Charles Saatchi
El coleccionista británico más influyente acaba de inaugurar la nueva sede de su galería en Londres. El antiguo cuartel del Duque de York reabrió sus puertas con una colectiva de los creadores chinos mejor cotizados. El acontecimiento sirvió para revivir la controversia en torno a este personaje, que genera rechazo o admiración, pero nunca indiferencia.
CREDITOS
foto: cortesía the saatchi gallery
por Miryam Audiffred desde Londres
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del 18 de junio de 2007, Charles Saatchi sacudió por enésima ocasión el mercado del arte. Compró toda la muestra de James Howard, un estudiante que a los 26 años presentaba esa serie de collages como trabajo final para graduarse en la Royal Academy. El millonario-coleccionistadealer adquirió la totalidad de esas imágenes fotográficas impresas a la manera de los anuncios publicitarios que se publican en internet. Pagó el equivalente a nueve mil dólares por 46 piezas de ese perfecto desconocido que, con esa única venta, logró triplicar el valor de sus obras subsecuentes. “Saatchi hizo lo que acostumbra”, comentó la especialista de arte de The Times, Dalya Alberge: “Comprar colecciones completas a precios que son relativamente insignificantes para él, para así tener el control del artista en el mercado”. Lo hizo tiempo atrás con la muestra de graduación de la pintora Jenny Saville, la cual adquirió por una cantidad pequeña y vendió años
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xiang ying, Your Body (2005). Fibra de vidrio pintada.
Liu Wei, Love It! Bite It! (2005-2007)0. Juguetes masticables para perro.
shen shaomin, adelante, Unknown Creature-Mosquito (2002) y atrás, Unknown Creature-Three Headed Monster. Hueso, comida y pegamento.
l a sa r t én p o r el ma n g o “Saatchi lleva dos décadas marcando la dirección del mercado del arte contemporáneo. Él y solamente él dice cuándo comprar y a quién comprar”, nos explicaba Ben Lewis, experto en arte y mercado, a unas semanas de que Saatchi emprendiera su nueva aventura: la apertura –el 9 de octubre— de una gigantesca galería en el barrio de Chelsea, una de las zonas más lujosas del sureste de Londres. Artistas, curadores, críticos y dealers estaban al pendiente del proyecto. Seguían los pasos de Saatchi por museos y galerías. Para algunos es un héroe; para otros, como el art dealer Marc Glimcher, es un villano que puede construir o destruir un artista: “Su único interés es levantarse por encima de los creadores para tener el placer de destruirles la vida. Intenta acaparar el mercado mediante la compra de docenas o cientos de piezas artísticas y luego las vende en
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subasta provocando que el precio se desplome. Al primer famoso que le hizo esto fue a Sandro Chia, cuyo trabajo nunca se recuperó en el mercado. Si me preguntas por qué lo hizo, sólo puedo responder que por el gusto de destruirlo”.
Un c o lecc i o n i s ta d i s c re t o Sorprende que un personaje tan polémico sea al mismo tiempo descrito como un hombre discreto, que ni siquiera suele acudir a las aperturas de las exposiciones que organiza. Quienes han trabajado con él lo describen como alguien cortés e incluso tímido; si acaso destacan su carácter de fumador empedernido, que suele advertir, entre risas, que no se debe confiar en la gente que puede vivir sin nicotina. A la mujer con quien está casado desde hace un lustro, Nigella Lawson, le gusta describirlo como un hombre práctico y poco complicado. Sobre todo en el vestir. Su guardarropa está repleto de pantalones holgados y camisas de lino de manga corta en color azul marino. Algo de eso puede encontrar explicación en sus orígenes. Hijo de un comerciante que por años se dedicó a importar algodón y productos de lana a los países europeos, Charles Saatchi nació en Bagdad, en el seno de una familia iraquí judía, hace 65 años. Su destino comenzó a cambiar cuando se mudó a Londres, donde construyó su forOPINA SOBRE LA REVISTA EN
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después en cuatro millones de dólares, y también con la pieza My Bed de Tracey Emin, que compró en 300 mil dólares y un lustro más tarde vendió en dos millones. Vamos, lo hizo incluso con The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living, el célebre tiburón en formol de Damien Hirst, que comisionó en 1991 por 100 mil dólares, y vendió 13 años después en 12 millones.
zhang huan, Donkey (2005). Varios materiales, 320 x 220 x 80 cm.
“la nueva galería es un estudio sobre lo insulso... en esta ocasión el optimismo y el entusiasmo de Saatchi no fueron suficientes”.
Adrian Searle, crítico de The Guardian
Los investigadores Rita Hatton y John A Walter, tienen una versión distinta; para ellos fue su primera esposa, Doris Lockhart, quien lo introdujo en el mundo del arte. “Por ella, que estudió historia del arte y letras inglesas, él compró en 1969 la pieza inicial de su colección: un dibujo de la artista conceptual Sol Lewitt, por el que pagó 200 dólares”. Mucho ha sucedido desde que el joven Saatchi adquirió ese dibujo. Hoy invierte más de dos millones de dólares anuales en la compra de obra
y es uno de los 10 personajes más poderosos e importantes en el mercado del arte. De hecho, ocupa la séptima posición en la lista de coleccionistas internacionales que año con año publica la revista ArtReview, donde aparece apenas por debajo del francés Francois Pinault, el estadounidense Larry Gagosian y su compatriota británico Nicholas Serota (el curador y director de la Tate Gallery, que es considerado su mayor rival en el mundo del arte y uno de los más aguerridos críticos de su colección). Lo que no ha cambiado en todo este tiempo es que Saatchi sigue sin complicarse demasiado a la hora de comprar arte. Todavía compra por instinto. Adquiere lo que le gusta. Gordon Burn, experto en arte del periódico The Guardian recuerda que este millonario tiene el hábito de dedicar todas las mañanas de sábado a buscar jóvenes talentosos por las distintas zonas londinenses. “Gone shopping”, es la expresión que marca siempre el inicio de una jornada que nunca ha tenido reglas. Hoy puede comprar una serie de pinturas abstractas en alguna galería de Portobello Road, en el corazón de Nothing Hill, y mañana adquirir la pieza más controvertida de una feria de arte, como sucedió en marzo pasado, cuando pagó ocho mil dólares por Arabian Delight, una pieza de la artista Huma Mulji que consiste en un camello disecado y aplastado en el interior de una larga maleta azul. Hoy puede pagar un millón de dólares por una exposición completa —como como lo hizo con los hermanos Jake y Dinos Chapman— y mañana rematar las piezas. “Satchi se observa a sí mismo como una persona privada más que como un personaje público, de ahí que no sienta ninguna necesidad de explicar o justificar lo que hace, incluso cuando cambia de opinión”, ha dicho Serota en varias ocasiones. Reticente a dar entrevistas y celoso de su privacidad, Saatchi sabe que esa manía de comprar y vender obras de arte le ha generado un sinfín de enemistades entre los creadores.
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un acceso imponente La nueva galería Saatchi ocupa el edificio que albergaba los cuarteles del Duque de York, en el lujoso barrio de Chelsea.
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Coleccionista o dealer. Dealer o coleccionista. “Para mucha gente es obvio que Saatchi compra obras de arte como inversión y que usa a las galerías como aparatos para incrementar
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tuna. En 1970 fundó con su hermano Maurice la agencia de publicidad Saatchi & Saatchi, que para 1986 se había convertido ya en la principal empresa a nivel mundial en ese rubro. Aunque siempre había sido un coleccionista —durante años atesoró cómics de Superman—, el interés de Saatchi por el arte surgió, de acuerdo con sus propias declaraciones, hace tres décadas. Todo empezó con una visita al Museo de Arte Moderno de Nueva York. Recuerda, incluso, el momento preciso: fue cuando se encontró frente a frente con una pintura de Jackson Pollock. Fue amor a primera vista.
una bodega convertida en galería Eso fue la primera galería Saatchi. El ingreso, como hoy, era gratuito.
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blemas con esa forma de proceder: “Cuando vendes una obra a un coleccionista le estás cediendo también todo el control sobre la misma”.
si n m ed ia s t i n ta s Esa forma de operar ha hecho que Saatchi sea un hombre con tantos admiradores como detractores. Entre los universitarios es visto como una especie de “art angel” que recorre galerías, escuelas y estudios, siempre en busca de nuevos talentos. Savanah Williams, estudiante en la Universidad de las Artes de Londres, lo tiene casi mitificado: “todos sabemos que el señor Saatchi puede aparecer de súbito en un centro cultural o tocar a la puerta de alguno de los muchos estudios que hay en las zonas marginales del Este de Londres. Es un hombre que no sabe de prejuicios y eso es lo que lo vuelve único”. El entusiasmo de sus comentarios contrasta, sin embargo, con el silencio que muchos galeristas y periodistas profesionales dan como respuesta cuando se les pregunta por este “Rey Midas” del arte contemporáneo británico. Los reporteros y editores de la revista Frieze, una publicación especializada en arte contemporáneo, pertenecen a esta última especie. Tras indagar entre los miembros del equipo, la OPINA SOBRE LA REVISTA EN
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el estatus y el valor de su patrimonio”, opina la especialista Rita Hatton, autora del libro Supercollector. A critique of Charles Saatchi, pero ella misma nos aclara que siempre es difícil entender el comportamiento de un coleccionista: “Son simultáneamente concientes e inconscientes, egoístas y filantrópos. Son mercenarios. Saatchi, por ejemplo, puede comprar arte con voracidad y después venderlo o donarlo. Tal vez le genera adrenalina el riesgo financiero que implica comprar una o varias piezas de artistas desconocidos. De seguro disfruta su afán de descubrir y estar a la vanguardia”. Saatchi tiene otra versión: “Algunos artistas se molestan cuando vendo sus obras, pero yo no compro ni vendo arte para quedar bien con ellos o para entrar a un círculo social. Yo compro el arte que me gusta y lo hago para exhibirlo, y si algún día se me antoja venderlo lo hago para adquirir otras piezas. Así lo he hecho en los últimos 30 años y eso no significa que haya cambiado de opinión acerca de lo que quiero comprar. Más bien significa que no quiero coleccionar algo para siempre”, le explicó a Adam Lindemann, periodista de The Art Newspaper. Jenny Saville, quien ha vendido varias piezas a Saatchi y ha visto como su obra entra y sale de la colección del millonario, parece no tener pro-
jefa de comunicación, Camilla Nicholls, descubrió que nadie en la redacción tenía el “ánimo” para hacer comentarios sobre Saatchi. “Es tan poderoso que lo prudente es no emitir comentarios”, dijo un galerista londinense que pidió mantenerse en el anonimato. “Hay dema-
desagradables sobre él y eso es absurdo, completamente estúpido. Saatchi ha sido un receptor increíble. Tiene una mentalidad abierta y un deseo enorme de entender los cambios que se suscitan en el mundo del arte contemporáneo”.
pr o m o t o r c re at ivo
energía —respaldadas por su dinero— la relación entre el público y el arte contemporáneo, que hoy es tan activa y fructífera, seguiría siendo distante e insulsa”.
Waldemar Januszczak, crítico de the sunday Times
siada controversia a su alrededor. Sobre todo en el mercado del arte, donde es odiado y temido porque siempre está dispuesto a sacar la cartera”, planteó un segundo colega, que accedió a hablar después de una semana de acoso periodístico, pero con la condición de no publicar su nombre para mantenerse fuera de cualquier grupo. “Todos sabemos que cuando Saatchi quiere algo no le importa pagar tres o cuatro veces el precio real. Y así no hay forma de competir”, remató un último. El cofundador de la galería Riflemaker, el coleccionista y dealer Tot Taylor fue de los pocos que no mostró objeción alguna para dar la cara. En su opinión Saatchi es una figura clave en la escena del arte británico por su entusiasmo y apertura a las diversas formas de expresión artística. “Mucha gente en Londres dice cosas muy
tracey emin, My Bed. Esta obra fue comprada por Saatchi en el 2000 por más de 150,000 libras y muestra una cama con sábanas sucias, un condón usado y corchos de champaña.
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jake y dinos chapman, D.N.A. Zygotic. Fue parte de la exposicion Ant Noises Part II.
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“sin su audacia y
Inversionista caprichoso o coleccionista sagaz, lo cierto es que Charles Saatchi es también uno de los grandes promotores del arte contemporáneo que existe en Inglaterra. En 1985, con la apertura de su primera galería, en Boundary Road, logró que el público británico se familiarizara con las creaciones realizadas al otro lado del océano. Transformó una abandonada fábrica de pintura en un escaparate dedicado a mostrar piezas de artistas como Jeff Koons, Cy Twombly, Richard Serra, Andy Warhol, Sol LeWitt y Dan Flavin. Saatchi fue después el primero que, a inicio de los 90, compró el trabajo de esa nueva generación de artistas británicos que hoy encabezan Tracey Emin, los hermanos Chapman, Sarah Lucas, Marc Quinn y, por supuesto, el internacionalmente famoso Damien Hirst, convirtiéndose así en el mecenas de lo que hoy conocemos como los Young British Artists. Desde 1991 fue su influencia, sostén y promotor. Con el cierre de ese espacio, en 2001, y la inauguración del County Hall a la orilla del Támesis en 2003, empezó a escribir lo que quizá es el capítulo más conocido de su paso por el arte, ese ha llevado a críticos como Michael Glover a declarar que “sin su energía —respaldada por su billetera— la relación entre los públicos modernos y el arte contemporáneo, que hoy es tan activa
y productiva, seguiría estando sumergida en la desconfianza y la esterilidad que la caracterizaba antes de su llegada”. Incluso Damien Hirst acaba de reconocer, unos días antes de celebrar la exitosa subasta de 223 de sus piezas a través de Sotheby’s, que Saatchi fue quien le enseñó a pensar en grande, cuando le comisionó The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living. También fue Saatchi quien lo impulsó a crear en gran escala: “En Inglaterra todo había sido pequeño hasta que él llegó a poner una galería en gran escala, al estilo estadounidense. Entonces empecé a hacer trabajo monumental, porque sabía que no tenía que preocuparme por encontrar un sitio donde poner mi obra”, explicó a integrantes de la prensa en medio de una de las salas de exhibición de la casa de subasta, donde horas después vendería su pieza The Golden Calf —un becerro disecado con cuernos de oro— en poco más de 20 millones de dólares. Más allá de los miembros de esa generación de creadores británicos, Saatchi ha empezado a ligar su nombre al de artistas de todo el mundo. En el 2006 abrió una galería virtual con el apoyo de Rebecca Wilson —especialista en arte y editora por muchos años de ArtReview— para ofrecer a los creadores de las distintas latitudes una plataforma para mostrar su trabajo. Una vez más se empeñó a trabajar sin reglas. Nadie juzga el valor artístico o estético de las obras. Todo es exhibido sin cobrar comisión y el único afán es que la gente compre lo que le guste directamente de la web. El proyecto ha funciona-
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sarah lucas, Tongue and Groove Always Goes Down Well (2000).
do. En el primer año las transacciones realizadas a través de esta galería virtual superaron los 100 millones de dólares. “Saatchi tiene un ojo increíble. Es un hombre incansable y una figura clave”, nos comenta Rebecca Wilson. “Creo que tiene una habilidad única para encontrar jóvenes talentosos y que en eso radica su mayor contribución: en apoyar a las nuevas generaciones y luchar porque el arte esté disponible para todos” (la entrada a su galería es gratuita). Este “gran ojo” para comprar y vender arte en el momento justo le ha ganado en los medios de comunicación estadounidenses el alias de Supercoleccionista. Sí. Charles Saatchi es hoy un superhéroe al que unos aman y otros odian. Es como el Superman que habita en las tiras cómicas que solía coleccionar. Pero eso no le importa. “Los coleccionistas de arte somos completamente insignificantes”, ha dicho. “Lo único que realmente importa y sobrevive en el tiempo es el arte y el artista”. James Lingwood, codirector de Artangel, una organización que promueve el arte en espacios públicos, no coincide con él: “Saatchi es un agitador; ya ha agitado el mundo de arte en dos ocasiones. Lo hizo cuando a finales de los 80 quiso abrir al público su colección y después cuando a mediados de los 90 decidió abrazar y promover la labor de los jóvenes artistas londinenses. Ahora que está por incursionar en otra aventura, con su nueva galería, ¿quién puede decir que no estamos en la antesala de un nuevo momento de agitación?”. OPINA SOBRE LA REVISTA EN
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damien hirst, The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living (1991). Saatchi comisionó esta célebre obra por 100 mil dólares y la vendió en 2004 por 12 millones.