REGRESO A CASA Escrito el 1 de mayo de 2009
Es casi de noche y cruzo la rotonda, en el centro de yergue un árbol en cuya punta un cubo luminoso me advierte sobre el número 30; ya lo sé, es la cantidad de años desde que triunfó la revolución. Pienso que estaremos en ambiente navideño todo el año. Mi memoria regresa y retrocede igual cantidad de años a los del cubo mágico, es como introducirse en un tobogán y recordar que ese día, me tomé la mitad de una cerveza y por la tarde mi madre me dio una sopa. Recuerdo el entusiasmo de mis venas y de mis hormonas, recuerdo mis primeros años de estudio en la universidad, y que nunca ejercitaba una planificación de mi vida, simplemente vivía y no veía hacia el futuro. Vivía el momento y reaccionaba. Sigo avanzando en mi carro y doblo la curva con la agilidad de quien lo ejecuta miles de veces al año, siento la alegría del regreso a casa y escucho mi canción preferida a alto volumen, como si fuera mi mantra, los sonidos repetidos que me dan paz y armonía. No dejo que me invada el miedo, y trato de olvidar lo que quedó pendiente en la oficina. Todo lo hablado u omitido ya no es relevante, se cierra una puerta, y se abre otra, la de mi casa, con su acceso horripilante, con piedras y bolsas plásticas, con un par de zapatos viejos colgando de los cables de televisión. Apenas se abre el portón, todo se convierte, y veo la cara de mi perra y la de mi hijo, más allá otras caras familiares y todo ha quedado consumado. El número 30 quedó enterrado y me confirma que el tiempo es relativo y más corto de lo que uno puede suponer. Las cosas no tienen un principio ni un fin, simplemente son, sin pedir permiso. Cierro la puerta del carro y me abrazo a mi hijo, le doy palmadas en el hombro y le entrego mis pertenencias, un nuevo capítulo comienza.