguridad alimentaria, la salud humana y la eficacia y sostenibilidad de los sistemas de producción. Políticas y capacidades técnicas inadecuadas pueden agravar las amenazas y poner a enteras cadenas alimentarias en riesgo. Los programas de políticas y los mecanismos para la producción y la conservación de los recursos generalmente están desvinculados. Falta una clara gestión integrada de los ecosistemas y / o paisajes.

¿Qué hay que hacer? Los desafíos mencionados dan lugar a cinco principios clave para guiar el desarrollo estratégico de nuevos enfoques y la transición hacia la sostenibilidad:

1. Principio 1: Mejorar la eficiencia en el uso de los recursos es fundamental para la agricultura sostenible 2. Principio 2: La sostenibilidad requiere acciones directas para conservar, proteger y mejorar los recursos naturales 3. Principio 3: La agricultura que no logra proteger y mejorar los medios de vida rurales y el bienestar social es insostenible 4. Principio 4: La agricultura sostenible debe aumentar la resiliencia de las personas, de las comunidades y de los ecosistemas, sobre todo al cambio climático y a la volatilidad del mercado 5. Principio 5: La buena gobernanza es esencial para la sostenibilidad tanto de los sistemas naturales como de los sistemas humanos

Para hacer frente al gran ritmo de cambio y a la creciente incertidumbre, hay que concebir a la sostenibilidad como un proceso, y no como un punto final determinado que hay que alcanzar. Esto, a su vez, requiere el desarrollo de marcos de gobernanza, de financiación, técnicos, y políticos, que apoyen a los productores agrícolas y a los gerentes de recursos involucrados en un proceso dinámico de innovación. En particular: Se necesitan políticas e instituciones que ofrezcan incentivos para la adopción de prácticas sostenibles, para imponer regulaciones y costes para aquellas acciones que agoten o degraden los recursos naturales, y para facilitar el acceso a los conocimientos y recursos necesarios. Las prácticas agrícolas sostenibles deben utilizar al máximo la tecnología, la investigación y el desarrollo, aunque con mucha mayor integración de los conocimientos locales que en el pasado. Esto exigirá nuevas y más sólidas alianzas entre las organizaciones técnicas y aquellas orientadas hacia la inversión. Para basar en datos la planificación y gestión de los sectores de la agricultura se necesitan estadísticas adecuadas, información y mapas geoespaciales, información cualitativa y conocimiento. El análisis debe centrarse tanto en los sistemas de producción como en los recursos naturales y socio-económicos subyacentes. Los desafíos relativos a las poblaciones de recursos vivos y las tasas de utilización de los recursos naturales a menudo trascienden las fronteras nacionales. Los mecanismos de gobernanza y los procesos internacionales deben apoyar el crecimiento sostenible (y la distribución equitativa de beneficios) en todos los sectores de la agricultura, protegiendo los recursos naturales y desalentando los daños colaterales.

Alternativas que contrarrestan la problemática agroalimentaria La crisis alimentaria se suele considerar como una mera insuficiencia coyuntural en la producción agrícola. Esta concepción solo contempla la punta de un iceberg, la parte visible de un fenómeno más vasto y complejo. Si bien la caída de la producción agrícola es un elemento importante del problema, este no puede reducirse a una insuficiencia en la oferta agrícola. EI problema cobra un significado más rico si rebasamos la esfera restringida de 10 agrícola para ubicarlo en el terreno de 10 alimentario. Por eso no hablaremos de crisis agrícola, sino de crisis agroalimentaria. EI gastado enfoque tradicional concluye que la crisis consiste en una interrupción cuantitativo de un proceso de crecimiento agrícola y que la salida radica en reanimar la producción, mediante el estímulo a los factores que en el pasado provocaron dicho crecimiento. Por el contrario, aquí se mantiene que la crisis agroalimentaria no consiste en que la producción crezca de manera insuficiente -la recuperación de las tasas históricas de crecimiento de los alimentos es un elemento necesario, pero no suficiente para eliminarla-, sino en que no será posible satisfacer una demanda popular básica (alimentos para comer mejor) dentro del modelo alimentario vigente y mediante las políticas y concepciones tradicionales. Si la meta es abatir los elevados niveles de desnutrición existentes al mismo tiempo que se logra la autosuficiencia alimentaria, se requiere, además de un mayor dinamismo de la producción, que los alimentos puedan llegar a los desnutridos, 10 cual implica cambios de fondo en el modele alimentario prevaleciente.

LAS ALTERNATIVAS FRENTE A LA CRISIS Proponer alternativas a un problema tan complejo conlleva el riesgo de caer en el esquematismo. Por ello, señalaremos sólo algunos puntos que nos parecen centrales en la definición de un proyecto alimentario alternativo. En primer lugar, pensar que se podría poner en marcha una nueva política alimentaria, aislada de una estrategia global de desarrollo de nuevo tipo. Ambas tienen que darse comno parte de una sola concepción. Pero ¿qué cambios en el esquema general de desarrollo tienen que tener lugar para que pueda haber una nueva estrategia en el terreno de lo alimentario? Tal vez el más importante sea que el proceso de desarrollo tendría que orientarse a satisfacer las necesidades básicas de la mayoría de la población. Se requiere que el sistema socioeconómico funcione y crezca produciendo los bienes que necesita la población, es decir que incorpore a su lógica de funcionamiento los circuitos necesarios para producir estos bienes. El actual esquema de desarrollo, basado en la industrialización Incompleta y dependiente y en el sacrificio de la agricultura, ha desembocado en el fracaso y la impotencia. La agro industrialización debería ser, en cambio, el meollo de un esquema de desarrollo alternativo. Esto no significa construir grandes agroindustrias, imitando lo que hacen las trasnacionales, sino incorporar la agricultura y el sector alimentario, que produce bienes básicos para el consumo mayoritario, al proceso de creación de empleos, generación de

ingresos y crecimiento productivo. Una estrategia de este corte, aun parcialmente exitosa, tendría un impacto fundamental. Baste recordar que la mitad de la fuerza de trabajo total se emplea en actividades directamente relacionadas con la producción y distribución de alimentos y que la mayor parte de la población pobre y subempleada se halla en el sector rural. El primer paso a tomar es construir una agricultura fuerte, es decir un sector agropecuario que produzca los alimentos y las materias primas que la población requiere (seguridad alimentaria y alimentos para todos) y que ofrezca en malos y buenos ingresos a sus integrantes. Ello implica transformar los esquemas tradicionales de

La alimentación está dejando de ser un derecho humano para convertirse en un negocio. A menudo se denomina como ‘crisis alimentaria” a realidades muy diferentes, como las hambrunas, la especulación con los alimentos, los envenenamientos originados por la agricultura industrial o el acaparamiento de tierras en países del Sur. Pero una cosa es clara: todos estos problemas están originados por el modelo económico y por la agricultura industrial. Y la alternativa también es resulta evidente: más soberanía alimentaria y agroecología.

Algo no va bien cuando el diccionario –o nuestro uso del mismo– se queda sin recursos. Al drama de levantarse por la mañana, cada mañana, y no saber qué vas a poder comer tú y tu familia, lo llamamos crisis alimentaria. Cuando comer pepinos, brotes de soja o carne de cerdo puede –dicen– causarte una indigestión, lo llamamos crisis alimentaria. Y si de la noche a la mañana, por arte de birlibirloque, los precios de la canasta alimentaria suben por las nubes, a eso… ¿cómo lo llamamos? Pues sí, crisis alimentaria evidentemente.

Un embrollo semántico por falta de lucidez. El capitalismo es lo que tiene, que nos latifundiza los conceptos y los disimula creando el eufemismo único: crisis alimentaria para no tener que sonrojarse hablando de hambre, pérdida de soberanía alimentaria, especulación, envenenamientos industriales…

Las crisis alimentarias, cualquiera de estas, no son algo coyuntural. Si realmente se quiere entender el porqué, se debe analizar el contexto en el que se producen para desvelar las causas importantes, las estructurales. Dejar de mirar el dedo que apunta a la luna. Afrontar que desde la instauración de la globalización capitalista y el consecuente desmantelamiento de las políticas agrarias y alimentarias, el empobrecimiento es de

carácter estructural. La alimentación dejó de ser un derecho humano para convertirse en un negocio, y el hambre, las intoxicaciones y los encarecimientos explotan sin control.

Pérdida de la soberanía alimentaria Estas crisis no se habrían alcanzado sin las políticas destructivas que desde hace años han provocado que muchos países produzcan para exportar, en detrimento de su mercado nacional y su campesinado local. Se destruyeron las producciones nacionales de alimentos forzando al campesinado a producir cultivos comerciales para compañías multinacionales, mientras que a su vez esos mismos países debían comprar sus alimentos a estas multinacionales en el mercado mundial.

Tres claros ejemplos. México, después de 16 años del NAFTA (Tratado de Libre Comercio de Norte América), ha pasado de ser exportador a dependiente de maíz. Hoy en día, México importa el 30% de su consumo de maíz y –evidentemente– los precios del producto ya no dependen de variables nacionales. En 2007 los precios del maíz se dispararon hasta niveles muy altos y provocaron la así denominada “crisis de la tortilla mexicana”. Hasta 1992 la agricultura campesina indonesia abastecía de soja al país. Pero cuando el país abrió sus fronteras a los alimentos importados, la soja barata de EE UU inundó el mercado. Se destruyó la producción nacional y actualmente el 60% de la soja que se consume en Indonesia es de importación. Los precios récord de enero de 2008 de la soja de EE UU condujeron a una crisis nacional, cuando el precio del tempeh y del tofu –la carne de los pobres– se dobló en pocas semanas [ ]. Según la FAO, el déficit alimentario [1] en el oeste de África aumentó un 81% en el periodo 1995-2004. La importación de cereales creció en ese periodo en un 102%, la de azúcar en un 83%, la de productos lácteos en un 152% y la de aves en un 500%. Sin embargo, de acuerdo con el FIDA [2] (Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola) esta región tiene el potencial de producir alimentos suficientes. La Unión Europea forzó a los países de la ACP (países de África, del Caribe y del Pacífico), al llamado Acuerdo de Colaboración Económica, para liberalizar el sector agrícola con efectos adversos predecibles para la producción alimentaria.

Son solo algunos ejemplos que muestran como el avance del sistema internacional de comercio y cada uno de los acuerdos de liberalización que se firman, son un paso más en la pérdida de la soberanía nacional en materia alimentaria.

Codicia por la tierra Una falta de soberanía alimentaria que está creciendo los últimos años por el fenómeno del acaparamiento de tierras. El apropiamiento de tierras para fines agroindustriales (agrocombustibles, cereales para piensos, etc.) ha venido observándose desde 2008 cuando nuevos inversores empezaron a controlar tierras agrarias en Asia, África y América del Sur. En un primer momento, se justificó bajo la premisa de que esas tierras las necesitaban para lograr la seguridad alimentaria de sus países de origen. Sin embargo, pronto se evidenció la entrada de bancos inversores, grupos privados de capital o fondos económicos y similares que sabían que podían ganar mucho dinero en la agricultura, teniendo en cuenta el alza en los precios de los alimentos.

Según informa GRAIN “han cambiado de manos –o están en proceso de hacerlo– más de 40 millones de hectáreas, más de la mitad en África, por un valor estimado de más de 100.000 millones de dólares. En casi su totalidad, son tierras fértiles con acceso a riego”.

“Como consecuencia de estos procesos –explican– las nuevas personas y entidades propietarias de las granjas y fincas agrarias son personas gestoras de fondos privados de capital, operadoras especializadas en fondos de tierra agraria, fondos de pensiones, bancos, etc. Lo que buena parte de la ciudadanía de a pie no sabemos es que parte de los dólares o euros empleados para este acaparamiento son los ahorros para la jubilación de colectivos de maestros/as, funcionarios/as y trabajadores/as de países como EE UU o Reino Unido, por lo que dichos colectivos están directamente involucrados, lo sepan o no, en estos procesos”.

El acaparamiento de tierras fuerza a miles de campesinos y campesinas al desplazamiento de su modo y medio de vida, la tierra.

La crisis de los precios

Como hemos visto sin soberanía alimentaria hay una tremenda vulnerabilidad al flujo de los precios de los alimentos. El aumento de los precios arrastra a millones de personas a la pobreza, paradójicamente muchas personas expulsadas o abandonadas por este modelo agrario global e industrial. El Banco Mundial expuso que el alza de los precios sufrida desde julio del año pasado, 2010, ha llevado a 44 millones de personas a la pobreza, y si nada cambia estas tendencias las cifras podrán ser más graves.

Dentro de este contexto, con la pérdida de soberanía alimentaria, dos son, a entender de los análisis más competentes, los motivos que provocan el actual aumento de precios de las materias primas: la especulación de los fondos de inversión y similares en estos bienes y el aumento del consumo de granos para los agrocombustibles.

La falta de rentabilidad monetaria en otros sectores (deuda pública, sector inmobiliario, etc.) ha provocado un trasvase de los fondos de inversión hacia el mercado de futuros alimentarios. Un contrato de futuro es un acuerdo que obliga a las partes contratantes a comprar o vender un determinado número de bienes, a un determinado precio, en una fecha concreta. Estos contratos saltan de las manos de las partes hasta el parquet de la bolsa, donde se negocia con ellos, no con los productos en sí.

De hecho muchos de estos contratos de futuro no tienen por qué ejecutarse. La mayor parte de ellos son acciones especulativas que se venden o compran en función de las previsiones de oferta y demanda. Una supuesta alta demanda será siempre el tractor que llevará hasta las nubes al precio de futuras e imaginarias cosechas. Hay que denunciar claramente como la demanda también se construye falsa y artificialmente: “las cosechas son malas”; “la sequía ha sido muy importante”; “los países emergentes demandan más carne”… son mensajes tendenciosos de profetas con corbata. Un estudio de Lehman Brothers de 2008 cifraba que desde 2003 el índice de especulación de las materias primas se había incrementado un 1.900%, de 13 a 260 billones de dólares [3]. De tal importancia es este factor especulativo que según la Eurocámara, es responsable de un 50% por ciento del aumento de los precios.

¿Quién gana?: las empresas de inversión y especulación y las empresas que controlan el suministro de las materias primas. ¿Quién pierde? los países que han aumentado su dependencia de las exportaciones a causa de la pérdida de soberanía.

La otra causa señalada del aumento de precios, es el aumento de consumo de materia prima para los agrocombustibles con la evidente competencia entre ellos y los comestibles. La producción de etanol (se extrae a partir de la remolacha, caña de azúcar, sorgo, cebada, trigo, yuca y maíz) en los últimos años se ha multiplicado por cinco. Mientras que el aumento de la demanda de cereales para consumo humano ha sido armónico durante los últimos años, ha crecido vertiginosamente su uso como futuro combustible. Solo en EE UU, durante 2010, se destinó el 35% de maíz al consumo nacional de bioetanol. El dato es importante porque dicha potencia cosecha el 40% de la producción mundial, lo que significa que solo con datos de EE UU, el 14% del maíz mundial se dedicó a la alimentación de coches.

Pero mayor es el riesgo que genera –también como factor especulativo– la dedicación de más tierras a su producción. Son muchos, cada día más, los ejemplos que pueden darse. Uno lo encontramos en Nigeria, país que pretende que su producción de yuca sea destinada a la producción de bioetanol. Lo mismo sucede en la India con la producción de sorgo [4]. Según se refleja en un estudio de Africa Biodiversity Network, se pretende transformar un tercio de la selva de Mabira (la mayor reserva natural de Uganda) en una plantación de caña de azúcar para la producción de etanol. Proyectos similares se quieren llevar a cabo en Tanzania, Zambia y Benín.

Son muchas las voces que denuncian desde hace años este apropiamiento de tierras fértiles para la producción de agrocombustibles. Una de esas voces es Food First. Esta ONG norteamericana denuncia que en los últimos tres años la inversión de capital de riesgo en agrocombustibles ha aumentado ocho veces. La conversión de tierras (expulsando violentamente de ellas a las y los campesinos en muchas ocasiones) para estos monocultivos está generando inflación, pérdida de biodiversidad, dependencia alimenticia y pérdida de la soberanía alimentaria.

Según un informe confidencial del Banco Mundial publicado por The Guardian [5] “sin el aumento de biocombustibles, el maíz y el trigo global no se habrían visto reducidos apreciablemente y los aumentos de precios por otros factores habrían sido moderados”.

“¿A quién alimentar primero, a los camiones o a la gente?” se preguntaba Flavio Valente, de FIAN-Red de Acción e Información Alimentos Primero. La cada vez mayor demanda de combustible automovilístico no solo está expulsando a miles de campesinos de sus tierras sino que, además, les está condenando a la hambruna aumentando el precio de los alimentos.

La crisis invisible Detrás de estas crisis alimentarias, y aunque no lo pareciera, se esconde otra crisis planetaria, la crisis climática. La cadena agroalimentaria moderna es adicta al petróleo, se necesita en la fase de producción (mecanización, riego, fertilizantes, productos agroquímicos), en la del transporte (en 10 años el flujo de alimentos ha crecido un 66%) y en la fase de distribución (alimentos envasados, refrigeración, etc.).

Según los datos más habituales este modelo de agricultura industrial y globalizada es responsable de un 30% de todas las emisiones de gases con efecto invernadero provocadas por los seres humanos, y asciende hasta un 44-57% según cálculos más completos de la organización GRAIN.

Si Lester Brown vinculaba en Foreign Policy, la erosión del suelo, el agotamiento de los acuíferos, la pérdida de tierras agrícolas, el estancamiento de los rendimientos de los cultivos en países avanzados, a eventos relacionados con el cambio climático, nos encontramos ante una espiral peligrosa: la agricultura industrial calienta el planeta y un planeta caliente perjudica a la agricultura.

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