Reporte De Lectura - El Impacto De Las Emociones.docx

  • Uploaded by: Ruben Montes Flores
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  • April 2020
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Reporte de lectura: El impacto de las emociones en el ADN Nathalie Zmmateo nos aporta ahora nueva información que resulta hasta cierto punto sorprendente, pues sus afirmaciones corroboran o soportan la información de otros científicos como Bruce Lipton. Nuevamente ella nos trae información que soportada en la epigenética rompe el paradigma del ADN, del cual se decía que este no podía ser modificado. Tal hecho, o tal modificación se da cuando un sujeto aumenta su nivel de estrés o bien lo reduce, haciendo esto posible la metilación o desmetilación de ciertos genes, de igual forma, el aumento o la disminución del estrés producirán que haya mas o menos telomerasa. En el caso de la metilación o desmetilación, suceso que activa o desactiva ciertos genes, se va a traer como consecuencia que esos genes modificados se pasen a siguientes generaciones. En otras palabras, Zammateo, nuevamente nos confirma que es la interacción del ADN con el entorno lo que determina lo que somos. Si retomamos el hecho de que el estrés producirá la metilación o desmetilación, podemos entender lo que nos dice la autora al mencionar que son las emociones las que están en el corazón de este proceso, pues son estas mismas las que nos permiten relacionarnos con el entorno y adaptarnos a él, además de que nuestras emociones se transmiten parcialmente por medio del ADN a las siguientes generaciones. Ya en este punto la autora nos ha sumergido en cuestiones de ADN y habiendo llegado hasta aquí, es necesario que sepamos que en la cadena del ADN de la primera célula se encuentra toda la información necesaria para dirigir el desarrollo de todo el organismo. Sobre este mismo y para seguir a Zammateo, tendríamos que saber también que el ADN tiene 22,000 genes, los cuales son únicos en cada persona, es decir, no hay persona igual a otra, aún y cuando los caracteres físicos lo aparenten así. Al conjunto de genes de cada persona se le denomina genoma. Los genes son información bioquímica esencial que orientan la construcción de los principales consituyentes celulares, es decir, las proteínas. Sin embargo, aún y cuando contamos con 22,000 genes, no todos se pueden expresar si no pueden ser leídos, es decir, si no pueden ser traducidos a proteínas; en otras palabras, la información que un gen pueda contener, no podrá expresarse en el cuerpo de una persona si este no se libera de ciertas proteínas que lo rodeen. Quienes se encargan de que un gen pueda ser leído fácilmente o no, son una especie de interruptores, los cuales son controlados por el entorno y la constante interacción con él. Con todo lo anterior, podemos ir viendo que nada esta totalmente determinado con antelación, y que el debate entre la crianza versus la genética empieza a inclinarse del lado de la crianza, postura que afirma que en el desarrollo de la personalidad importa aún mas la experiencia. Habiendo ya conocido toda la información anterior, podemos decir que en el desarrollo biológico de un organismo podríamos tomar al ADN como los planos que contienen la información que tendría que llevar a cabo, pero el epigenoma sería el capataz de la obra, sería quien da las ordenes indicando a los genes lo que tienen que hacer, en que lugar tienen que actuar y en que momento preciso, pero el capataz puede estar mal aconsejado y puede decidir

modificar los planos en el curso de la construcción. Tal analogía anterior nos sirve para señalar que el epigenoma el cual es el proceso mediante el cual se leen o no ciertos genes, dependerá de la interacción que la persona tenga con el medio, lugar donde ocurren las experiencias y las interpretaciones que una persona haga de ellas. Cabe destacar aquí que cuanto mas precoces sean las experiencias traumáticas o de estrés que sufra una persona, mas abundantes son las etiquetas. Un interruptor fuertemente etiquetado impide al gen que se exprese. Pero desglosemos un poco más lo que hay alrededor del estrés, pues a final de cuentas, un ser al percibir estrés produce cortisol y adrenalina como medio para activar al organismo para la acción, pero esta secreción de cortisol y adrenalina necesita acabar después de un tiempo, dicho de otra forma, después de dejar de percibir el evento estresante, sin embargo, y aquí se viene algo interesante, lo que permite que se acabe la secreción de tales hormonas, es el adecuado funcionamiento de ciertos receptores de cortisol, mismos que como podemos entender, son altamente importantes en la regulación de la respuesta al estrés porque permiten desencadenar, mantener o detener la respuesta; el caso es que el buen funcionamiento de tales receptores está en función de los buenos cuidados de una madre a su hijo, pues estos cuidados influyen en la actividad del gen que produce receptores de cortisol. Aquellos hijos de madres que no hayan sido buenas cuidadoras presentan entonces grupos de metilos que impiden la producción de receptores de cortisol. Sabiendo lo anterior, podríamos ahora preguntarnos cuales son los periodos mas críticos en la vida de un bebe donde necesita mayormente de los buenos cuidados de su madre, y ante tal cuestionamiento Zammateo nos da el dato de que este periodo crítico es la primera semana, tiempo en donde se programa la forma en que responderemos al estrés. También tendríamos que preguntarnos ahora cuales son otras consecuencias que se manifestarían cuando una persona no ha echado a andar a los receptores de estrés para que regulen el funcionamiento de este mismo; y ante tal cuestionamiento se ha investigado y se ha detectado que existen cambios en el etiquetaje de los genes implicados en el circuito de recompensa, mismos cambios que no aparecen en los seres bien adaptados a situaciones estresantes. Interpretando lo anterior, si no hay sensación de recompensa entonces lo que hay es depresión, de aquí que estados depresivos desactivan los genes que permiten a un animal sentirse bien, dejando una cicatriz molecular. Pero tales afirmaciones anteriores nos hacen ahora continuar con otros cuestionamientos, como, por ejemplo, ¿cómo es que en el presente repito estados anímicos como consecuencia de lo vivenciado en el pasado, aún y cuando ya no los necesito, aún y cuando ya se acabo aquella situación que los suscitó?, es aquí entonces en donde habría que retomar una teoría del aprendizaje que argumente o sustente al circuito de recompensa, pues este es en si el que nos lleva a vivenciar a nivel orgánico aprendizajes que quedaron grabados y que a su vez son los que a pesar de que no nos “agraden” los repitamos. Ante lo anterior, encontraremos repuesta en la teoría del aprendizaje de Ivan Pavlov la cual explica que un aprendizaje es una respuesta automática, producto de un condicionamiento emocional, es decir, que reaccionamos ante una emoción, y no ante una realidad tangible, de aquí que podemos aprender, que muchas de nuestras respuestas o conductas en la vida cotidiana, son en realidad una consecuencia de una emoción suscitada ante la expectativa de que algo suceda

(expectiva que en nuestro pasado fue una recompensa), y este aprendizaje se quedo impreso en el cerebro. Sobre el aprendizaje y sobre el cerebro, Zammatteo, nos dice que, “El aprendizaje es fundamental para la supervivencia. El cerebro resulta eficaz para prestar atención a lo que es importante en la vida cotidiana. Los nuevos datos deben tener un valor emocional y un contenido útil, de lo contrario el cerebro los ignorará”. Pero en los comportamientos o conductas que en el presente afligen a una persona, no solo está implícito el circuito de recompensa, también existe el circuito del castigo, el cual se vale de una respuesta de huida o combate para llevar al organismo a preservar su equilibrio interior. Tal circuito puede inclusive llevar al organismo a otro nivel en el caso de que ninguna de las dos respuestas anteriores logre su objetivo, este otro nivel sería la inhibición, respuesta que se da como ultimo recurso para intentar mantener la supervivencia. Este estado de inhibición lo podemos asemejar en los humanos a los estados depresivos, los cuales son cuadros en donde la actividad mental es baja al igual que la comportamental, pero tendríamos que poner atención en el hecho de que estos cuadros se vienen como consecuencia de las huellas impresas en su ADN (etiquetas epígenéticas) después de pasar por maltratos en la infancia. En otras palabras, los malos tratos en la infancia generan que una persona como consecuencia del estrés constante, no pueda activar el gen receptor del cortisol, provocando esto que la capacidad de una persona para superar las dificultades se altere, favoreciendo esto un cuadro suicida. Hasta el punto anterior hemos comprendido que la relación de un infante con el medio ambiente deja huellas epigenéticas perjudiciales para el futuro, pero esto no es el único dato interesante, en acuerdo con Zammateo e investigaciones reportadas por ella en su libro, nos evidencia que los bebés durante el embarazo también pueden registrar huellas epigenéticas en su cerebro como consecuencia de un alto estrés de mamá durante el embarazo, además de que sus telómeros se acortan, se van haciendo cada vez mas pequeños, que en cuestiones de tiempo, se pueden traducir, a un acortamiento de vida de entre 9 y 17 años. En otros hallazgos encontrados también por Zammateo a través de otras investigaciones, se ha evidenciado que el comportamiento materno, es decir, las huellas epigenéticas o las metilaciones de una madre, se pueden transmitir de una generación a otra, reproduciéndose el comportamiento materno en las siguientes generaciones. Tal transmisión de comportamiento se imprime en el cerebro de los bebés en la primera semana de vida y se transmite de una generación femenina a otra, modificando así su reactividad en caso de estrés. Tal modificación en el gen receptor del cortisol se ha encontrado hasta en tres generaciones, siendo la nieta la que sufre la cicatriz mas grande. Tal transmisión de huellas se puede presentar si durante el periodo de una posible fecundación por parte de un hombre o de una mujer, se vive un estrés emocional intenso, afectando esto a los interruptores como para imposibilitar una reprogramación. En otras palabras, es posible que durante el periodo de la posible fecundación los grupos metilos desaparezcan y los interruptores encuentren en el ADN su potencial, pero por el contrario, si el estrés se presenta, entonces los interruptores se vuelven a manifestar desactivando el potencial de los genes.

No hemos llegado hasta aquí con la intención de saber que cargamos con etiquetas epigenéticas de nuestra abuela sin poder hacer ya nada entonces, de hecho, solo es cuestión de aplicar un poco de lógica y mucho trabajo para entonces afirmar que así como se pueden alterar o modificar estructuras en nuestro ADN para “mal” entonces también habríamos de poder hacerlo para bien, y es que así como se inicio nuestro etiquetaje epigenético, en la interacción con el medio ambiente, pues también ahí tendríamos que encontrar la clave para volver a activar nuestro potencial genético. Lo anterior se necesitaría comprender como el hecho de que si un sujeto modifica la calidad de sus experiencias a manera de que deje de percibir estrés, entonces podría empezar por producir otras hormonas que lo ayuden a obtener mayor sensación de bienestar placentero, lo que a su vez promoverá que los receptores de cortisol funcionen nuevamente y se borren etiquetas. Ante tal posibilidad, disciplinas como la meditación o la relajación ofrecen al cerebro una percepción calmante del entorno. La actividad física practicada regularmente también ralentiza el acortamiento de los telómeros. Al fenómeno anterior, el cual es la reversibilidad al “daño” causado al cerebro, lo podemos denominar plasticidad neuronal, lo que significa que el cerebro es capaz de modificarse a través de la experiencia, y aún y cuando hemos dicho que fuertes cantidades de estrés son perjudiciales para nosotros, también es cierto que ciertas cantidades de estrés son necesarias ya que la plasticidad del cerebro suele aumentar en presencia de este, y la plasticidad cerebral es necesaria como base para los mecanismos de condicionamiento, de la memoria y del aprendizaje. Pero llegar a revertir tales daños no es una cuestión tan sencilla, pues tendríamos que encontrarle algún sentido a la homeostasis que mantenemos (sentido que se mantiene a nivel inconsciente), pues nuestro ADN se ajusto a ciertas circunstancias del medio ambiente y tal ajuste se convirtió en esa homeostasis, pero de cierta forma ese ajuste ya no nos sirve, sin embargo permanecerá ahí hasta que encontremos el sentido de ello y lo cambiemos, dicho con otras palabras, no se trata de cambiar el entorno o el exterior, sino de hacer algún ajuste a nivel interno, pues ahí es en donde se hizo esa modificación con miras a la supervivencia, modificación que se llama condicionamiento emocional. Ahora bien, tal como se mencionó unas líneas atrás, modificar el interior no es sencillo, de hecho, es algo complicado al ser este equilibrio de orden biológico, es decir, que esta fuera de nuestro control, que se controla de manera involuntaria e inconsciente desde el sistema nervioso simpático, pero aún y cuando hayamos dicho que no es sencillo, la respuesta ante tal complejidad son nuestras emociones, pues estas son el nexo entre el cuerpo y pensamiento, de aquí que ellas son la respuesta, pues al trabajar con ellas, la realidad que el pensamiento administra podría ser interpretado de otra forma, dejando al cuerpo entonces libre de ese ajuste que hizo y que le dio cabida al estrés. Ante este último razonamiento podemos ver que no hay una distinción entre el pensamiento y el cuerpo, en realidad ambos forman parte de una sola cosa, de un solo organismo que es el ser humano, y con esto también entendemos que el ajuste tendría que ser a nivel emocional, lo cual podría traducirse a una liberación del excedente de estrés que hay en nuestro organismo. Si tal ajuste no se llega a hacer, toda imagen percibida será estresante y activará al sistema nervioso ortosimpático, lo que nos pondrá en alerta sin permitirnos modificar nuestro estado interno. Para lograr tal modificación, se debe modificar la imagen percibida por nuestro sistema, por otra imagen que engendré la activación del sistema nervioso parasimpático pues este induce al reposo y no a la alerta.

Ya sabemos entonces que lo que se necesita es un cambio interno y hablando en cuestiones prácticas, el trabajo de las emociones se puede realizar de diversas formas a través de múltiples vías que se encuentran a nuestro alcance, por ejemplo; a través de la meditación sería una forma, asi como también a través de la práctica de algún deporte, de los masajes, de la risa, de la alimentación, de algunos medicamentos especializados y/o a través de la práctica terapéutica. Sin importar el medio o la vía que se tome, lo importante es estar conscientes de que no estamos sujetos a nuestra biología y que, por ende, no estamos supeditados al dolor o al sufrimiento que en ella resida. Dicho de una forma romántica, hemos llegado al punto de afirmar y confirmar que somos dueños de nuestras propias vidas cuando así lo decíamos.

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