Ficha de Cátedra – Zygmunt, Bauman Profesor, Fernando Sánchez
Corrientes sociológicas Modernas Biografía Nació en Poznan, 1925. Fue un Sociólogo polaco. Miembro de una familia de judíos no practicantes, tuvo de emigrar con su familia a Rusia cuando los nazis invadieron Polonia. Durante la Segunda Guerra Mundial, Bauman se enroló en el ejército polaco, controlado por los soviéticos, cumpliendo funciones de instructor político. Participó en las batallas de Kolberg y en algunas operaciones militares en Berlín. En mayo de 1945 le fue otorgada la Cruz Militar al Valor. De 1945 a 1953 desempeñó funciones similares combatiendo a los insurgentes nacionalistas de Ucrania, y como colaborador para la inteligencia militar. Durante sus años de servicio comenzó a estudiar sociología en la Universidad de Varsovia, carrera que hubo de cambiar por la de filosofía, debido a que los estudios de sociología fueron suprimidos por "burgueses". En 1953, habiendo llegado al grado militar de mayor, fue expulsado del cuerpo militar con deshonor, a causa de que su padre se había presentado en la embajada de Israel para pedir visa de emigrante. En 1954 ingresó como profesor en la Universidad de Varsovia, en la que permanecería hasta 1968. En una estancia de estudios en la prestigiosa London School of Economics, preparó un relevante estudio sobre el movimiento socialista inglés. Entre sus obras se desatacan Sociología para la vida cotidiana (1964), muy popular en Polonia y Pensando sociológicamente (1990). El interés de la investigación de Zygmunt Bauman se enfocó en la estratificación social y en el movimiento obrero, antes de interesarse en temas más globales tales como la naturaleza de la modernidad. El período más prolífico de su carrera comenzó con un libro que publicó acerca de la supuesta conexión entre la ideología de la modernidad y el Holocausto. La obra de Bauman comprende 57 libros y más de 100 ensayos. Sus obras de la década de 1980 y principios de los 90 analizan las relaciones entre la modernidad, la burocracia, la racionalidad imperante y la exclusión social. Bauman murió el 9 de enero de 2017 a los 91 años, en Leeds.
Modernidad líquida, 1990 – Zygmunt Bauman ¿Cuándo surgió la modernidad? El autor la fija arbitrariamente, cree que fue, en el terremoto de Lisboa de 1755, al que siguió un incendio que destruyó lo que quedaba y luego un tsunami que se lo llevó todo al mar. “Fue una catástrofe enorme, no sólo material sino también intelectual. La gente pensaba hasta entonces que Dios lo había creado todo, que había creado la naturaleza y había puesto leyes. Pero de repente ve que la naturaleza es ciega, indiferente, hostil a los humanos. No puedes confiar en ella. Hay que poner el mundo bajo la administración humana. Reemplazar lo que hay por lo que puedes diseñar. Así, Rousseau, Voltaire o Holbach vieron que el antiguo régimen no funcionaba y decidieron que había que fundirlo y rehacerlo de nuevo en el molde de la racionalidad. La diferencia con el mundo de hoy es que no lo hacían porque no les gustara lo sólido, sino, al revés, porque creían que el régimen que había no era suficientemente sólido. Querían construir algo resistente para siempre que sustituyera lo oxidado. Era el tiempo de la modernidad sólida. El tiempo de las grandes fábricas empleando a miles de trabajadores en enormes edificios de ladrillo, fortalezas que iban a durar tanto como las catedrales góticas”. El término “modernidad líquida” se refiere a la disolución de los vínculos entre las elecciones individuales y los proyectos y las acciones colectivas. El objetivo de la modernidad era la emancipación, la libertad individual, el despegue de una sociedad controladora, totalitaria, uniformadora, homogeneizante. Asignar a sus miembros el rol de individuos es la marca de clase de la sociedad moderna. En pocas palabras “la individualización consiste en transformar la “identidad” humana de algo “dado” en una “tarea”, y en hacer responsables a los actores de la realización de esta tarea y de las consecuencias (así como de los efectos colaterales) de su desempeño. En otros términos, consiste en establecer una autonomía “de iure” (haya o no haya sido establecida una autonomía “de facto”). En este libro el sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman, nos presenta cinco conceptos básicos de importancia en las actuales condiciones humanas: emancipación, individualidad, tiempo/espacio, trabajo y comunidad. El autor aborda dichos temas desde la perspectiva de la sociología e intenta dar respuestas a interrogantes como: ¿qué es una sociedad? ¿cómo se identifica? ¿qué la compone? ¿qué relación hay entre los elementos que la componen, y el mundo exterior? ¿la sociedad va hacia una modernidad, o ya está en ella? ¿qué es modernidad?, ¿sólida?, ¿líquida?
Mediante estas preguntas analiza la complejidad de las nuevas sociedades y la manera de enfrentar el fenómeno de la inmediatez. El propósito principal de Modernidad líquida es tratar de responder a estas preguntas, una tarea nada fácil. Zygmunt Bauman realiza un valioso análisis sociológico. Uno de los puntos relevantes del texto es que nos encontramos ante la disolución del sentido de pertenencia social del ser humano para dar paso a una marcada individualidad. Cuando el ser humano tiene posibilidades reales de ser independiente, la sociedad ya no es aquella suma de individualidades sino el conjunto de las mismas. Para Bauman, la modernidad líquida es como si la posibilidad de una modernidad fructífera y verdadera se nos escapara de entre las manos como agua entre los dedos. Este estado físico es aplicado a esta teoría de modernidad en el sentido de que, posterior a la segunda guerra mundial, nos encontramos con por lo menos tres décadas de continuo y próspero desarrollo, en el que el ser humano encuentra tierra firme para ser y relacionarse con los demás. Bauman nos explica que, ante la posibilidad de cambios reales, podemos reaccionar de una manera favorable al sentirnos cada vez más independientes y rectores de nuestro destino, pero también habrá quienes se sientan con miedo ante tales circunstancias. Ser independientes no es tan fácil, la liberación-emancipación puede traer consecuencias a las que no estamos acostumbrados. Nos consideramos modernos, pero no lo somos. Primero porque hay deficiencias que subsanar en diferentes rubros; segundo porque dentro de algunos años, esta modernidad dará paso a otra, pero necesariamente tendrá que dar paso a otra concepción. Para Bauman, el hombre deja de lado esa sensación de satisfacción y bienestar, derivados de la industrialización posterior a la segunda guerra mundial y busca su libertad. Considera que esa libertad conseguida con su emancipación, ha hecho que el hombre se vaya guardando más para sí mismo, despreocupándose aún más de lo que sucede a su alrededor. Señala que el hombre está inmerso en una sociedad consumista, que cada vez más busca satisfacción y más rápido, dadas las condiciones de expiración de los productos ofertados, y no necesariamente productos alimenticios. Tales son los casos de las colecciones de la moda, lo último en tecnología, que hoy lo es y mañana dejará de serlo. Considera que esa necesidad por las compras tiene como causa la búsqueda desesperada de pertenencia al grupo que guía los rumbos de la sociedad capitalista consumista. Señala que cuando salimos de compras, exorcizamos esos espíritus que sólo nos muestran una y otra vez que, efectivamente, tenemos necesidades básicas que serán cubiertas en el mayor de los casos; pero sólo esas, no más, no tenemos oportunidades de obtener más. Los de alto poder adquisitivo tendrán un mayor número de opciones. Los de menor poder adquisitivo sólo podrán adquirir lo que les corresponde. Conformidad: el hombre terminará indefectiblemente por caer en las redes del consumismo, su identidad no será suficiente para salvarlo de ser parte de la sociedad sinóptica. Sin embargo, aún existe sutilmente una clara diferencia entre el enemigo número uno de la sociedad, el individuo.
La tercera parte, que llama “Espacio/tiempo”, tiene un gran interés para todos los que estamos de una u otra forma, relacionados con la ciudad. Comienza el capítulo con la descripción de la ciudad del arquitecto George Hazeldon. Probablemente nos suene conocida su descripción como fortaleza: cercas eléctricas de alto voltaje, vigilancia electrónica de los accesos, barreras y guardias armados. El que viva en Heritage Park estará lejos de los peligros, amenazas y turbulencias de los “territorios” exteriores ya que tendrá sus propias iglesias, negocios, teatros, restaurantes, bosques, parques, bancos, canchas de tenis… Como dice el propio Hazeldon, por el precio de una casa en Heritage Park el comprador adquirirá, además, la entrada en una comunidad parecida a la de su infancia en Londres donde no hacía nada malo porque todos le conocían y, seguramente, se lo contarían a sus padres. Pero, como dice Bauman, la diferencia es que los ojos, lenguas y manos de la infancia de Hazeldon son ahora las cámaras de TV ocultas, docenas de guardias armados, patrullas y comités de seguridad. ¿Cómo se ha llegado a esta situación? La ciudad tradicional descansa en la civilidad cuya esencia es la posibilidad de interactuar con extraños sin presionarlos para que dejen de serlo. El problema es que esta civilidad está regida por normas colectivas. Ya hemos visto lo que ha sucedido con este tipo de normas en tiempos de la “modernidad líquida”: han sido barridas por las pretendidas libertades individuales. Por tanto, ¿para qué aprenderlas? Según Zukin, en estas condiciones, ya nadie sabe hablar con nadie. Entonces, si no es posible dejar de tropezar con extraños, la única solución es evitar tratar con ellos. Para ello nos ocultamos en “núcleos seguros”, como veremos más adelante, frecuentemente étnicos, en los que todos son iguales y no hay posibilidad de confrontación. Otra gran aportación del texto es la que se refiere a la clasificación de espacios en el ámbito de la convivencia humana. Los espacios o lugares émicos (aquel destinado a la exclusión), los lugares fágicos (aquel destinado a la inclusión masificada del consumo), los no-lugares (es un espacio despojado de las expresiones simbólicas de identidad) y los espacios vacíos (lugares que siempre han estado ahí, pero inexistentes en nuestro mapa mental). Es precisamente en estos espacios, en los que la humanidad se desenvuelve actualmente, que se da una cierta necesidad de exclusión. La estrategia émica consiste en vomitar, expulsar a los otros considerados irremediablemente extraños, prohibiendo el contacto físico, el diálogo, el intercambio social y todas las variedades de commercium, comensalidad y connubium. El ejemplo de espacio de este tipo que analiza es el de La Défense de París. Lo califica de lugar inhóspito que inspira respeto, pero desalienta a la permanencia. Los enormes edificios están hechos para ser mirados, envueltos en cristal no parecen tener ni ventanas ni puertas ni acceso a la plaza. Están en el lugar, pero no pertenecen a él, consiguen, hábilmente, darle la espalda. Regularmente filas de hormigas-empleados emergen en riadas de la tierra desde el metro, se despliegan sobre el pavimento y desaparecen engullidos por los edificios.
La segunda categoría, los lugares fágicos, de espacio público (pero no civil) es el que los consumidores suelen compartir, como salas de concierto o exhibición, sitios turísticos, de actividad deportiva, centros comerciales o cafeterías. Atienden a la segunda estrategia que responde al problema de la ausencia de normas de civilidad. Se puede denominar “desalienación” y consiste en ingerir, en devorar cuerpos y espíritus extraños para convertirlos, por medio del metabolismo, en cuerpos y espíritus idénticos al cuerpo que los ingirió. Los lugares de consumo deben una parte importante de su poder de atracción a la variedad de sensaciones sensoriales. Pero las diferencias están tamizadas, sanitarizadas, con la garantía de no poseer ingredientes peligrosos… y, por tanto, no resultan amenazantes. Ofrecen lo que no se puede encontrar afuera, un equilibrio casi perfecto entre libertad y seguridad. En ellos todos somos iguales, por lo que no hay necesidad de negociar nada ya que compartimos la misma opinión. La trampa es que el sentimiento de identidad común es una falsificación de la experiencia. De este modo, los que han ideado y supervisan los templos del consumo son, de hecho, maestros del engaño y artistas embaucadores, ya que convierten la imagen en realidad. Los no-lugares comparten algunas características de los émicos, son visiblemente públicos, pero no civiles ya que van en contra de cualquier idea de permanencia, pero se diferencian en que aceptan la inevitabilidad de una permanencia (meramente física) de extraños, incluso prolongada. El truco consiste en volverlos irrelevantes durante el tiempo de permanencia. Aeropuertos, autopistas, anónimos cuartos de hotel, el transporte público… Reducen la conducta del individuo a unos pocos preceptos simples y fáciles de aprender por lo que tampoco funcionan como escuela de civilidad. Como son capaces de colonizar más y más parte del espacio público las ocasiones de aprender el arte de la civilidad son cada vez menores. Por último, las diferencias también pueden ser borradas. Esto es lo que consiguen hacer los “espacios vacíos”. Estos espacios se caracterizan por estar “vacíos de sentido”. No es que sean insignificantes por estar vacíos, sino que, por no tener sentido y porque se cree que no pueden tenerlo, son considerados no visibles. Son vacíos (invisibles) los lugares de la ciudad por los que no pasamos porque nos sentiríamos perdidos y vulnerables. Aquellos lugares que jamás aparecen en los mapas mentales de algunos ciudadanos. Toda esta nueva forma de entender las relaciones urbanas se está produciendo muy rápidamente en algunos sitios porque el agotamiento del ideal de un destino común hace que busquemos refugio en nichos que vamos tallando (casi físicamente) en la sociedad. Y los nichos más fáciles de tallar son los nichos étnicos. Y es que la idea de etnicidad tiene una gran carga semántica ya que la supuesta homogeneidad que procura no es un artefacto humano ni tan siquiera de la actual generación de humanos. No es raro, entonces, que la etnicidad sea la primera opción cuando se trata de aislarse del aterrador espacio polifónico donde “nadie sabe cómo hablar con nadie” ocultándose en un “nicho seguro” donde “todos son iguales” y donde por tanto no hay mucho de qué hablar y de lo poco que queda se puede hablar fácilmente.
El ser humano se siente más seguro estando solo que en sociedad, está perdiendo las habilidades de convivencia, sólo se moverá y expresará, en cierta medida, con aquellos a quienes considere de su propia clase. El no hables con extraños, como lo señala Bauman, se ha convertido de una frase de protección infantil, a una coraza de protección adulta. Otro tema que el autor nos explica es que la sociedad liquida ha transformado la esencia del trabajo como bien común, a la esencia del trabajo individual. Por mis propios intereses. Aquí el trabajo como tal tiene dos aristas. Primero la de los capitales financieros que los producen a partir de fábricas, etcétera, el interés es sólo como capital humano. Es decir, como el medio por el cual la materia se transforma en un bien que será comprado y que rápidamente pasará a la historia por obsoleto. Los trabajadores son el recipiente que contiene el trabajo. Por otro lado, el trabajador pasa primero de un trabajo a largo plazo -duradero y en el que se crean vínculos afectuosos con compañeros y empresa, existe una identificación y un agradecimiento-, a un trabajo inmediato -en el que la durabilidad no es importante y los vínculos personales dejan de existir y sólo la gratificación instantánea importa. Si bien es cierto que los individuos viven en conjunto alrededor de ciudades o localidades, se encuentran inmersos en un mecanismo del cual es muy difícil salir, una individualidad colectiva. El individuo como tal sólo puede confiar en sí mismo, ya no en los demás, ya que su seguridad (como seguridad psíquica), está muy por encima de intereses colectivos o mejor dicho comunitarios. Si a esto le agregamos que el Estado -antes garante de la seguridad, certeza, y hasta cierto grado, libertadya no brinda estas garantías, entonces se da esa separación entre lo nacional, dentro del cual va inmerso el patriotismo. Es decir, en la modernidad sólida, el individuo se sentía identificado con el Estado, además de que éste representaba un futuro, si no más prometedor, por lo menos un futuro. Ahora el individuo se encuentra con que ese futuro se ha desvanecido, no sabe cómo se va a encontrar en cuatro o cinco décadas. Por ello es importante señalar que el individuo, al verse cooptado por esas necesidades creadas, se refugia en sí mismo para poder hacerse de esa seguridad, evaporada entre los poderes de los mercados financieros. El concepto de Estado-nación representaba una comunidad sólida, sin embargo, la seguridad y la certidumbre buscan un nuevo modelo para basar sus expectativas. El Estado ha dejado de ser benefactor, ahora ha tomado el papel de mediador entre los poderes fácticos y los individuos, ha cedido sus facultades de decisión. El Estado y la nación han tomado caminos distintos en la modernidad liquida. Finalmente, Bauman señala que sumergidos en la sociedad liquida sólo podemos esperar un cambio, en mucho tiempo, no se podrá cambiar en unos cuantos años lo que ha sucedido durante siglos. Eso sí, debemos tener esperanza. Pero vale la pena señalar que la búsqueda de identidad, para nuestro autor, es una constante lucha por detener el flujo. Percibir la identidad por fuera nos llama la atención, nos provoca atracción, queremos ir tras ella, de una manera que nos permita no ser tan
dependientes de una sociedad consumista. Sin embargo, al estar dentro de ella, al poseerla, nos parecerá algo ilusorio, volátil, por lo que preferimos siempre volver al estadio de sociedad sólida y consumista. Formar parte de un grupo.
Amor líquida, 2003 – Zygmunt Bauman En amor líquido, Zygmunt Bauman, retoma su concepto de la “modernidad líquida”, una época inestable que está fuertemente marcada por las dinámicas masivas y globales de mercado, y en la cual los valores cambiantes de las personas impactan en los vínculos humanos, entre otros, las relaciones de pareja, familiares, de vecindario y sociales. El desarrollo de la obra compromete la tesis central de que vivir en una sociedad de consumo produce relaciones basadas en la percepción del otro como mercancía. Los derechos humanos y la democracia se encuentran, por esta razón, incluidos entre las dimensiones afectadas por el carácter líquido de nuestra modernidad. Sobre las relaciones de amor, ante el tradicional “hasta que la muerte los separe”, Bauman afirma que el consumismo ha establecido una pedagogía perversa en que la inmediatez en la satisfacción del deseo y la cosificación de las personas hace propicia la reducción de los lazos a su forma más endeble y de fácil disolución. La pareja se vuelve una “mercancía” que eventualmente no satisface más nuestras necesidades de corto plazo. De ahí que el autor introduzca, en el primer capítulo, “Enamorarse y desenamorarse”, la distinción entre amor y deseo. Dice el autor, “…el amor no encuentra su sentido en el ansia de cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el impulso a participar de su construcción. El amor está muy cercano a la trascendencia; es tan sólo otro nombre del impulso creativo y, por lo tanto, está cargado de riesgos, ya que toda creación ignora siempre cuál será su producto final”. Sin embargo, a las relaciones de “lenta cocción” se anteponen las demandas de inmediatez del deseo. Muchos de los nuevos amantes piensan desde la lógica de los consumidores, que buscan maximizar su utilidad, su placer, y para ello son más cómodas las relaciones superficiales, ready-made, que, como las mercancías, pueden cambiar- se por otras con la facilidad con que se toman de un estante del supermercado. De ahí el miedo a establecer relaciones duraderas, que en un análisis de costo-beneficio, resultan ser inversiones a largo plazo que provocan nerviosismo e inseguridad al no poder conocerse de ellas el resultado final. El matrimonio y la familia, instituciones tradicionales de la sociedad, resienten directamente el impacto de la superficialidad amorosa contemporánea, como comenta el autor en el segundo capítulo: “Fuera y dentro de la caja de herramientas de la socialidad”. El matrimonio, indica Bauman, está “pasado de moda”; la familia se ha vuelto la inversión más riesgosa, lo que se traduce en menos matrimonios y menos hijos.
En cambio, se han generado otras formas de relaciones personales, relaciones de conexión –según Bauman–, que se establecen a través del uso de las nuevas tecnologías de la información, como la Internet, las cuales no generan lazos sólidos, sino relaciones sencillas de disolver, “de bolsillo”, susceptibles de terminar con un delete. Se trata el amor como actividad “recreativa”. Hay, asimismo, relaciones de bolsillo que se establecen con la cláusula previa de basarse exclusivamente en la satisfacción del deseo, sin la generación de lazos emocionales. “La moderna razón líquida ve opresión en los compromisos duraderos; los vínculos durables despiertan su sospecha de una dependencia paralizante”. El tercer capítulo del libro denominado “Sobre la dificultad de amar al prójimo”, aborda el tema de los vínculos humanos más allá de la pareja. Bauman hace referencia a las peripecias de los derechos humanos, cuyos sujetos ven dificultado respetar los de otros, especialmente cuando se trata de extranjeros, migrantes o pobres, etcétera. El sociólogo recurre a la vieja frase del evangelio para proponer su reformulación: “…Amar al prójimo como nos amamos a nosotros mismos significaría entonces respetar el carácter de único de cada uno el valor de nuestras diferencias que enriquecen al mundo que todos habitamos y que lo convierten en un lugar más fascinante y placentero, ya que amplían aún más su cornucopia de promesas”. La intención, aunque buena, es dificultada por las condiciones actuales. El utilitarismo a que se somete a los otros, a los diferentes (y hasta a los que concebimos como parte de nuestro “grupo”), no favorece mucho al reconocimiento de la dignidad de la persona, vista como un “fin en sí misma”. La instrumentalización del otro lo reduce a un medio. “La unión desmantelada”, último capítulo del libro, incluye reflexiones alarmantes sobre la tendencia de las sociedades occidentales contemporáneas a ignorar o eliminar a aquellos grupos que no logran integrarse a la dinámica globalizadora. En esta dinámica, los derechos humanos son abstracciones que no protegen a las personas. La institucionalización y práctica efectiva de los derechos pasa por la protección de éstos por parte de los Estados. Sin embargo, la erosión de las soberanías nacionales en la nueva globalidad, hace inocua la capacidad del Estado para proteger los derechos (o, en otras ocasiones, les presta argumentos para violarlos). En el fondo, el drama de los derechos humanos es el de la deshumanización de los que son diferentes, y la inhumanidad (bastante humana) de quienes los deshumanizan. ¿Alguna propuesta del autor? Esperanza, valor, creatividad. El momento no es halagüeño, lo admite el sociólogo de inicio a fin del libro, pero la humanidad – remata tímidamente– tiene la capacidad para alcanzar nuevas formas de relacionarse: la “humanidad compartida”, ideal kantiano cuya actualización procura Bauman.