¿Crisis del Imperio romano? Desmontando un tópico historiográfico. En primer lugar, debemos tener en cuenta que la crisis que nosotros conocemos, como la económica de la que nos estamos recuperando, no tienen nada que ver con las crisis grecorromanas, en especial en dos parámetros: duración y repercusión social. La crisis del siglo III puede tener su origen mas en la historiografía que en la realidad histórica. Para poder de una crisis histórica, es necesario definirla en un espacio y un tiempo determinados, debemos detectar sus orígenes y sus consecuencias socioeconómicas y políticas y ante todo debe estar documentada en los testimonios de la propia época. Es importante tener en cuenta que en las fuentes cristianas suele aparecer un cierto catastrofismo y en las paganas suelen exagerar los hechos de tal modo que es recomendable contrastarlas con otras informaciones -a menudo no coincidentes- sobre los mismos hechos o hechos similares. En este sentido es de particular interés la información iconográfica y documental proveniente de la arqueología, que “miden” miden la dimensión y el alcance real de la crisis, o en otros casos, rechaza su mera existencia, por lo que hoy resultan imprescindibles para una valoración critica de los hechos históricos. Actualmente se discute sobre si los autores antiguos tuvieron percepción real de la crisis que les tocó vivir o si sólo tuvieron percepción ocasional. Sobre eso tenemos una Carta de San Cipriano de Cartago a Demetriano donde describe la caotica situación en la que se encuentra el imperio. No hay que olvidar que ambos son cristianos, con una alta dosis de retórica, pero también son exponentes de la realidad vivida, San Cipriano a la situación interna de la sociedad romana imperial y otro autor como Hidacio, a la situación generada por las invasiones bárbaras en el occidente del imperio. Si los romanos vivieron un largo periodo de crisis (III-VI) sorprende que en las fuentes narrativas paganas apenas se encuentren testimonios sobre la misma. De modo que parece que el mito historiográfico de la crisis del siglo III se fundamenta exclusivamente en la historiografía cristiana. El autor A. Pignaniol decía que la caída de Roma se debía a las sucesivas invasiones germánicas. Sin embargo, a mediados de los 60 del siglo pasado, se consolido una nueva vía interpretativa referida a los denominados “enemigos internos”: desertores del ejército, usurpadores, rebeldes, bandidos, intelectuales, etc. La historiografía marxista también habla de las revoluciones sociales y la anglosajona reivindica la interpretación tradicional de la devastadora presencia de los bárbaros en las provincias occidentales del Imperio, desde comienzos del siglo V. Ya en los años 80 del siglo pasado se cuestionó seriamente la existencia de una crisis del siglo III y la idea de decadencia para la evolución posterior del imperio. No hay tal crisis, pues nos encontramos con una sociedad relativamente estable. No se puede considerar un periodo de crisis porque en su evolución se observan ya algunos momentos de recuperación coyuntural y elementos progresivos. Ante la imposibilidad de emplear el termino crisis para tal periodo, se aplican términos como “transformación” o “transición” que permiten comprender la evolución de la sociedad romana. Pero la alternativa historiográfica que sin duda ha tenido mayor
fortuna ha sido la de “Antigüedad Tardía”, reformulada por la escuela anglosajona, que pretende abarcar el periodo entre el 250 y el 800 como una “nueva y vigorosa cultura” Si echamos un vistazo a las fuentes, en vano se buscan menciones de crisis, lo que no impide que historiadores como Alföldy tengan una conciencia real de la crisis, no obstante, solo podrían percibir sus efectos sin entender el por qué de la misma, de ahí que se entienda que exista una grave inestabilidad política, militar, religiosa, social y económica. No hay crisis histórica, puesto que el contexto de crisis no se corresponde con una delimitación espacio-temporal precisa. Una situación de crisis prolongada debería haber generado cambios sustanciales en los ámbitos de la economía y la sociedad. Pero el tradicional sistema de la “villa” rural se mantuvo. A partir del siglo III se observa una drástica reducción en las formas de expresión cívicas tradicionales. En general podemos concluir que no hay crisis hsitórica propiamente dicha en ninguna de las diversas acepciones historiográficas utilizadas por las distintas escuelas. Ya que no tenemos delimitación espacio-temporal. Hay crisis coyunturales pero diferentes por épocas y sobretodo desigual en función espacial. Crisis que el imperio pudo superar con la realización de reforma.