Pueblos indígenas americanos Según la teoría más conocida y aceptada sobre la llegada del hombre a América, los indígenas americanos descienden de grupos de cazadores recolectores de origen siberiano que migraron a América por el estrecho de Bering durante la última glaciación Würm. Pero ciertos descubrimientos controvertidos recientes, como Pedra Furada, en Brasil, y Monte Verde, en Chile, parecen contradecir esta teoría, indicando una posible colonización anterior a la siberiana. Como en el resto del mundo, excepto África, la colonización humana de estas tierras vino acompañada de la práctica extinción de toda la mega fauna local, exceptuando algunos bóvidos, como el bisonte. Las altas culturas precolombinas surgieron en Mesoamérica y Sudamérica. De norte a sur podemos nombrar a los mexicas, mixtecas, toltecas, mayas, chibchas e incas. En cambio, en Norteamérica los asentamientos humanos no alcanzaron un nivel cultural tan complejo como en las civilizaciones antes señaladas, en parte por su menor densidad de población y, sobre todo, por sus actividades seminómadas. Se cree que, en el siglo XI de nuestra era, vikingos de origen noruego establecieron las primeras colonias europeas en América, concretamente en lo que hoy se llama Nueva Escocia, aunque su estancia debió de ser muy breve y su repercusión sobre los indígenas americanos no muy importante. A partir de 1492, se inicia la colonización europea de América. El Imperio español se expandió en los territorios de América bajo la bandera de la evangelización. La colonización española trajo el reemplazo de los sistemas locales de gobierno y la imposición de administraciones sujetas a la corona de Castilla. Junto con las acciones militares, la sujeción de los nativos a sistemas de trabajo forzado —mitas, encomiendas y otros regímenes— y el contacto con enfermedades para las cuales carecían de anticuerpos ocasionaron una abrupta reducción en la población indígena americana. En las regiones de colonización portuguesa, inglesa y francesa, la continuidad cultural indígena americana ha sido menor, como se acaba de señalar; siendo que en regiones de soberanía castellana, las costumbres nativas se preservaron en su gran mayoría. Tres de las lenguas indígenas americanas, quechua (Bolivia, Ecuador y Perú), aimara (Bolivia y Perú) y guaraní (en Paraguay, y desde el 2004 en la provincia de Corrientes, Argentina) han alcanzado rango de cooficialidad. Además, tanto en México como en Venezuela las lenguas indígenas han alcanzado el reconocimiento de lenguas nacionales.
Aspectos culturales La cultura de los indígenas de América varía enormemente. La lengua, la vestimenta y las costumbres varían bastante de una cultura a otra. Esto se debe a la extensa distribución de los americanos y a las adaptaciones a las diferentes regiones de América. Música Después de la entrada de los españoles, el proceso de conquista espiritual se vio favorecido, entre otras cosas, por el servicio musical litúrgico al que se integró a los indígenas cuyas dotes musicales llegaron a sorprender a los misioneros. Fueron de tal magnitud las dotes musicales de los indígenas que pronto aprendieron las reglas del contrapunto y la polifonía e incluso el manejo virtuoso de los instrumentos, ello ayudó a que no fuesen solicitados más músicos traídos de España, lo cual molestaba significativamente al clero. La solución que se planteó fue no emplear sino a cierto número de indios en el servicio musical, no enseñarles contrapunto, no permitirles tocar ciertos instrumentos (alientos metales, por ejemplo, en Oaxaca, México) y, por último, no importar más instrumentos para que los indios no tuviesen acceso a ellos. Esto último no fue óbice para el goce musical de los indígenas, quienes experimentaron la construcción de instrumentos, particularmente de cuerdas frotadas (violines y contrabajos) o punteadas (tercerolas), es allí donde podemos encontrar el origen de la ahora llamada música tradicional cuyos instrumentos poseen una afinación propia y una estructura típica occidental. Agricultura En el curso de mil años, una gran cantidad de especies de plantas fueron domesticadas, creadas y cultivadas en el continente americano. Se calcula que más de la mitad de la producción de cultivos del mundo procede de plantas inicialmente desarrolladas por los indígenas de América. En muchos casos, la gente indígena creó especies totalmente nuevas de algunas salvajes que ya existían, como es el caso del maíz creado del teosinte silvestre de los valles del sur de México. Un gran número de estos productos agrícolas aún mantienen sus nombres adaptados de la palabra en náhuatl o quechua. Entre las técnicas agrícolas desarrolladas por los indígenas americanos se encuentran la asociación de cultivos como la milpa mesoamericana o la chacra andina, el cultivo en andenes y diversas clases de sistemas de riego. La tierra negra amazónica es un suelo muy fértil creado por acción humana, pero se discute si su formación fue intencional.
Entre las técnicas del tratamiento de alimentos se destacan la nixtamalización, que aumenta la disponibilidad de nutrientes del maíz, y la elaboración de chuño (papas deshidratadas por congelación). Tecnología La limitada distribución de animales de carga disponibles para la domesticación sin duda es uno de los factores que dificultó el transporte en la América prehispánica. Además la configuración del continente orientado según el eje norte-sur dificultaba la difusión de ciertos cultivos al variar el clima mucho con la latitud. Nótese que Eurasia tiene una orientación predominante este-oeste lo que permitió la difusión de ciertas tecnologías y cultivos a lo largo de franjas en que la latitud variaba poco. A la llegada de los europeos a América la metalurgia era de uso limitado y contaba con poca difusión. Prácticamente todas las sociedades americanas de la época precolombina se valían de herramientas de piedra. Lengua El continente americano es una de las zonas más diversas en cuanto a número de idiomas y cantidad de familias de lenguas. Se tiene documentación de cerca de 900 lenguas indígenas diferentes, aunque el número original habría sido mayor y un número de lenguas desaparecieron sin ser documentadas. En la actualidad todavía cerca de 500 lenguas cuentan con hablantes, la mayor parte de ellas con sólo unos pocos miles de hablantes. La clasificación de filogenética de las lenguas indígenas de América las agrupa en unas 80 unidades filogenéticas bien asentadas, además de más de un centenar de lenguas no-clasificadas más. Las comparaciones de más largo alcance que pretenden probar el parentesco entre estas familias lingüísticas, es controvertido ya que frecuentemente recurre a técnicas no tan exigentes como el método comparativo estricto. Entre las clasificaciones de largo alcance, probablemente la más polémica y también, una de las más influyentes es la hipótesis amerindia debida a Joseph Greenberg (1987) que sugiere que en última instancia las lenguas indígenas americanas se pueden agrupar en tres unidades filogenéticas:
Las lenguas amerindias propiamente dichas, que englobaría la gran mayoría de lenguas americanas. Las lenguas esquimo-aleutianas, que formarían parte de una supuesta macro familia euroasiática. Las lenguas na-dené, que formarían parte de la hipotética macro familia denécaucásica.
Aspectos antropológicos y genéticos Los amerindios en conjunto representan una de las poblaciones humanas donde más frecuente es el grupo sanguíneo O dentro del sistema ABO. En ningún otro continente la población nativa tiene un porcentaje tan alto de ese grupo sanguíneo. El análisis de ADN en sus tres diferentes campos (genética autosomal, mitocondrial y del cromosoma Y) demuestra que hay una cercanía evidente entre todos los pueblos nativos de América. Así, encontramos alta uniformidad genética a lo largo del continente, mayor que en cualquier otro. Al mismo tiempo, estos análisis confirman las teorías del poblamiento de América a partir de la región de Siberia hacia el final de la Edad de hielo.
Reparto de América entre España y Portugal El tratado de Tordesillas (en portugués: Tratado de Tordesilhas) fue el compromiso subscrito en la localidad de Tordesillas —situada en la actual provincia de Valladolid, en España—, el 7 de junio de 1494,1 entre los representantes de Isabel y Fernando, reyes de Castilla y de Aragón, por una parte, y los del rey Juan II de Portugal, por la otra, en virtud del cual se estableció un reparto de las zonas de navegación y conquista del océano Atlántico y del Nuevo Mundo mediante una línea situada 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, a fin de evitar conflicto de intereses entre la Monarquía Hispánica y el Reino de Portugal. En la práctica este tratado garantizaba al reino portugués que los españoles no interferirían en su ruta del cabo de Buena Esperanza, y viceversa los primeros no lo harían en las recientemente descubiertas Antillas. Aunque por tratado de Tordesillas se conoce al convenio de límites en el océano Atlántico, ese día se firmó también en Tordesillas otro tratado por el cual se delimitaron las pesquerías del mar entre el cabo Bojador y el Río de Oro, y los límites del Reino de Fez en el norte de África. La Unesco le otorgó la distinción de Patrimonio de la Humanidad en 2007 dentro de su categoría «Memoria del mundo». El Tratado de Alcáçovas El Tratado de Tordesillas tuvo como antecedente al Tratado de Alcáçovas, firmado el 4 de septiembre de 1479 entre los reyes Isabel de Castilla y Fernando de Aragón y el rey Alfonso V de Portugal, por el cual se selló la paz que puso fin a la guerra de Sucesión Castellana. Además de servir para formalizar el fin de la beligerancia, el pacto contenía otras cláusulas concernientes a la política de proyección exterior, en un momento en que
castellanos y portugueses competían por el dominio del océano Atlántico y de las costas de África. A través del reparto de este tratado la Corona de Castilla recibió las islas Canarias mientras que el Reino de Portugal obtuvo el reconocimiento de su dominio sobre las islas de Madeira, Azores y Cabo Verde, y sobre Guinea y en general sobre la costa africana «todo lo que es hallado e se hallare, conquistase o descubriere en los dichos términos, allende de que es hallado ocupado o descubierto». Antecedente próximo: el primer viaje de Colón En 1492 los reyes de Castilla y de Aragón autorizaron a Cristóbal Colón a realizar una expedición marítima de descubrimiento navegando por el océano Atlántico hacia el oeste. Participaron tres carabelas: la Pinta, la Niña y la Santa María, al mando de Martín Alonso Pinzón, Vicente Yáñez Pinzón y Juan de la Cosa, respectivamente. A finales del siglo XV se consideraban válidos los cálculos, sobre la circunferencia terrestre de Claudio Ptolomeo de 180 000 estadios, lo que confería una circunferencia de 28 350 km. La circunferencia real de la Tierra es de 40 120 km, con una diferencia respecto al cálculo de Ptolomeo de 11 770 km, y entre las costas americana y asiática hay un arco máximo de 11 200 km aproximadamente. Teniendo en cuenta este error de medida, y que desde la llegada de Marco Polo a China se tenía conocimiento en Europa de los perfiles costeros orientales de Asia, Colón esperaba encontrar la costa de Cipango exactamente en la ubicación actual de las Antillas. No hay que olvidar que también se conocía la medición de Eratóstenes, de 252 000 estadios, mucho más ajustada a la realidad, medición que fue esgrimida en el informe pedido a la universidad de Salamanca para dictaminar que el viaje de Colón era imposible. Evidentemente Colón se aferró a la medición de Ptolomeo, por lo que las naves partieron de Palos de la Frontera el 3 de agosto de 1492 y se dirigieron a las islas Canarias. El 16 de septiembre las embarcaciones alcanzaron el mar de los Sargazos y el 12 de octubre llegaron a la isla de Guanahani, en el archipiélago americano de las Bahamas. Colón siguió con su periplo por el mar Caribe llegando a Cuba el 28 de octubre y a La Española el 6 de diciembre. El 24 de diciembre la Santa María encalló en las costas de La Española y con sus restos se construyó el Fuerte Navidad. La expedición emprendió el regreso el 16 de enero de 1493 y unos días más tarde una tormenta separó las dos naves. La Pinta, al mando de Pinzón, llegó a Bayona (Galicia) a finales de febrero y anunció a los reyes Isabel y Fernando el descubrimiento. Entre tanto, la Niña, en la que viajaba Colón, hizo escala el 17 de febrero en la isla portuguesa de Santa María, en las Azores, y el 4 de marzo recaló en Lisboa, tras 7 meses y 12 días de viaje. Allí fue interrogado por el rey Juan II y lo puso al corriente de sus descubrimientos.
Inmediatamente el monarca portugués reclamó la pertenencia de las nuevas tierras alegando derechos derivados del Tratado de Alcáçovas. Isabel y Fernando, por su parte, negaron tal pretensión aduciendo que la navegación se había efectuado siempre al oeste, «y no al sur de Canarias». El día 15 Colón regresó al puerto de Palos y el mes siguiente fue recibido en Badalona por los reyes. Las bulas Alejandrinas Para afirmar la soberanía castellana sobre los territorios recién hallados por Colón, Isabel y Fernando solicitaron ayuda al papa Alejandro VI (Rodrigo Borgia), que había sido elegido en agosto de 1492 y con el que tenían una larga relación de favores mutuos. El papa emitió cuatro bulas, conocidas como bulas Alejandrinas, fechadas entre mayo y septiembre de 1493: la primera Inter caetera, la segunda Inter caetera, la tercera Eximiae devotionis y la cuarta y última Dudum siquidem. En ellas estableció que pertenecerían a la corona de Castilla las tierras y mares al oeste del meridiano situado a 100 leguas al oeste de las Azores y Cabo Verde. Se decretaba la excomunión para todos aquellos que cruzasen dicho meridiano sin autorización de los reyes de Castilla. Negociación del tratado Tras el regreso de Colón y su paso por Lisboa en marzo de 1493, el rey Juan II de Portugal afirmó que las islas descubiertas estaban al sur de las Canarias e interpretaba que el Tratado de Alcáçovas se las adjudicaba, aunque según otras interpretaciones ese tratado solo se refería a las costas africanas. Juan II ordenó preparar una escuadra para verificarlo, para lo cual retuvo a dos pilotos portugueses que habían regresado con Colón desde las Indias. La llegada de un emisario de los Reyes Católicos pidiéndole que enviara embajadores a Barcelona para discutir el asunto hizo que suspendiera provisionalmente la expedición. No obstante, en una carta escrita en agosto de 1493 Colón informó a los reyes que los portugueses habían enviado una carabela desde Madeira hacia el oeste. Juan II envió a sus monarcas rivales al doctor Pero Días y a su secretario Rui de Pina, mientras que en mayo de 1493 se conocían las bulas Inter Caetera, las cuales —en especial la segunda— eran muy favorables a los castellanos y consternaron al rey portugués. Portugal quedaba excluido en la práctica de las empresas americanas, toda vez que la línea imaginaria de demarcación trazada por designio papal lo relegaba a las costas africanas, quedando el Nuevo Mundo de forma privativa para el rey y la reina de Castilla y de Aragón. Estos pasaron a tener una actitud intransigente ya que contaban con el apoyo papal y la paz firmada con el rey de Francia.
Posteriormente, los Reyes Católicos y el monarca lusitano negociaron un tratado bilateral. Las delegaciones diplomáticas se reunieron durante varios meses en Tordesillas. Según el cronista portugués García de Resende, Juan II disponía de una red de espionaje muy eficaz formada por personas cercanas a los Reyes Católicos, cuya identidad no se conoce, y por un sistema de correos a caballo que llevaban rápidamente las noticias a Lisboa. Los embajadores portugueses recibían desde Lisboa informes secretos sobre cuál iba a ser la posición negociadora de los castellanos junto a instrucciones directas del rey Juan. Finalmente los delegados de ambas monarquías alcanzaron un acuerdo que se plasmó en un tratado, firmado el 7 de junio de 1494, hoy denominado Tratado de Tordesillas. Por parte de los Reyes Católicos firmaron Enrique Enríquez de Guzmán, mayordomo mayor de los reyes, Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de la Orden de Santiago y contador real, y el doctor Rodrigo Maldonado; por el lado portugués firmaron Ruy de Sousa, su hijo Juan de Sousa y el magistrado Arias de Almadana. Se fijó un plazo de cien días para su ratificación por los respectivos monarcas; los Reyes Católicos lo refrendaron el 2 de julio de 1494 en Arévalo, y Juan II lo hizo el 5 de septiembre siguiente en Setúbal. Los originales del tratado se conservan en el Archivo General de Indias en Sevilla (España) y en el Archivo Nacional de la Torre do Tombo en Lisboa (Portugal). El Tratado indicaba que se solicitaría su confirmación por la Santa Sede pero también estipulaba claramente que ninguna de las partes podría ser dispensada de cumplirlo alegando el «motu proprio» papal. El papa Alejandro VI nunca confirmó el Tratado y hubo que esperar a que Julio II lo hiciese por medio de la bula Ea quae pro bono pacis en 1506. Tratado sobre pesquería en África y sobre el Reino de Fez El segundo tratado firmado en Tordesillas el 7 de junio de 1494 fijó una veda de 3 años a los españoles durante la cual no podía pescar en las aguas entre el cabo Bojador y Río de Oro y más al sur, pero sí podían asaltar la costa musulmana adyacente. Al norte del cabo Bojador ambos países podían pescar y asaltar la costa. Las zonas de influencia en el Reino de Fez fueron delimitadas en el pueblo de Cazaza hacia el levante. Demarcación de la línea limítrofe El Tratado de Tordesillas sólo especificaba la línea de demarcación como una raya derecha de polo a polo a 370 leguas derechas al poniente de las islas de Cabo Verde. No especificaba la línea en grados de meridiano, ni cuantas leguas entraban en un grado, ni identificaba la isla desde la que debían contarse las 370 leguas. El tratado declaraba que esas materias serían establecidas por una expedición conjunta que nunca se llevó a cabo.
Expirado el plazo acordado de diez meses sin que se reunieran los expertos de ambas partes, el 15 de abril de 1495 se acordó que la reunión se efectuara en julio de 1495 en algún punto fronterizo, pero tampoco se llevó a efecto. La demarcación del límite nunca se realizó y cada parte interpretó el tratado a su conveniencia. Junta de Badajoz y Elvas de 1524 En razón de la disputa por las islas Molucas, entre el 1 de marzo y el 31 de mayo de 1524 se reunieron peritos de ambas coronas, entre ellos por España los navegantes Tomás Durán, Sebastián Gaboto y Juan Vespucio, quienes dieron su opinión a la Junta de Badajoz-Elvas que fue establecida para fallar en la disputa. Ellos especificaron que la línea debía estar a los 22° desde 9 millas al occidente del centro de la isla de San Antonio, la más al occidente de las del Cabo Verde (sostenían que en un grado entraban 17,5 leguas). La esfera terrestre considerada entonces era 3,1% más pequeña que la actual, por lo que la línea fijada a los 47°17'O corresponde en realidad a los 46°36'O. El mapa utilizado por la parte española fue el Totius Orbis Descriptio Tam Veterum Quam Recentium Geographorum Traditionibus Observata Novum de Juan Vespucio, impreso en Italia en 1524. Los portugueses presentaron a la Junta de Badajoz-Elvas un mapa en el que la línea fue marcada a los 21°30' al occidente de San Antonio. Las reuniones terminaron sin alcanzar un acuerdo. Tratado de Zaragoza El Tratado de Tordesillas no señalaba una línea como círculo máximo meridiano, solo una recta desde el polo norte al polo sur. No se conocía entonces el concepto de antípoda ni de hemisferio contrario, pero años después ambas partes intentaron usar el tratado para delimitar sus zonas de influencia en Asia. El Tratado de Zaragoza fue firmado el 22 de abril de 1529 entre España y Portugal, donde reinaban Carlos I y Juan III respectivamente, y fijaba las esferas de influencia de Portugal y España a 297,5 leguas al este de las islas Molucas. Esta línea de demarcación se encontraba por lo tanto cerca del meridiano 135°O. Junta de Badajoz y Elvas de 1681 Cuando los portugueses fundaron la Colonia del Sacramento en la margen izquierda del río de la Plata en 1680, el gobernador de Buenos Aires reaccionó arrasando la colonia, por lo que Portugal reclamó ante la Corona española. El 17 de mayo de 1681 se firmó un tratado provisional en Lisboa que reprodujo las juntas de Badajoz y Elvas de 1524, ya que debían nombrarse comisionados de ambas partes que se reunirían alternativamente en Badajoz y Elvas para que en el plazo de dos meses emitir un dictamen sobre la posición de
la línea de Tordesillas, sometiéndose a un laudo del papa Inocencio XI en caso de no hallarse una solución. La junta deliberó entre el 4 de noviembre de 1681 y el 22 de enero de 1682. Los comisarios portugueses pretendieron que las 370 leguas debían contarse desde el extremo occidental de la isla de San Antonio y los españoles desde el centro de la de San Nicolás. Se acordó que debían verificarse los puntos por donde pasarían cada una de las dos líneas propuestas y una vez determinadas, se procedería a establecer la isla de origen. La segunda dificultad se presentó al no ponerse de acuerdo sobre qué cartas servirían de referencia, los españoles pretendían que fuesen las realizadas por cartógrafos holandeses, mientras que los portugueses pretendían valerse de sus propias cartas, las hechas por Pedro Nunes, Juan Texeira y Juan Texeira de Albornoz. De acuerdo a las cartas holandesas, Colonia del Sacramento quedaba en territorio español, pero según las portuguesas, la línea podía pasar: 13 leguas al occidente (si se tomaba la isla San Antonio) o 19 al oriente (si se tomaba San Nicolás). No habiendo acuerdo, se dispuso trasladar al papa la decisión. España envió a Roma al duque de Jovenazo, pero Portugal no envió a nadie y el papa dejó transcurrir el plazo de un año fijado para laudar.