Resumen Completo Democracia Atenas.docx

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LA DEMOCRACIA RADICAL EN ATENAS El fin de la tiranía: En Atenas la tiranía no alcanzó los grados de dureza ni de represión que se aprecian en otros lugares. Representa más bien el escalón evolutivo que desde las reformas de Solón llevaba a la implantación de la democracia. ¿Qué iba a pasar en Atenas inmediatamente después de la desaparición de la tiranía? En una sociedad convulsionada resultaba difícil ver hacia donde caminaba el destino; las facciones aristócratas se movían con la ceguera política de ataño. La lucha política, limitada en esta ocasión a dos facciones, la habían reanudado con los mismos procedimientos del pasado y con parecidas pretensiones: deseo inmediato de conseguir el poder y mantenerse a toda costa en el mismo. No había en esta pretensión ninguna intención de hacer extensible la participación del poder a una mayor masa popular, y ni aun siquiera tenía cabida en la misma la consolidación del papel político que las disposiciones de Solón habían otorgado al pueblo. Dos facciones rivales (Herodoto V.69.2) de raigambre aristocrática se disputaban por tanto el poder en Atenas: la de Clístenes y la de Isagoras. Estas facciones aristocráticas con este tipo de componentes reanudaron la lucha, como dice Forrest, con las viejas armas y reglas de juego, como si se tratara de una continuidad de la época precedente pretiranica. Pero, aunque el tinte político que adornaba a estas facciones fuese sustancialmente el antiguo, debieron de haber asumido algo nuevo o peculiar, emanado o impulsor de sus propias confrontaciones. La llegada de Clístenes: Clístenes había ganado con el apoyo popular. Se daba cuenta de que una vez que había llamado en su ayuda al pueblo era inviable volver al antiguo orden de cosas en el que los aristócratas controlaban el poder. Además, la experiencia vivida mostraba que las leyes de Solón resultaron impotentes para quebrantar el poder aristocrático que con sus sistemas de alianzas alcanzaban a todo el tejido social. Por otra parte, la antigua distribución de la población en cuatro tribus hereditarias, en lugar de ayudar, entorpecía cualquier iniciativa que se tomase en este sentido. Se hacía necesaria una nueva distribución de la población ática en la que el juego de las alianzas familiares encontrase serias dificultades a la hora de conseguir el poder político en detrimento de los demás. Clístenes introdujo un sistema de diez tribus de acuerdo con un criterio territorial, mientras que las cuatro antiguas phylai continuaron como asociaciones de culto. Las reformas de Clístenes el ateniense tienen rasgos diferenciadores sustanciales. Así, la reforma tribal ateniense, con su carácter territorial discontinuo, impedía que los grupos gentilicios de antaño y los grupos de interés económico se hiciesen con el control estatal. Esta característica otorgaba a la reforma ateniense un rasgo peculiar y distinto que no se aprecia en los precedentes. Cada una de estas tribus enviaba cincuenta delegados al Consejo, que pasó a llamarse Bulé de los Quinientos. La diferencia respecto de los casos anteriores se siente también en el carácter decimal

adoptado en la reforma ateniense de las tribus que supone, como dice Murray “la aplicación sistemática de la razón a la creación de una constitución”. La tradición atribuye a Clístenes la institución del ostracismo, sistema que permitía a la ekklesia eliminar anualmente, por diez años, a un ciudadano considerado pernicioso para el orden público, tal vez a condición de que se reunieran 6000 sufragios sobre su nombre. Esta medida atestigua, sin duda, una humanización de la vida pública: no era una pena infamante, ya que aquel que sufría el ostracismo conservaba sus bienes y su familia no había de seguirlo forzosamente al destierro. Sin embargo, nos extraña por su carácter arbitrario, y dudamos en creer si fue concebida como un medio de defensa contra un candidato a la tiranía, o como un medio de salvación en caso de luchas demasiado ardientes en la ekklesia. El sistema constitucional ateniense: En el proceso formativo que conduce a la democracia ateniense han contribuido de forma decisiva las reformas realizadas por Solón y por Clístenes. El Consejo de los Cuatrocientos: Aristóteles y Plutarco atribuyen a Solón la constitución del Consejo de los Cuatrocientos Aristóteles lo menciona en la Athenaion Politeia y lo ignora en la Política. Plutarco, por su parte, especifica la función del Consejo de los Cuatrocientos, creado por Solón: preparar las cuestiones que se iban a discutir y decidir en la Ekklesia. Pero toda esta información suena a invención posterior. Estas escuetas referencias nada dicen respecto de entre quienes y como eran elegidos los miembros de este supuesto Consejo y cuánto tiempo duraba su mandato. Al margen de estas problemáticas alusiones, no tenemos información de que existiese otro Consejo, fuera del Areópago. De existir, hubiese representado una de las innovaciones más significativas de la época de Solón. Por todo ello, la mayoría de los historiadores modernos se muestran escépticos respecto de la existencia de dicho Consejo de los Cuatrocientos. La elección de los arcontes: La antigua constitución ateniense disponía de nueve magistrados principales conocidos con el nombre de arcontes: arconte eponimo, que daba el nombre al año y que tenía funciones judiciales y ejecutivas; el arconte basileus, que ejecutaba los cultos ancestrales de la ciudad; el arconte polemarco, que conducía al ejercito; y seis arcontes tesmotetas, que tenían competencias judiciales. Es una cuestión debatida y abierta saber cómo se llegó y en qué momentos sucesivos desde un régimen monárquico inicial a esta distribución del poder entre magistraturas personales. La tradición ática guardaba todavía el recuerdo de sus reyes, que en el pasado aglutinaban la mayoría de los poderes. En algún momento del devenir histórico de Atenas los nobles lograron imponer un arconte, posiblemente ya de carácter anual, que asumiría la mayor parte de las funciones que desempeñaba el rey. Con posterioridad se crearía el arconte polemarco, posiblemente también anual, asumiendo las funciones militares de jefe del ejército, que todavía hasta entonces retenía el rey. Luego, este

último perdería su carácter vitalicio y se homologaría a las otras dos magistraturas. La génesis de este proceso hipotético deriva de fuentes dispersas y a veces contradictorias, por lo que se hace preciso tomar con precaución su ensamblaje cronológico. La elección de estos magistrados tenía lugar entre los nobles. La Ekklesia: Las asambleas, en cuanto reunión de guerreros en torno al rey, han tenido una gran antigüedad, aunque para esos momentos sus poderes son muy mal conocidos. En este sentido el desarrollo político de la asamblea va unido al progresivo desarrollo de la sociedad, que culmina en el sistema democrático. A la par que este progreso la Asamblea Popular va adquiriendo funciones. Al comienzo la Asamblea Popular, de la que quizá no formaban parte los hectomoroi, los que no tenían fratria y los no propietarios, no entendería tal vez más que en asuntos relacionados con la declaración de la guerra, establecimiento de la paz y el nombramiento de magistrados. Conforme en Atenas crecieron las tensiones sociales, iría adquiriendo nuevos cometidos, como el nombramiento de Dracón y Solón como árbitros y legisladores. Es posible que Solón haya pasado por la Asamblea decretos y leyes, y que le haya conferido algunas responsabilidades judiciales. En cualquier caso, después de la época soloniana, algunas de las decisiones adoptadas en Atenas parece que han pasado por la Asamblea Popular: así la concesión de una guardia personal a Pisistrato, el posible sometimiento a la Asamblea Popular de las reformas de Clístenes y las condenas al exilio de los Pisistratidas y de los partidarios de Isagoras. Con las reformas de Clístenes y las posteriores de Efialtes los poderes de la Asamblea Popular aumentaron considerablemente. Puede decirse que no había límites a su soberanía. Ella decide las declaraciones de guerra, los tratados de paz y de alianza. Declarada la guerra, es en la Asamblea Popular en donde se decide sobre los efectivos que se van a movilizar, los generales que los mandaran y las medidas estrategicas que deben tomarse. Y ante los fracasos militares la Asamblea muestra una gran sensibilidad. Si cree que ha habido negligencia en los mandos, lo mismo que en delitos políticos, no duda en utilizar sus poderes judiciales para, mediante el procedimiento de eisangelia, someter a juicio a los acusados. Por este procedimiento se condenó a muerte en el 406 a. de G a los generales triunfantes en la batalla de las Arginusas. La Asamblea elegía a los magistrados y en cada pritania los confirmaba en su cargo, o, si sospechaba que habían actuado de forma poco acorde con las leyes, entablaba contra ellos una demanda. También ejercía su dominio sobre la actividad económica. Apenas había en Atenas materia alguna que escapase al control de la Asamblea. Todos los ciudadanos adultos mayores de dieciocho años podían asistir a las sesiones de la Asamblea popular, que se reunía en la Pnix, y ocasionalmente en otros lugares. En el siglo IV a. de C. lo hacía en el teatro de Dionisio. La Asamblea era convocada por la Boulé, o por los estrategos, si lo solicitaban. Se reunía cuatro veces por pritania, es decir, cuarenta veces al año aunque podía haber tantas reuniones extraordinarias como se creyese conveniente. En algunas de las sesiones de las asambleas debían tratarse asuntos exigidos por las propias disposiciones legales: así, en una de las sesiones correspondientes a cada pritania debía tratarse, como hemos visto, la confirmación o no en el cargo de los magistrados y 1a situación del aprovisionamiento de la ciudad. De la

misma manera, una vez al ano debía plantearse la conveniencia o no de revisar las leyes y de condenar o no al ostracismo a algún ciudadano. Era, no obstante, preceptivo que la Boulé (ver supra) preparase previamente los asuntos que iban a tratarse, aunque cabía a la Asamblea la iniciativa de sugerirselos, que resultaba condicionante. Durante el desarrollo de la asamblea cualquiera de los presentes podía hacer uso de su derecho a hablar con plena libertad. Convenientemente debatido el asunto, se procedía a la votación. La mayoría simple era suficiente para que una propuesta fuese rechazada o aprobada. En algunas cuestiones, como por ejemplo la propuesta de ostracismo, era requisito necesario la comparecencia en la sesión de al menos seis mil ciudadanos. En situaciones de normalidad solo una parte del cuerpo cívico, generalmente de la ciudad, acudía a las sesiones. La población rural alejada de la ciudad, y la que necesitaba trabajar, no solía prodigarse en las sesiones. Esto hacia que la composición de la Asamblea fuese diferente en cada sesión, lo que propiciaba que los resultados fuesen muy diversos. El absentismo era frecuente. El de algunos intelectuales por actitud crítica, el de algunos componentes de la masa empobrecida por necesidad imperiosa de agenciarse medios de subsistencia. Por eso, tras la Guerra del Peloponeso, cuando la masa se empobreció todavía más, se concedió a los primeros asistentes a la Asamblea —quizá hasta que se lograra el quorum— un obolo por sesión, que rápidamente paso a tres. No era lo que ganaba normalmente un trabajador por cuenta ajena, pero indudablemente suponía una ayuda. Y sin duda lo fue para aquellas personas empobrecidas que pululaban por la ciudad sin encontrar trabajo o que no querían trabajar. La democracia triunfante: La vida política de Atenas en el siglo V, se organizó en torno a dos partidos políticos antagónicos: los aristócratas y los demócratas. Por lo menos al principio, representaban tendencias y coaliciones de intereses formadas alrededor de hombres de primera categoría que partidos con un verdadero programa político. El comienzo del siglo marcó un giro. Poderosas personalidades que algunos decenios antes habrían aspirado a la tiranía, difícilmente podrían someterse al nuevo orden que pretendía imponer a todos una ruda disciplina igualitaria. Mílciades y Temístocles, los dos vencedores de las guerras médicas, murieron, el primero en prisión, y el segundo en el destierro. Habrá que llegar a la generación siguiente para que los más grandes aceptaran ser tan solo los servidores mejor dotados de la comunidad: la lealtad de Cimón fue ejemplar, y el mismo Pericles se limitó a ser el primero de los ciudadanos. Pero el pueblo conservaba vivo su temor a los hombres superiores. Aríatides, Cimón y Pericles sufrieron, alternativamente, los rigores del pueblo, que se mantenía celoso y suspicaz cuando ya no tenía motivos para estarlo. Temístocles: Atenas había dado ya con Solón, y sobre todo con Clístenes, pasos decisivos por el camino de la democracia, pero del 498 al 490 el partido aristocrático había

recuperado el poder. Después de Maratón, estériles luchas desgarraron la ciudad. Un demócrata, Temístocles, se aprovechó de ello para arrogarse el primer puesto en la vida política. Se nos muestra como un ambicioso sin escrúpulos, pero dotado de una clarividente inteligencia y un agudo sentido de las nuevas posibilidades que se le ofrecían a Atenas si se resolvía a volverse francamente hacia el mar. Se mostró como el más sincero propagandista de la democracia, por la nueva importancia otorgada a los tetes en la defensa del patrimonio nacional. Cimón: Paradójicamente, el partido oligárquico tomó de nuevo el poder, poco después de las victorias de la segunda guerra médica. Encontró un enérgico jefe de la persona de Cimón, hijo de Milcíades: un hombre valeroso que arratraba multitudes. Su verdadera obra consistió en acudir doquiera pudiese reforzar el poderío de Atenas, a costa de luchas y sinsabores, para engrandecer sistemáticamente el imperio y enriquecer a los ciudadanos con el botín de sus fructíferas expediciones. No puede hablarse propiamente de política interior, pero el viejo consejo aristocrático del Areópago se había aprovechado de las guerras médicas y del pánico reinante a causa de las mismas, para recuperar parte de sus antiguas prerrogativas, transmitidas por Clístenes a los resortes populares, y durante casi veinte años Atenas se abandonó a los inusitados atractivos de una política tradicional bajo la égida de los oligarcas. Acerca de Pericles: El ostracismo de Cimón y asesinato de Efialto facilitaron la emergencia de Pericles en el escenario político ateniense. Su aparición en la vida política no fue repentina ya que había participado activamente junto a Efialto en la ofensiva contra el Areópago. Pertenecía por parte de madre como de padre a esas familias aristocráticas que, a pesar de las nuevas instituciones montadas por Clístenes, seguían monopolizando los cargos principales. Sus primeros actos políticos se inscriben en la tradición de las luchas entre familias. Según Plutarco, Pericles se adhirió a la muchedumbre, ganó a los pobres dándole de comer cotidianamente a los atenienses necesitados, vistiendo a los ancianos y echando al suelo las cercas de sus posesiones para que tomaran de los frutos los que quisiesen. Su fuerte y noble personalidad se refleja en el admirable busto de Cresilas, que lo representó como estratega; alta la frente, grave la mirada, finos los rasgos, quizá algo altanero. A este demócrata no le gustaba la multitud, raras veces hablaba de la Ekklesia como no fuese en las grandes solemnidades, para estimular o tranquilizar al pueblo. Formaba parte de la facción de los llamados demócratas radicales, que tenían como objetivos principales la ampliación de la hegemonía ateniense en el exterior a través de la expansión de la Liga naval y del debilitamiento progresivo de Esparta y el máximo desarrollo de las prerrogativas políticas del demos en cuyo apoyo basaban

buena parte de su supremacía política en Atenas en detrimento de sus rivales. Pericles se convirtió en el dirigente político más poderoso de Atenas, ya que fue durante su prolongado mandato de casi treinta años cuando la expansión del poder de Atenas alcanzo sus cotas más altas. Pericles Instituyó la mistoforia, o sea, la remuneración de las funciones públicas, que permitía a todos los ciudadanos, fuese cual fuere su fortuna, participar realmente en el manejo de los asuntos públicos. Por lo demás, dio pruebas de una gran moderación, incluso en las reformas capitales que consolidaron definitivamente la democracia: los tetes quedaron excluidos, de derecho, si no de hecho, de la más honorífica de las magistraturas; la estrategia no admitía misthos y, por tanto, quedaba reservada a las clases superiores, y naturalmente, la participación en la asamblea, que constituía el deber esencial del ciudadano y llevaba aparejada solo una limitada pérdida de tiempo, no era retribuida; finalmente, la ciudadanía quedó reservada, por una ley de 451/450 a los hombres nacidos de padre y madre ciudadanos. Esta ley no tiene como objeto preservar una pretendida pureza de raza, tanto valía para los “bárbaros” como para los griegos de otras ciudades No cabe duda acerca de la finalidad de interesar a todos los miembros del cuerpo cívico en la administración del Estado, al mismo tiempo que se iniciaba el pago de un sueldo a los marinos, a los caballeros y a los hospitales en activo. Con Pericles, el derecho de ciudadanía se convirtió en un oficio. El ideal democrático fue el eje de su política interior. Para Pericles, la democracia era la igualdad de todos ante la ley, y aún más, la posibilidad para todos de llevar una vida decente. Recordemos sus empresas exteriores, fructíferas en todos los órdenes y la mistoforía, que permitía a los más humildes ejercer cargos públicos. Además, el Estado desarrollaba instituciones de asistencia y pagaba a los pobres el teórico: su derecho de entrada al teatro. Es más, Pericles ideó un vasto programa de grandes trabajos, encaminado tanto a procurar trabajo como a fortificar y embellecer la ciudad. Plutarco puso en su boca: “He realizado, en interés del pueblo, grandes proyectos de construcción, trabajos destinados a ocupar durante mucho tiempo a diversas industrias. De esta forma, la población sedentaria no tiene menores derechos a conseguir su parte de dinero público” (Pericles 12). Una sociedad equilibrada: La sociedad de Pericles se basaba, como todas las sociedades de la Antigüedad, en la distinción entre hombre libre y esclavo. Legalmente, el esclavo era solo un cuerpo, un instrumento animado, aunque lo cierto era que era tratado en Atenas con mucha más humanidad: podía hablar libremente, participaba en numerosas celebraciones rituales, y en particular podía ser iniciado en los misterios de Eleusis; disponía de ciertos recursos legales contra la arbitrariedad de su dueño que, por otra parte, no tenía sobre él derecho de vida y de muerte. Los hombres libres eran metecos o ciudadanos. Los metecos eran extranjeros domiciliados que gozaban de derechos especiales en Atenas. Excluidos de los derechos

políticos y del derecho a la propiedad territorial, pagaban un impuesto especial, estaban sometidos a las liturgias y a la eisphorá, servían como hoplitas y, sobre todo, como marinos. Completamente libres en sus relaciones con los ciudadanos, admitidos a la participación de las ceremonias religiosas y cívicas, desempeñaban un eminente papel en la nación. Los ciudadanos se reservaban la actividad política y la propiedad territorial. Formaban una comunidad que se basaba, ante todo, en el interés, y se ha podido hablar, de una manera más irónica que errónea, de la ciudad clásica como una “sociedad por acciones” cuyos accionistas serían los ciudadanos. Efectivamente, la época de Pericles surge en la historia de Atenas como una época de relativo equilibrio social. Y esto, es tanto más sorprendente cuanto que todo testimonia para este periodo un sensible crecimiento de la población del Ática, incluida la población de las ciudades. No podemos, como se ha hecho con frecuencia, explicar el equilibrio social por medio de las cleruquías o por el desarrollo del artesanado; de hecho, el dominio que Atenas ejerce sobre el mar Egeo parece ser el elemento decisivo de este equilibrio social. El equilibrio social que permitía el armónico funcionamiento del régimen democrático se realizaba en su mayor parte gracias al dominio ejercido sobre el mundo egeo mediante la liga ático- delia. De ahí, la necesidad de mantener a toda costa ese dominio.

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