Quine - Elogio De Los Enunciados Observacionales

  • November 2019
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5. ELOGIO DE LOS ENUNCIADOS OBSERVACIONALES 1993 Willard V. O. Quine [En: Acerca del conocimiento científico y otros dogmas, Paidós, Barcelona, 2001, pp. 113-126]

[113] Una sucesión de empiristas británicos nos dejó como herencia la pregunta clásica de la epistemología. La historia dice que recibimos un aluvión de datos de los sentidos, o sensa, o sensibilia, o qualia, y de algún modo producimos una teoría del mundo externo, teoría que, además, cumple los requisitos empíricos, dando lugar a la predicción de subsiguientes qualia. La pregunta epistemológica es, pues, ¿cómo nos las arreglamos para hacer esto y por qué funciona? Algunos filósofos de la ciencia han descartado la pregunta en las últimas décadas, considerando la noción misma de algo epistemológicamente dado como mal concebida. Estoy pensando en N. R. Hanson, Paul Feyerabend y Thomas S. Kuhn. Desde su punto de vista, la observación pura es una quimera: la observación está siempre cargada de teoría. Estoy con ellos en echar por la borda la epistemología tradicional, pero considero que han reaccionado de forma exagerada, descuidando distinciones significativas. Argumentaré a favor de una posición intermedia. Estoy de acuerdo en que la noción de un esquema conceptual fenomenalístico, ya listo y esperando la postulación de un mundo físico, es perversa. Lo que de hecho notamos y recordamos son usualmente cosas físicas y acaecimientos. Los capturamos con palabras y los retenemos en la memoria, olvidando así la mayor parte de los aspectos sensoriales del panorama. La conceptualización y la nomenclatura físicas son las herramientas mismas de la organización sistemática de la experiencia, las herramientas de la memoria misma. Fueron quizá consideraciones como éstas las que ocasionaron el desplazamiento del fenomenalismo al fisicalismo. El fisicalismo dibujaba al observador como proyectando su teoría del mundo [114] externo, no desde un dominio interno de qualia, sino desde la observación del mundo mismo. Las observaciones se consignaban en enunciados protocolares, tal como los bautizaron en Viena, y lo que se consideró entonces como la nueva tarea del epistemólogo consistía en el análisis de cómo los enunciados protocolares fundamentaban nuestra ciencia. De ahí resultaron discusiones entre Rudolf Carnap, Otto Neurath y Moritz Schlick sobre qué enunciados aceptar como protocolares. Ciertos fisicalistas posteriores sintieron impaciencia incluso con ello. Le dieron carpetazo a la noción de punto de partida epistemológico como un todo y con ella a los últimos restos de epistemología. Lo que les resultaba extraño era quizá la inestabilidad de la nueva fundamentación: no estaba claro qué tipo de enunciados debían contar como protocolares ni por qué. Sin embargo, resulta claro si uno es al mismo tiempo resueltamente fisicalista y resueltamente epistemólogo. Nuestro canal de información continua sobre el mundo es el impacto de moléculas y rayos de luz en nuestros receptores sensoriales; sólo esto y también algunos incidentes cinestésicos. Los enunciados protocolares deberían ser los enunciados más estrechamente ligados, de forma causal, a esta entrada neuronal; más estrechamente ligados, no respecto al contenido, sino físicamente, fisiológicamente, neuronalmente. Deberían ser enunciados como «Hace frío», «Está lloviendo», «Eso es leche», «Eso es un perro», a los cuales hemos aprendido a asentir irreflexivamente, de forma in-

mediata, si se nos pregunta cuando ciertos receptores sensoriales asociados se han activado. La objeción probable a tales enunciados, como vehículos de evidencia para nuestro conocimiento del mundo externo, es que suponen ya tal conocimiento: el conocimiento de la lluvia, de la leche, de los perros. Sin embargo, la respuesta es que en realidad no lo suponen. Los enunciados observacionales, como yo los llamo, pueden condicionarse abiertamente con ámbitos característicos de entrada sensorial, que como fisicalistas llamaremos entrada neuronal. El niño puede ser condicionado sencillamente a afirmar o asentir al enunciado bajo alguna estimulación característica y puede llegar a aprender sólo más tarde que parte del enunciado es un término que denota cuerpos o sustancias, en un mundo externo articulado. [115] Todos aprendimos algunos de nuestros enunciados observacionales en la niñez temprana y la mayor parte de ellos más tarde. Aprendemos algunos a partir de otros por analogía, recombinando sus partes, y aprendemos a formar compuestos a partir de enunciados simples, utilizando partículas gramaticales. Como adultos, aprendemos muchos más a través de la mediación de una sofisticada teoría. Tómese, por ejemplo, el enunciado «Hay algo de cobre en la solución»; lo entendemos mediante una construcción a partir de sus palabras separadas, pero deviene un enunciado observacional para un químico que haya aprendido a descubrir la presencia de cobre con sólo mirar a la solución. Lo que cualifica a los enunciados de ambos tipos como observacionales, para un individuo dado, es sólo su disposición a asentir inmediatamente a ellos de acuerdo con la fuerza de la entrada neuronal apropiada, con independencia de lo que pueda estarle ocupando en ese momento. Debemos admitir grados de observacionalidad. La afirmación del enunciado o el asentimiento a él pueden resultar más o menos retrasados o dudosos. Incluso puede haber reconsideraciones: «Caramba, finalmente no era un perro». Este tipo de autocorrecciones se entrometen en el sofisticado estadio donde el niño ha llegado a apreciar los términos componentes de los enunciados observacionales en su capacidad referencial. Así, la observación resulta infectada de teoría, con lo que los enemigos de la epistemología logran así un argumento; pero existen casos puros, que son los que prevalecen en los estadios tempranos de la adquisición del lenguaje. Los enunciados observacionales que poseen esa pureza prístina son el puerto de entrada del niño al lenguaje cognoscitivo, pues son precisamente tales enunciados los que puede adquirir sin la ayuda del lenguaje previamente adquirido. Los enunciados observacionales son enunciados ocasionales, verdaderos o falsos de ocasión en ocasión: a veces llueve y a veces no. En rigor, podemos decir que vemos cómo los enunciados ocasionales varían en su grado de observacionalidad, pero resulta cómodo hablar sencillamente de enunciados observacionales, queriendo así decir muy —o suficientemente— observacionales. Lo que he dicho a modo de definición de los enunciados observacionales constituye sólo la mitad de la historia, la mitad subjetiva o solipsística. Debemos también imponer una condición in-[116]-tersubjetiva, pues los enunciados son aprendidos de otros hablantes, que comparten las observaciones. Más aún, ellos han de ser el vehículo de la evidencia para la ciencia objetiva, intersubjetivamente confirmada. El requisito adicional para nuestra definición es, pues, que el asentimiento o disentimiento a un enunciado debe inducir el acuerdo de todos los observadores competentes. «Competente» significa aquí perteneciente a la comunidad escogida, tanto si se trata de los químicos angloparlantes, como de todos los hablantes de la lengua. Los enunciados observacionales poseen la doble cara de Jano. Hacia fuera miran a los observadores corroborantes y hacía dentro al hablante; hacia fuera a su contenido y

hacia dentro al ámbito de la entrada neuronal que está codificado para activarlos. Como respuesta a la entrada neuronal, el enunciado es holístico: la entrada neuronal está codificada con el enunciado como un todo monolítico, sin importar sí el enunciado se adquirió primero por simple ostensión o mediante una excursión a la teoría, a la manera del ejemplo de la química. Por otro lado, en su orientación externa hacia su contenido, el enunciado no figura holísticamente, sino a trocitos, palabra a palabra. A trocitos es como el enunciado se relaciona con la teoría científica, donde sus palabras se repiten en nuevas combinaciones y contextos. Los enunciados observacionales sirven al niño como cuña de entrada al lenguaje cognoscitivo de manera holística, constituyendo así la contrapartida humana a los gritos de los animales. Los pájaros y los monos poseen repertorios de llamadas y gritos característicos para alertarse entre sí de los diferentes peligros y oportunidades. Cada grito ha sido asociado, mediante instinto o por condicionamiento, con algún ámbito de la entrada neuronal. Sin embargo, la gran diferencia entre nosotros y los monos, a este respecto, es la ilimitada variedad de nuevos enunciados observacionales y la facilidad con que componemos otros adicionales a partir de ellos mediante las partículas «y», «o», «con», «debajo» y similares. Detengámonos un momento a recoger algunos dividendos. Mencioné antes que una razón para los recelos sobre los enunciados observacionales era que se hallan cargados de teoría. He admitido que la observación toma cuerpo gradualmente en la teoría, pero los recelos más básicos sobre este punto pueden resolverse [117] apreciando la diferencia entre tomar los enunciados observacionales holísticamente y tomarlos a trocitos. A trocitos, tales enunciados se hallan completamente cargados de teoría; sus términos se repiten en la teoría para denotar objetos cuya misma concepción es teoría pura. Al mismo tiempo, los enunciados observacionales se hallan anclados holísticamente en la entrada neuronal sensorial, con independencia de sus contenidos teóricos. Los enemigos de la epistemología, a los que acabo de responder, estuvieron precedidos por otros fisicalistas, entre ellos Hans Reichenbach y Ernest Nagel, que admitieron el lenguaje observacional, pero detectaron el problema de cómo trazar un puente entre ese lenguaje y el lenguaje teórico. Lo hicieron a través de las leyes puente o Zuordnungsdefinitionen. De nuevo, ello no constituye problema alguno desde nuestro punto de vista actual. La teoría se halla en contacto con los enunciados observacionales compartiendo términos. Nuestros enunciados de doble rostro encaran la entrada neuronal cuando se toman holísticamente, y encaran la teoría cuando se toman término a término. Es seguro que una palabra que adquirimos primero como fragmento de un enunciado observacional holístico puede sufrir algunas deformaciones tras ser extraída de su contexto observacional. Fijémonos por ejemplo en «ballena» y «pez» o en «peso» y «masa»; se trata de algo que los científicos reajustan cuando relacionan sus teorías con sus observaciones. La clarificación de tales perplejidades revela la importancia de fijar la atención en los enunciados, más que en los términos observacionales. Neurath y Carnap estaban en la pista correcta en este punto al fijarse en los enunciados protocolares, pero los términos predominaron en los escritos posteriores de Carnap. Hemos visto enunciados observacionales en una variedad de funciones vitales. Probablemente constituyeron el origen del lenguaje si pensamos de nuevo en el grito de los monos. En segundo lugar, constituyen la entrada del niño al lenguaje. En gran parte por la misma razón, son el camino del traductor radical en el lenguaje de la jungla. Por último, está lo que principalmente nos importa en esta ocasión: su rol como vehículos de la evidencia para nuestro conocimiento del mundo externo, y ello sin el beneficio de las leyes puente.

[118] Algunos de mis lectores se han preguntado cómo, de ciertas expresiones que se hallan meramente codificadas en nuestra entrada neuronal, por condicionamiento o de algún modo menos directo, puede decirse que transportan evidencia sobre el mundo. Esta es una imagen errónea; no somos conscientes de nuestra entrada neuronal ni deducimos nada de ella. Lo que hemos aprendido a hacer es afirmar o asentir a algunos enunciados observacionales en reacción a ciertos ámbitos de la entrada neuronal. Son, pues, tales enunciados, así obtenidos, los que sirven como puntos de control experimentales para las teorías sobre el mundo: puntos de control negativos. El proceso consiste en tomar un par de tales enunciados, ϕ y ψ, combinados en una generalización: «Siempre que ϕ, ψ »; «Cuando nieva, hace frío»; «Donde hay humo, hay fuego». Llamo a esto un categórico observacional. Primero hallamos que nuestra teoría, o una buena porción de ella, implica lógicamente algún categórico observacional: «Siempre que ϕ, ψ»; comprobamos entonces experimentalmente la teoría, detectando la condición observable ϕ y comprobando si se da ψ. Si ψ no se da, el categórico observacional es falso y, por tanto, también lo es la teoría que lo implica. Creo que esta pequeña caricatura revela la relación esencial entre la teoría científica y la evidencia. Puedo ahora disputar otro principio negativo de nuestros enemigos de la epistemología. Mantienen éstos que teorías radicalmente diferentes de la ciencia natural son inconmensurables. Los términos teóricos deben sus significados a sus teorías, se arguye, por lo que no retienen significado alguno para comparar las teorías. Sin embargo, los enunciados observacionales salen de nuevo al rescate, pues constituyen la moneda común, los puntos de referencia compartidos para las dos teorías. Se hallan libres de la indeterminación que acosa la traducción de enunciados teóricos, pues pueden aprenderse holísticamente por ostensión, como sucede en la infancia y como tiene lugar en el caso del primer contacto del lingüista con el idioma de la jungla. Por tanto, el comparar las respuestas de dos teorías con estos puntos de control compartidos debería proporcionar indicios de conmensurabilidad si es que las dos teorías se hallan en algún sentido bajo control empírico. [119] Consideremos ahora una idea adicional, de carácter más visionario, sobre la epistemología fisicalista. La antigua epistemología fisicalista inspiró un proyecto de reconstrucción racional: la derivación del conocimiento natural a partir de los datos de los sentidos. La posición fisicalista invita a una reconstrucción racional análoga, aunque más realista. Podemos tomar una ciencia poco desarrollada, digamos la historia natural y los rudimentos de la mecánica newtoniana, y explícitamente intentar relacionar al menos un esqueleto de ellas con algunos de los categóricos observacionales implicados, invocando todas las trivialidades auxiliares del sentido común que habitualmente se aceptan de forma implícita. El primer gran obstáculo será nuestra matriz espacio-temporal, que se requiere para identificar intermitentemente los cuerpos observados a lo largo del tiempo. Si tales estudios se proyectan hacía la ciencia superior, podrían revelar ramas de la ciencia que constituyen «complots secretos», en el sentido de A. S. Eddington, pero que, sin embargo, contribuyen a la estructura. Tales estudios podrían revelar otras ramas que no contribuyan nada y que, por tanto, podrían abandonarse. La epistemología podría así devenir una herramienta para el trabajo del científico natural. Llegamos ahora a la sexta función remarcable de los enunciados observacionales: constituyen la fuente primitiva del modo de hablar de la creencia y de otras actitudes proposicionales. Como etapa inicial, veo la adscripción materna de percepciones al niño. Cuando la madre enseña al niño el enunciado observacional «Está lloviendo» o «Leche» o cuando le aplaude al proferirlo por sí mismo, ella debe recurrir a la empatía: ha de ponerse en lugar del niño, encarándose a lo mismo que él y, haciéndolo así, debe

sentirse inclinada a asentir por sí misma al enunciado observacional. Concibo esto como su percepción de que el niño percibe que está lloviendo o que la leche está allí. Al transmitir el arte del lenguaje de generación en generación, las madres deben ser capaces, en la práctica si no verbalmente, de adscribir percepciones a sus niños. La adscripción consiste en ese asentimiento sustitutivo a enunciados observacionales desde el punto de vista ventajoso del niño. Concibo la adscripción verbal de percepciones como el discurso primitivo de las actitudes proposicionales. Las expresiones [120] que forman su contenido son enunciados observacionales. A su debido tiempo este modo de hablar llegó a extenderse hasta admitir enunciados no observacionales en su contenido. Eventualmente, por analogía, otros discursos de actitud preposicional se desarrollaron paralelamente: así la creencia, la cita indirecta, la esperanza, el pesar y el resto de ellos. Reconocer enunciados observacionales es importante aún de una séptima forma: su función holística incide de manera significativa en la epistemología de la ontología. Su asociación con las entradas neuronales, al ser holística, no se ve afectada por ninguna reasignación de objetos a los términos implicados. Sin embargo, tampoco las relaciones lógicas de implicación, que conectan la teoría científica con los categóricos observacionales, se hallan afectadas por ninguna reinterpretación biunívoca de términos: lo único que cuenta para la estructura lógica es la identidad y la diferencia. Concluimos que la evidencia sensorial para la ciencia es indiferente a lo que la ciencia diga acerca de qué cosas existen, en la medida en que la identidad y la diversidad entre ellas se preserve. La referencia a las cosas en el espacio-tiempo, por ejemplo, podría reconstruirse como referencia a los conjuntos de cuádruplas de números que comprendieran las coordenadas espacio-temporales de las cosas. En la medida en que la evidencia sea relevante, los objetos constan sólo como nodos neutrales en la estructura lógica de nuestra teoría total del mundo. Esta misma intuición puede obtenerse reflexionando sobre la definición de verdad de Alfred Tarski, como Donald Davidson ha señalado, y sobre la subyacente definición recursiva de satisfacción. Si un enunciado resulta ser verdadero bajo las construcciones tarskianas y reinterpretamos entonces todos sus predicados mediante una reasignación biunívoca de objetos, resultará todavía verdadero. Esto no es sorprendente cuando se aplica a objetos abstractos, digamos los números o las clases. Tome el lector la clase de los anteriores monarcas de Inglaterra. Podemos estar de acuerdo en quiénes constituyen sus miembros, pero ¿no podría ocurrir que su clase de ellos y la mía fueran objetos diferentes? Quizá la pertenencia en su caso coincide con la no pertenencia en el mío, con lo que su clase de los anteriores monarcas de Inglaterra coincide con mi clase de todo lo demás. [121] Es precisamente con los cuerpos corrientes, los palos y las piedras, con los que nuestro rebajamiento de la ontología es difícil de asumir; lo cual no constituye sorpresa alguna, pues nacemos mentalizados para los cuerpos. La selección natural implantó ese sesgo en nuestros patrones innatos de similitud perceptiva, realzando lo sobresaliente de los contornos corporales y sus configuraciones. Los cuerpos son nuestro prototipo para toda reificación, para toda existencia. Ni como especie, ni como niños en crecimiento, podríamos nunca haber desarrollado nuestro camino hacia la referencia objetiva sin la reificación de los cuerpos y las sustancias, o de algo bastante similar a tales efectos. Sin embargo, reflexionando sobre las vías de la evidencia científica, vemos ahora que podríamos retrospectivamente cambiar incluso los cuerpos por otros objetos arbitrarios, sin violentar los enunciados afirmados en la teoría, ni la evidencia para ellos, si hacerlo así tuviese algún sentido.

Incluso procediendo de tal modo, los enunciados observacionales retendrían sus asociaciones sensoriales anteriores. «Ahí hay un conejo» aún mantendría sus vagas y esperadas connotaciones. Lo que cambiaría es la denotación del término «conejo» dentro del enunciado. El enunciado retiene sus asociaciones sensoriales, pero resulta construido como una referencia indirecta o transferida a otra cosa, al sustituto del conejo. Retengamos en mente que incluso nuestra concepción de sentido común de los cuerpos era mucho más teórica y sofisticada de lo que la selección natural nos impone. La gran diferencia radica en nuestra reidentificación de un cuerpo con su reaparición. Parecer el mismo no es ni suficiente ni necesario. La identificación depende más bien de nuestra teoría del espacio, el tiempo, la causalidad y las elaboradas trayectorias de los cuerpos ausentes que conjeturamos en el marco de la teoría global. Por tanto, en lo que a la evidencia se refiere nuestra ontología es neutral. No imaginemos ninguna inaccesible realidad tras ella. Los mismos términos «cosa», «existe» y «real» carecen finalmente de sentido más allá de la conceptualización humana. Preguntar por la cosa en sí, aparte de esa conceptualización, es como preguntar cuán largo es el Nilo realmente, aparte de nuestras millas y kilómetros provincianos.

[122] APÉNDICE SOBRE LA ENTRADA NEURONAL Puesto que los receptores sensoriales en la superficie del sujeto son objetos físicos, a la par con las cosas más familiares que se hallan a más distancia, ¿por qué considerarlos como la articulación entre el sujeto y el mundo externo? Semejante articulación es un artificio. La continuidad causal es el hecho relevante: la cadena causal que va desde mamá o el conejo a la proferencia del enunciado observacional «Mamá» o «Mira, un conejo». Los psicólogos se fijan en uno u otro de los puntos de esa cadena causal y lo llaman el estímulo, al cual la respuesta se halla condicionada. La entrada neuronal es el lugar de la cadena que he escogido para ese papel. Es allí donde etiqueto la cadena cuando deseo mencionar a qué está condicionado el enunciado. Davidson prefiere etiquetar la cadena en su terminus a quo: mamá o el conejo, es decir, en el objeto observado.1 La razón por la cual los etiqueto más bien en la superficie del observador es la torpe heterogeneidad del objeto. Habitualmente no resulta éste tan limpiamente separado como mamá o los conejos. «Está lloviendo» y «Hace frío» van más al grano y confieso mi reluctancia a utilizar situaciones como puntos de referencia. Forman una pieza con los hechos y las proposiciones, mientras que las terminales nerviosas aportan un dominio homogéneo y claramente individualizado. [123] Concedo que ese dominio es todavía redundante para nuestro objetivo. Los receptores que resultan activados en una ocasión que induce un enunciado observacional dado son en su mayor parte irrelevantes para él. ¿Qué tal si localizamos la entrada neuronal del sujeto más allá, en lugares apropiados dentro del cerebro? 1

En la página 73 de su contribución «Meaning, Truth and Evidence» al volumen de Barret y Gibson (comps.), Perspectives on Quine (Cambridge, Blackwell, 1990), Davidson califica su posición de teoría del significado distal y la mía, de próxima. De hecho, mi posición en semántica es tan distal como la suya. Mis enunciados observacionales versan sobre el mundo distal y constituyen un sólido fondo lingüístico tanto para el niño como para el lingüista de campo. Mi identificación del estímulo con la entrada neuronal es irrelevante para ello. La expresión «significado estimulativo», en otros escritos míos, es claramente el malo de la película. No constituye parte alguna del contenido intersubjetivo de la semántica; lo señalo más bien en clave de parodia físicalista de la noción mentalista de significado privado. Denota el conjunto (casi suficiente) de entradas neuronales perceptivamente similares que bastan para inducir al sujeto a asentir al enunciado.

Estamos aprendiendo mucho sobre tales lugares apropiados del cerebro. David Hubel y Torstein Wiesel han mostrado que los impulsos visuales que parten de las células de la retina no se transmiten sólo como un haz de impulsos paralelos, como podríamos imaginar, para producir una disposición isomórfica en el cerebro. Sucede, más bien, que rasgos globales de la escena resultan seleccionados y comunicados como un todo. Un conjunto de células cerebrales responde exclusivamente a escenas donde haya algunas diagonales visibles desde la esquina superior derecha a la inferior izquierda. Otros conjuntos de células se especializan en otros rasgos más amplios. Diversos rasgos abstraídos de ese modo resultan sobreimpuestos para activar la respuesta apropiada. Parece que nuestra capacidad de responder a tales rasgos visuales variados, tan perfectamente integrados en la suavidad de nuestra experiencia visual, ha evolucionado confusamente a lo largo de las épocas, haciendo cada rasgo su contribución independiente a la supervivencia. Daniel Dennett menciona un ejemplo llamativo en su nueva y monumental obra La conciencia explicada:2 respondemos de manera innata a la simetría bilateral. En la naturaleza, tal simetría se halla asociada principalmente con la cara de una criatura mirándonos directamente. Como escribió William Blake: Tigre, tigre, brillo abrasador en los bosques de la noche, ¿qué ojo o mano inmortales podrían enmarcar tu pavorosa simetría?

Esa presentación simétrica constituye una llamada de emergencia para la rápida agresión o la huida. [124] Dennett ofrece una panorámica iluminadora de los últimos avances en neurología cognoscitiva y psicología. Lo que resulta es que los diversos rasgos del mundo, a los que diferentes elementos cerebrales reaccionan, no alcanzan nunca una síntesis simultánea. El impulso motor ha sido ya estimulado por un aspecto de nuestro presente especioso cuando la entrada de otro aspecto se halla aún en proceso. La información conducida por una zona nerviosa puede inducir efímeras expectativas que corrompen la información conducida por otra zona nerviosa unos cuantos milisegundos más tarde, todo ello dentro del mismo presente especioso. De ese modo, la misma percepción deviene cargada de teoría. No es, pues, de extrañar que un lenguaje fenoménico autosuficiente sea imposible. Nuestra preocupación era la posibilidad de localizar la entrada neuronal del sujeto a un nivel más profundo del cerebro, en lugar de en su superficie sensorial. Ahora vemos que las estructuras y actividades neuronales pertinentes en el interior del organismo engendran desunión y heterogeneidad, en gran medida como lo hacen las cosas y los acaecimientos en el entorno del organismo. Precisamente en los receptores superficiales la gran madeja o haz de cadenas causales salvajemente diversa que va del entorno al comportamiento admite un nítido corte transversal global. Cada cadena causal corta la superficie sensorial en un receptor sensorial y los receptores sensoriales del sujeto resultan fijados en su posición, limitados en su número y sustancialmente similares. De hecho, el rasgo pertinente de cada uno es precisamente el sí o el no: activado o no activado. Esta es, por tanto, mi razón práctica para vincular Ja estimulación a los receptores superficiales del sujeto, más que a localizaciones más internas o más externas. Incluyo por comodidad en el estímulo a la totalidad de los receptores activados para cada ocasión, aunque sólo una pequeña parte de ellos destaca lo bastante como para ser importante. Así, anatómicamente hablando, estímulos muy diversos resultan perceptiva2

Consciousness Explained, Boston, Little Brown, 1992 (trad. cast.: La conciencia explicada: una teoría interdisciplinar, Barcelona, Paidós, 1995).

mente similares. Sobre este punto, emerge una tranquilizadora simetría entre el estímulo y la respuesta. Paralelamente al estímulo, considerado como entrada neuronal e identificable con la totalidad de los receptores activados, la respuesta [125] puede tomarse como el impulso motor, identificable con la totalidad de las fibras activadas en los músculos motores, incluyendo los del lenguaje. Así, precisamente del mismo modo en que la similitud perceptiva es la relación de equivalencia efectiva entre los estímulos redundantemente inclusivos, así la similitud funcional es la relación de equivalencia efectiva éntrelas respuestas redundantemente inclusivas. Para una notable comparación, permítaseme finalmente retroceder hasta una fase tardía de la epistemología tradicional. En su Der logische Aufbau der Welt3 (1928), Carnap desarrolló una teoría de las cualidades sensibles destinada a servir de base epistemológica a nuestro conocimiento del mundo externo. Sus elementos básicos no eran las cualidades sensibles, sino las experiencias momentáneas globales. Cada una de ellas era la experiencia del sujeto durante algún momento breve. La relación básica entre una y otra de ellas era la similitud parcial, pero casi suficiente, que implicaba un factor de memoria. A partir de la similitud global de las experiencias globales, junto con el aparato de la lógica y la teoría de conjuntos, Carnap construía los principios esenciales de un completo lenguaje de cualidades sensoriales. Todo ello era traducible a sólo sus dos predicados básicos de similitud parcial y experiencia global, más los símbolos de la lógica y la pertenencia. Fijémonos ahora en la sorprendente analogía existente entre el estímulo como entrada neuronal global y los elementos básicos de Carnap: sus experiencias globales. Más aún, su relación de similitud parcial de experiencias globales se convierte en nuestra similitud perceptiva de entradas neuronales globales. Constituye un misterio el hecho de que las ideas de Carnap se adapten mucho mejor a la concepción fisicalista y naturalista que a su propia concepción fenomenalista. Su «reconstrucción racional», como él la llamaba, fue una especie de ficción: conjeturaba la forma en que uno podría, en principio, proceder conscientemente desde las experiencias globales indeterminadas hacia el mundo articulado de los qualia, usando una relación concebida para ese fin, más los recursos de la lógica y la matemática. Por otro [126] lado, una vez trasplantada, su maniobra adquiere inevitabilidad empírica y causal. La entrada neuronal es de carácter físico y es indiscutible. La similitud perceptiva constituye la base de todo aprendizaje, de toda formación de hábitos, y es verificable en las personas y en otros animales por refuerzo y extinción de las respuestas condicionadas.

3

The Logical Structure of the World and Pseudoproblems in Philosophy, Berkeley, California U. P., 1967 (trad. cit.).

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