Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Escuela de Ciencia Política y Relaciones Internacionales.
Resumen de
REPRESENTACION Y DEMOCRACIA De Oscar Godoy Arcaya1.
Texto resumido por Omar Sagredo Mazuela Para la Cátedra Teoría de Gobierno. 1
Revista de Ciencia Política, Volumen XXI, Nº 2, 2001. Instituto de Ciencia Política, Pontificia Universidad Católica de Chile.
I.- Ideas Básicas del Gobierno Representativo vigentes en la Democracia Representativo. La idea de gobierno representativo comenzó a gestarse en el siglo XVIII. Desde esa época, el concepto ha ido evolucionando, pasando por etapas vinculadas al contractualismo, hasta devenir en lo que hoy conocemos. El fundamento de esta modalidad de gobierno se basa en tres dimensiones. La primera tiene que ver con la imposibilidad de llevar a la práctica el gobierno directo, tal como se conocía en las democracias antiguas. Esta argumentación se sustenta, a su vez, en tres argumentos. La primera de estas cuestiones, “sobre el espacio y la población”, plantea que el territorio y la masa demográfica de los actuales Estados-Nacionales, son muy superiores a los que poseían las pretéritas democracia directas. En este sentido, y según Montesquieu, la soberanía no puede ser ejercida directamente por el pueblo, debido a la extensión territorial y al tamaño de la población. En segundo lugar, encontramos el tema de “la autorización, el voto y el mandato libre”. En este espacio de la argumentación surge la importancia de la elección como procedimiento de selección de las magistraturas. Según Bernard Manin, las elecciones se posicionaron como el único método para escoger a los representantes en los Estados modernos, ya que éstas consagran el consenso voluntario como principio de legitimidad política. De esta manera, y a diferencia del sorteo, las elecciones crean un vínculo de obligación (“sentimientos de obligatoriedad”), en el marco del compromiso, entre el elegido y sus representados. Finalmente, el último elemento que fundamenta la imposibilidad del gobierno directo es el factor tiempo. Según Benjamín Constant, en si, la representación implica la armonización entre la esfera pública y la vida privada. Para Constant, los intereses del conjunto de la población no pueden ser defendidos por la totalidad de ésta, ya que el tiempo en sociedades modernas es escaso. Es por esto que se hace necesaria la procuración, mediante la cual una minoría, dotada de un tiempo especial, se encarga de los asuntos públicos. La segunda dimensión que sostiene la idea de gobierno representativo es la de “gobierno moderado” en el marco de la moderación del poder. Bajo esta perspectiva, la legitimidad del régimen político, que se caracteriza por un gobierno representativo, se basa, primero, en la ya mencionada idea de gobierno moderado, y, segundo, en el “equilibrio entre la mayoría y la minoría”. La primera noción hace alusión a los postulados de Locke y Monstesquieu, acerca del gobierno de las leyes y la división de poderes, respectivamente. Mientras que el tema de la armonía entre la minoría y la mayoría, se refiere a la búsqueda del equilibrio entre los intereses de ambos sectores. Según James Madison, en pro de esta tarea, es menester compensar mutuamente los intereses, limitando la tiranía de un interés en particular, en desmedro del resto. En este sentido, continúa Madison, es imperioso, también, extender la esfera electoral, para así aumentar la variedad de intereses. La última dimensión que fundamenta al gobierno representativo es la “legitimidad y validez” del mismo. Como el pueblo, en su totalidad, se encuentra impedido de ejercer por sus propias manos el gobierno, la legitimidad de la
soberanía popular, en estas grandes sociedades complejas, se construye, por tanto, a través de las elecciones. Mediante este mecanismo, el pueblo selecciona a sus representantes. A lo largo de la historia de la representación, existieron una serie de modelos de representantes. Entre ellos, encontramos, por una parte, la figura del delegado, el que, en estricto rigor, representaba a sus constituyentes, y por otra, aquel que se basó en la “representación virtual” (fideicomisario), y que estaba libre de toda demanda de accountabillity. Sin embargo, y según J. E. Sieyès, los representantes ejercen la voluntad general en el marco regulador de la constitución, siempre en función del interés público. A pesar de fuertes criticas al sistema de representación, emitidas principalmente por Rousseau, quien planteaba que la soberanía popular era indivisible e inalienable, por lo que la voluntad general del pueblo no podía ser representada por la voluntad particular del representante; los gobiernos modernos se fundamentaron en el método de la representación, buscado a través de éste obtener el consentimiento popular. En síntesis, la constitución de un gobierno moderado esta condicionada por la legitimidad que otorga la representación obtenida a través de las elecciones. Este proceso permite superar las complejidades del Estado moderno, siendo este gobierno representativo superior al modelo de democracia directa, en función de su capacidad de frenar las pasiones y los intereses particulares, y equilibrar las posturas mayoritarias y minoritarias. II.- Democracia Representativa y Representación en la Actualidad. Los nuevos desafíos para el gobierno representativo surgen desde la democracia, en especial de su “recontextualización” con respecto a esta última. Partiendo, en este caso, de la idea de que el gobierno representativo no es originalmente democrático. En este sentido, John Stuart Mill, planteó que cualquier gobierno que pretenda ser libre (o en otros términos, moderado), debe garantizar la participación plena del conjunto de la comunidad, perfeccionado, así, la representación. Mill intentó, además, a través del voto universal y de un sistema electoral proporcional, robustecer la igualdad de representación, y potenciar los mecanismos de accountabillity de los representados. Por otra parte, el gobierno representativo al mismo tiempo que instaura la soberanía del pueblo, admite y establece su delegación. La democracia representativa, por su lado, articula este principio dual mediante la “atribución del ejercicio de la soberanía a representantes autorizados por el pueblo, a través de la regla mayoritaria”. Los mecanismos de ésta permiten erigir y facultar a los representantes del pueblo, además de controlarlos. En otras palabras, la “representación formal” no es sólo el acto por medio del cual la ciudadanía delega su autoridad en determinados representantes, sino que implica también la formación de un “vinculo contractual”, en el marco de la ley, entre el representante y el representado. Así, a diferencia del gobierno de la representación virtual, el ciudadano representado democráticamente es poseedor del poder para controlar al representante.
Ahora, las actuales sociedades pluralistas, hacen imposible la teoría de la “representación reflectiva”, es decir, el representado no está en condiciones de asemejarse (en el amplio sentido de la palabra) a sus electores. Es por esto que la acción característica propia de los representantes es la deliberación, mediante la cual deciden en función de la sociedad en general. La política democrática contemporánea, contradiciendo la lógica antes expuesta, ha tendido a potenciar la representación reflectiva (fortaleciendo la relación particular entre representante y representado), ya que lo complejo y diverso de las actuales sociedades, de cierta manera, obligan al delegado a especializarse en sólo un sector de la población más homogéneo culturalmente, para así asegura la obtención de esos votos. Siguiendo un proceso más que nada societal, en el cual la sociedad civil ha tendido a diversificarse, la democracia se reconceptualiza bajo la forma de “poliarquía”. Robert Dahl, el ideólogo de este concepto, planteó que a través de la poliarquía, se extiende la perspectiva procedimental de la democracia de Shumpeter, ampliando “las condiciones necesarias y suficientes para una competencia democráticas más compleja”, reforzando la competición de las elites que surgen cuando la política, según Shumpeter, se profesionaliza. Para Dahl, la dificultad que surge de la “globalización de los problemas” (en la misma línea de la ya mencionada complejización de la sociedad), tiene que ver con la implementación de políticas que, cada vez con mayor profundidad, se tornan ininteligibles para la mayoría de la población. El proceso de toma de decisiones, continúa Dahl, por tanto, tiende a repoblar sus estructuras de tecnócratas, los que sin ser elegidos, aumentan progresivamente su poder, sin que existan mecanismos adecuados de vigilancia. En este sentido, Danilo Zolo, argumentó que si este fenómeno ha modificado el sistema social, también el resto de sistemas y subsistemas que componen el Estado, han variado. Según Zolo, la distinción entre sociedad civil (entendida ésta como el espacio privado), y Estado (visto éste como la esfera pública) tiende, como consecuencia de este proceso de complejización, a diluirse. La función de intermediación de los partidos, bajo esta lógica, se ve en serio riesgo, ya que el Estado, por un parte, tiende a coaptarlos, mientras que la sociedad civil no fomenta su relación con ellos. III.- La Representación y los Partidos Políticos. Ahora, hablando de lleno de democracia representativa, debemos decir que existe una dualidad complementaria en el sistema de representación. Es decir, la estructura representativa se articula en función de los partidos políticos, por un lado, y los grupos, por otro. El sistema es dual y complementario, porque ambos entes que lo componen son canales de comunicación y efectúan funciones de intermediación. Los partidos, en primer lugar, son los principales instrumentos para la elección de representantes; mientras que los grupos, en segundo término, son “asociaciones a través de las cuales se canaliza gran parte de la demanda de la sociedad por bienes públicos, semipúblicos e incluso privados”. La característica que marca la diferencia entre ambos, tiene que ver con su finalidad: los partidos nacen, se estructuran y orientan, para la consecución del poder político; y los grupos sólo buscan influenciar al sistema político en
función de un objetivo determinado que no implica en forma directa la actividad política-representativa. Si bien ambos, partidos y grupos, dentro de un contexto de democracia representativa, presentan fines complementarios, sólo los primeros son centrales, ya que éstos en si mismos, representan, además de individuos, a los propios grupos. En este sentido, el siglo XX marcó la definitiva supremacía de los partidos. Su consolidación estuvo dada por la aceptación y expansión del voto universal, y los sistemas normativos que los amparaban. Además, pronto, los partidos comenzaron a convertirse en una necesidad, en las cada vez más extensas ciudadanías, ya que éstos eran pieza clave del sistema de representación democrático. Así, los mismos partidos que en el pasado jugaban un rol menor, luego fueron protagonistas. Por último, la preponderancia de los partidos está fundamentada en términos generales y definitivos, en su capacidad de superar y resolver las complejidades (choques de intereses y contradicciones) propias de la sociedad pluralista. Es decir, los partidos (re)concilian los intereses contradictorios, a través de la intermediación y jerarquización de las demandas de la sociedad civil. De este modo, los partidos garantizan el bien común, entregando “racionalidad pública” a los intereses sectoriales de los grupos2. Esta nueva composición de la sociedad, por otra parte, (según la idea de Zolo), implica también ciertos cambios con respecto a las condicionantes que alguna vez impidieron la implementación de la democracia directa en los Estados modernos. En este sentido, por ejemplo, los avances tecnológicos tienden a relativizar las distancias, en términos de tiempo y espacio. Sin embargo, la democracia representativa (compuesta por partidos y representantes), no parece, por lo menos todavía, estar amenazada, ya que la tecnología aún no logra alcanzar la simultaneidad de la comunicación que se construye a través del lenguaje; así como tampoco ha logrado edificar un “centro nervioso” que pueda autorizar y, lo que es más importante, dar legitimidad al sistema (los tecnócratas han demostrado que no sirven para esa tarea). La representación partidaria, en definitiva, se ha fortalecido principalmente por la reformulación de la actividad en torno al reposicionamiento del programa político y la disciplina partidaria. Primero, el programa representa una especie de “pauta de conducta” del candidato, al mismo tiempo que expresa una oferta política íntegra, no sólo compuesta por un individuo que pretende ser representante. Segundo, los partidos se tornan, en el fondo, los verdaderos “candidatos”, pues el electorado los visualiza a ellos como sus representantes. Esto, debido a que la disciplina al interior de los partidos impide que los representantes individuales contradigan los lineamientos programáticos. Este auge de la representación partidaria implica, por otro lado, potenciar los mecanismos de control. Por una parte, se hace necesario evaluar al representante durante todo el tiempo, lo que involucra aumentar las rendiciones de cuenta (accountabillity). Y, por otro lado, los partidos requieren 2
Godoy en repetidas ocasiones aclara que la importancia de los partidos se ve aminorada en los sistemas políticos con régimen presidencialista. Plantea, en este sentido, que la actividad partidista-representativa se aprecia en plenitud en sistemas parlamentarios.
democratizarse internamente. Para ello, deben abrir el proceso de toma de decisiones a las bases, aprovechando las disposiciones tecnológicas, y “flexibilizar” sus estructuras, potenciando una fluida comunicación con los grupos. En definitiva, las posibles reformulaciones a la democracia representativa, en el marco de una mayor utilización de las libertades, “apuntan a la calidad del proceso de decisiones y al mayor peso de las ideas y demandas de la sociedad civil”. No obstante, un porcentaje de participación más alto no parece ser solución, pues el sistema representativo, en función de su tarea de jerarquizar los intereses y las necesidades, se estructura sobre una participación ciudadana directa relativamente baja. Los mecanismos de perfeccionamiento se relacionan con mejorar la eficacia gubernativa y el control ciudadano sobre las instituciones.