RECONOCIMIENTO EMOCIONAL EN LA ESQUIZOFRENIA
Emociones y esquizofrenia La noción de que muchos estados psicopatológicos presentan alteraciones emocionales no es algo nuevo. Cuando existe una mala regulación emocional aparecen alteraciones transitorias, como la ansiedad y los excesos comportamentales y crónicos que se expresan en procesos psicopatológicos (Garber y Dodge, 1991) sin dejar de mencionar la falta o poca interacción social. Algunas investigaciones recientes han demostrado que existen “excesos” emocionales en algunos trastornos como en la ansiedad o depresión, “déficits” emocionales como en la psicopatía o la “falta de coherencia” en el procesamiento y respuesta emocional como en la esquizofrenia (Kelter y Kring, 1998). A partir del estudio de la emoción se pueden obtener por lo menos dos líneas de investigación. La primera está basada sobre el estudio las estructuras cerebrales conocidas para el procesamiento emocional y así poder dilucidar los mecanismos fisiológicos que contribuyen a la psicopatología; y la segunda consiste en mirar hacia el entorno social del individuo y guiado por lo que se conoce acerca de las funciones sociales de la emoción, documentar cómo las características emocionales de los trastornos psicológicos se relacionan con determinados estilos de interacción y de relacionamiento, perpetuando así el desorden (Ibíd). Phillips, Drevets, Rauch y Lane, (2003b) proponen que distintos patrones de anormalidad estructural y funcional en sistemas neurales importantes para el procesamiento emocional están asociados a síntomas específicos de cada tipo de estado psicopatológico. Las anormalidades en la percepción emocional están asociadas a una activación anormal de respuestas emocionales que llevan a la manifestación clínica que predomina en el cuadro clínico (Phillips, Drevets, Rauch y Lane, 2003b). Por otra parte, Keltner y Gross (1998) afirman que es importante estudiar las emociones en la psicopatología ya que brindan la posibilidad de entender la función de las emociones, así como el estudio del cerebro disfuncional permite entender el funcionamiento cerebral normal. Al estudiar las consecuencias sociales de las alteraciones emocionales se puede entender como las emociones contribuyen a la interacción y relacionamiento social (Keltner y Gross, 1998). El concepto y el diagnóstico de la esquizofrenia han cambiado mucho a lo largo de los años. En sus Études cliniques de 1852-53, Benedict Augustin Morel (1809-1873) presentó algunos casos de jóvenes alienados a los que diagnosticó de “démence stupide”
o “stupidité aboutisant à la démence” quienes se caracterizaban por presentar una marcada estereotipia de actitudes, gestos y lenguaje, así como un negativismo muy evidente; dicho cuadro evolucionaba inexorable y rápidamente hacia una pérdida de las facultades mentales y, en definitiva, hacia la demencia (Novella y Huertas, 2010). Kraeplin (1896) fue el primer psiquiatra que intentó sistematizar a la esquizofrenia como entidad independiente. El combinó tres síndromes distintos: la hebefrenia, paranoia y catatonia, en un solo síndrome la cual denominó como “demencia precoz”; el cual definió que es dado en una edad temprana, de forma crónica e invariable y los factores desencadenantes están relacionados a un desorden metabólico y endócrino. Instituyó toda una serie de síntomas deficitarios como el deterioro afectivo (gemüthliche Verblödung), apatía,
indiferencia,
desorganización
del
pensamiento,
disgregación
psíquica
(Zerfahrenheit), etc., como las manifestaciones nucleares de la demencia precoz a las que se asociaban un cortejo variable de síntomas accesorios como ideas delirantes, alucinaciones o trastornos psicomotores (Kraeplin, 1986). Afirmaba que el déficit primario de la demencia precoz es la destrucción de las fuentes principales de la volición secundaria a una patología de la corteza frontal, asociado a un proceso de degeneración neuronal (Tamayo, 1999). Junto al término moreliano, en la obra de Kraepelin cabe advertir también el rastro de la idea de predisposición de Valentin Magnan (1835-1916), de las nociones de endógeno y exógeno de Paul Moebius (1853-1907) o de la afinidad con el método experimental de Wilhelm Wundt (1832-1920) (citados en Colodrón, 1983). En 1911 el psiquiatra suizo Eugen Bleuler (1857-1940) publicó su “Dementia praecox oder Gruppe der Schizophrenien”, donde ofrecía una caracterización del cuadro no a partir de su evolución, sino de lo que consideraba su rasgo psicopatológico fundamental: la escisión del “yo” (Novella y Huertas, 2010). Puso de manifiesto que el trastorno descrito como “demencia precoz” no conduce necesariamente a un deterioro mental, ni sólo afecta a personas jóvenes, y en 1908 sugirió que el nombre era inadecuado, porque el trastorno no era una “demencia”, es decir, no llevaba necesariamente a un deterioro de funciones mentales como en la demencia senil tipo enfermedad de Alzheimer; muchos pacientes sí mejoraban y además, ocasionalmente debutaba en personas maduras. Bleuler sugirió la palabra “esquizofrenia” para referirse a una división de los procesos psíquicos consistente en la pérdida de correspondencia entre el proceso de formación de ideas y la expresión de emociones y para diferenciarlo de la enfermedad maníaco-depresiva, en donde la expresión de las emociones de los pacientes refleja con precisión sus pensamientos mórbidos.
Asimismo, y con el fin de comprender la “enfermedad esquizofrénica”, Bleuler fue el que propuso distinguir los síntomas surgidos directamente del proceso patológico o síntomas primarios de aquellos síntomas secundarios que sólo comienzan a operar cuando la psique enferma reacciona (Bleuler, 1961). Estos síntomas fundamentales, las célebres cuatro “A” de Bleuler, incluían: trastornos de las “asociaciones”, donde los pacientes operan con ideas y conceptos que no tienen relación y pierden su continuidad, produciendo asociaciones ilógicas y formalmente incoherentes; trastornos “afectivos” con gran tendencia al retraimiento y aplanamiento emocional o a la aparición de una afectividad incongruente; “ambivalencia” o presencia simultánea de pensamientos, sentimientos o actitudes contradictorias; y “autismo”, una manifestación particular y característica consistente en el predominio morboso de la vida interior sobre la vida de relación (Novella y Huertas, 2010). A su juicio, dichos síntomas eran los “constantes y exclusivos” del esquizofrénico que podría presentar además otros más llamativos pero “accesorios” como delirios, alucinaciones, perturbaciones de la memoria o trastornos del lenguaje. Y, por último, estableció un total de cinco formas clínicas coincidiendo en tres de ellas con las formas kraepelinianas y añadió una forma simple (caracterizada por presentar únicamente los síntomas fundamentales) y otra latente, compensada o paucisintomática (Ibíd.). En cualquier caso, lo que en su opinión definía el proceso esquizofrénico era una “escisión” de las funciones psíquicas resultante de la acción de “complejos” independientes o “cadenas” de representaciones con un determinado tono afectivo que al dominar sucesivamente la personalidad, comprometían su unidad. Kurt Schneider (1887-1967) años más tarde, proporcionó una influyente caracterización de los síntomas esquizofrénicos eludiendo toda referencia a la evolución o al pronóstico y creyendo que la mera observación clínica era suficiente para establecer el diagnóstico. Schneider invirtió la jerarquía entre los síntomas fundamentales y accesorios de Bleuler y aisló una serie de experiencias psicóticas que denominó de “primer rango” por su utilidad para detectar la presencia de lo esquizofrénico. Este autor considera que los síntomas de primer orden son los siguientes: oír los propios pensamientos en voz alta, alucinaciones auditivas que comentan sobre el comportamiento del individuo, alucinaciones somáticas, sentir los pensamientos controlados desde el exterior, percepciones delirantes e ideas de control externo sobre algunos sentimientos, impulsos y actos volitivos. Y los de segundo orden son: otros tipos de alucinaciones, perplejidad, trastornos depresivos o eufóricos del afecto y embotamiento afectivo. Más concretamente, los síntomas de primer rango destacaban justamente por abarcar todas las manifestaciones de lo que los alienistas
franceses habían definido como “xenopatía”, esto es, la experiencia de la propia actividad psíquica (lenguaje, pensamientos, sentimientos, intenciones, etc.) como ajena o impuesta (Ibíd.). Actualmente se clasifica a la esquizofrenia según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales IV (en inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM) de la Asociación Americana de Psiquiatría (APA), el cual define a este desorden como una alteración que dura seis meses o más. En los cuales se presenta cuando menos dos síntomas positivos o un síntoma positivo y uno negativo constantemente durante un mes por lo menos. También se presenta una reducción de la función social u operacional. Según este manual existen cinco subtipos: el tipo paranoide donde hay una preocupación con delirios auditivos, lenguajes escaso o desorganizado, conducta desorganizada o catatónica y afecto aplanado o inapropiado; tipo desorganizado donde hay un lenguaje y conducta desorganizada, afecto aplanado o inapropiado, las alucinaciones pueden estar presentes pero sólo de forma fragmentaria o no coherente; tipo catatónico cuando hay por lo menos dos de los siguientes: inmovilidad o actividad motora extrema carente de propósito, negativismo extremo o mutismo y ecolalia o ecopraxia; tipo indiferenciado el cual no cumple con las características antes mencionadas pero cumple con los criterios de la esquizofrenia; y tipo residual donde por lo menos ha experimentado un episodio de esquizofrenia pero actualmente no tiene síntomas positivos pero si presenta los síntomas negativos y una variación de síntomas positivos como creencias extrañas o conducta excéntrica.