TOCAR EL CIELO De izquierda a derecha: el Shanghai World Finantial Center (492 m), la Torre Shanghai (632 m), la Torre Jin Mao ( 420m) y la Perla Oriental (468 m).
SHANGHAI
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GEORGINA HIGUERAS, PERIODISTA Y ESCRITORA
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COMETAS EN EL BUND Los rascacielos del distrito de Pudong dominan todas las vistas desde el paseo marítimo del Bund. Es un enclave habitual para los aficionados a las cometas.
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o existe viajero que no haya soñado con Shanghai, la ciudad que nació amando su propia perversidad mientras generaba los mayores revulsivos contra ella. Si en los albores del siglo xx fue el símbolo de la perdición y el vicio, en los del xxi es la bandera de la transformación económica de China. Sus rascacielos de acero y cristal conforman el horizonte arquitectónico más moderno e impresionante del planeta. Denominada la «Reina de Oriente» o el «París chino», Shanghai es la urbe más cosmopolita, elegante, divertida y dinámica de la República Popular. Envuelve, fascina y muestra todas las dimensiones de la capacidad humana de reinventarse.
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Su nombre significa «Sobre el Mar», y esta mentira –nació entre dos ríos, el Huangpu, que la divide en dos, y su afluente el Suzhou– revela el espíritu aventurero, vividor e imaginativo que la acompaña desde la cuna. Es imposible resistirse a su embrujo, a su hospitalidad y al arte con que ha sabido casar el pasado y el futuro: el Bund o antiguo muelle de carga de la Concesión Internacional en el que se alinean los grandes edificios de los extranjeros que quisieron doblegar a China; y Pudong, la Orilla Este, el nuevo distrito financiero con su bosque de torres al asalto del cielo y al dominio económico del planeta. Este contraste atrae a millones de turistas, en su mayoría chinos llegados de todos los rincones del país que pasean embelesados por el espectáculo junto a extranjeros de los cinco continentes. Ya en la década de 1930, el esplendor y la fama de la ciudad, en la que libertad y libertinaje marchaban de la mano, había traspa-
sado las fronteras más lejanas, como nos cuenta Michèle Kahn en su novela El amante de Shanghai: «¡Shanghai! Estaba en Shanghai. Walter observó estupefacto los elevados edificios que perforaban el cielo. ¡Bancos, casas comerciales, palacios! Guarnecidos con pilastras y columnatas, algunos exhibían con orgullo su frente de cíclope en la que, sobre enormes relojes, las agujas doradas percutían a cada segundo la llamada urgente del hermanamiento sagrado: el tiempo y el dinero». Visité por primera vez la ciudad en 1980, 50 años después que el héroe de la ficción de Kahn, pero sentí el mismo asombro. La República Popular no había cambiado su fisonomía –que mantenía bajo una pátina soviética el hechizo del pasado–, aunque se empeñó en industrializarla para limpiarla de la humillación extranjera y reconvirtió a sus prostitutas, drogadictos, gánsteres y siervos en afanados obreros. En esa época, Pudong era todavía un extenso campo de arroz con alguna chabola, que ni en sueños imaginaba que en la década
Mar de la China Meridional
FILIPINAS
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siguiente empezaría en su suelo la mayor competición arquitectónica del mundo. Toda ambición es poca para este espejo del poder chino, que no dudó en encarrilar sus prisas en el Maglev, el tren más rápido del planeta –alcanza los 431 km/h–, que realiza el trayecto entre el aeropuerto internacional de Pudong y la estación de su corazón financiero.
Pudong se desafía año tras año con un nuevo gigante que empequeñece a sus congéneres. La Torre de Shanghai, con 632 m, es ahora el edificio más alto, tras destronar al World Finantial Center, que a su vez había superado a la torre de la televisión, conocida como la Perla Oriental. Este ensamblaje de tubos de hormigón y tres esferas rojizas es el rascacielos más emblemático de la ciudad. Su principal mirador situado en la segunda esfera, a 263 m de altura, ofrece dos plantas panorámicas con una vista de 360º sobre la urbe, aunque lo más impresionante es caminar sobre la inferior que tiene el suelo de cristal y no es apta para quienes padecen vértigo.
Pudong exige visitarlo de día, encaramarse a sus edificios, disfrutar de una cerveza o un té en las alturas, pero de noche hay que contemplarlo desde la orilla opuesta, Puxi. El Bund es un hervidero de gentes que ríen y se fotografían sin parar en posturas y gestos distintos con la Perla Oriental a sus espaldas y millones de luces de colores y carteles de neón que se reflejan en las aguas del Huangpu. Hay que recorrer el amplio paseo hasta llegar al Suzhou, para cruzarlo por el puente metálico de 1907 y dejarse atrapar por la magia de la noche en alguno de los concurridos bares y clubes de la zona. Enamorada irredenta de Shanghai, en mis viajes siempre procuro dedicar un atardecer a un crucero por el río. Historia y modernidad confluyen con furia en este puerto. El tratado de Nanjing, firmado por los imperios británico y chino tras la derrota de este último en la primera Guerra del Opio (1839-1842) forzó, entre otras cesiones, la apertura de Shanghai al comercio internacional. La ciudad era entonces un pequeño embarcadero en el que
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El pabellón de China y las columnas del Eje Expo, erigidos para la Exposición Universal Shanghai 2010.
MUSEO DE SHANGHAI Emplazado en la plaza del Pueblo, alberga una colección de más de 120.000 bronces, cerámicas, lacas, jades, barro y piedra milenarios. En la fotografía, relieve de Buda del siglo VI.
EL METRO Un túnel psicodélico pasa bajo las aguas del río Huangpu. La red de metro de Shanghai, con 588 km, es la más extensa del mundo. Se inauguró en 1995.
La antigua concesión francesa es el núcleo de la ciudad. Se extiende desde el Bund hacia el oeste, por un entramado de calles arboladas que humanizan la gigantesca urbe de 24 millones de habitantes, que, según una ordenanza municipal de 2017, no podrá sobrepasar los 25 millones. Parece una orden imposible de cumplir, pero en Shanghai todo es posible. Una de sus curiosidades es el Museo de Urbanismo, situado en una esquina del antiguo hipódromo, convertido tras el triunfo comunista en la Plaza del Pueblo. Se construyó en 1990 para exponer la enorme maqueta de los cambios que experimentaría la ciudad. Los vecinos contemplaban atónitos la transformación de los barrios en que vivían y cómo serían los nuevos a los que se iban a trasladar cuando la piqueta derribara sus viviendas. Con precisión matemática se han ido cumpliendo los plazos. La planificación urbana se hizo hasta 2020. Muy cerca, en el mismo parque se alza el Museo de Shanghai, el mejor y más completo de China después de la Ciudad Prohibida de Pekín. La visita es obligada porque guarda la mejor colección de bronces,
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vivían 50.000 habitantes, cuya situación en el delta del Yangtze, la principal arteria fluvial de China, era una golosina para los avezados mercaderes británicos. A principios del siglo xx, unos 60.000 extranjeros controlaban las distintas concesiones –francesa, inglesa, rusa, japonesa, española…– y un millón de chinos había acudido a la llamada del dinero, el trabajo y el enorme mercado formado en torno al comercio de las nuevas máquinas, el petróleo, el opio y la prostitución.
NANJING DONG El corazón comercial de Shanghai se sitúa en esta avenida peatonal, llena de grandes almacenes y boutiques de moda.
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EN SHANGHAI SE APRECIA EL ANSIA DEL CONSUMO DE UN PAÍS QUE SOLO TIENE DE COMUNISTA EL NOMBRE DEL PARTIDO GOBERNANTE.
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desde hace 4000 años, una de esas maravillas difíciles de olvidar por su armonía, su belleza y la precisión de las decoraciones de los objetos. También hay magníficas colecciones de pintura y cerámica.
La calle más importante de la concesión es Nanjing, la «milla dorada» que se disputan las firmas nacionales e internacionales, desde la perfumería a la informática, pasando por deportes o comida orgánica. En algunas tiendas, los clientes, casi todos chinos venidos de provincias, hacen largas colas para entrar. En Shanghai, más que
en ningún otro lugar de China, se aprecia el ansia de consumo de un país que solo tiene de comunista el nombre del partido gobernante. En las calles adyacentes, habitadas principalmente por profesionales liberales y familias de un alto poder adquisitivo, se encuentran algunos edificios antiguos de estilo art déco europeo, además de los restaurantes más selectos y tiendas de moda y diseño. Cuna del Partido Comunista Chino (PCCh) en 1921, la casa donde se reunieron sus 13 fundadores, incluido Mao Zedong, convertida en museo en 1962, ha facilitado la
conservación de una de las primeras comunidades vecinales (lilong) construidas con ladrillos y dos o tres pisos de altura (shikumen), a principios del pasado siglo. Reconstruida a todo lujo y rebautizada como Xin Tiandi (Nuevo Bajo el Cielo) es una de las zonas más visitadas de la ciudad, repleta de modernos bares, restaurantes y tiendas. El museo del PCCh es muy interesante y dentro hay mucha menos gente que en el resto de Xin Tiandi. En 1980 la mayoría de la gente vivía en lilong, que eran largas hileras de habitaciones comunales de una o dos alturas que daban a calles internas
PASEOS POR EL BUND Esta avenida junto al río era el gran bulevar de la Concesión francesa a principios del siglo xx.
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El Maglev es el tren más rápido del planeta. Alcanza los 431 km/h.
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El Templo de Confucio, de 1294, se trasladó a su ubicación actual en 1855.
ENCLAVES PARA REENCONTRAR LA PAZ
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La Revolución Cultural no tuvo piedad de la religión. Los templos fueron cerrados o destruidos y se persiguió el pensamiento de Confucio, identificado con la sociedad feudal. En la actualidad muchos de esos enclaves se han reconstruido y la población los frecuenta recuperando rituales de antaño.
Buda dorado en el templo de Longhua, uno de los más antiguos, grandes y mejor conservados de Shanghai.
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El Templo del Buda de Jade alberga dos grandes estatuas. En una, Buda aparece sentado; en otra, reclinado antes de morir.
Los jardines de Yuyuan son un magnífico ejemplo del paisajismo de la dinastía Ming.
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Museo de Historia Natural
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El primer rascacielos de Shanghai data de 1995. Su mirador más alto se halla a 350 m. La base aloja el Museo de Historia de la Ciudad.
Puerto de transbordadores
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LA PERLA ORIENTAL
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La gran metrópoli china 1 Nanjing Road. La gran avenida comercial es un hervidero de gente todos los días. 2 The Bund. Este elegante paseo fluvial reúne edificios de los años 1910 y 1920. 3 Pudong Promenade. Desde aquí se divisa The Bund, al otro lado del río. A poca distancia se eleva la Torre Shanghai y la Torre Perla Oriental.
4 Museo de Shanghai. Posee la mayor colección de arte antiguo de China. 5 MoCA. Expone lo mejor en arte contemporáneo. 6 Templo del Buda de Jade. De 1882, exhibe dos grandes estatuas de Buda. 7 Templo Jing’an. El templo de la Paz y la Tranquilidad se fundó en el siglo III.
o a patios en los que sus habitantes cocinaban; los servicios también eran comunes. Hoy, con la excepción de Xin Tiandi –que tiene poco de auténtico– apenas se han conservado algunos en la parte norte del río Suzhou.
El casco antiguo de Shanghai, que se atrincheraba como otras muchas ciudades chinas tras unas murallas actualmente desaparecidas, ha sido reestructurado en torno al jardín Yu, donde destaca una enorme construcción
del siglo xvi, formada por numerosos edificios de tejados curvos y patios unidos entre sí por accesos de diversas formas. Un riachuelo unifica el conjunto, en el que se ha instalado en gran mercado de artesanías de la ciudad donde orfebres, calígrafos, escultores, pintores, cortadores de papel y tantos otros hacen las delicias de los turistas. El principal edificio es la casa de té Huxinting situada sobre el estanque de la zona preservada del jardín. Se sigue sirviendo té y pequeñas viandas para acompañarlo.
A su alrededor hay mercados de pájaros, insectos, plantas y telas. Muy cerca se encuentra el Templo de la Literatura o Templo de Confucio, reconstruido en el siglo xix. Un remanso de paz en medio de la algarabía de las estrechas callejas de comerciantes y puestos de comida, instalados en casas tradicionales rehabilitadas, que lo rodean. El salón de los Grandes Logros está dedicado al culto al maestro y conserva una de sus tablillas. Shanghai, igual que las ciudades europeas, es para pasearla y topar-
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se de pronto, en medio de sus rascacielos, con hermosos templos taoístas o budistas como el del Buda de Jade, que guarda dos espléndidas imágenes esculpidas en jade blanco birmano. O el parque Fuxing, donde es fácil encontrar grupos de vecinos practicando taichí, o quizá jugando al popular go, que en China se conoce como weiqi y es uno de los juegos de estrategia más antiguos. Fuxing está rodeado de edificios emblemáticos de la concesión francesa, como el antiguo Colegio
Francés y las residencias de Sun Yat-sen, el político que promovió la caída de la dinastía Qing, y de Zhou Enlai, el primer ministro más apreciado de la República Popular. Si seguimos andando, llegaremos hasta Tianzifang, un nuevo laberinto de callejones estrechísimos repleto de comercios, bares y restaurantes. Resistirse a la furia del consumo es lo más difícil que se puede hacer en esta maravillosa ciudad que es mucho más de lo que uno espera encontrar en la extensa y siempre desconcertante China. ]
CUADERNO DE VIAJE Documentos. Pasaporte y un visado que se tramita a través de una agencia o de la embajada. Llegar. Hay vuelos directos desde Madrid y Barcelona. Metro y autobús conectan con los dos aeropuertos internacionales. Moverse. La extensa red de metro llega a todos los rincones. Moneda. Yuan. Horario. 7 horas más. ■ www.meet-in-shanghai.net ■ www.travelchina.gov.cn