PRÓLOGO Educar supone siempre, más o menos implícitamente, una idea de lo que es o puede ser el hombre y de lo que es o puede ser la sociedad; porque en efecto, la educación es considerada como un proceso, un pasaje, un desarrollo de lo que es y pueden ser los seres humanos y la sociedad. El docente entonces, sin ser un sociólogo y sin ser un filósofo, debe asumir algunas ideas sobre estas cuestiones, pues sin ellas su tarea carece de sentido y motivación. Al mismo tiempo y desde el inicio, advertimos que los docentes (además de ser profesionales del arte de facilitar aprender) son personas con ciertos ideales, con cierto idealismo y esperanza de desarrollo en el ser humano y en las cuestiones sociales. Por otra parte, su tarea es altamente moral y delicada, porque a la vez que posee ideales y esperanzas en los seres humanos y se anima a proponer su visión de las cosas y los valores que estima adecuados al ser humano, sin embargo, no los puede imponer, precisamente porque cree que la libertad y la búsqueda de cómo son las cosas (la verdad) no pueden imponerse sin traicionar al mismo ser humano suprimiéndole la libertad en nombre de la verdad por él poseída. No es de extrañar que los adelantos en el proceso educativo sean lentos, sometidos a una competencia desleal por parte de intereses particulares, porque un significativo adelanto en educación implica un adelanto de todo el hombre y de todos los hombres una sociedad, dividida en grupos con intereses particulares materializados, no se interesa por este tipo de humanismo que le quita rédito; ni tampoco los dedicados a los intereses partidarios e inmediatos pueden promover este estilo de educación integral. Dadas estas ausencias se vuelve más necesario y valioso dedicar unas páginas a la reflexión sobre los supuestos sociales y humanos de la educación.